![Las chicas de letras se masturban así Elsa Kalish Juan Domingo Peron evita Metropolis George Grosz]()
Para este collage que se titula Metrópolis en homenaje a George Grosz se uso a David Bowie, Juan Domingo Perón, Evita, Lisa Ann, Jorge Luis Borges, una Muñequita Liefeld Puteadora.
Obras completas sin editar
Elsa Kalish
Las Chicas de Letras se masturban así
(I)
(elinterpretador, número 9, diciembre 2004)
Voy a empezar por hacer una confesión: hace unos días fui por primera vez al MALBA. Para una chica de Letras, y en general, para alguien comprometido con el Arte, hacer semejante confesión, imagino, debe ser algo así como la parresía para los griegos, es decir, no sólo poner en palabras una verdad con respecto a uno mismo, sino además, al hacerlo, poner en juego, o poner en peligro y en consecuencia arriesgar, algo del orden de la propia subjetividad.
Sí, lo confieso (papá Foucault me diría luego de leer estas líneas donde primero escribo parresía y luego confesión: cómo nena, no era que habías leído La hermenéutica del sujeto… ¡conchas, las conchas de Letras son incorregibles!). El otro día fui por primera vez al MALBA a la presentación de la nueva novela de Charly Gamerro: La aventura de los bustos de Eva.
Lo primero que hice al entrar fue ir derechito al baño. ¡Qué placer! Ahí sí que da gusto cagar. No como en la facu donde los baños parecen el campo de operaciones de una guerra bacteriológica.
Una vez que fui de cuerpo –como diría la tía Marta–, mientras esperaba en la puerta del auditorio que abrieran para ingresar, me prendí un Gitanes. Entonces se me acercó un morocho de seguridad y muy amablemente me in-formo que en el lugar no se podía fumar. Yo —qué problemático es para una chica de Letras escribir yo, porque esto la conduce irremediablemente a formularse una pregunta central: ¿qué es un autor? o ¿hay un autor?— le pregunté dónde se podía fumar y me contestó que en la calle. Suspiré cansada, porque la estupidez humana no tiene límites ni en las comarcas del “otro” ni en las del “yo”, le di una larga pitada al Gitanes, lo miré, con restos de asco, lástima, sin odio, desde lo más profundo de mis hermosos ojos claros y le tiré el humo en la cara. Luego tiré el cigarrillo al piso y lo aplasté.
Imagino que el pobre tipo no me sacó a patadas del MALBA por la sencilla razón de que allí asiste gente importante, y como no sabía si yo era una de ellas, si lo hacía y luego resultaba ser que era pirulita o menganita, podía perder las moneditas que le paga Constantini por cuidar parte de su fortuna reconvertida en arte.
Cuando por fin abrieron las puertas y buscamos donde sentarnos, ya habían llegado algunas de mis amigas de Letras.
Charly iba y venía por ahí, entre los diferentes grupitos de asistentes al evento, excitado y coqueto como una chica en su fiesta de quince. También andaba por ahí Martín K, con su incipiente pelada, unas zapatillas de lona, su pancita sexy y su novia.
En el lugar se respiraba un aire tan culturoso y a autosatisfacción por ser todos tan cultos que había que hacer un gran esfuerzo intelectual para no sentirse Gregori Samsa aquella famosa mañana que despertó convertido en un bicho.
Adorno empieza su Teoría Estética escribiendo: “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente.” Sentada en el auditorio del MALBA, me acordé de esa línea y no pude menos que pensar: cómo la pifió Adorno.
Entonces la encaré a mi amiga Sara y le dije qué difícil es después de Adorno y compañía venir al MALBA y hacerse la boluda. (Aclaro que yo no leí a Adorno, sino que leí a otros que dicen haberlo leído, pero que tampoco lo leyeron, sino que se compraron el libro de la Buck Morss, y desde entonces no paran de robarle. A los únicos que les creo que leyeron a Adorno en Argentina —y no sólo el excelente libro de la Buck— son a Silvita Delfino, Hector Schmucler y dos o tres más.) Sara que siempre está “colgada de una rama”, me preguntó, ¿de qué adornos del MALBA me hablás? Después de aclararle que hablaba de Adorno y no de adornos, le quemé la cabeza a preguntas. ¿Cómo este buen señor Constantini hizo semejante fortuna? Philip Marlowe en El largo adiós decía que no conocía a nadie que tuviera un millón de dólares sin haber cagado a otros. Creo que Balzac decía algo parecido. ¿Qué relación hay entre arte, tercer mundo y lavado de dinero? ¿Por qué a Constantini —que es un empresario millonario, y que probablemente no resistiría un archivo como casi ningún rico en la Argentina— se le ocurre ser un mecenas del ARTE? ¿Es el MALBA a Constantini lo que era el astillero a la Santa María de Onetti, es decir, el simulacro en torno al cual se construye una ficción fantasmática? Ya que estamos hablando del MALBA y de la presentación de la última novela de Gamerro, ¿no se podría pensar un ensayo donde intentar establecer posibles relaciones entre el empresario Tamerlán (de las novelas de Gamerro) y Constantini?
Si fuera una chica seria y no sólo una chica de Letras, me tendría que haber documentado sobre el pasado de esta diva del arte actual, antes de hablar. Pero ya poder formularse estas preguntas es todo un logro para una chica de Letras.
En fin, voy a decir algo que me rompe soberanamente las pelotas, con lo cual, según el día, estoy en desacuerdo o no. Creo que el MALBA, como Ñ o El refugio de la cultura de la gorda Quiroga —cuando lo escucho por la radio o lo veo por la tele, tengo la impresión de que Osvaldo al hablar del arte lo hace como podría hacerlo una señora gorda muy señorona medio pelo— son una cagada, pero si no estuvieran estos espacios también lo sería. Esa es la cagada, que son el mal menor. Que son algo triste, patético, indigesto, pero frente al inclemente desierto argentino, algo necesario.
Pero volviendo a la presentación de La aventura de los bustos de Eva, una o dos cosas. Lo mejor fue la Banegas leyendo unas páginas del poema de Leónidas Lamborghini “Eva Perón en la hoguera”. Lo qué se yo, el actor Eduardo Solá disfrazado de Evita —que parecía más Daniel Link travestido para hacer un show en Sitches que la abanderada de los pobres— primero hacía que daba un discurso a sus descamisados con un audio con la voz de Eva, y después leyó el capítulo octavo del libro de Gamerro, donde se notó que lo leía por primera vez. Y lo peor, lo que rompió el boludómetro —expresión que le robé a mi amigo Esteban Schmit, que le levantan el programa en radio Ciudad a fin de año por decir verdades, y que va de lunes a viernes a la media noche en la 1110 de la AM— fue Martín K.
K leyó de un cuadernito —¡qué romántico: un “joven” crítico y “escritor” que vive de becas, usa zapatillas de lona y escribe en cuadernitos!— un texto que, como todo lo que escribe, no está mal ni bien, sencillamente no importa. El problema no estaba en el texto en sí, que por otra parte parecía un trabajo de un pibe de los primeros años de la carrera, sino en cómo tituló cada una de las tres partes en que dividió el texto: “Tesis de filosofía de la historia”, “El narrador” y “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”. Es decir, a cada una de las partes de su textito las tituló con títulos de ensayos de Walter Benjamin. Eso fue, repito, lo que rompió el boludómetro. Alguien tendría que decirle a Martín K que con haber leído a Benjamin, y más, usar —¿“profanar” sería una palabra más adecuada en este caso?— títulos de grandes ensayos de él, no basta para ser Benjamin, o sólo alcanza para ser un benjamín. Ni que hablar de que luego de haber escuchado su texto benjaminiano, una no pudo menos que comparar éste con aquellos, y pensar en la razón que tenía Marx cuando escribió que la historia cuando se repite se transforma en parodia —¿o en tragedia?
Después de la presentación sirvieron un “vinillo” —como diría el profesor Eusebio Filigranatti— más o menos tirando a menos, y eso fue todo, en mi primera incursión en uno de los lugares más paquetes y selectos de la cultura, donde el arte ha llegado a ser tan evidente que nada referido a él puede suscitar otra cosa que aburrimiento
©Elsa Kalish
(II)
(elinterpretador, número 10, enero 2005)
A la memoria de Marcelito Jack
II
Estoy. ¿Estoy? Sí. Creo. Eso sí: triste. Tan triste como las chicas de Onetti. Como las mucamas que los jueves a la noche entran gratis a Metrópoli. Tan triste como el día que Gilles Deleuze, Leonardo Simons, o Carlos Correas decidieron suicidarse arrojándose al vacío. Como cuando te dicen: necesito un tiempo para ver qué me pasa. Como el raid de compras en la nocheshopping del Alto Palermo en que me encontré envuelta la madrugada de ayer gastando lo que no tenía. Como cuando tenés que decirle al boludo que está con vos en la cama: vestite y andate. Como el congreso de literatura que organizó este año la UBA –todo bien Panesi, la mejor con vos, pero el congreso fue patético, patético, patético. Tan triste como cuando abrís la puerta para recibir al pocero porque el pozo está lleno y ves a las chusmas del barrio mirándote desde la vereda de enfrente con una sonrisa irónica. Triste como los pitos de oro que en las madrugadas de los viernes quedan dando vueltas en el aire como trompo loco sin manija en el Quilqueni. Tan triste como el sueldo que cobro todos los meses y me humilla recordándome que no tengo visa para cruzar la frontera de la pobreza –y como dice el Pichi en la mejor novela que se escribió acá en los 90: vergüenza es ser pobre, todo lo demás se agrega por añadidura. Tan triste como Martín Heidegger, que tiene que cargar con estoicismo y vergüenza ajena que José Pablo Feimman le dedique su próxima horrible novela. En fin, tan triste como a tantas otras tristezas a las que una se va acostumbrando.
Pero ustedes se preguntarán por qué cosa puntual estoy tan amarga como el Fernet con soda que estoy tomando en esta madrugada de navidad. Se los voy a contar. Hoy a la tarde, saqué del placard la malla que llevé el verano pasado a Mar del Plata. Me la puse, me miré al espejo, y sólo pude articular:
Amor se fue
mientras duró de todo hizo placer
cuando se fue
nada dejó que no doliera.
III
Pero el show debe continuar, como dicen en la tele. Como bien sabe la Su, que por más que los chongos la maltraten, que las pastas ya no le hagan efecto, que las cirugías estéticas ya no puedan maquillar el horror a la muerte, que ya no le quede nada por comprar en los shopping de Miami, ella todos los años vuelve a hacer Hola Susana.
Me pregunto si el solo hecho de ser una chica de Letras me absuelve de algún día devenir la Su Giménez. Ustedes me dirán, qué tiene que ver una cosa con la otra, y tanta seguridad me hace dudar.
Pero como dicen en la tele, basta de pálidas y pasemos a algo lindo. Se me ocurrió, para ponerle un poco de onda al verano, organizar un concurso: La reina del verano de Letras. El concurso va a durar enero y febrero y pueden entrar para votar en elsakalish@yahoo.com.ar En un principio pensé proponer yo a los candidatos, pero después me di cuenta que lo mejor era que cada cual vote a quien le venga en ganas. Claro que el voto debe ser hecho como todo lo que hacemos nosotras, desde una mirada crítica, ya que somos intelectuales comprometidos o pichones a quienes el futuro nos espera con ese redituable papel.
Las categorías son las siguientes:
– La reina del verano de Letras.
– Primera princesa del verano de Letras.
– Segunda princesa del verano de Letras.
Y las menciones especiales:
– La tilingo-conchudita del verano.
– La costurerita que dio el mal paso.
– La que robó, huyó y la atraparon.
– Con la vieja no se jode.
– El infiel (premio a la trayectoria Arnaldo André).
Si quieren, pueden justificar sus votos (breve, en dos líneas, porque miren que no tengo elsasianos, como la Su a sus susanos, para que me hagan el trabajo sucio).
IV
Ya que estamos en la intimidad del cotorreo de Letras, les voy a contar una intimidad. Para este número tenía planeado contarles un sueño que tuve, en el cual Puán era La Salada y lo mazorcábamos a Zizek, pero como se me murió un ser querido y entré en crisis, preferí dejar el sueño para otra vez y escribir estas estupideces, que espero que las conchuditas de Letras que están enojadas con mi columna me lo agradezcan, ya que les estoy dando pie para que le digan al divino de Juan Diego: ves que teníamos razón cuando te decíamos que tenés que tener mejor criterio a la hora de editar el material que te llega. A todas esas conchudas un beso, igual las quiero.
Pero para suplir ese sueño que espero poder contar en otro momento, se me ocurrió cometer una canallada de esas que sólo las chicas de Letras podemos hacer. Cometer el peor de los pecados que una chica de Letras puede cometer, escribir “ficciones”, y peor aún, publicarlas. Sí, como Daniel Link (¿cómo una persona tan divertida a la hora de dar clases y hasta arriesgaría buen critico puede publicar mamotretos como Los años 90?, y más, me pregunto: ¿qué habrán pensado los de la beca Guggenheim cuando leyeron el socotroco de La ansiedad?, ¡lo que ayuda tener pinta y chamuyo!), Kohan (bueno, en fin, mejor no digo nada), Molloy, Barthes (que por suerte cuando empezó a escribir su novela, que era algo así como lo novelesco sin la novela, un camión de la lavandería se lo llevó puesto y lo dejó chocolate), Florencia Abatte (que me hace acordar tanto a la Tauro, pero sin la poesía con la que cuenta chimentos con Polino, los sábados al mediodía en el programa Quién es quién, por Radio 10), o la Drucaroff (que no me digan que no parece un personaje salido de una novela de Dostoievsky), yo también escribo “ficciones”.
Espero que el cuento les guste y lo encuentren repleto de tipologías, topologías, códigos, ostranenies, intertextos, doxas, semas, operaciones de lectura y otras delicias que tanto nos gusta encontrar a nosotras cuando nos sentamos a leer.
Por favor llamen a mi casilla de correo para votar por La reina del verano de Letras –o para contarme chimentos de Letras, por qué no– y si se van de vacaciones a la costa no “tomen” sol al mediodía que hace mal –siempre queda canchero hacer alguna alusión a las drogas.
Bueno, eso es todo. Chau, chau, chauuuuuuuuuuu…
V
EL AMOR TIENE CARA
DE TRAVESTI PARAGUAYO
Las cosas iban mal y sólo a un forro como Marcos Aguinis se le podía ocurrir que mañana todo cambiaría. Tampoco es cuestión de cargar las tintas sobre un tipo, que bien o mal, había logrado llegar a los 50, con dos hijos en la universidad, tres locales de ropa en Villa Ballester, una linda casa en San Andrés, un auto japonés, y un matrimonio que no se había disuelto hace años “por los chicos” -se justificaba él- y “porque después de aguantarlo todos estos años y perder lo mejor de mi vida a su lado, qué lo voy a dejar ahora, ni loca, ahora que me mantenga este forro hijo de puta” -se justificaba ella charlando con sus amigas de Reiki.
Marcos Aguinis no se llamaba así. Su nombre era Federico Schmitt y la culpa de que todos lo llamaran Marcos Aguinis era de Lauri, la mejor amiga de su mujer. Esta bruja, a diferencia de la bruja de su jermu, gracias a la gimnasia, el yoga, el diván del psicoanalista, la cirugía estética, las siliconas, el peluquero –al que iba dos veces por semana–, una dieta macrobiótica, y un buen gusto para estar siempre bien vestida y a la moda, era una bruja más que cogible. Pero como era amiga de su mujer, nunca intentó tener nada con ella, y por eso Lauri le tomo a él tanto odio como el que le profesaba su mujer. Y como ella era una mujer culta que amaba el arte –no se perdía una sola muestra de Constantini en el MALBA, ni dejaba de ir a todas las obras de teatro que se presentaran en el San Martín, ni dejaba de asistir a cuanta presentación de libro anunciara alguno de los suplementos culturales de Clarín, Pagina/12, o La Nación–, aparte de cuidar su cuerpo, estimulaba los músculos de su mente leyendo. Así es que un día descubrió un libro excelente de Marcos Aguinis(1), El atroz encanto de ser argentino, y cuando lo vio en el stand de Planeta en una Feria del Libro firmando ejemplares de su obra descubrió que era igual al marido de su mejor amiga. Entonces compró dos ejemplares de un libro de Aguinis donde se lo podía ver en la contratapa posando para la cámara con cara de boludo, como el marido de su amiga, y se los regaló, uno a su amiga y otro al esposo de ésta. Y le dijo a él, frente a su mujer, sos un calco, igualito, te re parecés, así que de ahora en más te vamos a llamar Marcos Aguinis.
Por más que al principio mostró indiferencia, luego intentó protestar y finalmente prohibió que se lo llamara como al escritor, se tuvo que resignar a su nuevo nombre, con el que su mujer y su amiga habían decidido rebautizarlo.
Las brujas no existen, pero que las hay las hay: su mujer y la amiga lo eran. Sabían que llamarlo como un escritor con cara de pelotudo que se le parecía de forma notable, a él, le chupaba un huevo. Pero que ese escritor fuera judío –y para colmo cordobés– y que a él lo asociaran con un judío era algo que lo humillaba.
Había sido tan perfecta la tela de araña que tejieron las dos brujas, que no sólo sus hijos habían olvidado el nombre verdadero de su padre, sino hasta sus amigos, y proveedores, empleados y clientes de sus locales de ropa se referían a él denominándolo inocentemente “el rusito Marcos” sin saber que le estaban escupiendo a la cara: judío, usurero, sucio, hijo de puta.
Sin embargo, no eran todos sinsabores la vida de Marcos Aguinis. Los domingos a la nochecita se secuestraba religiosamente en un departamento de Belgrano, con Flopy, un travesti paraguayo.
Flopy no parecía un travesti ni mucho menos una mujer. Flopy, vista de lejos o cara a cara, arreglada para eclipsar la luna o de entre casa, siempre daba la misma impresión, lo que era, un paraguayo disfrazado de mujer. Ese era su encanto, su atroz encanto, no saber que era el travesti más feo del mundo e ir por la vida como si fuera Sofía Lorens. Flopy era petiso, negro y peludo, una suerte de reescritura de Platero y yo escrito a cuatro manos por Philip Dick y Copi, y Marcos Aguinis le pagó las operaciones en Chile para que le sacaran el pito —que lo guardaba como souvenir en la mesita de luz— y en su lugar le pusieran una prótesis de concha, y le implantaran un buen par de tetas y una cola divina.
Marcos Aguinis adoraba con locura a su oscuro objeto de deseo.
Le bancaba un departamento de dos ambientes y lo único que le exigía era que los domingos a la noche fuera solo para él. Durante la semana o los sábados podía atender a sus clientes o hacer lo que se le ocurriera, pero los domingos sin excepción ni excusa que valga tenía que ser su exclusiva geisha paraguaya.
Se habían conocido precisamente un domingo en la Zona Roja de Palermo. Él había ido a ver “por boludear nomás” cómo era ese espectáculo de putos en medio de la calle ofreciendo sus servicios sexuales, que había visto en un programa de televisión. Y fue tan solo verse y sentir una atracción fatal. Él la vio a Flopy acercarse al auto, cuando éste paro a metros de ella, y su idea era putear al “puto” cuando le ofreciera “sus servicios sexuales” –palabras textuales extraídas de un programa de televisión– para luego salir picando, riéndose, por su ocurrencia, pero fue cruzar sus miradas, y algo tan olvidado y vacío de contenido en sus vidas como el Amor –con mayúscula y dentro de un corazón atravesado por una flecha– los dejó mudos, sin aliento, trémulos, y desnudos como Adán y Eva en el paraíso. Ninguno de los dos tuvo que decir nada. Él le abrió la puerta del lado del acompañante y ella subió con decisión y naturalidad como si lo conociera de siempre, pero temblando, arrebatada por la furia del amor que tanto miedo da.
Aquel primer encuentro lo pasaron en un telo –él aun les decía amueblada– que tenía habitaciones temáticas: ellos eligieron la habitación-baticueva de Batman. Esa noche de domingo Marcos Aguinis descubrió que el amor tiene cara de travesti paraguayo. Luego de deshacer y hacer el amor hasta quedar exhaustos, aun con partes de los trajes, ella con el de Batman y él con el del Pingüino, se contaron sus vidas. Así supo Marcos Aguinis que Flopy tenía veinte años, que desde los diez, cuando vio por la televisión paraguaya una película con Sofía Lorens, supo que cuando fuera grande sería como ella o no sería nada, que hacía cinco años que había migrado a la Argentina y tres que hacía la calle. Y Flopy supo que Marcos Aguinis había pasado la barrera de los cincuenta, tenía mujer e hijos, un buen pasar económico, y no era feliz pero tenía fe en el porvenir.
Al mes de conocerse Marcos Aguinis le pagó las operaciones en Chile para que se transformara en su dolce vita, en su florcita guaraní, y le alquiló el departamento de Belgrano, para que no viviera más en una casa tomada entre inmigrantes ilegales, vendedores de droga, ladrones y prostitutas.
Durante un buen tiempo fueron felices así: viéndose sólo los domingos por la noche y hablando durante horas por teléfono durante la semana. Como en toda pareja que se ama, tarde o temprano llagan los hijos, y ellos no fueron la excepción. Fruto del amor de Flopy y Marcos, nació primero Marquitos y después Flopyn.
Marquitos era un bebote precioso, de ojos azules, que cuando se le apretaba la panza decía: mamá, y que si uno le daba la mamadera hacía pis. Marcos Aguinis no podía evitar emocionarse cada vez que la veía a Flopy darle la teta a su bebote Marquitos –made in Taiwán. Y así como Marquitos fue planeado, buscado y esperado nueve meses, Flopyn los sorprendió irrumpiendo de repente cuando ya habían decidido por mutuo acuerdo que sólo tendrían un hijo. Una noche, yendo a comprar helado de pistacho y banana splint al Freddo que quedaba a dos cuadras del departamento de Belgrano, se tropezaron con una perrita abandonada, y él le dijo a ella, mirá que hermosa, tiene tu mirada, y no dudaron un instante, la adoptaron y la llamaron Flopyn.
Pero como sucede siempre, la suerte un día cambia de mano, y la fortuna que se fue acumulando con destreza y esfuerzo, con creatividad y riesgo –como recomiendan los libros de management y marketing que le gustaba leer a Marcos Aguinis en sus horas libres–, de repente se esfuma en el aire en un abrir y cerrar de ojos –y como para estas contingencias del azar los gurúes de los libros de autoayuda y management no saben qué hacer prefieren obviarlas o simplemente echarle la culpa al lector por no haber entendido y seguido sus instrucciones al pie de la letra.
Marcos Aguinis hacía un tiempo que se venía sintiendo mal, y después de postergar todo lo que pudo la consulta a “su” doctor, una tarde fue. Lo reviso y le ordenó un chequeo general. Todo fue tan rápido y violento que casi no tuvo tiempo de pensar en nada: cáncer. El pronóstico era delicado, tenía una oportunidad en cinco de seguir vivo en menos de seis meses.
Como amaba a Flopy y a los hijos que habían tenido fruto de la pasión, Marquitos y Flopyn, y no quería que sufrieran por su culpa, decidió romper la pareja. Sabía que esto a ella le haría mal, pero también sabía que verlo morir consumido por el cáncer le haría peor. Por eso opto por el mal menor. Después de todo, Flopy todavía era joven, y cuando se repusiera del incomprensible abandono de él, ella podría rehacer su vida, y quizá, pensaba, quebrándosele la voz de la conciencia, quizá pueda volver a enamorarse.
Marcos fue tres veces intervenido en el quirófano, y luego de un largo tratamiento de quimioterapia combinado con unos rezos y yuyos que le recetó la bruja a la que iba desde su juventud para que lo protegiera de las malas hondas y otros males, en menos de un año estaba recuperado.
Recién cuando el cáncer se transformó en un mal sueño que había tenido la noche anterior, decidió recuperar a su florcita paraguaya, volver a mirar a los ojos a su amor y contarle todo. Que nunca la había abandonado aun cuando la había dejado, que como tenía cáncer y los doctores lo daban prácticamente por muerto había decidido no involucrarla a ella en esa escena patética. Y que para él, desde que la conoció, supo que el amor tiene cara de travesti paraguayo.
Acá es donde el relato de desliza imperceptible hacia el género policial, pero sin abandonar el melodrama.
Flopy, al ser abandonada por Marcos Aguinis, se hundió en la depresión. Durante los primeros meses se encerró en su departamento a tomar merca y vino blanco de cartón EKI. Pero una noche se dio vuelta después de tomar pala durante horas con un cliente, y si no hubiera sido por éste, que llamó a una ambulancia antes de desaparecer, dejándola tirada en el piso con convulsiones, vomitando espuma y saliéndole sangre por la nariz, Flopy hubiera muerto en su departamento de Belgrano de sobredosis y frente a sus hijos Marquitos y Flopyn, que la miraban sin entender la escena.
Luego de eso decidió que no podía seguir así. Dejó las drogas, el vino de cartón y se dedicó a trabajar y criar a sus hijos.
Una tarde que iba a visitar a sus viejas amigas de la casa tomada donde vivía, pasó por la puerta del canal América y, sin querer, Marcos Aguinis, que salía del canal no la vio y se la llevó puesta. Marcos Aguinis le pidió disculpas y ella se quedó muda, pálida, sintiendo un maremoto dentro de su corazón. Estaba convencida que era Marcos, su Marcos, pero no, era el otro, el escritor. El mal entendido los llevo a charlar a un bar de Palermo Hollywood y, cuando se dieron cuenta, ya estaban en la cama enredados uno en el otro jurándose amor eterno.
Por esto es que el domingo que Marcos Aguinis llegó al departamento de Belgrano, con rosas amarillas, bombones y un koala de peluche gigante con una remera que tenía un estampado que decía I LOVE YOU FLOPY para reconquistarla, ella no lo esperaba.
Entró al departamento sin avisar, abriendo con el juego de llaves que tenía y no le había devuelto a Flopy cuando le dijo fingiendo indiferencia y desdén “lo nuestro no va más, negra”. Ni por un instante se le ocurrió que podía estar otra cosa que no fuera Flopy esperándolo a él como cada domingo. Al abrir la puerta, con los bombones, las rosas amarillas y el koala gigante de peluche, lo que vio, lo dejo duro. Flopy estaba en el sillón del comedor metiéndole un consolador en el culo a alguien igual a él. El escritor Marcos Aguinis(2), con el pepino en el ojete, y Flopy, en parte por la excitación del acto sexual y en parte por ser sorprendidos en él, quedaron tiesos y agitados mirándolo, sin saber qué hacer.
Si hubiera sido un tipo cualquiera, Marcos Aguinis hubiera entendido que había aparecido en un mal momento y se hubiera disculpado por haber entrado sin anunciarse previamente. Pero el tipo era igual a él; era el famoso escritor judío, por culpa del cual la amiga de su mujer, al descubrir que eran iguales, empezó a llamarlo Marcos Aguinis, o sea, una forma sutil de llamarlo judío sucio, usurero, hijo de puta, pero con carpa, casi sin decírselo, pero diciéndoselo. Aparte, Marcos, al verla a Flopy con él, que era un otro él, que era otro y él, y a esta altura ya no sabía quién era quién, solo atinó a pedir disculpas y retirarse.
Bajó los ocho pisos por la escalera de servicio, confuso, llorando, sintiendo que la realidad de ese momento era un decorado de cartón pintado detrás del cual la irrealidad del universo lo reclamaba para devorarlo en su abismo de sin sentido. Fue hasta el auto y buscó en la guantera la Luger –que había heredado del abuelo Ernst Schmitt– y que llevaba siempre encima para seguridad personal, y volvió al departamento.
A Marcos Aguinis le voló la cabeza y a Flopy le descargó el resto del cargador, siempre apuntándole al corazón. Volvió a cargar la Luger y mató a sangre fría a sus dos hijos. Al bebote Marquitos, que dormía en su cuna, le descargó dos tiros en el pecho, y a Flopyn la agarró entre sus brazos y la arrojó por el balcón al vacío. Luego se fue con paso quedo a tomar el ascensor, con el arma aun humeante en la mano y la ropa salpicada con la sangre de su amor.
A la tarde siguiente, la amiga de su mujer, Lauri, apareció por uno de sus locales, el de lencería, y le tiró la sexta de Crónica sobre el mostrador, con cara burlona.
—Mira como terminó tu alter ego —le dijo Lauri.
—¿Tu alter qué…
—¡Que ignorante que sos! No importa. Te traje el diario para que veas como terminan los rusos tramposos como vos.
—Yo no soy judío –le dijo con odio contenido.
—¿Y puto como tu tocayo escritor?
—A ver… – y tomó el diario.
En la tapa de Crónica habían titulado: ESCRITOR MUERE ACRIBILLADO CON PEPINO EN EL HUPITE. Y el copete de la nota informaba: El escritor argentino Marcos Aguinis fue anoche asesinado cuando estaba en un departamento de Belgrano con un traba paraguayo. La policía dice no tener pistas firmes y no descarta que el siniestro haya sido un crimen pasional.
Cuando terminó de leer la nota, Marcos levantó la vista y miró a los ojos a Lauri. Ella le sostuvo la mirada, acompañándola de una sonrisa irónica, como diciéndole “yo sé todo”.
—Mirá —le dijo él—, ¿viniste nada más que para contarme esta boludez sobre un judío degenerado que se encamaba con trabas paraguayos?
Ella volvió a sonreírle con una seguridad que lo intimidaba, y movió la cabeza afirmativamente.
—Bueno, si era eso solo, ya está, podes irte. Porque yo acá estoy muy ocupado y tengo mucho trabajo.
Ella volvió a sonreír y él se contuvo para no clavarla contra la pared y darle en la cara hasta que desapareciera para siempre esa sonrisa irónica que le ofrecía cada vez que hablaba con él. Se dieron un beso en la mejilla. Y Marcos se quedó parado, mirando como el culo de Lauri se perdía en la vereda. Pensando qué haría ahora que tenía los domingos libres.
NOTAS
(1)Breve nota al pie sobre quién es el escritor al que se alude en este texto: Marcos Aguinis es autor de una obra notable, que incluye novelas, ensayos, y que nunca ha dejado de intervenir como intelectual crítico en diversos medios de comunicación –como la televisión, la radio y los diarios. Entre sus obras más destacadas se cuentan su monumental novela La gesta del marrano, la novela histórica La batalla perpetua, su más reciente creación Asalto a la ilusión y su excelente ensayo, ácido y corrosivo, El atroz encanto de ser argentino. Toda su obra debe ser entendida como fruto de un diálogo con lo mejor de la literatura argentina y su nombre ya es parte del panteón de los grandes autores argentinos, como son Eduardo Mallea, Hugo Wast, Silvina Bullrich, Ernesto Sábato, Maria Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez, José Pablo Feimann, Rodrigo Fresán, Luis Pedro Toni, Martín Caparrós, Luis Chitarroni y Juan Forn.
(2)Marcos Aguinis desde chiquito siempre fue muy pajero y culposo. Era el típico judío culposo, que gracias a esa culpa insoportable gozaba como loca. Cuando Flopy le metía el consolador por el culo, Marcos Aguinis inevitablemente veía frente a él a su madre asfixiándose en una cámara de gas de Auschwitz. Y su madre consumida, casi irreconocible, transfigurada en un musulmán por la vida del Lager, llorando, le decía a su hijo: Marquitos, la culpa de todo esto que me sucede es sólo tuya. Y él, al borde del delirio, le gritaba a Flopy: ¡Sí mamá, sí, sí, mamita!
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
©Elsa Kalish
(III)
(elinterpretador, número 11, febrero 2005)
Se puede decir una mentira, pero no se puede hacer una mentira.
Juan D. Perón
¡Lloren, chicas, lloren!
En medio del calor idiotizante de Buenos Aires, rodeada de velas blancas que reclaman que se sequen de una vez y para siempre todas las vaginas, y baladas de amor, locura y muerte que sueñan con dispositivos de vigilancia y control —a la usanza de los viejos buenos tiempos— que garanticen el orden y seguridad de un mundo feliz, ahí, justo ahí, lo imprevisible de un intercambio de mails me devolvió la alegría y humedad que brota de ese punto nodal donde el vacío pone todas las fuerzas opuestas en tensión.
Me explico. Hace tiempo que estaba caliente por leer la última novela de Fogwill, Urbana. La novela la publicó Mondadori hace ya unos años en España y nunca llego acá. Imagino que por razones razonables, es decir, por variables de estricta lógica de mercado, que es la lógica que le permite a los canallas hacer guerras, hundir países enteros en la miseria, o hacer del objeto libro una cosa más entre la infinita oferta de cosas, que otras cosas —que algunos llaman hombre, o sujeto, o gente, o consumidor, o lo que sea— pueden usar y tirar, con la misma instantánea rapidez con la que se compra una latita de Coca Cola, se la toma y se la tira en la calle.
Es por esto que, harta de querer y no poder leer la novela de Fogwill, venía jodiendo hacía meses a mis amigas con la cantinela: mañana voy a ver si le mando un mail a Fogwill para pedirle si me puede mandar Urbana. Y un día me senté frente a la computadora y le mande un mail. Para mi sorpresa me respondió al toque y como no podía ser de otra forma, Fogwill complació, una vez más, todos mis deseos.
A continuación reproduzco el intercambio de mails:
Fecha: Mon, 24 Jan 2005 20:25:50 -0300 (ART)
De: “elsa kalish” <elsakalish@yahoo.com.ar>
A: fogwill@uolsinectis.com.ar
Hola Quique:
> me llamo Elsa, estudio letras, y colaboro en una revista mensual de literatura, http://www.elinterpretador.com, donde tengo una columna que se llama Las chicas de Letras se masturban así. En el número de febrero te vuelo la cabeza de dos tiros. Espero que no lo tomes a la tremenda como otras chicas de letras que leen lo que escribo y se indignan.
> ¿sabías que en letras hay pelotudas que piensan que vos sos
antisemita y leen tu literatura como una continuación de Hugo Wats? Claro que esas son las mismas que suspiran cuando se cruzan con Martín Kohan por algun pasillo de letras.
> Bueno no la quiero hacer larga. Creo que vos escribiste una de las
tres mejores novelas de los 80 y sin duda alguna, la mejor de los 90,
Vivir afuera -claro que mi opinion no es canónica en letras, ahí están
convencidos que la novela es Las islas de Gamerro, que no está mal, pero al lado de la tuya queda pagando.
> En realidad este mail te lo mando para pedirte algo. tu última
novela, Urbana, parece que los gallegos del orto no la piensan mandar nunca, y encargarla allá cuesta una fortuna, y acá viene el mangazo, ya que la novela vos la cobraste y acá no llega, no me la podrías mandar por mail. A mí en particular y a unas cuantas de las chicas de la revista nos harías muy felices. si no podes por cuestiones de contrato o simplemente no querés por alguna otra razón todo bien.
> un besito, Fogwill, elsa.
De: fogwill@uolsinectis.com.ar
A: “elsa kalish” <elsakalish@yahoo.com.ar>
Asunto: A mi ña chicas de letras que hacen revistas boludas me chupan
Fecha: Mon, 24 Jan 2005 22:26:18 -0300 (GMT+3)
a mí los contratos, a semejanza de las chicas de letras que hacen revistas boludas, me chupan un huevo. pero si valen la pena, preferiría que me chupasen la arrugadita pija.
Y más si tienen ojos lindos
y son judías antisemitas
y putitas
Tu revista me parece una mierda, como todo lo que se hace en Puan desde que no está más la fábrica inglesa de Jockey Club y Commander. Pero igual te mando la Urbana, ZZZZipiada y con errátiocas herratas.
Gamerro no existe. Creo que es un seudónimo de Brizuela
De: fogwill@uolsinectis.com.ar
A: “elsa kalish” <elsakalish@yahoo.com.ar>
Asunto: kalish
CC: fogwill@fogwill.com.ar
Fecha: Tue, 25 Jan 2005 19:24:21 -0300 (GMT+3)
mandame esos dos tiros a la nuca.
Ahora, mi idea era simplemente conseguir la novela para leerla mis amigas y yo. Pero cuando abrí mi casilla de mail y me encontré con la novela, me puse loca. Corrí a un teléfono y lo llamé totalmente histérica al divino de Juan Diego, y le dije: loco, tenemos una bomba para la revista, tengo adentro de un comprimido adjunto, titulado “Sarlitas Putitas”, el archivo word con la última novela de Fogwill, entera, ¿qué hacemos?
Estuvimos discutiendo largo y tendido, y decidimos que era canalla guardarnos la novela para leerla nosotras solas.
Claro que estaba el tema de los “derechos” del libro.
Fogwill en el mail era claro, los contratos le chupan un huevo, y aparte, la novela ya la había vendido, cobrado y reventado la guita. Además, le hacíamos circular una novela que a la editorial le importa nada que se lea en Argentina –o en cualquier otro país del tercer mundo donde no es rentable publicar cierta literatura.
Pero estaba también el tema de los “derechos para todo el mundo” de la novela que “compró” Mondadori. ¿Qué hacer frente a esto? Si respetábamos los derechos de Mondadori violábamos los nuestros —los de la revista y sus lectores— y viceversa. ¿Qué hacer?, nos preguntábamos, como el camarada Lenin. Entonces, ahí, recordamos las palabras, una y mil veces repetidas, de nuestro maestro David Viñas: si los libros no se pueden comprar hay que robarlos, los libros son de quien los quiere leer y no de quien lucra con ellos. Y me acuerdo que después, David, nos dio cátedra de cómo hacer en una librería para robar libros —los de él inclusive, claro.
Así es que decidimos publicar la novela íntegramente y al que no le guste, como dicen los españoles, que vayan a tomar por culo.
No quiero ni tengo ganas de explicar quién es Fogwill o qué lugar ocupa dentro del sistema literario argentino. Pero sí quiero anotar algunas observaciones personales.
Fogwill es junto a Laiseca, Fontanarrosa, Leónidas Lamborghini, uno de cada diez libros de Aira, Rivera, Saer, Asís, y tres o cuatro más, la literatura argentina actual.
Fogwill es el único escritor que ha logrado que me tuviera que hacer tres pajas en una sola noche leyendo alguna de sus páginas de La experiencia sensible, y otras tantas pajas más leyendo Vivir afuera o el cuento “Luz mala”.
Fogwill, como David Viñas, es para mí el chongo de las letras. Claro que entre Quique y David hay diferencias, de estilo, del decir, del hacer, pero no en cuanto a la incomodidad que genera el lugar que eligieron ocupar, y mucho menos, en cuanto a esa sensación indeleble y penetrante, que no encuentro otro forma de describir que diciendo que ambos sudan olor a hombre. O para decirlo sin eufemismos, sus presencias sudan un exquisito olor a pija.
Alguna, asombrada, me podría retrucar, ¿y Alan Pauls?
Sí, claro, Alan es un bombón. El más lindo. Pero cuando una lo ve a Alan piensa, qué lindo, cómo me gustaría chuparlo todo, como si fuera un chupetín, despacito, despacito, despacito, hasta que no quede nada.
En cambio, con David o Quique, una piensa, si éste me agarra me la deja como una cacerola.
Como quien diría, es cuestión de matices, viste.
En fin, para ir terminando quisiera decir unas pocas palabras más, a vos, amor de mis amores, Quiquito. El texto donde a vos te matan de dos tiros en la nuca y a Zizek lo mazorqueamos las chicas de Letras, si lo querés leer vas a tener que esperar a que salga en el número de marzo de el interpretador. Y en cuanto a hacer público nuestros mails, publicar tu novela sin pedirte permiso, creo que más allá de que te enojes o no en un principio, te encanta. Te encanta esta conchudez que hice, porque es propia de chicas conchudas, jodidas, malas, perversas, histéricas, reventadas, en fin, como las únicas chicas que vale la pena conocer.
Espero que la novela les guste a nuestros lectores, y que puedan entender el gesto de publicarla como lo que es, un acto de amor interesado. Y a vos, Quique, gracias… totales, y muchos besitos, ahí, justo ahí, donde a vos más te gusta.
Elsa Kalish
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(IV)
(elinterpretador, número 12, marzo 2005)
“Es frecuente que la realidad se vuelva ficción”
Héctor Schmucler en “La única verdad es el relato”
“Y…ahora es así”
Doris del Valle entrevistada en “Quién es quien”
Era de noche y viajaba sentada en uno de los asientos del fondo del 44. El colectivo venía prácticamente vacío y yo hacía que leía unos apuntes. Cuando el colectivo llegó a Chacarita subieron dos pasajeros. Uno fue directamente para el fondo a sentarse en un asiento delante del mío. El otro se quedó frente a la máquina expendedora de boletos poniendo monedas, que no bien las ponía la máquina se las devolvía y nuevamente las volvía a introducir.
Como a las 20 cuadras el colectivero le dijo que pasara sin pagar y fue a sentarse junto al otro pasajero. Fue ahí que los miré atentamente. A él lo conocía de memoria, era Brad Pitt. Y a ella también, era una chica de Letras, de las vedettes consagradas, pero por más esfuerzos que hacía por recordar su nombre, no me salía.
Durante todo el viaje, en ningún momento, se me cruzó por la cabeza cuestionarme la verosimilitud de que Brad Pitt estuviera viajando con una chica de Letras en el asiento de adelante al mío. Todo mi esfuerzo intelectual estaba puesto en descubrir quién era esa conchuda de Letras, que estaba segura de haber cursado su cátedra, y que estaba a los besos con mi bombón imposible.
Cuando el colectivo llegó a mi parada, me bajé, y ellos detrás de mí. Encendí un Gitanes. Que de los nervios y ataque de concha de los mil demonios y uno más, me lo fume de tres pitadas. Encendí otro y me puse a caminar rumbo a la facu.
Pero, cuando entré a Puán, el lugar era otro, era La Salada, el bolishopping del Conurbano Bonaerense donde te podés comprar 10 remeras a 20 pesos, zapatillas Nike de 200 pesos a 25, y donde en una suerte de aleph lumpen convergen piratas del asfalto, el aparato duhaldista, la policía bonaerense, la clase media, dealers, marcas de “primera calidad” truchas hechas en quién sabe donde; en fin, un lugar mágico, con un ambiente que oscila entre pesadito y pasadísimo, donde en cuanto te hacés el loco te cortan en cuatro, y donde con poca plata y suerte te podés llevar lo que busques.
Empecé a buscar entre los pasillos mi aula, porque si bien Puán era La Salada seguía siendo Puán, y me detuve frente a un stand donde María Teresa Gramuglio vendía remeras. Había una montaña de remeras y ella estaba a un costado, leyendo “El alma y las formas” en la edición francesa y escuchando en los walkman, a los tacos, a Cacho Castaña: explota la bailanta / ya comienza el show / a vuelto el matador / a vuelto el matador…
Cuando se percató de que la estaba observando, me dijo: yo a Cacho lo sigo desde siempre, ¿sabes? Lo que pasa que antes los maoístas con los que paraba, si les decía que me gustaba me hubieran acusado de contrarrevolucionaria. Aparte Cacho, sabés, dicen que tiene… y abriendo bien grandes los ojos, puso sus manos frente a sí, en paralelo, a unos treinta centímetros de distancia entre ambas, y concluyó: la de Cacho es una cosa de locos, que ni en una porno. ¡Qué Mao ni revolución ni ocho cuartos! ¡Cacho Castaña for ever now! Vos todavía sos pendejita y por eso tan pelotudita como era yo a tu edad, ¿sabes lo único que importa? Que te agarre un Cacho y te dé con su capital en la estructura y la superestructura hasta hacerte pelota toda la plusvalía. La única verdad de la milanesa es la milanesa.
Asentí, sin saber qué responder. Luego se me acercó y me susurró al oído, cuidado, porque en esta facultad están pasando cosas raras. Después, volvió a ponerse los walkman y abandonó su puesto canturreando, explota la bailanta / ya comienza el show/ ha vuelto el matador…
Yo empecé a revolver entre las remeras. Había de todas las marcas y de todos los talles. Cuando de repente siento que la montaña de remeras empieza a temblar. Me alejé unos pasos y del centro de la montaña emergió David Viñas. Me miró fijo a los ojos y empezó a gritar: ¡Literatura argentina y realidad política!
Como pudo salió de la montaña de remeras y se perdió, corriendo, por un pasillo, repitiendo, a los gritos, ¡Literatura argentina y realidad política!
Fue entonces, ahí, que empecé a sentir miedo, y sólo pensé en buscar mi aula, sentarme y tomar apuntes. ¿Pero dónde estaba mi aula?
Aparte el lugar era un mundo de gente que iba y venía, compraba cosas, se chocaban unos con otros. Entre el tumulto lo vi a Jorge Panesi. Estaba con un control remoto de televisor y lo apuntaba contra Daniel Link. Cada vez que Panesi presionaba un botón del control remoto Link devenía algo: Mirta Legrand, Jaques Derrida, Juan Forn, Pampita, Silvio Soldán, Vivi Tellas, y finalmente lo hizo devenir Alf y lo dejo ahí.
Estaba anonadada viendo la escena, cuando a mi lado me di cuenta que había alguien que me atravesaba con la mirada.
¡Era Fogwill!
—Elsita, ¡qué buena que estás! —me dijo, penetrándome con la mirada—, si no hubiera tomado tanta merca en mi vida, y todavía se me parara, no sabes la cogida que te pegaría.
Estaba a punto de decirle que aunque no se le parara igual podíamos, quizás, hacer algo. Pero apareció el gran falso torton patrio, Charles Bronson, El vengador anónimo, que le metió dos tiros en la nuca y Fogwill se desplomó ante la indiferencia de la gente excitada con sus compras.
Más allá, volvió a pasar corriendo David Viñas, gritando, ¡Literatura argentina y realidad política!
Charles Bronson se me arrimó, guardándose la Magnun en el pantalón —que lo lleva a la altura de las tetas— y me confesó:
—Hoy va a correr sangre, vos seguime y no te va a pasar nada, Elsa.
¿Qué podía hacer? Lo seguí.
Me llevó hasta un aula donde estaba reunida toda la farándula de Letras. Y por supuesto estaba Brad Pitt con su chica de letras que no podía identificar. ¿Quién es?, me preguntaba obsesivamente.
La que tomó la palabra fue Cristina Iglesias y planteó que no podía ser que “ese” Zizek se pusiera a hablar impunemente en la Argentina del Matadero y el rosismo. Entonces, Silvita Delfino dijo: lo que pasa es que como nunca entendió, este buen hombre, de dónde sacó Ernesto Laclau su teoría del populismo, entonces vino acá y se cree que leyendo algunos libros nos va a poder contar a nosotros qué es. Y ahí saltó la Cerrato: aparte, estoy harta, que vengan los extranjeros y se lleven a nuestras nenas, ¿qué es la Argentina, una suerte de Yo me quiero casar y usted… para pelandrunes que vienen con euros o dólares?; repito, tenemos que impedir que este yugoeslavo se lleve de Puán a Analía Hounie, que, por otra parte, es la única modelo que produjo Letras, ¿o acaso no recuerdan cuando salió en Caras, mostrando su humanidad, diciendo: Kafka a mí me cambió la vida?
Aparentemente había en el aula un consenso general. Había que darle un escarmiento a Zizek, pero cuál.
En ese momento la puerta fue violentamente abierta de una patada. Era Viñas. Se paró frente a todas las chicas reunidas en el aula, luego nos dio la espalda, agarró una tiza, escribió en el pizarrón ¡Literatura argentina y realidad política!, y se fue.
—Bueno —dijo la Coca Sarli—, si bien el campo intelectual está fracturado hoy, yo creo…
—Callate, vos, callate, peeeerra —la cortó Charles Bronson. Yo sé lo que hay que hacer, si quiere conocer de qué va el populismo y su violencia, hagámoselo conocer.
—No hay problema —dijo Alf-Link.
—Votemos —propuso el fantasma de Enrique Pezzoni. Levanten la mano los que están de acuerdo con lo que propuso la compañera —la totalidad del aula levantó la mano, excepto Brad Pitt que no entendía de lo que hablábamos, porque se ve que no manejaba el español.
En eso llegó Menéndez excitado:
—Chicas, chicas, lo vi, lo vi. En el baño del segundo piso está Zizek.
—Vamos por él —ordenó Charles Bronson en tono marcial. Y salimos a buscarlo todas las chicas de letras.
Cuando llegamos al baño ya no estaba. Nos dividimos en grupos de tareas. El mío estaba compuesto por Delfino, Bronson, Hellow Kitty, la china Ludmer, la coca Sarli, Brad Pitt y Nicolás Rosa.
Lo encontramos en un stand comprando un jeans Ángelo Paolo.
Entre todas lo rodeamos y redujimos. Lo llevamos al departamento de Letras del tercer piso, que estaba lleno de lencería femenina Caro Cuore, y esperamos que volviera el resto de las chicas. Cuando llegaron las últimas, que eran Panesi y Link, éste había devenido, por arte del control remoto de Panesi, el cantante de Babasónicos.
Primero empezamos a sacudirle sopapos y al rato como estábamos todas sobre él, la cosa era un despelote y nos terminamos cagando a palos entre nosotras.
Entonces, la China Ludmer nos recordó aquel viejo chiste del provinciano que viene a la Capital y se va a una orgía y como es tal el despelote enciende la luz y pide: organicémonos.
El chiste fue festejado por todas, excepto por el bombonazo de Pitt que no cazaba una, y por la coca Sarli, que sentía que la sombra de la china le impedía a su potus producir clorofila.
Como nadie se ponía de acuerdo, Charles Bronson sacó su Mágnum y tomó el mando. Dijo que no había por qué respetar a rajatabla la tradición y que por qué en vez de un choclo no le mandaban su Mágnum y le hacíamos sentir el rigor de su máquina.
Ahora el problema era quién lo hacía. Para que la cosa fuera justa y equitativa, empezaron a jugar a piedra, papel o tijera, hasta que se fueron eliminando participantes y quedó una sola: Silvita Saítta.
Zizek ya estaba sobre una mesa con los pantalones bajos y con su horrible culo al aire, inmovilizado de pies y manos. La cosa era hacerlo sufrir un rato y que entendiera bien de qué iba ese objeto de estudio que había abordado con tanta soltura e irresponsabilidad, eso era todo. Pero Silvita parece que nunca había usado un arma y en el forcejeo por hacerla entrar en el esfínter de Zizek —que dicho sea de paso, una chica de letras, que voy a mantener en el anonimato, aportó un gel íntimo con aloe vera y caléndula para una mejor lubricación— se entusiasmó tanto que apretó el gatillo. Zizek se sacudió epilépticamente, empezó a escupir sangre por la boca, y quedó chocolate, chocolate.
—Bueno, no te hagas drama Silvita —la alentó Panesi— el siglo XIX nunca fue tu fuerte.
—Vos sabes, querida —quiso también Nicolás Rosa levantarle el ánimo—, lo que decía Shopenhauer de la vida: que era dolor, voluntad de vivir a pesar de todo dolor. Así que si querés llorar, llorá.
—Aparte —agregó el fantasma de Enrique Pezzoni—, como decía el General Juan Perón: la única verdad es la realidad. Y si a esto le agregamos que para Lacan la realidad tiene estructura de ficción, se podría pensar que estamos en el terreno de la irrealidad contaminada de un verosímil de verdad que extrae su realidad de la ficción. Por eso, no te calentés Silvia. Si querés llorar, llorá, como dice Nicolás, pero tené en cuenta que esto, como en un cuento borgeano, no tiene más consistencia que la materialidad que puede tener un sueño.
—Estoy totalmente de acuerdo con lo que decís, Enrique —dijo Hellow Kitty. Pero lo que agregaría es que esta realidad, y todas nosotras dentro de ella, no es un sueño como el de cualquier hijo de vecino, sino el sueño masturbatorio de una chica de Letras, cuya lógica se basa en la inversión sistemática de “lo serio” y en una estética cuyo rasgo sobresaliente es la degradación, lo cual nos lleva al realismo grotesco de Bajtín, ¿no?
En ese preciso instante, David Viñas volvió a aparecer, esta vez de entre las bombachitas y corpiños Caro Cuore, como Dios lo trajo al mundo y en portaligas, y empezó a gritar ¡Literatura argentina y realidad política!, y a los saltos, se fue por el pasillo.
Después no se cómo ni quién hizo aparecer una guitarra y ofreció su casa para hacer una fiesta. Ahora Puán se había convertido en una gran disco y todas nosotras estábamos haciendo un trencito que lo encabezaba el motorman Enrique Pezzoni. La música sonaba a los tacos, fiesta / fiesta / fiesta pluma gay / fiesta pluma gay. Entonces ahí el discjokey bajó el sonido y todas nosotras a coro cantamos: ¡fiesta / fiesta / fiesta pluma gay / fiesta pluma gaaaaaaaayy¡
Y Silvita Saítta conmovida y repuesta del trance de matar al yugoeslavo, gritó:
—¡Puta que vale la pena estar vivo!
Y Daniel Link, ahora devenido Marcelo Bonelli por arte del control remoto de Panesi, gritó:
—¡Zzííí, que lindo que ez eztar vivo, zzzííí¡
Y Charles Bronson propuso:
—¡Cantemos una que sepamos todas!
—¡Una de Sandro! —gritó Zubieta.
Y todas nos pusimos a cantar, mientras el trencito se alejaba de Puán:
Una guitarra / y una muchacha / para poder cantar /
¡eeyyy¡
esas son cosas / que en esta vida / nunca me han de faltar/
¡eeyyy¡
©Elsa Kalish
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(V)
(elinterpretador, número 13, abril 2005)
“En la mujer, el cáncer de mama es el más frecuente y por año se diagnostican un millón de casos en el mundo. En Argentina, a lo largo de la vida, 1 cada 9 mujeres puede estar afectada por esta enfermedad. Sin embargo, detectada precozmente, es curable en un altísimo porcentaje.
La información es el primer paso de la prevención. Informate. Comenzá con el Autoexamen de Mamas.”
Revista AVON, campaña 5/2005
“Eso es lo que le pedimos a las grandes plumas en Argentina: un poco de lucidez”
Mi tía, la “gorda” Quiroga, en El refugio (ex de la cultura)
“¿Mirtha Legrand debe volver a la tele o quedarse en su casa cuidando a su bisnieta?”
Marcelo Polino, en Quién es quien
“Cuando alguna ostenta por reacción su impudor o libertad, se destaca tan neta de las demás que acentúa precisamente la abismal distancia que hay entre la excepción de la mujer que se da y la norma de las que no se dejan tocar con la mirada siquiera. Ellas trabajan, pobrecitas, para lucimiento de las otras.”
Ezequiel Martínez Estrada, en La cabeza de Goliat.
I
No se me ocurre nada.
En realidad, ideas tengo, lo que me falta es tiempo y dinero. Y cuando no hay tiempo y dinero ya se sabe qué pasa: la falta de tiempo y dinero se vuelve una máquina de picar carne.
II
Los otros días escuché a Alejandra Pradon –con la cual, se me antoja, Alberto Laiseca podría escribir una novela en la cual ella podría ser una suerte de gaucho x-men al mando de una patrulla de gauchos desertores y perversos que van por la pampa destruyendo todo lo que se cruza en su camino, algo así como Meridiano de sangre, esa perlita de la novelística norteamericana, pero en clave laisecana– decir algo muy sabio: “hay más tiempo que vida”.
III
No se me ocurre nada.
Así que lo que sigue a continuación son apenas los restos del vacío rabioso de una conciencia desbastada del conurbano bonaerense.
Antes de continuar, me gustaría recomendar dos ensayos, en los que, a diferencia de estas líneas prolijamente peinadas y trasnochadas, encuentro un uso de las palabras y del saber que esas palabras convocan que envidio, con una envidia propia de una chica de Puig pero reelaborada por Chiche Duhalde para un final de mister Rosa.
El primero de los ensayos es Territorios del presente, En la isla urbana(1), de la china Ludmer, que se puede leer en Confines N15. ¿Qué quieren que les diga de esta conchuda de letras? Que lee como la puta madre.
El segundo ensayo es La curva pornográfica, El sufrimiento sin sentido y la tecnología, de Christian Ferrer, y se consigue en Artefacto #5. ¿Y de Christian qué decir? Que su pluma es una mezcla de Ernst Jünger y Ezequiel Martínez Estrada, y que nadie, que hoy por hoy, le interese la filosofía, debería privarse de ir como oyente a sus clases en la facultad de oligofrénicos de la comunicación de la UBA.
Así que las boludas de letras y aledaños que decidan seguir leyendo mi columna en vez de ir a leer a Christian y a china, después no me manden mails reprochándome la mierda que escribo, porque “yo” les avisé en qué boliche parar si lo que buscan es bailar con la más linda.
IV
No se me ocurre nada.
En realidad, la columna de este mes, es la tercera vez que la escribo. Como sé que esta vez va a salir tan mal o peor que las anteriores, me voy a limitar a exponer dos ideas que me queman, como pueda, y nada, eso, que la historia me juzgue, si primero me puede agarrar, acá, en José León Suárez, donde la espero a esa hija de puta.
V
¡Estoy indignada! Como podría estarlo mi tía Marta porque un perro le hizo caca en la puerta de su casa.
Resulta que hace unas semanas atrás pasé a la madrugada por el cumple de “el pelado” Martín Yuchak y lo encontré a mi ex novio y me contó que se están por editar los Pasajes completos de Walter Benjamin. Una, como chica de letras que es, frente a esta noticia, aunque no sea una erudita de Walter, como Martincito K(2), no puede menos que excitarse -¡qué piradas que estamos!- y ponerse contenta. Pero momento, porque de dos plumazos les tiro la libido al carajo.
¿Cuánto va a salir el libro? ¿50$? Frío, frío. ¿150$? Frío, frío. ¿200 y pico? Mmmmmm. ¡500! Y parece que hay un librero que va a traer de España un toco y los va a vender a la módica suma de 420$ y a pagar hasta en tres cuotas.
Frente a esta rial-idad(3), a mí, se me ocurre una sola idea: ¡los españoles son unos hijos-de-puta!
Para colmo el libro hace ya varios años fue traducido al inglés, en edición pocket y a un precio accesible. Y si no recuerdo mal en alguna clase de Silvita Delfino lo vi. Pero claro, una que no maneja idiomas como el cráneo de la Delfino, tiene que depender de ediciones españolas mal traducidas y carísimas.
Yo gano 500$ por mes, ayudo en mi casa, y si mi vieja no me bancara y tuviera que vivir sólo de mi sueldo en este momento estaría parando en un rancho de villa Corea o La Rana, con lo cual, el libro de Walter, gracias a los gallegos putos, y a la inexistencia total de políticas que protejan y fomenten la industria editorial local y la circulación del libro, me es inaccesible.
VI
Quisiera decir algo más de estos gallegos que me tienen indignada. Desde hace cuatro años leo casi sólo literatura argentina de saldo o de usados y algo, casi nada, de literatura latinoamericana y norteamericana –que me encanta. ¿Por qué? Porque no aguanto las pésimas traducciones españolas.
¿En qué lengua traducen los españoles? Porque eso que ellos llaman español es cualquier cosa menos español.
Hace tiempo que mi amigo el poeta Darío Steimberg me venía jodiendo con Michel Houellebecq. “Leélo, es de lo mejor que se está escribiendo hoy”, me insistía el bombón de Darío, y “yo” siempre le respondía, sí, sí, algún día. Y los otros días pasé por la librería de usados El Banquete, y encontré Plataforma, editado por Anagrama en la edición amarilla –no la de bolsillo– a sólo 12$ y lo compré. Mientras volvía en el tren Mitre, parada, apretada, al vacío, como una sardina en lata -¡otros hijos de puta los de TBA!-, me las arreglé para ojear las primeras líneas. Les copio las líneas del segundo párrafo para que entiendan de qué hablo:
“Delante del ataúd del viejo, me vinieron a la cabeza ideas desagradables. El muy cabrón había disfrutado de la vida; se las había apañado de puta madre. “Tuviste críos, imbécil…” , me dije con mucho ardor. “Metiste esa gran polla en el coño de mi madre””
Como canta el “niño” Rafael: ¡Es-cán-da-lo / es un escándalo / es-cán-da-lo…!
VII
El que la vio clarísima esta relación enferma con los españoles es mi Schrek punk, el corazón de mis tinieblas, Fogwill, en 1990:
“En la presentación –habla de la presentación en el ICI de la novela El divino convertible, de Sergio Bizzio– procuré intercalar la celebración del autor y la obra con algunas reflexiones sobre los nuevos vínculos que en esta primera etapa de la Revolución Productiva comienzan a tramarse entre los escritores y las corporaciones empresarias por vías de la creciente intervención de fundaciones y agencias diplomáticas en la distribución de la cultura. Del ICI de la calle Florida destaqué la mirada –sonriente, irónica– que desde su pequeño retrato, cerca de la salida, emitía Juan Carlos Borbón sobre las nucas y las espaldas del público asistente. El origen divino que reivindica la institución monárquica me remitió al titulo del libro. Pero la fecha del evento –7 de noviembre– me impulsó a referirme cómo los intereses hispanos, que desde ese mismo día comenzaban a monopolizar nuestras comunicaciones telefónicas, ya venían contando prácticamente con el monopolio de nuestras comunicaciones aeronáuticas y de nuestra provisión de libros y estaban disputando con éxito, contra la confitería Clásica y Moderna de la avenida Callao, el monopolio de los medios –o ámbitos– de la comunicación directa entre autores y público…”
VIII
Lo otro que quería plantear es una pregunta que le hice a Daniel Link vía mail y nunca me respondió. Pero como se me sulfataron las pilas y está por salir el sol, lo dejo para otra ocasión.
Igual, Dany, quiero decirte que los otros días te vi en el kiosquito de al lado de Platón. Entre vos y yo, esperando para comprar, estaba Luis Alberto Romero, que a mÍ me hace acordar al “gordo lagrimita” del cuento El pibe barulo, de Lamborghini. Obvio que seguís siendo un bombonazo. Pero te tengo que advertir que te cuides y pares con las botellitas de Coca-Cola y los alfajores Terrabusi de chocolate, porque si bien estabas vestido impecable, salvo esa remerita amarilla que hace un par de años cuando cursé con vos ya la tenías -¿qué es eso de preparar un nuevo programa para la cursada y no renovar el vestuario?-, te noté muy ojeroso y panzón, y si no te metÉs ya en un gimnasio, a tu edad, puede significar el principio del fin.
Como ya estoy entrando en cortocircuito, dejo la pregunta pendiente y veo como cierro este mamarracho.
IV
No se me ocurre nada.
Y como ya dije, mal, a medias, pero algo dije, de todo lo que tenía que decir, me voy a dar una ducha, ponerme crema de noche-reveladora Amodil, en la cara y el cuello, otra crema, ésta, de ordeñe, para las partes sensibles de la piel de mi cuerpo, y ahora, me clavo un Lexotanil, me acuesto a dormir, con un camisoncito rosa, sin corpiño, solita, y, mientras, me duermo, vienen a mí, restos, fósiles, sin por qué, de un asalto, con Coca-Cola y papas fritas, con un sistema de luces caseras, precarias, rojas, amarillas, azules, y las caras de chicas y chicos, que ahora deben ser cadáveres, que circulan, reproducen, plusvalía, miseria, hijos, estupidez, traiciones inconfesables, deudas, y muerte, pero que, en esa noche, en aquel mundo, que ahora vuelve a mí, dejándome un sabor salado en la boca, que es dulce, en su dolor ausente, que es triste, en los fulgores de este simulacro, y que, sólo puede ser, ahí, justo ahí, como acto, presente, que retorna de lo que nunca fui, pero que, ahora, ya nunca dejará de ser, en el olvido, de las palabras, que tejen, alucinadas, como costureritas, polacas, del conurbano, y peronistas, un tejido, de lodo, sangre, y sueños, del que surjo para desaparecer, por siempre jamás, y los vuelvo a ver a mis compañeros de la primaria, me vuelvo a ver, 11, 12 años, sin hiperinflación, ni cuartelazos, ni nada, eternos, invulnerables, con la muerte, ahí, justo ahí, mirándonos con celosa atención, con una sonrisa irónica en los labios, y sin poder, aun sin poder, convencernos, que aquel mínimo relato, sólo podía ser posible, porque ella nos daba en préstamo, las palabras, que sostienen el esqueleto, de todo posible relato, que es siempre el mismo y diferente, inconfundible y ajeno, a las cenizas del cadáver de todos relatos pasados y futuros, y ahí, justo ahí, los vuelvo a ver, a Rodolfo, Ato, el fideo con tuco Ignacio, Robito, que el viejo lo fajaba y fumaba Marlboro, la gorda Uliota, una de las pocas que creía que Dios existía y no era un reventado, Silvana, Laura, Lisandro, que se pegó un palo con el auto y los gusanos hicieron el resto, y Madonna, The Cure, Soda Stereo, Syndi Loper, The Police, Génesis, y esa canción de los Fabulosos, que tanto nos gustaba, Mi novia se cayo en un pozo ciego, y esa alegría, estúpida, irrecuperable, llena de cicatrices, ahí, ahora, en lo imborrable, que sentíamos, cuando Vicentico, cantaba, no veo nada / no veo un carajo, y nosotros, cantábamos, gritábamos, repetíamos, a los gritos, ¡un carajo!, sintiendo que estábamos haciendo algo prohibido, loco, sagrado, y después la botellita, el semáforo, los lentos, los primeros besos, el roce de un bulto, la vaporosa humedad de la bombachita blanca que pedía desconsolada, histérica, más, por favor, dame un poco más, y nada, ese mundo, que no era nada, y era todo, vuelve, a mí, real, imposible, intentando arañar su mambeado placer vaporoso, en estas palabras, que escribo, y que me escriben, que me hacen, y me deshacen, en esta noche, en este mundo, donde no soy nadie, donde nunca seré nadie, donde, esto aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo, acá, en mi cama, sola, mientras Borges me vuelve a contar el cuento de Chuang Tzu, Chuang Tzu soñó que era una mariposa, al despertar no sabía si él soñó que era una mariposa o si la mariposa estaba soñando que era Chuang Tzu, acá, en José León Suárez, say no more.
©Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)Sólo tengo para hacerle una objeción a su ensayo Territorios del presente, que se olvida de leer, incomprensiblemente para mí, dentro de la lógica del aparato de lectura que arma, Vivir afuera, sin duda, y, probablemente, La experiencia sensible, En otro orden de cosas, y Urbana, de Fogwill, que estoy recontenta de habérsela robado a Mondadori – si el botonazo de Rodrigo Fresán lee esto, por favor, que se lo haga llegar a quien corresponda. Y el otro autor que me parece que no está y debería, es Alberto Laiseca, con Las aventuras del profesor Eusebio Filigranatti. Si alguna chica de letras tiene el mail de la china le agradecería que le escriban haciéndole esta observación. Quizá me equivoque, pero, ¿y si no?
(2)Las chicas de Letras a las que le sobre la plata y tengan ganas de divertirse con una performance repleta de sutilezas -que no se veían desde la época de Calabromas-, les recomiendo que se anoten en el taller de escritura que Jacinta Pichimahuida va a dictar en la Boutique del libro. Les pego, a continuación, el anuncio, y fíjense, que en cada oración, como me lo hizo notar un amigo, está rondando el fantasma de la masturbación -no uso paja porque es una palabra demasiado fuerte para vincular con Martincito. Todo esto me lleva a recordar vagamente algo que Esteban Schmidt no se cansaba de decir en Un tiro en la noche: En este país hay más cursos de lo que se te ocurra que industrias, así, cómo carajo se puede pretender salir adelante, si estamos todos ocupados en el currito de dictar cursos o en la pelotudez de ir a cursarlos.
la boutique del libro de san isidro.
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Anuncia la apertura del TALLER LITERARIO a cargo del escritor: MARTIN KOHAN, quien los acompañará y guiará en la búsqueda de su propio estilo, los días miércoles de 17.00 a 19.00 hs o de 19.00 a 21.00 hs.
Las primeras clases Abiertas serán el día miércoles 6 de abril a partir de las 17.00 hs.
COSTO: 70 $ por mes.
Inscribirse en: la boutique del libro de san isidro.
Capacidad limitada.
La escritura y la lectura son dos prácticas solitarias. Escribimos solos y leemos solos, por razones bien evidentes: porque, cuando escribimos, el que luego va a leer todavía no está ahí; y porque, cuando leemos, el que antes escribió ya no está ahí. Estas características de la literatura moderna constituyen, en más de un sentido, una ventaja. Pero aun así hay quienes desean atemperar esa doble soledad, o suprimirla: quieren, por una parte, dar cabida a los otros en su propio proceso de escritura; y quieren, por la otra, ser lectores de un texto en presencia de su autor. Un taller viene a cumplir esa doble función. No es un grupo de expresión personal, ni tampoco es un centro de despacho de consignas. Es un intento gozoso de paliar la definitiva soledad de la literatura.
(3)Este término, la rialidad o rial-idad, lo acuñó mi amigo Gonzalo Basualdo. Es una mezcla del mundo real y del programa de Rial, el cual, no es menos real e imposible que el de una panadería o el de la carrera de Letras. Voy a ver si en futuras entregas puedo elaborar una teoría donde lo que uno puede verificar en los textos desde los 90 para acá no es un retorno a ningún realismo ni nada por el estilo sino una nueva forma donde el texto a partir de ciertas categorías formales construye su verosímil de legibilidad a través de la rial-idad o rialidad.
(VI)
(elinterpretador, número 14, mayo 2005)
“Todos hablan de ella”
La U, el diario universitario -¿del Coti y Luisito?.
“Empanadas /y chorizos ¡empanadas/ y chorizos!: falta el vino/ falta el vino ….”
Willy Polvorón, Empanadas y chorizos.
“Esas raras escritoras nuevas. Sus textos juegan con el lenguaje: alteran la puntuación, cortan las palabras o mezclan idiomas. Aquí dicen que lo hacen para producir sentido cuando ya todo está contado. Y que a veces no las entienden.”
El gran Diario de la Argentina, hablando de Vilker y Bejerman y olvidándose de mi.
“¡Este año la rompo!”
Pepito de chocolate con chips blancos en un cartel luminoso del anden de la estación Belgrano R.
“… comprendieron que la cultura no es opuesta a la barbarie y que mutuamente pueden fortalecerse.”
Alberto Laiseca, La mujer en la muralla.
“En la vida no podemos hacer ni la mitad de las cosas que hacen nuestros personajes”
Mi tía, la gorda Quiroga, en El refugio.
“La todopoderosidad de la naturaleza actúa sobre el hombre en dos lugares: el sexo y la muerte (…) La sociedad no tiene ya pausas: la desaparición de un individuo no afecta ya a su continuidad. En la ciudad todo sigue como si nadie muriese”
Philippe Aries, El hombre ante la muerte.
“¿Vos no notás que todo esta cada vez más berreta, que vos abrís cualquier revista y sólo hay gatos “nique”: ni que bailan, ni que actúan, ni que cantan, ni que nada?”
Marcelo Polino, en Quién es quién.
¡Qué mes abril!
¡Un mes lleno de novedades, regresos y sorpresas!
¡Un mes con todo
para pasar un otoño
bien caliente
bien hot hot hot!
Volvió Susana(1) -y con nuevo novio-, Tinelli -y con nuevo socio, Moneta, que si no recuerdo mal Susana Viau le dedicó un librito donde cuenta las aventuras de este loco lindo-, Mirtha Legrand a la radio, Pergolini -que Carlos Correas hace una pila de años le sacó la ficha y lo señaló como el sobrino de Mariano Grondona-, el pelotudo (pelootúúúdo) de Nico Repeto -cómo detesto a los boludasos que me dicen: Nico es un boludo, estoy totalmente de acuerdo con vos, pero igual… ¿viste la mina que se coge?, es un maestro, tan boludo no es-, y Carlos Salvador Bilardo debutó con su “primer” programa de ficcion“es”.
Terminó “Operación Triunfo”, Eco y Savater publicaron nuevas novelas para que la gilada lea en el “tranvía”, empezó una nueva edición de La feria del libro y del Festival Internacional de cine “independiente” de Bs As(2). Se entregaron los Premios Gardel, Carlos y Camila se casaron, Fernando Vallejo vino a la tabaquera de Puan 480 y nos contó que El Quijote es un libro importante, Moria Casán le dijo “cornuda millonaria” a la Su -¡qué bravos que son los travestis!-, el Papa se murió. Pepe Nun -¿qué era Pepito? ¿peronista?- jubiló a mi punkysaurio(3) con el Premio Nacional de las Artes por Vivir afuera y le mandó un cheque sin fondos por quince mil pesos. Y además, Néstor García Canclini estuvo en el Goethe hablando boludeces.
¡Qué mes abril!
O como diría el amigo rosarino de Lupus Anal Sexy Boy:
Dios santo/ qué bello abril… (4)
Bien. En la columna de este mes, como tengo los puños llenos de verdades, voy a decir algunas y callar otras, por una cuestión de espacio, tiempo, dinero, y porque nunca se puede decir todo. Así que ahora voy a dividir la columna en cuatro partes desiguales para hablar de Néstor García Canclini, Marcelo Cohen, Ricardo Piglia y Germán García.
I
Néstor García Canclini, como todo el mundo sabe, tiene algo bueno y algo malo, es decir, ha sabido equilibrar su yin y su yan. Lo bueno: por suerte hace años vive en México; lo malo: sus libros se dan en las universidades argentinas como bibliografía obligatoria.
Néstor García Canclini, como todo el mundo sabe, estuvo en el Goethe(5) y la rompió. Dio una conferencia que tituló “La construcción de identidades en la interculturalidad global”.
¡A la pelotita! Si mis tías, Marta y Quiroga, escucharan semejante título no dudarían un instante de que lo que viene bajo él es filosofía de la buena, y si además se da en el Goethe, ni qué hablar.
Mirá, papá, te voy a hablar con todas las palabras, qué construcción, ni identidad, ni interculturalidad ni ocho mexicanos pobres del Conurbano del Distrito Federal que no deben valer una mierda. ¿Sabés para qué sirven esas teorías felices que elaborás vos? Para que este mundo agusanado y horrible en que vivimos sea cada día más asqueroso. Captaste la onda papi.
No me jodas. Andá a contarle de interculturalidad e identidades a los flacos que secuestran personas de clase media baja para arriba en una Villa de José León Suárez que se llama Corea.
Andá a contarle a mi mamá que trabaja en escuelas primarias y secundarias de Capital Federal y el Conurbano Bonaerense de construcción de identidades, cuando tiene pibes con padres que no laburan o laburan por monedas, y ellos, los pibes, que no tienen más futuro que ser carne de presidios, violaciones, choreos, trabajos inmundos, tetrabricks, drogas, sidas, y otras tantas tristezas a las que tú, sociólogo argentino, ya te acostumbraste a fuerza de no verlas.
¿Por qué no te venís un día conmigo a viajar en el tren ex Mitre, hoy TBA –que significa: me cago en los pasajeros y los empleados del tren que viajan o trabajan en el ramal Retiro-Suárez y les robo toda la plata que puedo dándoles un servicio de mierda a unos y pagándoles nada a los otros(6)- para verificar tus cantos de sirena llenos de bibliografía de sesudos pensadores? ¿Interculturalidad? Por favor, papi. Ahí hay de todo. Cartoneros, oficinistas, chicos de tres años cantando canciones de propaganda de cerveza por monedas, boludos que leen El código Da Vinci, gaiteros -¡qué bueno es el gaitero del tren!–, gendarmes, bolivianos, carteristas, vendedores ambulantes con más vocabulario que cualquier creativo publicitario, Sergio Denis firmando autógrafos de impecable traje blanco a desdentados, ex malvinas, y más , mucho más.
O un día te puedo llevar a San Miguel a la madrugada para que veas con tus ojos ciegos bien abiertos cómo la interculturalidad global funciona cuando los chicos de clase media baja para arriba salen de Coyote y vienen los “Pitufos bolis” que salen de El nodo y El mito y se recagan a piñas.
Si querés una crítica más académica y seria te puedo pasar el mail de Silvita Delfino o el de Eduardo Grüner, que estoy segura que te pueden dejar así de chiquito y sin decirte una sola mala palabra, boludo(7).
II
Quiero dejar en claro que estoy totalmente en desacuerdo con las agresiones que sufrió Marcelo Cohen en el departamento divino de Ana Maria Shua, en medio de una reunión que se organizó para agasajar a un editor español.
En esa reunión estaban Martín K -¡ay… parece que el rusito está enojado conmigo! ¡ay… qué miedo que tengo!–, el agente 86 Maxwell Smart –vieron que Guillermo Martínez es igual-, Chernov, Nielsen, Kazumi, Steimberg -el sesesemiólolologo-, y un montón de gilada más, y a Marcelo le pegaron una cachetada por firmar la solicitada a favor de Piglia.
Bueno, che, un poco de orden, no sean tan duros con él, pobre Marce. Primero que él es mejor escritor que todos los que estaban en esa reunión de cortesanas. Segundo, es verdad que Guillermo Schavelzon es un pirata digno de la mejor saga menemista, pero también lo es que Schavelzon es el agente literario de Marce –al menos eso es lo que mis abogados me batieron noches atrás comiendo pizza en Guerrin– y qué quieren, que no lo salga a defender, y después quién va a salir a venderle los libros a Cohen, ¿ustedes?
III
Hace tiempo que lo tengo a Piglia en la mira, porque creo que lo agarré en una que se está haciedo el logi.
Graciela Speranza, vos, que leés a Piglia como los cabalistas leen la Torah, atenti, mirá la que te tiro y gratis.
En Argentina, James Ellroy es prácticamente un desconocido. Lo cual es raro porque el policial, acá, a diferencia de, por ejemplo, Estados Unidos, es un género mayor. A Ellroy llegué por una charla con Patan Ragendolfer, y sé que lo han leído Tomás Abraham, Christian Ferrer y Quico –no el del Chavo del 8 sino el de Historia Argentina y que escribe en un diario donde a Nudler lo censuraron por hablar de plata –plata, platita, plata-, de cómo va y viene la plata de verdad y no de pelotudeces como si el Pato Donald hablara como Bob Dylan o éste cantara como aquél.
Bien. Lo que diré a continuación es un poco lo que recuerdo de un teórico de Christian Ferrer del 2002, más cositas que se le ocurrieron a una.
Se podría decir que hay un primer momento del policial que va de Poe a Conan Doyle y Borges. Un segundo momento que va de Hammett a Chandler. Y una tercera instancia donde James Ellroy le da una vuelta de tuerca al policial de serie negra.
En la primera etapa, simple, hay un tipo muy inteligente que hace una ecuación matemática o múltiples y resuelve quién es el ladrón o asesino. En la segunda, el tipo ya no es tan inteligente, es borrachín, se lleva mal con la cana, el jarrón chino de la dinastía Ming se tira por la ventana y cae en un callejón mugroso, y suma y resta y las cuentas no le dan. Y en la tercera etapa, (acá entra Ellroy) a diferencia de las dos anteriores, el que vuela por la ventana es el detective con sus restos de romanticismo, el olor a demasiados puchos y el aliento a alcohol.
Ellroy es Ellroy fundamentalmente porque en los ´80 escribió El cuarteto de los Ángeles, en los ´90 La trilogía Americana, y una autobiografía donde cuenta su vida, marcada por el asesinato de su madre cuando él tenía diez años y cómo, treinta años después y ya escritor famoso, reabre el caso para resolverlo.
¿Qué cuenta en el cuarteto de los Ángeles?: la historia criminal de esta ciudad, desde los cuarenta a fines de los cincuenta.
¿Qué cuenta en la trilogía americana?: la historia criminal de Norteamérica, desde el asenso de JFK a Nixon.
Por lo general usa uno o tres personajes centrales que son ficcionales. No sé en qué punto cesa de contar hechos reales y documentados, y dónde comienza la ficción. Igual esto importa poco y nada. Su autobiografía en esto es esclarecedora, una piensa que el noventa por ciento es ficción, y no.
El Gran desierto, L. A. Confidencial, y América son increíbles. Sus personajes principales son canas o de los servicios, y en torno a ellos se va tejiendo un combo que incluye a la policía – la CIA – el FBI- la prensa- el poder judicial – la prostitución- el narcotráfico- Hollywood- los políticos – la mafia- los sindicatos – los rateros – los chicanos – el lavado de dinero – Vietnam – Cuba – la religión, todo está conectado, todo vale plata o no vale nada, y en pocas novelas se mata tantas personas por página como en las de Ellroy.
Por eso Ellroy es un genio, no porque sea una maravilla escribiendo –no lo necesita porque sabe narrar historias–, sino porque pudo contar de qué va la máquina esquizo capitalista como el soquete de Félix Guattari jamás podrá explicarla, por más que se junte con un pibe que haya leído bien – ¡rebién! – a Nietzche.
Yo leo las novelas de Ellroy como alegorías de la historia criminal, policial, política, mediática, mafiosa, y de grupos de poder económico de la Argentina de los últimos treinta años.
Así, como La mujer en la muralla, de Alberto Laiseca, la leo como la historia del peronismo y dentro de la novela, la vida del emperador Chi´n Hsih Hwang Ti, el que levantó la muralla china, como la vida del General Juan Perón. O creo que no hay mejor alegoría del estado de cosas espiritual, económico, cultural y políticas que atravesaron todo el 2001 hasta el 19 de diciembre, que la novela de Erskin Cadwell, El camino del tabaco, que si no me equivoco su primera traducción al castellano es de 1940 y pico, y editada por Sur.
Ahora, qué hace Ellroy contando esas sagas sanguinarias: hablando del presente(8). Habla del presente deslizando las fechas, va del ´40 al ´70 para tejer una genealogía de la pesadilla de los ´80 en adelante.
Bueno, ¿y Piglia qué hace con Plata quemada? ¡Lo mismo! Busca en un hecho criminal puntual del pasado –uno solo, para tanto no le da, igual la novela no está mal- para hablar de la violencia actual.
Bueno, alguien me podrá decir que Piglia ya hizo eso con Respiración artificial y que Andres Rivera también lo hizo en muchas novelas.
Sí, es verdad, a eso no tengo argumento que oponer.
Pero no es ahí donde quiero apuntar sino a otro lugar. Me explico. Sabemos que a Piglia no sólo le encanta la narrativa norteamericana sino que además la lee en su idioma original. Si a eso le sumamos que le gusta disfrazarse de detective para las fotos y el policial es una de sus especialidades teóricas, cómo se entiende que nunca haya mencionado a Ellroy y siga con la cantinela de Hammett y Cosecha roja –novela que Hammett escribe en base a un laburito que tuvo que hacer como detective privado: ir a un pueblo como matón para desbaratar una huelga. (Ojo que este dato biográfico del joven Hammett lejos de hablar mal de él, si se le ve en el contexto de lo que será el resto de su vida, no hace otra cosa que hablar maravillas de Dashiell)
Piglia, yo se que vos leíste a Ellroy y Plata quemada le debe algo a sus novelas, lo que no sé es por qué no lo mencionás. No es pecado decir: este escritor me influenció en esto que escribí.
Lo que sí es pecado son otras chanchadas, que para hacerte justicia no sos el único que las cometió, las comete y las cometerá.
IV
Por último, esto viene a cuento de nada, simplemente hacerle un guiño a mi prima Pamela.
Mi primita Pamelita es lacaniana. De una secta que está en guerra abierta con la secta de los comisarios de la EOL.
Resulta que Pame tenía que hacer un trabajo sobre la historia de los grupos de estudio de psicoanálisis en Argentina. Como todo el mundo sabe el comisario cultural de la EOL, Germán García, es (era) parte importante de esa historia. Nobleza obliga, mi prima lo llamó para hablar del asunto, dejando de lado las posiciones antagónicas entre sectas. Pero Germán, en cuanto escuchó las palabritas “grupos de estudio”, truló. Truló como se trula en Trulala. Empezó a gritarle del otro lado del teléfono totalmente sacada –se sabe que la figura de la locura por excelencia para Lacan es una mina reloca-: ¡histérica, vos sos una histérica! A lo cual Pame le retrucó: sí, Germán, yo soy histérica, agradecé que lo sea, si no, sería psicótica y no podría estar hablando con vos.
El “chiste” termina acá. Ahora, para los que no entiendan por qué Germán trulalá, se los explico como yo lo entiendo en base a mis charlas sobre psicoanálisis que mantengo con mi prima mientras tomamos mate y fumamos como dos escuerzos al igual que Paty y Selma.
La teoría lacaniana en Argentina fue introducida y transmitida por la vía de los grupos de estudio en los ´70. Pero en los ´80 a Miller se le ocurrió poner un kiosquito –un Carrefour– en la Argentina, que se lo encargo a Diana Rabinovich, y ésta lo sacó cagando. Entonces el yerno Miller tuvo que buscar a otros, que de clínica nada pero de chamullo son geniales. Ahí entra Germán. Y lo que sucede hoy es que la EOL es una institución –como Carrefour– hiper jerárquica, cerrada y que por ejemplo para pertenecer a ella tenés que analizarte con sus empleados –no importa si hay transferencia o no con tu analista de la EOL, si querés pertenecer, pagás, te acostás en el diván y algún día…– … me perdí… bueno, nada y lo que sucede hoy con los grupos de estudio es que le quitan clientes a la EOL, por eso Germancito Trulalá no quiere ni “escuchar” hablar de ciertos temas.
Posdata
Para terminar, les dejo una pregunta, que es una remake de una vieja pregunta –la de quién fue primero, el huevo o el “faisán”-:
¿QUÉ FUE PRIMERO: EL LAVADO DE DINERO O LAS FUNDACIONES?
©Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)“(…)
-Es una lucha quizá muy exagerada, demasiado. Vengo de pasarme cuatro meses en Estados Unidos y, ¿te digo la verdad?, nadie habla de raiting como acá. Ophrah Winfrey es la mujer más importante de la televisión norteamericana, lejos, y hace mucho que no es primera en el raiting ¡y a nadie le importa nada! Allá nadie habla de eso. El raiting le importa al auspiciante nada más. Acá son los programas de espectáculos que hablan y hablan de eso y hacen toda una psicosis, y es contagiosa…
(…)
-Noo. A mí no me gusta decir eso, porque después te vuelve como un boomerang. ¿Viste las pelotudeces que se estuvieron diciendo y ahora muzza? Yo no hablo ni cuando tuve 40 ni cuando tuve 43, ni cuando bueno, nunca tuve poco. Pero cuando tuve 18 tampoco salí a decir nada. Es una grasada, eso no existe en ninguna parte del mundo. Las tres ultimas películas de Jennifer Lopez fueron tres fracasos y nadie dijo nada. Acá esta todo el mundo esperando que te caigas. Por ahí en otros países también pasa pero son como más… educados…
(…)
-Con los años te vas poniendo más grande y te volvés también más espiritual. Uno necesita más respuestas, al por qué de las cosas, el por qué estamos acá. Y si alguien te puede ayudar un poco, está muy bien. Yo creo en la reencarnación. Me hace bien creer. No podemos pasar tan rápido por este mundo y no volver. Es así. Yo creo…
(…)
Yo leo, simplemente. Y Weiss no es un guru, es un psiquiatra reconocido. El sostiene que cuando reencarnás es como si se te borrara todo del disco rígido de la computadora, nacés sin recuerdos, pero cuando tenés algún sueño especial, o cuando conoces algún lugar en el que no estuviste antes, son los vestigios de lo que te quedó en la computadora. Yo a veces tengo esas señales. Pero no es de ahora…
(…)
Uno le tiene miedo a la decadencia, a la enfermedad, al sufrimiento. Ver a mi madre morir de cáncer me marcó, porque la decadencia es brutal, esa enfermedad transforma a una persona increíble en una cosa tremenda. A eso le tengo miedo. Pero no soy original, porque todo el mundo le tiene miedo a eso…”
(2)Como hace más de 4 años que no voy al cine –salvo cuando mi prima Pamela me lleva al Unicenter a mirar bodrios y chicos– y no tengo cable, no puedo decir nada sobre los independientes jóvenes cineastas argentinos y de otras latitudes. A propósito, ¿alguien sabe por qué durante la apertura hubo una lluvia de papelitos que decían que Carri era una ladri que roba fondos públicos? Igual sospecho que deben ser muchos los que están entongados con el currito del joven cine argentino. Sólo quiero hacer notar que este cine aparece etiquetado con las siguientes palabritas: joven, nuevo, independiente; viejas palabrejas con las que los diversos itinerarios de la modernidad en el siglo XX han sabido tramar innumerables ficciones que siempre se las ingeniaron para terminar en catástrofe o banalidad.
(3)Cuando me enteré del premio le mande un mail a punkysaurio felicitándolo y comentándole que un amigo peroncho me había comentado de cierto texto que ahora no recuerdo –¡y mi amigo en su momento tampoco!–, donde Nun hacia apología del gorilismo, y él me respondió que está totalmente en desacuerdo con el Pepe y su proyecto cultural. Además me mandó un mail que le envió al Pepe y que como nunca se dignó a responderlo se permitía la libertad de dármelo para publicarlo:
“privada1@correocultura.gov.ar
Quiero informar al Secretario de Cultura que, un poco tarde, recibí sus saludos y felicitaciones enviados el 30 de diciembre de 2004 y transmitir mi agradecimiento a los jurados que eligieron mi obra. También deseo comunicarle mi gratitud a la funcionaria Beatriz Bartolomé, que con tanta paciencia atendió a los artistas largamente demorados y denigrados por sucesivas administraciones de la Secretaría. El señor secretario ha de saber que los aspirantes a este premio debieron esperar cuatro años el dictamen del jurado, y que, en interim, se llamaron y fallaron bajo el lema de “premio nacional” premios menores, y puestos en la escala de la administración frívola e irresponsable de Darío Lopérfido. Es de lamentar la constante devaluación monetaria y simbólica del Premio Nacional.
En cuanto a la primera, el que me ha correspondido en esta, mi única presentación, tiene la dotación más baja -en términos de valor de consumo- de la historia del Premio. Demás está decir que los premiados tendimos a interpretar la demora en la difusión pública del resultado de esta edición y de la ceremonia de entrega como indicio de un eventual y razonable ajuste de la suma. (En algún lugar de la Secretaría han de estar los antecedentes del premio José Hernandez, fallado por única vez durante la presidencia de Carlos Menem y que favoreció a un poeta chileno con una dotación veinte veces mayor que la que hoy se asigna al Premio Nacional).
En cuanto a la devaluación simbólica asistimos a un proceso semejante. Hoy se puede encontrar en internet que no menos de dos universidades públicas emiten honores con el nombre de “premio nacional”. Mientras, la institución del premio es cada vez más opaca al público y también a numerosos artistas que entre la desconfianza y el desaliento ni se dan por enterados de las convocatorias. A la fecha, se puede recorrer la www y no encontrar señales de los premios, sus bases y jurados y en la pagina de la Secretaría, se pueden recorrer oficinas, locales, divisiones y listas de Directores y encargados de despachos, sin encontrar a quién incumbe la administración de un Premio que debería ser un orgullo de las artes y las ciencias de la Nación. Y, por supuesto, sin encontrar datos sobre premiados, jurados, llamados ni bases para participantes. Más difícil es tomar noticia de la legislación que instituyó el premio, y de los decretos y resoluciones que fueron modificando el régimen.
Cumpliendo mi deber de manifestar mi preocupación saludo muy atentamente al señor Secretario, y hago votos porque como resultado de su gestión deje a la cultura nacional un régimen de premios transparente, digno y eficaz en sus procedimientos.
R. E. Fogwill”
(4)Che, Sergio Zeiger, explicale a tu jefe que lo del anagrama Lupus Anal Sexy Boy es un chiste. A ver si por esta estupidez el día que le vaya a pedir trabajo me lo niega y me frustra mi proyecto de ser la Sandra Russo del 2010. Pasando a otro orden de cosas, tu novela sobre putitos sidosos ochenteros cómo va, no sabes como me derrito en deseos de leerla.
(5)Una duda. ¿Quién pagó la venida de Canclini a la Argentina? ¿El estado Alemán? Como lo trajo el instituto Goethe quiero creer que lo trajeron con los impuestos de los alemanes y no de los argentinos – ya bastante se llevan los alemanes de la Argentina por ser parte del G7 y tener derecho de pernada sobre países pobres como el nuestro para encima obligarnos a tener que pagarle las vacaciones a Canclini en Baires.
(6)¿Qué pensaría el petiso Scalabrini sobre el estado y manejo de los trenes en la actualidad?
Responder esta pregunta es imposible, pero viendo a estos delincuentes que hoy tienen el control del sistema ferroviario una no puede menos que tener nostalgia por los chanchos ingleses. Prometo mas adelante dedicar una columna sólo hablando de mi experiencia como pasajera de toda la vida del ramal Retiro-Suárez de la línea Ex Mitre – ¡y también una no puede menos que sentir nostalgia de una clase dirigente como la “generación del 80” frente a una dirigencia como la actual!
(7)“…etimológicamente la parrhesia es el “decir todo”. La parrhesia dice todo. En rigor, no se trata tanto de “decir todo”. La cuestión fundamental en la parrhesia es lo que podríamos llamar (…) la franqueza, la libertad, la apertura, que hacen que digamos lo que tenemos que decir, como nos da la gana decirlo, cuando tenemos ganas de decirlo y en la forma como creemos necesario decirlo. El termino parrhesia está tan ligado a la elección, la decisión, la actitud del que habla, que los latinos, justamente, lo tradujeron por la palabra libertas. El decir todo de la parrhesia se vierte como libertas: la libertad de quien habla.”
Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto, ed. FCE, México, 2002, pag. 354.
(8)“El país nunca fue inocente. Los norteamericanos perdimos la virginidad en el barco que nos traía y desde entonces hemos mirado atrás sin lamentaciones. Pero no se puede atribuir nuestra pérdida de la virtud a ningún suceso o serie de circunstancias en concreto. No se puede perder lo que no se ha tenido nunca.
La nostalgia como técnica de mercado nos tiene enganchados a un pasado que no existió nunca. La hagiografía convierte en santos a políticos mediocres y corruptos y reinventa sus gestos más oportunistas para hacerlos pasar por acontecimientos de gran peso moral. Nuestra línea narrativa desde entonces se ha difuminado hasta perder cualquier asomo de veracidad y solo una descarada sinceridad puede rectificar esa línea y ajustarla de nuevo a la realidad.
La auténtica trinidad de Camelot era ésta: Dar Buena Imagen, Patear Culos y Echar Polvos. Jack Kennedy fue el testaferro mitológico de una página particularmente jugosa de nuestra historia. Tenía un acento elegante y llevaba un corte de pelo sin igual. Era Bill Clinton, salvo la penetrante mirada escrutadora de los medios de comunicación y unos cuantos michelines flácidos en la cintura.
Jack fue asesinado en el momento óptimo para asegurarse la santidad y en torno a su llama eterna siguen girando las mentiras. Ya es tiempo de desalojar su urna y de exponer a la luz unos cuantos hombres que contribuyeron a su ascenso y que facilitaron su caída.
Eran policías corruptos y artistas de la extorsión. Eran expertos en escuchas clandestinas y mercenarios y animadores de clubes para maricas. Si alguno de ellos se hubiera desviado del rumbo durante un solo segundo de su vida, la historia de Estados Unidos no existiría como la conocemos.
Es hora de desmitificar una epoca y de construir un nuevo mito desde el arroyo hasta las estrellas. Es hora de descubrir a los hombres malvados de entonces y de averiguar el precio que pagaron para definir su época entre bastidores, en secreto.
Va por ellos.”
James Ellroy, América, ediciones B, España, 1997.
(VII)
(elinterpretador, número 15, junio 2005)
La novela del señor Best Seller
¿El libro que busca no figura en la lista de los más vendidos de las últimas semanas? No es un clásico? Entonces, olvídelo: ya no pertenece a este mundo.
______________________________________________________________
Supongamos que a usted no le interesa comprar los libros que aparecen en la lista de best-sellers, ni los libros que consagraron los suplementos culturales durante los últimos meses. Supongamos que usted no está buscando la novela de alguna celebridad, ni un clásico como El Quijote, del que podría encontrar fácilmente veinte ediciones que lo han puesto de moda como si no fuera un libro difícil de leer hoy, enigmático y extraño a los gustos contemporáneos. Supongamos que usted no está buscando alguna novela policial extranjera que vendió poco y fue a parar a las mesas de saldos junto con novelas argentinas que sufrieron el mismo destino. Supongamos que el libro que usted busca no terminó, después de vendidos doscientos ejemplares, en una librería de lance. Supongamos, por ejemplo, que usted busca una novela de un buen autor argentino, que jamás fue best-seller ni forma con los consagrados. O un ensayo periodístico de hace seis años, que tampoco llegó a las listas de los más vendidos.
Si usted se encuentra en esa situación, tiene un problema. Lo que busca podría estar en algunas de las ferias de libros de Buenos Aires, en Caballito o en Pacífico. Quizá también en una feria de una ciudad grande del interior. Pero se necesita que alguien lo haya llevado allí para venderlo o cambiarlo por otro libro. En pocas palabras: una casualidad. Si usted busca un libro aparecido hace tres años, está en dificultades porque las librerías ya no conservan una pared con bibliotecas de libros que cumplieron lo que los editores llaman su ciclo, que se inicia con el servicio de novedades y, salvo que el libro tenga éxito, termina muy poco después.
El libro que usted busca está muerto. Y, a diferencia de muchas películas, que tienen una segunda vida sistemáticamente ordenada en los video-clubs, los libros que cumplieron dos, tres o cuatro años han desaparecido sin que ello signifique que se hayan agotado. Con paciencia, usted puede esperar que la editorial que lo publicó lo venda, casi al peso, a las librerías de lance. Pero no todas las editoriales hacen esa venta póstuma, y puede suceder que la novela buscada no exista ya para el mundo.
Los libros aparecen y se suceden a una velocidad que hace sospechar que llevan, como el yogur o la manteca, fecha de vencimiento en la tapa. Y esto no pasa sólo en Argentina, sino que la Argentina empezó a funcionar como funciona el mercado del libro en casi todo el mundo.
Algunas pequeñas librerías pueden ser una excepción, pero ellas son lugares de expertos y además, precisamente porque son pequeñas, no pueden guardar todas las novelas publicadas en la última década. A veces, cuando recomiendo un libro (digamos El aire de Sergio Chejfec, uno de los grandes narradores argentinos), tengo la seguridad de que me va a tocar prestarlo de modo indefectible.
Hace algunas semanas, un aviso a toda página de un premio literario subraya lo que cuento. La ilustración muestra a un hombre, presumiblemente aguardando a un viajero en el hall de un aeropuerto, que sostiene un cartelito con el nombre de la persona que ha ido a buscar. Allí se lee: Señor Best Seller. No hay que ser experto en publicidad para darse cuenta de que el concurso promete a su ganador un triunfo que lo hará entrar en las listas de los más vendidos. Parece un chiste pero, como muchos chistes, es más sincero que gracioso. Para que el concurso tenga éxito su ganador debe tenerlo; por lo tanto, el cartelito debe prescindir de un nombre más descriptivo como: “Señor Nuevo Escritor” o, simple y elegante, “Señor Escritor”. Best Seller es el único nombre que promete a un libro cierta presencia, por el tiempo de lo que dure en las listas de más vendidos y, a veces, mucho más (pero eso depende del libro, no de la venta únicamente). En el peor de los casos, el futuro Señor Best Seller tiene aseguradas algunas semanas de gloria en las librerías.
Por lo tanto, si tiene ganas de leer y no quiere volverse loco, vaya a lo seguro: deje de dar vueltas sin ton ni son, compre la última novela del Señor Best Seller.
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(VIII)
(elinterpretador, número 16, julio 2005)
“¿Vos sabías que los perros no se mueren de cáncer?”
(Mi mamá, en la cocina de casa, mientras tomamos mate.)
“Así es que se confesó plebeyo y homosexual, con lo que manifestó algo que los presentes ni sospechaban: que el humor existe, y que puede ser festivo, vitalmente agresivo, dispuesto a la replica. Pero los presentes nada respondieron porque se sintieron tocados en su ánima. Todos expurgan culpas blandas, de aquellas que se visten con ceremoniales y cinismos de buena fe. Todos fueron otra cosa que lo que son, y creen que son otra cosa que lo que muestran.”
(Tomás Abraham, Viñas de ira)
“Si no tenés maquillaje yo te presto los anteojos”
(Susana Giménez dirigiéndose a Claudia Villafañe que
estaba escondida detrás de un sillón)
“El único amigo de una mujer son sus propios ovarios”
(Una mujer charlando con borrachines y cartoneros
en el kiosco-boliche del paso a nivel de la estación Urquiza)
“Solo la risa de la loca/ cerca del basural más triste/ del barrio más triste/ de la ciudad más triste/ solamente la risa de la loca/ la recurrente e inexpugnable risa de la loca/ acompañaba el parto de las solitarias/ y la tristeza de las solitarias.”
(Fogwill, El efecto de realidad)
“A medida que fueron pasando los años se fue reduciendo en las chicas el tamaño y la calidad”
(Marcelo Polino, Quién es quién)
“Una sola cosa me maravilla más que la estupidez con que la mayoría de los hombres vive su vida: es la inteligencia que hay en esa estupidez.”
(Fernando Pessoa, Libro del desasosiego)
“Me perdí, me perdí…”
(Silvia Hopenhaym, Primeras luces)
“Che, che, che, para un poquito…”
(La Chica Súper Poderosa Sarakey)
“Señora, sepa que yo nunca tuve nada contra usted”
(Chiche dirigiéndose a Mirtha en la entrega de los Marín Fierro)
S/B
Sarlo Beatriz te nombro
Y al nombrarte acuden palabras de vos
Nombres, discusiones, chimentos
Tragedias, políticas, intelectuales
Lugares, posiciones, teorías
Silencios, operaciones, lecturas
Y sobre todo
Incógnitas
Preguntas
Que me hunden
en la abierta oscuridad de mis sentidos.
S/B S/B
Escribir sobre Beatriz es un problema. No para mi tía Marta o mi mamá que lo primero que hacen cuando tienen una Viva a mano es buscar el horóscopo para saber cuáles serán las coordenadas que les deparará su destino astral durante la semana. Tampoco para el 90% de la población. Pero sí para las personas que leen un diario o libro de vez en cuando, van al cine, están al tanto de las actividades del MAL-BA, tienen un currito en el Rojas… o para las Chicas de Letras, claro, oooobvvvio.
Como no tengo respuestas al problema Sarlo Beatriz, lo que haré es simplemente dar cuenta de ciertas incomodidades y ponerlas en relación con otras chicas de letras.
Aparte, quiero dejar constancia que no quiero pegarle a Beatriz, no porque goce de mi respeto como figura pública o intelectual, ni tampoco porque crea que, si le pego, ella no pueda defenderse, sino, simplemente, porque hoy es tan fácil pegarle, ningunearla, que hacerlo sería un acto gratuito, propio de linchadores profesionales del sentido común.
Empecemos con Beatriz y después sigamos con otras conchuditas de letras.
Como todo el mundo sabe –es decir un 10%– Sarlo desde hace un tiempo escribe una columna en Viva. Una columna innecesaria, estúpida, patética. Ya es un lugar común en los pasillos de la tabacalera de Puán 480 encontrarse con alguien y comentarle: “¿leíste la columna de Sarlo del domingo?”, o “la vieja piró mal, se volvió loca, ¿no?” y otras cosas de este orden.
Si bien no apruebo ni descarto estas observaciones, me parece que colocarla a Sarlo en el lugar de una persona senil o pirucha, es no hacerle justicia. Aparte descartar la producción de una persona que se dedica a pensar por el simple hecho de estar loca no me convence, porque si fuera así, qué tendríamos que hacer con Nietzche, ¿borrarlo del itinerario de las ideas de la modernidad, con lo cual se desmoronaría el edificio del pensamiento del siglo XX y el bagullo que resta del XXI?
Hay un par de coordenadas que me llaman la atención. Sarlo renunció a su cátedra Literatura Argentina II en la UBA y al poco tiempo apareció en la Viva escribiendo al lado de Valeria Maza, Jorge Bucay, Rosa Montero, Marcelo Birmajer –una caricatura horrible de Philip Roth– y una palomita de la cual me ocupare más abajo. Es decir, ahí, se puede verificar un movimiento que va de la UBA a Viva, de hacer algo que hacía de maravillas como era ser docente –¡es increíble que haya pelotudos que duden hoy de su capacidad de profesora!– a escribir giladas para el popolo de todos los sentidos comunes que consumen el Diario de la Argentina.
También una podría hacer esta relación: Sarlo en los 70 escribía en la revista Los libros, junto a plumas como la de Oscar del Barco, Héctor Schmucler o Josefina Ludmer, y hoy escribe en Viva junto a plumas como la de Valeria o Bucay que al lado de la de ella parecen Barthes y Foucault.
¿Qué le pasó a Sarlo? ¿Qué le pasa a Sarlo? ¿Estamos locos los argentinos?
Preguntas, preguntas, de las cuales no tengo respuesta.
Pero ya que no tenemos respuestas sigamos con las preguntas.
La gente de Punto de vista qué opinaran de su columna. Martincito K, David Oubiña, Adrián Görelyk y el resto del elenco estable de la revista – del que quedó, del que no se tuvo que ir silbando bajito por la puerta de servicio– que ahora se me borró de la cabeza, o el amor imposible de todas Lupus Anal Sexy Boy o Guillermo Saavedra, esa Victoria Ocampo plebeya a sueldo de españoles, ¿no le dicen: Beatriz, de-ja-te de joder, dejate de escribir estupideces en la Viva que te estás quemando mal?
Bueno, ya que tus compañeros de ruta no te lo dicen, te lo digo yo, parala loca con ese gilada, mira que la estupidez es un camino de ida sin boleto de retorno.
Tengo frente a mí Imágenes de la vida postmoderna, un libro mediocre, pero a diferencia de las columnas de Viva –que también tengo frente a mí en la mesa de la cocina– en ese libro una puede ver una inteligencia puesta en escena para repetir categorías de otros, pero al menos hay una inteligencia operando. En cambio en las columnas lo que una puede verificar con asombro siempre renovado es la carencia total de vida inteligente.
Ahora, hay algo mas, el domingo 19 de junio, Sarlo no sólo publica su habitual columna, sino que, además, escribe un buen texto sobre Saer en el suplemento Cultura de La Nación. No me parece un dato menor, al publico de Viva le escribe giladas, al de La Nación le tira un par de ideas. Cómo es la cosa, según el público es lo que se escribe, a un público exigente se le escribe desde el saber, y a un público semianalfabeto se le escribe estupideces. ¿Y la crítica? ¿Y Bourdieu? ¿Y Barthes? ¿Y Sartre? ¿Y Martínes Estrada? ¿Y Borges? ¿Y Chasman y Chirolita… y la puta madre que los remilparió!
No entiendo. ¿Acaso Sarlo quiere repetir el gesto de Arlt? Pero Sarlo no es Arlt, ni la Viva es el diario La Opinión, ni sus columnas son aguafuertes, ni la Argentina de los años 20 y 30 es la de hoy.
A ver, a ver… ¿y si estuviera leyendo mal y si lo de Sarlo en Viva fuera un chiste de largo aliento, una humorada macedoniana, pura ironía de su figura de ensayista y de intelectual y a partir de ahí estaría haciendo una suerte de fábula cuya moraleja estaría dirigida al raquitismo del pensamiento argentino actual?
En todo lo que escribo acá, lo sé, dejo de lado las posiciones políticas de Sarlo, dentro y fuera de la facu… o ¿no?, no, creo que no. Bueno, qué sé yo, que cada uno lea lo que quiera.
S/B S/B S/B
Ahora vamos a hablar de otro notable cráneo de la fábrica de tabaco Commanders, Croce Marcela.
Croce al igual que Sarlo es una mujer inteligente, culta, que tiene una biblioteca en la cabeza, que no tiene neuronas sino estanterías atiborradas de libros. Y desde una posición radicalmente opuesta a la de Sarlo llega a tocarse con ésta, es decir, a poner todo su saber a girar como trompo sin manija.
Lo que estropea todo lo que dice o escribe a Croce es su falta de ironía, su rabia insoportable, y la falta de parquedad –cosa que Sarlo nunca ha perdido y que más de una vez la ha perdido-. El problema de Croce es que lee todo desde la ideología y si no le cierra, fuerza las cosas para que le cierren.
Un ejemplo. Ella lee en La autopista del sur la tibia ideología de la clase media argentina. Razona así: primero Cortázar plantea en su cuento una suerte de revolución, de utópico socialismo pero al promediar el cuento, como es un niño de la clase media atravesado por la alta cultura siente horror de este fenómeno, entonces resuelve el cuento disolviendo todo para reestablecer el orden establecido.
Bueno, Croce, tu lectura de La autopista del sur está mal. El cuento es perfecto y el final que tiene es el único posible.
Es curioso cómo una mujer que está al lado de los dos hombres a los que se podría señalar como toda la teoría literaria argentina del siglo XX, Nicolás Rosa y David Viñas, lee tan mal. Quizás ese sea el problema. Que su cercanía con ellos, a ella, le jugo en contra, opacó su brillo, que lo tiene, claro.
No hay más que ojear su último libro para darse cuenta que Croce es inteligente y que esa inteligencia la malogra en cada palabra, en cada nota al pie, en cada capítulo de David Viñas – Crítica de la razón polémica.
Una duda. No entiendo la tapa del libro. Para los que no lo han visto se las describo: debajo del título hay una foto, en la cual se puede ver un grupo de policías o soldados con palos o armas largas, en una redacción, donde también hay un hombre sentado frente a varias máquinas de escribir. Policías, máquinas de escribir, un hombre sentado… ¿y qué tiene esto que ver con Viñas? ¿Será una metáfora, donde la máquina de escribir sería Viñas –el intelectual heterodoxo entre Contorno y Dios- y la cana presta a reprimir el imperialismo operando sobre la voz del disidente?
Igual creo que lo que la pierde a Croce es que quiere ser Viñas y lo logra. El problema es que el estilo de Viñas es único, con lo cual si una copia a Viñas no se vuelve otra Viñas sino un chiste mal contado.
Aparte ella tira tiros para todos lados dentro de la UBA y entre ellos muchos a Sarlo y a todo su entorno, lo cual no me parece mal, pero, y del boliche que puso Carlos Heller en la calle Corrientes ¿no tiene nada que decir?
S/B S/B S/B S/B
Llego la hora de hablar de una palomita de letras, de Fabrykant Paloma. Desde que leí la primera nota de Paloma hubo algo que no me cerraba. No entendía cómo una piba de 22 años podía escribir pelotudeces como El calvario de las vacaciones, La tiranía de los calendarios o Adictos al confort, y lo que me parecía más asombroso era que Viva le pagara por eso. Porque después de todo Bucay o Sarlo son Bucay y Sarlo, pero esta piba quién era. Para colmo al final de cada nota se puede leer los años que tiene, que estudia letras y que escribió un libro, sí, sí, sí, escribió un libro palomita intitulado Cómo ser madre de una hija adolescente.
Todo esto me lo aclaró un amiguito al comentarle que no entendía cómo una piba de “nuestra” edad no sólo escribía boludeces sino que además le pagaban –porque no seamos inocentes si bien Viva es una mierda no cualquiera puede llegar ahí.
Bueno, el chiste es el siguiente, palomita es hija de Ana María Shua, por eso escribe ahí. Para los que no la tienen a la Shua, es una escritora argentina que si no hubiera escrito nada hubiera dado lo mismo, claro que Chitarroni no debe opinar lo mismo – Chita para los que no lo tienen es editor de narrativa en Sudamericana y según Silvia Hopenhayn es un estilista notable, ¡si Hopenhayn lo dice, por algo será!
En fin, acá tenemos a otra chica de letras sin rumbo.
Lo más notable de su columna son las fotos que aparecen de ella. Cada seis meses, la foto de la columna que aparece acompañando el título y el copete de la columna cambia. Pero no es que sólo cambia la foto sino ella. Tengo frente a mí tres columnas y en las tres hay tres chicas diferentes con cierto aire de familia. Esta chica se ve que es como Robert de Niro, puede aparecer en una película pelado y gordo y en otra flaco y melenudo, así de versátil es Paloma para las fotos.
Quiero hacer una reflexión final que te sirva, Paloma. Dejate de joder escribiendo estupideces en Viva y escribiendo libros para oligofrénicas cuarentonas fracasadas y mandá al carajo a los contactos de tu vieja. Lo único que lograste hasta ahora es estar en el horno como Sarlo. Lo que se te escapa es que Sarlo a tu edad estaba traduciendo El idiota de la familia de Sartre y escribía en Los libros y después viene Punto de vista y ser una profesora excelente. Si seguís por ese camino vas a terminar en Utilísima Satelital. Ponete las pilas, mandá a todos a la puta que los parió – tenés veintipico, guita, qué más querés- y hacé algo que valga la pena o callate y dedicate a reventarle la guita a tu vieja.
S/B S/B S/B S/B
Habría que ver, acá, qué pasa con Las Chicas de Letras que están en la academia norteamericana. Porque es fácil también pegarle a Sarlo o Croce o Paloma que están acá y una puede seguir sin dificultades todos sus movimientos. ¿Pero Josefina Ludmer o Silvia Molloy? ¿Qué onda?
No lo sé, pero me parece que tenía que nombrarlas a ellas también en relación a Sarlo y plantear la incógnita que me producen estas Chicas de Letras que desde el norte producen libros y ganan buena guita por enseñar allá lo que aprendieron acá, y claro, sin estar en las trincheras infernales del día a día de la realidad argentina –¿había un libro de Frondizi que se llamaba así, no? Aclaro que no me parece mal que enseñen allá, en principio, pero tampoco me parece que eso no sea parte de algo que a mí se me escapa.
S/B S/B S/B S/B S/B S/B
Como se puede apreciar Las Chicas de Letras somos inteligentes y algunas incluso robamos suspiros de peatones. Eso no está en discusión. Lo que sí está en discusión es qué hacemos nosotras con esa inteligencia.
Para terminar quiero ponerme a mí en relación a la constelación de conchuditas de letras que armé.
Yo, a diferencia de todas las que aparecen acá, no laburo en el Estado, ni tengo una mamá con guita y contactos, ni trabajo en una fundación, ni en ningún órgano privado de cultura, ni tengo la beca Guggenheim, ni nada. Laburo en un laburito de mierda en donde gano monedas, no tengo recursos para investigar, ni tiempo para elaborar mis textos con más tiempo que el que le robo a mis escasas horas de ocio. Lo que escribo sale así, se me ocurre algo, lo pienso en el laburito de mierda o viajando en bondis y trenes –ocupo tres horas de mi vida todos lo días en viajar de casa al trabajo y del trabajo a casa– y cuando encuentro un hueco el fin de semana, me siento, y lo que sale, sale.
Lo bueno de no tener que depender de subsidios, ni becas, ni aparatos culturales privados o estatales, es que una dice lo que se le canta sin tener que calcular si a mi empleador lo que diga le puede o no gustar, es decir, afectar a sus intereses, es decir, a su guita. Lo malo es que una no tiene guita, lo cual limita a casi nada el tiempo que se puede permitir para decir algo y pulirlo y lustrarlo y dejarlo hermoso como los futuros que una soñaba cuando era pendejita y creía que el mundo era un lugar lleno de colores.
En fin, Las Chicas de Letras, seamos pobres, ricachonas o de buen pasar, académicas, lúmpenes o chantas, inteligentes o retardadas, corruptas o intelectuales comprometidas, todas, todas, estamos ahí, justo ahí, elaborando discursos que no aciertan a encontrar al objeto que nombran, al deseo que las inquieta, al vacío que las reclama.
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(IX)
(elinterpretador, número 17, agosto 2005)
“…la guerra interna y la crisis económica se lo comieron todo.”
Javier Garvich Rebatta, un amigo de Lima.
“La técnica lo supero al hombre y el hombre se olvido de abrazar.”
Juan Carlos Cope, entrevistado por D. T., en AM 1110.
“Me parece muy cruel el sistema.”
Marcela Tauro, en Quién es quién, Radio 10.
Restos diurnos, restos fósiles, restos de lecturas: de propagandas, de diarios y revistas, de teóricos desgravados, de poesías, de ensayos, de textos que escribí en un pasado improbable.
Lo que sigue a continuación son restos, textos, una constelación de relatos que se fueron acumulando y los “ordené” en un único texto, o en un gran resto hecho de restos.
No cito qué es de cada quién porque todo lo que sigue a continuación lo escribo “yo”. Yo, tan improbable y real, como el Gitanes que fumo mientras escribo o los autores “originales” de lo que “copio”. “Yo” soy la “autora” de cada uno de estos restos.
Podría señalar esto es de fulano y esto de mengano, pero ahí están los restos que todavía retengo de “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Borges, recordándome que no hay dos textos iguales, o que cada “autor” crea sus textos a partir de un “original” perdido, repetido y recreado en cada golpe de dados.
No sé muy bien qué es lo que sigue a continuación. Y sospecho que es algo tedioso de leer y que el lector improbable de estos restos abandonará la lectura a poco de empezar. También es cierto que me niego a explicar o sacar conclusiones de lo que sigue, preferí guiarme a ciegas, por instinto, y poner todos estos restos en bruto y que cada cual lea si tiene ganas lo que tenga ganas de leer o que no lea más que los desvaríos de una Chica de Letras. Da lo mismo. En realidad me guié para ordenar estos restos en bruto a partir de una línea de Leonard Cohen, que leí hace años en la tapa de una revista o fanzine de los ´90, creo que se llamaba “Agua sucia” o “Agua negra” o algo así, y que decía: he visto el futuro, hermano, es un crimen. Lo que sigue a continuación, imagino que debe ser tedioso, incluso un error, pero como sé que suelen ser más ricos los errores que los aciertos preferí insistir en la molestia de escribir un texto erróneo, también podría ser leído – ¿por qué no? – como un co-puc burroughsniano – escribí muchos co-puc, siempre fallidos, en una época: compraba un par de mogras, vino y tres atados de cigarrillos y me colgaba toda una noche recortando párrafos, líneas, palabras de mi biblioteca y de revistas y diarios, y llegaba a la mañana frustrada, con la sensación de haber rozado el secreto del texto perfecto, y que se había desvanecido en el aire, como la droga en el plato que peine con devoción y el misterio de la noche estropeada por la luz de un mañana llena de pajaritos en el fondo de casa y otros ruidos siniestros – o como un zapping frente a la pantalla de la tele una madrugada insomne, o quizás, esto lo creo más probable, una pesadilla hecha de restos diurnos, cotidianos, casi sin sentido. También se podría leer como un vomito.
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Te extraño…
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ASEGURAN QUE NO HAY CRISIS ECONÓMICA A LA VISTA.
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Hay muchos lugares donde lucir nuestra bandera: una ventana, un balcón, flameando en un mástil o en la antena de un auto. En ARCOR creemos que el mejor lugar es bien cerca de tu corazón.
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SIGUEN LOS CORTES DE GAS Y PIDEN QUE SE DECLARE LA EMERGENCIA.
Son empresas con servicios interrumpibles. También hay tope a las estaciones de GNC.
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Pero tanto defensa como ataque exigen esfuerzos extraordinarios, y es sin duda en eso donde se dibuja aún más claramente la limitación que pesa sobre el conjunto del planeta. Lo mismo que toda la vida lleva en sí el germen de su muerte, ese nuevo fenómeno que son las grandes masas implica una especie de democratización de la muerte. La era del disparo bien apuntado ya ha pasado. El jefe de escuadrilla que, desde las alturas en la noche, da la orden de bombardear, no distingue entre combatientes y civiles, del mismo modo que las nubes de gas se propagan sobre todo lo que vive con la indiferencia de un fenómeno meteorológico. El que tales amenazas sean posibles supone una movilización que no es ni parcial ni general, sino total, y abarca hasta al niño en la cuna; porque esta amenazado, como todo el mundo, y más aún. Podríamos extendernos más, pero basta considerar la suerte reservada a nuestra vida cotidiana, la disciplina férrea a que está sometida, esos distritos urbanos ahogados bajo el humo, la física y la metafísica de su comercio, los motores, los aviones, las metrópolis en las que se amontonan millones de seres; se adivinará entonces, con un sentimiento de escalofrío mezclado de envidia, que no hay allí ya ningún átomo ajeno al trabajo y que nosotros mismos estamos, al nivel más profundo, abocados a ese proceso frenético. La movilización total se realizará a sí misma, porque es, en tiempos de paz como de guerra, la expresión de una exigencia secreta y forzosa a la que nos somete esta era de masas y de máquinas. Cada existencia individual se convierte en una existencia de Trabajador, sin que pueda existir el menor equívoco por mucho tiempo; a la guerra de los caballeros, a la de los soberanos, la sucede la guerra de los trabajadores – y el primer gran enfrentamiento del siglo XX nos a dado ya un esbozo de lo que será su estructura racional y su carácter escalofriante.
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“Podemos crecer hasta el 2010, llegar al Bicentenario con la serie histórica de crecimiento más larga de la Argentina”, se entusiasmó ayer…
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Te extraño, mucho, mucho. Y esta sensación de tristeza que me atraviesa el cuerpo, que te extraña y me extraña: qué quiere decir. No tengo una palabra que delimite, le dé un orden coherente, un marco que me explique esta sensación que me habita y te extraña y me habla de vos con palabras que conozco y no comprendo en su sentido más abierto, pleno, oscuro. Son palabras que me llevan al centro de un laberinto donde escucho el eco de imágenes, momentos, tantas cosas, que me plantean un enigma y me obliga a buscar respuestas por los corredores de tu ausencia.
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BANCO GALICIA te da un motivo más para que esperes ansioso el fin de semana.
10 % de descuento.
Tan simple como leíste. Cargás en Shell, pagás con tus tarjetas de Banco Galicia, recibís un 10% de descuento en lo que comprás y también en recupero del IVA. Porque los fines de semana están hechos para que hagas lo que no podés hacer en la semana… aprovechalo!
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CON PLAZOS MÁS LARGOS, CRECEN FUERTE LOS CRÉDITOS HIPOTECARIOS
En el primer cuatrimestre aumentaron 120% con respecto de 2004.
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CHEVROLET VE BIEN LA ECONOMÍA
#
EL EURO VOLVIÓ A CEDER TERRENO FRENTE AL DOLÁR
#…la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas de la
[fábrica
tengo fiebre y escribo.
Escribo haciendo rechinar los dientes, fiera ante la belleza
[de esto,
ante la belleza que desconocían totalmente los
[antiguos.
¡Oh ruedas, oh engranajes, r-r-r-r-r-r eterno!
¡Fuerte espasmo retenido de la maquinaria enfurecida!
¡Enfurecida dentro y fuera de mí,
a través de todos mis nervios disecados,
a través de todas las papilas de aquello con lo que siento!
Tengo los labios secos, oh grandes ruidos modernos,
de oírlos de demasiado cerca
y me arde la cabeza de quererlos cantar con un exceso
de expresión de todas mis sensaciones,
¡con un exceso contemporáneo de ustedes, máquinas!
Mirando febril los motores como a una Naturaleza
[tropical-
grandes trópicos humanos de hierro y fuego y fuerza-
canto, y canto el presente, y tambien el pasado y el futuro,
porque el presente es todo el pasado y todo el futuro
y hay Platón y Virgilio dentro de las máquinas y las luces
[eléctricas
sólo porque antaño hubo Virgilio y Platón y fueron
[humanos,
y pedazos del Alejandro Magno de acaso el Siglo cincuenta,
átomos que irán a dar fiebre al cerebro del Esquilo del siglo
[cien,
andan por estas cintas transportadoras y estos émbolos y
[estos volantes
rugiendo, chirriando, susurrando, atronando, mordiendo
haciéndome un exceso de caricias en el cuerpo con una sola
[caricia en el alma.
#
EL PAGO DE INTERESES POR LA SALIDA DEL DEFAULT RECORTÓ EL SUPERÁVIT FISCAL.
Los números indican que subió mucho el gasto público por los cupones que se pagaron a los bonistas que entraron al canje. El ahorro en mayo fue de $ 3.307 millones, 25% menos que en mayo de 2004.
#
COCINERO
100% PURO DE SOJA
Naturalmente con Omega 3 y 6 que ayudan a reducir el colesterol.
#
PARA ENTENDER EL ABC DE LA TECNOLOGÍA.
Cómo usar los programas y sus secretos. Desde lo básico hasta lo más avanzado. Guía de compras. Nuevos productos, y nuevas tecnologías para saber qué se viene. Juegos, consejos y todo lo que necesitás conocer, todos los miércoles con…
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Si a ese tipo que está formándose en nuestros días hubiéramos de caracterizarlo con una sola palabra podríamos decir que uno de sus atributos llamativos consiste en poseer una “segunda” conciencia. Esa segunda conciencia, más fría, esta apuntando en la capacidad, cada vez más nítidamente desarrollada, de vernos como un objeto. No a de confundirse esa capacidad con el reflejo especular de nosotros mismos que nos proporcionaba la psicología de viejo estilo. La diferencia entre la psicología y la segunda conciencia estriba en que la primera elige como objeto de su consideración al hombre sentimental, mientras que la segunda se dirige a un hombre situado fuera de la zona del dolor. También en esto hay, de todos modos, transiciones; así es cómo es preciso ver que también la psicología posee, igual que todos los procesos de descomposición, un lado de orden. Ese lado destaca con especial nitidez en aquellas ramas en las que su desarrollo ha llevado a la psicología a transformarse en un puro método de medición.
Mucho más instructivo que eso resultan, sin embargo, los símbolos que la segunda conciencia intenta extraer de sí misma. Nosotros no sólo trabajamos, como no lo hizo ninguna otra vida anterior a la nuestra, con órganos artificiales, sino que además estamos dedicándonos a construir ámbitos extraños en los que el empleo de órganos artificiales de los sentidos crea un alto grado de coincidencia típica. Tal hecho se halla estrechamente ligado a la objetivación de nuestra imagen del mundo y, por lo tanto, a nuestra relación con el dolor.
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HAY UN PICO DE PRESIÓN POR EL DÓLAR Y SUBE RÁPIDO
Y FUERTE LA TASA DE INTERÉS
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LA RECAUDACIÓN IMPOSITIVA SUPERÓ LOS PRONOSTICOS Y FUE RECORD PARA JUNIO
La AFIP informó que embolsó 11.054 millones, un 10% más de lo esperado.
Dicen que se llegará sin problemas a la meta presupuestada de $107.000 millones.
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¡Ah, poder expresarme todo como se expresa un motor!
¡Ser completo como una máquina!
¡Ir por la vida triunfante como un automóvil último
[modelo!
¡Poder dejarme penetrar al menos físicamente por todo
[todo esto,
desgarrarme todo, abrirme completamente, volverme
[poroso
a todos los perfumes de aceites y calores de carbón
de esa flora estupenda, negra, artificial e insaciable!
¡Fraternidad con todas las dinámicas!
Promiscua furia de ser parte-agente
del rodar férreo y cosmopolita
de los esforzados trenes,
del laboriosos transporte de carga de los navíos,
del giro lúbrico y lento de las grúas,
del tumulto disciplinado de las fábricas
y del casi-silencio susurrante y monótono de las cintas
[transportadoras!
¡Horas europeas, productivas, atrapadas
entre maquinarias y quehaceres útiles!
Grandes ciudades detenidas en los cafés,
en los cafés – oasis de inutilidad ruidosa
donde se cristalizan y se precipitan
los rumores y los gestos de lo Útil
y las ruedas, y las ruedas dentadas y las chumaceras de lo
[Progresivo!
¡Nueva Minerva sin alma de los muelles y las estaciones!
¡Nuevos entusiasmos de la estatura del Momento!
Quillas de chapas de hierro sonriendo apoyadas en los
[diques,
o en vilo, alzadas, en los planos inclinados de los puertos!
¡Actividad internacional, transatlántica, Canadian Pacific!
Luces y febriles pérdidas de tiempo en los bares, los
[hoteles,
en los Longchamps y los Derbies y los Ascots,
y Piccadillies y Avenues de l´Opera
que me entran en el alma!
¡He-hi las calles, he-hi las plazas, he-hí-ho la foule!
¡Todo lo que pasa, todo lo que para en los escaparates!
¡Comerciantes; vagos, escrocs exageradamente bien vestidos;
miembros evidentes de clubes aristocráticos;
escuálidas figuras dudosas; jefes de familia vagamente
[felices
y paternales hasta en la cadena de oro que les cruza el
[chaleco de bolsillo a bolsillo!
Todo lo que pasa, todo lo que pasa y no pasa nunca!
Presencia demasiado acentuada de las cocottes;
banalidad interesante (¿y quién sabe qué hay por dentro?)
de las burguesitas, madre e hija generalmente,
que andan por la calle con un fin cualquiera,
la gracia femenina y falsa de los pederastas que pasan,
[lentos;
¡y toda la gente sencillamente elegante que pasea y se
[muestra
y en definitiva tiene un alma dentro!
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COMPRA RECORD DEL CENTRAL: US$ 160,5 MILLONES
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El principal producto de exportación argentino.
LA SOJA YA ESCALÓ 15,6 % POR LA SEQUÍA EN LOS ESTADOS UNIDOS.
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Te extraño, me digo y lo escribo y lo reescribo, una y mil veces hasta el hartazgo. Como si esas dos palabras fueran un relato que encerrara en su trama una historia fabulosa, pero que al no encontrar la forma correcta de contarla, la forma sin gracia cancelara la esencia del relato al narrarlo. Por eso, escribo y reescribo: te extraño. Para develar el misterio del universo que estas dos palabras plantean, me insinúan, y a la vez velan con la simple, elocuente, explícita claridad que lo dice todo y no me deja nada.
Esta lucidez de nada sobre todo, que se abre y cierra sobre el ser de la tensión de lo que es al darse y sustraerse al mundo a cada instante, donde todo lo que es se resuelve y pierde dejando restos que se ofrecen a cada presente a reinterpretar lo que fue en lo que se es sin resolver.
Te extraño. Estas dos palabras surgidas de las entrañas de mi ser se abren a la tensión de un sentido que se cierra sobre sí mismo, dejándome sólo la sombra de un significado que me atormenta.
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Una de las ideas centrales que hemos propuesto en la materia propone que a una determinada teoría de la técnica corresponde una cierta teoría del lenguaje (es decir, ideas sobre las prácticas lingüísticas que apuntalan un cierto modo de organización social y de comprensión del mundo), que a su vez determinan cómo habitamos el mundo. Estas prácticas operan al interior de un mundo dominado por la metafísica productivista de Occidente. En este mundo un frenesí tecnológico moldea continuamente nuestra existencia bajo la figura del trabajo y del trabajador. Ni la teoría marxista de índole economicista ni la teoría liberal del “libre-mercado” son, para Martin Heidegger un camino de acceso a esta metafísica superficial de una actividad en la que dominan fuerzas mucho más poderosas que transforman al mundo y en la que el trabajo industrial moderno opera a modo de ariete. Se trata de una voluntad de poder. De allí que Heidegger no piense en términos de “buen uso” o “mal uso” de la tecnología, de un uso “capitalista” o de un uso “socialista” o “nacional” de la técnica, sino que le interese analizar el modo en que habitamos el mundo y el modo en que confrontamos con la naturaleza. Para eso es necesario proceder a una topología del ser en la actualidad. La historia del ser sería la historia de su tekhné, la historia del modo en que abrimos el mundo. Las máquinas no sería otra cosa que órganos de poder que dan forma a la existencia, y no, como suele creerse, hierro forjado. Palanca, botón, proceso laboral, control remoto, moldean el sentido del tacto, entre otros sentidos. Los seres humanos, en este mundo, son sellados, estampados, todos los días, cotidianamente, por la figura del trabajo y del trabajador. No importa la situación laboral-existencial de cada persona (intelectual, industrial, rentista, desempleado, etc.), el sello cae pesadamente sobre cada cual. Conviene dejar en claro, desde ya, que los seres humanos son “sellados”, también cotidianamente, por otros sellos (el sello del amante, del juego, de la fiesta, del sacrificio, etc.). Cada era despliega un terreno ontológico que devela una verdad de un modo peculiar. Ese terreno ontológico está condicionado por un engranaje o “estructura de emplazamiento” que obliga a los seres humanos a existir de determinada manera. Una de esas maneras supone forzar a la naturaleza, a los propios seres humanos, a sus cuerpos e incluso al lenguaje usado a exponerse como “reserva”. Una consecuencia es que el lenguaje es instrumentalizado para ser transformado en un arma para la dominación del mundo por una la metafísica productivista. Esta enorme voluntad de poder transforma al mundo en una enorme “planta procesadora” y un campo de maniobras cuyos mayores objetivos son magnificar esa misma voluntad de poder, como si una voluntad pudiera “voluntarearse” a sí misma. El hecho de que todo el sistema técnico esté constituido de acuerdo a este engranaje hace que el develamiento tecnológico de los seres humanos como materia prima emplace a la humanidad a construir un mundo coherente con ese develar, y ello incluye la voluntad de administrar el lenguaje humano. Por eso mismo, cuando nos preocupamos por la “explotación” y la “dominación” de la naturaleza a causa de la tecnología industrial es bueno saber que también nos estamos preocupando por la explotación y la organización administrada de nuestros propios deseos, sentimientos, anhelos, esperanzas, estados de ánimo y por la imaginación humana en general.
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Te extraño. Solo dos palabras, estallando todo posible significado en las profundidades del abismo de la nada que me respira, dejándome entrever a través de mi ceguera, la levedad de una ausencia que me aplasta con su peso muerto.
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LOGRARON FRENAR UN PARO NACIONAL DE LOS FERROVIARIOS.
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REGALÍAS POR LA SEMILLA DE SOJA TRASGÉNICA.
En el cuartel general de Monsanto Argentina se respiran aires de “mea culpa”. Un año atrás, la mayor proveedora de insumos para el agro ingresó en una espiral de enfrentamiento con el Gobierno, al que le reclama un sistema que permita el cobro de royalties por la tecnología en semillas. La empresa estadounidense amenazó con acudir a los juzgados europeos para hacer valer sus derechos. Y lo hizo. Pero ayer aclaró que no quiere que la sangre llegue al río.
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Mayor certidumbre para las inversiones.
TRAS EL CIERRE DEL CANJE DE LA DEUDA, LAS EMPRESAS VALEN MÁS.
Se detecta que hay más capital dispuesto a asumir riesgo empresario.
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Internet permite un acceso generalizado a la información, lo cual trae un conjunto de efectos positivos que incluyen la eliminación de las distancias geográficas y la democratización del acceso a obras de diverso tipo. Pero a la vez que hace esto, la red informática está alterando el normal reconocimiento de los derechos de autoría.
Los ámbitos donde con mayor intensidad se advierte esta tensión son el de la música y el de las películas, ya que desde hace más de un lustro existen tecnologías informáticas que permiten el intercambio y la copia de obras digitales. Es más, esta posibilidad fue motorizando innovaciones técnicas que rápidamente se difundieron.
La contrapartida a esta dinámica está dada por la pérdida que padecen los autores, quienes quedan privados de sus derechos. Esto está afectando la producción de obras artísticas, ya que las ventas de copias ilegales están superando a las legales en muchos países, entre ellos en nuestro, con todas las secuelas que esto tiene, incluidas las laborales e impositivas.
Ante esto, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictó una sentencia que tendrá enormes consecuencias sobre el mundo de Internet. Por ella se responsabiliza a las empresas que facilitan el compartir archivos a través de la Red, ya que ese comportamiento impulsa la trasgresión de los derechos de autor. Así, no sólo los quienes realizan las copias, sino también las empresas de programas y de aparatos quedan responsabilizadas por la piratería.
El fallo, entonces, intenta controlar jurídicamente una tendencia tecnológica y social que parece tener una lógica propia.
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(¡Ah, como desearía ser el souteneur de todo esto!)
¡La maravillosa belleza de la corrupción política,
deliciosos escándalos financieros y diplomáticos,
ataques políticos en las calles,
y de vez en cuando el cometa de un regicidio
que ilumina de Prodigio y de Fanfarria los cielos
habituales y brillantes de la Civilización cotidiana!
¡Noticias desmentidas de los periódicos,
artículos políticos insinceramente sinceros,
noticias passez á-la-caisse, grandes crímenes –
y de éstos, dos columnas pasando a la página dos!
¡Oh fresco olor a tinta tipográfica!
¡Los húmedos carteles recién pegados!
¡Vients-de-paraitre amarillos con una cinta blanca!
¡Cómo los amo a todos, a todos, a todos,
cómo los amo de todas las maneras,
con los ojos y con los oídos y con el olfato
y con el tacto (¡ lo que representa para mí palparlos!)
y con la inteligencia como una antena que hacen vibrar!
¡ah, cómo los celan todos mis sentidos!
¡Abonos, trilladoras a vapor, avances de la agricultura!
¡Química agrícola, y el comercio casi una ciencia!
¡Oh muestrarios de los viajantes,
los viajantes, caballeros andantes de la Industria,
prolongaciones humanas de las fábricas y los serenos
[despachos!
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Ante todo, es 1953. Es la época en la que la imaginación mundial está dominada por el acontecimiento arrasador de la ciudad de Hiroshima y porque por primera vez en la historia de la humanidad el planeta puede ser destruido por la voluntad humana. La era atómica generó miedos, conflictos políticos, determinó la lógica de las relaciones internacionales y en fin dio a la imaginación técnica una orientación decisiva que sólo la aparición y expansión de Internet y las promesas fantasiosas de la biotecnología han conseguido reorientar durante la última década. Es también la época del triunfo de lo que en los años ´50 comenzaba a ser llamado el “american way of life”, que antes de la Segunda Guerra Mundial era conocido como “americanismo”, modo de ser contrario a las tradiciones europeas. Desde entonces, ese estilo de vida, al cual hoy se llama “globalizado” es triunfante en todo el planeta. La superioridad técnica y cultural norteamericana ya no se podrían en discusión. Obviamente la expansión del medio ambiente artificializado no hizo más que acuciar a Martin Heidegger a pensar que el modo en que los humanos confrontan con la naturaleza estaba cambiando aceleradamente. Ya no era la “develación”, el sacar a “luz” para que algo se expusiera, el modo dominante de encarar nuestra relación con las cosas y el mundo; sino la “provocación”, un modo de apoderamiento técnico de las cosas, lo más habitual. Nunca hay que olvidar que la técnica (tekhné) es, para Heidegger, un modo de desocultamiento – es decir, nada tecnológico en sí mismo -. A esto habían contribuido las transformaciones en las experiencias de tiempo y espacio a causa de los sistemas de carreteras, la radio y los vuelos aéreos. Pero más importante, era el crecimiento exasperado en la explotación de la naturaleza lo que hacía a Heidegger preguntarse por la técnica. Pues el industrialismo operaba por rastreo de la materia energética acumulada en la naturaleza (y sólo podía concebir a las obras humanas en términos de energía). En este proceso la dinámica capitalista destruía todo aquello que había sido intangible (“sagrado”), a veces por milenios. Y debe hacerlo pues su dinámica le exige volver disponible a todo bien y metamorfosearlo en “recurso”. Incluyendo a los cuerpos humanos. De este modo, la expansión del capitalismo no se debe a que haya cada vez más bienes comercializables, sino a que todo bien humano es transformado en mercancía, proceso que ya Marx había analizado. En apariencia en “confort” y el “progreso” justifican el precio a pagar, ello parece lógico, pero sólo los que están al final del proceso soportan verdaderamente el precio a pagar, pues el futuro cobra dividendos por adelantado (un ejemplo, son los ríos contaminados de hoy en día, que al comienzo parecían un costo menor del “progreso”). De esta manera lo que es provocado se transforma en un “fondo de reserva disponible” y que es además un proceso igual, constante, en todo el mundo. Para ello hay que calcular y planificar el proceso de pase a disponibilidad de los recursos. Cuando las consecuencias de los desastres tecnológicos se vuelven problemáticos y evidentes, al tecnócrata no se le ocurre otra solución que no sea en sí misma “técnica”. Heidegger, en cambio se plantea la posibilidad de un “giro” en nuestra forma de confrontar con la naturaleza, un giro de tekhné. (Un ejemplo: primero se extinguen a los animales de una región a causa de la explotación petrolífera, digamos, y luego se anuncia que ya podemos clonar el último de los que queda vivo a fin que podamos “admirarlo” en un zoológico). En fin. Al conjunto de provocación, fondo disponible como reserva o materia prima, y planificación de todo ello como constante Heidegger “engranaje” o “estructura de emplazamiento”. Lo problemático del espacio técnico no reside solamente en sus consecuencias sino en el borramiento operado sobre la memoria humana, pues se olvidan otras formas de desocultamiento del mundo, perdemos otras formas de encuentro con el mundo y de habitar en él. Y al perder esa memoria, ya no podemos con-memorar ni a los vivos ni a los muertos. Una consecuencia política es que la alucinación del futuro hace olvidar a todos los caídos y sufrientes en el proceso que nos organizó este mundo nuestro. ¿Qué es entonces lo que pretende Heidegger?: una relación serena con la tecnología, a fin de poder penetrar en su esencia. Esta “relación abierta” con el mundo supone no refugiarse en pasados ideales (nostalgia reaccionaria) ni en el futuro (pura ilusión) sino soportar el presente y experimentar espacios afectivos no matrizados por la técnica. Pensar en lo que nunca tuvo ocasión de existir, en lo que quizá no advenirá y en lo que no está. Solo el espacio vital del lenguaje puede lograr eso. Es decir, evitar que la determinación cotidiana del ser se haga por apoderamiento técnico del mundo, pues en este mundo nuestro los hombres modernos no pueden ocuparse de las cosas más que no-ocupándose del ser.
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Un exclusivo sistema con comandos incorporados al volante y sonido integrado al equipo de audio, que permite hacer uso de todas las funciones del teléfono con total comodidad mientras se está manejando. Porque en un Mercedes, incluso hablar por celular es una experiencia única.
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LE DARÁN UN SUBSIDO A UN MILLÓN DE JUBILADOS.
Lo cobrarán a partir de agosto y es de 30$.
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Microsoft pagará US$ 775 millones para cerrar una espinosa demanda antimonopolio de IBM. Así, la empresa de Bill Gates amplía la cifra de resar…
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Te extraño. Soy esa mujer que esta sola y espera, mientras observa como las napas subterráneas de la patria se convulsionan y vomitan sobre el lodo y la sangre del matadero de nuestra existencia cotidiana.
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LO QUE TENGAS QUE DECIR, DECILO CON TU PERSONAL.
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La Argentina creció el año pasado el 9%, pero los frutos de esa expansión se repartieron de manera más desigual.
De acuerdo a los datos del INDEC difundidos ayer, en la segunda mitad de 2004 el 10% más rico de la población total del país tuvo ingresos 28,2 veces superiores al 10% más pobre.
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ALCANZAME
MOVISTAR
Llevate 2 entradas para ver “Herbie a Toda Marcha”
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¡Oh telas de los escaparates! ¡Oh maniquíes! ¡Oh revistas de
[modas!
¡Oh artículos inútiles que todo el mundo quiere comprar!
¡Hola grandes almacenes con varias secciones!
¡Hola anuncios luminosos que vienen, están y
[desaparecen!
¡Hola todo con lo que hoy se construye, lo que nos hace
[diferentes de ayer!
Eh, cemento armado, hormigón, nuevos procesos!
¡Avances de los armamentos gloriosamente mortíferos!
¡Blindados, cañones, ametralladoras, submarinos,
[aeroplanos!
Los amo a todos, a todo, como una fiera.
¡Los amo carnívoramente,
pervertidamente y enroscando la vista
en ustedes, oh cosas grandes, banales, útiles, inútiles,
oh cosas del todo modernas,
oh mis contemporáneos, forma actual y próxima
del sistema inmediato del Universo!
Nueva Revelación metálica y dinámica de Dios!
¡Oh fábricas, oh laboratorios, oh music-halls, oh Luna
[Parks,
acorazados, puentes, dársenas flotantes –
en mi mente arremolinada e incandescente
los poseo como a una mujer hermosa,
completamente los poseo como a una mujer hermosa que
[que uno no ama,
que, encontrada por casualidad, le parece interesantísima.
¡hey fachadas de las grandes tiendas!
¡Hey ascensores de los grandes edificios!
¡Hey reajustes ministeriales!
¡Parlamento, políticas, anuncios de presupuestos,
presupuestos falsificados!
(Un presupuesto es tan natural como un árbol
y un parlamento tan bello como una mariposa.)
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Un destino de 1300 millones de personas que atrae cada vez más a la Argentina.
CHINA, UN MERCADO DIFÍCIL QUE EXIGE RITUALES, GESTOS DE CONFIANZA Y PACIENCIA.
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DISCREPAN ECONOMÍA Y EL CENTRAL SOBRE CÓMO FRENAR LA INFLACIÓN.
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HAY EQUIPO Y HAY FUTURO.
POR SI QUEDA ALGUNA DUDA.
CTI saluda al sub 20 campeón mundial.
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Tekhné, en tanto modo de vida, modo de habitar, modo de sentir, en suma, en tanto forma de des-ocultar el mundo a fin de que éste se haga presente ante nuestra percepción sensorial y conciente. No que se haga presente, según la moderna tradición occidental, a partir del “yo” como centro de gravedad, vigente casi hasta nuestros días – casi, porque es posible que nos encontremos ante el comienzo de una gran transformación de los dispositivos de construcción de las subjetividades contemporáneas –. Entonces: no se trata, para la subjetividad contemporánea, de presentación – modo en que la inmediatez del mundo nos concierne – sino de re-presentación, de los medios y las gramáticas que permiten la inter-mediación entre el mundo y nuestros cuerpos. Re-presentación mediada, al menos, por un trío de inevitables tamices, tres poderosos escudos: el de los códigos lingüísticos, el de la instrucción perceptiva de los sentidos, y el del disciplinamiento de las mentalidades.
El origen de la palabra tekhné se nos aparece inscripta en la modalidad de vivir de los griegos clásicos; arte de vivir que des-plegaba un espacio de sensibilidad que les permitía hacer audibles y visibles las cosas que hay en el mundo, o hasta lo que no hace demasiado tiempo se conocía como mundo. Audibles, visibles: es decir, obligar a las cosas a desplegarse ante, o en las palabras y ante la mirada, en la mirada. A esa teoría del “ser” y del cuerpo la relacionamos con una poderosa suposición sobre la lengua materna, no como medio para una teoría de la comunicación, sino como un hablar que hace al mundo. Esto quiere decir que el lenguaje no es concebido, en la historización que el filósofo Martin Heidegger hizo de la palabra tekhné, como una forma de acoplar conductas a través del uso de signos lingüísticos, o como una forma de organización del mundo en el dominio lingüístico. Tampoco como la suposición de que el significado en el lenguaje depende del uso que se hace de los signos en un sistema de juegos de lenguaje, sino, más profundamente, con lo que el lenguaje guarda, en su mismo decirse, de vigor y potencia, de una especie de exceso que débilmente todavía se presenta cuando utilizamos cotidianamente el verbo ser. Es decir que, aunque sea muy débilmente, en el lenguaje hablado, habla aún – presentándose a nuestra percepción – la presencia inmediata de las cosas. A nosotros no nos ha sido legada la energía emotiva pura de las palabras. Tampoco la de los colores o los olores. Quizás sea preciso retomar al momento del nacimiento para pensar qué habrán significado para un oído virgen esas voces que hablaban; para esa visión acuífera, esos colores que se ensañaban con los ojos; y para una piel inmaculada, la suerte de terremoto que retumbó en el cuerpo. Quizás de este instante originador nos reste aún la potencia de hacer presente el mundo de un modo más fuerte, en determinados momentos de apertura sensorial, de urgencia sensorial. En una teoría del lenguaje madre que no abunda en nuestra carrera se postula entonces la presencia en las palabras de vestigios de la fuerza que tuvo originalmente la presencia inmediata del mundo ante nosotros. Originalmente, en un doble sentido: en un sentido biográfico, y en un sentido histórico, como si en la forma en que el pueblo fue hablando y recuperando mediante un cierto uso de la memoria, memoria que no es obviamente consciente ni voluntaria, todo esté vivo.
Analizamos también la relación que había entre el modo de vida técnica y la constitución del ciudadano moderno y la importancia que ha adquirido – y esto me parece un dato central – desde el Renacimiento en adelante, la figura del Estado como vértice de unificación del espacio social, de garantizador de un lazo social entre todos los seres humanos. ¿Hay comunidad porque el lenguaje madre es protegido por el Estado? En absoluto. Hay comunidad porque se hace imperar a la ley. La relación del Estado con el lenguaje medre se organizó fundamentalmente a través del emplazamiento pedagógico de un código para el habla, de una gramática, con fuerza de Ley no escrita. El problema que vamos a tratar hoy se concita alrededor de la transformación de la relación establecida entre un punto de vista jerárquico, que aúna a toda una comunidad, y el emplazamiento de nuevas modalidades de sobrecodificación de lo que continuamente está emergiendo como “realidad”. Estas formas de sobrecodificación ya no dependen tanto de la administración de opiniones, o de la lucha entre perspectivas ideológicas, sino del emplazamiento de regímenes de visibilidad y de audibilidad. Heidegger tenía en mente esta evolución de las cosas.
Pero quisiera dar todavía una serie de vueltas alrededor del problema que nos plantea la palabra tekhné. Yo había mencionado esa invocación “aparentemente” dramática de Heidegger que había supuesto que de la traducción de la palabra tekhné dependía el destino de Occidente. Heidegger se tomaba en serio las palabras, por eso dedicó casi toda su vida al análisis de una serie de palabras. Estas palabras trataban de develar el modo en que poco a poco se fue olvidando el ser. A ese olvido lo llamo “olvido del ser” o también “nihilismo”. La palabra “ser” alude aquí a nuestra cotidianeidad, y nos va a permitir pensar el modo en que ciertos dispositivos de control de la subjetividad marginan nuestra propia cotidianeidad. Para penetrar en esto es preciso entender las formas en que se administran las energías corporales y la memoria biográfica, que también es una forma de energía – aunque por energía no hay que entender nada místico, sino la forma en que el cuerpo se vincula con las normas y con el “mundo” -; forma que alude a una organización administrativa del cuerpo, que imponía a la mente racionalizadora como dato organizador de los demás sentidos, como principio jerárquico de relación con el principio de realidad. De Descartes en adelante, la objetividad es un principio obligatorio colectivo definidor de la “verdad”, y la subjetividad, un principio individual que debe ser satelitado en órbita alrededor de la “verdad”. Las diferencias entre el principio de subjetividad griego y el principio de subjetividad cartesiano ayudan a entender el problema: a un cartesiano, a un occidental, las cosas se le aparecen ante la vista. Ante un griego, las cosas aparecen. Un griego no está enfrentado a las cosas, sino que está en tensión con ellas, las cuales se dilatan hacia su presencia, mientras él se dilata hacia la inmediatez de la presencia de las cosas. A eso se lo llama develamiento, tekhné producente de mundo. Es decir, un griego se abre a la presencia de las cosas, aunque esta abertura no es unívoca, y no necesariamente es algo constante y duradero. Por lo tanto, lo que aquí está problematizado es la forma en que formulamos al mundo y la forma en que el mundo se hace accesible a nuestra percepción. Los colores, los sonidos, las formas, el tono y ritmo de la lengua madre: cosas básicas. El yo cartesiano reduce todas las cosas a la intuición sensible de una conciencia, mientras que para un griego el hecho de que seamos capaces de reflexionar, razonar y argumentar no implicaba en absoluto que ello sea el dato originador del traer a presencia el ser del ente. En todo caso, la razón era un tipo de actividad humana que le permitía meditar sobre la insólita actividad del caos y del cosmos. A un occidental, la presencia del caos, le suscita la necesidad de controlarlo. Un occidental necesita certezas. De la invención de la actividad racional y del concepto por los griegos, hasta esta etapa, ha pasado mucha agua bajo el puente. Y de esa razón de índole trágica hemos pasado a una racionalización de la propia razón, que dejó de ser una actividad humana para pasar a ser una sustancia. Al límite de que se llegó a considerar que la realidad misma era racional. De más está decir que si la realidad es racional todo fenómeno “anormal” queda en condición de volverse paciente, de ser medicalizado, de ser psicoanalizado, de ser anunciado como herético, de ser amputado, en última instancia, de la normalidad. Y es todavía la forma en que pensamos a la diferencia. La clave de comprensión en el pensamiento de Heidegger consiste en no tratar tanto de preguntarse el por qué de los fenómenos sino de preguntarse por la forma de acceder a los mismos. Esta pregunta se traduce una vez más en el pensamiento de Heidegger a cómo ocurre que el mundo se retrae ante mi presencia. El ocultamiento y desocultamiento de las cosas y no la pregunta por las causas de las cosas. Verdad en términos de Heidegger no es equivalente a “certeza” sino a “aparecer del ente”. Por eso mismo “técnica”, en la obra de Heidegger, no es lo opuesto a “teoría” sino una suerte de saber, de “mirada” al mundo anterior, a la distinción entre teoría y práctica. Esa distinción por el contrario es el origen de la ciencia como proyecto de matematización de la naturaleza, y de allí descienden praxis y teoría como opuestos o uno como directriz y monitor del otro. La técnica no es entonces un “medio” para un “fin”, sino la mirada que tiene del mundo el hombre moderno. Por ejemplo, un río se nos aparece ante nosotros como una forma dominante en tanto y en cuanto sea una promesa de energía utilizable. Nuevamente, técnica es un modo de aparecer de las cosas, no una manera de utilizarlas. Cuando no pensamos la diferencia entre “ser” y “ente o cosa” quedamos obsesionados por las mercancías, en tanto cosas, y el tiempo se nos escurre sin sentido. En última instancia estamos discutiendo formas de “acceso” al mundo y también formas de pensar, que no consisten, para Heidegger, en decir “lo que falta decir” sino en pensar en lo que se niega a dejarse decir y se oculta.
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Hey, interés por todo lo de la vida,
porque todo es vida, desde las gemas de los escaparates
hasta la noche puente misterioso entre los astros
y el amor antiguo y solemne, que lava las espaldas
y es misericordiosamente el mismo
que cuando Platón era de veras Platón
en su presencia real y en su carne con el alma dentro,
y hablaba con Aristóteles, que no iba a ser discípulo suyo.
Podría morir triturado por un motor
con el sentimiento de entrega deliciosa de una mujer
[poseída.
¡Arrójenme a los altos hornos!
¡Tírenme bajo los trenes!
¡Apaléenme a bordo de los barcos!
¡Masoquismo a través de la maquinaria!
¡Sadismo de no sé qué moderno y yo y barullo!
¡Apa-lá jockey que ganaste el Derby!
¡Mordisquear tu gorra multicolor!
(¡Ser tan alto que no pudiese entrar por las puertas!
¡Ah, en mí mirar es una perversión sexual!)
¡Hey, hey, hey catedrales!
¡Déjenme partir la cabeza contra sus esquinas
y que me levanten de la calle lleno de sangre
sin que nadie sepa quién soy!
¡Oh tranvías, funiculares, metropolitanos,
frótense contra mí hasta el espasmo!
¡Huiji! ¡Huiji! Huiji uh!
¡Denme carcajadas en plena cara,
oh automóviles atestados de atorrantes y de putas,
oh multitudes cotidianas ni alegres ni tristes de las calles,
anónimo río multicolor donde puedo bañarme como
[quiera!
¡Ah, qué vidas complejas, cuánto de todo esto por las
[casas!
¡Ah, conocerles las vidas a todos, las dificultades de dinero,
las diferencias domésticas, las depravaciones que ni se
[sospechan,
los pensamientos que cada uno tiene a solas en su pieza
y los gestos que hace cuando no puede verlo nadie!
¡No saber esto es ignorarlo todo, oh rabia,
oh rabia que como una fiebre y un celo y un hambre
me enflaquece el rostro y me agita a veces las manos
en crispaciones absurdas en medio de la turba
en las calles repletas de empujones!
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Te extraño, sólo puedo dar cuenta de eso, de esta extrañeza de todo que me imprime tu recuerdo y hace brotar espectros de la levedad de tu ausencia que me aplasta con su peso que carece de sustancia y se nutre del desgarramiento que en su dolor apenas puede balbucear que te extraña.
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CRECER CON EL CELULAR.
UNOS 400 MIL CHICOS MENORES DE 13 AÑOS YA TIENEN SU PROPIO TELÉFONO.
Según datos de una encuesta, casi el 3% de los aparatos habilitados en el país están en manos de preadolescentes de clase media y alta. Los padres se los dan por seguridad. Ellos los usan para jugar.
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¿A qué se opone tekhné griega de la forma en que nosotros nos relacionamos con el mundo? La tekhné que Heidegger no va a llamar “producente” o “poética” sino provocante, o más bien emplazante, es un modo de imponer a las cosas un modo de develamiento de orden “contable”. Obligándolas a mostrarse de una cierta manera, las expone delante nuestro en términos de contabilización. Las cosas deber ser contadas, deben ser analizadas, deben ser científicamente comprobadas; deben ser, una vez que han podido ser contadas, administradas, dadas significado según la lógica del diccionario y colocadas cada una en su escaque correspondiente. A esto le llamamos en la tradición occidental, imposición de certeza. Estamos mencionando dos grandes modelos de subjetividad, que si bien se oponen uno al otro en tanto modelos históricos sucesivos, también debemos decir que el modelo de subjetividad griega, no en tanto que griega sino en tanto que a sido el modelo originario de Occidente, todavía está entre nosotros. Pero es un modo de la sensibilidad que es permanentemente descalificado por el otro gran modelo. Descalificado no quiere decir que está desprestigiado por la población sino que la propia población está emplazada a construir su subjetividad de acuerdo a un modelo dominante. Un occidental necesita certezas, pero todavía somos interpelados por el mundo como imperio del asombro. El occidental tiene su capacidad de asombro debilitada. ¿A qué se debe esto? La pregunta de Heidegger es: ¿Cómo hemos podido llegar a olvidar el ser? ¿Qué modo de vida estamos viviendo de manera tal que el ser disminuya su capacidad de potenciar significados en las cosas? La capacidad de asombro no está perdida, en absoluto: sigue pujando en nosotros, pero está siendo permanentemente sobrecodificada por otra construcción de la subjetividad moderna a través de distintos dispositivos que no se reducen a las instituciones de disciplinamiento sino también implican a la forma en que el lenguaje ha ido disciplinándose y perdiendo su capacidad de acceso inmediato al mundo. Problema de inmediatez, entonces. Y se darán cuenta, ustedes,(…) que aquí tienen un problema. Quizás el asombro, que fue para los griegos un estímulo para pensar, nosotros solamente podamos hacerlo, en sustitución suya, a través de horror: campos de concentración, arrasamiento de dos ciudades japonesas en un segundo, etcétera.
El espacio subjetivo en que vivían los griegos era distinto del que nos permite habitar a nosotros. Ese espacio era un espacio “divino”; el espacio subjetivo de la Modernidad es un espacio que Heidegger va a llamar “técnico”. Es probable que el espacio social que se está abriendo ahora sea distinto. La subjetividad griega, que es capaz de tener acceso inmediato a las cosas, vivía en un espacio social en el cual lo divino (los dioses) creaba una especie de atmósfera alrededor de ellos; en nosotros lo técnico crea una atmósfera distinta a la griega. Esta atmósfera no es ninguna idea mística; es sencillamente formas de hablar, de habitar y de sentir. Lo que permite al mundo volverse formulable, audible y visible para nosotros. Es el problema – para Heidegger al menos, es que consideraba al lenguaje como el conductor fundamental de la relación entre cuerpo y mundo. Podríamos interrogarnos si, por ejemplo, el problema planteado por Heidegger seguirá vigente en el siglo que vendrá, en donde comenzamos a vislumbrar algún tipo de naturaleza “post-orgánica”; en donde, para decirlo rápido y mal, es el no-cuerpo el que se vincula con cosas ausentes a través de un nuevo mediador, un nuevo re-presentador del mundo, que es de orden fundamentalmente tecnológico. ¿Cuándo empieza este debilitamiento del ser? El comienzo es antiguo, pero se acelera a partir de la revolución científico-técnica de los siglos XVII y XVIII, a partir de la cual se presupone que el mundo está inscripto en caracteres matemáticos. Para Heidegger el mundo está organizado de forma poética, no de forma aritmética. En esta diferencia a ustedes les va ser evidente la diferencia entre el proyecto de la ciencia moderna y el proyecto del pensamiento de Heidegger. Si la realidad es profundamente poética no tiene sentido hacer prevalecer a un modo de relación con las cosas, de explicación de las cosas, de índole aritmética. Esto último, entre otras consecuencias – muchas benéficas – trae aparejado que el mundo se vuelva reducido a operaciones de tasación y cálculo, a partir de lo cual lo incalculable, lo irracional es quitado, o es administrado en forma policial. En segundo lugar, y más importante, porque es este modelo relacional la perspectiva cartesiana des-erotiza la relación entre la mirada y las cosas, propone una distancia; sustrae a la pasión de nuestra relación con las cosas. Esta distancia necesita de mediadores. Pasión que nos permitiría hacernos presente la ausencia en el modo en que las cosas se sustraen a nosotros y el modo en que nosotros nos resistimos a las cosas. Hablar no es decir palabras, hablar es dar color a las cosas, dar sonidos, matices a las cosas, dar contorno a las cosas. Dar nombre y forma. Hablar es decir en voz alta lo que las cosas son, lo que débilmente en el lenguaje las cosas todavía guardan de diferencia, de polifacéticas, de amenazantes y de asombrosas. Pero para eso hay que asombrarse todavía de las cosas, de la infinita variedad de cosas que hay en el mundo y de la increíble renovación que hay en el mundo de lo que todo el tiempo se esta gastando y consumiendo. Entonces, en una teoría del lenguaje que nos hace pensar a la tekhné como modo de vida que produce al mundo, a las cosas no accedemos tanto por pensarlas o reflexionarlas, sino por hablarlas, sentirlas, palparlas, gustarlas, en otras palabras, por una suerte de acceso corporal a las cosas. Heidegger propone un ejemplo para entender las distintas formas de tekhné que conciernen a los griegos y a nosotros. Toma el ejemplo simple de una copa. ¿Qué significa hacer una copa? Algo que han hecho desde la antigüedad artesanos, alfareros, y que actualmente hace en serie la industria para consumo masivo. Aparentemente una copa es un bien de uso y también de intercambio. Pero esta es una definición muy pobre de una copa. Ha de haber una clave de la definición en el modo de construcción de la copa. Y aquí la cuestión del diseño moderno se nos revela como un problema. El problema no consiste en confeccionar algo – pues se ha hecho siempre – sino en des-ocultar la esencia de algo que se construye. ¿Por qué preocuparse por una copa? La sed es, quizás, la necesidad primera, y allí debe esconderse el misterio de la copa. Pero la copa ha tenido una biografía mítica en Occidente, con casos famosos como el del cáliz sagrado, o la copa de Alejandro Magno, quien dejó verter el agua en vez de tomarla ante sus soldados sedientos, hasta las copas que se rompen en ciertos casamientos, o la vieja tradición de brindar entre un grupo de pares. La copa no es un simple aparejo que utilizamos para beber. De la forma en que se confeccione una copa también depende la forma en que estos usos míticos de una comunidad se insertan en nuestra vida cotidiana. Heidegger sostiene en La pregunta por la técnica que lo que el occidental actual ve en un río es la esencia del río suscitada desde la central eléctrica o la central nuclear, ello da sentido al río. El río ya no tendría un sentido por solo correr, sino porque hay una central eléctrica, que es además, una “constante” en todo el mundo, porque se reproduce en uno y otro lado de la misma manera. Lo único que no es constante en el mundo, lo único que no es consumible bajo la forma presentada actualmente en el mundo de la producción masiva es el ser humano mismo. Por lo menos no lo es todavía. Es decir, no es cosa él mismo.
La pregunta que la ciencia, hasta el día de hoy, no está en condiciones de responder es ¿qué es vivir? Para acercarse a una respuesta conviene preguntarse: ¿Es el ser humano una cosa eficaz y útil? Nuestra respuesta de cátedra es: no, es un ser asombrosamente ineficaz, y es en esta reiterada condición que se prueba la dignidad de humano en un mundo que solamente acepta y prestigia a lo que es útil. Inútil no significa un desperdicio, descarte o que no está bien construido, o algo que todavía no ha logrado ser puesto en situación de circular en el mundo del consumo bajo el signo de la utilidad, sino que lo in-útil es justamente lo que se sustrae al principio de caos, de reducción, de un animal, de un objeto, de un ser humano, a cosa. Ustedes van a encontrar en el texto de Bataille un profundísimo y soberbio pensamiento sobre la economía y el derroche corporal, como pérdida y derroche. Y más importante, al sacrificio como organizador del pensamiento sobre la in-utilidad. Ahora bien, el hecho de que la tekhné griega y la nuestra difieran no niega el que ambas sean tekhné, y por el hecho de serlo, de que de allí se oculte una solución. Porque ambas tekhné son arte de vivir. Preguntarse por ese arte de vivir, por el modo en que desocultamos el mundo y lo traemos a presencia es ya hacer la pregunta correcta.
En un mundo donde el trabajo como principio de actividad humana, y la tecnología como organizador de entorno se vuelven fundamentales, cualquier otro arte de vivir desprestigiado, y en el extremo es considerado impropio, impío, y peligroso. Las tres mentalidades de la Modernidad que han sido peligrosas en un mundo técnico, son: la del creyente, como forma de vida; la del nacionalista entendido como regionalista o localista; y cualquier forma de vida asociada al romanticismo o a una forma poética de vivir. Aquí, por poética no se entiende “poemas”, sino el acceso al mundo a través de un uso poético – producente – del lenguaje. Por lo tanto, el mensaje del mudo técnico moderno a sus ciudadanos es: “solamente hay un poder que puede ser y debe ser querido, y ese poder es el de la técnica moderna”. La Primera Guerra Mundial, en este sentido, señala un abismo entre dos mundos. Fue la primera vez que los artilleros de dos ejércitos enemigos, el francés y el alemán, apuntaron a las iglesias como un objetivo de batalla más entre otros tantos objetivos. Nunca había ocurrido, y eso señala el declive del mundo de los creyentes. En la Segunda Guerra Mundial directamente se arrasaron ciudades, lo cual ya nos permite preveer cuál es el destino de las masas en el siglo XX, es decir, un destino estadístico, que se cumple inexorablemente día a día. La guerra, en este sentido, resulta un excelente analizador de la técnica, pues al revés de lo que el burgués supone, a saber, que la técnica está al servicio del confort, la guerra demuestra que un motor puede arrastrar tanto a un automóvil como a un tanque de guerra. Esto no quiere decir que las técnicas sean neutras, sino, por el contrario, que están colocadas, emplazadas, en un mundo que ya signa su utilización. Por ello, la técnica no puede conducirnos al “progreso”; sí nos puede conducir a otro dominio de la sociedad. Lo que debilita el imperio de mundo técnico en nosotros mismos, y esto me interesa señalarlo, es el culto a otras formas de sensibilidad de las cuales cada uno de nosotros dispone en potencia. No trato de defender modos de sensibilidad perimidos: señalo que una nueva forma técnica combate y destruye culto y sensibilidades preexistentes; y desprestigia todo uso de sensibilidades en el mundo contemporáneo en el cual domina. No se trata de tomar partido por el innovar o no innovar, lo cual ocurre constantemente. Lo que pensamos son las formas hegemónicas y las formas alternativas o subalternas. Aquí no está en discusión si el pasado es bueno y el futuro es malo: no es un problema que se resuelva apelando al pesimismo o al optimismo de cada uno, a la sensibilidad del nostalgioso o del futurista. Nuestro problema consiste en analizar una forma dominante, nada más. Especialmente porque la técnica no puede desplegarse por sí sola: requiere ser movilizada por un plan general de gobierno llevado a cabo por el Estado. Es preciso, entonces, analizar las instituciones de la sociedad que son capaces de reglamentar a una sociedad en términos de movilización general de la misma. Obviamente, el vértice tradicional se llama Estado, que hoy estaría dividido en variantes estratégicas.
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Metrovías hace los máximos esfuerzos por conseguir monedas pero la falta de circulación dificulta la disponibilidad.
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El peligro del “cuerpo perfecto”.
A pesar de la proliferación de saberes y experiencias sobre la diversidad de subjetividades, culturales, estéticas y éticas, existe un tácito modelo de cuerpo perfecto que estimula la delgadez radical.
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Estamos en el camino de darte más motivos para que nos elijas, de hacer que cada rincón del país sea un punto de encuentro, de hacerte sentir como en casa aún cuando estás muy lejos, de lograr que vayas a donde vayas, sepas que nos vas a encontrar.
Estamos en el camino. REPSOL YPF.
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Te extraño y sin embargo, si te encontrara y te diría que te extraño y necesito, lo que de mí te extraña no encontraría en vos sino aquello que se extraña y no se encuentra, y me obligaría a seguir buscando ahora en el meridiano de tus actos y no en la levedad de la ausencia insoportable que me desarma lo que busco y quizá se haya perdido para siempre en la noche inmemorial de los tiempos.
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¿Qué pensás hacer cuando seas 10 años más joven?
Retin-Ox Correxion.
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Tiene tus ojos.
Tiene tu nariz.
Y vos, tenés su piel.
Ahora, vos también podés tener piel de bebé.
La nueva línea Johnson´s Soft contiene emolientes y aceites, y está especialmente pensada para hidratar y humectar tu piel, dejándola tan suave como la de un bebé.
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Ah, y la gente ordinaria y sucia, que parece siempre la
[misma,
que usa palabrotas como palabras corrientes,
cuyos hijos roban a la puerta de los almacenes
y cuyas hijas a los ocho años – ¡me parece bello y me
[encanta!-
masturban hombres de aspecto decente en los descansos de
[las escaleras.
¡La gentuza que anda por los andamios y se va para la casa
por callecitas casi irreales de estrechez y podredumbre!
Maravillosa gente humana que vive como los perros,
que está debajo de todos los sistemas morales,
para la cual no ha sido hecha ninguna religión,
ningún arte creada,
destinada ninguna política!
Como los amo a todos, porque son así,
ni inmortales de tan bajos que son, ni buenos ni malos,
intangibles para cualquier progreso,
fauna maravillosa del fondo del mar de la vida!
(En la noria del patio de mi casa
el burro hace girar y girar la rueda,
y de este tamaño es el misterio del mundo.
Límpiate el sudor con el brazo, trabajador descontento.
La luz del sol ahoga el silencio de las esferas
y todos habremos de morir,
oh pinares sombríos al crepúsculo,
pinares donde mi infancia era diferente
de lo que soy hoy…)
¡Pero, ah, otra vez la rabia mecánica constante!
Otra vez esa agitada obsesión de autobuses.
¡Y otra vez la furia de estar viajando al mismo tiempo en
[todos los trenes
de todos los lugares del mundo,
de estar despidiéndome a bordo de todos los barcos
que a estas horas están levando anclas o apartándose de los
[muelles.
¡Oh hierro, oh acero, oh aluminio, oh chapas de hierro
[ondulado!
¡Oh muelles, oh puertos, oh trenes, oh grúas, oh
[remolcadores!
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Quieren crear bancos para pobres.
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Eurnekian, de los aeropuertos a la construcción de autopistas.
El polémico empresario planea facturar en la actividad vial US$ 200 millones.
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Tratan de evitar que falte el gas en garrafa.
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Las empresas acuerdan renovar los aportes especiales a gremios.
Rondan entre el 0,5% y el 3% de los sueldos y lo pagan los empresarios como una contribución.
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El espíritu que hace más de cien años viene dando forma a nuestro paisaje es un espíritu cruel. Deja sus huellas también en los seres humanos, en los que elimina los lugares blandos y endurece las superficies de resistencia. Nosotros nos encontramos en una situación en la que todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y simplificación del mundo. (…) Estamos viendo cada vez más claramente también que la persona singular va a parar a una situación en la que puede ser sacrificada sin reparos (…) ¿estamos asistiendo aquí a la inauguración de aquel espectáculo en el que la vida sale a escena como voluntad de poder y nada más? (…) cuando divisamos al ser humano en su situación solitaria, muy avanzado en el espacio de peligro y en un estado de elevada disponibilidad, la pregunta que surge por sí misma es ésta: ¿con qué punto está relacionada esa disponibilidad? Ha de ser grande el poder capaz de someter al ser humano a las mismas exigencias que se le hacen a una máquina.(…) es el dolor el único criterio que promete informaciones ciertas. En los sitios donde ningún valor resiste, el movimiento dirigido hacia el dolor permanece como un signo asombroso; en ese movimiento se delata la impronta negativa de una estructura metafísica.
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JUMBO
20%
DE DESCUENTO
CON TODOS LOS MEDIOS DE PAGO
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Una medida que siguen muy de cerca los inversores.
SE NORMALIZÓ EL RIESGO PAÍS DE LA ARGENTINA: CAYÓ A 462 PUNTOS
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LLEGARON A UN NIVEL RÉCORD LAS EXPORTACIONES.
En mayo sumaron US$ 3.666 millones, creciendo 8% en un año. Se destacaron las ventas de soja a China, carne a Rusia y acero a Arabia. También sigue fuerte la importación por el consumo y las inversiones. Los datos reflejan la mayor actividad económica.
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Cae la tarde, el domingo se llena de sombras, de promesas incumplidas, de la estupidez de la gente devorándote las tripas. No hay lugar o realidad en esta tarde de domingo que llega a su ocaso más que la tristeza infinita de algo inexplicable que no puede ser posible pero no le impide su imposibilidad encontrar un lugar real donde morar su desamparo. Te extraño.
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EL FMI REVELÓ SUS PEDIDOS.
El director del Fondo Monetario Internacional confirmó ayer que pretende que la Argentina pague los vencimientos de la deuda con las reservas de dólares que tiene acumuladas en el Banco Central…
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¿Tu humectante facial protege tu piel de las agresiones externas?
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Te extraño. De forma indefinida, inconstante, obsesiva. Sin suerte. Te extraño en el desquicio del día, en el miedo que va tejiendo en la noche las pesadillas que me sueñan, en las horas muertas, insoportables, quietas, mientras agonizo en un país que se muere conmigo y yo con él, ya carentes de toda belleza y sentido. Extraño de vos lo que nunca es lo que es, lo que siempre es lo que no es. Te extraño, ahí, donde el pasado me cuenta historias que no me creo, ahí, donde el futuro me ofrece lo que no le pertenece, ahí, donde el pulso de las palabras, de estas palabras, que han perdido la resonancia de su eco, de su melodía, de su memoria escarban en el misterio ese signo vital ausente que le susurra tu recuerdo.
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¿VISTE CUANDO TE VIENE? BUENO, NO LO VEAS.
¿Por qué usar o.b.?
En realidad la respuesta a esa pregunta es bastante simple: con o.b. te sentís mucho más limpia.
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VERTE JOVEN A CUALQUIER EDAD Y SIN CIRUGÍA…
Bodywrap desarrolló una tecnología exclusiva No Invasiva e Indolora, el Laser Facial Bodywrap que actúa sobre tu piel utilizando luz láser de una frecuencia determinada para energizar tus células. El nuevo Láser Facial a diferencia de los tratamientos convencionales, que sólo modifican la capa superficial de la piel, actúa en el tejido que está debajo (dermis) desencadenando cambios estructurales en las células, lugar de elaboración de colágeno y elastina, que dan elasticidad y tonicidad a la piel haciendo que esta se vea más joven.
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-La verdad del Modelo es su propia
caricatura, y ésta nos muestra
la fingida perfección de aquél.
Viendo a los Simpsons caricaturescos
lo entendemos; ellos espejos son
de lo deforme que el Modelo oculta.
Vida como parodia de la vida;
locura del Modelo en que la idea
del suicidio, ronda hasta al bebé.
La mezcla, el remedo y el disfraz,
Que a esos émulos su Modelo inspira,
anuncian, es posible, una tragedia.
Desde el reír, lo trágico mirado;
La tragedia que empieza en la parodia,
Sigue en caricatura y da en grotesco.
La tragedia que cede su lugar
a estas tres formas y, con ellas,
se confunde en violento carnaval.
Los Simpsons, es bien claro, somos todos;
somos batracios de la misma charca
con un croar que nos identifica:
el croar de la época, ese barullo
que expresa nuestro horror que causa risa,
que expresa nuestra risa y causa horror.
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La misma calidad pero sin abono y sin contrato. Vos también sos libre. Elegí.
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EL SALARIO PROMEDIO DE LOS EMPLEADOS NUEVOS ES $ 420
El haber es más bajo cuanto más reciente es la incorporación de cada trabajador.
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Con el control de Finexcor avanza en el negocio de las carnes.
LA CEREALERA CARGILL SE QUEDÓ CON EL 100% DEL SEGUNDO FRIGORÍFICO DEL PAÍS.
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Somos fantasmas, de una pesadilla amable.
Te extraño.
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(X)
(elinterpretador, número 18, septiembre 2005)
“Marx postula que si pudiese haber un momento en que las acciones de los hombres se ofreciesen en total transparencia ante su propia mirada realizadora, ese momento no podría ser ningún momento presente. Siempre se cuenta con un conocimiento inadecuado o incompleto de lo que se hace. Los intereses últimos de la realidad son usurpados por sus mediaciones imaginarias. Por eso, era menester descubrir qué ocurría en ese plano imaginario. Parece tener vida propia, es la conclusión de Marx. La imaginación usurpa las notas inmanentes del reino de la realidad.”
Horacio González, El archivo como teoría de la cultura.
“Pero nada tiene que ver el culo con la tempera…”
Tomás Abraham, Fricciones.
“¿Qué es este sujeto, en una actualidad que ya no le encuentra significado a la propia pregunta? En el tiempo de lo fragmentario, acotado, ilusorio, especializado, virtual, producido, los matices de una subjetividad de época flotan por encima de guerras, pestes, festivales intelectuales, irrepresentatividades políticas, urbes atomizadas, partidos de fútbol a toda hora, silenciosos juegos financieros que atraviesan los meridianos, pantallas encendidas, datos increíbles de China, hallazgos biotécnicos, y ella misma, en su figura incontrastable como subjetividad, resuena como un contrasignificado. Sería lo único que no es, ni ya podría ser.
Una pregunta por lo tanto improcedente (…) ¿qué es hoy de las almas?”
Nicolás Casullo, Subjetividades en pena, cuerpos sin historia.
“Pobre Marilyn / la angustia innata /se escapa / en el querer ser /algo más que una cara bonita. / Repica /el taconeo de fondo /la eterna ambivalencia / de no saber quién sos: / letras y noche / uñas pintadas / medias italianas / anteojos de intelectual. / Deberías saberlo: / diamantes y pieles / no se permiten en Puán”
La Chica Súper Poderosa Rulos y Fetiche, Pobre Marilyn.
“…la realidad, convertida en eterna cantera, promovía desbordes épicos de matices dementes.”
Margarita Martínez, Traducir, interpretar, escribir.
“Las olas y el viento / sucundun sucundun / y el frio del mar / yalalalalaaa /
el frió de tu alma / me hace tiritar / el viento y la arena / sucundun sucundun / no me dejan ver / yalalalalaaa / que eres una ola / muy pronta a romper /
tiritando, caminando x la playa / veo la espuma de tu amor desvanecer…”
Donald, Las olas y el viento.
(1)Los Pitufo-Bolivianos no son malos, son malísimos. No tanto porque sean personas brillantes al servicio del mal, sino, porque son boludos. Y los boludos son seres blindados ontológicamente a prueba de eventualidades y contingencias. Pero los Pitufo-Bolivianos de Filosofía y letras, son un caso aparte.
“No se sabe” quién los hizo desembarcar en Puan 480, pero una mañana estaban ahí y desde entonces han hecho devenir Filosofía y Letras en un Boli-Shopping. Los Pitufo-Bolivianos, como todo el mundo sabe, están en la pesada: piratas del asfalto, drogas, prostitución, extorsiones, fundaciones que promocionan-financian-difunden arte y pensamiento y lavado de dinero, secuestros, desarmadero de autos, postgrados, sicarios, falsificación de moneda nacional y extrajera, robo de órganos y últimamente se han dedicado también a la clonación humana.
Pero lo que sucedió el mes pasado con la venida de Bush a Mar del Plata fue algo que superó toda lógica previsibilidad de cómo operan los Pitufo-Bolivianos.
Todo empezó con una asamblea general que se organizó en el aula del subsuelo, Boquitas Pintadas. Estaba gran parte del profesorado, del alumnado y de los puesteros del Boli-shopping. El tema a debatir: la venida de Bush a la Argentina y qué posición debía tomar la facultad con respecto a esto.
En esa asamblea se escuchó de todo. De todo. Cada orador hizo un balance general de los últimos treinta años – como mínimo – de la relación Estados Unidos y Latinoamérica, y propuso, desde que había que escribir un manifiesto hasta que había que alquilar un barquito pesquero en el puerto de la Feliz e intentar llegar hasta el portaaviones yanqui donde estaría Bush e intentar coparlo.
Yo estaba a un costado, junto a Panesi, Charles Bronson, Costa-Picachu, La Chica Súper Poderosa Sarakey y mi primo Xxxxxx Xxxxxxx, que estaba muy entretenido leyendo lo que leería el fantasma de Slovaj Sisek – que fue en su momento ajusticiado y desfondado analmente, por una bala de Magnun, que le profiriera la profesora Saítta. El texto se titulaba así: Ideología, hegemonía y ostracismo, o por qué en la poesía de Calamaro que va del Salmón a los boleros se puede encontrar una forma de resistencia válida en tiempos de oscuridad y soledad del sujeto social. Y el texto estaba escrito en verso, era una larga payada, que el fantasma de Sisek leería acompañándose de una guitarra criolla y que empezaba así: Aquí me pongo a cantar / al compás de las chicas de Puan; / que al fantasma que lo desvela / una pena estrordinaria/ como el ave solitaria / con el masturbar se consuela…
También andaba por ahí, esperando para decir lo suyo, Alberto Giordano, pero de esto no puedo decir nada, porque cuando César Aira se enteró de que iba a escribir sobre todo esto me aclaró que él tenía los derechos exclusivos para todo el mundo de usarlo a Giordano como ficción; y después que el genio-idiota – según palabras de Lupus Anal Sexy Boy en el suplemento cultural que produce para la sinagoga Pagina/K– me increpó, pensé bardearlo a él, pero ahí apareció Tomás Abraham que me subrayó que no podía usarlo a Aira para ficcionalizarlo, porque él había adquirido los derechos y si los violaba iba a poner a los abogados de Random House Mondadori a trabajar en mi contra. Y me aclaro Tomás, que del Aira real, de carne y hueso, de todos los días, podía decir lo que quisiera, pero del ficcional nada, porque él tenía los derechos. A lo cual le hice notar que su argumento era tramposo, porque si bien podía hablar del Aira real en cuanto lo pusiera en un texto por muy real que fuera lo que dijera de él, automáticamente estaría violando derechos de autor y me hizo “pito catalán” y me dijo : “yo soy Pepe Galleta, el único guapo en camiseta” y se fue a esperar su turno para alocutar sobre la venida de Bush.
Como ya dije, en esa asamblea se dijo de todo. Enumero al azar algunas cosas de las que se hablaron y téngase en cuenta que de lo que se trataba la asamblea era la venida de Bush al balneario que Perón le expropió a Borges y sus amigotes: obviamente de Perón, de Menem, de k – no Martín, sino el otro, que no es Kafka tampoco, aunque también se lo menciono a él -, de la postmodernidad, de Vietnam, Argelia, Cuba, el Che, la globalización, el Papa, Aristóteles, el rizoma, Maquiavelo, de que Derrida no se entiende – esto como chicana encubierta a las clases de Panesi –, el FMI, los medios masivos de comunicación, la revolución francesa, Monsanto, Sarmiento, Roca, Hegel, Hitler, la guerra del Paraguay, los bucaneros ingleses, los desaparecidos, los tigres asiáticos, y hasta uno coló el tema de la posibilidad de que hubiera vida en otros galaxias. Lo llamativo era que los Pitufo-Bolivianos, siempre elocuentes, se limitaron a escuchar a los demás, a tomar apuntes, y a no decir ni mu.
Cuando terminó la reunión, Panesi, le hizo una seña a Charles Bronson, y éste nos dijo a Costa-Picachu, Xxxxxx, La Chica Súper Poderosa Sarakey y a mí que lo siguiéramos.
Antes de decir nada, al entrar en el departamento de Letras, Panesi fue a su escritorio, agarró su ya legendario control remoto devenidor, y lo hizo devenir a Daniel Link que estaba frente a la ventana haciendo una performance de Flash Dance, un agente de la SIDE, y le pidió que registrara si había micrófonos en el lugar. Luego de revisar meticulosamente todo, Daniel-SIDE encontró 6 micrófonos que desactivó y se fue a la puerta para custodiar que nadie interfiriera en la charla que Panesi tenía que darnos.
El tema era serio y Panesi nos habló con la gravedad que exigía el tema. Nos dijo que se estaba cocinando un estofado pesuti-pesuti y que los Pitufo-Bolivianos estaban detrás de todo esto. Que se venía tejiendo toda una red de complot desde hacía meses, donde estaban implicados agentes de la CIA, la Bonaerense, gente de Al Qaeda, y el bibliotecario Líto Cruz y el doctor PCPC-Chapatín. Frente a semejante mezcolanza de intereses y personajes, Charles Bronson le pidió a Panesi que fuera más despacio y nos explicara de qué venía la cosa para poder evaluar el cuadro de situación y ver qué podíamos hacer nosotras.
El tema era bien complejo y tardó un buen rato Panesi en desarrollarlo. En principio, parecía que en el Norte había un sector del poder que se le había ocurrido que era hora para sus intereses bajarlo a Bush, como en su momento a JFK, porque éste ya no les servía y estaban ansiosos de ocupar el lugar que le habían facilitado conseguir. Entonces se pusieron en contacto con una facción de la CIA y empezaron a organizar el magnicidio. Fue, ahí, que se les ocurrió que el lugar ideal para llevar la operación a término feliz era la cumbre de la Feliz. Esto por un lado les daría a este sector del poder piedra libre en los Estados Unidos, pero además, justificaría una intervención directa del país del Norte en toda la región sudamericana. Para esto se pusieron los agentes de la CIA en contacto con altos funcionarios de la Bonaerense, que pensaron cómo armar y garantizar la conexión local del complot, y es ahí que se acordaron de los Pitufo-Bolivianos. Pero no fueron directamente a hablar con ellos sino con el bibliotecario Líto Cruz y con su delfín el doctor PCPC-Chapatin. Se sabe que estos están en buenos términos desde hace por lo menos más de tres décadas con los Pitufo-Bolivianos y que hace un tiempo quieren voltearlo a Panesi porque éste tiene grandes posibilidades de transformarse en el rector de la UBA y ellos ambicionan tener el control total de todas las facultades del país. Luego de largas y tediosas negociaciones entre agentes de la CIA, de la Bonaerense, de Papá Pitufo – el capanga de los Pitufo-Bolivianos –, se comenta que Bill Laden también estuvo en la mesa de negociaciones y del bibliotecario Líto y su visir PCPC-Chapatín, lograron armar un esquema que satisfizo, al menos en los papeles, a todos. El tema plata y el reparto de espacios de poder que a cada uno le correspondería estaba claro. Ese no era el problema, sino cómo llevar las cosas a buenos términos. Y se les ocurrió lo siguiente: Bush no iba a parar en el portaaviones, como todo el mundo creía, sino en una casita en el Faro, y el que pararía en el portaviones e iría a las reuniones seria un doble. Él, en cambio, aprovecharía esos escasos momentos para pasear por el Faro y Punta Mogotes – siguiendo la consigna de Juan y Juan que cantaban en los 70: qué lindo que es estar en Mar del Plata / en alpargata / en alpargata –, e incluso ir a visitar a Diego Torres si por esos días estaba en su casa del bosque de Peralta Ramos, para que le cantara Penélope y Color Esperanza, ya que Bush se había hecho fanático de Diego después de conocer sus canciones por ver los videos de éste en MTV Latína. Para no despertar sospechas Bush estaría acompañado de una pequeña comitiva de seguridad, no más de 5 o 6 boinas verdes, que manejaban perfectamente el castellano y que pasarían inadvertidos entre los vecinos. Y acá entraba el aporte del bibliotecario Líto Cruz, la casa que ya estaba alquilada para que se alojara Bush quedaba al lado de la casa de veraneo de Panesi. Entonces, la idea era la siguiente, hacer un clon de Panesi y meterlo en la casa de veraneo del verdadero Panesi, hacer ahí un túnel que saldría a la mismísima pieza donde dormiría Bush, matarlo y filmar la ejecución y distribuirla por Internet vía Al Qaeda por todo el mundo. Después al clon de Panesi lo matarían a su vez y el verdadero no tendría forma de defenderse de las acusaciones, entre otras cosas porque en menos de 48 horas desembarcarían en las costas del Río de la Plata 50 mil marines norteamericanos para limpiar toda la región de terroristas musulmanes. Ese era el plan que estaba en marcha. Y cuando mi primo Xxxxxx le preguntó a Panesi cómo se había enterado de todo, éste sonrió, y por toda respuesta le dijo, vos qué te crees, qué estas hablando con Todorov o Eco, no, mi estimado mártir de la teoría literaria, y le dio unas palmaditas a su control remoto devenidor, como índice de una explicación que no estaba dispuesto a dar.
Ahora bien, todavía había tiempo de revertir las cosas, y es ahí que entrábamos nosotras, Charles Bronson y nosotras, que hacía meses que estábamos entrenando a sus órdenes en una isla del Tigre que nos había alquilado Panesi: tiro, artes marciales, tácticas de guerra y disciplina militar en general: Clausewitz, Napoleón, El codigo del samurai, El arte de la guerra y los apuntes del 31 del General.
Los Pitufo-Bolivianos hace siglos que son maestros en el arte de la alquimia y desde hace poco se les dio por la manipulación genética. La operación ya se les venía encima y todavía no habían logrado clonarlo a Panesi – había algo del orden del enunciado panesiano que resulta de la combinación, en distintos niveles, de diferentes tipos de unidades, fonemas, morfemas, palabras, tono y acento que se resistía a ser clonado. El laboratorio lo habían montado en el subsuelo de la biblioteca de Líto Cruz, donde los Pitufito-Bolivianos laburaban día y noche para llegar a la clonación en los términos que exigía la operación.
Lo que teníamos que hacer nosotras era llegar hasta ahí y desactivar todo, es decir, destruir el laboratorio, destruir el clon en gestación y matar a los Pitufo-Bolivianos especialistas en manipulación genética.
La cosa no iba a ser sencilla, el lugar estaba súper vigilado, pero Panesi nos ofreció para la operación, a su ostranenie rusa y a Daniel Link, y le dio el control remoto devenidor a Charles Bronson pidiéndole que lo cuidara.
Además nos informó que ya había hablado con el profesor Filigranati y este nos daría para la operación, llegado el momento, a los Hermanos Macana.
Esa noche cada cual se fue a su casa a descansar y sabiendo que los días por venir serían terribles, angustiantes, que el destino de las Chicas de Letras, pero también el destino geopolítico de toda América y del resto del mundo dependía de nuestra buena o mala actuación.
Igual esa misma noche casi se estropea todo porque Daniel Link no bien llegó a su casa no tuvo mejor idea que ponerse a escribir de forma velada en su blog acerca del tema y tuvo que caer Charles Bronson a la madrugada en su casa, obligarlo a los sopapos a sacar de su blog lo que había escrito y, para más seguridad, lo hizo devenir Luciana Salazar, a la que puso a laburar para conseguir fondos para la operación, llamando a empresarios para tener un tach con ella a cambio de 1000 dólares el turno, más un plus de 100 dólares por sacarse el corpiño y 250 más si el cliente lo quería hacer sin preservativo.
Los días subsiguientes el grupo se recluyó en la isla del Tigre donde entrenábamos, mientras Salazar-link facturaba como loca para financiar la compra de armas y otros gastos de logística.
También, en los días previos a la operación, perdimos a una de las nuestras. La bruja de la novia de mi primo Xxxxxx lo llamó al celular y le exigió que volviera de inmediato a casa o le ponía todas sus cosas en la calle. Charles Bronson no dudó un instante en matarla, pero desistió luego de que yo lo convenciera de que mi primo si le matábamos a la bruja se deprimiría y tampoco nos serviría de nada. Así que se lo dejó ir, y esa bruja, una vez más se salió con la suya (perdón que meta acá cuestiones familiares, pero me moría de ganas de cantarle “Las 40″ a esta rubia oxigenada que engualichó a mi primo, porque lo engualichó, sino, no se entiende).
Cuando se reunió con nosotras Salazar-Link con 20 mil dólares, se lo hizo devenir Rogelio Patricio Kelly, y ahí partieron Bronson y Kelly a contactar al profesor Eugenio Filigranati. El profe Filigranati tenía contactos con nosotras porque era él quien nos había proveído a sus chinos mafiosos para entrenarnos en artes marciales. Ahora ya teníamos todo lo necesario, dos camionetas blindadas, Fals, pistolas automáticas, dos chinos expertos en operaciones suicidas – los Hermanos Macana: Chin y Chong –, y a Jhonny Allon que nos lo mando Eusebio Filigranati para que generara el la biblioteca en el momento del asalto un campo sónico de música melódica que aturdiría los sistemas de seguridad ideológica que habían instalado Líto Cruz y el doctor PCPC-Chapatin en el inconsciente de los Pitufo-bolivianos.
El día de la operación nos dividimos en las dos camionetas blindadas. En una viajaba La Chica Súper Poderosa Sarakey, Costa-Picachu, los dos chinos de Filigranati que se los disfrazó de Pitufo- Bolivianos y Charles Bronson. En la otra Kelly, Jhonny Allon, Link ahora devenido Pamela David – ya que se sabe que los Pitufitos son extremamente pajeros y todo su sistema ideológico entra en cortocircuito en cuanto ven un par de buenas tetas – y yo.
Como el campo sónico de música melódica de Jhonny Allon una vez instalado había que esperar media hora para que se activara, nos quedamos todas en una pizzería de las Heras tomando unos fernet con coca, mientras Jhonny con Bronson y Chin disfrazado de Pitufo-Boliviano hacían su trabajo. La cosa en la pizzería se puso ríspida porque Costa-Picachu se puso a hablar de Hemingway y Kelly a medida que pasaban los minutos de somnífero discurso costa-picachuense se ponía más nervioso, hasta que no lo aguantó más y estalló. Lo acusó de bajar un discurso yanki-judío que terminaría devastando la conciencia de sus alumnos y que era un doble agente que quería desmoralizarnos. Y a renglón seguido saco su automática y se la puso en la cabeza a Costa-Picachu. Éste se puso a llorar y a implorar piedad, a lo cual Kelly cada vez mas enfurecido ya estaba a punto de volarle la cabeza y reflexionó en voz alta: piedad, me pedis piedad, marrano, ¿y ustedes la tuvieron cuando estaba Cristo en la cruz? En eso intervino el chino Chong disfrazado de Pitufito dándole una toma de karate al arma de Kelly y ésta se disparó haciendo estallar una botella de cerveza que estaba tomando una pareja en una mesa frente al ventanal. La Chica Súper Poderosa Sarakey (2), al ver que todas las miradas apuntaban hacia nosotras y era cuestión de segundos que cayera la policía nos hizo levantar campamento. Salimos del lugar y nos fuimos a refugiar a la camioneta blindada.
Mientras tanto Jhonny Allon, Charles Bronson y el chino Chin disfrazado de Pitufito estaban activando el sistema sónico de música melódica en la sala Jorge Luis Borges, mientras hacían que escuchaban una conferencia donde exponían Fögwill (3), Caparrós, Viñas y Laiseca, bajo el título de Los escritores con bigotes escribimos así. Jhonny ya casi había activado el sistema cuando en la mesa Fögwill empezó a bardear a las Chicas de Letras y Charles que tiene cero sentido del humor, sacó su Magnun 45 y lo fusiló de un tiro entre ceja y ceja.
En ese momento todo se precipitó. Empezó a sonar una alarma en toda la biblioteca y aparecieron Pitufo-Bolivianos pertrechados de armas largas por todos lados. El chino Chin llamó al celular de La Chica Súper Poderosa y nos dijo que entráramos en escena en seguida porque habíamos quedado en descubierto y que todo lo planeado se descartaba y se aplicaría el plan B.
Nosotras arrancamos la camioneta reventando cambios y fuimos para el lugar más rápido que ligero. Nos clavamos cada una un par de benzedrinas en honor de Onetti y para meternos rock and roll en la sangre, y las bajamos con unos besos de Legui que había comprado Kelly para ocupar el tiempo muerto.
En la sala JLB Bronson y el chino Chin disfrazado de Pitufo Boliviano resistían el fuego enemigo y cubrían a Jhonny que ya casi había terminado de instalar el sistema de música melódica. Una vez que fue instalado, los tres se replegaron hacia el escenario y desaparecieron detrás de éste. Por ahí salieron a un sistema de pasillos y Bronson sacó un plano de la biblioteca y lo estudió para orientarse. Después cerró el plano y tomaron por el pasillo de la izquierda que conducía a una escalera que descendía hacia los subsuelos de la biblioteca donde estaba el laboratorio donde los Pitufo-Bolivianos estaban clonando a Panesi.
Entrar para nosotras fue todo un tema. El lugar, ahora, estaba hasta las manos de Pitufo-Bolivianos. Nos dividimos en tres grupos y les sostuvimos el fuego hasta romper la barrera de contención artillada y entramos en el lugar.
Rápidamente empezamos a descender por una escalera cuando lo vimos a Caparrós, Viñas y Laiseca pidiéndole explicaciones al Bibliotecario Líto Cruz sobre las agresiones recibidas a Fögwill y amenazándolo con sacar una solicitada en los diarios, a lo cual Lito Cruz replicaba, pero muchachos, si yo también tengo bigotes y escribo, ¡soy uno de ustedes! Como no había tiempo de dejar más nada librado al azar disparamos a Líto Cruz, pero éste rapidísimo se escondió detrás de un mostrador y empezó a sacudirnos, mientras por una puerta aparecía el doctor PCPC-Chapatin con cuatro Pitufo-Bolibianos y también nos abrió fuego. Como la cosa se estaba poniendo fulera, La Chica Súper Poderosa Sarakey y Kelly abrieron fuego a ciegas y todas desaparecimos por las escaleras. Mientras Pamela David-Link se bajaba el corpiño mostrando sus tetas a los Pitufo-Bolivianos que aturdidos no pudieron seguir disparando sus armas y su complejo sistema ideológico se descalabraba al ritmo de una sola palabra que repetían como oligofrénicos: teta, teta, teta, jeeeje, y se empezaron a tocar el pitufo bulto.
Al llegar al subsuelo, nos encontramos con Jhonny, Bronson y el chino Chin disfrazado de Pitufo-Boliviano, que estaban cercados. Desde un descanso de la escalera les prestamos apoyo, pero la cosa parecía perdida. Bajábamos a lo loco Pitufo-Bolivianos y éstos no dejaban de reproducirse. Entonces, ahí, justo ahí, cuando estaba todo perdido, se activó el sistema sónico de Jhonny Allon. Se escuchó en la biblioteca a Ricardo Montaner : Cada mañana el sol nos dió la cara / al despertar, / cada palabra que le pronuncié / la hacía soñar, / no era raro verla en el jardín corriendo tras de mí / y yo dejándome alcanzar sin duda / era feliz./ Era una buena idea cada cosa sugerida / ver novela en la televisión / y contarnos todo / jugar eternamente el juego limpio de la seducción / y las peleas terminaban siempre / en el sillón. / Me va a extrañar al despertar, / en sus paseos por el jardín / cuando la tarde llegue a su fin./ Me va a extrañar al suspirar / porque el suspiro será por mi / porque el vacío la hará sufrir. / Me va a extrañar y sentirá… / que no habrá vida después de mi / que no se puede vivir así. / Me va a extrañar…/ Cuando tenga ganas de dormir/ y acariciar. / Al mediodía era una aventura / en la cocina / se divertía con mis ocurrencias / y reía / cada caricia le avivaba el fuego / a nuestra chimenea / y era sencillo pasar el invierno / en compañía. / Me va a extrañar al despertar, / en sus paseos por el jardín/ cuando la tarde llegue a su fin. / Me va a extrañar al suspirar / porque el suspiro será por mi / porque el vacío la hará sufrir. / Me va a extrañar y sentirá… / que no habrá vida después de mi / que no se puede vivir así. / Me va a extrañar… / Cuando tenga ganas de dormir / y acariciar. Al escuchar esto los Pitufitos empezaron a temblar como epilépticos. Claro que esto solo duraría segundos, luego de lo cual, se repondrían y volverían a sus pitufo aventuras, así que actuamos más que rápido. Entramos en el laboratorio y fuimos directo a donde estaba el clon de Panesi que estaba fumándose un Marlboro mientras le contaba a Papá Pitufo un chisme de cuando Paul Groussac era director de la biblioteca y su secretaria encontró a Groussac en su oficina recitándole poesía de Ruben Darío a un chonguito del conurbano. Apuntamos todas nuestras armas hacia el clon de Panesi y éste se desplomó en el lugar como una bolsa de papa, como la marca de una ausencia.
Ahora la cosa era salir. Charles Bronson con el control remoto devenidor nos devino a todas Pitufo-Bolivianos y nos confundimos con el resto de los Pitufitos que nos buscaban para asesinarnos.
Tardamos un buen rato en salir. Cuando lo logramos volvimos a Puan y Panesi nos esperaba tomando mate con bizcochitos 9 de oro, con la China Ludmer y Menéndez en su oficina. Le devolvimos el control remoto devenidor y fue así que salvamos a Puan de la codicia del Bibliotecario y sus Pitufitos, y de que el mundo se volviera loco en una escalada de violencia que amenazaba con poner todo patas arriba.
Y pensar que después hay personas que se preguntan para qué servimos las chicas que estudiamos letras.
Pero ahí no terminó la cosa. Mientras el mate seguía la ronda, sonó el teléfono.
Panesi levantó el tubo y contesto: alooo! Y al escuchar la voz que le respondió del otro lado se puso pálido. Inmediatamente apretó un botón que activó un sistema de parlantes que nos permitió escuchar a todas la charla.
Era PCPC-Chapatín. Estaba furioso y prometía venganza.
Panesi le retrucó, hay qué miedo que tengo, pero qué te me haces el chonguito matón, mascarita.
Entonces hubo un silencio largo y tenso en la línea y por fin se escuchó la voz de PCPC-Chapa, a mí no me llamas mascarita… pelotita (4).
Y a mí vos tampoco me llamas pelotita, pelotudo, por qué no me venís a sobar el ganso.
Pero… ¡ por favor! ¡el ganso! ¡jajaja!, el patito feo dirás, ¿no?
Y, no sé, por qué no le preguntas a tu jermu, seguro que ella no debe pensar lo mismo.
“Che, che, che pará un poquito”, con mi mujer no te metas.
Que no me meto con tu mujer, me meto con ella, con vos, y con tu Sartre bi-focal, mamarracha.
A sí, dijo PCPC-Chapatin, mirá cómo te mojo la oreja y te la vas a tener que comer, acabamos de elevar un proyecto de ley para que no se pueda fumar más en lugares públicos, ahora te quiero ver cómo carajo vas a dar clases vos y tus chicas de letras, no van a poder salir ni a la calle, y se escuchó una carcajada de malo de dibujito animado, onda
¡JAJAJAJAJAJAJAJAAAAAAAAAAAAA..!
y corto el teléfono.
Me cortó el teléfono el puto, me cortó el teléfono, dijo indignado Panesi, agarrando con fuerza y de forma instintiva a su atado de cigarrillos.
Charles Bronson repuesto del golpe letal que acababa de tirar PCPC-Chapa reflexionó, estos montoneros hijos de puta vienen por todo(5).
Sí, dijo La Chica Súper Poderosa Sarakey, y lo peor es que de esta no nos salva ni el General, “¡oh, y ahora quién podrá ayudarnos!”.
No importa, dijo Costa-Picachu, si quieren venir que vengan les presentaremos batalla.
Y agregó Rogelio Patricio kelly, por favor no le digamos nada a Viñas que se nos muere de un cáncer pulmonar si se entera; “pelean por un trozo de tierra en el cual no caben todos de pie, desde ahora mis pensamientos serán nulos o serán sangrientos”(6).
Y Jhonny Alon sentenció, con paciencia y saliva el elefante se coge a la hormiga – hubo un silencio general aquí, del lector (sí, un silencio tuyo lector idiota que te arrogás el derecho de la realidad y te olvidás que si yo no te inventara no serias nada para mis palabras), los personajes, quien escribe esto, y se escuchó un cricri cricricri cri cri cricri-, vamos todos a mi boliche Planeta-Disco a bailar toda la noche y a tomar unos drinks y cuando nos recuperemos de la resaca vemos qué hacemos. Entonces sacó un grabador de la mochila y puso a andar un compact y empezó a sonar: quiero vivir/ quiero gritar/ quiero sentir el universo sobre mí/ quiero correr en libertad/ quiero llorar de felicidad/ quiero encontrar mi sitio… y todas corriendo y saltando como adolescentes descocadas nos perdimos por los pasillos de Puan 480.(7)
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)En la columna de este mes, pensaba escribir, de uno de esos personajes de la cultura de occidente que es clave de bóveda de toda una época esperpéntica y obscena. Pensaba hablar del cuñado de Lacan. Ese que como la Kodama arrastra la cruz de ser “la viuda de”. Miller iba a venir el mes pasado a la Argentina y nos dejo plantados. ¡Pobre Germán García que lo fue a buscar al aeropuerto y nunca llegó! Eso sí, mandó un mail en el que explicaba que no iba a venir por problemas personales. Una lástima, ya tenía agentes secretos infiltrados que me iban a pasar toda la data de su deriva psicoanalítica por Baires y me durmió, no vino. Una de las cosas que iba a hacer en Buenos Aires, aparte de hacer una movida política porque el kiosquito en Francia parece que tambalea, es decir, el estado francés está recortando gastos y uno de esos recortes está destinado a reducir la tajada que se llevan los psicoanalistas del presupuesto francés, era alquilar un piso en un hotel 5 estrellas de la Capital y atender a un montón de inconsientes, a todos 5 minutos, 5 minutos de análisis de Miller por 300 pesos o dólares, no recuerdo. ¡5 minutos! También iba a dar una charla en un teatro y como las estrellas de rock había pedido toda clase de caprichos para su estadía. Bueno, yo tenía agentes secretos infiltrados en la organización que me iban a pasar toda la data para escribir mi columna de este mes y Miller nos cagó, a García y a mí.
Ya que está quiero hacer notar algo que me comentaron. Como todo el mundo sabe, hasta el día de hoy hay mucho material inédito de Lacan, que Miller en un gesto de egoísmo y miserabilidad se encapricha como un chico que es dueño de la pelota y dice, la pelota es mía y yo hago lo que quiero con ella, yo decido quién juega y quién no y cuándo se juega y cuándo se termina el juego. Bueno parece que el estado francés lo apretó al yerno por la vía judicial y le ganó con el siguiente argumento, el material que Miller se negaba a publicar es patrimonio cultural y por lo tanto esta obligado a publicarlo. Es así que no le quedó otra que aceptar y publicar cada tanto tiempo un nuevo seminario de Lacan. Ahora bien, gente que en Argentina ya tenía el material que forma parte del ultimo seminario –habría que aclarar aquí que todo el material inédito de Lacan se consigue en Argentina en ediciones pirata – que se publico en Francia y Argentina comentan que lo que se publicó no está completo, que faltan cosas, que los textos están recortados y las traducciones de las ediciones piratas son infinitamente superiores. En fin, ya que mi columna de este mes no ha podido versar sobre Miller por lo menos quería dejar constancia como nota al pie de lo que nunca ya escribiré. Y quiero cerrar esta nota al pie con algunas preguntas, ¿cómo una persona inteligente y con una gran formación como Miller puede caer tan bajo? ¿cómo una inteligencia sofisticada puede transformarse en un fantasma? ¿cuánto del patetismo de la figura de Miller no es otra cosa que un espejo que refleja nuestra propia orfandad y soledad frente a un mundo que nos humilla?
(2)La Chica Super Poderosa Sarakey, como se puede leer hasta acá, se nota que le falta consistencia, este no es un problema del personaje en sí, sino de mí, que ahora, cuando ya es muy tarde y no puedo corregir el texto, me doy cuenta que tendría que reformularlo o suprimirlo. En fin, digamos que la culpa la tuvo Miller.
(3)Escribo Fogwill aquí, como lo inscribe Horacio González en una nota al pie de su ensayo El archivo como teoría de la historia, donde aparece Fögwill, lo cual puede ser un error tipográfico o quizá, uno de los juegos satíricos de Horacio que habría que leerlo como un cruce subterráneo que muestra y no explica y donde encontraría cierto parentesco de ideas de Quique con Ernst Jünger.
(4) Pelotita es una palabra que equivale a pelotudo o tarado en el universo de la lengua del taxista Roberto Modesto Sabino, que es uno de los heterónimos de Fernando Peña, que es para mí, al menos radialmente, un equivalente, lo más parecido que encuentro hoy en día, con el sistema de producción estética de Fernando Pessoa. (El parkimetro, FM 101.9 KSK, de 7 a 10 hs ; ya que está, también recomiendo si de escuchar palabras se trata al programa del gordo Cardoso, Primeras luces, AM 810 Radio Nacional, también de lunes a viernes de 7 a 9 de la mañana).
(5) Creo que todo este texto es sólo una excusa para escribir una línea, esta línea, esta sola línea que más de una vez me encontré escuchando o diciendo entre amigos: estos montoneros hijos de puta vienen por todo.
(6) Rogelio Patricio kelly cita aquí a mi tía la gorda Quiroga que a su vez esta citando a Shakespeare.
(7) En fin, otro día les contaré, si se me ocurre cómo sigue esta historia, el final, y si no, otras historias que tengo en mi cabecita, como son la guerra civil entre saittos y speranzos o, por qué no, el duelo entre la Coca Sarlo y la China Ludmer, o también, la triste historia de “La balada de la Soledad y el otoño del patriarca”, todas historias de amor, locura y muerte.
(XI)
(elinterpretador, número 19, octubre 2005)
“La oposición entre contemplar y aferrar aparecerá en sus lecturas de la literatura argentina como una duplicación de la antinomia conceptual entre exclusión del contorno, mirado desde la exterioridad de un pensamiento puro, que lo describe sin participar en él, y la inclusión, la integración del contorno en la propia problemática y que afecta no solo los temas sino sobre todo la forma de tratarlos.”
Silvio Mattoni, Viñas: el contorno del ensayo.
“Viñas es un intelectual de izquierda que presenta una imagen pública precisa y nítida. Esa imagen responde a una realidad innegable. Pero la literatura es una mediación peligrosa cargada como está de una plurivalencia estricta y difusa a la vez. Viñas ha intentado crear a través de la literatura una visión crítica del medio que conoce para mostrar los fenómenos de la alienación, pero al mismo tiempo y por efectos de esa misma alienación ha evocado su propia realidad fantasmática. Una escritura que debe ser interpretada como violenta por propia postulación – como falsamente violenta – nos permite connotarla como una escritura masculina insertada en la categoría de los Dueños, de los Poseedores, que intenta violar a la masa femenina de los lectores.”
Nicolás Rosa, Sexo y novela: David Viñas.
“¿Qué veo de ti sino la estela de tus actos, y qué recojo de tus actos sino las cenizas de tu presencia?”
Enrique Symns, Arde tu vida.
“Usted vio que los ojos se me llenaron de lágrimas (lágrimas que cayeron en las arvejas de mi plato).”
Victoria Ocampo, citada por Marcos Mayer en una columna.
“Es el amor, tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de la cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa mascara ha cambiado, pero como siempre, es la única.
De qué me servirán mis talismanes:…”
Jorge Luis Borges, El amenazado.
“Susana Giménez.
La diva que sufre por amor.
Como si fuera una jugada del destino, las grandes mujeres tienen historias sentimentales tormentosas. Y muchas veces salen heridas. Susana es una de ellas. ¿Por qué? Se lo contamos en un informe especial”
Tapa de revista Quién.
Estábamos todas en el gym, que queda en Corrientes, a pasos de la boca del subte de la estación Medrano. Estábamos haciendo gimnasia aeróbica: Guada, Sarakey, Rulos y Fetiche, Bombón de Roquefort, Hello Kitty, Camila, Eduardo Romano, Charles Bronson y yo. Cuando terminamos fuimos todas a las duchas, mientras Hello Kitty nos contaba que estaba enamoradísima de su novio editor, pero que estaba desesperada porque éste la tenía chiquita, muy chiquita. Charles Bronson apuntó su implacable mirada crítica hacia las calzas de Hello Kitty y le preguntó, ¿no será que vos sos muy argolluda, nena? Mientras se quitaba las calzas fucsias Edu Romano para ducharse reflexionó: el diálogo que estamos manteniendo me recuerda cierta tradición picaresca de la literatura argentina, que va desde el circo criollo y el folletín que estudia la Coca Sarlo a Copi y pasando por la producción cuentística de Roberto Fontanarrosa, y claro no habría que olvidarse aquí del teatro consert de Gasalla y Perciavalle, como tampoco de las películas de Olmedo y Porcel, ¿no? Bueno, pará un poco loca, dijo Rulos y Fetiche, Hello Kitty nos está contando un dramón y vos nos salís con un teórico tuyo. Sarakkey, que no la puede ni ver a Rulos y Fetiche, la odia, le salió al cruce, che, che, che, para un poquito, porque Edu lo que está haciendo es encuadrar el tema dentro de la teoría literaria, dentro de una tradición, o si querés está haciendo un trabajo genealógico a lo Foucault, eh, para desde ahí desarmar los fragmentos del discurso amoroso que la tienen a mal traer a Kitty. Bombón de Roquefort, al ver que la cosa se ponía caliente y sacando a lucir su espíritu de madre conciliadora, de madre dictatorial y amorosa del Conurbano Bonaerense dijo: chicas, chicas, por qué en vez de pelearnos no aprendemos a escucharnos y respetar a las otras. Sí, yo opino lo mismo, dijo Camila, igual, como supo decir alguna vez María Teresa Gramuglio: “la única verdad de la milanesa, es la milanesa”. Y Guada, para calmar las aguas, nos invitó a todas a su depto., que queda a un par de cuadras del gym, a merendar. Así que nos terminamos de duchar y fuimos todas para allá.
Pero, al salir del gym, nos cruzamos con punkysaurio Fogwill, que salía también de ahí, de hacer natación, y al vernos, a todas juntas, con los pelos mojados, cada una con su bolsito, perfumadas, con nuestros cuerpos moviéndose como panteras en medio de la horrible calle Corrientes y con un hambre en los ojos que destila cierto plus químico después de hacer gimnasia, no pudo menos que darse vuelta al pasar nosotras a su lado y le dijo a Sarakey, encandilado por sus ojos, uno de esos piropos que te gritan los camioneros – no cito el que le dijo Quique acá a Sarakey porque no me acuerdo de ninguno ahora. Igual Sarakey se quedó dura en el lugar(2), como deconstruyendo lo que le acababan de decir. Y Charles Bronson, indignado, saco de su bolsito Ona Saenz la Magnun 44 y lo empezó a correr a Punkysaurio que se subía a un taxi. El taxi arrancó y Charles Bronson empezó a correr por el medio de la avenida Corrientes, entre medio de los autos, disparando. Las cinco balas del primer cargador impactaron en el capot, el vidrio trasero, pero no lo detuvo y el taxista aceleró. Charles volvió a cargar su Magnun y apuntó a una de las ruedas. El tacho se desvió para la izquierda, chocó contra un Megan y se incrustó contra la vidriera de un negocio. Charles Bronson, con el arma en alto, corriendo entre el caos que era ahora la avenida Corrientes, llegó hasta el taxi, y cuando vio que Punkysaurio estaba saliendo a gatas del auto, sangrando, con vidrios en la cara, se miraron un instante, y él dijo, proceda, y lo fusiló. Después volvió a la esquina de Corrientes y Medrano donde lo esperábamos y nos preguntó si ya habíamos comprado facturas para el mate.
Cuando llegamos al departamento de Guada, estaban en el comedor Hernán Sassi, su novio, y Juan Pablo Liefeld, uno de los tarados del consejo editor de el interpretador (3), que no me aguantan, viendo la entrevista que le hizo por cable Maria Pía Lopez a Ernesto Laclau. ¡Qué aburridos y opacos que son esos dos flacos, esas Chicas de Letras que no saben hablar de otra cosa que no sea libros e intelectuales!
Pero la cosa no terminó ahí, no. Hernán, haciendo gala de su mal humor y su machismo a ultranza, empezó a gritale a Guada, que qué se creía trayendo sin avisarle a una manada de cotorras insoportables. Cuando la cosa no dio para más, Charles Bronson, bufando, cansado en su papel de vengador anónimo, se acercó a Hernán, le hizo dos tomas de karate y éste quedó en el piso desmayado. Después lo obligamos a Juan Pablo Liefeld a llevar a su amigo a la pieza y Charles Bronson le dijo rajá, turrito, rajá.
Después pusimos la pava para el mate y empezamos a devorar las facturas. Entonces, ahí, salió el tema de Viñas y Solita. Hacía un par de meses que Viñas había vuelto a salir con Solita y desde entonces lo veíamos a David cada vez más consumido, hecho pelota. Las posiciones eran dispares frente a lo que opinábamos de Solita, el campo intelectual estaba dado y las diferentes posiciones ponían en un máximo de tensión a las partes, estaban las que opinábamos que Solita era una mina macanuda y las que opinábamos que era una concha insoportable e insaciable.
En eso estábamos cuando sonó el teléfono del departamento de Guada. Ella atendió y me dijo que era para mí.
Era Jorge Panesi y me pidió si podía pasar por su casa porque tenía que ir a Liniers por un asunto importantísimo y no quería ir solo. Le pregunté de qué se trataba y me respondió por teléfono no te puedo contar, nena. Así que me despedí y fui para Palermo. Jorge me estaba esperando en la puerta, fumando un pucho.
Qué pasó, le pregunté.
Aaah, se quejó cansado, qué difícil es ser una Chica de Letras. Busquemos un taxi que llegamos tarde y ahí te cuento.
Ya en el taxi, Panesi me contó.
Vamos a lo del hermano Juan, Maestro indígena Aymara, Elsa, a consultarlo por el tema de Viñas y su nueva novia. Vos viste que desde que volvió a salir con Soledad Silveira está cada día peor. ¡Y para colmo mi control remoto devenidor se rompió!; y hasta dentro de un mes no me lo arregla el servis, así que no me quedó otra que hablar con Schettini y éste me recomendó que hablara con el Hermano Juan, que él cada vez que tenía un problema acude al Maestro y se lo solucionaba. Bueno, mirá, yo huelo algo raro acá, pero no sé qué es, a mí se me hace que viene por el lado del Bibliotecario Lito Cruz y su delfín PCPC-Chapatin, que quedaron calentitos los panchos desde que les arruinamos el magnicidio de Bush en Mar del Plata. Pero viste, desde que se me rompió el control remoto estoy como Popeye sin sus espinacas, o si querés como El hombre Araña sin tela de araña.
El hermano Juan parecía ser la persona indicada para esto, me señaló Panesi, dándome un volantito que leí con atención, mientras con una lapicera iba marcando los semas, los códigos proairéticos, los códigos culturales, el campo simbólico y el código hermenéutico.
El volantito decía:
¿Tu pareja es infiel? ¿Cambió y se alejó tu ser amado o amada día por día? ¿No tienes suerte en el amor, trabajo? ¿Fracasas en los negocios? Si el dinero se te va como sal y agua, si tienes dudas consulta estos y otros temas.
Y di vuelta el volantito:
Si te humilla y te es infiel, solución a todos los problemas en el amor, único experto que hace volver rápido al amor alejado. Atracción-retorno y amarres poderosos y en forma definitiva, aun si te ha sido infiel, engañado, traicionado (él) (ella).
Fuerza indígena.
Secretista de rituales y conjuros poderosos que llegan a la mente y al corazón de quien amas para que seas el único amor de su vida. Traeme sólo una foto, el nombre o una prenda y recuperarás la felicidad perdida 100% asegurado, inmediato. ¿Si Usted no avanza, no prospera? Abre: caminos, florecimientos, casas, negocios, talleres y toda la mala racha. El Maestro: trae la buena suerte, guía y orienta sobre su destino amoroso, libera y protege de maleficios, experto en dar contra a tus enemigos.
Cuando terminé de leer y subrayar prolijamente todo el texto Panesi me miró esperando una conclusión.
Jorge, le dije, creo que es la persona indicada para nuestro asunto.
El taxi nos dejo en Ramón Falcón al 7054, tocamos timbre y nos recibió el Maestro.
Lo primero que hizo luego de darnos la mano y hacernos pasar fue preguntarnos por Schettini, ¿cómo anda ese loco?, hace tiempo que no me visita, díganle cuando lo vean que se dé una vuelta así le tiro las cartas, y se hecho a reír, frente a nuestro desconcierto, que nos miramos sin entender el chiste. Después nos hizo sentar y nos pidió algo de David y Solita para empezar a preguntarle a las cartas. Panesi sacó de su bolsillo del pantalón unas medibachas de Solita y un calzoncillo de Viñas, que puso sobre la mesa.
El maestro Juan, estudió las prendas, las olió, estaban usadas, anotó unas preguntas en un cuadernito, encendió una vela, nos pidió que no habláramos y empezó a rezar. Así habrá estado media hora. Luego volvió a escribir más preguntas en su cuadernito, sacó un mazo de cartas, le pidió a Panesi que cortara el mazo en dos, mezcló y empezó a tirar cartas sobre la mesa.
Una vez que puso 9 cartas sobre la mesa, se quedó estudiándolas y movió la cabeza contrariado.
¿Pasa algo grave, ve algo fatal, Maestro?, preguntó Panesi.
No, es que me olvidé de ir a comprar puchos y yo sin puchos no puedo trabajar. ¿Alguna de ustedes fuma?
Yo puse mi atado de Gitanes sobre la mesa y él encendió un cigarrillo con la vela y se quedo media hora fumando un cigarrillo tras otro mientras leía lo que le decían las cartas.
Después habló.
Miren chicas, nos dijo, las cartas nunca mentir. La cosa venir así. Las cartas me dicen que a ustedes odiar gente muy mala de la carrera de sociales, ¿mentir las cartas o le están batiendo la justa, eh?
Movimos la cabeza aprobando y él siguió.
Parece que un tal Atilio Botón que manejar un lugar que llamar Cacos y que no soler ir nunca a dar clases a los teóricos donde ser titular pero estar todo el tiempo hablando de revolución y sujeto y otras bananas en lo de la Tía Quiroga y lo de Aliverti y otros programas del mundo mediático-cultural y ser compinche de correrías de unos tales Líto Cruz y Chapatin engualichó al dueño del calzoncillo que traerme ustedes para hacer mal a Chicas de Letras. Por lo que decir las cartas, la dueña de las medibachas es una ninfómana y contratar Atilio Botón para matar a puro sexo a Viñas. Es clarísimo que Viñas estar engualichado con vulva depredador. ¿Ustedes ver película de Arnold Schwarzenegger: Depredador?, bueno, estas vulvas depredador ser malas como el depredador de peli y sólo un Schwarzenegger poder sobrevivir a su hambre desmedido. Ahora yo no se qué hacer, ya que esta vulva depredador estar protegida por magia negra de la bruja Mary, que atiende a un par de cuadras de acá y sus poderes ser más avanzados y sofisticados que los que tener Maestro Juan, porque ella trabajar con poderes del Rey de las Tinieblas.
Jorge y yo nos miramos desoladas.
Momento, momento, dijo el Maestro, igualmente yo tener solución, pero esto salir mucha plata.
Panesi hizo un gesto como que por la plata no había problem.
Ok, dijo el maestro. Ustedes tener que ayunar tres días y rezar unas oraciones que ser mágicas. Al cuarto día si todo salir bien… aunque yo no saber si poder cumplir objetivo, porque repetir que el engualiche es un amarre muy heavy, pero hacer todo lo posible.
Los tres días siguientes seguimos a rajatabla las indicaciones del Maestro Aymara. Y cuando me desperté al cuarto día puse la pava para el mate y sintonicé al negrito Oro en la radio más potente y escuchada del país. Éste justo estaba terminando de contar un chiste sobre un piquetero homosexual y después le pidió a Marcela Tauro que le contara un chimento. Esta contó entonces que Solita acababa de firmar anoche un contrato con una productora española para filmar una película allá, que debía viajar en los próximos días y que la filmación que la tenía a ella por la heroína la tendría ocupada full time en ese país no menos de 6 meses.
Enseguida marqué el numero de Panesi y le conté la buena nueva. Jorge no lo podía creer y me dijo, este Maestro Juan es un fenómeno y yo que dudaba de sus poderes, hoy mismo lo llamo y le pregunto si puede hacer algo para que deje de comer galletitas todo el tiempo y me haga bajar de peso.
Como anunció la Tauro, Solita partió a España ese mismo día, dejándole a Viñas en su contestador automático un mensaje que decía: David, el amor va y viene, la guita no, así que me voy a España, suerte.
Una semana después, estaba en Platón tomando un Fernet con Camila, Charles Bronson, Bombón de Roquefort, Sarakey y Rulos, discutiendo si el mozo que nos atendía se parecía o no a Copi. Yo y Bombón de Roquefort insistíamos que era igual y Sarakey, que ya estaba bastante entonada y se le patinaban las eses, nos empezó a explicar por qué nuestra voluntad de mímesis estaba viciada de realismo inverosímil.
Después cruzamos enfrente, al Boli-Shopping-Puán y lo encontramos a Viñas al lado de un puesto de ropa deportiva trucha, sentado, mirando el vacío.
Qué hace Viñas, lo saludó Bronson.
Meandros, lecho, afluyentes y emboscaduras, dijo Viñas sin dirigirse a nadie en particular.
¿Está bien, se siente bien?, se preocupó Camila.
Decepción, regreso y descendencia estética.
Che, che, che, paren un poquito, el Viejo esta re-mal Chicas, se preocupó Sarakey.
Esclavatura y piedad: salario, tiempo y silencio.
¿Viñas, quiere ir a tomar algo enfrente? Nosotras lo invitamos y nos cuenta qué le pasa, dijo Rulos y Fetiche.
A ver mami, ¿cómo venimos de tetas?(4)
¿Qué?, preguntó desconcertada Rulos.
Apelaciones, excursión y platonismo.
Qué hacemos, preguntó preocupada Hello Kitty.
La secuencia general, siguió Viñas, por lo tanto, ha sido la siguiente: en principio un programa que implicaba una voluntad de síntesis; a continuación se va marcando una oposición entre lo referido a Europa, al allá y lo que remite a lo inmediato; en un tercer momento el primer núcleo se impregna de elementos idealistas acentuándose los ingredientes concretos en el otro extremo; la polarización está planteada; ya no es estructura sino dogma: lo que apela a Europa se valida en detrimento de lo contado a lo inmediato. ¡EL BIEN Y EL MAL! ¡EL BIEN Y EL MAL¡ ¡EL BIEN Y EL MAL! Literatura… amor… realidad… parafraseando a Cris Miró en los Roldan: mujer mala si no te sirvo matame! Y se largó a llorar desconsoladamente.
Verlo a Viñas llorar para nosotras imagino que generó la misma angustia y desconcierto que podría haber generado a los ejércitos de Alejandro Magno verlo llorar: una soledad infinita.
Pero justo en ese momento entraba a Puán, abriéndose paso entre un mundo de gente y puestos de ropa y audio y comida, Panesi, con un paquete envuelto en diarios bajo el brazo, y la china Ludmer.
Panesi nos llamó aparte y nos dijo: desde que lo dejó Solita, el Viejo ha ido de mal en peor. Por eso fui de nuevo a lo del Maestro Juan y me dio un amuleto mágico que cura los males de amor. Vamos Chicas, sean buenas, ayúdenme a llevarlo a David al baño.
Entre todas logramos convencerlo que tenía que lavarse la cara y que no podía andar por la facu hecho un trapito. En realidad, más que convencerlo, se dejó llevar. El Viejo estaba tan entregado como el cónsul Joeffrey Firmín de la novela Bajo el volcán, ese fatídico y doloroso Día de los Muertos de 1938.
Una vez que entramos al baño, Panesi cerro la puerta con llave, para que nadie molestara.
Ninguna de nosotras entendía muy bien de qué venía la cosa y nos lo quedamos mirando expectantes -salvo Viñas que murmuraba incoherencias-, ahora dedicadas a Sebreli que lo acusaba de gorila, pero bien que había usufructuado la erotización del cabecita negra que les otorgó el General.
Entonces Panesi sacó un sorete enorme que guardaba envuelto en hojas de diario(5).
David, dijo, ahora nos vamos a fumar este sorete y vas a ver que, como decía Roland Barthes, el amor después del amor quizás se parezca a este rayo de sol.
Viñas lo miró. Compañero, para ser breve, apretando el bandoneón para llegar al carozo del tango esencial, le diré que me siento Borges el día que se murió el monstruo de su madre, y se largó a llorar nuevamente.
Panesi quemó la punta del sorete y chupo con fuerza. Retuvo el humo lo más que pudo en los pulmones y luego exhaló el humo.
¡Uuuuh, el sorete que me dio el condenado del Maestro Juan es dinamita! Tomá Viejo, fumate un sorete y nos reímos de janeiro, y se dobló de la risa Panesi.
Viñas empezó a chupar y luego lo pasó al resto.
Al rato, estábamos todas hablando a la vez, sin escucharnos, riéndonos de lo que el resto no decía.
Entonces, Viñas, ya repuesto, olvidado de su pena de amor, dijo, ¿y si escribimos boludeces en las paredes del baño?
Loco, está buenísimo, dale, escribamos boludeces, se enganchó Ludmer, que no paraba de fumar como loca el sorete.
Che paren, se quejó Bombón de Roquefort, a mí no me pegó.
¿Segura?, preguntó Camila que no podía parar de dar vueltas carneras.
Sí, loca, no me pegó, no me pegó, no me pegó, ¡no me pegó! ¡no me pegó!
Y todas nos empezamos a reír y a repetir, ¡no me pegó! ¡no me pegó!
Y al grito de ¡no me pegó! entramos en uno de los cuartos de baño, y otra sacó un fibrón.
A ver qué ponemos, pregunto Sarakey. Ya sé, dame China el fibrón.
Ya quiero
coger tengo 20 y soy virgen.
Jajajajajajajajajajaja, reímos todas.
Dame, dame, reclamó el fibrón Rulos y Fetiche.
No todo se limita
al sexo
¡¿Quenos pasa?!
Viñas, ya animado, dándole unas palmaditas en la cola a Rulos la hizo a un lado y le quito el fibrón.
Todo parece adelantarse
” se limita al sexo.
¡Qué hay! No hay nada
mas hermoso q´ el amor.
No hay nada más maravilloso
que perder la virginidad
estando enamorada, se disfruta
más. Q´ tengas 20, 25 años,
no importa demasiado. El
amor verdadero sabrá
recompensar ese tiempo…
es el amor, la base de
nuestros sentimientos,
él es un ángel bello y
eterno, que posee alas
azules y depende de
nosotros q´ alce un
gran vuelo.
Dejate de joder Viejo, jajajajaja, se rió Panesi y le quitó el fibrón a Viñas.
El amor
sin
haberla
visto
no es negocio.
Yo, yo quiero escribir, se entusiasmo Bombón de Roquefort.
Ma´que beca de apuntes
Beca p´al porro.
Y otra escribió.
Es un baño
q´ funciona.
Y la china.
Lacrimosa
(tilo mi único y
fiel comp..)
Y otra escribió destornillada de la risa.
Probá la
marih
después contame q´ es
único.
Y así seguimos escribiendo, por ejemplo:
Me das pena
x q´ sos fracasada y
dependés de algo
para vivir
allá vos
suicida.
Si bien falta
expresividad en este
mensaje, su significado
es muy claro,
coincido.
Único? Único va a ser cuando
se mueran x fumar esa
garcha drogones de
mierda… que se hacen
los locos la concha
q´ los re parió?
Cuando no puedas ni cruzar 2
palabras, cuando la gente no te
de… ahí vas a ser único….
Entendé que te quema!!
La mente!
No te drogues!
Salvá esta sociedad!
Y así fue como un día se nos ocurrió a las Chicas de Letras empezar a escribir cositas en las paredes del baño. Y desde entonces es un vicio, como masturbarnos.
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)En esta columna falta un epígrafe, el más importante, que son las palabras de una tapa de la revista Paparazzi, que dirige el gran Luisito Ventura. En la tapa aparecía Viñas del brazo de Solita, ella sonriendo ante los flashes de las cámaras y el Viejo Viñas como contrariado por la indiscreción de los medios. La nota se titulaba, si mal no recuerdo, Sol de otoño, y el copete decía algo así como Solita dejó a su novio 20 años menor que ella por un ex 20 años mayor. Prefirió dejar las aventuras fuertes por un amor más tranquilo. Se los puede ver por restoranes y bares de San Telmo muy enamorados y a los arrumacos. Es una lástima que no haya podido conseguir la revista y citar las palabras precisas de Luisito Ventura.
(2)La chica Súper Poderosa Sarakey es de una temporalidad diferente a la “normal”. Es como el cuento del león que un día se despertó con un hambre atroz. Entonces reunió a todos los animales de la selva y les dijo, bueno, hoy me levanté con mucho hambre, pero para no comerme a ninguno de ustedes arbitrariamente, van a ir pasando de a uno y me van a contar un cuento, y la tortuga va a ser el jurado, si a ella le causa gracia el chiste, ok, no me lo como, pero si no, me lo como. Entonces pasó el monito que contó un chiste desopilante y todos los animales de la selva se desarmaron de la risa. Pero la tortuga permació inmutable. Bueno, le dijo el león al monito, a mí el cuento me encantó pero a la tortuga no, así que perdoná pero te voy a tener que comer. Y se lo comió. Después pasó la jirafa y también contó un cuento desopilante que hizo llorar a toda la selva de risa, pero la tortuga ni nada. Así que el rey de la selva le pidió disculpas porque el cuento le había encantado, pero era el rey y las reglas se debían cumplir, entre otras cosas porque las había impuesto él, y se comió a la jirafa. Después pasó la cebra y contó un chiste malísimo, pero malo, malo, que no hizo reír a nadie, y la tortuga empezó a reírse hasta que no pudo más. Y el león asombrado le dijo a la cebra mirá, la verdad que tu cuento me pareció malísimo, pero a la tortuga le gustó, así que no te voy a comer. Y entonces la tortuga que todavía no podía parar de reírse le dijo al rey de la selva, jajajaja, no lo puedo creer, qué bueno que estaba el cuento del condenado del monito.
(3)Escribo esto porque se me canta en principio. Y después porque hay gente como Juan Pablo Liefeld dentro del consejo editor de la revista que me hace objeciones pelotudas a mi columna. Ojalá tengas huevos para permitir que esto se publique y después, discutir conmigo por escrito. Bueno por suerte hay otros en la revista que defienden lo que hago. Y me gustaría decir algo más para la gilada que se incomoda con mi columna, aunque algún día pienso escribir en mi columna sobre ella y los efectos que ella provoca, esta columna no es una editorial, no representa necesariamente a la revista, es apenas una columna de una chica que participa activamente de la revista porque cree en el proyecto de Juan Diego Incardona, así que todos aquellos que tengan problemas con lo que yo escribo les pido por favor que se dirijan a mí, yo soy la única responsable de todas y cada una de las palabras que escribo. Mi mail está al final de todas mis columnas. Desde ya al que no le gusta lo que escribo puede no leerlo o leer buena literatura como es Borges o Pessoa o irse al carajo.
(4)Acá Viñas cita una pregunta frecuente que suele hacer Machuca, uno de los tantos personajes que hace el talentoso del Árabe en el programa radial Apaga la tele, por la Rock & Pop, y que conduce el locutor Olmedo, un pibe que como locutor está bien pero en cuanto se pone a opinar sobre la realidad política y social del país, y suele hacerlo, enseguida muestra el barniz mediocre progresista y reaccionario de la clase media argentina.
(5)Estoy segura que cuando escribo vamos a fumarnos un sorete, toda la gilada de clase media baja para arriba que va al cine, dice que lee, usa anteojos de marco negro, ama el cine, se psicoanaliza, coge mal pero miente bien, y sueña que está en Holanda y no en un país incendiado y que seguirá eternamente incendiado, y mira I-Sat, cuando hablo de fumar un sorete, sabe de lo que hablo. Y seguro se reirá y pensará que estamos del mismo lado.
(XII)
(elinterpretador, número 20, noviembre 2005)
A Fogwill y Jorge Rulli
por ser dos hombres que saben
de qué se habla cuando se habla de pan.
I
Voy a hablar de dos eventos que me involucran. De eventos no. Esa es una palabra de Alain Badiu y éste viene en mi lista de lecturas atrasadas, después, mucho después de Martín Heidegger, al que sí me interesa hincarle el diente, ahora, cuando todavía tengo toda la dentadura intacta y al que alguna vez intenté empezar a leer en el tren, entre Suárez y Carranza, y nunca pude pasar de la primer página de Ser y tiempo. Así que nada de evento, sino, momentos, de dos momentos, de mi vida, este año, en que algo de lo que soy rozó, en un caso, algo así como la dignidad de la que habla Camus en El hombre rebelde (1) y, en el otro, algo así como la felicidad fugaz de un momento único e irrepetible que reproduciré a partir de un mail que escribí para amigos.
II
Hace poco, un amigo, al que llamaré Mondonguito, en un mail me cuenta que está por salir un nuevo diario, que irá solo los domingos, y que hay 200 páginas que llenar. Y me pregunta si me interesa, que le avise, que me arma un encuentro con el coordinador, que mi perfil andaría bien y que mi estilo le encantaría a Fontebequia.
Bien. Como podrán imaginarse, al leer este mail me puse re contenta: ¡por fin iba a dejar atrás mi destino opaco y gris de chica del conurbano bonaerense y conocería las caricias y favores de las luces del centro!
Recapitulo para que tengan una idea de en qué contexto socio-económico me llega este mail.
No tengo obra social. Pagar todas las boletas como llenar la heladera corre por cuenta de mi vieja, que es maestra. Nunca fui a Europa, ni a Nueva York, ni a Río, ni a Punta. Hace once años que no me voy de vacaciones a ningún lado, ni salgo de esta ciudad –para mí esta ciudad es el Conurbano y la Capital–, salvo una vez que mi cuñado me invitó a ir a Córdoba a ver el último recital de Los Redondos. Nunca tuve mil pesos en mi poder. No tengo celular, ni auto, ni Internet, ni cable, ni tarjeta de crédito, ni cuenta en un banco, ni plata guardada debajo del colchón. Vivo, con 29 años, con mi familia y comparto el cuarto con una hermana y mi sobrinito. Si le dan un par de patadas a la puerta de madera del comedor de mi casa que da a la calle puede entrar cualquiera. Debo como 5 mil pesos a la AFIP por un monotributo que nunca llegué a usar. No tengo aportes jubilatorios –o sí, creo que tengo más de 100 pesos–. El botón del baño está roto, como la cassettera de mi grabador JVC que tiene más de 15 años y otras tantas cosas de casa que están rotas, tanto materiales como espirituales.
Ahora bien, la oferta era sólo eso por el momento y nadie me garantizaba que, si le caía bien a los que le tenía que caer bien, me pagarían más que en mi actual trabajo o que al menos trabajaría menos horas. Claro que también estaba el tema simbólico, de trabajar en un medio masivo de comunicación y tener visibilidad, es decir, para decirlo llanamente, si algún conocido del barrio, del secundario o conocido me preguntaba, en qué andas Elsita, yo le podría contestar: no te enteraste, escribo en un diario, en el diario Perfil al lado de Lanata, Magdalena Ruiz Guiñazú, ¡Florencia Abatte! y Quintín. Y en esa contestación yo, al que me preguntaba, le respondía implícitamente: hijo de puta, vos imaginabas que yo te iba a decir que estaba laburando como una negra de mucama o atendiendo un cyber para contestarme, bueno ya vas a conseguir algo mejor algún día, y no, te cagué, laburo en un diario con tirada nacional, me codeo con la crema de la crema, no como vos que no existís.
Cosas así imaginé en mi delirio continuado mientras meditaba qué le contestaba a Mondonguito. Mi odio de clase estaba cebado, exigía sangre, se sentía en las puertas del Palacio de invierno de los zares en el 17 o Evita tomando el tren que la traería a Buenos Aires.
Pero algo no me convencía de toda esta historia. También podía terminar como Nené, la pobre Nené, que ya se sabe como terminó, y si nó, lean ya Boquitas pintadas, por favor.
Entonces, ahí, justo ahí, estaba. Pensando qué le respondía a Mondonguito. A ver, una cosa es ser pobre y otra muy distinta es ser pobre y alcahuete, y el 99,9% del periodismo argentino no pasan de ser pobres alcahuetes al servicio de Kirchner, Monsanto, el Grupo Clarín, Quilmes, Nike, Telefónica, TBA, Banco Galicia o quien carajo sea que necesite cagatintas para disfrazar este mundo horrible que hace agua por todos lados.
Yo respeto a muy pocos periodistas, a dos o tres. A Oscar Raúl Cardoso y Esteban Schmidt. Y también a Chiche Gelblum y a los Marcelos –Polino y Tauro–, porque creo que ellos ponen en evidencia –consciente o inconscientemente, no importa– las condiciones de miserabilidad de la gran familia periodística. Es más, si me apuran los definiría como artistas del hambre.
Claro que si me lo propusiera podría convertirme en una Nancy Pazos, una Sandra Ruso, una Gigi Marciota, una Maria Laura Santillán. ¿Pero yo quería desfilar por esa pasarela de entelequias infames? No. Claro que no.
Y empecé a repetirme, no, no, no.
También estaba el tema de la relación de la palabra y la plata. Cobrar por escribir. No está ni bien ni mal cobrar por escribir. En Estados Unidos Faulkner, Hammett, Philip Diks, o Silvia Plath escribieron toda su obra desde que no eran nadie a tanto la palabra. Pero en Argentina esto siempre fue diferente, por un lado va la palabra y por otro la guita. Ni una cosa ni la otra, en realidad, quiero decir, formular las cosas en términos de bien y mal es un callejón sin salida, una trampa. La pregunta correcta era más o menos la siguiente: ¿qué se pone en juego de mí si cobro por escribir?, o ¿ hasta dónde sería capaz de poder mantener mi palabra autónoma de la gran maquina periodística?
No, no, no, me repetía, pero la tentación era grande.
Consulté a mis amigos. Ellos casi sin dudar me dijeron que agarrara viaje, que entre laburar todo el día en una panadería o en un diario no había nada que pensar. ¿Nada? ¿Y mi palabra, esta torpe y estúpida palabra, esta columna mensual y la ficción que algún día pienso escribir, no se corrompería? Quiero decir, cobro nada en la panadería, pero es un laburo noble –más allá de mis empleadores–, que no pone en juego mi palabra, pero entrar en el mundo obsceno del periodismo era otra cosa, algo que siempre vi con desprecio(2).
Entonces recordé a Jorge Rivera que una vez dijo que Eduardo Galeano tenía una capacidad increíble para resumir en pocas páginas informes inleíbles. No se por qué recordé ésto. Quizá porque Jorge Rivera algo sabía sobre el cruce entre periodismo y literatura, y porque Galeano es periodista. Y voy a hacer una digresión antes de citar lo que me interesa de Galeano.
Recuerdo el primer teórico de Christian Ferrer, de un cuatrimestre, del que ahora, se me borraron las fechas. Pero empezó hablando no de su materia sino de Jorge Rivera. Jorge se acababa de morir y en ese mismo momento lo estaban velando y también él tendría que haber estado iniciando la primera clase de su materia. Era un lunes. Puteé, porque siempre quise cursar con Jorge y siempre pateé su materia para otro cuatrimestre. Y Chris dijo algo muy lindo de Jorge, dijo que él siempre iba a todos lados con su mujer, que eran inseparables, eran dos y uno sólo. Y que su mujer se había muerto hacía muy poco y que ésto, imaginaba, fue lo que mató a Jorge. Y trajo a cuento que los caballitos de mar siempre andan en pareja y cuando uno de ellos se muere, el otro, al poco tiempo, también. Esa imagen me pareció preciosa. Cualquiera que retenga la imagen de Jorge Rivera sabe que no hay nada menos parecido que él a un caballito de mar y sin embargo, desde entonces, cuando tropiezo con sus libros no puedo dejar de imaginar a un imposible caballito de mar con la cara de Jorge Rivera.
En fin, vuelvo.
Ya estaba convencida de que meterme en el mundo del periodismo no era lo mío. Pero necesitaba argumentar, necesita que mi biblioteca me diera letra. Y busqué en ella. Entonces encontré un texto de Galeano en El libro de los abrazos, que desde que lo leí nunca lo olvidé. Lo cito:
“Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Joseph Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué del exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
-Pero papá– le dijo Joseph, llorando. -Si Dios no existe, ¿quién hizo al mundo?-
-Tonto– dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto. -Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.-“
Ya sé, citar a Galeano, para una chica de letras, es, cuanto menos, grasa. ¿Y qué? Pero ese texto siempre me quedó. Al mundo lo “hicimos nosotros, los albañiles”, tonta, me dije, ni se sostiene hoy, gracias a otra cosa, el súper hábit fiscal del que nunca veremos una moneda, nosotros, la resaca, los cabecitas negra, los desquiciados de El club de la pelea de Chuck Palahniuk, y nunca jamás, ni los periodistas, ni los editores, ni los empresarios, ni los degenerados de los creativos publicitarios –que son mucho mas despreciables que Goebels, con el que al menos una seguro podría tomar el té y charlar de libros y música y mantener una conversación agradable, cosa inimaginable con estos energúmenos de cuarta que hoy siguen sus pasos éticos y morales– ni los políticos, ni nadie más que nosotros, somos los que hacemos el mundo del que las alimañas se obstinan sistemáticamente en destruir y desquiciar.
No, no, no.
Y recordé a ese tozudo que siempre me conmovió. El de Dashiell Hammett frente al comité McCarthysta, cuando éste lo interrogaba en 1951 para que buchoneara la identidad de quienes aportaban dinero al Congreso por los Derechos Civiles, que era la que pagaba la fianza de los acusados de agitación comunista en plena caza de brujas. Hammett por esa época hacía 20 años que no podía escribir una línea, estaba tuberculoso, tenía problemas con la botella, estaba viejo y sin embargo dijo “no” y marchó a la cárcel, a un pabellón de negros.
Copio parte de ese interrogatorio:
“-Antes de comenzar, señor Hammett, y para que comprenda bien su situación, le informo que ha sido llamado como testigo por esta Comisión. Si durante su declaración estima necesario consultar a sus abogados antes de responder a cualquier pregunta no tiene más que pedirlo y se le concederá el permiso. ¿Ha comprendido?
-Sí.
-Señor Hammett, ¿es usted uno de los cinco administradores de fondos para fianzas del Congreso para los Derechos Civiles?
Hammett:
-Me niego a contestarle la pregunta porque la respuesta podría inducir a probar mi culpabilidad. Ejerzo este derecho amparándome en la quinta enmienda de la Constitución.
(Juez):-Señor Saypol, me parece que el nombre de los fondos no a sido bien enunciado. Sugiero que lo repita.
(Irving Saypol):- Muy bien. Señor Hammett, le muestro el…
(Juez):-No. Repita la pregunta para que pueda darnos respuesta.
(Saypol):-¿Es usted uno de los cinco administradores…?
(Juez):-No. Uno de los administradores del …
(Saypol):-…fondo para fianzas del Civil Rights Congress?
-Me niego a responder. ¿Tengo que repetir las razones por la que me niego a responder?
(Juez):- Sí.
-Me niego a contestar dado que la respuesta puede ser usada como prueba de mi culpabilidad y me amparo en los derechos que me otorga la quinta enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
(Juez):- Le ordeno que responda a la pregunta.
-Me niego a contestar, Su Señoría, por las mismas razones.
(Juez):- ¿Por las mismas razones que usted ha dado?
Entonces los abogados mostraron las actas y los libros contables del Congreso por los Derechos Civiles e indicaron a Hammett que los mirara detenidamente y le pidieron que se fijara específicamente en unas iniciales escritas en el margen izquierdo.
-¿Las vio Hammett?
-Las veo.
-¿Reconoce esas iniciales?
-Me niego a contestar la pregunta. Ahora, antes de negar, quisiera preguntar…¿si reconozco que son iniciales? Entonces…sí, lo son.
-¿Reconoce la letra?
-Me niego a contestar.
“Ya sé que el contexto en que Hammett dice “no, preferiría no hacerlo”, es diferente al mío, pero el mundo sigue tan puto como entonces y frente a los dueños de la tierra que te quieren “cooptar” la palabra, ese “no”, ese “preferiría no hacerlo” Bartlebiliano sigue siendo todavía la última y única digna palabra que se puede sostener. Y si no se puede ni siquiera éso, entonces hay que recurrir a los estoicos, a Séneca, que si no leí mal el libro de Paul Veyne, todavía queda pegarse un tiro.
Sé que estoy llevando las cosas demasiado lejos, y que las estoy forzando un poco, pero también sé que por una vez en la vida dije “no”, y que me sentí re bien, espléndida. No se si cuando dije “no” me cavé mi propia tumba o cerré la puerta que me conducía a los subsuelos del infierno. No lo sé. O si mañana voy a tener que pedirles por favor el laburo a los que desprecié. Lo que sí sé es que no soy una alcahueta al servicio de ningún mercachifle que contrata a miserables publicistas que hacen una propaganda para radio que dice algo así como: “Diario Perfil, puro periodismo”. “Puro” quiere decir: que no está mezclado con otra cosa. ¡Qué pedazos de hijos de puta que son los creativos publicitarios!
Y esto es lo que le respondí a mi amigo, a mi querido amigo Mondonguito:
(NO CORREGIR UNA SOLA LÍNEA NI ERROR ORTOGRÁFICO DE LOS MAILS QUE REPRODUSCO) (3)
xxxxxxxxxx
> hace dias que estoy pensando tu propuesta
> de ir a ver a la gente de perfil
> y por un lado me interesa
> no esta mal vivir de escribir
> pero por el otro se que el periodismo es una maquina obsena y
perversa
> una maquina de picar carne
> hace tiempo me aprendi de memoria el aforismo de karl kraus
> “si bien todo hombre puede hacerse periodista, no toda mujer puede
hacerse
> puta”
> gracias xxxxxxxxxxx
> sos un amor
> pero prefiero dejar a mi escritura lejos del mercado de valores
> del mundo massmediatico
> tengo miedo que ese mundo arruine mis palabras
> por otra parte vos mas de una ves de forma directa o indirecta me
> dijiste que hiciste notar que con laburo puedo llegar a escribir algo
que
> valga la pena ser leido por los otros
> eso para mi es mas importante
> -tu reconocimiento-
> que laburar en un diario de cagatintas
> alguno podria decir
> pero arlt se ganaba la vida asi
> si
> es verdad
> pero si bien yo escribo cuanto menos con tantas faltas de ortografia
como
> arlt
> no soy arlt
> y si podria transformarme en la sarlo
> que escribe estupideces en viva
> frente a estas cordenadas
> creo que lo mas sano
> para la supervivencia de lo poco o mucho que pueda hacer con las
palabras
> lo mejor va a ser decir
> gracias xxxxxxxxx por pensar en mi
> pero como bartebil
> digo
> “preferiria no hacerlo”
III
El otro momento que quería contar en esta columna, es sólo eso, un momento en que fui feliz por un instante y que lo intenté poner en palabras a la salida de mi laburo en un cyber y se lo mandé a Mondonguito, a mi querida amiga el Duende Japonés y algunos pocos amigos más.
hoy en la panaderia concine pan despues de meses de no cocinar
y senti una emocion y exitacion imposible de explicar
te cuento como lo cocino
el carro tiene 13 bandejas
cada bandeja tiene 6 filas en las que van 5 panes
el horno tiene que estar a 240 grados
cuando llega a esta temperatura
y el pan esta a punto
es decir hinchado pero cuando lo tocas la masa esta elastica
vos lo precionas y el pan esta elastico
bien
ahi
sacas una a una la bandeja
esto lo tenes que hacer muy rapido
porque una ves que cortas el pan se cae muy rapido
bien
sacas las bandejas
una por una
y con una yile le haces un corte al pan
que segun como biene le tenes que hacer un corte superficial o profundo
una ves que cortaste todo el carro
apagas el horno
y mandas el carro
serras la puerta
y le hechas vapor
despues prendes el horno
que por el vapor baja a 200 grados
lo dejas 10 minutos
- siepre es promedio lo que cuento, porque el pan nunca biene igual-
ahi abris el tiraje
y bajas la temperatura a 180 grados
durante otros 10 minutos
entonces ahi
proque el horno no anda del todo bien
un horno rotativo marca pastor
las dos bandejas de arriba que estan mas blancas
las pones abajo y subis las de abajo que estan mas doradas
ahi
dejamos 5 minutos
y entonces
bajo la temperatura a 150 grados
con la puerta del horno abierta
y ya esta
tenes un carro de pan
listo para comer
eso hice hoy despues de meses y me gusto
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice “no”. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”?
Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado” “hasta ahora, sí; en adelante, no”, “vais demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, este “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro “exagera”, de que no extiende su derecho mas allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a…” . La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no. Afirma, al mismo tiempo que la frontera, todo lo que sospecha y quiere conservar más acá de la frontera. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que “vale la pena de…” , que exige vigilancia. De cierta manera opone al orden que le oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir.”
El hombre rebelde, Albert Camus.
(2)Tampoco quiero hacer un elogio del trabajo “noble”, “digno”. No trabajo porque me gusta sino porque soy pobre. En todo caso soy “el trabajador” jüngeriano o el “gil trabajador” de Hermética. Y no es la primera vez que rechazo un “buen laburo”. Durante esos años terribles que fueron los del gobierno de De la Rúa, el país indefectiblemente iba en caída libre y yo con él. Y un amigo, al que llamaré Mandarina –Mandarina lo llamaré, porque es peronista y se me ocurre que la mandarina es una fruta grasa–, rosqueó hasta conseguirme laburo dentro de uno de los tantos aparatos peronachos. El laburo estaba piola, ganaba bien y tenía perspectivas de ganar más, mucho más. Pero a los dos meses de trabajar ahí, no le hacía caso en nada a mi amigo Mandarina, me daba vergüenza decir donde trabajaba y me sentía básicamente para el orto. Así que un día del verano del 2002 le escribí una carta a mi amigo Mandarina, explicándole que yo no podía laburar ahí, que le agradecía su gesto, que estaría siempre en deuda con él, que lo quería, que era una decisión personal y que no lo estaba juzgando por laburar él ahí, y me fui a mi casa, sin perspectivas de conseguir laburo y con un país incendiado, sin futuro, pero después de renunciar volví a poder mirarme en el espejo sin sentir vergüenza de mí misma.
(3)Los mails que reproduzco acá aparecen tal cual los escribí –con la salvedad de que quité algunos nombres propios-, llenos de faltas de ortografía. Para mí la ortografía, la sintaxis y la gramática son algo tan misterioso e insondable como el nombre de Dios, que los cabalistas buscaron infructuosamente. Si mis columnas aparecen sin faltas de ortografía ni errores gramaticales ni sintácticos es gracias a los sufridos correctores de la revista. Alguna vez propuse que mi columna apareciera bilingüe, es decir, publicar mi columna tal cual la mando a la revista –sin siquiera el corrector de Word- y la corregida, pero me sacaron corriendo.
(XII-bis)
(elinterpretador, número 22, enero 2006)
“Será que me reprocho, no el hecho de haber cedido demasiado pronto, sino de luchar tanto y tan duramente contra algo que solamente yo puedo ver. O me lamento por astillarme una y otra vez mientras las palabras se convierten en líquido.”
Marguerite Duras.
“Tenía la impresión de que ya todo lo había vivido a pesar de no poder decir en qué momento. Y al mismo tiempo su vida entera parecía resumirse en un pequeño gesto hacia delante, una ligera audacia y después un retroceso suave, sin dolor, y ningún camino hacia dónde dirigirse – sin posarse bien en el suelo, suspendida en la atmósfera casi sin comodidad, casi confortablemente, con la cansada languidez que precede al sueño –. Sin embargo a su alrededor las cosas se vivían a veces tan violentas.”
Esta cita, de Clarice Lispector, me la regaló, El Duende Japonés, en uno de
esos mails increíbles que a veces cruzamos.
“…las lágrimas negras que inician las palabras.”
Silvio Mattoni, Carta.
“Filigranati echó un rápido vistazo a su amigo y luego continuó:
– No temas. He renunciado a mi locura, a la necrofilia y al pato mandarín. Mi problema es otro. Tiene que ver con la realidad. Estoy viejo y estoy solo. En este momento veo signos de interrogación hacia toda la rosa de los vientos.
– Como decían las viejitas de nuestro amado Camilo Aldao: “Mientras hay vida hay esperanzas”.
Pero en el acto se arrepintió de haberlo dicho. El otro no lo escuchaba y no iba a poder sacarlo de ese sitio con una frase convencional. Así que agrego:
– No te preocupes. La vida es más rica de lo que uno supone. A veces más de lo que la gente se merece.
– Eso espero. Porque no es posible que toda una vida dedicada a la autopurificación sea al pedo. Me costo mucho humanizarme ¿sabias?
– Claro que lo sé.
– El problema con la gente no es aquello de “humano, demasiado humano”. Más bien sería: inhumano, demasiado inhumano. Yo no me lo voy a permitir. Bajé al submundo, como Orfeo. Pero no coincido con él en su odio a las bacantes. Más bien al contrario.
– Por supuesto. Debemos tener la más firme confianza en la victoria final. Aun si todo dijese que no.
– Sí. Un trabajo de todos los días. La confianza.”
Alberto Laiseca, Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati.
…Noche: cuando ya no importe, qué será, de estas palabras, que son, restos, de estos días, tristes, con sabor a nada, que se queman, de forma dócil y boba, como papeles viejos. Afuera insisten con los petardos y los fuegos artificiales. Es navidad.
Estoy triste. Y cuando estoy triste pienso mal, escribo peor, me cuesta leer, duermo poco y ando todo el día como una zombi, fumo como un escuerzo – en los últimos meses pasé de fumar un atado y pico a fumar dos y hasta tres atados y pico –. Así estoy, amarga y agria como la cocaína que se le vende a la gilada. Me miro en el espejo cuando me levanto a las seis menos cuarto de la mañana y me descubro vieja, fea, sucia y tonta. Y me pesa el cuerpo como si estuviera soportando sobre mis espaldas una bolsa de harina de cincuenta kilos.
Estoy triste. ¿Qué hace una chica de letras cuando está triste? ¿Toma antidepresivos? ¿Agarra la extensión de la tarjeta de crédito del viejo y se la revienta en el Alto Palermo? ¿Se pone a leer a Barthes? ¿Abre un blog y cuenta lo triste que está? ¿Sale noche por medio a endrogarse y emborracharse y cogerse a cuanta bragueta se cruce en su camino? ¿Busca un analista con el cual trabajar esa tristeza de la cual no puede dar cuentas y que seguramente al cabo de unas pocas sesiones éste le recomendara que se compre un perrito? ¿Proyecta unas vacaciones con sus “amigas” del alma al Cuzco o Europa donde dejará atrás su tristeza y volverá siendo otra: una mujer nueva? ¿Asalta la heladera compulsivamente para llenar ese vacío con sabor a nada que le desquicia la mirada? ¿Se plantea seriamente terminar la carrera? ¿Se le despierta el óvulo loco y no hay Dios ni catástrofe natural o humana que le impida quedar embarazada? No sé. Qué se yo, qué hace, una chica de letras, cuando está triste. Supongo que lo que hacemos todas cuando estamos triste, no parar de hacer y decir pavadas.
Estoy triste. No se me cae una idea y debería llamarme a silencio, no escribir mi columna por un tiempo, pero si no escribo nada, quizá, todo sea peor. ¿Sobre qué debería escribir? No sé. Me cuesta creer en mis palabras, es como si esta tristeza me desautorizara como autora a escribir nada. Pero como mi columna, básicamente, se sostiene en un improbable e imposible yo, que remite a un otro, tan literario y ficcional, como el que leerá estas páginas, o como yo, que las escribo, y como acá no esta en juego ninguna verdad ni saber alguno, sino la posibilidad de contar algo, intentaré hablar sin saber muy bien de lo que hablo, de mi tristeza.
Estoy triste. Y estoy tentada de escribir: Nunca te diré como fui hundiéndome, día tras día…, si fuera capaz de empezar un cuento así… pero entonces sería escritora y no alguien que escribe palabras. Para mí esta es una diferencia obvia, la de que hay personas que son escritores y otras que escriben palabras, pero no hay más que escuchar a la gente que publica libros o escribe cuentos o lo que sea y te das cuenta que cualquiera se cree escritor por el solo hecho de juntar palabras. En fin, estoy triste, pero no quiero hablar de eso, pasemos a otro tema.
Estoy triste. Estar triste es un plomazo – estar triste, no deprimida, esa es harina de otro costal –, porque todo gira en torno a tu tristeza y el mundo es una condena a la deportación y te asqueás de hablar de eso que te pone triste y no podés dejar de dar vueltas en esa calesita endemoniada que gira enloquecida alimentada de palabras raras y absurdas que aceleran la marcha de tu ausencia y que afantasma todo lo que te rodea.
Estoy tan triste, ay, que cuando en la cuadra de la panadería suena en la radio un tema de Andrés Calamaro, me descubro tarareándolo con cierta emoción mal disimulada. Ahora se me pegaron dos temas de Calamaro, la cumbia que canta en el ultimo disco en vivo y también uno de la primera época que lo están pasando bastante en La Mega, ese que dice, pasemos a otro tema, no quiero hablar de eso. Para mi amiga Fernanda esto debe ser un signo de mi tristeza sino no se puede explicar que yo ande por la vida tarareando canciones de Calamaro. Y para Dieguito Cousido una confesión que certifica que él tenía razón cuando una noche estábamos en la casa de Hernán hablando de cosas de chicas de letras. No sé cómo terminamos hablando de Calamaro, pero él lo defendía y yo lo atacaba. Y más, llegue a la siguiente conclusión: la culpa de que Calamaro y Fresán existan la tiene una serie norteamericana, es decir, Sallinger con El guardián en el centeno – novela estúpida si las hay –, Kerouac con su pelotazo inflado de novela mítica que es su aburridísimo En el camino, y las canciones del Pato Donald que no es otro que Bob Dylan. ¿Si Sallinger, Kerouac y Dylan nunca hubieran penetrado las napas de la cultura argentina qué hubiera sido de Calamaro y Fresán?
Estoy triste. Triste como un lagarto del conurbano bonaerense que se hunde en el fondo del pantano para intentar cambiar de piel y en su delirio sueña que fuera del pantano hay algo así como personas que son felices solo por no ser él – ya les dije que no se me cae una idea, y claro, obvio, esto es Pessoa, Pessoa sin la belleza de sus palabras.
Una cosa desagradable que me pasa cuando estoy triste es que me vuelvo más pobre de lo que soy y un resentimiento de clase horrible me atraviesa el alma. Voy a contar solo un ejemplo. Hace unas semanas atrás una chica de letras se casó y otra chica se encargó de juntar la plata para el regalo de bodas, cincuenta pesos por cabeza. Yo al leer el mail sentí: ¡cincuenta pesos! yo necesito más que ella esa plata, no, loca, yo no pongo un mango, si a ella se le ocurre casarse yo qué culpa tengo. ¿Se entiende? No importa que la lógica de mi pensamiento fuese verdadera o falsa, lo cierto es que lo que sentí es algo mezquino y feo, porque yo a esa amiga la quiero y cincuenta pesos no me hacen ni más ni menos pobre, porque cuando sos pobre sos pobre, es tautológica la pobreza y el asenso social un mito del siglo pasado… supongo que acá hay algo de la idea de gasto relacionada con la plata que me hizo cortocircuito y sacó lo peor de mí, pero no sé, tendría que penar y leer más sobre el tema para decir algo más que esto.
Cuando estoy triste también imagino que me tengo que ir lejos. Escapar a otra ciudad, a otro país. Entonces saco mi pasaporte alemán y me doy cuenta que el problema no esta ahí, que el problema soy yo. Aparte qué voy a ir a hacer a Alemania si no sé el idioma. Mi abuela paterna, que era polaca lo manejaba muy bien, pero nunca me lo trasmitió. Lo hablaba con mi tía Marta cuando no quería que oyéramos nosotros, mis primos y yo, de lo que estaban hablando ellas. Ahí estuviste mal abuela, tendrías que habernos enseñado a hablar tu lengua. De hecho cuando saque la nacionalidad alemana mi idea no era irme a Alemania ni nada, solo quería dos cosas, ver la forma de sacarle plata a los alemanes y que me enseñasen gratis el idioma. Claro está que no conseguí ni una cosa ni la otra. Quizás sea por eso que me cuesta tanto leer filosofía y literatura alemana, porque la abuela no me enseñó de chiquita esa lengua. Leer a los alemanes es algo que me cuesta horrores. Una puede saltearse a la literatura alemana y suplantar ese hueco con otras sin grandes problemas. Pero si a una le interesa la filosofía, cómo hace para saltearse a los filósofos alemanes. Es todo un problema, o en todo caso, para mí es un problema. De hecho los otros días termine de leer un libro de Peter Sloterdijk, El mundo como extrañamiento, y no entendí nada. No es que no lo pudiera seguir, pero cuando quería entrar en lo que me estaba diciendo rebotaba como loca. Lo mismo me pasa con Hegel, Kant, Nietzsche, Benjamin, Adorno o Heidegger. Ahora, cuando leo a otros filósofos o ensayistas, pongamos por caso, argentinos o franceses, hablando de ellos, no me cuesta entrar, los puedo seguir y no voy a decir que los entiendo – aunque el problema nunca esta en entender o dejar de entender un texto, sino en poder dialogar con él – pero algo de ellos me queda.
Estoy triste. Y cuando una esta triste todo parece más triste de lo que es, en primer lugar eso que una imagina que es su vida. Entonces te encerrás en tu casa porque no aguantás a nadie, pero ahí descubrís que estás sola con vos misma y tu tristeza y te resulta inaguantable, y salís y vas a reuniones y fiestas y tampoco resulta, porque ahí estás sola con vos misma y tu tristeza y el lugar y las personas que te rodean acentúan tu desasosiego.
Estoy triste. Y la tristeza hace de mi cuerpo algo torpe y pesado. Bueno, de mi cabeza no tengo que decirles nada, si leyeron hasta acá ya saben que hace la tristeza con ella: lo mismo que hace una carie cuando llega al nervio de una muela. El único momento que logro poner a la tristeza a raya es cuando hago gimnasia. Hace cuatro años que hago gimnasia. Empecé en octubre del 2001, estaba hecha mierda y no podía hacer nada sin sentir que el corazón me iba a explotar. Pero siempre me pareció estúpido eso de hacer gimnasia. Y recordé algo que leí no se dónde que decía que Nietzsche para poder pensar caminaba doce horas por día. Me agarré de eso y empecé a hacer gimnasia, primero en el baño, antes de bañarme, enlongaba un poco, hacía un par de flexiones y al borde de la asfixia y roja cardíaca me metía en la ducha. Juro que esto es verdad. Después de unas semanas tomé valor y empecé a hacer gimnasia en el comedor de casa. Lo que hago hoy son 4 veces por semana glúteos, cuádriceps, abdominales, y troto 40 minutos – veinticinco con unas pesitas de dos kilos y 15 minutos boxeando con mi sombra en la pared – en un espacio que debe tener unos 3 metros de ancho por 6 de largo. A veces cuando hago gimnasia me olvido de mí y mi tristeza y soy feliz. Lo que más me gusta es hacer gimnasia a la tardecita. Bajo la persiana del comedor que da a la calle, pero dejando la ventana abierta. Y toda la luz que entra es por un vidrio amarillo que esta sobre la puerta que está al lado de la ventana que da a la calle. La luz que entra por ese vidrio vuelve a toda la habitación de un color sepia. Entonces pongo la radio a todo volumen y me pongo a hacer gimnasia. Y a medida que la noche va cayendo el color sepia va desapareciendo y gradualmente la habitación se va oscureciendo. Ese es el mejor momento. Cuando las sombras lo están cubriendo todo y yo estoy trotando y las sombras de la habitación y mi sombra en la pared se confunden en una sola y me muevo al ritmo de la música que sale por la radio y por un momento soy todo movimiento y me olvido que hay algo más que ese movimiento que por efectos de la luz ausentan del espacio a mi mente y mi cuerpo.
Tristeza nâo tem fim. Es como el rasgueo de las guitarras del trío Los Panchos con María Marta Serralima cantando un bolero de Manzanero. Algo así ¿cómo explicarlo?
Estoy fuera de foco. Soy triste y estoy triste, es un exceso, algo de mal gusto, como un sanguche con salame y cantimpalo y fiambrín y mortadela, algo incomible.
Estoy triste. No por las fiestas, en todo caso, las fiestas, son para mí, un mal momento, como tantos que hay que pasar y resignarse a su insistente recurrencia. ¿En qué momento las fiestas de fin de año dejaron de ser algo que esperaba con alegría? Supongo que cuando deje de ser una nena. ¿Y qué recuerdo de esa época? Poco y nada. Que nos compraban malta a los chicos, las frutillas con crema, que Papa Noel nunca nos traía lo que le pedíamos, la mesa en el patio de la casa de abuela, debajo de la parra, la abuela y sus increíbles y hermosos ojos claros, mucha comida, los chasquibun y las estrellitas, salir a la vereda a jugar con mis hermanas y mis primos después de las doce, y no mucho más.
Estoy triste. Y cuando estoy triste no me drogo, porque me pega mal. Tampoco, es que soy, guachi guau, la endrogada que inventan periodistas perversos para alimentar el sueño paranoico de vecinas caretas, que tira las jeringas en los areneros donde inocentes niñitos juegan, no, nada que ver, simplemente, “como todo el mundo” de vez en cuando consumo alguna que otra cosa. Aparte, cuando estoy triste, estoy más mambeada que cuando estoy hasta las tetas de lo que sea. Y tampoco me puedo emborrachar. Porque me encierro en casa y soy de las que no puede emborracharse sola, necesito alguien con quien beber. Pero cuando estoy triste y encuentro alguien con quien emborracharme tomo dos vasos de cualquier cosa y me da sueño y un hastío de muerte lo cubre todo. En fin, cuando estoy triste, no hay drogas ni alcohol, solo mi cara de judía triste, que hace cola, esperando, en la cuadra del Lager, con su plato y su cuchara en la mano, a que le sirvan su potaje. Así estoy, cero humor, cero ironía, pura tragedia. Pero mi personaje trágico se parece mas al de las novelas de la tarde que al de los personajes de Sófocles y Shakespeare.
Estoy triste. Y cuando estoy triste leo a Pessoa. Leo el Libro del desasosiego. Eso me calma, es mi cable a tierra. Leo, por ejemplo… a ver, abro al azar y copio:
“Nunca amamos a nadie. Amamos, tan sólo, la idea que nos hacemos de alguien. Es a un concepto nuestro – a nosotros mismos, en suma – a quienes amamos.
Esto es verdad en toda la escala del amor. En el amor sexual buscamos un placer nuestro, alcanzando por intermedio de un cuerpo extraño. En el amor que no es sexual, buscamos nuestro placer mediante una idea nuestra también. El onanista es abyecto, pero, en rigor de verdad, es la perfecta expresión lógica del enamorado. Es el único que no se oculta lo que le pasa, por eso no se engaña.
Las relaciones entre un alma y otra, a través de cosas tan inciertas y divergentes como las palabras comunes y los gestos habituales, son materia de extraña complejidad. En el mismo acto en que nos conocemos, nos desconocemos. Dicen los dos “te amo” o lo piensan o bien lo sienten al intercambiar, y cada uno quiere expresar una idea diferente, una vida diferente, hasta, incluso, un color o un aroma diferente, en la suma abstracta de impresiones que constituye la actividad del alma.
Hoy estoy lúcido como si no existiese. Mi pensamiento está en claro como un esqueleto por fin liberado de los trapos carnales de la ilusión de expresar. Y estas consideraciones, a las que doy forma y luego abandono, no nacieron de nada – de nada, por lo menos, que este en el escenario de mi conciencia. Quizá sí de una desilusión similar a la del lustrabotas de la plaza con la muchachita que tenía, tal vez, leída alguna frase en los dramas amorosos que los diarios locales transcriben de los periódicos extranjeros; o bien, tal vez de una vaga náusea que traigo conmigo y no pude expulsar físicamente…
Dijo mal el escoliasta de Virgilio. Es del hecho de comprender que sobre todo nos cansamos. Vivir es no pensar.”
Todo el libro es así, 511 paginas, que no me canso de leer, y cuando estoy triste, como ahora, son el oxígeno que mi alma necesita para no sucumbir frente a la falta de confianza derivada de mi tristeza.
Estoy triste. Y mientras escribo esta columna, de repente, se me viene a la mente, la imagen de la conchuda de mi prima leyendo todo esto con una sonrisa irónica, mientras piensa: qué hija de puta, goza como una perra con su tristeza.
Estoy triste. ¿Cuántas veces voy a tener que escribir que estoy triste para lograr quitarle el filo a esta tristeza que por momentos adquiere el frío asesino de un cuchillo Tramontina acariciándome la garganta?
Estoy triste. Ya sé, ya sé, estoy mariconeando, lo sé; lo que sucede es que las chicas que nacimos bajo el signo de pisis somos extremadamente sensibles, inestables, inseguras; qué se le va hacer, cada una carga con el signo zodiacal que le ha tocado en suerte.
En fin, no te diré nunca cómo fui hundiéndome, día tras día, en esta tristeza. Estoy triste. Pero, mejor, pasemos a otro tema, no quiero hablar de eso. Son casi las seis de la mañana, los pajaritos cantan y no quiero terminar esta columna de forma tan patética – porque sé que todo lo que escribí es patético, pero bueno, las chicas de letras a veces nos ponemos tristes y escribimos boludeces, y, después de todo, no está mal poner en evidencia cómo patina una en el vacío cuando lo único que tiene que decir es que está triste y llena esa tristeza con palabras inútiles –, por eso, para levantar un poco este mamarracho, quiero dejarles dos cuentos de Roberto Fontanarrosa, que me bajé los otros días de Internet, como regalo de navidad, el primero, y como regalo de reyes, el segundo. Espero que les gusten. Seguro que a las chicas de letras más duras – no confundir con Duras – dirán que no entiendo nada de literatura. A eso podría responder diciendo que tienen razón, no la entiendo ni la quiero entender. Lo que sí me duele es no ser una buena narradora. Pero bueno, por lo menos lo sé, ya es algo, es más de lo que saben tanto boludo y boluda sueltos que anda por ahí con un cartel de Escritor… como decía Ezequiel Martínez Estrada, acá los delincuentes se hacen escritores y los escritores se hacen delincuentes.
Roberto Fontanarrosa
Medieval times
No, dejame explicarte. No porque me haya ido a los Estados Unidos quiere decir que ande derecho. Quiero aclarártelo bien porque vos bien sabés que yo nunca cagué a nadie. Ahora, si vos me das quince minutos te explico bien qué fue lo que me pasó porque te juro que si alguien te lo cuenta no se lo podés creer. Solamente a mí me pasan este tipo de cosas, será porque soy un pelotudo o porque soy de esa clase de tipos que no se la bancan ¿me entendés? Hay otra gente que se queda más en el molde y se aguanta lo que le tiren pero yo en ese aspecto, no sé si para bien o para mal, siempre fui medio retobado, ¿me explico? Pero lo que quiero es dejar la cosa bien clarita con vos como para que entiendas como viene la mano y que no estoy tratando, de ninguna manera, de pasarte. Es verdad que yo me fui a los Estados Unidos, es verdad. Yo te admito que habíamos quedado en vernos el 14 de febrero y yo me piré y no te avisé absolutamente nada. Pero no te avisé porque no tuve tiempo y vos sabés como es el Pancho. Dijo “vamos, vamos” y a mí me pareció interesante la mano y agarré viaje. En parte también para ver si se enderezaba la cosa y empezaba a verle las patas a la sota de una buena vez por todas. Porque yo fui a laburar a los Estados Unidos, Horacio, fui a poner la giba, no me fui de joda como es posible que te hayan batido por ahí. El Pancho y Rulo –porque el Rulo también fue– hace como cuatro años que hacen este tipo de viajes a Miami a comprar pilchas para las vaquerías y han hecho su buena diferencia. Y vos lo sabés bien, Horacio, a mí se me estaba cayendo el negocio, especialmente después del quilombo con la negra. Entonces agarré, junté los pocos pesos que tenía, y me fui con Pancho y el Rulo, no solo para ver el asunto de los vaqueros –porque el mercado del jean ya esta un poco emputecido– sino también lo de los muñecos de peluche, que allá están a un precio que es joda, verdadera joda, y son unos muñecos con una confección de la puta madre y que acá los fabricantes no pueden competir en precios ni que se caguen. Porque allá los yankis, vos viste como son estos hijos de puta, ahora han encontrado el yeite de hacer laburar a los amarillos. Vos agarrás las pilchas, los artefactos, los juguetes y son todos de Taiwán, Corea, Singapur, de todos esos lugares donde al obrero lo tienen bajo un régimen de explotación esclavista y lo hacen laburar día y noche por una taza de arroz. Porque los hacen laburar por una taza de arroz a esos tipos. Eso, cuando no hacen laburar a los que están en la cárcel, te juro, para mantenerlos ocupados, y no les pagan un carajo. ¡Los famosos Tigres del Pacífico! Se los han recogido bien recogidos a los tigres del Pacífico. Estos yankis si no te cagan militarmente te cagan con el comercio. La cuestión es que me interesaban también los ositos de peluche porque si la cosa sigue así con la vaquería yo no me hago mucho drama y largo a la mierda. A otra cosa. Pongo un salón de ventas, lo lleno de pelotudeces y a otra cosa mariposa. Traje de esos bichos de felpa, una belleza te juro ¿Qué edad tiene tu pibe? No, tu pibe ya está grande pero te digo que a los pendejos les vuelan el bocho esos muñecos. Hasta pescados de peluche te hacen los hijos de puta. Vos nunca te hubieras imaginado un pescado peludo pero los guachos lo hacen y no quedan nada mal, mirá lo que te digo. Me fui Horacio, entonces ¿qué iba a hacer? Vos no sabés el quilombo que yo tenía aquí, pero me fuí. Bah, vos sí lo sabías. Así que no tenía otra. No tenía otra. Muy bien, llegamos a Miami y ahí empezamos a entrevistarnos con distintos tipos. Bien los tipos, bien. Cubanos casi todos. Una suerte, te digo, porque el Pancho y el Rulo no hablan un sorete de inglés. Que yo antes me preguntaba ¿cómo hacen estos monos para entenderse en una charla de negocios si no saben un joraca de inglés? Pero, bueno, allá son todos cubanos y la cosa se hace más fácil. Más fácil es un decir. Rápidos los cubanos. El más boludo se coge un avestruz al trote. No te creas que han hecho la guita por infelices. Me decían que el poderío actual de todo Miami es gracias a estos cubanos, cosa que yo no podía creer, gusanos de mierda, que se rajaron todos huyendo de la revolución y llegaron con el culo a cuatro manos hasta Miami, sin un puto mango. Porque yo pregunté si habían llegado con guita y me dijeron que no. Que Fidel no les dio tiempo ni para llevarse un calzoncillo, mirá lo que te digo. Y sin embargo los ñatos, los que habían sido multimillonarios en Cuba a los 20 años, veinte años después ya habían recuperado esa fortuna en Miami. Mirá vos los tipos. Unas luces los cubanos. Charlamos un poco con ellos a pesar del asco que me daban esos gusanos, y se nos quedó colgada una entrevista con un pesado de las pilcherías, un tal Ajubel, me acuerdo, para tres días después. Teníamos tres días al pedo entonces. Y va el Pancho, que tiene un petardo en el culo vos lo conocés: no hay Dios que lo haga quedar más de dos minutos en un mismo lugar y se le ocurre ir a Disneylandia. ¡A Disneylandia, fijate vos! Que no había ido nunca, que para qué mierda nos íbamos a quedar en Miami y todo eso, empezó a romper las pelotas. Y el Rulo se anotó. También con lo mismo. Yo no quería ir ni en pedo. Y te lo digo porque sin duda ya habrá habido alguno que te haya venido con el cuento de que yo me piré a Disneylandia en onda bacán y todo ese verso. Yo fuí porque aquellos dos se encajetaron con eso y si no yo me iba a tener que quedar como un pelotudo en Miami, solito mi alma, mirando los canales para latinos. ¡Yo me quería ir para Las Vegas, querido! De haber tenido guita y tiempo, yo me hubiera ido para Las Vegas ¡Qué te parece! Ninguna duda. Me dijeron que estaba en pedo, que Las Vegas estaba en la loma del orto, que el avión, que el tiempo, que las pelotas de Mahoma, en fin… Nos fuimos a Orlando. El Pancho alquiló un auto, porque le encanta manejar, y nos fuimos para Disneylandia. Te juro, no sé si no era mas lejos que Las Vegas. Es lejísimo eso. Yo escuchaba siempre hablar de Disneylandia, de Miami, de la península de Florida, y me creía que estaba ahí nomás. Como si vos cazás el auto acá en Rosario y te vas hasta Roldán, o a San Lorenzo, una cosa así. Santa Fe , por decirte mucho. Los otros dos boludos encantados. Que la ruta, que el coche, que la señalización, que las hamburguesas… Te la hago corta. Llegamos a Orlando, nos metimos en un hotel cerca de los parques (porque son como parques eso), y nos fuimos el primer día a Disneylandia… A las cuatro horas de caminar, te juro, yo ya tenía las pelotas por el suelo. Lo llegaba a encontrar a Mickey y lo cagaba a trompadas, te lo juro. Gente grande, jugando a esas cosas, haciendo colas para ver la Cueva de los Piratas. Pelotudos grandotes en pantaloncito corto, tomando helados. Arabes, iraníes, con una cara de turcos que asustaba, musulmanes, mi viejo, fundamentalistas que vos pensabas que estarían ahí para ponerle una bomba a la Mansión de los Fantasmas, comiendo pororó y esperando como corderos para meterse en esas lanchitas donde te ataca el tiburón. Una cosa de locos, demencial, te lo juro. Una cagada. Tenía razón el mejicano que manejaba la combi que nos llevó hasta Magic Kingdom, –ellos le llaman Magic Kingdom a Disneylandia– y te llevan desde el hotel en una combi. El mejicano, Luis se llamaba, un facho hijo de mil putas, nos decía, “Son retardados los yankis, retrasados mentales. Les gustan todas estas cosas, se enloquecen con estos juegos. Retardados mentales, señor” nos decía. Aunque él, te digo, yo no sé si se las quería tirar del reivindicador de Latinoamérica, del gran revolucionario, de Emiliano Zapata o qué. Por ahí como nos veía argentinos y sabía que nosotros siempre hemos pensado que a los mejicanos los yankis se los han vivido recogiendo –como cuando le chorrearon Texas– se las quería tirar de vengador de los pobres, de algo así. “Yo tuve como cuarenta de estos yankis a mi cargo, señor” nos decía , porque había laburado en una empresa de transportes. “Y los trataba mal, mal los trataba. No; son retardados. Imbéciles, drogadictos”. Pero bien que el hijo de puta no solo vivía en los Estados Unidos, sino que se había comprado una casa para cuando se jubilara –“el retiro” le decía él– y se la había comprado ahí , en la costa de Florida, nos contaba. Mejicano piojoso. Los otros le mataban el hambre y éste se la tiraba de revolucionario. Y en esa combi que viajamos a Disney fue con nosotros también una venezolana, que justo se sienta al lado mío. Te digo que la venezolana era un cuatro, a lo sumo un cinco. Del uno al diez era un cinco, digamos, siendo generosos. Te juro que acá esa mina no me tocaba el culo ni con un palo, pero allá, ¿viste? la soledad te lleva a hacerte un poco el pelotudo. La venezolana, Leonor creo que se llamaba, andaba sola y como nosotros, también le habían quedado un par de días sandwich por negocios. Justo vuelve en la misma combi con nosotros y ahí retomamos el chamuye. Y al día siguiente, a la mañana, la volvemos a encontrar para el desayuno. Una casualidad de aquellas, porque son unos hoteles de la gran puta que siempre están llenos de gente. Pero la encuentro. Pancho y el Rulo de nuevo para Magic Kingdom, mejor dicho para Epcot, que me decían que era más interesante, más para intelectuales, me cargaban. Yo los mandé a la concha de su madre, les dije que se fueran solos, que a mí no me agarraban más. Aparte tenía los pies que eran dos albóndigas de tanto patear el día anterior en Disneylandia. Me quedé en el telo pero arreglé con la venezolana de salir juntos a cenar esa noche. Te repito que la venezolana no me movía un pelo pero, en parte, también quería un poco refregársela por la jeta a los otros dos boludos que andaban babosos con “Regreso al Futuro”, “La Montaña Espacial” y me venían a hablar maravillas de la tecnología y del Primer Mundo. Que si eso es el Primer Mundo mejor que nos cortemos las bolas y se las tiremos a los chanchos. Un poco decirles, “Loco, ustedes sigan sacándose fotos con Minnie y el Perro Pluto que yo me voy de conga con una mina. En una de esas hasta me echo un fierro y que después me la vengan a contar de la Montaña Rusa” Porque vos sabés bien, Horacio –y en eso somos todos parecidos– que yo puedo decirte que la venezolana no me movía un pelo, pero que si la mina me daba bola –y me daba bola– a eso de las doce de la noche (porque allá es todo más temprano) con un par de cervezas de más yo soy capaz de voltearme a esa venezolana y si me quedo más de tres días hasta en una de esas me lo pincho al mejicano hijo de mil putas y todo, vos lo sabés. La encuentro a la venezolana a la noche y me dice, muy animada, que incluso ya me había preparado un programa. Que íbamos a ir a Medieval Times, que ya había reservado mesa, contratado el transporte y que ella me invitaba. Ahí me dí cuenta que me quería bajar la caña, pero me hice bien el boludo. Un duro, ¿viste? Tipo Clint Eastwood. Le pregunté, como te preguntarías vos, como se preguntaría cualquiera, qué era eso de Medieval Times. Me dijo que era un restaurante que, mientras vos morfás, hay un espectáculo medieval, de esos con caballeros, que hacen duelos con lanzas. ¿Te acordás Horacio de aquella película “Ivanhoe”, que hacían esas justas medievales, a caballo, con escudos y lanzas, que el que lo tiraba al otro a la mierda del caballo ganaba?. Bueno, de eso, me dice. “Cagamos” pensé. Yo que imaginaba, no te digo en un Mc Donald, pero una cosita modesta, algún boliche italiano que los hay, donde comer alguna pasta. Incluso una pizza, un vaso de vino. Yo hacía cuatro días que estaba en Miami y ya extrañaba la comida. Mirá que boludo. Parece mentira pero es así. Y esta mina me salía con eso. Comer mientras se ve un espectáculo de caballeros con armadura, que se cagan a espadazos. Te juro que estuve a punto de decirle que no, que no iba, que se metiera en el orto las invitaciones y las reservas. Pero estaba al pedo, tenía hambre y ya me había quedado desenganchado de los muchachos. Ellos no iban a llegar al hotel hasta tarde y además iban a venir destrozados, como yo volví el día anterior, después de caminar más de ocho horas como unos pelotudos por todo Epcot. Ir solo a comer no me convenía porque con un solo año de inglés en la Cultural –cuando yo tenía siete– no me alcanzaba ni para pedir la sal en un boliche. Y allí en Orlando no es como en Miami que todo el mundo la parla en castellano. Allá la cagaste, hermano. Algo de inglés tenés que manejar y esta venezolana me había dicho que ella lo hablaba perfectamente porque había trabajado en Maracaibo en una compañía petrolera de los yankis. Sabes que los yankis se han cogido bien recogidos a los venezolanos, entre otros muchos, con el verso de la privatización del petróleo y todo eso. Así que me fui con la mina. Por supuesto, de nuevo el chofer de la combie era el gordo Luis. Y otra vez con lo mismo. Ya no conmigo, sino con una pareja de españoles que iban con nosotros. “Retrasados mentales, señor, idiotas, ladrones también” y decía, refiriéndose a eso del Medieval Times: “Está bien, sí, muy bonito” con un tono ¿cómo te diría? despectivo, “Como para venir una sola vez, por supuesto. Usted lo ve una vez y ya está bien, señor”. Medio medio ya como tratándonos como infradotados por ir a ver ese espectáculo. Como diciendo: “¡Gente grande viniendo a ver estas pelotudeces!”. Te juro que me dio bronca, ya me hinchó las bolas el mejicano. Tanto, te juro, que me predispuso bien con el espectáculo. ¿Viste?. De contrera nomás. Yo soy así, por eso me pasan las cosas que me pasan. Dije: “Este mejicano esta hablando al pedo. No hay verga que le venga bien” Y entré contento al boliche, entré bien, de buen ánimo… ¡Para qué! Dios querido… ¡Para qué! Tenía razón el hombre. Primero te cuento que es un lugar inmenso, que quiere imitar a un castillo, por la parte de afuera. Entrás por arriba de un puente levadizo y te metés a una especie de sala de espera, enorme, muy grande. Adentro, para mí que quería una cena íntima, ya había como mil personas. Pero no te lo digo en un sentido figurado. Había como mil personas, no menos. Pero antes, antes de entrar –cuando te piden la reserva, las entradas y esas cosas– ahí una minita vestida de la Edad Media, te entrega un corona. Una corona berreta de esas de cartón que se usan para los cumpleaños de los pendejos, ¿viste? De algún color. Verde, o azul, o rojo. A nosotros nos tocó una a cuadritos blanca y negra. Y nos indicaron que nos las pusiéramos. Ahí yo ya agarré para la mierda. ¿Viste cuando uno empieza a sentir como una calentura que se sube desde el estómago hacia la cabeza? Una cosa así empecé a sentir yo. La venezolana se puso la corona lo más campante y me pidió que yo hiciera lo mismo. Y yo no le dí ni cinco de pelota. Hasta ese momento trataba de ser más o menos cordial, trataba de no darme máquina porque yo me conozco. Además, no quería dejarla para la mierda a esta pobre mina –que era buenita te cuento– porque ella me había invitado y hacía todo con la mejor buena voluntad. Lo que pasa es que los venezolanos son unos colonizados y yo no sé porqué, pero les caben todas esas payasadas que hacen los yankis. Pero te juro que eso era una reverenda payasada. Eso de que te reciban en un boliche y te den una coronita de cartón pintado para que te la pongas. Y no era la Cantina del Lolo, que uno va con globos a bailar la tarantela. No. Eso pretendía ser un lugar bacán, un boliche de primera. Agarré la corona y me la metí debajo del brazo, por no desentonar y tirarla ahí mismo al carajo. Después la máxima: antes de pasar a la sala te recibe un tipo vestido de rey ¡de rey, mi viejo! Con capa, corona dorada, barba, espada, y tenés que sacarte una foto con él. Bah, te ofrecen sacarte una foto con él, casi que te obligan, porque si no no pasás. Segunda payasada de la noche. No solo te tenés que poner una corona como un pelotudo sino que tenés que sacarte una foto con esa corona y con un tipo disfrazado de monarca, cosa de que quede un testimonio gráfico para las generaciones futuras y que después los muchachos del barrio se caguen de risa del pelotudo que viajó a Miami. Para colmo, yo no tuve reacción para mandarlo al monarca a la concha de su madre. Me quedé como un pelotudo al lado de él y me escracharon en la foto. Porque es todo tan rápido, chas, chas y a la lona. Y eso, el no haber podido reaccionar, me dio más bronca todavía. Por suerte, no salí con la coronita puesta –al menos defendí ese pedacito de mi honor– salí con la corona debajo del brazo, como corresponde a alguien que no le da pelota a esas cosas. Arriba la venezolana, después ya en el salón, me cargaba. Me decía que había salido muy lindo y que le podría llevar esa foto a mis chicos. Me quería sacar la información la minita, muy bicha, sobre si yo estaba casado y esas cosas, pero yo tenía tal moto encima que ni siquiera le prestaba atención a la mina.
En la sala de espera, Horacio, te juro, toda la gente, las casi mil personas, con la coronita puesta. A los yankis les decís que se pongan un sorete en la cabeza y se lo ponen. Tipos grandes, viejos, gordos pelados, viejas chotas de lo más elegantes, con la coronita puesta. Y entonces, vino lo máximo. Lo que ya me sacó definitivamente de mis casillas y me dio bien por el forro de las pelotas. La minita que nos había recibido en la puerta del castillo le habla a la venezolana y le indica una cosa, que después la venezolana me transmite. A nosotros nos había tocado la corona blanca y negra y entonces teníamos que hinchar por el caballero Blanco y Negro. ¡Pero mirá vos, si serán pelotudos estos yankis!. ¡Mirá si se cagarán en la libre determinación de los pueblos! ¡No solo te obligan a ponerte una coronita ridícula sino que, además, te indicaban para quien tenías que hinchar en la pelea a espadazos! ¡Es algo inconcebible! ¡Tenías coronita blanca y negra y tenías que alentar al caballero Blanco y Negro! Es como si acá vos, por ejemplo, vas a un cuadrangular de fútbol-sala y no sos hincha de ninguno de los cuatro equipos. Bueno, muy bien, a los cinco minutos de verlos jugar, si se te cantan las pelotas, ya podés elegir a alguno de los equipos. Porque te gusta cómo la pisan, porque juega un tipo que es amigo tuyo, por el color de la camiseta, porque van perdiendo y te resultan simpáticos o por lo que puta fuere, querido, por lo que puta fuere. Pero decidís vos, elegís vos, vos solito. Te juro que yo, a esa altura, ya tenía un veneno, pero un veneno, que no le daba ni cinco de bola a la venezolana que creo que se estaba dando cuenta de que esa noche no me cogía. Aunque te cuento que yo, hasta ese momento, tragaba y tragaba. No te digo que sonreía pero trataba de no agarrar para la mierda y empezar a putearlos a todos en voz alta. Para colmo aparece el payaso del rey ése, el barbudo, y anuncia que nos preparáramos para pasar al lugar del espectáculo. En inglés, por supuesto, pero la venezolana me iba traduciendo. Que primero iban a pasar los de corona verde, después los de corona roja, y así hasta pasar todos. Y yo pensaba “¿Pero qué es esto? ¿El colegio? ¿Porqué no nos hacen formar fila y agarrarnos de las manos también?” ¡Y los yankis lo más contentos! ¡Todos iban pasando de acuerdo al color de las coronitas, saltando, cagándose de risa! ¡Como corderos, mi viejo! ¡Después te vienen con la exaltación del individualismo y todos esos versos! ¡Con John Wayne saludando solo desde el horizonte o Bruce Willis haciendo la suya a pesar de que el jefe de policía le ordena lo contrario! ¡Te juro que Bruce Willis va a Medieval Times y se pone la coronita colorada y grita para el caballero Colorado como cualquiera de esos otros pelotudos! ¡Si así los han llevado a Vietnam, a Corea, a la Segunda Guerra, querido! ¡Como corderos! Les dicen te damos una gorra y una escopeta y ellos felices, dale que va… ¡Uy cómo estaba yo, mi viejo! Envenenado estaba, te juro, envenenado. Entramos –cuando nos toco el turno– al salón del show, del espectáculo y donde presumiblemente teníamos que morfar. Mirá, es una especie de tinglado, largo, rectangular, enorme –no sé cuanto tendrá de largo– como si te dijera una cuadra por cuarenta metros de ancho. A lo largo, a los dos costados, las tribunas para la gente, que está dividida por sectores. Acá los rojos, acá los verdes, acá los azules, cosa de que no se mezclen las parcialidades. Porque si llegan a hacer lo mismo en la Argentina, al primer vino que nos tomamos ya estamos todos cagándonos a trompadas. Y son como graderías, donde vos estás sentado en una tribuna y adelante tenés una especie de mostradorcito, también todo a lo largo, como un pupitre continuo te diría, adonde te podes apoyar y adonde además te ponen las cosas para comer. Y todo bastante apretadito, pegado al lado tuyo nomás tenés la otra persona, el ñato que sigue. En una de las cabeceras, alto, hay una especie de palco, que es donde va el tipo disfrazado de rey, el barbudo que, además, es el que dirige la batuta y no para de hablar en toda la noche. Y por la otra cabecera entran los caballeros. Entre tribuna y tribuna, por supuesto, el piso, la pista, no sé cómo decirle, para los caballos. Que tiene una especie de arena, como en los circos. Y las luces, las banderas, esas trompetas que anuncian cuando llega el rey, o la reina. O cuando salen los tipos que se van a cagar a lanzazos, todo eso. Yo me dije “Bueno Carlitos, pará la mano, relajate y disfrutá. Tratá de pasarla lo mejor posible y bajate de la moto.” Porque por ahí, en una de esas, hasta me garchaba a la venezolana y todo. Ya se había puesto medio cariñosona ¿viste? y se aprovechaba que había que estar bastante apretaditos para franelearme un poco. Me daba en la boca unos pedazos de apio, de pepino, no sé qué mierda era lo que nos habían puesto en unos platitos, como entrada fría. Todo medio rústico –porque se come con la mano ahí– como en las películas, eso no te lo había contado. Una copa grisácea de plástico o no sé de qué carajo era, que pretendía ser de bronce. Un copón, como para el Príncipe Valiente. Aparte, un vaso de vidrio y el palito con los pepinos. Para mejor, en mi intento por aflojarme y ser feliz, cuando empiezan a servir –pasaba un flaco disfrazado de paje o cosa así– me llenan un vaso de sangría. ¡Sangría, loco! ¡Como en Sportivo Constitución! Yo no se si estará de moda o en la Corte del Rey Arturo se tomaría, lo cierto es que nos llenan los vasos con sangría. Y ahí le empecé a dar parejo a la sangría. Meta sangría. Cada vez que me pasaba por delante el paje ése, yo lo cazaba de esa especie de bombachudito que ellos usan y le pedía otro vaso. Al final ya medio me miraba fulero pero me daba, me daba. Porque si hay algo envidiable en esos tipos es esa buena onda con que trabajan. Al parecer siempre contentos, siempre cagándose de risa. Yo pensaba “Claro… ¡cómo no van a progresar estos quías con semejante contracción para el laburo y semejante estado de ánimo! No son como los japoneses que laburan porque son enfermos del bocho y si paran de laburar se agarran una depre terrible y se tiran debajo de un Tren Bala. A estos les gusta”. Hasta que la venezolana me lo aclaró. Los pibes laburan por la propina. Por eso tienen tan buena onda, o fingen tener tan buena onda. Y allá el patrón te quiere rajar y te dice te tomas el piro y minga de preaviso de despido, o de indemnización o cualquiera de esas cosas. Te pegan una patada en medio del orto y anda a reclamarle una mensualidad al Seguro de Desempleo. Para colmo, te cuento, para colmo, al poco rato de dejar las sangrías pasa de nuevo el rubio, esta vez con cerveza, y me la sirve en una jarrita grande, también símil peltre o cosa así. Y ya mezclé la bebida, ya mezclé la bebida. Yo, que sé que me hace mal. Porque si yo largo con champú, puedo seguirla con champú toda la noche que vos ni lo notás. Pero si por ahí lo mezclo con algún whisky o algún gin-tonic, ahí viene la cagada, eso me ha pasado.
Y te cuento que estos ñatos no te servían sangría y además cerveza de generosos nomás. ¡Te lo sirven así porque no saben chupar, hermano! Ellos mezclan, mezclan cualquier cosa ¿O acaso no toman cerveza con tequila? ¡Toman cerveza con tequila! A mí me contaron que hacen así. Y creen que tomando vino son mas refinados. Vos viste que en las películas los que aparecen tomando vino son los intelectuales y resulta que tienen unos vinos de mierda que no se pueden probar. Se la pasan hablando de los vinos californianos y me decía Pancho que te tomás un vaso de vino y andás con cagadera como cuatro días con ese vino. La cosa es que te cuento que la cerveza y la sangría me cayeron para la mierda y no me relajaron un sorete. Para colmo de arranque los tipos largan con una sopa. De arranque ¿viste? ¡Una sopa, podés creer? Mirame a mí, muchacho grande, tomando una sopa en la Corte del Rey Arturo. Se la ofrecí a la venezolana que, te aseguro, chupaba y morfaba lo que le ponía adelante. Han sido países muy hambreados ¿viste? Y aunque se notaba que la venezolana andaba bien de guita también era claro que la gente de esas nacionalidades sojuzgadas cuando les dan de comer, aprovechan, no tiran nada, porque no saben si el día de mañana van a tener para lastrar. Aunque la venezolana ya estaba en otra. Habían entrado los caballeros, digamos, había empezado el espectáculo y la gente se había vuelto completamente loca. ¡Pero completamente loca, te juro Horacio! A los que les habían dicho que gritaran para el Caballero Verde, gritaban para el Caballero Verde. A los que les habían dicho que gritaran para el Caballero Rojo, gritaban para el Caballero Rojo. ¡Y todo así! ¡Como corderos, hermano! ¡Te llevaban como ciego estos imperialistas guachos! Y la venezolana estaba como desorbitada. Gritaba y aplaudía al Caballero Blanco y Negro que se había parado delante nuestro a saludar a su hinchada, porque cada uno se paraba delante de su hinchada para saludarla. Me acuerdo que yo le digo –yo estaba muy mal, te juro– le digo: “Pero vos sos una reventada hija de mil putas!”. Decí que la mina no me escuchó con el griterío y todo eso, no me escuchó. Pero entonces yo decidí gritar por el Amarillo. A la mierda. De contrera, nomás. Por el Amarillo. Parado en medio de la tribuna de los del Blanco y Negro, empecé a los gritos: “¡Vamos Amarillo, todavía! ¡Vamos Amarillo, carajo!”. Los que estaban alrededor mío medio que me miraban raro. Incluso los de las otras hinchadas. Si te digo que hasta detrás nuestro había un grupo de pendejas brasileñas de no más de catorce, quince años, que hacían un quilombo de novela, que me empezaron a abuchear. ¡Como a un traidor me abucheaban! ¡Si hasta el Amarillo se dio cuenta del despelote y miró para mi lado y yo lo saludé con un puño en alto! ¡Tenía una pinta de grone del Saladillo el pobre santo que más ganas me dieron de hinchar por él! Debía ser algún chicano, alguno de esos portoriqueños o algún mejicanito de ésos que se cuelan en los Estados Unidos escondidos adentro de un mionca o cruzando un río. Vendría de alguna hacienda de por ahí en Guadalajara y por eso sabría andar a caballo y el pobre cristo había ido a parar a esa payasada y tenía que seguir con el circo para ganarse un mango. Me imagino la vergüenza de escribir una carta a tu vieja diciendo “Conseguí laburo en los Estados Unidos” y mandar una foto donde estás vos disfrazado de dama antigua con esa lanza, el escudo, la espadita de juguete. Porque están empilchados perfectamente de época los desgraciados. Así como vos los ves en las películas ésas de los castillos. Y los caballos también, te aseguro. Te juro que cuando las brasucas ésas, las pendejas brasileñas me empezaron a abuchear, me paré, me dí vuelta y las mandé a la concha de su madre. Me hervía la sangre, te juro, y para colmo la mezcla de bebidas ya me había puesto muy alterado. Se ve que ahora están de moda esos viajes de pendejas de quince años, que en lugar de festejar el cumpleaños con una fiesta las mandan a Disneylandia. Y saltaban, gritaban, cantaban esas cosas de Xuxa, y estaban todas recalientes con el caballero Blanco y Negro que había venido a saludar a su parcialidad y que tenía una pinta de trolo el hijo de puta, vos no sabés la pinta de trolo que tenía ese muchacho. Pero claro, con esas pilchas, con el pelito largo, el caballo, todo eso, las pendejas estaban recalientes y chillaban como si lo vieran a Michael Jackson. Si a esas brasucas las mandan los viejos a los Estados Unidos a ver si algún negro se las recoge de una buena vez por todas y las desvirgan, para eso las mandan. Y yo me ponía más loco. Dejame de joder, un pueblo creativo como el brasileño, con ése condimento africano, alentando a un vago nada más porque a la entrada les dijeron que tenían que alentarlo. ¿Pero porqué no se van a la reputa madre que los reparió? Por algo les va como les va, por algo son casi todos analfabetos esos guampudos, que no saben ni leer.
Decí que en eso trajeron pollo para comer y yo me puse a comer pollo. Pero la joda es que no te traían un pedazo de pollo, un cuarto de pollo, no era que el paje ése, el rubio de bombachudo, te preguntaba “¿La pata o la pechuga?” No. El rubio venía con una bandeja así de grande y le iba dejando un pollo a cada uno. Un pollito no muy grande, así sería, enterito, al horno y con una salsa de esas que ellos le ponen a todo, medio dulzona. Porque te aseguro que ellos se creen que comen muy bien y no saben comer un carajo. A todo le meten el ketchup y esas porquerías. La savora, la salsa de tomate. Y con la mano, mi viejo, como los reyes. Yo le entré a dar al pollo por dos razones. Primero, que estaba buenísimo, hay que reconocerlo; y segundo, que me dí cuenta que tenía que comer algo porque había venido chupando groso y con el estomago vacío. Y eso es mortal. Me había levantado una curda en cinco minutos porque no había comido nada hasta ese momento. Y esa es otra maniobra de estos yankis hijos de puta. Te ponen en pedo para quebrarte la voluntad. Uno, borracho, hace lo que el otro quiere. Y estos yankis lo aprendieron de los españoles, esos otros hijos de puta. ¿O no lo aprendieron de los españoles? ¿O los españoles no los cagaron a los indios con el alcohol? Los cagaron con el alcohol mi querido. ¿O acaso la península de Florida no estuvo llena de españoles? Y te garanto que, conmigo, lo consiguieron. Porque yo me comí el pollo, que estaba buenísimo, y también un par de costillitas de cerdo que también te traían, y una papa al horno, y no se me pasó la mamúa. Te aseguro que hay partes que no te cuento porque no me acuerdo un carajo. Es toda una nebulosa que no me acuerdo y eso fue uno de los argumentos –después te voy a completar bien el asunto– de donde se agarró la abogada, aunque eso es algo que te voy a ir ampliando al final. Lo que sí te juro es que quedé con grasa hasta las pelotas con ese fato de comer con la mano. Porque además, ya habían empezado las peleas eliminatorias entre los caballeros. Te explico: primero los tipos éstos hacen una especie de ejercitación de destreza, digamos. Sacan con la lanza una argolla parecida a la sortija, clavan unas lanzas mas cortitas en unos blancos de paja. En fin… te diría que esta es la parte más honesta de la cosa porque ahí no hay arreglo, ahí es simplemente una demostración de habilidad ecuestre. Pero en las peleas es un completo circo, un arreglo donde deben decir “Bueno, hoy ganás vos y mañana gana este otro”. Así de simple, como en “Titanes en el Ring”. Cosa de que no gane siempre el mismo y el tipo se sienta Gardel y ya pretenda el día de mañana irse a las olimpíadas de las Justas Medievales. O se les descuelgue a los tipos con que quiere más guita porque él es el Rey de la Milonga. La cosa es que habían empezado a eliminarse entre ellos y la gente deliraba. Hacían duelos de uno contra uno, de aquellos de Ivanhoe. Con las lanzas largas, uno a cada lado de una especie de valla bajita, se venían y se pegaban en los escudos. El que caía quedaba eliminado. ¡Y el mío venía prendido, che! Y yo que había seguido con la sangría, estaba cada vez más dado vuelta, te reconozco. Me limpiaba las manos con grasa en la espalda de la venezolana, por ejemplo. No por hijo de puta. De los nervios, nomás. ¿Viste cuando vos ves que estás perdiendo el control, que hay algo que te sube y te sube desde el estómago por la garganta y no lo podés contener? Para colmo las brasileñas me gritaban de todo porque el Blanco y Negro también venía clasificándose para la final. ¡Cómo estaría yo de acelerado, de desorbitado, fuera de mí mismo, que el Caballero Amarillo cuando ganó la penúltima pelea, primero saludó a su público y después se vino enfrente mío y me saludó con una inclinación de la lanza! Hasta el Rey, el pelotudo ese que no paraba de hablar, me miró desde su palco como cabrero. ¡Y para qué te cuento que la final fue entre el Caballero Amarillo y el Blanco y Negro! Ahí me volví loco. Me paré en mi asiento, me dí vuelta hacia las brasucas, saqué guita que tenía en el bolsillo y la estrellé contra el respaldo de nuestra fila. “¡Hay guita a mano del Amarillo!” grité “¡Hay guita a mano del Amarillo, la concha de su madre!”. Y arrugaron, las brasileñas arrugaron –vos bien sabés que los brasucas arrugan de visitantes– pero empezaron a cantar no sé qué cosa. Me miraban y me señalaban, se reían las pendejas, muy ladillas, saltaban en sus asientos. Empezó el duelo final y yo, te lo digo con una mano en el corazón, estaba más nervioso que con Central. Para colmo, tenía la intuición de que al Caballero Amarillo no le tocaba ganar esa noche, pero que se había agrandado fundamentalmente por el apoyo mío. Había encontrado un pelotudo que lo alentaba contra viento y marea, metido entre medio de la hinchada de los contrarios, pateándole el tablero a todos esos yankis mariconazos y había dicho “Yo a este tipo no puedo fallarle”. El morocho se había envalentonado, cansado de que lo basurearan los otros por ser hispanoparlante y había dicho “Esta noche gano yo y se van todos a la puta madre que los reparió” ¡Y se vienen, che, y el Amarillo lo sienta al otro de culo de un lanzazo! ¡A la mierda con el rubiecito trolo, el Blanco y Negro! No sé, no me acuerdo muy bien qué fue lo que hice. Me paré en el asiento, creo que le grité algo al rey y me agarraba de las bolas, le hice así con los dedos como que me los cogía a todos. Después me dí vuelta hacia las brasileñas y también me agarraba los huevos y se los mostraba. Ni sé donde carajo había ido a parar la venezolana, por ejemplo. Creo que le pegué un empujón cuando el Blanco y Negro rodó por el piso y la tiré como cuatro escalones más abajo. Estaba loco, loco. Tan loco estaba puteándolas a las brasuquitas que no me dí cuenta de que el Blanco y Negro se había parado, había sacado su espada y se le venía al humo al Amarillo. ¡La pelea no había terminado! Me apiolé recién cuando vi que las brasuquitas ya no me puteaban sino que saltaban y alentaban de nuevo mirando la pista de las peleas. Y el Blanco y Negro lo cagó al Amarillo. Simularon pelearse a espadas y con esas bolas de pinchos –porque fue una simulación asquerosa– y el negro puto ese del mejicano se tiró al piso como quien se tira a la pileta, se dejó ganar el hijo de puta. La dignidad azteca en la que yo había confiado no le alcanzó para tanto. Habrá pensado, el piojoso, que era mejor asegurarse un plato de frijoles que ganar esa noche para darle el gusto a un argentino totalmente en pedo. Entonces el Caballero Blanco y Negro se vino hacia nosotros, hacia nuestro sector, caminando nomás, y saludó con la espada hacia su tribuna, especialmente hacia el grupito de brasileñas que chillaban histéricas. Ahí fue donde yo cacé el vaso, yo cacé el vaso de vidrio, el alto, el de la sangría Horacio, yo cacé el vaso y, mirá –el Caballero Blanco y Negro estaría como de acá a allá– y le zumbé con el vaso. Acá se lo puse, exactamente acá, en medio de la trucha, en el entrecejo. Cayó redondo el hijo de puta. No dijo ni “Ay”. Le salía sangre hasta de las orejas. Acá se la puse. Lo que vino después, bueno, vos te lo imaginarás. Vos sabés como son estos yankis con la cuestión de los juicios. Hay una industria del juicio allá. Vos venís a mi casa a comer una noche, te atragantás con una miga de pan y me metés un juicio, así nomás, derecho viejo. No sabés el tiempo que estuve detenido. Después pude salir por eso que te decía de la abogada que adujo “Descontrol psíquico bajo estado de emoción violenta”. Pero la cosa continúa, Horacio. A través de la Embajada. Si tengo que ponerme, son arriba de 27.000 dólares, hermano, no es moco de pavo, ¿me entendés? Por eso te digo que me aguantes un poco, yo no tengo ninguna intención de cagarte, eso de más está decirlo. Vos sabés bien cómo son los norteamericanos. Y esta es otra de las formas que los tipos tienen para sacarle la guita a los tercermundistas. Especialmente a todos aquellos que se oponen al sistema. Por eso te digo, aguantame un cacho hasta que salga la sentencia. Aguantame un cacho, Horacio, que yo creo que todo se va a solucionar.
Roberto Fontanarrosa
¡Que lástima, Cattamarancio!
—Va a venir el centro desde la punta derecha, es un infierno el área 18, arde el cuadro de rigor, Magrín entre los tres palos, empujándose Sabioli con García Mainetti. ¡Cuidado muchachos, cuidado muchachos! Si los ve el árbitro se van los dos para los vestuarios. Entraña serio peligro este tiro libre, sube Tomé, sube Romano, ahí también va Julio Esteban Agudelo en procura del centro, no respeta la distancia Omar Grafigna. ¡Qué cosa con Grafigna, siempre lo mismo! ¡Vamos Grafigna, un poco más atrás! Va a lanzar desde el flanco derecho Juan Carlos Marconi, el áspero marcador de punta de River Plate, se demora la maniobra. ¡Cabrini!
—¡Almaceri termina con el ruido de su motor! ¡Almaceri 348, el anticorrosivo líquido amigo del motor de su coche! ¡No lo olvide! Búsquelo en…
—¡Un momento, Cabrini! Vino el centro, saltó un hombre, un cabezazo, rebota el esférico, sale del área, surge Peñalba, otro golpe de cabeza, va al suelo Tomé, nuevamente Peñalba llega, cruza, pelea. ¡Un león, Peñalba! Salta Romano, cuidado, ahí está, le va a pegar… ¡Qué lástima, Cattamarancio!… Llegó, apuntó, midió, le metió un derechazo tremendo y la mandó apenas rozando una de las torres de iluminación, para ser más preciso la que da a espaldas de la Figueroa Alcorta.
—Se lo perdió Cattamarancio. Llegó muy bien a esa pelota alejada por Peñalba, le pegó de zurda y la tiró a las nubes. Lo habíamos dicho.
—Estaba el gol ahí.
—Estaba el gol.
—¡Qué bien, Peñalba! ¿No, Rodríguez Arias?
—Usted lo ha dicho, Ortiz Acosta. Excelente el uruguayo, un jugadorazo.
—¡Qué estampa, qué figura, qué manera de pararse en la cancha! ¿Sabe a quién me hace acordar, Rodríguez Arias? A aquél que fuera extraordinario fulback de Racing y nuestra selección… ahora su nombre no viene a mi memoria… ¿Cómo es que se llamaba? Qué hacía pareja con Alejo Marcial Benítez, el “Sapo” Benítez, la misma forma de pararse, hasta el mismo peinado tiene, vea…
—¿Saúl Mariatti, dice usted?
—No, no Cabrini. ¿Cómo era este muchacho? Que tantas veces luciera la blanquiceleste, averígüeme Cabrini; le digo más, atajaba Delfín Adalberto Landi para la institución de Avellaneda en esa época…
—Le averiguo, Ortiz Acosta.
—Y actíveme la comunicación con Petrogrado, Cabrini. En pocos minutos tendremos contacto con la ciudad soviética de Petrogrado, allá en la fría tundra del gran país socialista. En pocos minutos, señores. ¡Se nubló sobre el Monumental de Núñez, qué feo se ha puesto el día, cayeron las sombras sobre el estadio de River, pero el público no deja por eso de vivir intensamente esta fiesta del deporte porque el fútbol es la pasión argentina dominguera que nos aleja al menos por un día de los problemas cotidianos, porque no sólo ya el hombre de la casa disfruta de este espectáculo sino que también las mujeres y los niños, la familia argentina plena goza de esta fiesta hebdomanaria y porque, ¡se animó el partido, Rodríguez Arias!
—Usted lo ha dicho, Ortiz Acosta. Se fue River arriba empujado por el temperamento, la fuerza y la petulancia de Sebastián Artemio Tomé.
—Con la pelota Ignacio Surbián avanza el rubio mediovolante de la visita, cruza la línea demarcatoria de medio campo, pelotazo para el puntero derecho, no va a llegar, no va a llegar, no va a llegar y no llegó. No llegó Falduchi a esa pelota. Jugó un tiempo en Racing y luego pasó a Atlanta, si mal no recuerdo. El zaguero de la Academia cuyo nombre trato de recordar y luego pasó a Atlanta, si mal no recuerdo. El zaguero de la Academia cuyo nombre trato de recordar, luego de Racing pasó a militar en el conjunto bohemio, estoy casi seguro. Esa pelota se fue a la tribuna. Averígüeme Cabrini. Otra vez River en el ataque, ahí va Giménez, lo busca a López, pared para Giménez, se metió, se metió…
¡Qué fuerte salió Bermúdez! Va muy fuerte el misionero, algún día va a lastimar a alguien. Trabó abajo, le sacudió el tobillo al chico de la bandera roja, muy fuerte, muy fuerte el cuevero de San Lorenzo. Es para tarjeta.
—No tiene necesidad Bermúdez es un buen jugador. Lo habíamos dicho.
—Yo no sé qué le pasa a ese chico. Se enloquece en el campo de juego. Y es un muy buen muchacho fuera de la cancha. De buena familia, buenos padres, hogar bien constituido, madre comprensiva. Pero no sé, adentro se transforma… ¡Cabrini!
—¡A correr, a saltar, a “Monigote” no le van a ganar! Ropa para niños “Monigote”, la línea que lo aguanta todo. Otro producto diez puntos de la afamada marca.
—¡Un momento, Cabrini, que se va a ejecutar el tiro libre y hay sumo riesgo para la valla defendida por Guillermo Rubén Magrín, el muchacho de Tres Arroyos! Se forma la barrera con dos, tres, seis hombres, imponente esa barrera, una verdadera muralla, el balón descansa aparentemente tranquilo a unos… 23 metros del arco en línea casi recta al entrecejo del golquíper azulgrana.
—Lindo tiro para García Mainetti.
—Para García Mainetti o Giménez. Los dos le pegan bien. Por favor Cabrini, averígüeme. Este zaguero de Racing que le digo, también formó pareja con Anastasio Rico, un tres que pasó por Boca y que luego brillara tantos años en el fútbol colombiano.
—¿Pablo Eleuterio Mercante?
—No, Mercante no, no. ¿Cómo se llamaba este muchacho? ¿Ya está la comunicación con Petrogrado? ¿Ya está la comunicación con Petrogrado? ¿Ya la tenemos?
—Todavía no, Ortiz Acosta.
—Va a tirar García Mainetti, hay peligro, hay peligro, aroma de gol en el estadio, atención, atención… ¿Cómo se llamaba este muchacho que jugaba con Alejo Benítez? Me parece estar viéndolo, alto, rubio, venía de Excursionistas. ¿No tenemos la comunicación con Petrogrado? todavía no la tenemos, están haciendo esfuerzos los muchachos de la estación terreno de Balcarce, gracias muchachos, no es responsabilidad de ellos, hay peligro en este disparo, es problema de la estación receptora de Quito, Ecuador o tal vez del radioenlace de Ciudad del Cabo… ¿Ya lo tenemos, Cabrini?
—Un momento, Ortiz Acosta, nos informan desde…
—¡La pelota pegó en el palo, rebota, se salvó San Lorenzo, un bombazo, entra López, remata, pega en un hombre, cuidado, puede ser…! ¡Qué lástima, Cattamarancio! Llegó a la carrera ante ese rebote corto, le pegó de volea como venía y estremeció el Autotrol de un pelotazo…
—Entró bien Cattamarancio con el olfato clásico de los goleadores, se apuró a darle, le pegó con un fierro y abolló el cartel indicador.
—Lesionado Peñalba, Ortiz Acosta.
—Lesionado Peñalba, lesionado Peñalba. Quedó en el suelo Peñalba, atención esto puede ser importante, hombre fundamental en el esquema de San Lorenzo, está en el suelo, se toma la pierna…
—Pierna derecha…
—Pierna derecha, puede ser aductor, o gemelo, vamos a ver, averigüemé Cabrini, juzgo detenido, esperemos que no sea nada, corren los auxilios. Este muchacho que hacía pareja con Alejo Benítez, luego de revistar en Atlanta, pasó al Cúcuta de Colombia cuando era técnico Isidro Mendoza, el “Colorado” Mendoza. ¿Usted no lo recuerda, Rodríguez Arias?
—¿El Pardo Sabiña?
—No. No. Este era rubio, alto, buen físico. ¿Cómo se llamaba este muchacho? Parece mentira, pequeñas trampas que nos hace la memoria, sigue el juego, ataca San Lorenzo, se viene Grafigna, creo que el apellido empezaba con “hache”, un apellido polaco o algo así, se tiró a la punta, busca el desborde Manuel Carrizo, muy veloz, la tiró para adelante y a correr, si la alcanza hay peligro, cuidado, cuidado… ¿Tenemos la comunicación con Petrogrado, ya la tenemos? ¡Tenemos la comunicación con Petrogrado, ya la tenemos? ¡Tenemos la comunicación con Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa, desde Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa!
—…
—¿Qué pasa?… Algo pasa… No se oye… ¿Se cortó?
—¿Ortiz Acosta?… Sí… ¿Ortiz Acosta?
—¡Don Urbano Javier Ochoa, Ortiz Acosta le habla desde el estadio de River, están jugando River y San Lorenzo, 15 minutos del segundo período y empatan sin goles, señor Ochoa!
—Muy bien… yo estoy muy bien, pero…
—El pueblo argentino quiere saber, señor Ochoa, quiere que nos cuente, cómo ha sido hasta el momento ese raid que usted está llevando a cabo a lomo de dos caballos argentinos, dos caballitos argentinos como fueran aún en la memoria y el orgullo de todos nosotros. Y que nos cuente además, señor Ochoa, cómo ha sido ese viaje que tras cruzar el Estrecho de bering lo ha llevado a la tundra soviética, señor Ochoa…
—Bueno, Ortiz Acoste, yo estoy…
—Los argentinos, quiero adelantarle, señor Ochoa, y perdone que lo interrumpa, estamos muy pero muy orgullosos y asombrados de que en esta época de los vuelos interespaciales y las comunicaciones maravillosas que nos unen con todos los confines más remotos del planeta, un hombre, un gaucho nuestro, se lance a la aventura de unir San Antonio de Areco con Stalingrado…
—Bueno, señor Ortiz Acosta, yo…
—Un momento, amigo Ochoa, un momento, acá lo dejo con Peñalba, recio pero leal cuevero de San Lorenzo de Almagro, quien en estos momentos se encuentra lesionado al costado del campo de juego y a quien ya, ya, nuestro colaborador, Miguel Horacio Cabrini, le coloca los auriculares y lo deja conversando con usted. Explíquele a él las características de esos dos maravillosos caballos argentinos que lo están llevando a usted por todos los rincones del mundo proclamando a los hombres de buena voluntad el firme e indoblegable temple de los jinetes de nuestra tierra.
—Cómo no, señor Ortiz Acosta, pero yo…
—¿Cómo le va, señor Ochoa?
—Bien, bien, yo querría…
—Bueno, acá el partido se ha puesto un poco duro, yo recibí un golpe en la canilla, creo que fue al trabar con el ocho de ellos, no hubo mala intención, son cosas que suceden en el ardor del juego…
—Sí, por supuesto, amigo… ehh…
—Peñalba, Eber Virgilio Peñalba.
—Sí, amigo Peñalba, yo no tengo el gusto de haberlo visto jugar a usted porque cuando yo salí de San Antonio de Areco, hace ya de esto unos…
—¡Ochoa! ¡Don Urbano! Ortiz Acosta le habla… ¿Está muy frío allá?
—¿Acá? Bueno, señor Ortiz Acosta, el problema en estos momentos no es tanto el frío, usted sabe que…
—Porque yo recuerdo que cuando fuimos con la selección argentina, hace unos años, hacía realmente mucho pero mucho frío…
—Bueno, sí, es cierto, señor Ortiz Acosta, pero…
—Lo dejo de nuevo con Peñalba, señor Ochoa, explíquele a él, por favor, el efecto que ha causado ese clima tan duro, tan difícil de sobrellevar, en los dos caballitos argentinos que le están posibilitando a usted ingresar por la puerta grande de la historia de la hípica nacional.
—¿Cómo le va, señor Ochoa?
—Bien, amigo Peñalba, como le decía al amigo…
—No. No habla Peñalba, yo soy Escudero, el masajista de San Lorenzo. Peñalba ha vuelto a jugar y me pasó los auriculares…
—Mucho gusto, señor Escudero, yo…
—¡Don Urbano, don Urbano! Ortiz Acosta lo interrumpe, dígame usted con esa proverbial memoria del criollo de nuestra tierra que lo hace recordar hasta los más mínimos detalles ya sean históricos o geográficos, y ahí está el ejemplo siempre presente de los baqueanos, yo le quería preguntar, don Urbano, si usted no recuerda el nombre de aquel zaguero que hiciera pareja con Alejo Marcial Benítez en Racing, que luego fuera transferido a Atlanta, allá por el año…
—Bueno, amigo Ortiz Acosta, para serle sincero yo…
—Tal vez estoy abusando de su sapiencia, don Urbano…
—No, lo que pasa es que yo quería contarle algo que…
—¡A ver… ¡Un momentito, don Urbano, un momentito! Creo que ya tenemos comunicación con Tonopah, en el estado de Nevada, Estados Unidos de Norteamérica. Creo que ya la tenemos. Un momentito… ¡Sí, sí, adelante señor Santiago Collar desde Tonopah, Estados Unidos de Norteamérica, adelante!
—Buenas tardes, Ortiz Acosta.
—Buenas tardes, buenas tardes, amigo Collar, aunque para ustedes, calculo debe ser ya de noche en el gran país del norte! ¡Señor Collar, lo voy a poner en contacto con un gaucho argentino, un criollo de ley, que en estos momentos está cumpliendo un raid, una verdadera hazaña a lomo de dos caballos argentinos y que habla con usted desde la ciudad de Petrogrado en Rusia!
—Cómo no, señor Ortiz Acosta, será un placer para mí y además…
—Atención en Petrogrado, don Urbano Javier Ochoa, lo dejo conversando con el señor Santiago Collar, un relevante ingeniero argentino que se encuentra trabajando en los yacimientos carboníferos de Tonopah, Nevada, 150 metros bajo tierra. El ingeniero Collar es presidente de la “Peña Argentina Amigos de Radio Laboral” agrupación formada totalmente por mineros compatriotas nuestros que están trabajando allá en esas formidables vetas carboníferas y que se reúnen religiosamente, don Urbano, para escuchar los encuentros de fútbol que Radio Laboral les hace llegar hasta las oscuras profundidades del socavón. ¡Adelante, adelante ustedes, señor Santiago Collar, desde Tonopah!
—¿Cómo le va, señor Ochoa? Es para mí una gran emoción…
—Perdón. Escudero lo escucha, señor Collar, el masajista de San Lorenzo.
—Mucho gusto, señor Escudero, bueno, sería interesante si yo pudiera hablar con el señor Ochoa, allá en Rusia…
—¡Adelante, señor Ochoa desde Petrogrado, adelante!
—Bueno, amigo Ortiz Acosta, lo que yo quería comentarle desde acá, desde Petrogrado, es que está sucediendo algo extraño. La gente acá está muy asustada, ha habido varias explosiones atómicas, han caído misiles sobre muchas ciudades rusas, se habla de un ataque nuclear norteamericano, y a decir verdad, señor Ortiz Acosta, yo también estoy bastante asustado, mis animales están nerviosos, no se sabe bien qué pasa…
—¡Qué pena, don Urbano, qué pena, qué pena que nos da todo esto que usted nos cuenta, realmente nos aflige como argentinos, esa situación que usted está viviendo ante la intemperancia que reina en algunas regiones del mundo por las cuales usted está transitando como verdadero símbolo de paz, tranquilamente!
—Sí, amigo Ortiz Acosta, se dice que el aire está contaminado…
—¡Un momentito, un momentito, don Urbano, que acá avanza River, puede haber peligro, se van en contraataque el conjunto de la banda roja, entró al área Menegussi, midió, tiró, la pelota cruza frente a los palos, llega el once, cuidado…! ¡Qué lástima, Cattamarancio! Solo frente a los palos la quiso reventar y en lugar de tocarla la fusiló sobre la bandeja alta…
—Es de no creer, Ortiz Acosta. Con todo el arco a su disposición, el wing izquierdo millonario la tiró a cualquier parte. Lo habíamos dicho.
—¡No quiera creer usted el gol que perdió Cattamarancio, amigo Collar, allá en Estados Unidos! ¡Adelante usted!
—Gracias Ortiz Acosta, yo quería aprovechar la posibilidad que tan gentilmente nos brinda su emisora, porque aquí a mi lado se encuentra ni más ni menos que el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Acá está sucediendo algo terrible, señor Ortiz Acosta, ha habido un ataque nuclear soviético, muchas de las grandes ciudades están destruidas, el presidente de los Estados Unidos, junto a algunos otros hombres de gobierno, se ha refugiado acá, junto a nosotros, bajo tierra, y me piden, dado que todos los otros medios de comunicación parecen estar inutilizados, si aprovechando la presencia de don Urbano en Rusia, no se podría hablar con Moscú y resolver esto, que parece haber sido un gran error.
—Por supuesto, no habrá problemas, señor Collar. Dígale al presidente que espere un momentito, enseguida estamos con él… ¡Cabrini!
—¡Un esplendor de frescura en la garganta “Marcador” el masticable que se anotó un golazo en el gusto del hincha argentino! ¡”Marcador” quita la sed, quita las ganas de fumar, baja la presión arterial!
—Enseguida estamos con el ingeniero Collar y el presidente de los Estados Unidos, apenas venga este tiro de esquina, una de las últimas posibilidades de empatar para la divisa azulgrana. ¡Qué pena, qué pena esto que nos cuentan tanto el ingeniero Collar como don Urbano Javier Ochoa desde el exterior!
¡Cómo hubiésemos querido no tener que escuchar estas cosas, estas muestras de intemperancia! ¡Tal vez así sepamos apreciar un poco más, señores, lo que estamos viviendo acá, en cancha de River, una verdadera fiesta popular en un marco de corrección y tranquilidad que no siempre sabemos valorar en la medida que se merece…
—¡Señor Ortiz Acosta, señor Ortiz Acosta! ¡Collar lo llama, por favor, Ortiz Acosta…
—Un momentito, amigo Collar, un momentito, viene el corner, ya lo vamos a conectar con Rusia, veremos la posibilidad de contactar a ambos presidentes, sería muy interesante una charla entre los presidentes de ambas instituciones, no sabemos si habrá tiempo porque acá sigue el partido a ritmo vertiginoso y la acendrada rivalidad de este clásico de todos los tiempos es un tema excluyente de cualquier otro, máxime cuando se trata de hechos tan desagradables como los que nos han contado, va a venir el corner, atención, en todo caso grabamos la emisión desde los EE.UU. y la pasamos mañana en nuestra polémica de los lunes, entra Marcilla…
—¡Ortiz Acosta, Ortiz Acosta!
—Sube también Julio Jorge Tolesco, hay un micrófono de campo abierto, es la última oportunidad quizás para San Lorenzo, vamos muchachos, se está poniendo muy fea la tarde, el cielo se ha puesto de un extraño color verde, un verde que nos hace acordar que tenemos un llamado desde cancha de Ferro, atención Ferro, cuando venga el corner estamos con ustedes, viene el corner, entra Tolesco, salta Cattamarancio…
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(XIV)
(elinterpretador, número 24, marzo 2006)
Para Esteban Masot que tiene la edad que tenía yo cuando el mundo era otra cosa, ni mejor ni peor, diferente. Diferente, quizá, porque la muerte era solo una idea, una idea terrible y que metía miedo, pero solo una idea “y no más que eso”.
“Lo único que hay es el hay. La imaginación permite el recuerdo, pero el recuerdo de algo no es ese algo sino que ese algo recordado es algo inexistente ahora.”
“Supongamos que la memoria sea el almacenamiento de imágenes, impresiones, recuerdos, ideas, que se acumulan en un número incalculable en determinadas regiones del cerebro; supongamos, además, que “algo” (una energía, una sustancia química o un “alma”) actualiza la memoria, es decir saca del depósito una imagen y la ve (me veo pescando a orillas del río Paraná). Ese “algo” debe actualizar en sí otro algo para que quiera o desee actualizar la imagen que se recuerda. Hay algo así como una imagen previa a la imagen que se actualiza con el recuerdo; pero ¿cómo se produce esa actualización?, ¿por qué esa y no alguna otra?, ¿quién actualiza?, ¿otro yo adentro del yo? ¿otra alma en el alma? Además hay que pensar que se trata de un fenómeno ordenado y no caótico. Si las imágenes surgieran al azar, caóticamente, se podría pensar en un mecanismo aleatorio, pero al no ser así el problema lo constituye la narración, al igual que en los sueños. Es como si hubiese alguien que seleccionara y armara el relato, el tránsito. Pero en ese alguien ¿cómo se produce el orden a partir del cual se ordena? ¿y quién ordena ese nuevo orden?”
“¿Cómo podría buscar algo si es un despojo sin vista pero destinado a ver en la ceguera, como ceguera?”
“…la Vida como la facultad que tiene un ser ‘de ser, por medio de sus representaciones, causa de la realidad de los objetos de esas representaciones’.”
Oscar del Barco, Exceso y Donación.
“El trabajo de la mirada consiste en evocar lo invisible para conquistar zonas habitualmente inaccesibles a la vista. Es preciso rastrear huellas visuales en los claustros de la córnea o bien imaginarlas, pues ver es moldear activamente una energía emotiva. Apenas sospechamos los palacios de cine que se ocultan en el fondo del ojo, en el mismo lugar desde el cual se desprenden las lágrimas. Allí fermentan los desechos de la memoria.”
Christian Ferrer, Nada.
Tengo frente a mí algunas fotos (1). Un piloncito de fotos viejas. Que son como las ruinas de una civilización que desapareció hace miles de años sin dejar más rastros que esas imágenes extrañas que me hablan en una lengua que alguna vez me fue familiar y hoy son jeroglíficos. Fotos. Fotos viejas. Que me interpelan y extrañan, que me incomodan, que me devuelven retazos de imágenes sin editar, hilachas con las cuales debo hilvanar la trama de un relato que se deshace en la memoria en cuanto lo quiero fijar con palabras claras. Fotos, tengo frente a mí fotos, todas de Mar del Plata, de diferentes veranos entre el 78 y el 94. Miro esas fotos, me busco en ellas y sólo me reconozco a partir de una distancia infinita, de una distancia imposible, en la que sólo me puedo acercar a ellas aceptando que hay un abismo entre esas fotos y yo –un abismo que nos une. En esas fotos aparecen mamá, papá, los abuelos, mis hermanas, mis primos, mis tíos, Doña Lisa, Johnny, algunos amigos, algún novio. Pero también mallas, balnearios, mesas, habitaciones, lonas, baldecitos, paletas, cielos, olas, un cenicero, un ajedrez, los árboles de Chapalmalal y Peralta Ramos, el Faro, una torta de cumpleaños de mi primo Juampi. Fotos, fotos viejas, en las que encuentro personas, lugares y cosas de mundos que alguna vez fueron parte de un presente continuo, sin “fisuras” y hoy son parte de un rompecabezas al que le falta la mitad de las piezas.
Si mi intención es contar algo –el inconveniente que plantea contar algo se circunscribe, siempre, a tres problemas básicos: encontrar un principio, desarrollar una trama y encontrar un final– a partir de esas fotos, supongo que lo mejor será dividir los años que reponen esas fotos en tres momentos más o menos delimitables. Mi infancia, mi adolescencia, y el verano del 94.
I
No sé qué sería Mar del Plata para mí cuando era una nena. En todo caso, eso no me impide imaginar, a partir de algunas fotos, qué sería.
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Mamá era de Mar del Plata y papá de acá, de José León Suárez. Y se conocieron un verano en un baile, allá. Poco y nada sé de mi vida familiar anterior a mí. Que mi abuelo materno era marinero mercante y mi abuela nunca trabajó; que Schindler, el de la lista de Spilberg, era primo de Wanda Shinler, la mamá de mi abuela paterna, lo cual lo llevó a ser un pariente poco grato de recordar por esa fama que supo forjarse de salvar judíos; que mamá siempre quiso ser profesora de matemáticas y papá tornero; y que en algún momento mis abuelos paternos compraron un terrenito en el Faro para ir a veranear ellos y sus dos hijos con sus parejas.
Por entonces Mar del Plata llegaba apenas a Punta Mogotes y el Faro no era más que campo, yuyos, algunas casas dispersas, playas sin balnearios, el mar, y un predio del ejército donde estaba el faro.
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A papá siempre le gusto manejar de noche en la ruta. Y el viaje de casa a Mar del Plata se hacía eterno. Mis hermanas y yo, sentadas atrás, hacíamos el viaje algo imposible, nos peleábamos desde que salíamos hasta que llegábamos.
De esas idas recuerdo algunos lugares por donde pasábamos que me llamaban poderosamente la atención. El Parque Lezama, la zona sur del Conurbano bonaerense –lugar donde iría a vivir años después y comprobaría que efectivamente es un lugar horrible– y el campo, las vacas, la nada, que según decían los grandes, era una maravilla, que los europeos cuando venían a Argentina quedaban locos, porque allá es todo ciudad.
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Qué recuerdo de esos primeros años. No sé. Veo las fotos, las fotos de cuando tenía 3 o 5 años y no puedo reponer el contexto. Lo que me llama la atención es que la “gente grande” que aparece en ellas, mis padres y tíos, tenían más o menos la edad que tengo hoy yo, treinta y pico. Yo hoy tengo la edad que tenia la gente grande cuando era chica.
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Supongo que algo que hacía todo diferente a cuando estaba en Buenos Aires, además de la playa, mis primos y toda la parentela de la rama de mi mamá, era que a papá lo veíamos más tiempo. Papá trabajaba todo el día y solo lo veíamos a la noche para cenar. En cambio en Mar del Plata lo veíamos todo el día.
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Pero no puedo recordar nada de esa época. Doy vueltas y miro las fotos y no hay caso, me vienen recuerdos de otros veranos, más cercanos, pero de esos, los primeros, nada. Bueno, tampoco es tan terrible, supongo.
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No sé por qué algunos veranos los pasábamos en la casa del Faro y otros en la casa de la abuela, la mamá de mi mamá.
En la casa de los abuelos maternos había cosas raras. El abuelo había sido marinero mercante y pintor, con lo cual la casa estaba llena de cuadros y objetos exóticos. Un arco con flechas de los indios del amazonas, una pipa de agua turca. Y en el placard y un cuartito del fondo, lugares donde íbamos a revolver cuando nadie nos veía, cosas que nos encandilaban. Fotos de todas partes del mundo, una pistola nueve milímetros, un reloj de oro suizo, estampillas, monedas, cosas así. Cosas que hoy me hacen dudar de si vale la pena contar pero que por entonces alcanzaban y sobraban para pasar las tardes feas encerrados en la casa de la abuela y divertirnos.
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De las tardes en la playa me vienen ráfagas de memoria deshilachada. Somos un montón bajando a la playa y los chicos nos quitamos las ojotas y la arena caliente nos quema los pies; jugar con las olas a que nos revuelquen y nos hagan pelota; un hambre canina a media tarde que hacía de las galletitas más insulsas algo exquisito; yo jugando a la paleta con mi primo Leo o mi papá con una paletas pintadas de blanco y una estrella en el centro naranja; eso, apenas eso.
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Algo inquietante que tenia Mar del Plata era Doña Lisa. Doña Lisa vivía en la casita que teníamos en el faro. La casita estaba dividida en una parte vieja y una nueva, más una piecita con baño en el fondo, y, ahí, vivía Doña Lisa con un montón de gatos y nos cuidaba la casa durante el año.
De Doña Lisa lo primero que recuerdo es su olor, un olor fuerte a suciedad y a pis de gato. Cuando recién se instaló no era eso que recuerdo, claro. Pero se ve que la mujer con los años enloqueció y lo que yo retengo es eso. Una mujer ataviada siempre de mucha ropa, con olor, que a medida que fueron pasando los años piró mal y nadie sabía cómo sacársela de encima. Para los chicos no estaba loca sino que era una suerte de bruja, tenía algo maligno que nos metía rechazo y miedo.
Un invierno, cuando tendría unos catorce años llamaron a casa y nos avisaron que Doña Lisa se había muerto. Y un fin de semana fuimos con mi papá y mi tío Juan a limpiar el lugar. El lugar era un desastre. Ella tenía muchos gatos y no los dejaba salir, con lo cual los gatos meaban y cagaban en el lugar, y sobre eso ponía hojas de diarios, años de hacer eso hizo que el piso se elevara varios centímetros del piso. Mi papá y mi tío estuvieron dos días enteros quemando cosas de esa piecita minúscula.
Pero entre las inmundicias había un caja llena de fotos. Doña Lisa era un personaje de la zona y todo el mundo tenía su teoría acerca de cómo había llegado a ese rincón perdido del mundo, y por qué y cuándo, porque estaba ahí desde que en el lugar no había nada. En realidad nada se sabía de ella, apenas algunas cositas que tiraba cuando tenía unas copas encima. Para que se den una idea de ella se parecía a Marguerite Yourcener de vieja, así la recuerdo. Y lo que contaba en esos escasos días que decía algo de su pasado, eran todas cosas que nadie nunca le creyó, de viajes a Europa y lujos y poder y amores que confirmaban que ella estaba loca.
Pero yo vi esas fotos. En ellas aparecía una Doña Lisa joven y hermosa, parada junto a Evita o con la Torre Eifel de fondo, subiendo a un helicóptero, en transatlánticos, en fiestas de esmoquin y vestidos de alta costura. Quién era esa mujer, nunca lo supe. Ni tampoco qué la expulso de ese mundo y que la llevo a esconderse en el Faro y morir loca en el cuartito del fondo de la casa que teníamos en el Faro.
Cuando vi esas fotos me pasó algo similar a cuando ahora volví a ver fotos de mis veranos en Mar del Plata. Esas fotos eran algo molesto e incómodo, me hablaban de cosas que no sabía cómo encajarlas en el hoy.
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Mis primeros recitales fueron en Mar del Plata. El primero fue en el Súper Domo. Fuimos con mi primo Leo a ver a Soda Stereo, que por esa época había sacado Signos y mi tía Tesi, la mamá de Leo, nos llenó tanto la cabeza que nos cuidáramos de todo, que el recital para mí fue una pesadilla. Era chica, no tendría más de diez años y no sé cómo me dejaron ir. Lo que recuerdo es que estábamos delante de todo, en una suerte de corralito y lo tenía a Gustavo Cerati, ahí, a unos pocos metros de mi, mirándome con esos hermosos ojos azules que tiene y que le resaltaban por el rimel negro.
El segundo fue en el Patinódromo de Mar del Plata. La casa de mi abuela y la de mi primo Leo – que vivía a unas cuadras – quedaban a unas 20 cuadras del Patinódromo. Para esos recitales no teníamos entradas y tocaban una noche Soda, y la otra, Fito y Charly. Esos recitales los fuimos a ver a la puerta del Patinódromo con mi tío Carlitos.
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De mi tío Carlitos recuerdo una tarde. Mi tío era amante de los Beatles y tenia todos sus discos. Y esa tarde Leo y yo lo “ayudamos” a pintar las paredes de la casa en la que recién se habían mudado. Y mientras “pintábamos” fue poniendo toda la tarde discos de los Beatles.
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Algo que me resultaba tristísimo de Mar del Plata era que en la casa del Faro no había televisión. Y también, que la tele marplatense tenía sólo dos canales y no cinco como acá. En Mar del Plata tenían sólo dos canales, donde retransmitían algunos programas de Buenos Aires más programas propios, todos horribles. Eso, para mí, imaginaba, tener que vivir tan sólo con dos canales todos los días de tu vida, me resultaba algo imposible de concebir.
Pero también conocí en Mar del Plata el cable mucho antes de verlo en Buenos Aires. Al principio el cable no iba por cable sino por aire, supongo que debería ser algo así como un Direc TV neolítico. Pero alguien algún día se rescató que poniendo una budinera de aluminio a la antena del televisor se podía captar la señal y en poco tiempo medio Mar del Plata apareció sembrada de budineras en los techos.
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¿A alguien le pueden interesar estos recuerdos desordenados e incompletos?
¿Por qué los cuento?
¿Para quién?
¿Para qué?
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Algo que me volvía loca era los fichines. Para mí Mar del Plata era entre otras cosas poder ir al Saccoa de la peatonal. Había “miles” de máquinas, juegos de lo que se te ocurra. A mí particularmente me gustaban dos: el Pac-Man y el 1942, y también algunos flipers.
Uno de esos veranos, donde ya tendría diez u once años, nos dejaron ir solos al centro a jugar al Saccoa. Esa tarde fui feliz. Esa tarde, que era una de las últimas del verano antes de volver, recuerdo el colectivo de vuelta, sentados en los asientos del fondo, riéndonos de todo, haciendo chistes tontos y riéndonos hasta llorar de risa. Eso retengo de ese día, una alegría y plenitud que pocas veces volví a sentir.
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Otro lugar que nos fascinaba a los chicos era Chapalmalal, donde íbamos religiosamente por lo menos una vez cada verano a pasar un día entero. El encanto que tenía ese lugar era que había una suerte de bosquecito donde nos perdíamos y jugábamos qué sé yo a qué, pero nos divertíamos un montón.
II
Se me ocurre que mi infancia terminó un verano en que yo me fui a Mar del Plata antes que mis viejos. Como yo era la más grande y me llevaba muy bien con mi primo Leo – que tenía mi edad – y no sé qué, ese verano mi tía Marta que veraneaba en enero – y nosotros en febrero – me llevó y dejó en la casa de la abuela Luci. Yo tendría once o doce años, durante la semana me quedaba encerrada en la casa de la abuela, porque no nos querían dejar ir solos a Leo y a mí, y sólo veíamos la playa el fin de semana, claro que si había día lindo. Pero una hermana de mi tía Tesi se había casado con un tipo que era igual a Woodi Allen y tenía toda la plata, trabaja en una mutual, financiera o algo así y en la casa tenía algo increíble: una video cassetera donde podías ver películas. Ese verano nos la pasamos viendo películas de terror con Leo. No sé cuánto duro eso, un día este tipo que era igual a Woodi Allen desapareció de la tierra dejando a todo el mundo colgado, incluyendo a su esposa y dos hijos, y con una quiebra fraudulenta de miles de dólares.
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Ya para entonces Leo había dejado de ser un nene y yo una nena. Él tenía la teoría de que si se masajeaba la pija todo el día eso iba a ayudar a desarrollarla más y tenerla más grande. Así que andaba todo el tiempo con la mano adentro del calzoncillo ayudando a su miembro viril a tener un correcto desarrollo peniano.
Y como no podía ser de otra forma un día me lo apreté. Fue una tarde en la casa de la abuela en que no teníamos nada que hacer y estábamos embolados. Con tanta mala leche que justo entró en la pieza la abuela Luci y sin dudarlo se retiro y volvió al toque con un cinturón y nos sacudió con la hebilla hasta que nos hizo llorar de dolor y nos hizo jurar que no lo íbamos a hacer nunca más .
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Ese verano algo raro pasaba, se olía en el ambiente. (Ese verano: no sé muy bien cuál fue, quiero decir, no me interesa hacer una cronología precisa de nada, sino sólo contar cosas que recuerdo más o menos como me vienen a la memoria y ordenarlas más o menos como creo que se sucedieron en el tiempo sin preocuparme si el orden es correcto o no.) En ciertas conversaciones a media vos, en llamados telefónicos, en algunos comentarios desubicados que se me hacían sin explicarme a razón de qué venían, en fin, algo pasaba y me involucraba y nadie me decía nada, pero me lo hacían sentir todo el tiempo.
Hasta que una tarde vino a visitarme la abuela Nidia – la mamá de mi papá– que veraneaba en el Faro con mi tía Marta y mis primos Pamela y Sebastián. Ellos ya se estaban por volver y mi abuela me quería ver. No sé cómo sucedió pero en un momento nos encontramos las dos solas y ella me hizo una pregunta rarísima: ¿a quién querés más: a tu mamá o a tu papá? Cuando escuche esta pregunta sabía lo que la abuela quería escuchar, pero también sabía que la pregunta era una cagada sin saber explicar por qué, y a una pregunta conchuda respondí con una respuesta conchuda: a mamá. La abuela se descompuso y se puso a llorar, pero no dijo nada, me quería mucho, sólo le pidió a la tía que se fueran. La tía entonces me encaró y me pregunto qué había hablado con la abuela que se había puesto así, y yo le respondí que no sabía, que no habíamos hablado de nada. Me hice la boluda, pero interiormente estaba contenta de haberle respondido eso porque sospechaba que si no ponía ese límite me iban a envolver en un rollo en el que yo no tenía nada que ver.
Claro que con el pasar de los días el rollo terminó por envolverme en una guerra civil conyugal que recién en el 94 “terminaría” dejando tras de sí demasiados años de mierda acumulada.
Ese verano me enteré que las cosas no estaban bien entre mis viejos. Ellos con mis hermanas vinieron los últimos días de febrero para que mi mamá pudiera ver a sus padres y para buscarme a mí.
De ahí en más todos los veranos cambiaron radicalmente. Por un lado estaba la familia de mi mamá y por otro la de mi papá y se decían toda clase de cosas a espaldas y todos se sentaban a la misma mesa y nada, nada que no haya sucedido a otros ni que vuelva a suceder. La única cagada es que nadie se rescató que esos años nos hicieron muy mal a mis hermanas y a mí y que nadie pudo ni tubo la coherencia de darse cuenta de ello y cortar con esa cantinela a tiempo.
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De estos veranos, estoy hablando de los catorce a los diecisiete, empezamos a escaparnos de noche. Yo por ser la más grande de todos los primos y llevarme bien con mis primos de Mar del Plata pasaba más tiempo allá, solía ir en enero a lo de la abuela Luci y en febrero me mudaba al Faro con mis viejos y mis hermanas. Y a veces también estaban en el Faro, creo, pero no me cierra, bueno no importa, mi tía Marta con mis primos. Y nos escapábamos a la noche a tomar cerveza y patear bolsas de basura. Éramos un bardito, éramos unos cuantos y el margen de acción era muy limitado, con lo cual, salir a tomar una cerveza, ver a un chico, simplemente ir a pelotudear hasta la madrugada por las calles del Faro era una aventura.
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Leo una noche de algún verano de esos se gano el nombre de Birra. Esa noche se tomó como siete u ocho litros él solo y terminamos a la madrugada vomitando frente al mar. Leo era un talento. Una persona hiperinteligente y dotado para la música y el dibujo, y como le suele suceder a la gente muy inteligente, esto le jugo en contra. Por entonces empezó a emborracharse y a incursionar en las drogas y soñaba con ser Slash, el guitarrista de los Guns & Roses y morir a los veintiuno como Sid Vicius. Igual nuestras salidas seguían siendo tontas, ir a Alem o Constitución o el Centro a emborracharnos, hacer bardo y levantarnos a alguien. Esto también era un foco de conflictos porque entre mis hermanas y mis primas nos robábamos los novios unas a otras y después nos matábamos entre nosotras.
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Mi primer cigarrillo fue un Inst Saint Lorens que me convidó el Pitufo una tarde en la puerta de la casa del faro. Yo fui la última en empezar a fumar. Mis hermanas y mis primos y primas ya fumaban todos, desde los once o doce años. Todavía puedo paladear ese primer cigarrillo que no sé qué gusto tenía pero no tiene el sabor de ningún cigarrillo que fumé después. Algo parecido me paso con mis primeras borrachera o con la coca. Con los tipos no, depende el caso, el momento, el lugar, tantas cosas, en todo caso es otro tema.
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Mi papá que estaba desquiciado –en realidad todo el mundo adulto estaba desquiciado, hablo de mis padres, pero también de mis abuelos y tíos, pero qué sé yo, en Mar del Plata es como que teníamos cierto margen para que ellos se cocinaran solitos en su propio guiso y nosotros, los primos, pudiéramos hacer la nuestra con cierta libertad– sabia que todos fumábamos y nos tenía terminantemente prohibido hacerlo. Siempre se vanaglorió de nunca haber fumado un cigarrillo y contaba con un orgullo que nunca entendí que un día un amigo del barrio le ofreció un cigarrillo y el le dijo que ni loco probaba esa porquería. Así como suena, eso para mi papá era digno de ser contado como una anécdota que vale la pena ser relatada mil veces. Bueno, mi papá le hizo caso a su mamá que siempre le aconsejó que entre comprarse una golosina o un atado de cigarrillos, siempre era más sano llenarse los bolsillos de caramelos –sic.–.
Pero lo que quiero contar es sobre una tarde que estábamos todos en un local de maquinitas que quedaba a unas cuadras de la casa del Faro. Estábamos todos jugando a los fichines y fumando como escuerzo y de repente lo vimos a mi viejo aparecer en la puerta del local. En un santiamén de pánico y terror, (conocíamos las furias de papá, quiero decir, hacíamos lo que queríamos nosotros, pero él era papá y estaba loco y era la ley), hicimos desaparecer todos los cigarrillos que teníamos encendidos y pusimos nuestra mejor cara de estúpidos. Estaban mis hermanas, mis primos y algunos amigos que habíamos hecho ese verano. Todos lo vimos y logramos deshacernos de la prueba del delito, menos mi hermana Carolina, que estaba muy compenetrada jugando al Pac-Man con el pucho en la boca. Entonces mi papá nos fulminó con la mirada y nos ordenó silencio. Se acercó a mi hermana y le dijo si no quería que le sostuviera el cigarrillo mientras jugaba. Mi hermana sin sacar la vista de la pantalla se lo dio agradeciéndole: gracias lindo. El resto, nosotros, mirábamos, congelados en el lugar, la situación, con mezcla de horror y cierta malévola diversión. Cuando perdió, levantó la vista para reclamar el cigarrillo y mi papá se lo tiró al piso, lo aplastó y empezó a putear como loco. Nosotros nos queríamos matar, era horrible lo que estaba sucediendo, era un quemo. Mi papá estaba sacado, gritaba como un loco, nos ordenó a todos que fuéramos ya para casa y no se privó de darle una piña a un cartel que había en la puerta del local.
Después nos tuvimos que comer todos un sermón, un castigo y lo dejamos hablar, blablabla y seguimos en la nuestra. Ya para esa época sabíamos cuales eran las consecuencias de ser chicos sanos que se atiborran los bolsillos de caramelos.
III
El verano del 94, como otros veranos también me fui todo enero y febrero a Mar del Plata. Ese verano estaba por cumplir los 18 y no sólo estaba harta de mi casa sino que también venia escapando del que había sido mi novio hasta ese momento. Un drogón de cuarta del barrio que me dejó embarazada y me mandó a sus amigos a decirme que tenía que abortar, que no me hiciera la boluda. La cosa que hice lo que me pidieron y quedé bastante mal, no podía dormir, me pasaba las noches en vela, dormía cuanto mucho dos horas por día y la cabeza era una calesita que lograba hacer andar a una velocidad razonable a base de pastillas y marihuana. Pero eso no era todo, sino que él empezó a decirme que yo le había arruinado la vida, que había asesinado a su hijo. Nada, un idiota marca cañón, pero yo por entonces no lo sabía.
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Ese verano la pasé bien. En realidad no recuerdo ningún verano en Mar del Plata que la haya pasado mal. Sí momentos malos, momentos muertos, momentos de mierda, idiotas, pero la vida básicamente es eso, algo imposible, con ciertos momentos donde la cosa se distiende y eso que uno imagina que debería ser la vida siempre, sucede por un rato, sólo por un rato.
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Ese verano no volví a la playa, al menos de día. Nunca más volví a ninguna playa a pasar el día, a tomar sol, a metérme en el mar. Dormía todo el día y salía de noche. O me encerraba a leer. Ya leía. Creo que por entonces estaba leyendo a Soriano, Cortazar, Fontanarrosa, Stephen King y la interminable vida de San Martín escrita por Mitre. Tenía pegada arriba de mi cama una foto de Alejandra Pizarnik que había recortado de un suplemento de cultura de Clarín y que era la misma foto que aparece en la tapa de la edición de la obras completas que edito El Corregidor y que tenía entre los libros que me había llevado para leer.
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Mis noches se repartían entre mi primo Birra y sus amigos punkys, o mis primos Pamela, Seba y Juampi que nos juntábamos con mi compañera del secundario Cecilia que tocaba en la peatonal.
Cecilia estaba de novia con un pavo de Santa Fe que tocaba la guitarra y cantaba y ella lo acompañaba. Cantaban canciones propias y ajenas, durante el año en plaza Francia y ese primer verano en la peatonal. Tambien con ellos había un colombiano que tocaba canciones de Silvio. En ese momento eso me parecía bien, estaba muy bien, pero hoy de sólo pensarlo me mete miedo. Quiero decir toda esa onda hippy y su folclore lo detesto. Si algún día tendría que hacer la revolución sólo me convencerían de tomar las armas y buscar copar el palacio de invierno si me prometieran que una vez en el poder una de las primeras medidas a tomar sería poner a todos los hipposos y todas sus variantes contra el paredón y ordenar fuego.
Pero en ese momento estaba muy bien escuchar canciones de Silvio, León Gieco, Víctor Heredia y toda esa gilada. ¡Éramos tan jóvenes, juro que no sabíamos lo que hacíamos! Y las noches se iban quemando así. Entre boludear por el centro, tomar cerveza y terminar a la madruga en la playa fumando un porro. O en la casa de alguien tomando mate y hablando de qué sé yo qué.
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Ese verano me reencontré con Jorge que conocía de otras vacaciones. Él era mayor que el resto, tenía veinticuatro años y vivía en el Faro con Ingrid, Maxi y algún que otro perdido que caía pidiendo alojamiento es su casa. En realidad vivían en el fondo, en el garaje, que tenía cocina y baño, y adelante alquilaba la casa a una familia tucumana.
El que había tenido contacto con Jorge durante todo el invierno era mi primo Birra y una noche nos cruzamos y nos quedamos tomando cerveza hasta la madrugada y charlando. Ahí surgió el tema que yo me quería ir de casa y él me invito a mudarme a la suya. En realidad, cuando pasara el verano tenía la idea de irse a vivir a Buenos Aires, porque su novia era de allá, y porque la cosa en Mardel se había emputecido para él.
Así que una tarde trasladé todas las cosas de la casa del Faro a la de Jorge, que no habría más de ocho cuadras de distancia, y le dije a mi tía que le avisara a papá que no volvía más a casa, y a la abuela Luci que le dijera a mamá lo mismo. Esa noticia en Buenos Aires no sonó todo lo terrible que podría haber sonado en otro momento porque mis padres habían decidido separarse y eso los tenía sumamente entretenidos.
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Hasta ese verano Jorge básicamente vivía de alternar trabajos temporarios con los oficios que realmente le dejaban guita: dealear y cagar a las tarjetas de credito. Conseguía tarjetas de alguien que tuviera más o menos su edad, arregla con el dueño, que le decía qué quería comprar, y él pegaba a esa tarjeta su foto, y salía a comprar como loco toda la mañana hasta después del mediodía, donde el dueño la denunciaba, y todos los gastos de la tarjeta corrían por cuanta de la empresa. Era un negocio redondo, pero medio Mar del Plata estaba ya en ese curro y ese verano empezaron a caer como pajaritos. El trabajo de dealer también lo había tenido que dejar porque todos sus amigos estaban a la sombra. Jorge supo retirarse a tiempo. Tenía en el placard, colecciones enteras de remeras, pantalones, medias, perfumes, televisor, videocassetera, sillones, de todo.
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Pero el verano llegó a su fin y nadie trabajaba y en el barrio éramos vistos como personas indeseables, que vivían de noche, dormían de día, que nadie sabía de qué vivíamos, lo cual significaba que sí sabían o suponían de que vivíamos: de chorros, de chorros drogadictos, claro.
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Y llegó marzo, la ciudad quedó vacía y nosotros quedamos en veremos. Nuestro objetivo era ir a Buenos Aires pero no teníamos un cobre. Vivíamos del alquiler que Jorge le cobraba a los tucumanos de adelante y de lo que yo o Ingrid le lográbamos sacar a nuestras familias. Pasábamos noches enteras en Pilolas, un bar que quedaba en el centro y que estaba abierto las veinticuatro horas, y donde pasaban películas en dos televisores gigantes. Era un bar como cualquier otro, solo que pasaban películas y era habitual ver en el lugar a muchos canas de civil y a personas como nosotros que no hacíamos nada.
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De esos días recuerdo las caminatas interminables por el Faro y Punta Mogotes. Eso lo extraño, nunca más volví a caminar y perderme por las calles como en aquella época.
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Las cosas se habían puesto complicadas por entonces, empezaron los días realmente feos y se nos venía el invierno y no teníamos ni idea cómo salir de Mar del Plata. Hasta que una tarde cayo Johnny, el hijo mayor de los tucumanos que estaba tapado de deudas y nos propuso hacer un negocio. El trabajaba en un lugar –obviamente que no diré dónde– y para pascuas su jefe se ausentaría unos días de la cuidad y dejaría su auto en el local y suponía Jonhy que en la caja fuerte habría suficiente guita para todos. Lo que nos propuso básicamente era que entráramos la noche de pascuas al lugar, saltando un paredón, el dejaría la puerta de adentro abierta para poder entrar sin tener que violentar ninguna puerta y una vez adentro laburar la caja fuerte y llevarnos el auto. Con Jorge fuimos a contactar a Dany, un chabon que laburaba vendiendo pochoclos en la peatonal pero eso solo era una cobertura para otros negocios. Con el negociamos el precio del auto, nos daría cinco mil pesos si se lo dábamos esa misma noche en Mar del Plata y diez mil si lo llevábamos a Buenos Aires. Además podíamos sacar unos cuantos miles más si aceptábamos cobrar una parte en dólares falsos.
Ya estaba todo súper aceitado y llegó la noche. Johnny y Jorge entrarían al lugar y yo me quedaría en la esquina haciendo de campana. Cualquier cosa rara que viera los tenía que llamar desde el teléfono público al lado del cual hacía que esperaba a alguien y ellos sabrían que era yo y tendrían que hacerse humo.
La cosa es que algo raro había en el aire esa noche. O nosotros estamos muy perseguidos. Lo cierto es que esa noche nos cruzamos como tres veces con un gordito cana de civil mientras hacíamos tiempo en Pilolas y por los fichines para dar el golpe. Cuando fuimos al lugar, yo me quede en la esquina convenida y ellos fueron a hacer lo suyo. En el lugar había todo para laburar la caja fuerte, así que sólo tenían que entrar y laburar. Pero a los cinco minutos de partir volvieron diciendo que la noche estaba rara, que dejáramos todo para la noche siguiente. Volvimos a Pilolas y nos acostamos a la madrugada después de tomar mate y hacer planes de qué haríamos cuando llegáramos a Buenos Aires.
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A la tarde nos despertó unos golpes en el portón del garaje. Yo mire por la mirilla de la puerta y descubrí con horror que era mi mamá. La casa estaba hecha un despelote y no la veía a mi mamá desde que me había ido de casa a principios de enero. Mi mamá siguió insistiendo en la puerta, entró al patio y golpeó en la puerta del costado y luego se fue, dejando una nota: hola Elsa, pase a verte, más tarde vuelvo a pasar a ver si podemos charlar un rato, besos, mamá.
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Apenas se fue nos pusimos a arreglar todo lo mejor que se podía ese pandemonium. Cuando llego Rita, la mamá de Johnny, llorando, y detrás el resto de la familia muda y con las caras desfiguradas, nos acercamos a preguntar qué pasaba. Resulta que esa tarde los tucumanos habían recibido unos parientes y fueron todos a la escollera sur. La cuestión que el mar estaba imposible y el padrastro de Johnny se resbaló, se golpeó la cabeza en unas rocas y cayó al mar. Johnny en la desesperación se arrojó al mar y una ola lo cubrió y nunca más se lo vio. Johnny no sabía nadar.
Y mi mamá volvió justo en ese momento. Con la excusa de que se acababa de morir un amigo pude poner a raya los reclamos y reproches de ella, que se fue al rato, triste, sin poder creer en las condiciones en las que vivía, pero gracias al chamullo de Jorge no tan preocupada y molesta como había llegado.
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Con Jonhy muerto se nos desvaneció la última posibilidad cierta de irnos a Buenos Aires sin laburar. Los meses que siguieron hasta que por fin logramos escapar de esa ciudad son un capítulo aparte –y quizá el único que valdría la pena contar– que no tengo ganas de contar aquí. Sólo diré que esa fue la última vez que fui a Mar del Plata y también mis últimas vacaciones hasta hoy y que desde entonces vivo encerrada entre el Conurbano Bonaerense y Capital Federal, en circuitos o zonas bien delimitadas, reificadas, matrizadas y alienadas, según fueron pasando los años. Pero no he vuelto a salir de este laberinto salvo una vez que con mi amigo Ferront –el negro Cañon de la canción: Masacre en el puti club– fuimos un día a la Plata y la vez que viajé a Córdoba a ver el último recital de los Redondos. Tampoco es que sueñe con viajes a Nueva York, Rio de Janeiro, la Polinesia, Paris ni Mar del Plata. Nada que ver. Lo que busco hace tiempo y no encuentro, no es irme de vacaciones a ningún lugar ni ser turista de nada, sino poder vivir en esta ciudad horrible una vida que no he logrado inventarme y que ciertos días percibo, intuyo, como algo lejano, y otros, como algo imposible. Ahí, justo ahí, estoy, buscando, entre lo lejano e imposible, algo, una tensión, un giro, un no sé qué, que persiste, insiste, más allá, de la estupidez y la nada cotidiana, olvidado, como promesa y espera, improbable y remota, entre los escombros del alma.
IV
Claro que
todo lo que cuento aquí
es mentira.
Todo,
salvo el relato astillado
de los días
a los que pude volver
por medio de él,
por medio de las palabras
que van tejiendo la trama
de una vida
que
siempre, siempre, siempre
emputecidamente siempre
está
en otra parte.
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
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La abuela Nidia sentada en la arena de alguna playa del centro. La foto – tarjeta postal – esta fechada el 26-12-43. La abuela no mira a la cámara. Esta sentada medio de costado, inclinada hacia la derecha, con lo cual muestra su perfil izquierdo. Tiene un pañuelo en la cabeza y un vestido que le llega apenas debajo de las rodillas. Y si uno mira atentamente su cara puede intuir, más que ver, sus hermosos ojos claros.
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En la foto se puede ver a mamá sentada en una lona con una bikini naranja y yo a su lado recostada sobre su pierna derecha. Tambien están Leo con una musculosa rayada, mis hermanas Mariana y Carolina y el abuelo Carlos de pie, detrás de todos nosotros, medio inclinado, como queriendo agarrar algo. Al fondo se puede ver el Faro pintado a rayas blancas y rojas.
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De izquierda a derecha estamos posando en la orilla de la playa: Seba, Pamela, yo, Mariana, Carolina y Juampi. En esa foto no devemos tener todos más de entre 3 y 5 años.
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Pamela y yo enterradas en la arena. Y papá agachado agarrando a mi hermana Carolina detrás de nosotras.
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Todos posando para la foto en el patio de la casa del Faro. Mis primos, mis hermanas y otros chicos que no sé quiénes son. En la mesa hay una torta con la novia de Mikey Mouse y cinco velitas. Es, claro, 24 de febrero y estamos festejando mi cumple. Al fondo de la foto se la puede ver sentada mirando a la camara a Doña Lisa.
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Carolina, Seba, Pamela, yo y Leo, en cuclillas, en un claro del bosqucito de Chapalmalal.
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Jorge, Pamela y yo, sentados en una piedra en la que esta grafiteado: amigos para siempre.
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Jorge, yo y Jonhy, sentados en la cama del garaje de la casa de Jorge.
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Yo limpiando el baño de la casa del Faro luego de bañarme. Tengo el pelo larguísimo y estoy infinitamente más flaca y joven que hoy.
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Birra, Jorge, Pamela, Seba y Maxi, en el Saccoa.
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(XV)
(elinterpretador, número 25, abril 2006)
Ce texte est pour toi –le cauchemar plus beau et plus intelligent que j’ai connu dans ces ans–; maintenant, que le plus mauvais passé, que mes ossements se sont habitués au poids de ton absence, et seulement me mord une tristesse très pareille au désarroi, quelques jours, quand la memoire impossible de ce que n’a jamais existé, m’assaille et m’enveloppe, en m’apportant des images, des scenès, des mots, des lieux, des odeurs, des silences, des cigarettes, tes yeux, t’implacable et bouleversée intelligence, et ta bouche… et tes lèvres en me disant: je te regrette, je te nécessite, ne t’en va pas.
“Ya no quedan nazis de corazón
ni tu mirada
ilumina
el abismo
de mi nada
llueve
llueve mucho
y las horas pasan
con una chatura e imbecilidad
que me desarticula y aplasta
ahora
aquí y ahora
este instante
es una cárcel, un laberinto
una pesadilla tenue
cualquier cosa
una pensión
llena de fantasmas
un fósforo usado
una moneda
sin relieve
fotos de la infancia
que son
como jeroglíficos
de una civilización perdida
el humo de un cigarrillo
que se desvanece en el aire
estas palabras
que por pudor
o quizás
por cansancio y aburrimiento
han olvidado
su sentido.
Ya no quedan nazis de corazón
sólo un relato mal contado
que me devuelve
a tu ausencia
a la presencia nítida y precisa de tu ausencia
que se parece
demasiado
a este domingo
a esta tarde
a esta lluvia
que insiste
sin por qué
ni futuro alguno.”
Julieta Prandi, Domingo.
MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE UNA CHICA DE LETRAS
No es un secreto que a la profesora Silvia Saítta siempre le gustó la botella. Desde chica, desde pendejita más bien, desde que se fue a Bariloche con sus compañeros de la secundaria y en la barra de un boliche pidió su primer trago, un Séptimo Regimiento, nunca paró de beber. Lo que sí es un secreto es cómo hizo para estar siempre borracha desde entonces y a la vez poder tener un rigor académico que la transformara en una erudita de la literatura argentina y, a la vez, en una académica respetada y odiada, pero siempre tenida en cuenta hasta por aquellos que sólo se toman un vasito de cerveza el sábado por la noche para acompañar la pizza (1).
Pero un día algo pasó. Silvia se quebró. Nadie sabe bien por qué, pero se rompió. Y empezó a chapotear en el fondo de esa botella que nunca tubo gusto a nada. Y empezó a dejar de ir a fiestas, a cumplir con sus responsabilidades, a leer libros, a preparar sus clases. Y empezó a destruirse sistemáticamente, a demolerse como si fuera un edificio viejo que no sirve para nada. De la vieja profesora Saítta siempre borracha, feliz, reventada, ocurrente, siempre dispuesta para leer o dar clases o escribir reseñas o prenderse en una orgía, no quedaba ni la sombra de la sombra, nada.
Sarlo, porque la Coca Sarlo todavía era titular de la cátedra Argentina II por entonces, estaba recaliente, porque Saítta iba a las clases borrachísima, se sentaba frente a los alumnos, sacaba una petaca de whisky Criadores, prendía un Marlboro y durante dos horas se ponía a contar chistes cordobeses o de gallegos o a contar anécdotas sobre bares, personajes de la noche y puteríos de la facultad. Sarlo le llamo la atención, le pidió que se pusiera las pilas porque si no la iba a obligar a tener que tomar medidas que no quería. Y Silvia, que estaba endemoniada, redobló la apuesta, trasladó sus clases al bar de enfrente, a Platón. Ahí arregló con el dueño de Platón, ella le garantizaba una cierta cantidad de alumnos para que consumieran mientras daba sus clases y a cambio éste tenía que dejarle a ella canilla libre, que por lo general era whisky Criadores o ginebra Bols.
En la cátedra todas sus compañeras ponían cara de circunstancia y decían con vos de pena: que lástima esta piba, como se está arruinando la vida, como está tirando una carrera brillante a la basura… Pero en el fondo todas estaban felices de que Saítta se estuviera transformando en un fantasma de lo que había sido alguna vez. Es que en el fondo sabían que Sarlo no iba a durar mucho tiempo más al frente de la cátedra como titular y que la que la sucedería sería Saítta y que frente a ella no tenían oportunidad de disputarle el puesto. Pero si Saítta seguía hundiéndose en el oscuro abismo de su ser terminaría en el Moyano o pidiendo monedas en Constitución para tomarse un vaso de vino barato en los bares de borrachines de la estación, con lo cual alguna de ellas sí podría llegar a ese lugar tan deseado. Por eso todas hablaban con un dolor afectado del “tema Saítta” pero a la vez ninguna hacía nada por ayudarla. En realidad, todas no, hubo una que sí se preocupó sinceramente por su compañera y que se propuso sacarla de ese infierno de sexo, drogas y rocanrroll, – porque hay que decirlo- ya Saítta estaba en cualquiera, pero mal, mal.
A Graciela Speranza siempre le cayó bien Saítta, la admiraba con reverencia desmedida por sus libros, en especial por El escritor en el bosque de ladrillos, pero esa reverencia que tenía hacia su compañera también siempre le impidió demostrarle su afecto y respeto. Pero ahora que Saítta estaba a punto de tirar la toalla, de perder su alma, rodeada de aves de rapiña deseosas de comer su cuerpo exhausto, se propuso dejar a un lado esa estúpida reverencia que siempre había puesto distancia entre ellas y acompañarla en este momento difícil.
Graciela Speranza sabía que si quería ganarse la confianza de Silvia Saítta, al principio no le quedaba otra que seguirle el tren, acompañarla en sus noches de reviente y una vez consolidada la amistad ver la forma de sacarla de esa pesadilla. Así que una noche cayó en el bar de Caballito donde Silvia rigurosamente empezaba todas sus noches – empezaba ahí, dónde amanecía era un misterio que solo el azar conocía -. Estaba en una mesa tomándose un whisky junto a un morocho de unos treinta años. Graciela saludó a su compañera y se sentó sin pedir permiso. Con sólo ojearlo Graciela Speranza le había sacado la ficha al morocho, no era ningún novio, era el dealer del lugar. Pidió un trago, comentó nimiedades y luego encaró al morocho, sacó de la cartera 200 dólares y dijo con vos de gata: bebé, sé bueno y traénos algo rico, ¿dale?, y le pasó los billetes disimuladamente. Cuando el flaco se fue, Silvia la miró con una sonrisa tan dulce que casi la derrite a Graciela y le comentó: mira vos y yo que te hacía una careta del año cero.
Esa noche y los días que siguieron Silvia y Graciela fueron de fiesta en fiesta y terminaron la cuarta noche en el departamento de Belgrano de Graciela hechas mierda, contándose sus vidas, hablando de libros, de amores, contentas porque sin darse cuenta algo había nacido entre ellas que las unía y les devolvía algo de esa felicidad perdida de cuando con una amiga tenían que inventarse algo para pasar las tardes muertas de verano.
Los meses que siguieron no fueron nada fáciles para Graciela Speranza. Si bien se había ganado la amistad de Silvia Saítta y esto le permitía estar, ayudarla a que la caída no fuera abrupta y total, el desmoronamiento seguía su lento y perverso proceso. Graciela mantuvo en secreto una reunión con Jorge Panesi, en donde le pidió consejo y ayuda, y éste le ofreció los servicios de Charles Bronson, al que puso a sus órdenes para que la vigilara a Silvia día y noche. Charles Bronson a partir de entonces paso a ser una suerte de acompañante terapéutico, se instaló en el departamento de Silvia y un día antes de dar sus clases intentaba limitar lo más posible la cantidad de botellas y falopa que habitualmente consumía para que pudiera llegar a la cursada apenas borrachita a dar clases.
Sólo una vez Charles Bronson en su papel de acompañante terapéutico estuvo en serias dificultades. Era medianoche y a la mañana siguiente Silvia Saítta tenía que dar un teórico sobre el cruce entre literatura y periodismo en las primeras décadas del siglo XX. Hacía ya un rato que Charles Bronson se había guardado la tiza y no quedaba nada en el plato y le había dado unas pastas para que bajara y pudiera descansar. Silvia Saítta estaba sentada en un sillón frente al suyo tomando un baso de ginebra sin hielo, mientras charlaban de nada. Cuando Silvia Saítta le preguntó: ¿y vos Charl? ¿qué estás leyendo? ¿estás leyendo algo? Sí, le respondió Charles Bronson, una novela de William Faulkner, Luz de agosto. Saítta se lo quedó mirando, con una mirada estrábica y desquiciada, y dijo: junio, claro, junio, junio qué, dijiste. No Silvia, la corrigió Charles, no dije junio sino agosto, Luz de agosto. Debe ser la resaca, respondió Silvia Saítta, no me hagas caso, voy a la cocina a buscarme un guielín y vuelvo. Se levantó del sillón y fue a la cocina para volver un instante después y pararse detrás del sillón en el que Charles Bronson estaba. Che, ¿y de qué trata la novela de Faulkner? preguntó Saítta. Charles Bronson en un rapto de lucidez rescató que algo extraño estaba sucediendo y pegó un salto del sillón para quedar de frente a ella. En ese mismo instante Silvia Saítta cayó sobre el sillón de Charles Bronson acribillándolo con una enorme cuchilla. Junio y la puta que te parió, gritó descompuesta. Charles Bronson intentó calmarla pero Silvia se había brotado y tubo que encerrarse en el baño. Por suerte el baño tenía una puerta de madera sólida que soportó las embestidas de Silvia que la acuchilló durante un buen rato hasta casi destrozarla y después se hizo un silencio de tumba. Cuando al amanecer Charles Bronson cobró valor y abrió la puerta del baño la encontró a Silvia durmiendo en su cama como un angelito.
Claro que ésto generó un malestar general en Puán y todo el mundo empezó a cuchichear todo tipo de infamias en torno a Graciela y Silvia. Es que en el fondo, todas en Puán, ya se habían hecho a la idea de que Saítta era un cadáver con fecha de vencimiento y nadie quería renunciar a ese día final que cada una había construido en su mente hasta en los más mínimos detalles. Por eso Graciela Speranza se transformó en una mala palabra en los corredores de la facultad, porque era la conchuda que venía a estropear la epifanía de un deseo secreto y oscuro de la mayoría. Pero Graciela hizo caso omiso de tanta mala fe y resistió el desprecio y los comentarios venenosos con estoica determinación. Aparte, ellas, desconocían la dulce sonrisa que Silvia Saítta le regalaba a ella en los escasos momentos en que estaba bien y eso era un milagro al cual no podía renunciar.
Cuando terminaron las clases, Graciela sacó dos pasajes a Europa. Llenó cuatro valijas con ropa, para no tener que pasar por el bochorno de que alguien que la hubiera visto por las calles de Praga un lunes con una remerita verde se la pudiera volver a cruzar algunos días después con la misma remerita verde sentada en un café de Milán. Después se dirigió al departamento de Saítta, donde la esperaba Charles Bronson con Saítta empastillada hasta las tetas – ésta medida la había decidido Graciela y ejecutado Charles Bronson porque de otra forma jamás la hubieran logrado convencer de que entre pasar el verano en barsuchos de mala muerte o ir a pasear por Europa no había nada que elegir. Charles Bronson ayudó a cargar las maletas en el remís y partieron a Ezeiza.
En Europa se produjo el milagro tan esperado. Fue increíble. Saítta a medida que fueron pasando los días y que fueron viajando de ciudad en ciudad del viejo continente, empezó a recuperar la confianza en ella misma. Era inexplicable el cambio, pero era cierto. Ese viaje operó en ella como una suerte de aloe vera espiritual. Claro que seguía chupando como una condenada, pero ya no había casi rastros en su mirada de esa tristeza sin fin que la hundía en un desasosiego criminal que la obligaba a incendiarse como un bonzo. Y una noche en un pequeño bar de Budapest, a la luz de las velas, con un vino tinto en las copas y hablando de Alejandro López – Speranza sostenía que López era una mala copia de Puig y Saítta que nada que ver, que era un gran narrador y que efectivamente se podía ver en él a un continuador de Puig-, de repente, de forma natural y sin pensarlo, se encontraron sus bocas unidas en un beso desesperado y dulce.
Las chicas de letras que teníamos la imagen de la Saítta de antes de su viaje a Europa con Speranza no podíamos creer en el cambio operado en ésta y en tan poco tiempo. Qué duda cabía, era el amor, la fuerza del amor, que había hecho resurgir a Saítta de entre las cenizas de sí misma. Silvia estaba radiante, de buen humor, ocurrente, ahora se bañaba todos los días y había restringido el alcohol, las drogas y el reviente solo a los fines de semana. De lunes a viernes se dedicaba a preparar sus clases, a reseñar libros, a escribir, leer, a ocuparse de sus obligaciones cotidianas. Sencillamente era un milagro, pero este milagro generó mucha desconfianza y malestar entre el profesorado como alegría entre algunas pocas que siempre habíamos apreciado a Silvia.
LA GEOMETRÍA IMPOSIBLE DEL AMOR
Los meses que siguieron fueron un claro abierto otoño, o mejor, una primavera inaudita e imposible que surgía del tibio calor de un sol que hacía brotar risas de la nada.
Pero la historia no termina acá porque el corazón es un cazador solitario y el amor una geometría hecha de formas incorrectas y pasiones erróneas.
Una tarde, Silvia Saítta, estaba en el patio de la facultad fumándose unos porros con una birra, cuando vió pasar a su lado a una chica que lloraba desconsolada. Era preciosa y no pudo evitar el impulso de ir tras ella y preguntarle qué le pasaba. La alcanzó en la puerta de la facultad, la encaró y le preguntó qué le sucedía. La chica entre mocos y llantos intentó hablar pero solo le salían pucheritos. Silvia la miró con atención, la tenía vista de algún lado, ¿habría sido alumna suya?, no, no lo creía, pero tenía la sensación de no habérsela cruzado nunca y conocerla de toda la vida. La tomó de un brazo, la cruzó a Platón, y en el bar pidió un café en jarrito para la chica y una ginebra para ella. Cuando el mozo trajo el pedido y la chica se calmó, por fin pudo hablar.
Se presentó, era Julieta Prandi, la modelo que aparecía en cuanta propaganda de bombachas había en la ciudad y que hacía un sketch en el programa humorístico de Franchella – con razón, se dijo Saítta, tenía la certeza de no conocerla, y a la vez, haberla visto mil veces. Y le contó, resulta que ella escribía poesía y le interesaba mucho la literatura y había venido a averiguar para inscribirse en la carrera de letras, porque si bien su profesión de modelo le había dado fama, plata y cierto poder que surgía a partir de haberse convertido toda ella en un fetiche, lo suyo no era eso sino la literatura. Y cuando intentó informarse de qué pasos debía tomar para inscribirse en la carrera aparecieron unos Pitufos-Bolivianos que la empezaron a bardear. Le escupieron en la cara que la facultad no era una pasarela, que Roberto Giordano no cortaba el pelo en Teoría y análisis literario, que cuál era la tarifa que Pancho Doto la obligaba a cobrar para pasar una noche con ella, y cosas así.
Silvia escuchó callada, sin interrumpirla. Cuando la otra terminó, le preguntó si le podía pasar algo de su producción, que estaba interesada en leer su poesía. A Julieta Prandi se le iluminaron los ojos. Miró su reloj y le dijo, ahora me tengo que ir volando porque en dos horas tengo que tomar un vuelo a Nueva York, pero pasáme tu mail y te mando algo de lo que escribo, ¿dale? Dale, dijo Saítta, encendiendo un cigarrillo para disimular cierto arrebato que sentía crecer en sus entrañas.
Al cabo de unos días Silvia Saítta recibió en un archivo word las poesías prometidas y una invitación, cuando vuelva de Nueva York me gustaría tomar un café con vos y que me digas qué opinas de mis poemas.
Los poemas no estaban nada mal y por una cosa u otra, por ocupaciones mutuas, el encuentro se fue posponiendo varias semanas. Semanas en las que ambas empezaron a tener un correo más o menos diario.
Por fin, una tarde se encontraron en un bar, estuvieron tomando cerveza, charlando durante horas y después cada una se perdió en la ciudad, cada una en su vida, cada una en sus problemas y obligaciones, pero el encuentro había sido perfecto, único, pensó con cierto espanto Saítta, quizá irrepetible.
Dos días después, Silvia Saítta al chequear su casilla se encontró con un mail de Julieta Prandi. En él le decía que la había pasado muy bien en el bar y que le gustaría una noche invitarla a tomar unos tragos. Silvia sopesó la situación, volvió a sentir un arrebato incontrolable y esa noche se emborrachó deliberadamente para no pensar en nada.
Pero a la mañana siguiente todas las preguntas que había suspendido estaban ahí, reclamando que ella las mirara a los ojos. En principio le contesto a Julieta Prandi que ella también la había pasado bien en ese bar, pero que por ahora no podían verse por estar tapada de trabajo y que más adelante arreglaban. En realidad, Silvia Saítta estaba en una encrucijada, hasta hacia unas semanas se creía la mujer mas afortunada del mundo, porque en Graciela Speranza había encontrado al amor de su vida y, ahora, aparecía la Prandi con su juventud, su poesía y esos pucheritos que hacía a cada rato sin darse cuenta y que la arrebataban, la hacían mearse encima, y la volvían loca, loca, loca.
Durante las siguientes semanas siguieron manteniendo un correo fluido por mail. Y a cada segundo que pasaba las dudas de Silvia Saítta con respecto a su amor por Speranza crecían. Speranza la había sacado del fondo de sus propias miserias y horrores inconfesables sin pedir nada a cambio, en un gesto de entrega absoluto, de amor inconcebible, y sabía que estaría atada a ella de por vida, porque todo lo que le quedaba por vivir sólo era posible porque Graciela Speranza había estado en el momento preciso en las puertas del infierno para robarle su destino al diablo. Por eso no podía decirle a Graciela, gracias por todo, fue hermoso mientras duró, y tampoco decirle a Prandi, vayámos a tomar algo, porque, ahora lo sabía, lo sabía sin saber, sin razón, con el corazón, era Prandi y no Speranza el amor de su vida.
Y en un cruce de mails cedió, arreglaron una cita y fueron a tomar unos tragos a Doctor Mason, un bar horrible de Palermo. Hablaron, hablaron, hablaron… y en un momento Silvia miró su reloj y dijo, ¿vamos?, yo todavía tengo que preparar una clase para mañana. Pagaron y Prandi la quiso llevar en su auto hasta su casa, pero Saítta se negó y entonces insistió en acompañarla hasta la parada del colectivo. En la parada, se produjo un silencio espeso y lleno de presagios, no hablaba ninguna de las dos. Silvia estaba en la calle mirando hacia donde debía venir el colectivo y Julieta en la vereda, apoyada en el caño de la parada, mirándola. Y cuando vio que Saítta sacaba un cigarrillo de su cartera y lo encendía con una ansiedad mal disimulada, la atrajo hacia sí y le dio un beso. Entonces, Silvia, la freno, le pidió que no lo hiciera, que tenía pareja, que lo de ellas no podía ser, que la pasaba bien con ella y que no quería que desapareciera de su vida, que ella no era histérica, pero que ahora no podía ser, y que si a ella le hacia mal la cortaban con los mails, que lo último que quería era hacerle daño a ella. Julieta la miró haciendo pucheritos – Silvia pensó que se moría – intentó decir unas palabras que nunca dijo y luego le dio un beso y la dejó en la parada y terminó esa noche en la casa de una amiga tomando whisky y llorando como una magdalena.
Y acá entra en el relato otro personaje fundamental para entender los hechos que siguen. Un personaje que estuvo siempre presente, pero que por economía del relato no aparece sino ahora. Por otra parte, siempre en toda ficción, o también en esa otra ficción que es la propia vida, hay personajes que operan y marcan el pulso de un relato, sin nunca hacerse presentes de forma explícita, pero que están siempre ahí, esperando un instante en el que irrumpen, a veces de forma velada y casual, pasan desapercibidos y con ellos desaparece la clave de toda historia.
El personaje que estuvo hasta ahora entre los bastidores de esta historia de amor es el marido de Graciela Speranza, Marcelo Cohen. Voy a dar por supuesto casi todo dato biográfico de Marcelo Cohen, y también voy a dar por supuestos otros datos que ayudarían a comprender mejor esta historia de amor. Es que esta historia de amor en lo esencial es verdadera, sólo varía en algunos datos, algunos lugares y en los nombres de algunos personajes. Y toda historia, ya sea de amor, locura o muerte, siempre se sustenta en convenciones y supuestos que los sujetos involucrados en los sucesos desconocen en forma precisa y estricta, pero que por ello no dudan un instante en el verosímil de la economía del relato que los hace. Ese es el secreto de todo relato, dar por supuestos algunos datos, dejar casilleros vacíos, personajes a medio dibujar, palabras raras que garantizan el desarrollo de una historia… en fin, todo relato, como toda vida nunca debería caer en el error de querer explicar nada ni de buscar hilvanar con palabras inútiles el tapiz de un dibujo perfecto, sino solo contar algo, dejando lo que no se entiende y su misterio en el lugar que le corresponde, en el corazón de aquello que alimenta y da vida a lo que se cuenta.
Bien, Marcelo Cohen, como todo el mundo sabe, era el marido de Graciela Speranza y, como tal, siempre estuvo al tanto de los amoríos de su mujer con su compañera de cátedra Silvia Saítta. Esto lo tenía sin cuidado, ya que él siempre estuvo a su lado por la fortuna familiar de Graciela Speranza y nunca por amor. El problema no era para Marcelo Cohen que su mujer saliera con otro sino que se enamorara de otro con lo cual él corría peligro de que ella lo dejara y tuviera que empezar a laburar. Por eso, desde un principio, desde que notó en Graciela ese brillo en los ojos que sólo otorga el amor, se preocupó y empezó a averiguar qué estaba sucediendo. Para ello contrató los servicios de la banda de Los Pibes Banana liderada por Bananon (2), que eran tan malos como los Pitufos-Bolivianos, pero un poco más, porque éstos, aparte de ser malos por naturaleza, tenían técnica y como rito de iniciación a todos sus miembros se los obligaba a inscribirse en cursos y seminarios en el Rojas. Así que Cohen visitó las oficinas de Bananon (3) y éste puso a su servicio a sus pibes banana favoritos, Bananita y Banana Flaneur (4), y le pagó para que siguieran todos los pasos de su mujer.
El problema es que Cohen no quería involucrar a su mujer de forma directa porque ello lo podía dejar afuera de la fortuna familiar de los Speranza. Así que se limitó a juntar pruebas y a esperar el momento apropiado para dar el golpe. La mañana en que los Pibes Banana le trajeron las fotos de la Prandi comiéndole la boca a Saítta supo que su momento había llegado.
No le mostró las fotos a Graciela Speranza y le recriminó su adulterio, lo cual estaba en todo su derecho, ya que ella lo había convertido en un cornudo. No. Mandó en un sobre anónimo las fotos al programa de televisión de Jorge Rial y éste hizo el resto. Tanto Rial en su programa de chismes como en su revista que dirige Luisito Ventura estuvieron dos meses ganando plata con el escándalo de “La modelo que ratonea a los argentinos y se come una almejita de Puán”.
Cuando Silvia Saítta se enteró de que por la televisión Rial decía que ella era la pareja de Julieta Prandi no supo qué hacer, y como tantas otras veces que no sabía qué hacer, hizo lo único que sabía hacer, ponerse en pedo. Y ahora cómo le iba a explicar a Graciela Speranza que esas fotos no decían toda la verdad, que si bien ella se había encontrado con Julieta y se habían dado un beso, ella finalmente le había dicho que no, que lo de ellas no podía ser, que le había dicho que no por Graciela y en detrimento de sus propios sentimientos, porque ella en realidad a la que amaba era a Julieta, pero como estaba en deuda con Graciela… en fin, que más daba, era imposible explicar nada, el mal estaba hecho y ahora había que esperar a ver cómo se sucederían los hechos.
Graciela Speranza no tardó en llegar al departamento de Saítta. Estaba destrozada, fuera de sí, discutieron durante horas, hasta que no hubo palabras ni nada para sostener tanto dolor y desamparo y se fue. Se fue lejos, sin avisar, sin decirle a nadie, simplemente hizo sus valijas y se la comió la tierra.
Silvia en cambio se quedó. Empezó a darle de nuevo duro a la botella y, esta vez, a romperse de forma definitiva y fatal.
Y Julieta Prandi, no menos herida que las otras dos, empezó a ver a Saítta en todas partes: en las caras que la miraban a los costados de las pasarelas donde desfilaba, en la calle, en sus sueños, en todas partes. Empezó a faltar a su trabajo y al cabo de unas semanas fue presa de panic attac y la familia se vio obligada a pedir ayuda en una clínica para que trataran su angustia existencial a base de pastillas que la dejaban taraleta.
Pero Cohen, no contento por cómo le habían salido las cosas, porque en definitiva le habían salido mal, si bien su mujer no lo había dejado, a ésta se la había comido la tierra y temía en ese acto el final de su matrimonio, en un acto de ira mal calculado llamó a Bananon (5) y sus Pibes Banana y les ordenó que la secuestraran a Julieta Prandi y pidieran una suma absurda para su rescate y luego la mataran. Eso era algo que a él no lo beneficiaba en nada, pero dentro de su locura y de puro odio hacia Saítta, que era la madre de todos sus males, lo vio como un acto de justicia y reparación para con él mismo.
Los Pibes Banana secuestraron una noche a Julieta Prandi cuando salía de la Clínica donde se estaba tratando su panic attac producto del affer con Silvia Saítta y que amenazaba con dejarla sin una pasarela nunca más en su vida. La llevaron a un rancho en La Corea, cerca de mi casa, y ahí la tuvieron en cautiverio.
Cuando Silvia Saítta se enteró de la noticia enloqueció de ira. Estuvo toda una noche tomando ginebra Llave y al amanecer totalmente borracha y con el corazón destrozado en mil pedazos, de repente, cobró una lucidez inusitada. Algo le hizo clic dentro de ella, dentro de ella que era todo llagas y dolor sin consuelo. Se paró frente al espejo, se desnudó, buscó en su placard ropa negra, se vistió con ella, y se dijo, de ahora en más la vieja Saítta murió, ahora soy La Dama Negra, La Gatúbela del subdesarrollo, La Mujer Maravilla de una modernidad periférica. Se colgó a sus ropas negras un poncho negro, tiró al piso y aplastó con sus borcegos negros con punta de acero a sus anteojos con aumento y se colocó unos anteojos negros de sol. Después prendió fuego su departamento y salió rauda hacia la facultad.
En Puán fue directo a la oficina de Jorge Panesi. Jorge tardó en darse cuenta de quién era esa dama oscura que reclamaba hablar con él. Pero Jorge, que es un gran lector y un conocedor de operaciones de lectura, no tardó en reconocer en esa “extraña dama” oscura a la vieja Saítta. Ésta le contó todo y le pidió ayuda, tenía que salvar a Julieta Prandi de sus secuestradores y averiguar el paradero de Graciela Speranza antes de que cometiera alguna barbaridad. Jorge le puso a su disposición a Charles Bronson, a Daniel Link que gracias al control remoto devenidor, ya legendario -Daniel en cuestión de un abrir y cerrar de ojos podía devenir cualquier cosa-, y a nosotras, Las Chicas Súper Poderosas: Sarakey, Hellow Kety, Rulos y Fetiches, Bombón de Roquefort, El Duende Japonés y yo.
La cuestión ahora era moverse rápido y de forma coordinada. Armar grupos de tareas, esquemas, patear puertas y romper dientes, tocar contactos, encontrar una pista certera que nos llevara al corazón de una trama de la que desconocíamos todo detalle y de no llegar a buen término las órdenes de La Dama de Negro – porque Jorge Panesi nos había puesto a sus órdenes – eran claras, incendiar el mundo pero los responsables tenían que pagar por los males que habían ocasionado.
Estuvimos días dando vueltas por la ciudad, día y noche, buscando una pista que nos diera un indicio pero nunca pudimos lograr hallar un dato certero. Al sexto día vimos en los diarios la noticia, los secuestradores de Julieta Prandi le habían mandado en una caja a sus padres el dedo meñique de su mano izquierda y con él un mensaje, que si en 48 horas no le daban 2 millones de dólares y la entrega era en un lugar seguro sin policía, la próxima vez le enviarían en una caja la cabeza de Julieta.
La Dama de negro, que había instalado una suerte de central de operaciones en el aula 250 de Puán, imperturbable, tomando ginebra Llave, pensaba, rumiaba ideas, frente a nuestro desconcierto y desesperación. Algo monstruoso y abismal había en esa serenidad, pero también algo muy humano, porque esa oscuridad que irradiaba La Dama de Negro no podía provenir de otro lugar que no fuera de alguien que había renunciado al amor, a sí misma, pero por amor, un amor total y sin retorno hacia los otros.
Y de repente, Silvia Saítta dejó su estado de inmovilidad, solo interrumpido por sus constantes movimientos de empinar el codo para tomar ginebra. Ya sé, ya sé, siempre lo supe, siempre estuvo ahí la carta y no podía verla, como en el cuento de Poe, la carta siempre estuvo a la vista de todo el mundo, dijo, nos dijo, con los ojos inyectados en sangre.
Silvia Saítta reclutó a su tropa, a sus Chicas de Letras Súper Poderosas. No nos explicó nada, sólo nos recordó que cuando tuviéramos tiempo volviéramos a leer los teóricos de Panesi donde éste habla de La carta robada de “Poe” – Silvia le decía Poe y no Po, lo que pasa es que ahora era una renegada, una súper héroe oscura de una modernidad periférica. Y bajamos al estacionamiento. Silvia se subió a su auto, un Renault 12 break negro, con vidrios polarizados y una leyenda en el capó que decía en letras fosforescentes verdes: Black Lady. Bueno, dijo, en el auto puedo llevar a 5 o 6, el resto va a tener que ir en colectivo, porque tengo la suspensión hecha moco, ¿quién viene conmigo?
Bombón de Roquefort, Sarakey, Hellow Kety, Rulos y Fetiche, El Duende Japonés viajaron en el auto de Silvia Saítta. Y Charles Bronson, Daniel Link y yo nos fuimos a la parada del colectivo. El viaje en colectivo se hizo medio imposible porque Link no paraba de hablar de su novela La ansiedad y de castigo Charles Bronson lo devino con el control remoto de Panesi en Gabriela Bejerman, lo cual lejos de mejorar la situación la empeoró, al menos para mí, ya que la Bejerman no paraba de hablar, y Bronson movía la cabeza sin escucharla con los ojos fijos en sus tetas. Pero la Link-Bejerman empezó a preguntarle a todos los pasajeros de qué signo eran y a decirles que les depararía la semana según su signo astral. Sin abstenerse tampoco de consultar en qué año habían nacido para señalarles de qué signo eran en el horóscopo chino y así tener una mejor idea del rumbo que tomarían sus vidas en lo que restaba del año. El problema es que la Link-Bejerman encaró al chofer del colectivo – y se sabe que estos pintorescos personajes urbanos son extremadamente pajeros – y éste no pudo más prestar atención al volante hipnotizado por el escote pronunciado y sus dos pomelos pornográficos y un poco pasaditos que buscaban escaparse saltando al ritmo de las sacudidas del colectivo. Y justo cuando el chofer estaba llegando a una esquina en la que no tenía paso porque el semáforo estaba en rojo, pasó de largo y se lo llevó puesto a un peatón que justo cruzaba la calle. Cuando paró media cuadra más adelante y bajamos todos lo pasajeros entre contrariados porque llegaríamos tarde a nuestras obligaciones y excitados por el morbo de ver cómo había quedado el pobre diablo que el colectivero había arrastrado media cuadra, Charles Bronson y yo, gritamos al unísono: ¡Uy, mataron a Fogwill! ¡El colectivero se lo llevo puesto a Quique! Y entonces le recriminé a Bronson su ocurrencia de hacer devenir a Link en la Bejerman y le ordené que rápido lo hiciera devenir otra cosa antes de que llegara la policía y se la llevaran detenida a Link-Bejerman a la comisaría por homicidio por andar provocando al colectivero.
Nos volvimos a reunir todas en la puerta del edificio de Speranza. La Dama de Negro le ordenó a Charles Bronson que lo hiciera devenir a Link Graciela Speranza y ésta saco de su carterita comprada en Nueva York las llaves y nos hizo pasar. Una vez en el piso de Speranza, no esperamos a que Link-Speranza nos abriera la puerta con sus llaves. Tiramos la puerta abajo y entramos. En el living estaba Cohen, sentado, traduciendo un libro para Inter-zona. Nos vio con cara de asombro y resignación.
Ah, son ustedes…, dijo Cohen, y nos miró con desprecio cansado.
La Dama de Negro le preguntó por Julieta Prandi y Graciela Speranza. Él, con sorna, respondió que Graciela estaba ahí señalando a Link-Speranza y que no entendía por qué le preguntaban a él sobre Julieta Prandi. La Dama de Negro lo agarró del cuello con una mano y con la otra empezó a sacudirle en la boca. Le hizo saltar tres dientes y lo arrojo contra una pared. Cohen desde el piso se empezó a reír y finalmente le dijo a La Dama De Negro, mi padre golpeaba mejor, y escupió sangre y astillas de dientes. Entonces se llevó una mano a la espalda, debajo de la camisa, y apareció una 38 recortada que apuntaba al pecho de La Dama de Negro.
Ésta no intento hacer nada. Sólo se limito a mirarlo y exigirle el lugar de cautiverio donde la tenían a Julieta Prandi.
Me vas a tener que matar si querés que te diga dónde esta, y así y todo, tampoco te lo voy a decir.
La Dama de Negro avanzó para patearle la cabeza y Cohen abrió fuego. La Dama de Negro cayó en un sillón y se escucharon otros tres tiros, todos dirigidos a la cara de Cohen, que habían salido de la Mágnum de Charles Bronson.
Todas corrimos a socorrer a nuestra heroína periférica pero moderna al fin. Durante un momento el lugar se llenó de un silencio devastador que lo oscurecía todo. Después, Silvia salió de su estado de inmovilidad mortecino y nos sonrió, tontas, nos dijo socarrona, me disparó en el pecho y por suerte mi poncho negro también es un chaleco anti-balas. La ayudamos a acomodarse y algunas de nosotras fuimos a la cocina a preparar una merienda para nosotras y un whiky doble para La Dama de Negro.
Ahora la única que nos quedaba era esperar a que la banda de Los Pibes Banana liderada por Bananon (6) se intentara comunicar con Cohen. Era la única, la ultima esperanza.
A eso de las 11 de la noche sonó el teléfono, era equivocado. Cinco minutos después volvió a sonar y atendió Link devenido Cohen. Hable, dijo. Era el Pibe Banana Bananita (7), para informar que los plazos se habían cumplido y que iban a ejecutar ya mismo a Julieta Prandi. Link-Cohen le ordenó que no lo hicieran, que la trajeran ya mismo para su departamento, porque él mismo quería ajusticiarla.
A eso de las dos de la mañana entraron al departamento Bananita y Banana Flaneur (8) con Julieta evidentemente drogada para que no ocasionara problemas. Link-Cohen estaba sentado en el sillón apenas iluminado por un velador.
Déjenla en mi cuarto, ordeno Link-Cohen, y sentémonos a tomar algo.
Ellos obedecieron y volvieron al living para sentarse a tomar unos whiskys que Link-Cohen les había preparado.
¿Cuánto les dedo, muchachos?
Ah, no sé, respondió Bananita (9), eso lo tenés que arreglar con el jefe, con Bananon (10), nosotros sólo recibimos órdenes.
Perfecto, suspiro Link-Cohen. Y de repente el lugar se llenó de luz y apareció La Dama de Negro como un rayo surgido de ninguna parte volando por el aire y volteó a Bananita (11) de una patada voladora que le hizo saltar la dentadura postiza. Banana Flaneur (12) intentó alcanzar la puerta para huir pero La Dama de Negro no lo dejó dar dos pasos. Le arrojó un cuchillo que se le clavó en la espalda. Éste pegó un grito y La Dama de Negro lo dio vuelta, lo miró a los ojos y le preguntó, ¿sabés quién soy, con quién se metieron?, con La Extraña Dama: La Dama de Negro, y luego lo llevó al balcón y lo arrojo al vacío.
Julieta, por su estado de endrogamiento, sólo se enteró de que estaba sana y salva de sus captores al día siguiente, ya en su casa, y con un enjambre de periodistas en la puerta de su casa.
Unas semanas después, cuando ya todo era polvo del olvido, La Dama de Negro y Julieta se encontraron en un bar de Palermo Holliwood. Julieta estaba preciosa y el dedo que le faltaba resaltaba su belleza, y La Dama de Negro volvió a sentir ese ardor que supo experimentar en otra vida al estar a su lado, pero sus anteojos negros la ayudaron a no traicionarse. Hablaron un largo rato y terminaron en un telo de la zona. Al amanecer, cuando Julieta dormía, La Dama de Negro, le escribió unas palabras en un papel, donde le decía que era lo mejor que le había pasado en la vida, pero que la vida era más complicada y rara de lo que ella podía imaginar y que en todo caso ella ya no podía amar a nadie, porque algo dentro suyo había muerto y que ahora era un fantasma, un fantasma oscuro que velaba por la seguridad de personas inocentes e indefensas como ella. Luego se cambió y fue al estacionamiento a buscar su Renault 12 breek y se perdió en la madrugada de una ciudad violenta e implacable, angelical y obscena, irreal y posible, donde a cada momento la vida y la muerte, el amor y el odio, la estupidez y la belleza, juegan sus fichas en la rueda de la Fortuna (12-bis).
CUANDO YA NO IMPORTE
Un año después, de todos estos hechos que cuento, La Dama de Negro estaba sentada detrás del escritorio de su oficina, en el aula 250 de Puán que Panesi finalmente le había cedido para ella y sus labores de súper héroe de una modernidad periférica. Estaba tomándose una ginebrita con un sandwich de jamón crudo y queso, cuando entró por la puerta una mujer.
Pidió hablar unas palabras con ella y le dijo que tenía para darle una carta de una amiga en común. La Dama de Negro la invitó a sentarse y estudió a esa mujer. Algo en sus rasgos le hacía pensar en alguien a quien ella conoció en otra vida muy bien. Pero era sólo una ilusión, esa mujer no era quien había conocido en el pasado y, si lo era, ya no era la misma, como ella tampoco.
Durante unos minutos se estudiaron sin decir nada y finalmente La Dama de Negro sirvió dos vasos de Ginebra Llave y bebieron.
Supongo que ya no hay nada que decir, ¿no?, dijo esa mujer. Solo vengo para entregarte en mano una carta de una amiga en común que antes de morir me encomendó que te la hiciera llegar.
Esa mujer sacó de su cartera una carta y la puso sobre el escritorio lleno de mugre. La Dama de Negro la miró detrás de sus anteojos negros. Liquidó lo que quedaba en su vaso de un trago y volvió a llenarlo.
Las cosas son así. Imagino que para ella no fue fácil. Para mí tampoco…, dijo La Dama de Negro y encendió un Marlboro.
No digas nada, ya no tiene sentido. Quizás esta carta tampoco, pero fue su ultima voluntad y quiero cumplir la…
Durante un instante La Dama de Negro tuvo el impulso de levantarse de la silla y tomar en sus brazos a esa mujer. Retenerla. Mentirle que ahora todo podía empezar de nuevo y ser felices. Pero no lo hizo. Sabía que era mentira.
Bueno, me voy, dijo esa mujer, y antes de beber levantó la copa y brindo, por lo que no pudo ser, por lo que fue, por esas dos chicas de letras sepultadas en el fondo de nuestro oscuro corazón. Luego se levantó, fue hacia la puerta y se volvió un instante para mirar por última vez a La Dama de Negro.
La Dama de Negro se sacó los anteojos negros, había una tristeza infinita en sus ojos.
No te digo adiós, Gra, solo te digo hasta siempre, porque ya te dije adiós cuando era triste, solitaria y final.
Esa mujer abrió la puerta y se perdió en el bullicio del Boli-Shoping de Puan.
Y La Dama de Negro agarró la carta (14), se la guardó debajo de su poncho negro anti-balas, ordenó unos papeles y después se acercó a la ventana. Mientras miraba la tarde a través del vidrio sucio de la ventana de su oficina, pensó, somos un pozo, un pozo que mira un cielo limpio y ajeno. Intento burlarse de sus palabras, pero no pudo, esta vez no pudo. Entonces se sirvió otro trago y buscó uno en un cajón lleno de compacts truchos comprados en parque Rivadavia, lo puso en su equipo y mientras la música empezó a sonar, se quedo sentada en su oficina, sin hacer nada, mientras el día declinaba y las sombras lo cubrían gradualmente todo:
Desde que me dejaste
la ventanita del amor se me cerró
desde que me dejaste
las azucenas han cambiado su color
desde que me dejaste
la ventanita del amor se me cerró
desde que me dejaste
no hago mas que extrañarte corazón
tengo el alma en pedazos
ya no aguanto esta pena
tanto tiempo sin verte
es como una condena
tengo el alma en pedazos
ya no aguanto esta pena
tanto tiempo sin verte
es como una condena
es tan bonito tener tu cariño
ya no soy nada si no estoy contigo
y tenerte siempre conmigo
soy tu abrigo en las noches de frío
es tan bonito tener tu cariño
ya no soy nada si no estoy contigo
y tenerte siempre conmigo
soy tu abrigo en las noches de frío
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
Antes de esta versión “definitiva” de la cual apenas han leído un párrafo – ésto, claro, siempre y cuando sean correctos y obedientes lectores que cuando tropiezan con una nota al pie van al pie – este texto conoció múltiples intentos de lograr desplegarse para tejer los hilos de la trama de la historia que finalmente se cuenta. Lo que sigue son solo tres de tantos intentos frustrados, borradores, sendas perdidas, palabras desechadas, restos, otros textos, que me guiaron hasta las palabras que finalmente por cansancio lograron imponerse como texto “concluido”.
(NO CORREGIR UNA SOLA PALABRA DE TODA ESTA NOTA AL PIE YA QUE SON BORRADORES, Y COMO TALES, TIENEN QUE PERMANECER TAL CUAL LOS ABANDONE. Y CLARO, ESTA ACLARACIÓN BORRARLA AL CORREGIR LA COLUMNA, O NO, QUE LA GENTE SEPA QUE DETRÁS DE ELSA KALISH HAY UNA BESTIA QUE NO SABE PONER UN SOLO HACENTO NI COLOCAR UNA COMA DONDE CORRESPONDE, LO DEJO AL LIBRE ALBEDRÍO DEL CORRECTOR QUE TENGA LA INGRATA TAREA DE CORREGIR LA COLUMNA DE ESTE MES SI DESEA BORRAR O DEJAR ESTAS PALABRAS.)
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Nadie ignora que a Saítta siempre le gusto el chupi. Desde pendejita, desde que salio por primera ves con sus compañeras del secundaria a bailar y pidio en la barra de New York City un Séptimo Regimiento, nunca dejo de darle duro a la botella. Esto no le impidio terminar sus estudios y transformarse en una academica respetada y erudita en literatura argentina. ¡Quién no la ha visto en Platón antes de dar una clase sobre Arlt o Borges clavándose un par de whiscachos para aseitar el motor de su aparato critico!
Pero un día desbarranco y empezo a chapotear en el fondo de esa botella que no tiene gusto a nada. En la catedra de Argentina II todas ponian cara de compungidas y comentaban: pobre Silvia, me rompe el corazón verla asi. Y por lo bajo festejaban el proceso de demolición que dibujaba las dos lineas de la grieta que se extendían tanto en superficie como al interior del cuerpo atormentado de su compañera. Es que sus compañeras no ignoraban que una chica de letras con problemas de alcohol es una chica menos para disputar el casicaje de una cátedra. En realidad, todas no, Graciela Speranza estaba realmente procupada por su compañera. La apreciaba y nunca imagino hasta que punto la queria hasta que se hacerco a ella para ayudarla.
La Gra al principio para entrar en confianza y que no sospechara que su propósito era que Silvia dejara la botella o al menos pudiera mantenerla a raya – porque seamos sinceras quién puede imaginar a Saítta sin una bebida espirituosa en una mano –, se juntaba con ella a menudo a tomar unos birrines que daban paso a unas ginebras sin hielo que solo podian remontarse con un papel bien servido que les vendia un dealer que paraba en el barde caballito donde se encontraban todas las tardes.
Cuando llegaron las vacaciones la Gra saco dos pasajes para Europa, en su departamento de Belgrano armo 8 balijas para no tener que pasar por el papelon de que alguien la viera en Italia con la misma remerita con la que habia caminado la semana anterior por las calles de Praga, paso por lo de Silvia, la obligo a armar una maleta y se la llevo al viejo continente para ver si allí lograba rescatar a su amiga.
Ese viaje fue mágico. Silvia recupero los comandos de su alma etílica descarreada y en un bar de Leverpool hablando de pabadas de repente se encontraron arrebatadas por un beso apasionado. Era increíble, hacia un mes Silvia era un cementerio de botellas, un desierto donde la barbarie era amo y señor, y ahora había renacido como el Ave Fénix de las cenizas. Es que el amor es mas fuerte.
Cuando volvieron de Europa, Silvia volvio a ser la que era. Volvio a preparar sus clases con dedicación y esmero, a reseñar libros, a poder leer mas de dos párrafos seguidos sin sentir la necesidad imperiosa de rajarse al bar, y limito el alcohol y la noche solo a los viernes y sabados.
Pero este amor que había nacido entre Saítta y Speranza estaba condenado desde un principio.
En la catedra Literatura Argentina II todos
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Este texto es para vos. Ahora que mis huesos aprendieron a cargar con el peso de tu ausencia, tu recuerdo, solo me angustia, en algunas ocasiones, cuando la memoria imposible de lo que nunca fue, me asalta y envuelve, trayéndome imágenes, escenas, olores, palabras, lugares, y tu boca, la puta que te parió, tu boca.
Nadie ignora que Silvia Saítta es tanto una erudita en literatura argentina como una borracha perdida. Desde pendejita, desde la primera ves que con sus compañeros del secundario se juntaron en la casa de uno de estos a festejar un cumpleaños y compraron cerveza, vodka, Legui, Gancia, licor de chocolate, y Silvia tomo cerveza, vodka, legui, Gancia, licor de chocolate, y termino a la madrugada arriba del techo de la casa de su compañero, arrancando las tejas para arrojárselas por la cabeza tanto a sus compañeros que le pedian por favor que se bajara de ahí que se hiva a matar como al perro del vecino, nunca, jamas, dejo de beber. No obstante lo cual, su amor por la botella, no le impidió ser un raton de bibliotecas y consolidar una solida carrera academica.
Pero un día desbarranco y quedo chapoteando en el fondo de esa botella que nunca tubo sabor a nada. Todo empezo imperceptiblemente una tarde que tenía que dar una clase y cuando llamo al mozo de Platón para pagar, no pudo decirle ¿me trae la cuenta, por favor?, sino que solo pudo pedir, otro whisky, por favor. Así empezo, llegando media hora mas tarde a sus clases, porque cada ves que tenia que pedir la cuenta al mozo lo unico que le salia decir cuando lo tenia frente a ella era, tráigame una medida más, levantando apenas el baso vacio todavía traspirado por el hielo. Su imposibilidad de pedir la cuenta y su necesidad pedir un trago mas, siempre uno mas, para lebantarse de la mesa de Platon y cruzar la calle para ir a dar clases en frente, la llevo a tomar una decisión que durante un tiempo resolvió el problema. Traslado la clase al bar. Arreglo con el dueño que ella todos los miércoles a la tarde le garantizaba no menos de 50 alumnos en el bar y que a cambio le tenia que dejar los tragos gratis a ella. Ese cuatrimestre en el bar y con canilla libre, fue uno de los momentos mas altos de su carrera como profesora de literatura argentina.
Al cuatrimestre siguiente, en una reunión de catedra, ahora sin Sarlo y con Romano como nuevo titular, este la encaro delante de todos y le dijo:
- Mira silvia, todo bien con vos, pero yo no voy a tolerar como Beatriz que vos des clases en el bar… las clases las vas a tener que dar en el aula y si no te gusta, bueno, tendre que tomar medidas.
Silvia no dijo nada, se lebanto de la mesa, saludo a todo el mundo y se fue antes de largarse a llorar a otro bar a tomarse unas copas.
En secreto la mayoria de sus compañeras festejaron la medida del titular. Sabian que a Romano le quedaban un par de cuatrimestres para jubilarse y que la que lo sucederia en el cargo seria Silvia, con lo cual ellas quizas estarian toda la vida esperando un cargo que nunca llegaria o llegaria demasiado tarde. Por eso todas festejaron en secreto la medida de Romano. Porque sabian que a ella por esos días le seria imposible dar una clase fresca, careta y que exigirle eso equivalía a pedirle que deje la docencia.
En realidad no todas se pusieron contentas. Graciela Speranza que siempre le tuvo un gran cariño fue presa una gran pena. Y esa misma noche, después de la reunion de catedra le mando un mail, recordándole que siempre habían mantenido una linda amistad y que contara con ella para lo que nesecitara.
Silvia nunca le contesto el mail. Así que Graciela Speranza dejo pasar una semana y una noche cayo en el bar de Caballito en el que Saítta solia parar. Estaba en una mesa, con una ginebra sin hielo, haciendo una tranza con el dealer del lugar.
Graciela Speranza para entrar en confianza, para hacerle un guiño a su compañera, saco de la cartera 150 dólares y le pidio al dealer:
- Se bueno, bebe, anda y servinos algo rico – y le paso los billetes disimuladamente.
Esa noche duro tres días. Y Graciela Speranza logro su objetivo, que Silvia Saítta confiara en ella.
……………………………
Era habitual, juntarnos a tomar un café o una cerveza, varias chicas de letras, para charlar de nada y el tema salia solo, sin darnos cuenta, como un chiste mas, como un comentario ocasional y nuevo, pero que ya habiamos repetido mil veces y que marcaba el espacio de un entre “nos” que nos recortaba y reconocia como lo que éramos sin necesidad de explicar nada: Chicas de Letras.
Pero una tarde que estabamos boludeando en Platon con Bombon de Roquefort y el Duende Japones, llego Sarakey trayendo la buena nueva.
- Vieron que la Sarlo le puso los puntos a Saítta? Le pidio que se pusiera las pilas o que pensara en buscarse otra catedra donde dar clases.
Nooooo, dijimos todas. Conta, conta, pedimos ansiosas. Pero Sarakey solo sabia eso. Y ahí el chiste que tantas veces habiamos repetido se nos represento como una profesia oscura que nosotras habiamos alimentado sin querer y nos quedamos por un momnento mudas.
El chiste era una tontería. Todas sabiamos que a Silvia saítta le gusta la botella, que era una borracha vieja. Desde pendejita, cuando fue a Bariloche y probo por primera ves un trago, un séptimo regimiento, no paro nunca. Claro que eso nunca le impidió a ella ser una erudita en literatura argentina y una de las mejores profesoras de la facu. Y el chiste era un lugar comun, algo que salia facil, que ayudaba a decir algo cuando no se nos ocurria nada:
“¿Viste como chupa Silvia? ¡Que hija de puta! El otro día pase por el bar Magno a las tres de la mañana y tenia un pedo de novela. Si sigue asi va a terminar como Telma Viral en .”
eso. Nada. Era solo un chiste. Pero ahora parecia que el chiste se había cruzado el orden de las palabras de conversaciones tontas para irrumpir en el orden de lo posible.
Silvia Saítta, nadie sabia a ciencia cierta por qué, pero un día habia empezado a desbarrancar. Había pasado de ser una borracha feliz, una rebentada de mil fiestas sin por eso descuidar el rigor academico, a una borracha oscura y triste que quedo chapoteando en el fondo de esa botella que nunca tuvo gusto a nada.
A medida que Saítta empezo a mostrar involuntariamente las marcas de su deterioro tambien empezaron a tejerse mil teorias de los motivos que la habían llevado a esa situación. Desentrañar los motivos de su derrumbe se había transformado en una especie de requerimiento o examen final sin el cual no podias obtener tu titulo en licenciada en letras. Las hipótesis que se barajaban abarcaban un perímetro de posibilidades infinita
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¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Solo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Banana Flaneur y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de un back stage de una asamblea del Centro de Estudiantes de Letras donde se discutirá si la crisis del petróleo de los 70 fue determinante o no para entender el arribo de los pingüinos a la Rosada! ¡Llamá ya, si no querés seguir creyendo las mentiras de la prensa cipaya financiada por un gobierno vende patria y todavía te duele lo de Malvinas como a Víctor Heredia, llamá ya!
Tiempo después de los hechos que se cuentan aquí, Julieta Prandi reconstituiría los tejidos muertos de su alma destrozada por esta historia de amor desafortunado gracias a su relación con Gastón Portal y sería tapa de revista Caras: “Julieta Prandi, la conductora de ‘Ojo con el ojo’, confiesa cómo el amor logró rescatarla de una profunda depresión.” “En el peor momento de mi vida solo una persona confió en mí.” (Para mas información entrar en www.caras.uol.com.ar)
Silvia:
Mi Silvita, mi Sil, mi Sí elemental que es un no frente a los fantasmas de la noche y en las horas en que el hórrido vivir de la existencia me aplasta contra el piso como si fuera una cucaracha con el peso despiadado de una ojota metafísica. Mi Si, mi Sissi Emperatriz, mi Barby trucha hecha en Paraguay, mi grasita de Caballito, mi película kitch, bizarra, más lograda, mi teoría literaria etílica y mambeada, mi prisión de alta seguridad donde aprendí a ser una reclusa modelo. Mi Si, mi corazón, ahora y siempre, te pertenece.
Sil estoy al tanto de todo lo que sucedió en Baires. Ahora lo sé todo. Sé que nunca me traicionaste. Y que el mal entendido que se produjo entre nosotras y me obligó a huir del país y esconderme en esta región remota del mundo, es un hecho que no tiene retorno. Ni para vos ni para mí. De hecho vos ya no sos mi Sil sino La Dama de Negro, una heroína del subdesarrollo, una súper héroe de una modernidad periférica, donde renunciaste a todo para salvar tu corazón y así poder hacer operaciones de lectura y dar pelea a la banalidad del mal que habita en el corazón de esa ciudad en la que alguna vez fuimos felices.
Sil, ahora que ya no importa, que estoy borracha, que en unos días dejaré de ser lo que era, que como vos me metamorfosearé en otra, te puedo escribir contándote que te extraño, te necesito, me muero por verte, que sos lo mejor que me pasó en la vida. Pero todo eso sé que hoy es imposible y que curar las heridas que están abiertas y supuran su inmundicia me llevará años y dejarán cicatrices que no hay maquillaje ni cirugía estética que logren ocultar.
Sil, siempre supe que Marcelo era un vago que estaba a mi lado solo por mi dinero. ¿Pero sabés una cosa? Creía que la literatura argentina era más importante que mi propia vida y por eso toleré su desamor y acepté su desprecio, porque él era el gran escritor y yo desde mi humilde lugar de teórica y chica de Belgrano con plata podía contribuir a lo mejor de las letras nacionales. Es que Sil, la historia de las chicas de letras con la literatura es la historia de un desencuentro. Es la historia de un amor no correspondido. Nuestro objeto de deseo es la literatura y la literatura es refractaria a nuestra lectura. Pero hay aún algo mas grave, la literatura puede existir fuera de nuestras lecturas y no así nosotras sin ella. Ella es todo para nosotras y por eso a veces caemos en la tentación, ya no de leerla, sino de hacerla, y, es ahí, justo ahí, donde cometemos el pecado mas grave que se puede infligir por amor a la literatura, escribirla, como si bastara haber leído a Williams, Benjamin, Adorno, Bajtin, los formalistas rusos, Pezzoni, Barrenechea, La Coca, el Viejo Viñas, Barthes, Auerbach, Molloy, a la China, y a quien se te ocurra, como si alcanzara con manejar de memoria las obras de Borges, Arlt, Cortázar, Puig, Ocampo, Saer, Fogwill, Piglia, Laiseca, Juanele, Pizarnik o Perlongher para escribir literatura. No Sil, no alcanza y yo cometí ese pecado cuando escribí mi novelucha.
En realidad esta carta Sil es solo para decirte que no te guardo rencor, que sería incapaz de semejante sentimiento para con vos, que lo que sucedió nos superó a las dos y que quizá no podía ser de otra forma, que te sigo queriendo tanto como siempre y que ahora sé que para que ese amor que lo pide todo sin reclamar nada permanezca ajeno a las miserias de mi destino — ¡¡¡disculpa lo cursi que estoy!!! – debo desaparecer, no esperar nada, renunciar a todo, porque como decía Sting: si amas a alguien déjalo libre, si no vuelve es que nunca fue tuyo. Aunque acá yo le haría una observación a Sting, si bien lo que dice es cierto, hay casos en que la persona amada fue y será siempre tuya y sin embargo nunca vuelve, ¿no?
Elegí esconderme y morir y renacer acá, en las tierras donde al Cónsul Geoffrey Firmin y Manuel Puig los sorprendió la muerte. En unos días seré otra y también tendré que inventarme una vida, un pasado, un futuro que quizá no logre construir y entonces deba aceptar mi derrota y buscar la forma más digna que encuentre de retirarme del juego.
Sil, desde que huí a ciegas y desesperada de Argentina, no hice otra cosa que esperar un gesto tuyo, algo, un gesto mínimo que me indicara que yo era algo para vos y nunca llegó. O llegó pero no supe interpretarlo. Durante meses esperé que me escribieras un mail a mi casilla, iba a chequear mails entre 10 y quince veces por día para buscar leer unas palabras que nunca me escribiste. Y en esa espera inútil, enferma, patética se me fueron meses en los que me preguntaba obsesivamente para lastimarme hasta quedar en carne viva: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Y no pude entender que si no me escribías no era porque no me quisieras sino porque haberlo hecho hubiera alimentado unas expectativas que hubieran terminado por aniquilarnos a las dos. Pero eso no lo supe entender en su momento y tampoco ahora, quiero decir, lo entiendo, pero con entender ciertas cosas qué hacemos. Porque nunca estuvo en juego entre nosotras la razón ni entender nada sino una verdad que nos excede, que es un más que una misma, que es la propia vida mas allá de toda razón, claro estoy hablando de amor Sil, de un amor que no pudo ser y de ahí se desprende este peregrinaje por el desierto buscando la Palabra que me salve de la desnudez y orfandad a la que llegué a la intemperie sin fin, al abismo que me reclama algo de mí que no logro saber qué es.
¿Estoy desvariando, no? Puede ser, igual nunca me sentí tan lúcida como esta noche de mezcal. Como esta noche en la que todo puede ser porque ya no espero nada. Porque algo en mi murió para siempre y es el vacío que ha dejado la muerte lo que me condena y me permite volver a tirar los dados y recomenzar todo de nuevo.
Sil, no quiero despedirme sin antes contarte algo que nunca te dije, algo que te puedo decir ahora que ya no importa. ¿Sabés qué es lo que me terminó de enamorar de vos? Tu costado plebeyo, tu desfachatez para hablar de Arlt frente a una clase con media botella de wisky Criadores encima, que fueras tan grasa, tan grasita, que chorrearas grasa como una milanesa comprada en un barsucho de Chacarita, que compraras las bombachas en el Once, de esas bombachas baratas de tres por 10 pesos. Cuando era adolescente iba a la fabrica de Pa y me quedaba horas mirando a sus obreros y me decía: pobre gente, cómo hacen para vivir, y después volvía a casa y me sentaba en el videt y me masturbaba furiosamente imaginando que alguno de esos pobres obreros me violaba en el escritorio de la oficina de Pa y que yo gracias a eso los rescataba de la horrible existencia sin sentido a la que estarían siempre sometidos. Ja ja ja, que linda nena que era.
Sil espero que ahora mientras leas mi carta te sirvas una vaso de ese vodka barato que tanto te gusta y brindes por nosotras, por eso que la muerte no pudo clausurar y que sigue vivo en la lejanía de esta cercanía que es un abismo donde las palabras sobran y nuestra existencia es un misterio que reclama de nosotras una torsión del alma que deberemos buscar en la soledad y silencio mas absoluto para llegar a recuperar eso que a falta de una palabra precisa lo llamaré alma, nave, caja, corazón, o quizá, en mi caso, vos, mi Si elemental, mi mentira más lograda, mi verdad última, la palabra, mi balbuceo, mi grito, mi silencio, lo dado, mi parte maldita, mi forma imprecisa, mi soberanía, mi exceso, mi azar, mi gracia, mi risa, mi corazón de la tinieblas, mi vida.
Besos
cuidate
te quiero
Gra.
(XVI)
(elinterpretador, número 26, mayo 2006)
Con las novelas argentinas siempre pasa lo mismo, los primeros capítulos empiezan en Marruecos con una súper producción y los últimos terminan con un decorado de cartón pintado en La Salada.
Marcelo Polino, Quién es quién, Radio 10.
Heriberto Soares, quizá, ha logrado una proeza literaria, que conmueve los cimientos sobre los que descansaban los fundamentos y categorías con las que estábamos acostumbrados a leer la tradición literaria argentina y que plantea un enigma de cuya feliz resolución depende que todo aquel que escriba después de Heriberto pueda decir algo con su escritura.
¿Pero cómo hablar o desde dónde pensar a un escritor que ha dinamitado todos los paradigmas sobre los que descansaban nuestras certezas?
Solo una mirada ciega y cómoda en su necedad podría hoy ser capaz de afirmar que tiene la clave de bóveda que nos plantea este interrogante. Probablemente si se quiere tomar en serio el desafío al que nos enfrenta Heriberto Soares, con la reciente publicación de su novela Alguna vez yo también fui Madona, habrá que aceptar que todo lo que se puede decir de su obra son balbuceos, que en su precariedad elemental, nos llevan a decir algo en el límite mismo donde las palabras nos abandonan para dejarnos desnudos al borde del abismo. Así que no esperen en esta columna más que algunos balbuceos, lo cual no me impedirá dar cuenta de los diversos modos en que diferentes figuras han aceptado el riesgo de pensar la obra de este autor.
Heriberto Soares hace años viene construyendo de forma laboriosa y persistente, al margen de toda moda literaria y de toda crítica, una figura de autor y una obra desconcertante. Heriberto Soares es, antes que nada, un misterio en sí mismo. Una cifra que aglutina y dispersa en un solo movimiento todo lo que sobre él y su obra se ha leído, pensado o escrito. Es que hasta la aparición de Alguna vez yo también fui Madona, editada recientemente por Interzona, Heriberto era sólo una figura cuyo nombre circulaba de forma obsesiva en reducidos círculos de escritores y de la crítica especializada. Pero quién es Heriberto Soares y qué ha escrito antes de Alguna vez… ni sus más fervientes admiradores ni sus denostadores infatigables lo pueden decir con certeza. Sucede que Heriberto Soares ha hecho del silencio – del silencio llevado a sus últimas consecuencias – una voz poderosa que produce una cámara de vacío que hecha a andar una máquina que se apropia de todo discurso que lo imagine, hable o ignore. ¿Cómo ha logrado esto? De forma inusitada e impensable hasta él, sin publicar nunca una sola línea y sin dejarse ver o intervenir jamás en ámbito público alguno – claro que esto último es relativo si se piensa que la presencia-ausencia de Heriberto Soares ha logrado, sin estar en ninguna parte, estar como el perrito Droopy de los dibujitos animados de nuestra infancia en todas partes—. Así de simple, hasta hace tres meses, momento en el que publicara Alguna vez yo también fui Madona, de Heriberto Soares solo se conocía su nombre y todo lo que en torno a su nombre otros habían dicho sobre él. No por nada se lo acusó a Heriberto Soares de querer ser el Thomas Pynchon argentino, el autor de El arco iris de gravedad, al cual nadie – ni siquiera su editor – nunca ha visto su cara y poco y nada se sabe sobre su biografía. Pero si bien se lo puede asociar al novelista norteamericano, también habría que reconocer que Heriberto Soares lo supera, ya que no sólo hace un misterio de su vida sino que produce una obra de la cual todos se siente obligados a discutir sin nunca él haber dado a imprenta una sola palabra. Claro que esto se entiende porque hace años vienen circulando en forma clandestina fotocopias de borradores y libros de ediciones piratas supuestamente de su autoría. Soares jamás reconoció o negó que esos libros y fotocopias con su nombre y apellido hubieran sido producto de su trabajo. Yo, que he adquirido varios libros piratas de Soares – dos en parque Centenario y uno en librería Hernández –, me inclino a pensar que fueron producto de gente que quiso lucrar con el nombre de este autor, ya que los tres libros que poseo están pésimamente escritos y con estilos tan disímiles que resulta imposible imaginar que sean el trabajo de una misma persona. También se ha dicho que Soares no existe o que es un personaje inventado y pergeñado por el novelista Fogwill, cuyo presupuesto sería traspapelar en la realidad a un personaje de ficción para lograr poder afirmar en el futuro que la Argentina desde Heriberto Soares en adelante es su novela más lograda y así llegar a ganar el Premio Nobel de literatura. Que Soares no existe es absurdo, pero si no fuera así, si cupiere una posibilidad de pensar en su inexistencia, todavía quedaría por resolver su obstinado silencio con el cual los negadores de su vida y obra no pueden dejar de dialogar. Se me ocurre que Soares extrae toda su fuerza y vitalidad del mito. Un mito que como tal, lo dice todo, puede significarlo todo, a condición de clausurar a cal y canto la puerta detrás de la cual escondería los fundamentos de su verdad, y, por ello, se ofrece como un don que en su gratuidad de darse otorga una encarnación a las palabras y las cosas y se la sustrae en cuanto se lo quiere aprehender racionalmente. Por todo esto a Soares no sólo se lo ha comparado con Pynchon, sino con Borges, Arlt, Puig, Aira, Laiseca, Beckett, he incluso con Balzac.
Se lo ha comparado con Borges por la precisión matemática de sus historias y por hacer de la irrealidad un equivalente siempre inquietante de la realidad. En cambio se lo ha asociado a Arlt por cierto imaginario técnico asfixiante y paranoico que altera y desquicia la lengua de sus personajes. Por su parte, de Puig se ha resaltado que recoge y lleva al extremo su imaginario pop. De Aira tomaría sus “vueltas” delirantes y de Laiseca, dejar que su escritura se contamine con la realidad delirante que toman las palabras en el autor de La hija de Kheops y Los Sorias. En cambio su raíz beckettiana estaría dada por cierta ausencia de acción que expresa el vacío de la existencia del hombre, condenado a la soledad, y quizás por esto mismo, a inventarse la ficción de un otro. Y de Balzac su voluntad demoledora y desbordada de querer hacer un panorama total del “apogeo” y “decadencia” de los sueños y pesadillas de una época.
Aunque parezca desmedido y hasta imposible hacer coincidir poéticas narrativas tan diferentes y en no pocos casos opuestas, los lectores de Soares han visto confluir y sintetizarse en su pluma todas ellas. Incluso se ha llegado a decir que la escritura de Soares es un aleph, el punto ínfimo del universo a partir del cual podría verse fluir y confluir la historia total de la literatura universal.
Claro que el silencio de Soares ha sido tan rico y productivo como despiadadas las batallas que se han generado en torno a él. Ya que así como se lo ha querido ver como un heredero de todos los escritores citados unas líneas más arriba, también se lo ha visto como una mera fantochada de críticos trasnochados de postmodernidad, o escritores cooptados para alimentar el mito de un producto que la industria necesitaría para revitalizar el mercado. Pero lo cierto es que Soares frente al revuelo que generaba el elaborado silencio artesanal que fue tejiendo con los años se limitó a mirar ese espectáculo desde afuera y trabajar en su obra monumental que ahora por fin ve la luz y frente a la cual todos caen rendidos sin acertar a decir una palabra certera sobre ella.
A continuación intentaré reponer algunas de las criticas – balbuceos los llamaría— que se le han hecho a Alguna vez yo también fui Madona—.
II
Probablemente una de las que mejor entendió los desafíos que nos ofrece la novela de Soares sea Josefina Ludmer cuando en la revista Pensamiento de los Confites dice acerca de la misma:
Alguna vez yo también fui Madona nos lleva a la incómoda sospecha de que estamos hoy en otra etapa de la historia de la nación, que es otra configuración del capitalismo y otra era de la historia de los imperios. Para imaginar las formas de la imaginación pública del presente (para hacer algo así como una historia crítica del presente que sería testimonio, documental, memoria y ficción) necesitamos un aparato diferente del que usábamos antes de 1990. Necesitamos otras nociones y categorías porque no solamente la novela de Soares parecería alertarnos que ha cambiado el mundo sino los moldes, géneros y especies en que se los dividía y diferenciaba. Estas formas nos ordenaban la realidad: definían identidades culturales y fundaban políticas y guerras.”
Por su parte el notable narrador y crítico Martín Kohan tendría más reparos a la hora de leer a Soares:
“Mediante la constatación de su propio nombre (que de hecho se propuso, a partir de un momento dado, hacer funcionar como una marca) y de cierto aparato publicitario editorial, Heriberto Soares verifica los límites que hoy tendría una provocación a la Duchamp. Y en los límites de aquella provocación hace surgir su propia provocación. Es difícil establecer qué aspecto se ve más agredido por este ejercicio suyo de la causticidad fría: si la vanguardia (cuyas consignas lacerantes mudan hoy hacia la fórmula promocional, hacia el argumento de venta) o si el mercado (que está listo a comprar no sólo lo convencionalmente normalizado, sino también cualquier fantochada que adopte las formas exteriores del vanguardismo). Todo parece indicar que mediante un golpe doble Soares impacta en los dos a la vez: en la vanguardia (que se vende en el mercado) y en el mercado (que compra la aparente vanguardia); o quizás esté golpeando una sola vez, en un solo punto, pero en un punto donde la vanguardia y el mercado han dejado de funcionar como antagonistas.”
Otra lectura sumamente sugestiva sería la que nos ofrece Nicolás Rosa, en la que explora un aspecto al que Kohan parece no poder o querer pensar:
“Pero también la novela de Soares es un ojo angustiado que mira y solo ve mirar las cosas que miran a los otros ojos que miran, la reflexión reflejada o irreflexible. Digamos que la función escópica en Soares es determinante, una verdadera escopofilia continuante renegada por las aurículas de la oreja que oye el caer de las vertientes como verdaderas cascadas del significante, el ojo que vectoriza y sectoriza los meandros del significante por alusión y por elisión, una verdadera orgía de las miradas sesgada por tropismos de succiones y exhalaciones, otro ritual de las murmuraciones. Orgasmos y angustia son los correlatos de la función fálica, el fondo consistente pero algodonoso de la proliferación. Heriberto Soares muestra la castración real en la multiplicación imaginaria de su retórica: el delirio de una evaporación fantasmática de la realidad. Ej.: “No” “
Como puede observarse hasta aquí la novela de Soares, por su complejidad y riqueza, admite múltiples estrategias y entradas de lectura que se confrontan entre sí buscando desentrañar algo que la novela pareciera querernos decir y que se resiste a ser formulado. Por su parte Sylvia Molloy escribe:
“Si por una parte esta combinación de lo personal y de lo comunitario restringe el análisis del yo en Alguna vez yo también fui Madona, tan a menudo asociada con la autobiografía, por otra parte tiene la ventaja de captar la tensión entre el yo y el otro, de fomentar la reflexión sobre el lugar fluctuante del sujeto dentro de su comunidad, de permitir que otras voces, además de la del yo, se oigan en el texto.”
Jorge Panesi, quizás, siguiendo las huellas dejadas por la lectura de Molloy, lee la novela en clave autobiográfica:
“”No.”
Hay varios enigmas en esta cita de Alguna vez yo también fui Madona: uno de ellos lo plantea la palabra “No” respecto de la literatura; otro es la relación de la teoría filosófica con la autobiografía (sin contar con el injerto léxico de “fui” y de “Madona” en el título). La historia ha sido convocada a la cita: la literatura es un invento moderno, un fruto de la Ilustración habría que agregar, y que se caracteriza por la posibilidad de decirlo todo. De decirlo todo al precio de pagar un precio, el de que se la escuche como ficción, e incluso como la ficción de decirlo todo. ¿Qué otros géneros, entonces podrían cumplir mejor con este mandato democrático moderno ligado tanto a la verdad como a la subjetividad, sino la biografía, la confesión y el diario intimo? Y es lo que confiesa la novela de Soares con una economía estremecedora: “No.” “
Beatriz Sarlo, siempre precisa y clara, apunta sus temibles dardos contra Alguna vez yo también fui Madona:
“Este es el problema con la novela de Soares: su novela queda en un más acá de la osadía, como si todo contenido transgresivo estuviera completamente extinguido en la actualidad. Una literatura al día de las diferencias quiere parecer desprejuiciada y burlarse de la “buena” literatura. Pero al ser tan correcta y previsible, representando lo que legitimó antes la televisión, pierde toda capacidad de escandalizar. Y probablemente toda capacidad de divertir. (…) El tedio de Alguna vez yo también fui Madona es inevitable, y de él sólo puede salvarnos la imaginación. En este sentido la novela de Soares recuerda algunas viejas novelas del realismo socialista, novelas donde los campesinos eran solo campesinos, los explotadores solo explotadores, la miseria y la injusticia sólo miseria he injusticia. Y todos hablaban exactamente como el narrador y su público pensaban que debían hablar campesinos y explotadores. El costumbrismo aburre, aun cuando las costumbres descriptas sean desconocidas por el lector. Al prescindir de una idea de composición de lenguajes, se recurre a dialectos socialmente caracterizados por una pobreza semántica que no ha sido tocada por el trabajo, como si se tratara del producto de un escritor haragán que pasó velozmente de su grabador o su libreta de notas a su novela. La mímesis fracasa porque termina devorada por su propio impulso de limitarse exactamente a la idea que el narrador y el lector tienen del lenguaje de los personajes. Como describir a los leones haciendo que la página se cubra de rugidos. Falta el mínimo (o, en algunas estéticas, máximo) desvío.”
Alguien que le ha salido al cruce y pone fuertes reparos a la sofisticada lectura de Sarlo, es la socióloga María Pía López que ha confesado en el programa de mi amada Tía, la Gorda Quiroga:
“A mí la novela de Soares me gusto. Me hizo desternillar (sic) de risa.”
Por su parte, Ariel Schettini, en una reciente entrevista titulada “Quiero un casamiento con todo”, donde el crítico fue invitado por revista CARAS a las islas Seychelles para hacer una producción de fotos y hablar de su trabajo y su intimidad, en un momento es abordado por el periodista que le pregunta:
“— ¿Qué es lo que le parece tan fascinante de la novela del siglo (el periodista alude a Alguna vez…)?
—Mirá, me fascinó el ritmo tan realista que mantiene la novela de Heriberto Soares. El libro prácticamente te lo comés y no puedes dejar de leerlo. El aspecto que tiene de cacería, la manera en que te lleva de una clave a otra, es un libro donde participás. El lector toma parte en tratar de averiguar qué significa cada anagrama y qué puede probablemente significar cada clave. Luego, cuando no se muestra la solución, la gente se golpea la cabeza, y dice: “¡Vaya! ¿Por qué no me di cuenta de eso?” Creo que es una de las razones por las que se hizo tan popular. Heriberto Soares es…
—Un enigma.
—Así es. Todos estamos familiarizados con muchas de sus obras y ahí lo tenemos, este hombre de inteligencia impresionante, que puede escribir al revés con ambas manos. Creo que el título mismo, el simple hecho de que incluya a Madona, tiene mucho que ver con la atracción que tiene. Adoramos a Madona. Todo el mundo la quiere.”
Con una mirada más académica y alejada del mundo de la frivolidad y la farándula a la que nos tiene acostumbrados Schettini, y festejando la aparición de la novela en cuestión, Daniel Link, escribió en su blog:
“Heriberto Soares responde bien a esa genealogía de escritores desclasificados (desnacionalizados, desclazados, huérfanos de cualquier otra patria que no sea la escritura) con los cuales se lo relaciona insistentemente (Rimbaud, Kafka, Pavese). Y es, además, testigo del derrumbe de la imaginación humanista, cuyos últimos vestigios se quemaron en los hornos de Auschwitz, y un extranjero respecto de las líneas directrices del modernismo (inscripto, como toda vanguardia que se precie de tal, en la imaginación dialéctica) respecto del cual su obra supone un salto adelante, muy adelante, a un territorio donde la literatura ya no será nunca lo que era, hacia un tiempo en lo que lo único que importa es la performance de lo literario (lo que se llama pop): “No.” “
Sebastián Hernaiz al reseñar la novela el mes pasado para elinterpretador.net, tomando un dato biográfico de Soares, hace una lectura arriesgada y que generó toda clase de repercusiones en diversos blogs:
“De Heriberto Soares se sabe todo y nada. Y en ese ni en el que pareciera fluctuar todo lo que se puede pensar sobre Soares, surge un dato más que sugestivo: éste sería hijo del fruto de una noche de amor casual entre Juan Domingo Perón y Rita Hayworth. Si le concedemos por un momento credibilidad a dicho dato nos conduciría a una reflexión muy productiva respecto a su novela. Ya que la novela, siempre si este dato es cierto, se podría leer como una novela familiar, como los Buddenbrook de Thomas Mann, o que plantearía una relación conflictiva con sus “precursores” genéticos similar a la del personaje de El lamento de Portnoy de Philip Roth. Quiero decir, si Rita Haytworth fue su madre esto conectaría cierta área de la novela con Puig, con la primer novela de Puig: La traición de Rita Haytworth. Si se me concede esto, aquí estaría desplegado en todo su esplendor el imaginario pop de Puig que se evidenciaría en la novela de Soares ya desde el título, que confiesa haber sido “Madona”. ¿Y quién si no Madona sería hoy uno de los exponentes más claros del pop? Pero también si Perón fuera su padre, esto esclarece otra zona de la novela, probablemente su zona nodal más dramática y lograda, cuando el personaje dice “No.” Esas palabras qué otra cosa representarían sino cierto imaginario plebeyo que el peronismo – “su padre”— alentó y produjo, y que la novela recrea, reformula y sintetiza con maestría.”
En una reciente mesa redonda que reunió a Tomás Abraham y al Ruso Verea bajo el titulo de “Filosofía y calidad de vida: Heriberto Soares entre la filosofía y lo real”, el primero arriesgó:
“La realidad debe exceder el pensamiento y es fundamental que haya un más allá del hombre: un dios, un animal, y bueno, el prójimo. Tres instancias que, mientras subsistan, pareciera querer advertirnos Heriberto con su novela, nos permitirán que la realidad aún pueda ser llamada humana”.
Por su parte el Ruso Verea aportó:
“Como un médico a la antigua usanza que se inocula el virus de sus pacientes, Soares cree necesaria una intoxicación voluntaria en el clima de época que implique un distanciamiento en cuanto a sus efectos narcóticos, uno de los cuales es olvidar que existe un vínculo entre la vida que llevamos y la capacidad de pensamiento que nos corresponde. No es de extrañar que, ante su retrato impiadoso, la mala eris aconseje quitarle al propio Soares legitimidad en el campo de la filosofía, desplazarlo a los dominios de extrañas y nuevas ciencias que parecen ser nada porque se atreven a hablar de todo, corriendo los riesgos de la vacuidad, pero conservando la osadía del élan.”
Lo único que cabría agregar a las contundentes palabras del Ruso Verea sería que lo supone a Soares no un autor de ficciones sino un filósofo. Claro que la obra de Soares como los de Borges o Kafka – a la que muy acertadamente la liga Link – promueven una lectura filosófica, e incluso, se podría agregar que, allí donde la filosofía no encuentra qué decir aparecerían las obras de estos autores para socorrerla de sus flaquezas y extravíos; pero, sin embargo, hasta ahora nadie, como el Ruso Verea, había hablado de Soares como filósofo, lo cual nos lleva a hacernos una pregunta – pregunta que lamentablemente nadie en el auditorio el día de la mesa redonda hizo – : ¿el Ruso conoce a Heriberto Soares?, y más, ¿ha jugado a la pelota con él? Preguntas que hoy no tienen respuestas, como tantas – ya demasiadas – que nos ha formulado este autor tan singular. Tan singular como Macedonio Fernández, podríamos agregar sin temor, seguros de que el Ruso Verea aprobaría nuestras palabras.
Habría que mencionar también aquí las palabras de la crítica de espectáculos Catalina Dlugui que en TN, al referirse al estreno de la adaptación teatral de la obra de Soares vio como nadie la relación de éste con Beckett. Lamentablemente no tengo video casetera y no pude grabar sus palabras, pero intentaré ser fiel a lo que dijo reproduciendo lo que recuerdo. Catalina recordaba en su micro de reseñadora de espectáculos de TN que una tarde tomando el té con la (sic) Cerrato, ésta le contó que a Becket un día un linyera lo apuñaló en la calle. Días después, cuando salió del hospital fue a visitarlo a la cárcel a su agresor y le preguntó por qué lo había apuñalado y el linyera le respondió que no sabía los motivos. Lo cual lo llevó a Beckett a confirmar el sin sentido de la condición humana. Y concluye Catalina Dlugui que Alguna vez yo también fui Madona repone de forma brillante y terrible esta certeza beckettiana, llevando los recursos minimalistas del irlandés a su máxima expresión, para lograr que durante casi dos horas quedemos aferrados a la butaca, en transe, en una mezcla de éxtasis y horror, y salgamos de la sala reflexionando acerca de la condición humana. Reflexión después de la cual ya no podremos ver la vida de todos los días como antes de haber visto la obra de Soares adaptada y dirigida por Ricardo Bartis en el Teatro San Martín.
Como en esta columna nunca hemos despreciado los chimentos y como sospechamos que la teoría literaria si aun está viva es gracias a las palabras que circulan en los pasillos de Puan, contaré que una tarde Graciela Speranza se cruzó con la gorda Derrida en el segundo piso de esta casa de altos estudios y se pusieron a charlar. La gorda Derrida con su verborragia usual, empezó a contarle que estaba loca leyendo la novela de Soares y Speranza empezó a formularle preguntas acerca de la novela, hasta que se descompuso y arrojando al piso los papeles y libros que llevaba, empezó a gritar: ¡NO, NO, NO! ¡PUIG ES MÍO, ES MÍO, MÍO SOLA! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH! Y luego se arrojó como poseída por un demonio escaleras abajo y desde entonces – hace ya un mes – no se la ha vuelto a ver por la facultad.
El bibliotecario Lito Cruz, con más templanza y serenidad, para enfrentar los embates y rigor que exige esta obra, reflexionó:
“Ya desde el título mismo, Alguna vez yo también fui Madona, Soares pareciera querernos convencer de que frente a la idea de que todo colectivo cultural tiene un origen discernible en una voluntad de dominio, se yergue la idea de que la memoria no es la actualización astuta de un invento sino la omisión inevitable de un daño, de un horror sospechado o de un suceso desconocido.”
Por su parte el crítico rosarino Alberto Giordano en su ensayo “Heriberto Soares, la conversación a que le garúa finito” pereciera querernos advertir sobre la farsa que sería pretender escuchar en la obra de Soares algo más que un inútil ejercicio que no tendría más alcances ni consecuencias que pretender sentarse a ver televisión y divertirse un rato, pero no deja la cuestión ahí y arremete:
“La voz de Alguna vez yo también fui Madona es nada más que un artificio de voz que muestra claramente la intención de imponer un discurso único, de impedir la pluralidad de ideas. Si se analiza los modos de realización de la representación de una voz que solo puede ser convencional y no la presentificación de un modo de decir estereotipado, esta voz que carece de toda aparición de ambigüedad radical, ¿a qué ideología adhiere? Porque cuando se detenta en una literatura el privilegio de ser la emisora de todos los mensajes y se obliga a los otros a ser receptores pasivos y mudos, ¿no se está perpetuando los restos sedimentados de una cultura de masas enajenada por la caja boba?”
Como pudo leerse hasta aquí la discusión en torno a la figura y obra de Soares está abierta y los alcances que tendrá en el futuro son impensables. Sencillamente, según mi tesis, porque Soares lo que plantea con su vida y su obra es la pregunta por el hombre, una pregunta que desde la antigua Grecia hasta el postmodernismo ha conmovido al pensamiento por su imposible resolución. Pero si esta pregunta siempre ha existido, se me podría recusar, a lo que yo respondería, sí, pero lo notable es que Soares ha logrado el prodigio de reformularla y de arrojárnosla a nosotros, sus contemporáneos, con toda su carga de presagios oscuros y días felices.
III
Para terminar, reproduciré la novela en su totalidad, violando todo derecho de autor – ¡¿acaso ya no lo dijo Mallarmé: nadie puede ser considerado autor o “creador” de una obra de arte?!–, pero con la seguridad que los lectores me agradecerán este gesto, y, por qué no, Soares, que ha hecho de la figura de autor y de su obra, un signo vacío, para que quien quiera lo llene con sus pobres o ilimitados deseos.
Elsa Kalish
HERIBERTO SOARES ALGUNA VEZ YO TAMBIEN FUI MADONANO.
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(XVII)
(elinterpretador, número 27, junio 2006)
Presentación de Aquiles y Patroclo de Maximiliano Sánchez.
Poco y nada sé de Max. Apenas unos pocos datos biográficos que se desprenden de algunos mails que hemos cruzado: que se llama Maximiliano Sánchez y es de San Juan; que ha estudiado filosofía; que vive en Estados Unidos; que su teclado no posee la letra ñ; que ha escrito tres novelas –que no leí–, que está trabajando en un ensayo sobre Alejandra Pizarnik partiendo de la perspectiva de los románticos alemanes hasta llegar a Hegel y, de ahí, a Heidegger vía Derrida hasta Deleuze; que le gusta escribir cartas; y que este verano norteamericano —mayo/ septiembre— intentará terminar de escribir su cuarta novela.
Poco y nada sé de Max. Pero sé algo, algo más, lo que se desprende de los archivos de Word que me enviara con los mails que cruzamos. En esos archivos de Word me envió un puñado de cuentos y una obra de teatro y, cuando los leí, tuve la misma sensación que cuando leí por primera vez los cuentos que me pasaran Seba Hernaiz y Juampi Liefeld de Naty Menstrual: la certeza de ver en esa escritura un potencial, una vena narrativa que con trabajo, disciplina, y el tiempo afilando las armas y macerando las palabras, llegará a producir algunos textos realmente buenos, de esos que resisten la corrosión, el óxido y el avejentamiento prematuro.
A mí, a diferencia de otros compañeros de elinterpretador, poco y nada me importa leer a los escritores jóvenes o nuevos o contemporáneos. Mairal, Cucurto, Terranova, Casas, Abatte, Bejerman poco y nada me dicen (1). Apenas veo ahí la novedad de lo nuevo. Siempre he sido una lectora caprichosa y de amores imposibles: Fontanarrosa, Cohen, Asís, Silvina Ocampo, Borges, siempre Borges, Fogwill, Laiseca(2), López, Puig, Copi, son literatura; Caparrós, Martínez, Sábato, Forn, Aguinis, Aira (3), Bioy, Birmajer, Zeiger, Gamerro, Muleiro, De Santis, apenas fenómenos editoriales o notas al pie de la literatura argentina, y cuyos libros jamás podrán pertenecer a mi biblioteca más que como fetiches o adornos para tapar las manchas de la pared (4). Borges decía que cuando uno ordena una biblioteca ejerce la crítica literaria. Por eso Lo trágico cotidiano de Papini o Juntacadáveres de Onetti están en un lugar privilegiado de mi biblioteca y a Paul Auster o a Feiling los tengo tirados por algún lugar de casa.
Aclaro, no es que no me interese lo que se esté escribiendo hoy, lo que no me interesa es leerlo simplemente porque es lo que se escribe hoy. Ni considero que se esté más cerca de lo contemporáneo leyendo lo que se publicó en el último año en la sección narrativa de elinterpretador que leyendo a Balzac o Las mil y una noches. Entonces se me podrá preguntar, ¿a ver, conchudita, ya que vos la tenés tan clara: qué es lo que se debería leer hoy? A lo cual sólo podría responder, ¡qué se yo!, lo que tengas ganas, lo que tus obligaciones académicas te ordenen leer, lo que te caliente más, lo que tu intuición y tus gustos y conocimientos de literatura te orienten a leer.
Pero entonces, qué hago acá escribiendo y presentando a un escritor “nuevo”, que no conoce nadie y que quizá nunca llegue a escribir eso que veo como potencial indudable en los pocos textos que leí de él. Simple, cuando lo leí me gustó y me hizo reír y disfruté de la lectura de sus textos. Poco serio, esto no es una crítica seria, se me podrá decir. Es verdad, pero si quisiera escribir crítica seria sobre literatura no escribiría porque sí en elinterpretador sino que haría lo imposible por ser sierva de Radar, Ñ, o los suplementos culturales de Perfil y La Nación, o intentaría desvivirme y hacer méritos para ingresar en cierta zona aurática –y espectral, agregaría— hoy demasiado extendida de la universidad donde las palabras leer, pensar, escribir, crítica, son apenas las coordenadas de una constelación que crea un mito de origen que los excusa de toda relación con alguna forma viva y vital de la lectura, la escritura, las ideas y el acto de la crítica que no es tal en tanto no pone en cuestión sus propios presupuesto que lo fundan(5).
Max, en los primeros mails, me envió dos cuentos. Uno era una carta de amor de Osama Bin Laden a la hija de Bill Clinton y el otro, una carta-mail de la monjita Horta desde el convento a su primo Pijo, donde le cuenta a su primo el descontrol de sexo y drogas que es el lugar. Cuando le pasé este último cuento —que luego supe que no era tal sino el capítulo de una novela, que se llama El epistolario privado de la familia Chrash-Pijatoes-Dummies, donde se cuenta a partir de cartas y mails la historia oscura e incestuosa de una familia sanjuanina— al Duende Japonés me escribió, “el cuento de la monjita Horta es una suerte de Justine bonaerense”.
Como lo que leí me gustó e intuí que ahí había algo, le mandé un mail pidiéndole más textos y me envió el cuento El polvo del Ensayo del Eterno y la obra de teatro Aquiles y Patroclo. Los bajé a un diskette en el ciber y me fui a mi casa a leerlos. No soy lo que se dice una lectora que lee rápido ni que cuando lee lee, soy más bien dispersa y cualquier cosa me saca de mi lectura. Pero cuando puse el diskette en la computadora y abrí los archivos no pude desviar los ojos de la pantalla.
Lo que leí me encanto. Quizás sea una porquería, pero a mí me encantaron esos textos y cuando tengo que leer intento guiarme por mis gustos personales, los cuales son los únicos que cuentan. ¡Qué voy a leer, a Tomas Mann, porque le guste a Ricardo Foster o a Hernán Sassi! ¡Ni loca, si a mi me parece un plomazo, independientemente que Mann sea Mann!
El polvo del Ensayo del Eterno es un cuento porno sadomasoquista bufo, cuyos personajes son, ni más ni menos, Martin Heidegger y Hannah Arendt. Y el cuento está perfecto aunque falle en alguna que otra línea –¡ja, Mirá quién habla!— porque el relato permite ser leído, tanto si uno maneja mínimamente la obra de estos filósofos como independientemente de ellos, si se desconoce lo elemental de sus vidas y obras.
En cambio, la obra de teatro Aquiles y Patroclo, reescribe una parte de La Odisea para contar el ocaso del amor entre estos dos personajes. Y creo que es aquí donde Max despliega en todo su esplendor su vena narrativa y su humor. Y como en el cuento de Heidegger y Arendt, uno puede nunca haber leído La Odisea –yo no la leí— y no por esto estar imposibilitado de seguir la pieza de teatro y sentir el placer del texto al calor de la lectura.
Cuando terminé de leer estos dos textos de un saque, al toque, empecé a buscar parentescos, filiaciones y precursores de los mismos. En el cuento de Heidegger y Arendt me pareció que había cierto aire laisecano, cierto placer por cruzar en sus narraciones sexo, humor y perversión. Y en la pieza de teatro de Aquiles y Patroclo, cierta impronta copiniana donde el humor y el sexo (como en el caso de Laiseca, pero con otras características e imaginarios) son el motor que ponen en funcionamiento los diálogos.
Pero también creí encontrar, en esa necesidad estúpida de buscar a qué se parece lo que acabo de leer, a otros dos escritores que cruzarían transversalmente a estos textos de Max. Uno sería Roberto Fontanarrosa y cierta zona muy precisa y reconocible de su cuentística. Aquella zona donde Fontanarrosa rescribe en sus cuentos episodios históricos o literarios (y que a mi particularmente no es la que me gusta, sino aquella donde un personaje cuenta en primera persona una historia, o esos cuentos en tercera persona donde varios personajes hablan en un bar o en una cancha de fútbol o en la vereda). Y sin embargo, eso que no me gusta en Fontanarrosa, lo encuentro en Max y me gusta.
El otro que cruzaría transversalmente estos textos es Woody Allen. El Woody Allen de los Cuentos sin plumas o de su película La última noche de Boris Grushenko. Esa comedia donde Woody hace un homenaje a la literatura rusa y donde los personajes, rusos del siglo XIX, hablan como neoyorkinos de la década del 70, de 1975.
Ahora, ya no se qué tanto hay de todo esto en sus textos, pero lo escribo porque es lo que vi en su momento. (Me pregunto, siguiendo el ensayo Prosa de Estado y estados de la prosa, de Marcelo Cohen, publicado en la revista Otra Parte, si tuviera que pensar el Aquiles y Patroclo de Max siguiendo el razonamiento del ensayo coheniano, ¿dónde debería ubicarlo? ¿dentro la categoría “infraliteratura” o “hiperliteratura”? Lo pregunto porque no sabría en cuál de estos casilleros ubicar al texto de Max siguiendo las coordenadas teóricas de Cohen). Y cuando le escribí todo esto a Max, él me respondió que a Copi y Laiseca nunca los leyó porque a San Juan no llegaban sus libros, que de Fontanarrosa solo leyó algunos cuentos allá en Estados Unidos pero no le gustaron, y de Woody Allen que le gustaban sus películas y que de sus cuentos una vez le hablaron en una fiesta. Y me señaló un escritor que a mi se me había pasado y que obviamente atraviesa su imaginario narrativo, Leo Mashlía.
Y como no se me ocurre cómo terminar esta presentación de Max y su obra de teatro Aquiles y Patroclo, la voy a terminar contando una anécdota que me contó unos días atrás el bombón de Juan Leotta. Una anécdota digna de pertenecer a alguno de los libros de historias de derviches sufí que recopila Idries Shah.
Leo Mashlía aparte de escribir cuentos, novelas, obras de teatro, operas, canciones y dar recitales, también suele dictar cursos de escritura. Pero la anécdota que me contó Juan Leotta no está relacionada con un curso de escritura sino con un curso de música. Resulta que Leo Mashlía, en su primer clase, luego de las presentaciones obligadas les dictó un pequeño ejercicio a sus alumnos. Éstos lo hicieron y cuando Leo Mashlía lo tuvo que evaluar notó que nadie había respondido ni bien o mal a su consigna, sino que cualquier cosa, menos lo que él pedía. Entonces anotó algo en un papel y se retiró del lugar sin decir nada. Los alumnos al pasar los minutos y notar que Leo Mashlía no volvía se impacientaron. Hasta que uno se levantó y se acercó a la mesa donde Mashlía antes de retirarse había dejado una hoja con algo escrito. Y la hoja decía lo siguiente: “para tocar música primero hay que aprender a escuchar”.
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)Releyendo lo que acabo de escribir me doy cuenta de que al mencionar escritores nuevos que “critico” no hago ninguna mención a ninguna de las narrativas del grupo editor de elinterpretador. Y como la revista está lejos de no admitir miradas contrarias y críticas a las diferentes estéticas que conviven en ella, no veo la razón para no incluir unas líneas acerca de qué no me gusta de algunos de ellos. Lo escribo como nota al pie, porque el texto ya lo terminé y no sé cómo incluir estas palabras en el cuerpo central sin tener que empezar a mover una vez más todo de lugar.
La serie Ampere de Juan Diego Incardona nunca me gustó. Sé que hay un trabajo arduo hasta la exasperación con el lenguaje en esa escritura, pero a mí no me gusta. Y más, encuentro en Ampere, cierta resonancia en su prosa que la ligaría a William Burroughs, pero no de forma directa sino que le llegaría, interferida y reelaborada, por la pluma del Indio Solari de alguna de las letras de sus canciones y de sus textos de El crimen americano. En cambio, mucho menos pretencioso, con una escritura “menos cuidada”, en sus historias de Villa Celina, yo encuentro, ahí, textos que me gustan, que leo con placer. Lo único que no comparto de esas historias de Villa Celina –que repito, disfruto al leerlas— es cierta mirada romántica del barrio y el Conurbano Bonaerense que no comparto y hasta diría que me ubica en un lugar diametralmente opuesto y refractario a su mirada. Porque veo en esa mirada el punto de vista de las películas de Palito Ortega y Sandrini, donde el barrio y lo popular se mitologiza y pierde de vista que el Conurbano no es otra cosa que el Tercer Mundo con toda su carga de brutalidad, enajenación, violencia y humillación.
Por otra parte, en los cuentos de Camila Flynn, como Ouroboros o El arte de amar en la Edad Media veo un manejo de la escritura envidiable y muy personal. Cami tiene líneas que cuando las leo no puedo dejar de pensar, qué hija de puta, por qué no se me ocurrió a mi esa línea. Pero hay algo en su escritura que me expulsa, que no me gusta, que me impide entrar en su lógica narrativa.
(2) Leer, imagino, siempre supone un recorte donde se ponen en juego muchas variables. Lo cierto es que no siempre se deja de leer a un escritor porque se lo ningunee o no se lo reconozca –donde el turco Asís sería un buen caso testigo de ninguneo hoy, o Borges por falta de reconocimiento, producto de una mala lectura en los 60 y 70 por jóvenes románticos borrachos de revolución y sangre— sino que a veces queda fuera de toda lectura crítica porque sí. Pasa, sucede, sin que por ello haya que leer que ahí hay un complot hacia el escritor por su obra o sus signos políticos, ideológicos u opciones estéticas.
Creo que algo de ésto sucede en el caso de Alberto Laiseca. ¿Quién hoy podría con un mínimo bagaje de lecturas y conocimiento de la historia de la literatura dudar de que La mujer en la muralla o Las aventuras del profesor Eusebio Filigranatti es literatura? Creo que nadie –aunque siempre hay un roto para un descosido—, lo cual no quiere decir que esas obras u otras de Laiseca les tengan que gustar, o lisa y llanamente les resulten un plomazo.
Pero lo cierto es que mas allá de prólogos de Ricardo Piglia o Fogwill a sus libros, nunca he encontrado trabajos o ensayos o ponencias –ese género, tan desapasionado y poca cosa, que torna al acto de leer y escribir un trámite que garantiza puntos en el fixture de la supremacía del más apto por lograr un lugar de poder en los claustros del saber; claro que hay excepciones, y una excepción notable es Benesdra: el gran realista, de Nora Avaro, ponencia donde si bien respeta todas las requisitorias del género también las viola porque es un texto apasionado y que está escrito con calentura, enamorado de aquello que lee y escribe— acerca de los libros de Alberto Laiseca. Y se me ocurre un posible trabajo por dónde entrar a la obra de Laiseca. En las facultades argentinas desde hace años se lee hasta el vómito a Walter Benjamin –Benjamin es una suerte de comodín que actúa en el pensamiento vernáculo como una carta que permite fundamentar ideas más que sugestivas así como exceptuar y justificar a otros de toda responsabilidad engorrosa de tener que pensar nada—, y uno de esos textos es El narrador. Bien. Laiseca, desde el 2003, viene conduciendo un microprograma en el canal de cable I-SAT, donde cuenta historias de terror. Cada programa agarra un cuento de Poe, Bierce, Lafcadio Hearn o Quiroga, y lo narra oralmente, lo reelabora y lo pasa por el tamiz de su arte de narrador. Vuelve a contar un cuento, como por ejemplo: El beso, de Bécquer, pero con sus propias palabras, y lo que logra, ahí, es lo que Walter Benjamin escribe como algo casi extinto y perdido en el siglo XX en su bellísimo, bellísimo, bellísimo ensayo El narrador.
(3) Si bien César Aira, autor de Los fantasmas, no es del todo justo que esté en mi biblioteca del lado de aquellos escritores que solo sirven para decorar una pared y tapar las manchas de humedad, lo cierto es que sus novelas me resultan menos interesantes que la operación Aira en sí. Es decir, no puedo dejar de estar atenta a la operación Aira y todas sus estrategias originales y únicas en torno a las cuales éste viene construyendo hace años su obra y su figura de autor en la narrativa de las últimas décadas, pero sus novelas están muy lejos de mis deseos de lectora. Y ahí están los ensayos de Nancy Fernández El artista como crítico: notas sobre César Aira, o el de Sandra Contreras En torno al realismo, donde se lo lee a Aira como crítico notable y narrador excepcional.
(4)Sé que no hay peor cosa que decirle a alguien que escribe: no me gusta lo que vos escribís. Yo incluso suelo ser más taxativa, lo de Pirulo es una cagada y lo de Menganito una basura, pero cuando vierto esta crítica tan sofisticada y compleja, estoy lejos de pensar que nunca debería haber sido escrito o publicado ese material, sino simplemente que a mí no me gusta y si fuera por mí eso nunca se publicaría. Claro que digo esto conociendo la anécdota de los hermanos Gallimard, cuando Louis Ferdinand Celine les lleva el original de Viaje al fin de la noche, y éstos se lo rebotaron para ser publicado en la editorial.
Aclaro esto para que se entienda desde dónde escribo, esto es literatura y esto no es literatura, desde mis propios gustos personales, que son los únicos que puedo sostener y no siempre fundamentar.
Y esto me lleva a una anécdota que contó en una clase Américo Cristófalo. En ella Américo nos contó que él cursó sus estudios universitarios en España y que si bien sus profesores atrasaban décadas en materia de teoría literaria, algunos de ellos eran apasionados eruditos y traductores de clásicos. Y nos contó de un profesor de él que había sido franquista en su momento y en la década del 70 lo seguía siendo, orgulloso de haber perdido un brazo en la guerra civil y que le dijo algo que lo marcó. Este profesor, que lamento no recordar su nombre, dijo en una clase que uno puede leer una cantidad limitada de libros a lo largo de una vida. Supongamos que uno empieza a leer a los 12 años, vive 70 y lee ininterrumpidamente 4 libros por mes, es decir, uno por semana. Esto nos lleva a que en 58 años de vida de lector, leyendo 4 libros por mes, 48 por año, terminaremos leyendo hasta el momento en que la Huesuda nos venga a buscar, 2784 libros a lo largo de una vida. 2784 libros no es una mala cifra para armar una biblioteca considerable, pero también es verdad que si uno tiene en cuenta todo lo que se ha escrito en la historia de la literatura universal –en la cual incluyo en literatura universal a la filosofía, teología, ensayo, diarios, poesía, teatro y narrativa— tampoco es mucho. Así que el profesor de Américo Cristófalo les recomendó a sus alumnos, que dado que la vida del lector tiene posibilidades finitas de ser y la oferta de lecturas posibles se presenta como algo infinito, debían ser muy cautelosos a la hora de elegir qué decidían leer y qué no, porque en esa decisión y elección de los libros que optaran leer a lo largo de sus vidas podían dejar afuera a un clásico por una novedad sin importancia o a un libro que sería central para sus vidas por otro que nada tendría que ver con ellas.
(5)Con relación a las miserias del mundo académico y el pensamiento rentado se me ocurre que una aproximación sugerente al respecto pueden ser los ensayos: Qué pasa cuando no pasa nada de María Pía López, o La gula, el pan del intelecto de Margarita Martínez.
(XIII)
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006)
Para vos
claro
esta larga carta de amor
estúpida
como toda carta de amor.
Esos bichitos malvados son las niñas de sus ojos.
Cuando se dice que el artista crea personajes verdaderos, tal es una bella ilusión; de hecho, no sabemos gran cosa de los hombres auténticos y vivos; a esta situación tan imperfecta ante el hombre es a la que responde el artista: hace bocetos de hombre, tan esquemáticos como lo es nuestro conocimiento del hombre. Una o dos características a menudo repetidas, con mucha luz encima y poca penumbra alrededor, más algunos efectos poderosos, responden bastante bien a nuestras exigencias.
Pensé en viejos chistes como ese del tipo que va al psiquiatra y dice, <<doctor, mi hermano está loco, piensa que es un pollo>>, y el doctor dice, <<¿por qué no lo convence de que no lo es?>>, y el tipo dice, <<porque necesito los huevos>>. Bueno, supongo que ahora me siento mejor con las relaciones. Son totalmente irracionales, locas y absurdas. Y supongo que nos mantendremos a través de ellas porque la mayoría de nosotros necesita huevos.
UMA, OTRA VEZ UMA THURMAN.
Extraído de los Diarios de La Dama de Negro.
Martes, XX de XXX, de XXXX.
¿Por qué no leí el horóscopo del domingo de Viva para saber que me depararía mi signo astral esta semana?:
“Amor: Marcas profundas. Recuerdos del pasado vuelven a usted con sentimientos inquietantes…”
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Fumo.
Fumo mucho.
Fumo, casi tanto, como las chicas del Moyano.
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Me abrazaría al diablo sin dudar
Por ver tu cara al escucharme hablar.
Eres todo lo que más quiero
Pero te pierdo en mis silencios.
Mis ojos son dos cruces negras
Que no han hablado nunca claro.
Mi corazón lleno de pena
Y yo muñeca de trapo.
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Es difícil ser una súper héroe de una modernidad periférica. Se necesita una entereza, una templanza, un equilibrio, del cual carezco, a veces, por completo. Por eso, cuando hace unos meses atrás, vi haciendo zapping por la tele, una propaganda de Sprayette promocionando un set completo de tecnologías del yo para el cultivo de sí, no dudé un instante en levantar el tubo y llamar ya para encargarlo. Claro que este set completo para una correcta epimeleia heautou me ayudó a mejorar mis objetivos, metas y rendimientos de parrhésiastes, a sostener mi cuerpo con más dignidad, verdad y coraje gracias a las rutinas de áskesis a las que te obliga la tejne tou bíou, y a enfrentar con más precisión y menos vacilaciones los desafíos a los que es sometida una teórica súper héroe como yo. Pero en el fondo, sé, que estoy rota, que mi alma es un sótano oscuro y húmedo, lleno de cucarachas. Por mucho que me mate durante horas a pura áskesis, la eleuthería y la autárkeia necesarias para una correcta tejne tuo bíou no aparece y, las cucarachas, feas, negras y grandes como mis hojotas Havaianas, no dejan de asomarse del fondo del sótano de mi alma y pasearse, muy orondas y cancheras, frente a mis narices, haciendo chistes y cagándose de la risa en mi cara.
Ayer particularmente fue un día difícil. Uno de esos lunes que no deberían existir en el calendario. Pero existen y negarlos sería índice de una corrupción existencial que me conduciría derechito al hospicio o al despotismo. Voy a intentar contar mi lunes imposible, desquiciado, triste, patético. Después de todo, los súper héroes también somos seres humanos de carne y hueso a los que les pasan cosas, cosas que a veces no les pasan sino que las atropellan, les estallan en las manos y el alma vuela en mil pedazos.
Como todos los días me levanté temprano, fui al baño, encendí la radio, tomé mate y comí cereales. Luego me dediqué a mis tareas de áskesis, a mi epimeleia heautou. Y ya al mediodía, previo pasar por el tocador y colocarme una base de foto shop en el rostro para corregir imperfecciones y marcas que delatan que la fecha de vencimiento impresa en el dorso de mis días se venció hace tiempo, partí en mi Renault 12 break a ocuparme de las obligaciones y deberes de súper héroe. Nada serio, apenas un par de casos donde tuve que intervenir sin ejercer la violencia ni derramar sangre. Luego me fui a mi oficina de Puán a ordenar papeles, terminar un trabajo sobre la figura del héroe épico en la literatura argentina del siglo XX, y después me subí al departamento de letras a tomar mate con bizcochitos y ver la novela de las cuatro con Jorge Panesi.
Así se hicieron las cinco y media de la tarde y yo me encontré nuevamente en mi oficina, con un baso de whisky en la mano y, ahí, justo ahí, una sombra me veló los sentidos, un no sé qué, algo, me dijo que no debía salir de allí. Quedarme en la oficina bebiendo o irme a casa a mirar tele o dormir. Pero le había prometido a Fálica y Fogosa que pasaría por el Centro Cultural Rojas a ver un corto suyo que daban a las siete de la tarde en el marco de un ciclo de cortos de realizadores jóvenes. Por un momento sopesé mi presentimiento y me dije, algo va a pasar y no vas a poder con ello. Chica de letras que huye sirve para otra operación teórica, dictaminé. Pero había dado mi palabra a Fálica y Fogosa y no ir al Rojas lo tomaría como una traición a ella, y era justo que así lo interpretara ya que el único argumento que tenía para no ir era que mi instinto teórico crítico periférico me decía, guardáte nena, hacéme caso, no salgas de tu casa.
Desoyendo a mis antenitas meteorológicas espirituales que me anunciaban posible temporal con fuertes lluvias y granizo para las próximas horas, liquidé lo que me quedaba de whisky Criadores en el baso y salí a la calle.
Al llegar a Corrientes busqué un estacionamiento donde dejar el Renault 12 break negro y me dirigí al Rojas. Adentro, ya estaban haciendo la cola Fálica y Fogosa junto a Bombón de Roquefort. Nos pusimos a charlar cosas de Chicas de Letras mientras esperábamos para entrar a la sala, y de repente, tuerzo la cabeza hacia la puerta de salida y la veo. Era ella. Estaba charlando con otra chica. Era ella, Uma Thurman. ¿Quién es Uma Thurman o que significa Uma para mí? No importa. No pienso detenerme a explicar, acá, eso. En todo caso solo diré que de repente se me aflojaron las piernas, me bajó la presión y entré en pánico. Volví a torcer la cabeza y lo agarré del saco a Bombón de Roquefort y empecé a tirar de él, y le repetí, no sé cuántas veces, histérica, ahí está Uma Thurman, qué hago. Dónde, me preguntaron Bombón de Roquefort y Fálica y Fogosa que había escuchado también. Les indiqué que miraran para la salida del Rojas. ¿Qué hago?, pregunté, ¿habrá venido también a ver los cortos?, ¿qué hago?, ¿la saludo?, ¿hago como que no la vi?, ¿qué hago?…
Bombón de Roquefort y Fálica y Fogosa me pidieron que me calmara. Imposible. Entonces recordé que Martín González, un amigo de años, labura en técnica, en un cuarto cuya puerta está al lado de los baños. Era mi única salida, esconderme en técnica. Entrar a la sala sabiendo que ella probablemente también habría venido a ver los cortos o irme por la puerta estando ahí, me resultaban opciones suicidas. Con la mirada clavada en el piso detrás de mis anteojos negros me dirigí a los baños y golpeé la puerta de técnica. Por suerte estaba Martín González y me hizo pasar. Yo estaba fuera de sí. (¡Muchas tecnologías del yo y las pelotas de Séneca, Epicteto y Musonio Rufo, pero cuando las necesitás de verdad te las tenés que meter en el ojete y empezar a dibujar como loca si no querés que tu embarcación sucumba en la tormenta que quiere adueñarse de la nave que piloteás!) Él me contuvo y me pidió que le explicara todo. Lo hice, entre medio de otros empleados del Rojas, que me miraban como a una loca que estaba pidiendo a gritos un pastillón que la ayudara a enmarcarse dentro de algún principio de realidad, y me dijo que no me haga problemas, que no era para tanto, que volviera y enfrentara la situación. Yo balbuceé un no puedo. Bueno, quédate acá, me dijo Martín González, si querés podes ver el corto de tu amiga desde la sala de control o entrar a la sala cuando ya esté a oscuras y hayan empezado las pelis por una puerta que tenemos ahí, y me señaló hacia ahí.
Yo no podía respirar. Encendía cigarrillos que apagaba a medio fumar y encendía otro. El humo del cigarrillo me ayudaba a no sentir esa sensación de asfixia que me oprimía el pecho, era el elemento químico perteneciente al sexto grupo del sistema periódico de los elementos, de símbolo O, número atómico 8, peso atómico 16 y que tiene tres isótopos estables, es decir, era el oxígeno tecno-industrial nicotinizado que los pulmones de mi alma necesitaban para que mi corazón no colapsara.
Finalmente vi el corto de Fálica y Fogosa desde el control del operador. Fue el tercero. Va, ver-ver no vi nada, pero seguí las imágenes como una vaca puede sentarse frente a una pantalla y mirar las sombras chinescas que se suceden en ella.
Después, mi sensación de asfixia y encierro, y mi necesidad de desaparecer, de huir por la tangente, de sentarme en un bar y tomar algo fuerte, se me presentó como un imperativo categórico trascendente kantiano ineludible, y en ello me iba la bolsa y la vida. Pero no tenía valor para salir sola de la sala de técnica y le pedí a Martín que me acompañara hasta la puerta.
Por suerte cuando salí del brazo de Martín hacia la puerta no me encontré con Uma Thurman. Y estaban Fálica y Fogosa y Bombón de Roquefort discutiendo. Fálica y Fogosa al verme me dijo que la había visto irse a Uma Thurman y yo pude recuperar algunos restos de mi conciencia calcinados por el delirio, los suficientes para no salir corriendo o ponerme a llorar en el lugar. Entonces le agradecí a Martín González por todo y nos despedimos. Un amor. Pero estos dos, dele que te dele, no paraban de discutir y yo que me sentía mal, triste, absurda. Sólo quería emborracharme y que ya fuera el día siguiente de un par de años después a este día.
Finalmente Fálica y Fogosa se quedó en el Rojas con una gente y Bombón de Roquefort y yo partimos. Le propuse ir a un bar a tomar algo, mientras él me hablaba de una cosa y yo de otra sin poder articularlo en un discurso coherente. Querés ir a La Academia a jugar un pool y tomar algo, me propuso y acepté.
Cuando entramos a La Academia cuanto no fue mi hórrido espanto al visualizar a Uma Thurman en una mesa charlando con la misma chica con la que estaba en el Rojas. Yo puteé entre dientes –como suele hacerlo Pepe Argento (Franchela) en Casados con hijos quejándose de su suerte – y me dirigí hacia la barra del local sin mirar a mi derecha donde estaba sentada ella. Pedimos una mesa de pool, un café para Bombón de Roquefort y un fernet para mí.
Una vez en el fondo de La Academia y con las bolas en la mesa para romper y empezar el juego, volví a sentirme asfixiada, encerrada, queriendo huir despavorida. Entonces Bombón de Roquefort me dijo que vaya y la saludara, que la invitara a venir a ella y a su amiga a jugar al pool, que vamos, sos una súper héroe, que no podés achicarte ahora, que no te olvidés que sos una dama y tenés que actuar en consecuencia.
Pero cómo hacía para volver a la parte de adelante del bar y saludarla si acababa de pasar a su lado y no saludarla, y probablemente me había visto en el Rojas donde tampoco la había saludado. Discutimos la estrategia con Bombón de Roquefort hasta que consensuamos que fuera a comprar cigarrillos al quiosco y, al volver a entrar, hacer como que la reconocía y me acercaba a saludarla. OK, eso hice. Salí, fui al quiosco que está a la vuelta, sobre Corrientes, compré cigarrillos y volví a La Academia. Yo era un manojo de nervios, Hiroshima al día siguiente que arrojaran la bomba atómica sobre ella, pero en la superficie, a simple vista, parecía dueña de mi cuerpo y alma, de mi destino, como cualquier profesora de letras frente a un alumno al que le está tomando un final. Así entré a La Academia y fui derechito a donde se encontraba ella. Hasta que no estuve a su lado y le tomé la muñeca y me agaché para darle un beso, ella no me registró, o fingió no registrarme muy compenetrada charlando con su amiga. Le dije, hola, cómo estás. Bien, me respondió. Buenísimo, chau, y sin siquiera saludar a su amiga ni nada enfilé para el fondo.
Una vez ahí empezamos a jugar al pool con Bombón de Roquefort y le conté mi performance. Él me dio consejos, me armó nuevas estrategias, pero ya todo era inútil. Todo había salido mal y aunque mis antenitas meteorológicas espirituales me habían advertido que no saliera porque se venía un temporal ontológico, desoí sus advertencias y ahí tenía las consecuencias.
Cuando pagamos y salimos ya no estaba Uma Thurman y nos despedimos en la puerta de La Academia con Bombón de Roquefort, él se fue para Rivadavia y yo para Corrientes a buscar mi auto.
Estaba bastante borrachita y terminé en la casa del Teto Medina. Le pedí el celular del Facha, que es su dealer, que yo no lo tenía y que es carero pero vende gilada de la buena, y le encargué un par de gramos. Esperé y cuando llegó el Facha con lo que había pedido me fui a casa, me serví un baso de Criadores y me puse a peinar y tomar hasta la madrugada, hasta que la cruel luz del día me alcanzó poniendo de relieve mi fantasmal y deshilachada oscura existencia, y me clavé dos Lexotanil con un Actimel frutos del bosque y me fui a la cama.
Y eso es todo. Así terminó mi lunes fatal, triste y desquiciado. Absurdo, como todo. Tan absurdo, inverosímil y carente de sentido como estas palabras o como la señora que saca al perrito todas las noches para que haga sus necesidades, como que Alf no exista o Dios sí pero que nunca diga nada, como que la tierra sea redonda o plana, como el señor que se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar o que mañana yo esté muerta. Absurdo. Pero no por ello menos real. Así también es la vida de una súper héroe periférica. No es todo batallas ganadas al mal y sus secuaces o la férrea convicción inclemente de un destino que lucha contra viento y marea contra la banalidad de un mundo que ha perdido su norte. No. También hay oscuridad, soledad, flaquezas, miserias, fantasmas, y días donde lo absurdo la pone a una de rodillas y le escupe en la cara. En fin, una es una súper héroe, pero los súper héroes también somos seres humanos, con todo lo que esto implica. A veces patinar hasta el fondo de la propia idiotez y al llegar al fondo descubrir que no hay nada y no tener ni idea cómo salir de ese pozo negro donde no hay nada, nada de nada.
EL VIEJO ENCANTO DE UNA LÜGER.
La Dama de Negro buscó en el panel del hall central de Retiro el andén y la hora de salida de su tren. Faltaban diez minutos. Como a las tres de la tarde viajaba, relativamente, poca gente, se quedó al lado de la puerta del vagón fumando un pucho. Después buscó un asiento y se dispuso a leer.
Andaba a pie porque el Renault 12 breack negro hacía días estaba en el mecánico. La Dama de Negro, imaginó, que andar a pie para alguien que suele moverse por la ciudad en auto es lo mismo que para un gaucho moverse sin su caballo por el campo.
La Dama de Negro estaba rechiflada en su tristeza, no daba pie con bola. Esa mañana no había hecho sus trabajos de ascesis ni nada. Simplemente se había limitado a tomar mate, mirar dibujitos por la tele, sin sonido, para poder seguir las noticias del día por la radio y fumar como un escuerzo. Al mediodía, cuando se descubrió sirviéndose el segundo baso de whisky Criadores, decidió salir a la calle. Se sacó las pantuflas, el camisón y se cambió. Algo le decía que no iba a ser un día tranquilo y sacó del placard una automática calibre 38, cuatro cargadores de repuesto y el control remoto devenidor con foto shop que le acababa de regalar Jorge Panesi. Fue al espejo del baño y se maquilló: se levantó un poco las tetas, limó curvas, borró kilos, se agregó diez centímetros y finalmente trabajó su cara, cuidando de no perder sus rasgos, limitándose a devolverle un poco de frescura y vitalidad a un rostro castigado por la erosión de los años y todo lo que de éstos se deriva.
El vagón olía mal. A pedo de vieja, a gente que no se baña ni usa antitranspirante, a basura. Y cuando se sentó a su lado un adolescente granudo con cara de pajero, se sumó a la atmósfera viciada del vagón olor a súper pancho con mayonesa, ketchup, mostaza y todo finamente rociado con una lluvia de papitas.
A todo esto había que sumarle los vendedores ambulantes. Nenitas y nenitos de cuatro o cinco años repartiendo estampitas con una leyenda que reza siempre más o menos así: mis papás no tienen trabajo, somos cinco hermanitos y pido en los trenes para comprar leche…y antes de retirar las estampitas y el papelito cantan una canción; ex Malvinas que te dan señaladores o stikers con las Islas con los colores patrios; drogones recuperados por la gracia de Dios y la granjita del doctor Drogueta que van con una canasta de mimbre llena de galletitas y facturas embazadas; ciegos que cantan canciones melódicas, norteños o de más allá que tocan folklore; tipos a los que les faltan los brazos o las piernas, sidosos con toda su lepra a la vista y con un papel que certifica su leprosidad; psicóticos de todo calibre; y también vendedores ambulantes para cada producto, ya sean caramelos, medias o lo que hayan conseguido en los remates de aduana, arman un spich de tres o cuatro minutos, que ni los más reconocidos, miserables e hijos de puta creativos publicitarios de la argentina podrían armar.
El tren arrancó y La Dama de Negro tenía frente a ella su libro sin poder concentrarse. Volvió a mirar al adolescente granudo con cara de pajero. Éste acababa de terminar el súper pancho y tenía la comisura de los labios sucia de ketchup y mayonesa.
Para ésto tanto quilombo, pensó La Dama de Negro imaginando que le hablaba al adolescente, acá esta todo el futuro que imaginaron y soñaron y por el que lucharon los hombres del siglo XIX. Este vagón es la epifanía de todos esos sueños. Porque como sabrás, Pajerín Come Salchichas, el tren fue una de las grandes metáforas del siglo XIX que englobaba la marcha ininterrumpida del futuro hacia un progreso pleno de libertades y logros ilimitados. Y acá estamos. En el tren fantasma de ese sueño descarrilado, imposible. No tenés más que mirar a tu alrededor para darte cuenta que todo el vagón y vos y yo no somos otra cosa que monstruos, monstruitos, formas erróneas, sueños equivocados y cuerpos sufrientes, poca cosa, apenas basura postcapitalista último modelo. ¿Entendés Pajerín Come Salchichas de lo que te estoy hablando? Y así siguió dando cátedra e instruyendo imaginariamente a su eventual y ocasional discípulo durante un rato. Hasta que se cansó y se pudo enganchar con el libro que estaba leyendo por esos días.
El libro era El jardín de las maquinas parlantes, de Alberto Laiseca. Recién lo empezaba. Cuando el tren estaba llegando a San Martín no pudo leer una línea más. Laiseca en el último párrafo del capítulo tres se preguntaba por qué si Suzuki y Okakura Kakuzo hablaban del té como una de las estéticas del zen, no podía escribirse acá un tratado sobre el mate como disciplina zen del sudamericano. Y unas líneas más abajo, La Dama de Negro, leyó, estas palabras, que la dejaron ciega, le quemaron los ojos: “No hay cosa más linda que tomar mate con la mujer de uno.” Al leer esto ya no pudo seguir con la lectura, tuvo que cerrar el libro, sintiendo una tristeza infinita, una derrota total y definitiva.
Cuando el tren por fin llegó a Chilavert descendió y bajo las escaleras. La casa de su padre no quedaba a más de ocho o diez cuadras. Caminó por la calle San Martín, desierta a esa hora, que corre paralela a las vías del tren, hasta Solís. Una cuadra antes de llegar a ésta, dos negritos feos, sucios y malos, en bicicleta, que iban en dirección contraria, la pasaron y escuchó que uno le decía al otro, che, pará, volvamos, seguro que la vieja nos da un peso para la birra. Y volvieron a pasarla y cruzaron sus bicicletas en la vereda obstruyéndole el paso a La Dama de Negro. Ésta no hizo caso, siguió caminando tranquila, estudiando la situación detrás de sus anteojos negros. Los dos negritos eran feos como la maldad y seguramente, tan idiotas y peligrosos, como la estupidez, que cuando no se la trabaja para negativizarla se vuelve un cáncer criminal y sádico que te va degradando poco a poco.
Che vieja dame toda la guita o te quemo, dijo el negrito más petiso.
La Dama de Negro hizo oídos sordos y siguió caminando hasta quedar a dos pasos de ellos.
A ver, pedazos de mierda mal cagada, abran paso, córranse pelotudos, déjenme pasar, por favor, o…
O qué, vieja, dijo el negrito más alto. Éste sacó una 22 y el otro una navaja.
La secuencia, entre que La Dama de Negro articuló una sonrisa en la comisura de sus labios y los dos pobres negritos quedaron despanzurrados en el piso desmayados con la cara desfigurada, varios huesos rotos y su sangre y sus dientes regando las baldosas de la vereda, duró apenas una fracción de segundo.
Cuando llegó a Solis subió por ésta alejándose de las vías del tren. Hacía años que no iba a visitar a su padre a su casa. Lo solía ver en algunas fiestas familiares, tres o cuatro veces al año, pero a su casa, hacía años que no la pisaba. No sabía por qué estaba yendo ahora, pero ahí estaba, a menos de dos cuadras. Su padre era tornero, vivía en esa casa en la que había nacido – su madre, la abuela de La Dama de Negro, lo había parido en el comedor de la casa— y a la que había vuelto cuando éste se divorció de la madre de ella. Vivía en el garaje que había remodelado porque la casa la alquilaba. Cuando llegó al jardín delantero quiso retroceder, pero ya era tarde. Se vio a ella misma y a sus hermanas y a sus primos y a su abuela y a sus tíos y a Muky y a las flores que plantaba su abuela y a su madre y a él, a todos, en ese jardín, detenidos, felices, jóvenes los grandes y chicos los chicos, espectrales, mudos, mirándola desde el abismo del tiempo, como en una foto que no dice nada ni tiene sentido para nadie más que uno.
Adelante parecía no haber nadie. Cuando llegó a la puerta del garaje golpeó. Nadie respondió. Volvió a golpear y esperó. Puteó por no llamar antes y haberse hecho todo ese viaje al pedo. Aunque en realidad agradeció no haberlo encontrado a él, y ya se disponía a irse cuando tuvo el impulso de agarrar el picaporte de la puerta y ésta cedió, estaba abierto, sin llave.
Adentro el garage estaba en penumbras. Lo vio a su padre en el otro extremo, sentado, entre la mesa y la cocina, frente al televisor apagado. La luz que entraba por unas ventanitas y los vidrios de la puerta que daban al jardín del fondo, caía sobre su rostro. La Dama de Negro caminó hacia él. Estaba un poco despatarrado en su silla. Ella se acercó y le dio un beso en la mejilla y su barba le pico la cara. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. La Dama de Negro se sentó en otra silla, del otro lado de la mesa. Así permanecieron un rato. Cuando el silencio se hizo muy pesado –y siempre que iba a tomar mate a la casa de su padre ese momento llegaba y lo llenaban con palabras inútiles hasta que la farsa era insostenible y ella le decía que se tenía que ir y él le ofrecía alcanzarla hasta algún lado— La Dama de Negro encendió un cigarrillo y le propuso a su padre, ¿tomamos unos mates, dale? Agarró la pava, fue al patio, la llenó en la pileta y volvió. Puso a calentar el agua y preparó el mate.
Cuando el agua estuvo a punto, volvió a sentarse y empezó a cebar. Tomó el primero ella y luego le paso uno a él. ¿El agua está bien?, preguntó La Dama de Negro. ¿Sí, no? Siempre supe hacer mate, ¿no? La abuela me enseñó, desde chiquita que sebo mate, desde que tenía tres o cuatro años y me quedaba con ella… y se interrumpió La Dama de Negro. Buscó con la mirada en el lugar. En una repisa al lado del televisor, junto a botellas encontró lo que buscaba. Se levantó y agarró un vaso, una botella sin abrir de Horse White y dos fotos apoyadas contra botellas. Y volvió a sentarse.
No te jode que mientras tomamos mate, tome también un par de whiskys, ¿no?
Con la colilla del cigarrillo que estaba fumando encendió otro. Sí, ya sé, fumar hace mal y es un vicio papá, pero a esta altura tendrías que saber, que no fumar es también un vicio como cualquier otro. El padre no dijo nada y La Dama de Negro se sirvió un vaso lleno de whisky, se tomó una buena medida y volvió a llenar el vaso.
En una de las fotos estaba la abuela con todos sus nietos. La abuela la miraba a La Dama de Negro desde sus preciosos ojos claros, y ella le dijo, hace tiempo que no sueño con vos abuela, hace mucho. En una época soñaba siempre con vos o vos me visitabas en sueños, particularmente cuando estaba mal. Pero ahora hace mucho que no sueño con vos, por qué será. Siempre que soñaba con vos les decía a papá o mamá que había soñado con vos y era una fija, ellos iban a la agencia y jugaban un peso a nacional y provincia, y era fija, al otro día pasaban a cobrar. ¿O no, papá?
La otra foto no la pudo mirar, se le había nublado la vista. Volvió a tomar el vaso y bebió con ganas. Apagó el cigarrillo en el cenicero y encendió otro.
Y, ¿todavía no tomaste el mate?, se va a enfriar, le dijo La Dama de Negro a su padre, mirándolo, ahora sí, por primera vez, de frente, de lleno, a la cara.
¿No vas a decir nada? Te vas a quedar callado. Querés pasarme facturas, dale, es el momento, es ahora o nunca. Habla viejo hijo de puta. ¿No vas a decir nada? Bueno, te tiro letra, a ver… ¿Cómo andas papá? Y, acá ando, tirando. ¿Y en el laburo que onda? Y son unos hijos de puta esos, te explotan, son unos negreros. Ojo, laburo entra, siempre tienen trabajo y agarran más del que pueden y te hacen laburar como negro, pero después a la hora de pagar empiezan a llorarte, que no hay plata… va, lo de siempre, una cagada, es todo una mierda, se aprovechan porque saben que uno lo necesita y… Sí, sí, lo de siempre. Y ahora de qué querés hablar, ¿de mamá, de Claudia y Patricia, de qué? Dale, empezá, si es tu tema favorito. Estas muy loco papá y nos enfermaste a todos. Ya sé. Vos sos un buen tipo, un tipo que sólo quería lo mejor para su familia, que nunca faltó a su trabajo y que hizo todo por su familia, lo sé. Y algo de eso me llegó. Pero también estabas muy enfermo, muy loco, y nos lastimaste mucho durante muchos años, sin querer, claro, lo sé, no hay ironía en esto, en serio, lo sé, pero lo que hiciste lo hiciste. Si no supiera eso no estaría tomando mate acá con vos. Si no hubiera trabajado sobre mí misma durante años estaría tan loca como vos. Pero gracias a eso solo estoy casi tan loca como vos. Sí, sí, casi, para qué mentirnos, lo que se hereda no se quita. En fin, papá, me tengo que ir, se me hace tarde, me voy. ¿Me tirás hasta la estación? No, está bien, gracias, voy caminando. Sabés una cosa, imaginé muchas veces este momento, muchas, y sin embargo, ahora, todo es diferente a como lo imaginé, y en algún punto igual. Escucháme, hay algo que quiero decirte antes de irme, algo que alguna vez me dijo la prima Romina sobre vos y creo que eso te define de cuerpo entero, y por favor, no lo tomés como recriminaciones de una hija ya demasiado vieja para recriminar a sus padres por cagadas propias como si fuera una adolescente, nada que ver, lo que quería decirte, que me dijo una vez Romina y creo que se ajusta a vos y casi, casi, casi a mí, es lo siguiente: tu viejo no puede hacer las cosas sino todo mal. Eso quería decirte, papá, que hiciste todo mal, todo, sin quererlo, pero lo hiciste y es una cagada. ¿Hace cuántos años que estabas muerto? ¿Hace cuántos años papá que la muerte te obligaba a seguir a rajatabla el libreto de una vida que no existía? ¿Cuántos, papá? ¿Por qué decidiste seguir vivo el día que la muerte clausuró tus días? ¿Era necesario, papá? ¡Por qué! Por qué, por qué, por qué…
Después La Dama de Negro se levantó y cuando agarró su baso de la mesa, descubrió un papel con unas palabras escritas con la torpe caligrafía de su padre. En el papel estaba escrito el nombre de las dos hermanas y la madre de La Dama de Negro y el suyo, y debajo, siempre las quise, siempre las voy a querer, un beso, papá.
La Dama de Negro volvió a llenarse el baso y bebió. No te jode que peine una rayita delante de vos, ¿no? Sacó una tiza de debajo del poncho antibalas, se hizo lugar en la mesa, con un Tramontina rayó de ésta hasta hacer un montoncito, lo picó y peinó con el mismo cuchillo hasta tener una raya gorda y larga. Con un billete armó un canuto y aspiró todo de un saque. Tiró la cabeza para atrás y se quedó aspirando con fuerza, esperando que la droga bajara. Cuando volvió a mirar a su padre, le dijo, bueno ahora me voy. Se acercó y con dificultad le quitó la Lüger de su mano rígida. Le dio un beso y se dirigió a la puerta. Antes de posar su mano sobre el picaporte y salir, se detuvo, dio media vuelta, y volvió. Se quedó a unos pocos pasos de él, apuntó la Lüger a su pecho, amartilló el arma y calló de rodillas al piso. Desde ahí, intentó, nuevamente, hacer blanco en el pecho de su padre y no pudo. Entonces se llevó la Lüger a la sien y cerró los ojos. Intentó gatillar el arma pero no podía. Quería terminar con todo ya, pero no podía. Así estuvo durante un rato, de rodillas en el piso, con los ojos cerrados, llorando, con el arma amartillada, intentando volarse la cabeza. Cuando volvió a abrir los ojos, los fijó en los de su padre. Lentamente se levantó, volvió a apuntar al pecho de su padre y abrió fuego. Le pegó dos tiros en el corazón. Guardó la Lüger en su mochila y se fue, no sin antes cerrar la puerta con llave.
En la estación de Chilavert compró un boleto hasta Retiro, se lo mostró a los de seguridad para pasar al andén y se paró en la parada de diarios a ver las tapas de Gente, Caras, Pronto, Semanario, H, Playboy, y compró la revista de Luisito Ventura, Paparazzi. Luego caminó por el andén para poder subir a uno de los primeros vagones.
Mientras esperaba, con su mirada perdida en la nada, detrás de sus anteojos negros, prendió un cigarrillo. Fue ahí, justo ahí, que vio al cuzco, andando a duras penas entre los rieles del tren, del lado de las vías de donde vienen los trenes de Ballester a Suárez, y siguiendo ese rumbo. Era un cuzquito hecho pelota, que apenas podía caminar y tenía el ojo izquierdo fuera de su cuenco ocular, colgándole. Había cierta dignidad en esa marcha torturada, sin futuro. La Dama de Negro, se preguntó, para dónde estará yendo este hijo de puta, pobre. A su alrededor, empezó a escuchar a otros pasajeros, que estaban como ella, esperando el tren, decir, “ay mira ese perrito”, “lo va a pisar el tren”, “pobre, seguro que lo atropelló un auto”, pero nadie atinó a bajar a los rieles y rescatarlo. Todos se quedaron hipnotizados mirando la marcha torturada del cuzquito que apenas podía seguir con su vida a cuestas pero seguía. Entonces, el cuzquito, cuando estuvo a la altura de La Dama de Negro, torció su cabeza para mirarla. Se detuvo y la miró. Estas muerta, nena, como yo, le dijo el cuzquito a La Dama de Negro, como todos, y lo que sigue es tan incierto y carente de sentido como todo, y ahora que sabés la verdad, ¿qué vas a hacer? La Dama de Negro se iba a arrojar a las vías para rescatarlo, cuando de repente tuvo frente a sí el tren que venía de Suaréz y del otro lado llegó el tren que venía de Ballester. A su alrededor escuchó exclamaciones de pena por la suerte del cuzco y cuando iba a subir al tren, confundida, medio perdida, se dio cuenta que era el tren recaudador de TBA.
El tren recaudador venía vacío y con varios policías y seguridad privada, con escopetas recortadas, con pistolas en mano, que se desplegaron por el andén en el perímetro que rodeaba a la casucha de la boletería.
La Dama de Negro, sin dudarlo, sacó el control devenidor que le había regalado Jorge Panesi y se autodevino gendarme. Sacó de la cartuchera su automática calibre 38 y avanzó hacia la policía. Cuando tuvo al alcance de la mano a dos de ellos, les dijo, hola, cómo va, y antes de que pudieran responder los fusiló a quemarropa con un tiro en la cabeza a cada uno.
De repente el lugar se llenó de confusión y caos. La Dama de Negro se movió con precisión y sangre fría. Individualizó a un tercero y lo bajó. Tomó la escopeta recortada de éste y disparó bajando a un cuarto. Todavía faltaban tres. Dos ya se habían refugiado en el tren con la recaudación de la boletería y el tercero estaba escondido en el quiosco de revistas. El tren ya empezaba a andar y ella corrió para subir a él. Cuando estaba por perderlo, se arrojó al vagón por una de las puertas y el que estaba escondido en el quiosquito le apuntó dándole en la espalda. Las puertas se cerraron y el tren empezó a andar a toda marcha. La espalda le dolía pero el poncho negro anti balas que usaba le había amortiguado el impacto. Rápidamente se hizo devenir policía y se levantó. Cambió el cargador de su 38 y dolorida, se dirigió al vagón donde se encontraban los otros policías. Éstos estaban comunicando por celular lo que acababa de suceder a sus superiores y no se percataron que ese que venía hacia ellos no era un compañero. La Dama de Negro pudo haberlos matado desde donde se encontraba, pero no lo hizo, se acercó y cuando los tuvo al lado, recién entonces, apuntó al primero y le voló la cabeza, y al segundo, le pegó una patada voladora que lo tiró contra una de las puertas. Éste intentó desenfundar el arma de la cartuchera y antes de lograrlo La Dama de Negro estaba sobre él pegándole en la cara hasta matarlo a golpes.
Después se volvió a devenir ella misma y fue a buscar al que conducía el tren de caudales de TBA. Era un tipo de mediana edad y al verla se sorprendió. Ella no dudó, le ordenó, acelerá, poné el tren a full y no pares hasta Retiro. El tipo, quiso explicar que si hacían eso se iban a cruzar con algún otro tren, chocar y descarrilar. Dale la máxima velocidad que alcance este cacharro. El otro dudó. La Dama de Negro lo obligó a morder con sus muelas el frío odio de su 38, y le preguntó, ¿vas a hacer lo que te ordeno o no? En sus ojos vio miedo y duda. Es una lástima “beiby”, no te iba a hacer nada y gatilló. Los sesos del pobre infeliz salpicaron los vidrios de la cabina del maquinista.
La Dama de Negro estudió los comandos y al cabo de un instante puso el tren a volar sobre las vías. Después volvió al vagón y traspasó toda la plata a un solo bolso. Intentó calcular a ojo cuánto habría, suficiente, dictaminó. Y se fue a sentar a un asiento a fumarse un pucho tranquila.
Cuando el tren estaba por llegar a Belgrano R., agarró la recaudación, su mochila y fue a una de las puertas. La abrió con una llave que colgaba de un panel que estaba al lado de una de las puertas y se arrojó, achicándose toda sobre sí misma como si fuera un bichito bolita y tomándose la cabeza, a un campito que hay a una o dos cuadras antes de llegar a la estación de Belgrano R. El golpe contra el pasto fue brutal. Rodó y terminó contra un paredón que la detuvo y la hizo rebotar. Así permaneció un par de minutos semi inconsciente.
Al volver en sí, como pudo, se levantó. Le dolía todo. Se intentó sacar el polvo y el pasto que tenía por todo el cuerpo y sacó Carilinas. Se las pasó por la cara y éstas quedaron manchadas de sangre. Como no había tiempo que perder, buscó en su mochila el control remoto devenidor. Se fotoshopeó para maquillar un poco el bochorno que era su cara y se hizo devenir ella misma para que nadie notara que estaba toda sucia y rota.
Del campito bajó a la calle y caminó paralelo a las vías hasta encontrar la calle Pampa y empezó a subir por ésta rumbo a avenida Cabildo.
Necesitaba un Chino Loco para formularle algunas preguntas y un lugar donde guardarse para pensar qué debería hacer ahora.
Al llegar a la librería de viejos El Banquete, entró y fue derechito al fondo y encaró a su dueña. Hacía años que compraba libros ahí y ésta le preguntó a La Dama de Negro cómo andaba. Bien, le respondió, he conocido mejores momentos que nunca viví, pero bien. Y le preguntó si tenía un Chino Loco. Un qué… preguntó desconcertada la dueña de El Banquete. Un I-Ching, nena, un I-Ching, ¿tenés? Lo tenía. La Dama de Negro sacó del saco de recaudaciones un puñado de billetes que era mucho más de lo que valía el libro y lo dejó sobre el mostrador. Dijo, “vay vay”, y se marchó, sin esperar respuesta ni que la otra le diera el vuelto.
En la esquina de Ciudad de la Paz se quedó parada, pensando a dónde ir. Entonces recordó que Roberto Petinato tenía sus oficinas por ahí. Ellos se habían hecho grandes amigos en la época en que Petinato se dedicaba a escribir cuentos y tocar música y cagarse de hambre. Por ese entonces Petinato había editado un libro por Ediciones de La Flor y como a La Dama de Negro le había gustado lo incluyó como bibliografía obligatoria en su comisión y lo contactó a Petinato para invitarlo a dar una charla a sus alumnos. Así había comenzado una amistad que ya llevaba largos años.
En Cabildo encontró un teléfono público. Llamó. Petinato estaba descansando para ir en un rato al canal para grabar su programa de trasnoche. Le explicó suscintamente su situación y le pidió que la guardara un par de horas en su departamento. Éste, claro, le dio su dirección y cuando La Dama de Negro aventuró un: pero mira que… la dejó hablando sola, le colgó.
El edificio quedaba a unas cinco cuadras y cuando llegó a la puerta Petinato estaba esperándola. Le abrió y subieron a su departamento. La Dama de Negro intentó explicarle detalladamente su día, pero Petinato le dijo, ya vi todo por la tele, lo acabo de ver, no están hablando de otra cosa que de vos en todos los programas, nena. Ella buscó un sillón y se desplomó en él. Y Petinato, que había ido a la cocina, volvió con dos whiskys, le pasó uno, y le dijo, linda cagada te mandaste. Ella sólo le pudo sonreír amargamente y con el torso de la mano le acarició el rostro. Gracias, bombón, dijo.
Petinato ya se tenía que ir, pero le dejó las llaves de su departamento oficina y le dijo que dispusiera de él, que durante los próximos días no lo pisaría, que se cuidara y que cualquier otra cosa en que la pudiera ayudar no dudara en llamarlo.
Cuando se quedó sola, se trajo la botella de whisky a la mesa ratona, prendió la tele –era verdad, todos los canales sólo hablaban de ella— y sacó al Chino Loco. Durante una hora, estuvo haciéndole preguntas, que éste, no vaciló en responder. La pregunta importante, la que nos interesa acá, que le formuló al Chino Loco, contenía solo una palabra: Uma. Y el Chino Loco ésto le respondió:
Éste signo señala el tiempo en el cual todavía no se ha consumado la transición del desorden al orden. La transformación, por cierto, ya está preparada, puesto que todos los trazos del trigrama de arriba guardan relación con los del trigrama de abajo. Pero todavía no se hallan en su sitio. Mientras que el signo anterior se asemeja al otoño que forma la transición del verano al invierno, este signo es como la primavera que, partiendo del período de estacionamiento del invierno, conduce hacia el tiempo fértil del verano. Con esta esperanzada perspectiva concluye el Libro de las Mutaciones.
El Dictamen.
Antes de la Consumación. Logro.
Pero si al pequeño zorro,
cuando casi ha consumado la travesía,
se le hunde la cola en el agua,
no hay nada que le sea propicio.
Las circunstancias son difíciles. La tarea es grande y llena de responsabilidad. Se trata nada menos que de conducir al mundo para sacarlo de la confusión y hacerlo volver al orden. Sin embargo, es una tarea que promete éxito, puesto que hay una meta capaz de reunir las fuerzas divergentes. Sólo que, por el momento, todavía hay que proceder con sigilo y cautela. Es preciso proceder como lo hace un viejo zorro al atravesar el hielo. En la China es proverbial la cautela con que el zorro camina sobre el hielo. Atentamente ausculta el crujido y elige cuidadosamente y con circunspección los puntos más seguros. Un zorro joven que todavía no conoce esa precaución, arremete con audacia, y entonces puede suceder que caiga al agua cuando ya casi la ha atravesado, y se le moje la cola. En tal caso, naturalmente, todo el esfuerzo ha sido en vano.
En forma análoga, en tiempos anteriores a la consumación la reflexión y la cautela constituyen la condición fundamental del éxito.
La Imagen.
El fuego está por encima del agua:
La imagen del estado anterior a la transición.
Así el noble es cauteloso en la discriminación de las cosas,
a fin de que cada una llegue a ocupar su lugar.
Cuando el fuego, que de todas maneras puja hacia lo alto, se halla arriba, y el agua, cuyo movimiento es descendente, se halla abajo, sus efectos divergen y quedan sin mutua relación. Si se desea tener un efecto, es necesario investigar en primer lugar cuál es la naturaleza de las fuerzas que deben tomarse en consideración y cuál es el sitio que les corresponde. Cuando a las fuerzas se las hace actuar en el sitio correcto, surtirán el efecto deseado y se alcanzará la consumación. Pero a fin de poder manejar debidamente las fuerzas exteriores, es menester ante todo que uno mismo adopte un punto de vista correcto, pues sólo desde esa mira podrá actuar adecuadamente.
Se le hunde la cola en el agua.
Humillante.
En tiempos de desorden se siente uno tentado a descollar cuanto antes, a fin de realizar algo notable. Pero semejante entusiasmo no conduce más que al fracaso y a la humillación, mientras no haya llegado el momento de actuar. En tales épocas será prudente guardar reserva, para eludir así la afrenta del fracaso.
En verdadera confianza se bebe vino.
No hay falta en ello. Pero cuando uno se moja la cabeza,
en verdad la perderá.
Antes de la consumación, en el umbral de los tiempos nuevos, se junta uno con los suyos, en plena confianza mutua, y deja que transcurra el tiempo de la espera disfrutando de una copa de vino. Puesto que la nueva época ya esta en ciernes y comenzará inmediatamente, no hay falta en ello. Sin embargo, al proceder así, es necesario cuidarse de exceder la justa medida. Si en un exceso de ímpetu travieso se vierte el vino sobre la cabeza, se pierde la situación favorable, por falta de moderación.
Arriba se halla Chen, el hijo mayor, abajo Tui, la hija menor. El hombre toma la delantera, la muchacha le sigue gozosa. Se describe así el ingreso de la muchacha en la casa del hombre. Hay en total cuatro signos que describen las relaciones entre cónyuges. El Nº 31, Hsien, “Influjo omnívoro” describe la atracción que se ejerce recíprocamente en una joven pareja. El Nº 32, Heng, “La duración” describe las condiciones duraderas del matrimonio. El Nº 53, Chien, “La evolución” describe los procesos demorados y ceremoniales al consertarse un matrimonio correcto. El Kuei Mei, “El casamiento de la muchacha” muestra finalmente a un hombre de edad mayor seguido por una joven muchacha que se va a casar con él.
El Dictamen.
La Desposada.
Las empresas traen desventuras.
Nada que fuera propicio.
Una muchacha recibida en la familia sin ser esposa principal debe conducirse con particular cautela y reserva. No debe intentar por sí sola desplazar al ama, pues esto implicaría desorden y acarrearía condiciones de vida insostenibles.
Lo mismo es válido para toda clase de relaciones libres entre la gente. Mientras que las relaciones legalmente ordenadas evidencian un firme nexo entre deberes y derechos, las relaciones humanas electivas destinadas a perdurar se fundan puramente en una actitud de reserva inspirada en el buen tino.
El principio de tales vínculos por inclinación tiene máxima importancia en todas las relaciones del mundo. Pues de la alianza de Cielo y Tierra procede la existencia de la naturaleza toda, de modo que también entre los hombres la inclinación libre constituye el principio primero y último de la unión.
La Imagen.
Por encima del lago se halla el trueno:
La imagen de la muchacha que se casa.
Así el noble, por la eternidad del fin
reconoce lo perecedero.
El trueno excita las aguas del lago que reverberan a su saga en las olas rutilantes. Es esta la imagen de la muchacha que sigue al hombre de su elección. Empero, toda unión entre humanos encierra el peligro de que subrepticiamente se introduzcan desviaciones que conducen a malos entendidos y desavenencias sin fin. Por lo tanto, es necesario tener siempre presente el fin. Cuando los seres andan a la deriva, se juntan y se vuelven a separar, según lo disponen los azares de cada día. Si, en cambio, apunta uno a un fin duradero, logrará salvar los escollos con que se enfrentan las relaciones más estrechas entre los humanos.
La muchacha que se casa como concubina.
Un cojo que puede pisar con firmeza.
Las empresas traen ventura.
Los príncipes de la antigüedad establecían una firme jerarquía entre las damas del palacio, subordinadas a la reina como suelen estarlo las hermanas menores respecto a la mayor. Procedían éstas con frecuencia de la familia de la reina, y ella misma las conducía hacia su esposo.
Esto significa que una muchacha joven, si de común acuerdo con la esposa ingresa en una familia, no ocupará exteriormente el mismo rango de aquella; modestamente, se mantendrá en segundo plano. Pero sabiendo cómo integrarse en la relación total, adquirirá una posición enteramente satisfactoria, y se sentirá protegida por el amor de su esposo, al que da hijos.
El mismo significado se presenta en las relaciones entre funcionarios. Un príncipe tal vez disponga de un hombre que es su amigo personal y al que brinda su confianza. Este hombre, con buen tino, deberá ocupar un segundo plano a la vera del ministro oficial de Estado. Pero aun cuando, debido a semejante posición, se encuentre impedido como un lisiado, podrá con todo llevar a cabo alguna obra gracias a la bondad de su naturaleza.
La mujer sostiene el cesto, pero no hay frutos en él.
El hombre apuñala a la oveja, pero no fluye sangre.
Nada que fuese propicio.
Durante el sacrificio ofrendado a los antepasados, a la mujer le correspondía dar los frutos en un cesto, y al hombre degollar personalmente el animal del sacrificio. En ese caso las formalidades se cumplen solo superficialmente. La mujer toma un cesto vacío, el hombre apuñala una oveja ya sacrificada anteriormente, con el sólo fin de guardar las formas. Pero esta actitud frívola, nada devota, no promete dicha alguna en el matrimonio.
Cuando se sentó frente a la computadora, entró en Yahoo y abrió su cuenta. Tenía mil correos de Chicas de Letras y algunos amigos preguntando por ella y cómo poder ayudarla y que acababan de ver todo por la tele. Ella se limitó a chequear algunos y luego escribió un mail. Era breve: Quiero verte. Y escribió la dirección de Uma Thurman y cuando lo iba a mandar, se dio cuanta que ella no respondería o respondería ya tarde. Pensó, entonces, en mandarle un mail explicándole todo, por qué necesitaba verla ya, pero así no tenía sentido nada y cerró su cuenta de Yahoo.
Ya eran las seis de la tarde cuando llamó al jefe de los Pitufo-Bolivianos, a Papá Pitufo. Ahora estaba todo bien con los Pitufo-Bolivianos, durante mucho tiempo no, pero ahora sí. Lo que había sucedido es que éstos habían perdido terreno y se habían transformado en los malos, en el chivo expiatorio, desde que Julio Benito Barreda había articulado una mega alianza entre las más altas esferas del gobierno, La Mafia China, los sojeros y sus Agro Negocios y la gente de Sociales. Y como éstos querían copar Puán y borrar del mapa a los Pitufo-Bolivianos, las Chicas de Letras y los Pitufos habían tenido que aliarse para no sucumbir ante el poder demoledor de esa máquina infernal que había pergeñado Julio Benito Barreda.
Lo primero que le dijo Papá Pitufo cuando atendió, fue un largo rosario de insultos. Cuando se cansó de putearla, le informó, dame 48 horas y te armo un plan de fuga y después aunque te busquen no te van a encontrar. ¿Podés aguantar 48 horas?
¿Me queda otra, Papá? Sí, claro, creo que puedo, dijo La Dama de Negro.
Ok.
No, pará. Necesito algo más. Del otro lado de la línea se escuchó un silencio como toda respuesta. Necesito que me localices a Uma Thurman y me la traigas, necesito verla.
¡¡¡A quién!!! Pero vos estás reloca. Vos me estas pidiendo que te secuestre a la amante de Julio Benito Barreda, a Uma Thurman, y ni más ni menos que para entregársela a la mujer más buscada de la Argentina hoy. No, nena, estás reloca.
No, para, Papá, necesito hablar con ella antes de desaparecer.
Y yo necesito muchas cosas y no digo nada… Por ejemplo, ahora, necesitaría que entre por la puerta Pamela David y me interrumpa la charla que estamos manteniendo para decirme, “papi, me muero de ganas de chuparte la pija, si no te chupo la pija ya, me muero”, y yo apartarla fingiendo fastidio y decirle, “no me jodas, nena, ¿no me ves que estoy trabajando?, hacéme un favor, sentáte en ese sillón que está ahí y mientras yo trabajo vos hacéte una paja, pero eso sí, no dejés de mirarme mientras te la hagas, andá, por favor, andá, perra, y por favor no gimas ni emitas sonido alguno porque me vas a distraer y no voy a poder seguir con mi trabajo, ¿entendiste?”. Eso necesitaría yo en este preciso momento, ¿qué me contás, eh?
Mirá, Papá, estuve hablando acá con el hijo de puta del Chino Loco y tengo que verla.
Y qué te dijo ese Chino Loco.
Giladas, qué me va a decir ese Chino hijo de puta, pero hasta ahora siempre que lo consulté, siempre eh, me cantó las cuarenta…y necesito verla, por favor, “plisss, Fader, plisss”.
Esta bien, a dónde te la llevo.
Ahora estoy en el depto de Peti pero no me quiero quedar acá porque lo voy a dejar pegado y no quiero. Estoy en Belgrano. ¿En cuánto creés que me la podes conseguir?
Supongo que si todo sale bien y solo está custodiada por un par de guardaespaldas, tipo diez de la noche te la entrego con un moñito para regalo.
Bien, yo voy a estar a las diez de la noche en el primer piso de la confitería Manhatan.
Después arreglaron algunos trámites operativos para las próximas 48 horas y la fuga y colgaron.
Hasta las diez de la noche La Dama de Negro ocupó su tiempo en bañarse, perfumarse, fotoshopearse, mandar un mail a Charles Bronson y dormir una pequeña siesta reparadora.
A las diez y media de la noche, La Dama de Negro, ya iba por el tercer whisky. Tenía sobre las rodillas su automática, oculta debajo de una servilleta y fumaba como loca. Cuando vio aparecer por el descanso de la escalera que conducía al primer piso de la confitería Manhatan a Uma Thurman del brazo de Charles Bronson. Y detrás de ellos venía El Duende Japonés y La Gorda Derrida, que se ubicaron en una mesa cercana a la escalera desde donde podían controlar todo el movimiento de la parte inferior de la confitería.
Charles Bronson y Uma Thurman al llegar a la mesa se detuvieron. La cara de La Dama de Negro se iluminó, y, de repente, los años, los cadáveres, los golpes, la sangre, toda la mierda que estaba tatuada en su cara se desvaneció. Intentó disimular, sin lograrlo, la alegría de ver a Uma Thurman frente a ella y haciendo un ademán con su mano derecha la invitó a sentarse.
Charles Bronson le informó a La Dama de Negro que había en la zona ocho Pitufo-Bolivianos monitoreando todo, pero que tenían orden de no intervenir salvo expresa indicación de Papá Pitufo. Que tenía media hora, ni un minuto más, para charlar con Uma Thurman y que después él, con El Duende Japonés y La Gorda Derrida, tenía que entregársela a los Pitufo-Bolivianos y ellos se encargarían del resto. Después se fue a sentar a una mesa que daba a un ventanal desde donde se podía ver toda la avenida Cabildo.
Acá seguirían cinco páginas de archivo Word del diálogo que mantuvieron La Dama de Negro y Uma Thurman. Pero como este diálogo es muy íntimo y no tengo ganas de inventar uno apócrifo ni de maquillar el real, que cada cual reponga las palabras que faltan en las cinco páginas que siguen.
Bueno, me voy, me tengo que ir, ahí Charles Bronson me hace señas de que se terminó nuestro tiempo, dijo Uma Thurman, levantándose de su silla y acercándose a La Dama de Negro. Ésta hizo lo mismo y cuando quiso saludarla, de repente, se encontraron envueltas en un beso. Pero no un beso cualquiera, tipo, un beso y ya. Sino un beso tipo pendejitas de 13 o 14 que se escapan una tarde de un día de semana para encontrarse con un chico en la plasita del barrio y terminan apretando mal a la vista de todos. Y mientras ésto sucedía, sonaba de fondo, envolviendo la escena sobre sí misma, en una húmeda, tenue, leve luz, que tornaba dolorosa y dulce, la estela de los actos, de ese momento imposible, una bellísima versión unplugged del tema Con toda palabra, interpretada por David Viñas y su The Punk Fuking Band:
Con toda palabra
Con toda sonrisa
Con toda mirada
Con toda caricia
Me acerco al agua
Bebiendo tu beso
La luz de tu cara
La luz de tu cuerpo
Es ruego el quererte
Es canto de mudo
Mirada de ciego
Secreto desnudo
Me entrego a tus brazos
Con miedo y con calma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma
Con toda palabra
Con toda sonrisa
Con toda mirada
Con toda caricia
Me acerco al fuego
Que todo lo quema
La luz de tu cara
La luz de tu cuerpo
Es ruego el quererte
Es canto de mudo
Mirada de ciego
Secreto desnudo
Me entrego a tus brazos
Con miedo y con calma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma
Fue ahí, justo ahí, cuando entonces, El Duende Japonés le hizo una seña a Charles Bronson. Era la seña convenida si veía a la cana. Acaba de entrar a la confitería el comando GEO. Charles Bronson sacó el control remoto devenidor que Jorge Panesi le había prestado cuando éste le contó la operación a la que debía asistir para ayudar a la super héroe periférica de Puán. (A todo esto La Dama de Negro ni enterada apretando descaradamente con Uma Thurman). Apuntó el control remoto a dos viejas que estaban cenando y las hizo devenir Uma y La Dama. Y a ellas dos las devino el Rusito Verea a La Dama de Negro y Esteban Schmidt a Uma.
Al notar el devenir, en Ruso Verea, La Dama de Negro se percató de lo que estaba sucediendo y tomó a Uma devenida Esteban Schmidt de la mano y se dirigió lo más tranquila que pudo hacia la escalera. Los del comando GEO pasaron a su lado y apuntaron directo al cuerpo de la falsa Dama de Negro y la acribillaron.
Al escuchar los tiros el lugar se transformo en un pandemónium. Antes de llegar a la puerta, La Dama de Negro sin soltar a Uma de su mano, se detuvo para mirar para atrás y comprobar que El Duende Japonés, La Gorda Derrida y Charles Bronson le cubrían las espaldas. Entonces los del comando GEO que estaban arriba informaron por un sistema de comunicaciones interno que a la que habían acabado de acribillar no era La Dama, que no dejaran salir a nadie, que hicieran cerrojo sobre el lugar y la zona.
La Dama de Negro, soltó la mano de Uma y sacó su automática y la Lüger –de papá—, y lo mismo hicieron Charles Bronson, El Duende Japonés y La Gorda Derrida. Abrieron fuego sin asco, disparando a tontas y locas, buscando despejar y ganar la puerta. Cuando por fin llegaron a ésta, Bronson y La Dama de Negro les quitaron a dos cadáveres del comando GEO sus ametralladoras y mientras abrían un fuego cruzado, cubrieron la salida de Uma que iba custodiada por El Duende Japonés y La Gorda Derrida. Bajaron por Pampa, alejándose de Cabildo, con las balas silbándoles a diestra y siniestra. En la esquina una trafik abrió sus puertas y aparecieron dos Pitufo-Bolivianos con armas largas. Les ordenaron que subieran y la trafik arrancó quemando llantas y sacudiendo sin asco a lo que se moviera. Dos cuadras mas adelante los interceptó un móvil del comando GEO y uno de los Pitufo-Bolivianos sacó una bazooka y lo mandó al infierno.
Media hora después, en un estacionamiento de la zona de Caballito, a Uma Thurman la subieron los Pitufo-Bolivianos a un auto y se la llevaron, para devolvérsela a Julio Benito Barreda. Y lloraba. Ella lloraba.
Cuando el auto desapareció del estacionamiento La Dama de Negro besó y abrazó a sus compañeras. Era un manojo de huesos sin alma. Todo había salido mal, desde que le habían levantado el programa de televisión, Las Chicas Tivi (1), todo había salido mal y la vida se había vuelto un trompo loco sin sentido. Entonces apareció otro auto, con el Teto Medina y Cae en su interior, le arrojaron una botella de whisky Maclin –con cuarenta años de añejamiento—, y al unísono, dijeron, ¡subí, que te llevo! Ella obedeció y el auto partió. En el asiento trasero, despatarrada, cansada, con el Teto Medina y Cae hablando boludeces para distraerla, abrió la botella, brindó, sin saber muy bien por qué, se largó a llorar y besó el pico de la botella.
No me arrepiento de este amor
aunque me cueste el corazón
amar es un milagro y yo te amé
como nunca jamás lo imaginé
Tiendo a arrancarme de tu piel
de tu recuerdo de tu ayer
yo siento que la vida se nos va
y que el día de hoy no volverá
Después de cerrar la puerta
nuestra cama espera abierta
la locura apasionada del amor
Y entre un te quiero y te quiero
vamos remontando al cielo
y no puedo arrepentirme de este amor
No me arrepiento de…
Zhzhzhzhzhzhzhzhzhhzhz
zzzhzhzhhzhzhzhhzhzh…
… contigo en la distancia
amada mía… zzhzhzhhhzz…
¡Dejá ahí, Teto!, suplicó, ronca, sin vos, La Dama de Negro. Dejá ahí, la radio, a Caetano, “plis”.
No existe un momento del día
en que pueda apartarme de ti
el mundo parece distinto
cuando no estas junto a mí
No hay bella melodía
en que no surjas tú
ni yo quiero escucharla
si no la escuchas tú
Es que te has convertido
en parte de mi alma
ya nada me consuela
si no estás tú también
Más allá de tus labios
del sol y las estrellas
contigo en la distancia
amada mía, estoy…
ADIÓS, MUÑECA.
El mundo va a devorarse en su propia maldad; va a ahogarse en su propia sangre, dijo, La Dama de Negro, con la mirada hundida en las llamas de la fogata, sólo alterada, por la intensidad de las ráfagas de viento, que la hacían crecer hasta casi extinguirse.
La Dama de Negro, junto a sus compañeros de grupo de estudio, el Teto Medina y Cae, estaban sentados en ronda, en posición de loto, frente a una fogata improvisada en los techos de Puán. Era de madrugada y a no ser el ruido del viento silbando con fuerza, el barrio estaba tan silencioso y tranquilo como un cementerio. Hacía horas que estaban así, sentados, tomando té de aloe vera, alimentando el fuego, charlando, con la mirada fija en las llamas. Más allá del círculo de luz que generaba la fogata sobre el techo de Puán, las sombras, se cernían, a sus espaldas, tenues, interferidas por un cielo limpio y la luna llena. Pero había algo de inverosímil en esa realidad, que hería las categorías del espacio y el tiempo convencionales, y que les otorgaba a los tres amigos, cierta frágil lucidez, casi sobrenatural, que alteraba sus miradas y operaba sobre sus palabras.
El mundo agoniza y nosotros con él, prosiguió La Dama de Negro, extática, dirigiéndose a Cae y el Teto Medina que, como ella, tenían la mirada perdida en las llamas, que esa noche parecía ser lo único que gozaba de libre albedrío. ¿Acaso no escuchan sus gemidos insoportables, terribles, inaudibles? Que es uno y el mismo gemido: el del mundo y el de nuestras propias vidas. El mundo se reorganiza y reconfigura cada mañana volviendo real hasta en las cosas más cotidianas y mínimas ese gemido para el cual estamos ciegos, sordos y mudos. ¿Acaso qué otra cosa son esas mañanas del fin del mundo: con sus resacas; con sus mundos objetivos; con sus obligaciones y deberes; con sus valores de cambio y uso; con su baba pornográfica de besos criminales cincelando el tormento de cuerpos a los que se le ha secuestrado el deseo; con su matriz técnica que reformatea he in-forma cada vez el cuerpo y alma mientras tomamos tres mates apresurados; sus trabajos que sólo garantizan el consumo insaciable de una ansiedad que se sostiene en el mercar con la desgracia ajena; con sus ideólogos ontológicos, con su aura de creatividad publicitaria, creando las condiciones de una realidad inodora, incolora, indolora donde al dolor y la muerte se les sustrae toda su carga trágica y se las margina y desplaza a las zonas hegemónicas de las variables estadísticas, económicas, farmacológicas, políticas; con su manejo excepcional de los tonos y giros, de los tiempos y la economía del relato, guionando melodramas asesinos? ¿Acaso no escuchan ese gemido inaudible del mundo que no es otra cosa que nosotros: en medio de una fiesta, viajando en colectivo, acariciando al perro, pensando teoría, escribiendo un cuento, conduciendo o viendo un programa de televisión, cuando nos sacamos un moco de la nariz, cuando nos casamos y tenemos hijitos y compramos la casita y el autito y el celu y el plasma, cuando ascendemos o descendemos en el mercado laboral o del deseo? ¿Y si por un momento nos despojáramos de todo y nos limitáramos a intentar escuchar ese gemido que subyace en todos nuestros actos y pensamientos como un vacío intolerable que dominamos a base de negarlo y sobresaturarlo de imágenes y ruidos y palabras e ideas y melodramas y amores y trabajos y drogas e informaciones y plata y patologías e ideologías y poder y violencia? Entonces, ¿qué escucharíamos? Escucharíamos el gemido del mundo que agoniza con nosotros o nosotros con él. Y escucharíamos en ese gemido inaudible brotando de la nada de la deriva inhumana lo que le devolvería al esperpento deshilachado del espíritu que nos habita y hace, si fuéramos capaces de escuchar ese gemido, claro está, lo que le restituiría la vitalidad y sentido a lo humano que se ha extraviado en la soledad inaudita de una época siniestra y terrible, con sus brujos y hechizos de magia negra, que tornan a la pesadilla que nos sueña en un paisaje amortiguado, emotivo y bello, donde el amor ha sido desguasado al ser, sustraído al dolor y la muerte de la tensión que tonificaba y templaba al alma frente al exceso del don de la existencia. El mundo agoniza en cada uno de nosotros y en todo, recordándonos que el mal existe en lo inhumano que nos hace ciegos sordos y mudos al dolor de la muerte de lo humano que gime agonizante, inasible, olvidado frente a los escombros y ruinas del amor que se aleja y extingue dejándonos solos y desnudos… Luego de decir estas palabras, La Dama de Negro calló. Y los tres amigos permanecieron así, en silencio y estáticos, mirando el fuego, un tiempo imposible de cronometrar, definir, eterno, pero que no duró más que unos minutos.
Luego La Dama de Negro desvió la vista del fuego. Sus compañeros notaron que en las pupilas de sus ojos ardían dos llamas semejantes a las de la fogata. Agarró sus anteojos negros y se los puso. Se levantó y acercó a Cae. Se agachó y tomó su cara entre sus manos y le dio un beso en la boca. Luego se acercó al Teto Medina y con los dedos de ambas manos agarró sus bigotes. Con fuerza, con violencia, con amor. Después se alejó de la fogata y sus compañeros, hacia el borde de los techos de Puán. Se detuvo en la cornisa. Dijo unas palabras ininteligibles, que nadie escuchó. Pegó un salto, como quien salta de un trampolín para efectuar un clavado y se entregó al vacío. Antes de escuchar el ¡¡¡PAAAFFF!!!, seco, brutal, nítido, de su cuerpo contra el cemento de la calle, el Teto Medina y Cae, escucharon un grito desgarrado que atravesó sus almas.
No habría pasado un minuto cuando el Teto Medina y Cae, a su vez, dejaron la posición de Loto en que se encontraban y se asomaron a la cornisa. Miraron hacia abajo, hacia el lugar donde se había arrojado e incrustado La Dama de Negro. En la calle no había nada. Ni masa encefálica, ni sangre, ni el cuerpo desarticulado, roto, intentando confundirse con el asfalto. Ni nada. No había nada. Sólo la calle iluminada por la luna y las luces de la ciudad. Cae y el Teto Medina se miraron, sus caras irradiaban felicidad y una sonrisa se dibujó en sus labios; y a sus espaldas, se apagó de forma súbita, el fogón, que habían improvisado en los techos de Puán.
Continuará…
Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
LAS CHICAS TIVI.
I
Todos los martes, a las 9 de la noche, el grupo de estudio de La Dama de Negro, se reunía en el Bar La Orquídea, que queda en la esquina de Corrientes y Francisco Acuña de Figueroa. En una de las mesas que da a Corrientes, estaban sentados: el Teto Medina, Cae, La Gorda Derrida, Ariel Schetinni, Hellow Kety, y faltaba La Dama de Negro que caería de un momento a otro.
Tomaban cerveza, comían maníes, fumaban, y charlaban alegremente, con espíritu crítico, acerca de la realidad del país, sus parejas, los tejes y manejes de la facultad, la bomba que había tirado a la tarde Jorge Rial en su programa de tele acerca de Susana Giménez, de todo, menos del objeto de estudio que los convocaba: las tecnologías del yo como uno de los ejes posibles en la novelística de Laiseca. Igual en cuanto llegara La Dama de Negro se acabaría la cháchara y Hellow Kety tendría que exponer un texto que se le había dado para leer, para luego debatir y pensar entre todos hasta altas horas de la noche.
Che, boluda, esa que está sentada en esa mesa de allá, ¿no es América Cristo-Falo?, preguntó Schetinni a La Gorda Derrida. América era la titular de la cátedra Literatura de Locas de Ayer y Hoy, hija fruto de un amor de verano entre Guillermo Saavedra y Roberto Ferro. (Sí, en Letras los hombres pueden concebir vida, quedar embarazados y al cabo de cuarenta y cinco días dar a luz a una conchudita, gracias a los avances de la ingeniería genético-alquímica que desarrollaron los Pitufo-Bolivianos. El aporte fundamental que efectuaron los ingenieros genético-alquímicos para permitir a los hombres concebir vida, es muy complejo de explicar. Pero, básicamente, éstos descubrieron que el secreto último de la vida no se hallaba en el ADN sino en el Óvulo Loco. Una vez descubierto el Óvulo Loco que duerme en toda mujer, que es una suerte de Alien, el octavo pasajero, los ingenieros genético-alquímicos lo estudiaron hasta lograr aislarlo y hacerlo reproducir de forma artificial en probetas de ensayo. Cuando por fin se logró que no mediara diferencia alguna entre el Óvulo Loco femenino y su Clon se pasó a la segunda fase de la investigación: ¿cómo hacer para inocular este Óvulo Loco en un organismo masculino, sin que éste lo rechace, para que pueda concebir vida? Esta segunda fase requirió años de prueba y error, en animales primero, y en seres humanos después. Como es de publico conocimiento, el proyecto científico tuvo hasta hoy una parte exitosa y otra, que si bien no es negativa, al menos sí no ha podido ser llevada a su máxima feliz concreción. Ya que si bien se ha logrado que tanto mujeres como hombres en Letras quedaran embarazados, gracias a el octavo pasajero, el Óvulo Loco, todavía no se ha podido desentrañar por qué a los hombres a los que se le ha inoculado el Óvulo Loco al momento de parir no traen a la vida un bebe común y corriente, es decir, un varón o nena, sino una conchudita.)
Sí, es América, le respondió La Gorda Derrida muy concentrada, con la vista fija en el platito de maníes. ¿Hace cuántos meses que venimos a este bar todos los martes y nunca la viste? ¡Está siempre sentada en esa mesa, a la hora que pasés está sentada ahí! Y si no está sentada en esa mesa es porque fue al baño o porque está dando clases en Puán. ¿Pero en serio, nunca la viste, nene?
No, la verdad que no, boluda. ¿Y qué hace ahí todo el día?
¡Todo el día y toda la noche!, y remarcó La Gorda Derrida la palabra noche.
Qué, no entiendo, se interesó Hellow Kety.
La Gorda Derrida, suspiró, cansada.
Yo no sé dónde viven ustedes, ¿adentro de un pote de mayonesa Hellmans? ¿No saben qué hace América para ganarse la vida a parte de dar clases en la facu?
Ahora en la mesa se había producido un silencio total. La Gorda Derrida había logrado concitar la atención de toda la mesa.
Vende, dijo La Gorda, he hizo un gesto con la mano derecha de llevarse algo a la nariz. Vende gilada, la loca.
¿En serio?, preguntó el Teto Medina. ¿Y es buena?
Y… yo le compré un par de veces. Un poco saladito el precio, 100 pesos el gramo, pero rica, rica la hija de puta como la chonta de tu madre, Teto, casi tan rica como la concha de tu madre cuando se vuelve jugosa como un churrasquito apenas cocinado vuelta y vuelta en la plancha y te lo llevas a la boca… y sí, está buena, Teto, casi tanto…
Che, gracias, sí, ya capté la idea Gorda, pero pará un poquito ¿viste?, se enojó el Teto Medina. ¿Y si hacemos una vaquita y compramos algo?, se entusiasmó y miró cómplice a todos a ver quién se enganchaba.
El grupo de estudio estaba concentrado en ésto, cuando vieron del otro lado del ventanal el Renault 12 break negro de La Dama de Negro, intentando estacionar en un espacio mínimo entre dos autos. Chocó un poco al auto de adelante, chocó un poco al auto de atrás, y así siguió hasta hacerse lugar. Al descender del Renault 12 breack, uno de los dueños de los autos entre los que había estacionado al suyo, se avalanzó furioso a putearla. La Dama de Negro no le dio tiempo a nada, le pegó una patada en los testículos, y cuando estuvo doblado en dos, le pegó un rodillazo en la cara que lo enderezó, y el pobre infeliz se desplomó hacia atrás, quedando inconsciente en la vereda. Después La Dama de Negro se acomodó un poco las chuzas, buscó algo en el interior del auto, lo cerró y saludó a sus compañeros sentados en la mesa del otro lado del vidrio, mientras se dirigía a la puerta del bar La Orquídea.
¡Cómo va, Chicaaas!, saludó La Dama de Negro, con un beso a cada una. Buscó la silla vacía que se le había reservado para ella, entre La Gorda Derrida y Cae, y depositó sobre la mesa una caja enorme. Se la veía contenta, blanca y radiante.
Che boluda, qué es eso, preguntó intrigado Ariel Schetinni mirando con curiosidad la caja.
¡Un set de tecnologías del yo que compré por Sprayette! ¡Míren, míren, estña buenísimo!, se entusiasmó La Dama de Negro, abriendo la caja para mostrar su contenido.
Aaah… yo justo ayer por la noche mirando tele vi la propaganda en Crónica y me dije: ¿esto no nos servirá para lo que estamos investigando en el grupo de estudio?, dijo Hellow Kity.
Che, pero eso te debió salir una fortuna boluda, observó Schetinni.
Y barato no es, imagináte, ¡un set completo de tecnologías del yo! Pero bueno, son esos gustos que una se da. Si no te das los gustos en vida, cuándo te los vas a dar.
Es verdad, aprobó el Teto Medina. Pero dale loca, abrí esa caja que me refocilo de intriga por ver qué trae.
¡Cómo, qué trae! ¡Qué va a traer: un set completo de tecnologías del yo, nene!
Dale, no te hagás más la “Alfred Gitcoch” que te sale mal y mostrá los cachivaches que compraste, querés, se impacientó Cae.
La Dama de Negro sacó de la caja de Sprayette: un espejo, sobres de carta y papel para escribir con fondo de imágenes de Snoopy, dos biromes Bic –una azul y otra roja—, una película en DVD, un walkman con un cassette, un rollo de cinta adhesiva y un puf muy pequeño.
¡Ay, no te puedo creer, es un set completo, está buenísimo!, se excitó La Gorda Derrida.
¡Viste! Con todo esto, otra que Séneca, je, canchereó La Dama de Negro. Ven, trae de todo. Un puf para sentarse en el piso y meditar acerca de las metas que alcanzamos y no alcanzamos y nos habíamos fijado al comenzar el día. Un espejo para mirarnos fijo en él y poner en juego la inquietud de sí y poder desprender de ella una verdad que ponga en peligro y tensión al sujeto por sí mismo. Cinta adhesiva para taparte la boca y sujetarte las manos, para no poder gritar pidiendo socorro ni apagar el walkman que viene con un cassette de 90 minutos con la canción de León Gieco La memoria, grabada ininterrumpidamente de ambos lados.
Claro, acotó el Teto Medina, eso es para violentarse a sí mismo, ¿no?, y así hacer surgir del sujeto su propia verdad.
Ajá, aprobó La Dama de Negro. Sobres y papel de carta… ¿No es divino este papel con los dibujitos de Snoopy?, preguntó La Dama de Negro chocha con sus tecnologías del yo, y todos en la mesa aprobaron con la cabeza. (Las hojas para escribir cartas a los amigos venían con un fondo estampado con un dibujo donde se lo podía ver a Snoopy sentado arriba del techo de su cucha, con una expresión de tristeza en la cara y una hoja en una mano, y sobre su cabecita un globo contenía estos pensamientos snoopynianos: cuando estás lejos de mí siento pena!) Y claro, biromes, para escribir cartas a los amigos. Recuerden que esto era muy importante para los estoicos. Y este DVD trae cuatro clases de gymnasia de Catherine Fulop, cosa a la que también los estoicos le daban mucha bola.
Qué bueno que está, nena, la felicitó Cae. Mientras, La Dama de Negro, le pasaba las tecnologías del yo a sus compañeros de estudio.
Al rato, cuando ya todos habían podido ver y estudiar las tecnologías del yo que había adquirido La Dama de Negro por Sprayette, ésta se puso firme y propuso empezar a trabajar en su objeto de estudio.
Pará, para boluda, ahora empezamos, dijo Schetinni. Justo cuando vos entraste estábamos haciendo una vaquita para ir a comprarle a América un poco de mandanga, ¿te prendés?
Y… para qué te voy a decir que no si es sí sí. La única cagada es que ando sin guita. Por qué te crees que me compré este set de tecnologías del yo, eh, para ver si con esto puedo ir tirando y llevar mejor la mishiadura a fuerza de fortalecer el alma. No sé, hay que inventar algo, algún curro, algo, no se, porque así, viste, no da. Decí que soy una Súper Héroe de una modernidad periférica y eso me deja algunos morlacos extras, porque cuando una es buena con la gente ella responde y te lo retribuye. Pero viste, no da, ¿sabés cómo me las ingenié para llenar el tanque del Renault 12 y poder salir a combatir el Mal en la gran ciudad? me conseguí una changuita, laburo los fines de semana de empanada de atún para El Noble Repulgue. ¿Nunca vieron a esos boludos que andan por la calle disfrazados de empanada gigante? Bueno, una de esas empanadas soy yo, la de atún, aunque a veces también me toca la de humita. Pero bueno, yo todo lo hago por amor, y qué se le va hacer, peor sería que tuviera que viajar en colectivo y tren para ir en rescate de las víctimas silenciadas de este sistema injusto, ¿no?
En la mesa se hizo un silencio general. Todos se sentían impotentes y en deuda con La Dama de Negro.
¡Y si te pedís la beca Guggenheim!, propuso el Teto Medina.
A ver, ¿y qué les digo a los de la “Gujenstein”?
¡Cómo, qué ponés! Pedís plata para desarrollar la figura de una heroína de una modernidad periférica que lucha contra el mal y a favor de la cultura en el marco de un postcapitalismo que ha hecho de lo humano un dato traspapelado.
¿Te parece, Teto? No sé…
Pero sí, boluda, la alentó Schetinni, vos mandá fruta, poná lo que te dice el Teto, que por otra parte es verdad, y además, agregá fruta para adornar más la cosa. ¡Si hay cada uno que se saca la beca para cada pelotudez, mirá si no te la van a dar a vos!
Bueno, bueno, déjenmeló pensar. Porque acá a mí se me plantea un problema ético, ¿y si me dan la beca “Jüngestein” pero me dicen: pero esto y aquello no podés hacer, entonces, ¿qué hago? Me entendés, terminaría tranzando, al final sería una careta, una burguesa más… ¡Y no, yo soy una Súper Héroe, como Evita o Perón, como La Mujer Maravilla o Superman, como Batman o Hijitus, sí, dije Hi-ji-tus, que tanta mala prensa ha tenido y se lo ha tachado de espíritu etnográfico y costumbrismo aggiornado, y no, no es así, pero claro, como acá se desprecia lo nacional y una es una Súper Héroe Periférica que no tranza con nadie, al toque te tildan de tilinga que hace cualquier cosa para salir en la foto! No, gracias, pensándolo bien, les agradezco, pero no, porque viste, una empieza cediendo con las palabras y termina cediendo en los actos.
Todos en la mesa se habían quedado mudos, emocionados, agradecidos por sus palabras y la enseñanza que de ellas se desprendía.
Bueno, pero vos boluda no te calentés, que algo ya se nos va a ocurrir, te prometo que algún conejo voy a sacar de la galera, prometió Schetinni y La Dama de Negro le tomó la mano en señal de agradecimiento.
Che, bueno, el Teto intentó desviar el tema al notar que la ponía mal a La Dama de Negro, ¿compramos o no compramos algo, a ver si levantamos un poco la cosa?
A ver, denme la plata a mí, que voy yo a hacer la transa, que a América la conozco y me tiene que hacer precio y no me va a cagar vendiéndome cualquier cosa cortada con Odex y anfetas, porque sabe que si nó la cago a patadas.
Cuando La Dama de Negro con la plata de la vaquita del grupo guardada en el corpiño se disponía a levantarse para dirigirse a la mesa de América, entró un hombre con una bolsa de papel en la cabeza y fue derechito a sentarse frente a América.
La Dama de Negro estudió a ese hombre y les preguntó al resto si lo conocían. Era evidente que había venido a pegar un poco de merca, pero algo en su sistema crítico super poderoso puaniano le decía a La Dama de Negro que no estaba todo bien, que había algo turbio.
Es Leo Rozitchnof, el famoso filósofo Peronólogo, que ha desarrollado toda una teoría antiperonista notable, lo reconoció La Gorda Derrida, y anda con una bolsa de papel en la cabeza porque le da vergüenza su hijo Alejo, que le salió peronista y habla de Osho y Marketing en los programas de Pergolini y Grondona… y bueno, pobre, como lo han cargado tanto en la calle por el hijo pelotudo que le salió y las estupideces que dice, optó por salir a la calle con una bolsa de papel en la cabeza para que no lo reconozcan y le pregunten: ¿vos sos el padre de Alejo Rozitchnof?
Sí, pobre… igual nada que venga de Sociales es trigo limpio, y no sé, hay algo acá que me huele mal, desconfió La Dama de Negro sin apartar sus ojos de la mesa de América.
Te parece, Leo Rozitchnof es un copado, arriesgó el Teto Medina.
En Sociales nos odian, aseveró La Dama, y no sé, hay algo mmmm…. Fíjense, está de corbata, cuándo vieron a un tilingo de Sociales de corbata, si esos son todos hippies sucios. La Dama de Negro se quedó callada analizando la situación como si fuera un formalista ruso leyendo un cuento de Tolstoi. Ese hijo de puta, escupió La Dama de Negro con los dientes apretados como si fuera un perro de caza que acaba de inmovilizar a su presa, le está haciendo una cama a América, esa corbata tiene una cámara oculta! Y se levantó de la silla, saltando por encima de la mesa.
Cuando América la vio venir corriendo, llevándose mesas y sillas por delante, pensó, qué le pasa a esta loca. Pero no tuvo tiempo a decir nada, porque La Dama de Negro encaró a Leo Rozitchnof, lo agarró de la corbata y le pegó en la cara tantas piñas que le destrozó la bolsa de papel. Después lo arrastró a la calle lejos de miradas indiscretas, lo pateó para terminar de amansarlo y le quitó la corbata.
¡Pero qué haces Dama de Negro, te volviste loca! ¡Con el quilombo que armaste me vas a cagar el negocio!, le gritó indignada América.
La Dama de Negro torció el rostro y encaró a América y a sus compañeros que formaban un pequeño grupo en la vereda. Y extendiendo el brazo mostrándoles la corbata de Leo Rozitchnof.
¿Yo te voy a cagar el negocio, o estos hijos de puta de Sociales? ¿Qué es esto? Mirá, y le arrojó la corbata a la cara.
América estudió la corbata y descubrió la cámara oculta.
¡Pero la puta que los parió! ¡Me estaban haciendo una cámara oculta! Gracias Dama, disculpá que te grité, pero…
La Dama de Negro no esperó a que América terminara lo que tenía para decirle. Se agachó, tomando a Leo Rozitchnof por la ropa y poniéndole una automática calibre 38 en la cien, le exigió que le dijera para quién estaba trabajando o lo fusilaba ahí mismo.
No me mates, no me mates, lloró implorando clemencia Leo Rozitchnof.
Hablá o te mato, hijo de puta, y tiró dos tiros al aire.
Está bien, está bien, pero no me mates. Estoy trabajando para María Pía López, para el nuevo programa que va a salir en el canal de La Ciudad.
La Dama de Negro le escupió en la cara. Se levantó del piso, le quitó la corbata al Teto Medina que se la había puesto de bincha en la cabeza, destrozó la cámara diminuta y se la devolvió a su dueño.
Tomá, ahí tenés tu cámara de mierda y decíle a tu jefecita que mientras exista La Dama de Negro, nadie se va a meter con las Chicas de Letras.
Luego volvieron al bar y el grupo de estudio de La Dama de Negro agregó una silla a su mesa para incluirla a América. Y estuvieron charlando hasta las siete de la mañana.
Antes de despedirse, los del grupo de estudio, para irse a dormir o a sus trabajos, y América para volver a su mesa del bar para desayunar, ésta última, dijo:
Dama, esto va en serio, me sale de acá, y se golpeó con un puño cerrado el pecho, cuando necesités algo de mí solo tenés que pedirlo, guita, merca, armas, libros, lo que sea, vos me lo pedís y yo te lo consigo, ¿estamos?, y la abrazó.
II
El Teto Medina, Charles Bronson, Ariel Schetinni y Martín Menéndez estaban charlando apaciblemente, después de una larga jornada de trabajo teórico intenso, en el sauna de Buenos Aires a Full. Cuando Ariel Schetini sacó el tema de las penurias económicas de La Dama de Negro y la necesidad de encontrar alguna forma de financiar su carrera de teórica y súper héroe antes de que ésta se quebrara y apareciera algún yanqui que la cooptara con mucha guita para llevársela a trabajar a la academia norteamericana. Entonces al Teto Medina se le cruzó por la cabeza una idea.
¡Creo que encontré la forma de hacer guita sin tener que trabajar ni pensar!
A ver, ¿cuál?, preguntó hosco Charles Bronson, que se sentía incómodo con una toallita en el sauna rodeado de hombres que le hacían caritas con la intención de invitarlo al bar de Buenos Aires a Full a tomar un trago o llevárselo a un box privado.
¡Claro, no se dan cuenta! Hay que hacer un programa de televisión. Hay que producirle un programa a La Dama de Negro…
Que lo conduzca ella y que se llame… y se quedó pensando Martín Menéndez. Las Chicas… Las Chicas de Letras… ¡Las Chicas Tivi!
Genial, boludo, aprobó Schetinni. Ya tenemos el título del programa, y una conductora con ángel, tach chang gou, capital simbólico y un alma pirata de la cual extrae el pólemos de las ideas. Ahora sólo nos resta conseguir la guita inicial para montar el programa y en dos meses estamos tomando champagne y merca mirando el Sena por la ventana de un hotel.
Mirá, eso se resuelve fácil a mi criterio. Tengan en cuenta que yo algo sé de tele, no se olviden que yo formé parte de la gestación de uno de los programas televisivos que hoy por hoy ya forma parte del canon occidental: Video Match.
¡Video Match!, se emocionó Charles Bronson, ¿se acuerdan de los bloopers?
Mortal, aportó Martín Menéndez, los bloopers de los ponjas eran mortales. ¡Y las cámaras ocultas… que te destrozaban el auto o arreglaban con los parientes de la víctima para sacarlo de quicio y cuando el pobre infeliz no podía más, le decían, mira ahí, ahí, ¿ves ahí?, es una jodita para Tinelli, mandále un saludo a Marcelo. ¡Jajaja, qué bueno que era eso!
Y a quién te creés que se le ocurrió lo de los bloopers y las cámaras ocultas? A papito, a quién más, se enorgulleció el Teto Medina acomodándose la toalla que había dejado al descubierto sus partes vergonzosas.
A mí lo que me calentaba era el Enano Gula Gula, dijo con mirada libidinosa Schetinni, cómo le hubiera dado gula gula a ese enano hijo de puta.
Sí, sí, esta bien. Todos reconocemos, que vos, Teto, sos una eminencia en cuanto al manejo de los discursos de los medios masivos de comunicación, se puso serio e intentó encausar la conversación Charles Bronson hacia el tema no resuelto, el capital. Pero tenemos que conseguir alguien que aporte el dinero inicial.
Pero eso ya está resuelto, Charles. La semana pasada La Dama de Negro le sacó las papas del fuego a América. Los hijos de puta de Sociales le estaban haciendo una cámara oculta, para un nuevo programa de cable de Pía López, para denunciar que ella está haciendo fortuna sentadita en el bar La Orquídea vendiendo gilada, y bueno, nada, y en agradecimiento América le dijo, cuando necesites algo de mí sólo tenés que pedirlo. Y aparte acá la guita que invierta le vuelve en unos meses triplicada, porque esto es un golazo, y pun para arriba y no nos para nadie.
Los cuatro se levantaron, extendieron los brazos en alto, golpeando palmas contra palmas y pegando pequeños grititos de alegría, al ver surgir, de repente, frente a sus vidas, a la esquiva y mítica gallina de los huevos de oro que les decía, chicas, retroceder nunca, rendirse jamás, hasta la victoria siempre.
III
Ahí está, señaló Charles Bronson al volante de su Falcon verde a sus compañeras, Schetini, el Teto y Martín Menéndez, al ver a una empanada gigante de atún en la esquina de Rivadavia y Acoyte.
Charles Bronson buscó dónde estacionar su Falcon y todas bajaron. Se notaba en sus rostros cansancio y satisfacción. Es que en Buenos Aires a Full había sido tanta la alegría al ocurrírseles la idea de hacer un programa de tele, que esta excitación se la trasmitieron a otros habitués del lugar y la cosa terminó en una orgía dionisíaca. Incluso Charles Bronson, que era un duro, un heterosexual hecho y derecho, al principio, al ver que las fuerzas libidinales se desataban en círculos concéntricos abarcándolo todo, se quedó a un costado, con su Mágnum amartillada, para cagar a tiros al primero que quisiera tocarle un pelo, pero luego, arrebatado por el deseo dionisíaco ambiente, sacó de su cartera un cinturón que llevaba incorporado un consolador de dimensiones temibles, se lo calzó a la cintura y terminó comiéndose a un pendejito, para enseñarle a la mariquita lo que era padecer el rigor disciplinario de un macho argento.
Las cuatro encararon a la empanada gigante de atún que estaba repartiendo volantes en la esquina de Rivadavia.
Charles Bronson le pegó unas palmadas en la espalda a la empanada de atún. Y cuando ésta se dio vuelta, la saludó y le dijo, Dama de Negro tenemos que hablar.
La empanada gigante de atún se los quedó mirando extrañada, disculpen, pero me parece que me confunden.
Dále boluda, le dijo Schetinni y la abrazó. Estuvimos pensando con las chicas y encontramos la forma de sacarte de pobre, boluda. Tenemos que hablar ya, no podés seguir toda la vida trabajando de empanada, boluda.
La empanada de atún volvió a insistir que ella no las conocía, pero lo dijo con tono temeroso, temiendo que fueran carteristas e intentó deshacerse del abrazo de Schetinni, buscando con la mirada un policía.
¡Pero boluda, soy Ariel, qué té pasa!
Entonces la empanada de atún cayó en la cuenta de que la estaban confundiendo con otra compañera. ¿Ustedes no estarán buscando a otra empanada? ¿Cómo me dijeron que se llama la empanada que buscan? Charles Bronson se lo dijo. Aaah, La Dama de Negro, no, ella ya terminó su turno y se fue hace como una hora.
Las cuatro le pidieron disculpas y volvieron al Falcon verde.
A dónde podrá estar a esta hora La Dama de Negro.
Y, es sábado a la noche, dijo el Teto Medina, que sé yo, quizá este en Puán, en su oficina.
Una de dos, reflexionó Charles Bronson, o está en su oficina de Puán, o dando vueltas por la ciudad patrullando en busca de personas indefensas a las cuales ayudar.
Si La Dama de Negro no estaba en Puan sería imposible encontrarla, pero como se morían de ganas de contarle la buena nueva optaron por darse una vuelta por la facultad y ver si la encontraban.
Cuando llegaron al segundo piso de Puán y entraron a la oficina de La Dama de Negro, una imagen terrorífica los paralizó en la puerta. Ninguna de las cuatro estaba preparada para ver el espectáculo que las esperaba. Una empanada gigante de Humita con los ojos desorbitados, estaba sentada sobre un puf minúsculo en el suelo, al costado del escritorio. Tenía unos walkman en las orejas, la boca sellada con cinta adhesiva y las manos inmovilizadas también con cinta.
Tardaron un rato en reaccionar. El primero fue Charles Bronson que sacó su Mágnum y con cautela miró a todos lados buscando indicios de más personas en el lugar. Entonces el Teto Medina recordó que ese walkman y la cinta adhesiva y el puf eran parte del set de tecnologías del yo que había comprado La Dama de Negro por Sprayette. Mientras Bronson siguió registrando el lugar desconfiado sin hacerle caso al Teto Medina que le explicaba que La Dama de Negro está haciendo un laburo de ascesis, Martín Menéndez le sacó la cinta de la boca y le desató las manos.
¡Aaaaaaah!, sólo pudo decir La Dama de Negro y se quito los walkman. ¡Haaaay, Dios santo!, esto de violentarse a sí mismo escuchando a León Gieco para hacer surgir una verdad que ponga en juego al sujeto por sí mismo en la inquietud de sí, no es para cualquiera. Ay, chicas, no saben lo que es esto, te mata, te mata, te mata. Pero no saben, después sentís una paz tremenda.
El Teto Medina la ayudó a levantarse y La Dama de Negro desplomándose en su escritorio, le indicó a Charles Bronson que sacara del armario vasos y una botella de whisky Criadores. Una vez que ya todas estaban sentadas bebiendo, La Dama de Negro preguntó, ¿qué cuentan?, imagino que si me sacaron de mis trabajos de ascesis es porque tienen algo importante para decirme.
¿Cómo te ves conduciendo un programa de televisión: Las Chicas Tivi? ¿eh?, le largó el Teto Medina.
¡Qué!…
Entonces, entre las cuatro le contaron atropelladamente todo el proyecto a La Dama de Negro, que al principio las escuchó con reparos, resquemores y cierta ironía dibujada en su cara pero que, al terminar de escuchar toda la argumentación, quedó encantada con la idea.
Esa misma noche se fueron las cinco al bar La Orquídea y fueron derechito a la mesa de América y volvieron a explicar todo el proyecto. Y América que era una Chica de Letras con palabra no puso un sólo pero, sólo preguntó, cuánto necesitás, dame unos días y es tuya esa guita.
IV
El lunes a la tarde la oficina de La Dama de Negro era un mundo de gente y un bullicio de voces. Estaban todas. Schetinni, Cae, el Teto Medina, David Viñas, Charles Bronson, Pan Triste 4×4, Bombón de Roquefort, El Pato Wilson, Sarakey, Gonzalo Aguilar, Hellow kety, Link, Schvartzman, algunos Pitufo-Bolivianos, Silvia Delfino, La Gorda Derrida y Panesi. Solo faltaba para empezar la reunión de producción, ¡cuándo no!, La Dama de Negro.
Cae miró la hora en su reloj y movió la cabeza, qué colgada esta mina, ¿dónde se metió?
No, Cae, pero avisó que iba a llegar más tarde, ¿no sabías?, informó La Gorda Derrida. Lo que sucede es que hoy laburaba, por lo general los lunes no labura, pero como la empanada de carne picante se enfermó le pidieron si ella la podía reemplazar…
¡Pero cómo, todavía sigue laburando de empanada gigante en la calle!, se asombró Hellow Kety.
Y sí, lo que sucede es que no quiere largar el laburo de empanada hasta que el programa sea una realidad. Porque imagináte, el proyecto se cae, y entonces qué, pobre Dama, se queda sin el pan y sin la torta. Igual también, antes de venir para acá, tenía que pasar por el bar La Orquídea para que América le diera la plata para financiar el proyecto.
Bueno, che, entonces para pasar el tiempo, mientras esperamos a La Dama de Negro, por qué no te copás y te tocás algo Cae, propuso Bombón de Roquefort. Y todas empezaron a batir palmas y corear, ¡que-to-que, que-to-que!…
¡Dale puto, tocáte algo!, ordenó Silvita Delfino.
Bueno, si insisten, les voy a tocar Desierto sin amor, y lo miró a Julio Schvartzman, ¿te copás y me hacés la segunda?
Cae desenfundó una Gibson Les Paul y la enchufó. Schvartzman a su vez desenfundó una Gibson Fierro Payador y la enchufó a otro Marshall.
Y vamos Schvartzman, ¿me seguís?, un, dos, treee…
Despacio y en silencio,
el reloj castiga al tiempo
siento el frío de tus labios
al mentir diciendo adiós.
Y si de algo te sirve
yo te digo que te amo
y clavo entre tus manos
mi fuego y mi pasión.
No prendas las luces,
quiero recordar tu cuerpo
como una rosa en el desierto
desierto sin amor.
Y tu tren cruzó mi alma,
y mis ojos se cerraron,
lágrimas que se escaparon
al correr por el andén.
Veo tu cara entre la gente
y les digo que aún te amo,
bebo los días y te extraño,
quisiera volverte a ver.
Y mis manos ya no saben
de caricias con deseo
en el piano no hay mas juegos
desde que me faltas tú.
Más despacio y en silencio
el reloj castiga al tiempo
ya siento el frío de tus labios
al mentir diciendo adiós.
Y ahora nuestro tema sonando en la radio,
es como si tu boca se acercara hacia mí,
solo apago las luces, y recuerdo tu cuerpo,
como una rosa en el desierto, desierto sin amor.
Al terminar el tema todas aplaudieron y pidieron más, mientras Link lloraba, y La Gorda Derrida y David Viñas intentaban recuperar el aire después de haber improvisado un pequeño pogo en la oficina de La Dama de Negro.
Una empanada gigante de carne picante miraba toda la escena con ternura e infinita tristeza desde el marco de la puerta. Esperó un instante y luego dijo un hola general y se fue a sentar detrás de su escritorio.
Che, boluda, qué te pasa que tenés esa cara de culo, le preguntó Schetinni.
La Dama de Negro no le respondió.
Charles, vos que sabes dónde está la botella de Criadores, por favor, me la alcanzás.
Éste se la alcanzó, La Dama de Negro se tomó dos vasos de una, y recién después, tuvo coraje y verdad, para hablar y decir lo que tenía que decir, porque sabía que lo que tenía que decir era verdad porque era realmente verdad.
Bueno, chicas, se cayó todo.
¡Noooo… qué pasó!, preguntaron todas a coro.
Los malvados de Sociales finalmente se salieron con la suya. Anoche hicieron un operativo en La Orquídea y se la llevaron en cana a América. Por lo que pude averiguar la denuncia de que en el lugar América vendía gilada la presentó el equipo de producción del programa de televisión de María Pía López.
Pero la puta madre, rezó Panesi, estos de Sociales me tienen las pelotas llenas.
¿Qué podemos hacer?, preguntó el Teto Medina.
Nada, llevarle cigarrillos los días de visita, dijo La Dama de Negro, pensá que esta gente está manijeada por la Mafia China y por los Montos. Claro, se ve que alguien les batió que nosotras estábamos armando un programa y que América nos iba a financiar y la hicieron mierda, le van a dar como veinte años, pobrecita. Igual, más allá de la guerra, ya declarada y abierta, entre Sociales y Letras, esto tiene tintes personales. Ustedes no lo saben pero yo les cuento, Pía y yo fuimos juntas toda la primaria y secundaria y ella siempre me odió porque yo siempre tuve tetas armoniosas y con linda forma y ella siempre las tuvo demasiado separadas, chiquitas y caídas. Y es algo que nunca me perdonó y por lo que siempre me odió, por tener tetas más lindas que las de ella.
Pero el programa se va a hacer igual, afirmó Panesi, con o sin guita, el programa se hace, porque si los dejamos seguir avanzando a éstos, en poco tiempo perdemos Puán.
¡Y cómo Jorge!, preguntaron todas a coro.
Panesi sacó del bolsillo su ya mítico control remoto devenidor y lo movió frente a todas.
El mes pasado conocí a un loco, un genio en tecnologías de punta y le incorporó a mi control remoto devenidor un sistema de foto shop. Vean, miren, y apuntó el control remoto a Link y le devolvió a su rostro la frescura de una chica de 15. Y apretó otro botón y le hizo surgir unas tetas prominentes. ¿Ven? es una maravilla. Con este control remoto podemos suplir la falta de guita. ¡Qué más necesitamos! ¡Con este control remoto devenidor con foto shop podemos hacer el programa que queramos!
La Dama de Negro estaba desmoralizada, como todas, pero la confianza y entereza de Jorge Panesi era más fuerte que todas las pruebas y reveses a los que la sometía los caprichos inescrutables de la vida. Se sirvió otro vaso de whisky y brindó por Las Chicas Tivi.
VI
El programa Las Chicas Tivi finalmente se pudo llevar a cabo y duró un mes, cuatro programas, que fueron éxito por su espíritu vanguardista que dislocó la lógica de la grilla de la tele por cable. El programa salió por canal 26, los sábados a medianoche y su dueño, Pierri, tuvo que darlo de baja debido a presiones de sectores del gobierno Kirchnerista muy cercarnos a la maquinaria de la Mafia China y gente de Sociales.
Todo esto representó un duro revés para La Dama de Negro, que se encerró en su oficina alternando sus tecnologías del yo y mucho alcohol y drogas. Y luego, acontecieron otras aventuras que la obligaron a La Dama de Negro a desaparecer. Nadie más supo nada de ella durante mucho tiempo. Nadie más supo nada hasta mucho tiempo después, cuando Jorge Panesi necesitó de su súper heroicidad periférica para rescatar al último… pero esa ya es otra historia, que algún día les contaré.
VII
Luego de muchas marchas y contramarchas una tarde grabaron el primer programa. Voy a intentar contarles para los que no lo vieron qué se pudo ver por canal 26 y algunas perlitas del backstage.
El programa se gravó casi en su totalidad en el aula Boquitas Pintadas, con una vieja cámara de los 80´ para filmar cumpleaños de 15 y casamientos, y con el control remoto de Panesi que hizo devenir y fotoshopear todo el material dándole ese toque tan personal que hoy todos copian en los medios masivos de comunicación.
El programa empezaba así.
Se escucha la canción La mujer que no soñé, de Ricardo Arjona, en una versión punk interpretada especialmente para el programa por David Viñas y su The Punk Fucking Band.
La de lentes, la pasada de moda,
la aburrida, la intelectual,
la que prefiere una biblioteca a una discoteca,
es con la que vivo yo…
La que todos tachan de fea
y en el subte nadie le cede el lugar,
la que es más que una presea para enseñar,
jamás será modelo de televisión,
porque aún no hacen anuncios para el corazón…
CORO:
Me gusta porque es autentica y vive sin recetas,
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta,
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás,
pero también jamás fui tan feliz.
La que ya ni se pinta la boca,
defraudada de coquetear,
la que es más que una aguja para enhebrar.
Si su enemigo aparece acechando el espejo,
ella le da una sonrisa y aniquila el complejo.
CORO:
Me gusta porque es autentica y vive sin recetas,
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta,
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás,
no es una estrella fugaz…
Me gusta porque es autentica y vive sin recetas,
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta,
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás,
pero también jamás fui tan feliz.
Simultáneamente a este tema de apertura se la ve a La Dama de Negro que llega a Puán 480 en su Renault 12 break negro y estaciona en la puerta. Una muchedumbre de alumnos, fans, periodistas que sacan fotos, se abalanzan sobre ella. La Dama de Negro tira besos, recibe un ramo de rosas amarillas, agradece, saluda a diestra y siniestra, y se le dificulta el paso. Luego se la ve en su oficina del segundo piso de la facultad, sentada en su escritorio, escribiendo sobre una hoja con dibujitos de Snoopy una carta a un amigo, ejercitando el cultivo de sí. Entonces entran el Teto Medina, Cae y La Gorda Derrida que hacen gestos de que se apure, que se le hace tarde y la empujan. Ella desciende las escaleras hasta el subsuelo donde está el aula Boquitas Pintadas, rodeada por el Teto, Cae y La Gorda Derrida que le pasan papeles y le dicen cosas, mientras ella lee lo que le acerca su equipo y saluda a alumnos que se le abalanzan para besarla. Finalmente entra al aula Boquitas Pintadas y una muchedumbre la aplaude sentada en los pupitres y ella se dirige al escritorio y termina el tema de David Viñas y sus The Punk Facking Band y la presentación.
La Dama de Negro entra al aula y el público sentado en los pupitres aplaude, que son apenas 10 Chicas de Letras que laburaban en la producción pero gracias a los efectos especiales del control remoto de Panesi parecen una multitud.
¡Cómo están mis chicaaaaaas!, saluda La Dama de Negro, y se dirige al escritorio.
Bienvenidas a Las Chicas Tivi, un programa diferente, lleno de operaciones de lectura, juegos y chimentos. Bueno, La Dama de Negro mira a la cámara, les presento a mis compañeras, y sin dejar de mirar a la cámara extiende el brazo izquierdo para presentar a sus compañeros. La cámara –que se mueve todo el tiempo de forma histérica dando un efecto loco a todo lo que capta— tuerce su ojo hacia donde indica el brazo de La Dama de Negro y ahí están parados mirando fijo a la cámara El Teto Medina, Cae y La Gorda Derrida que saludan, le tiran besos a ella y se presentan.
La Dama de Negro luego de las presentaciones, busca un papel en su escritorio y vuelve a mirar la cámara.
Para empezar quisiera contarles que todos los que llamen al programa y respondan bien a la consigna entrarán en un sorteo por una docena de Empanadas El Noble Repulgue. La consigna es re fácil así que llamen, por favor. A ver, Teto, cuál es la consigna.
Sí, la consigna es la siguiente, dice el Teto comiendo una empanada y mirando a la cámara haciendo gestos de que está comiendo algo delicioso, ¿a quién le dedica Borges su libro Otras Inquisiciones?
¡Pero Teto, esa pregunta es muy difícil!, se queja La Dama de Negro haciendo pucherito. ¡Así no va a llamar nadie! No seas malo, Teto, dále, Teto, hace otra pregunta. Dale, no seas puto, eh, Tetón, Tetín, ortiva puto de mi corazón, hacé una pregunta más fácil, eh, dale, y La Dama de Negro busca la cámara con los ojos, arroja una mirada pícara dirigida al televidente y se queda haciendo trompita.
Eeehh… bueno, a ver, duda el Teto Medina desorientado porque La Dama de Negro se salió de libreto y tiene que improvisar, ¿cuántos escritores argentinos se ganaron el Premio Nobel de literatura?
¡Ay, Teto, qué hambre que tengo!
¡Y bueno, cométe una empanada de El Noble Repulgue!
Entra una empanada gigante de atún y le alcanza a La Dama de Negro una. Ésta la come con ganas, saboreándola y cuando termina, mira fijo la cámara.
¡Qué ricas que son las empanadas del Noble Repulgue! Yo siempre que tengo hambre me como una media docena de empanadas de El Noble Repulgue. ¡Y quedo pipona pipona!
Y la cámara enfoca a la empanada gigante de atún que mueve la cabeza afirmando y saltando y moviendo las manitos alegremente.
Acá hay un corte, para ir a publicidades. Cuando vuelve el aire se la ve a La Dama de Negro sentada en su escritorio mirando fijo a la cámara que se mueve para arriba y para abajo, para la izquierda y la derecha.
Vamos a ponernos serias porque voy a hacer mi editorial. Quiero hablar de un tema que nos involucra a todas Las Chicas de Letras. Como se sabe Brad Pit esta saliendo con la conchuda colagenada que tiene dos churrascos por labios, Angelina Sholy. Y los otros días Brad le pidió casamiento y ésta le dijo que no. ¡¡¡Que no, a Brad, que adoptó a los dos chinitos que ésta se trajo de por allá, de alguno de esos países donde viven los chinos, para hacerse la linda, claro!!! Y Brad en su desesperación se puso de rodillas y le imploró, por favor, que se casaran, ¡¡¡y la muy argoyuda le volvió a decir que no, que no, que no, N-O, NOOO…!!! ¡¡¡Le dijo que no a Brad Pit!!! ¡¡¡Qué suerte que tienen algunas!!! ¡¡¡Algunas tanto y otras tan poco y la concha puta y reputa de la madre trola del Teto Medina que nos parió!!! ¡¡¡Miren lo que les voy a decir, eh, miren!!! ¡¡¡Miren con lo que me conformaría yo, no ya con que venga Brad y me proponga ser su esclava por el resto de la ETERNIDAD, sí, eternidad con mayúscula, estoy hablando de la misma eternidad de la que hablaba Jorge Luis Borges, pero no, me conformaría con mucho menos, sino, apenas, humildemente, tan sólo, me conformaría con que me encarara y me mirara con esos ojitos suyos que me derriten mal, pero me derriten mal-mal-mal y me ordenara: tomá esta pistola, tarada, matáte, y yo primero me muero de amor, y después, resucito como Cristo, y me mato de amor, volándome la cabeza de amor por él!!! La cuestión es que Brad Pit está muy triste, muy triste, tristísimo, chicas. Y se sabe que él suele venir de incógnito a la Argentina, a la Patagonia, como tantas otras personalidades internacionales. Así que yo reflexionando mientras estaba en el baño leyendo la revista de La Nación del domingo llegué a la siguiente conclusión teórica crítica. Tenemos que hacer guardia en la Patagonia Las Chicas de Letras y cuando lo veamos, encararlo, con un book de fotos de todas nosotras para que él elija la que quiera para casarse y así se olvide de esa mentira colagenada que lo engualichó y nos lo tiene deprimido a nuestro Brad. Porque mientras él sufra ninguna de nosotras podrá ser feliz.
La Dama de Negro hace silencio y mira fijo a la cámara durante un minuto. Luego la cámara tuerce su ojo hacia un costado y se lo ve a Cae, mientras se la escucha a La Dama de Negro que dice, Cae todo tuyo lo que sigue.
Gracias, Dama. Eeeh, bueno, ahora vamos a presentar una sección muy hot: ¡100 % Lucha Crítica!
Se escucha la música de Rocky, cuando Silvester Stallone entrenaba en la nieve para luchar contra el ruso, en una versión punk grabada especialmente para el programa por David Viñas y su The Punk Fucking Band.
Bien, dice Cae, ya en el centro del Ring, vamos a presentar al arbitro de la pelea, ¡aaaaaaal… rasta_man@lukacs.veda!
El rasta_man@lukács.veda sube al ring y saluda a Cae que le da la espalda y a la cámara que no lo está tomando en ese momento.
Ahora, vamos a invitar para que haga su ingreso la primer contendiente, ¡Beatriz, La Coca, Saaarlooooo! Sarlo entra con una malla enteriza color verde seco y unas calzas amarillas. Saluda.
El Teto Medina da la ficha técnica de La Coca Sarlo.
¡Lugar de nacimiento, Buenos Aires, la ciudad del tango, Borges, Arlt, el obelisco, la calle Corrientes! ¡Altura, uno cincuenta y cinco! ¡Peso, 63 kilos! ¡Y su ataque favorito… toma de cabeza con patada voladora!
¡Gracias Teto!, dice Cae, mientras ve a Sarlo hacer trabajos de precalentamiento, y practicar tomas de katch, sobre el ring.
¡Ahora ingresa la impiadosa China de Yale, Josefina Luuudmeeeeer!
Ludmer hace su ingreso arrojando piñas al aire, vestida con lencería sadomasoquista. Sube al escenario y mira con recelo a su contrincante.
El Teto da su ficha técnica.
¡Lugar de nacimiento, Córdoba, la provincia del Negro Alvarez, las sierras, Filloy, Barón Biza, y Cosquín! ¡Su altura, un metro cincuenta y seis! ¡Su peso, sesenta y ocho quilos! ¡Suuu… ataque favorito, el topetazo de hombro!
Cae se baja del ring y el arbitro rasta_man@lukacs.veda llama a las contrincantes al centro del mismo y les da indicaciones, pero ninguna de las dos parecen prestarle atención a lo que él dice. Cae, ya desde abajo, mientras la cámara sigue todas las instancias preliminares de la contienda sobre el ring, dice, ¡bueno, te paso la posta Luis Principi para que relates la pelea!
¡Gracias, Cae!, dice Link, devenido por el control remoto de Panesi, en Luis Principi.
Pero Sarlo que no espera a que el árbitro indique el comienzo agarra desprevenida a la China Ludmer y le pega un topetazo seco que la derriba. Luego le toma las piernas y ejerce presión constrictora sobre el área vaginal de Ludmer con su pie derecho.
¡Terrible la brutal presión que ejerce sobre la zona vulvar de la China Ludmer la Coca Sarlo! ¡Terrible como la Coca le está estropeando todo el estofado a la China! ¡Señor rasta_man@lukacs.veda, eso no esta permitido, qué esta haciendo, cumpla con su trabajo de árbitro por favor! ¡Qué barbaridad, el árbitro parece que está comprado!, se desespera Link-Principi.
La China Ludmer logra zafar una pierna y le pega una patada en la cabeza a Sarlo, y ésta retrocede aturdida. La Ludmer se levanta y le pega un topetazo de hombro. Luego la atrapa en una tijereta de torta marmolada y la castiga a Sarlo.
¡Esto es una lucha libre, katch, no pornografía, señoras, tijeretas de torta marmolada no, señoras, eso guárdenselo para la intimidad, estamos en un canal de cable para toda la familia no en un canal codificado donde se pasan chanchadas!, se queja Link-Principi.
La Coca Sarlo logra articular un golpe descendente con su pie derecho en plena cara de Ludmer, y ésta afloja la tijera de torta marmolada con la que la castigaba sádicamente. Sarlo rápidamente se arroja sobre Ludmer pegándole un topetazo de hombros brutal y ambas caen al piso.
¡Estremecedor lo que estamos viendo!, dice Link-Principi, ¡pocas veces hemos podido asistir a un evento crítico teórico de semejantes magnitudes!
Ahora Ludmer ha vuelto a tener el control, le ha aplicado una palanca diapasón a Sarlo y termina por derribarla. El árbitro, se hace el tonto y el publico lo putea.
¡Señor rasta_man@lukacs.veda, cumpla con su trabajo!, le ordena Link-Principi. ¡Empiece el conteo, por favor, cuente, uno, dos!… ¡¿Acaso no fue a la escuela?! ¡¿Acaso no le ensañaron matemáticas en la escuela?!
Entonces alguien del público sube al ring y Link-Principi se pregunta, ¡quién es ese intruso que esta violando las reglas! Es el fantasma de Zizek que le arroja una patada al costado a la China Ludmer tirándola contra las cuerdas. Luego el fantasma de Zizek le hace una tenaza invertida a Ludmer y la Coca Sarlo empieza a pegarle terribles patadas al pecho. Ahora la China Ludmer está en el piso sujetada por el fantasma de Zizek y la Sarlo aplastándole la cabeza con un pie.
¡Árbitro, por favor, es inhumano lo que estamos presenciando, es el fin del humanismo esta pelea, viendo esto ahora comprendo de qué hablaba Martín Heidegger en su Carta al humanismo! ¡Por favor, que alguien pare esta pelea!
Pero el rasta_man@lukacs.veda haciendo oídos sordos, se arroja a un costado de las contrincantes y empieza a contar: uno, dos…
La pelea la gana Sarlo que, subida a caballito del fantasma de Zizek, saluda y festeja el triunfo.
¡Qué barbaridad, que barbaridad!, dice Link-Principi a la cámara. ¡Dama de Negro, cómo permitiste esto, volvemos a vos, es todo tuyo el aire!
La Dama de Negro está sentada en su escritorio mirando fijo a la cámara que se mueve loca.
¡Qué momento, ¿no?!, y mira a un costado y el Teto Medina espera un instante a que la cámara lo enfoque para responderle.
¡Sí, qué momento!, y mueve las manos flojas frente a él.
La cámara vuelve a enfocar a La Dama de Negro que está sentada en su escritorio mirando fijo al frente.
Ahora tenemos un invitado de lujo. Una figura internacional, zafada, rebelde, contestataria. Una figura a la que le vamos a hacer un reportaje a fondo. ¡Por favor, Cae, hace pasar a Michel Houellebecq!
Entra Michel Houellebecq –que en realidad es Link devenido Houellebecq gracias al control remoto devenidor de Panesi— del brazo de Cae y se escuchan aplausos.
Por favor, sentáte, Michel. (De música de fondo, se escucha el tema, Michel, de los Beatles, interpretado especialmente para el programa por David Viñas y su The Punk Fuking Band) Para mí es un orgullo presentarte en este programa, porque siempre dije que La piel de zapa no sólo es tu mejor novela sino una de las mejores de los últimos años.
Esa novela no la escribí yo, idiota.
¡¿Ay, no?! ¿Y de quién es esa novela que tanto me gustó? ¿No era tuya? ¡Ay, chicas, así no se puede trabajar, si la producción no me escribe bien lo que tengo que decir!…
Sudaca infradotada, monito sudamericano.
Bueno, hace ya una semana que estás en Buenos Aires, ¿qué te parece la ciudad?
Una mierda.
Ah, ¿y la gente? A vos que te gustan mucho las chicas, ¿ya pudiste apreciar la belleza de nuestras mujeres?
Sí, gracias al cambio, tres pesos y medio por euro, me pude coger por monedas a las mejores putas de la Recoleta.
Ay, estuviste en la Recoleta, ¿pudiste pasear por su cementerio?, ¿le llevaste flores a Evita?
A mí la momia de Evita me chupó la pija, pelotuda.
Querés contarme algo de cómo escribís. O, ¿quiénes son tus precursores, a ver?
El puto de Borges seguro que no.
Bueno, pará franchute, bajá un cambio.
Infradotada tercermundista no me caen bien los monitos infradotados que no manejan correctamente el francés.
¡Bueno, entonces para qué aceptaste la entrevista pedazo de puto y la choncha de tu madre que seguro es tan pero tan puta como la del Teto Medina! La Dama de Negro se levanta de su silla, da la vuelta al escritorio y lo agarra de las solapas del saco a Michel Houellebecq. ¡Raja de acá antes de que te rompa toda la trucha, gil!
Michel Houellebecq va a responderle pero La Dama de Negro no se lo permite. Le arroja una trompada al mentón y empieza a patearlo en el piso.
La cámara desplaza su ojo de la escena pugilística y se detiene en el pizarrón verde del aula. En éste, hay escritas, unas palabras, con tiza, <¿Tu mamá te mima? Bueno, pero yo, que no soy tu mamá pero puedo ser tu mamita, si vos querés, te puedo chupar la pija todo el día y, además, te puedo regalar mi golosa insaciable colita. Llamáme: 15-6-480-1345. La Mamá del Teto Medina>. Mientras la cámara sigue fija captando esta leyenda, se escuchan carcajadas y, aparece el Teto Medina, con cara de desolación y un borrador en la mano. Borra la leyenda y se escucha que alguien grita, ¡pará, Teto, no borrés todavía que no anoté el teléfono de tu vieja!, y el Teto se da vuelta y se lo ve hacer un gesto de: ¡ma, por qué no se van todos a la puta que los parió!, y arroja el borrador con violencia hacia los que están detrás de cámara descompuestos de risa. Cuando la cámara por fin abandona su estado de inmovilidad zen vuelve a moverse para encontrar a La Dama de Negro mirando al frente detrás de su escritorio.
Creo que es hora, ahora, de escuchar hablar de una figura muy particular. Pero para eso, Dire, ¡por favor, mande la presentación!
Se ve frente a la cámara un cartel con unas letras escritas con un marcador amarillo fosforescente: Apuntes y fotocopias. Luego el cartel desaparece dejando ver el pizarrón verde –donde se puede leer: <LA MAMÁ DEL TETO MEDINA ATREVIDA GOLOSA MIMOSA RE HOT SOLITA EN MI DEPTO $20 PRIVAD-DOMIC 24HS 15-6-480-1345>—, y aparece otro cartel: Hoy la vida de Walter Benjamin.
La cámara toma en primer plano una nuca. La nuca avanza y la cámara la sigue, hasta que se detiene y la cámara abre el plano, entonces se puede apreciar a Ariel Schetinni que está en la biblioteca de la facultad. Luego, se pone de costado y mirando a la cámara, sonriéndole, le habla al empleado que esta del otro lado del mostrador, que es Pan Triste 4×4.
Cómo estas, Pan Triste.
Y… acá ando, tirando, responde en un susurro que deja traslucir desasosiego, sin dejar de mirar tristemente a la cámara desde detrás de sus anteojos de marco negro.
Che, boludo, ¿tenés algo de Benjamin?
Sí, teníamos uno, Sobre el programa de la filosofía futura, la edición de Planeta-Agostini, con una traducción española horrible, pero la semana pasada que llovió se inundó el depósito de la biblioteca y lo tuvimos que tirar a la basura porque fue uno de los libros que agarró el agua.
Schetinni, ríe animoso, a la cámara.
Bueno, boludo, no importa. ¿Querés que te cuente algo de Benjamin?
Pan Triste 4×4, mueve la cabeza, sin dejar de mirar, desde detrás de sus anteojos de marco negro, a la cámara que capta su tristeza.
Bueno, te cuento, boludin. Benjamin era alemán, usaba anteojos porque era medio chicato y le gustaban mucho las chicas, pero no le daban mucha bola. Como a vos, Pan Triste 4×4, ¿viste? Entonces se hizo comunista y leyó muchos libros. Pero ete aquí que un día conoció a Gershom Scholem y éste le enseñó misticismo judío. Todo eso de la Cábala y los Golem y esas cosas. Y entonces a Walter se le armo un matete en la cabeza que ni te cuento, porque entre el marxismo y el misticismo judío hay un abismo espacio temporal irreconciliable, pero se emperró en que quería encontrar el meridiano donde la revolución y la venida del Mesías se cruzaban. Pero La Verdad de La Milanesa, como diría María Teresa Gramúglio, no era ni el misticismo, ni el marxismo, ni ocho cuartos, sino La Milanesa. La cosa era que Benjamin era virgen y ya era grandecito y los muchachos del barrio lo cargaban porque nunca la había puesto y le salía leche hasta por las orejas. Esto es tal cual te lo cuento Pan Triste, agarrá el Diario de Moscú de Benjamin, vas a ver, lo dice con esta brutalidad, en la página 42 escribe: “Si no la pongo antes de fin de año me va a empezar a salir leche hasta por las orejas y me voy a volver loco y se me va a explotar la cabeza. ¡Me irve la cabeza, Dios santo, me irve la cabeza!”. Uno que nunca dejaba de hacerle chistes al respecto era Tehodor Adorno, por eso cuando éste le dijo, veníte Walter para los Estados Unidos que en Europa la cosa está pesuti y aparte acá los yankis son unas bestias epistemológicas que no entienden nada y te armás unos cursitos de cualquier boludes y te hacés rico, y no fue, el loco no fue, porque sabía que Adorno lo quería allá para usarlo de payasito que amenizara las tardes muertas en las que se juntaba a tomar el té con Tomas Mann y Max Horkheimer. Entonces conoció a George Bataille, que estaba bastante loquito también y le gustaba armar festicholas con mucho hachís y putas y trabas y animales, y a todo eso él lo llamaba potlash o lo erótico sagrado y qué se yo. La cuestión es que gracias a Bataille, Benjamin la pudo al fin poner y ahí se le ocurrió escribir sobre los pasajes. ¿Qué eran los Pasajes? En realidad un viaje de hachís, porque para esa altura se la pasaba todo el día fumando como loco-loco, y como no podía escribir algo lineal porque estaba todo el día de la cabeza, escribía lo primero que se le ocurría. Y bueno, después vinieron los nazis, el intento huir y se suicidó.
Schetini tuerce la cabeza para dirigirse a Pan Triste 4×4 que llora conmovido por lo que acaba de escuchar. Pero al verlo hecho un mar de lágrimas, opta por volver a mirar a la cámara.
Como pueden apreciar, la teoría no es para cualquiera, y Schetinni cabecea para indicarle al televidente que se está refiriendo a Pan Triste, y la cámara toma un primerísimo primer plano de la cara descompuesta de Pan Triste 4×4, al cual, sólo se le puede adivinar, su infinita tristeza, ya que las lágrimas, al irrumpir como un río embravecido y tormentoso del fondo de sus ojos, han empañado los anteojos, velando su mirada, que al ser, más que expuesta, insinuada, en todo su desarraigo, golpea doblemente al televidente, que puede por un instante ver surgir frente a la pantalla, la inminencia de una revelación que no se produce, la irrepetible aparición de una lejanía, que relampaguea, quizá, fugaz, violenta, súbitamente, su aura. Hay que estar pertrechado de mucho espíritu crítico para leer a Benjamin. Por eso, les recomiendo, a los que estén del otro lado de la pantalla mirando este programa, que por favor no lean en sus casas a Benjamin sin antes consultar a un intelectual que los autorice, si nó pueden terminar como Pan Triste 4×4, y se queda mirando la cámara con una sonrisa.
Delante de la cámara vuelve a aparecer el cartel: Apuntes y fotocopias, y, nuevamente, aparece La Dama de Negro mirando fijo al frente, sentada detrás de su escritorio.
Acá, La Dama de Negro, presentaba una sección del programa que nunca se vio al aire, donde se teatraliza en un corto de 5 minutos –hechos de la realidad que sucedieron en la vida real— una aventura súper poderosa periférica. En ésta, La Dama de Negro, enfrentaba a Julio Benito Barreda, que no es otro que el que trajo La Mafia China a la Argentina e inventó el negocio de la soja y los Agro Negocios. Pero como el personaje era muy pesado y meterse con él era tocar intereses de chinos, sojeros y gente del gobierno, Pierri, el dueño de Canal 26, pidió que eso no saliera.
Después de esto, que nunca se vio al aire, la cámara toma la imagen de La Dama de Negro detrás del escritorio, mirando al frente, como auscultando el horizonte, ahí, donde el cielo y la tierra se unen y cuesta discernir donde empieza uno o termina la otra y brota en el pecho la angustiante pregunta agonística: ¿por qué el ser y no la nada?
¡Ahora, vamos a presentar un blooper divertidísimo! ¡Dire, por favor, cuando quieras largáme las imágenes!
El blooper, muestra a Fogwill tomando el té con Gustavo Nielsen, en una confitería muy paqueta de zona norte. Están charlando y en un momento Fogwill le dice algo a Nielsen que el micrófono de la cámara aficionada no capta, pero imaginamos que le dice, voy a mear. Entonces se levanta y cuando se dirige para el baño se tropieza con un desnivel del lugar, trastabilla y se desnuca.
¡Uuuh, que gomaso!, dice La Dama de Negro, en medio de una carcajada. ¡Por favor, Dire, volvé a pasar el blooper! ¡¡¡Ja ja jajaja…!!!
Las imágenes vuelven a repetir varias veces el traspié y deceso fogwilliano, mientras La Dama de Negro no para de hacer chistes.
Después, la cámara muestra a La Dama de Negro sentada detrás del escritorio, mirando a ésta y escuchando a alguien que le tira letra mas allá del campo audio visual.
Bueno, estamos llegando al termino de nuestro primer programa. Pero antes de despedirnos… a ver, Teto Medina, vení.
Se acerca el Teto Medina y se queda parado junto a ella.
A ver, Teto, miráme, ¿cómo se me ve?, y La dama de Negro levanta su face hacia el Teto Medina y se acaricia el terso cutis de su piel de durazno, con la punta de sus dedos.
¡Espléndida, estas hecha una pendeja, re joven!, ¿cómo haces para parecer tan joven?
¡Aaaah!… ¡Aaaaaah!… y mira seductoramente a la cámara, hace trompita y vuelve a decir, ¡aaaaaaah! Fácil, me sometí a un tratamiento de Foto Shop Sistem con el control remoto devenidor de Panesi.
¡Qué bueno!, festeja asombrado el Teto Medina. ¿Y cómo hago si yo también quiero hacerme un tratamiento de Foto Shop Sistem?
¿Cómo?, y hace un silencio. ¡Dire, mande el chivo nomás!
La cámara muestra a Jorge Panesi mirando a ésta, sentado en el departamento de letras, con las manos apoyadas en las rodillas.
El tiempo pasa, dice Panesi mientras se levanta de la silla y empieza a caminar por el departamento de letras, y nos vamos poniendo viejos, o tecnos, como decía Luca Prodan. Pero no hay que desesperarse porque gracias a un tratamiento de Foto Shop Sistem yo les puedo devolver la juventud perdida. Ya no hay que aprender francés ni leer a Proust para ir en busca del tiempo perdido. No, no, no, y acompaña estas palabras moviendo los dedos índices de ambas manos frente a él. Gracias a mi control remoto devenidor -Panesi muestra a la cámara el control remoto, testeado por las más sofisticadas tecnologías de punta- te puedo devolver a vos, sí, a vos que estás sentado viendo en este momento Las Chicas Tivi, la juventud perdida. Sí, así como lo oís. ¿Querés volver a tener veinte años? ¿O mejor, querés tener la belleza que añorabas a los veinte y que nunca pudiste tener porque la naturaleza genética fue ingrata con vos? ¡No hay problema! Llamá al departamento de letras y pedí un turno –Panesi se para al lado de Susana Santos, que está sentada hablando por teléfono, le apoya una mano paternal en su hombro y cuando ésta lo mira, le regala una sonrisa—, te atenderá Susana Santos y ella muy amablemente te arreglará una entrevista conmigo. ¿No Susana?, y ésta mueve la cabeza afirmativamente, sonriéndole a la cámara. ¡Con mi Foto Shop Sistem te borro las patas de gallo, te achico la nariz, te elongo el pene, te levanto los senos alicaídos! ¡Con mi Foto Shop Sistem se acabó la fealdad y la vejez! ¡Llamá ya, no seas sonza y volvé a tener veinte!
La imagen se funde y aparece frente a la cámara La Dama de Negro sentada en su escritorio mirando al frente.
¡Cómo se nos fue el primer programa, no!
El Teto Medina y la empanada gigante de atún le dan la razón, mientras le corren la silla para que La Dama de Negro se levante.
Bueno, ahora, para terminar, quiero presentar a una banda que la está rompiendo. ¡Por favor, un gran aplauso para recibir a David Viñas y su The Punk Facking Band!
La cámara se desplaza y toma a Viñas que está vestido con borcegos, pantalones negros achupinados, una remera también negra toda agujereada y gastada que dice: punk not dead, y una cresta en la cabeza.
David, para mí es un honor terminar mi primer programa con vos tocando en vivo.
David Viñas agradece los aplausos y las palabras de la conductora. Y escupe al público y el público lo escupe a él.
Bueno, presentá a tu banda, por favor, David.
Eeeh, Charles Bronson en la batería, Julio Schvartzman y Cae en guitarras, y Silvita Delfino en el bajo. Se escuchan aplausos. Los escupitajos se incrementan de Viñas y su banda hacia el público y viceversa.
¿Y qué nos vas a interpretar, David? Desde ya te adelanto que yo te voy a acompañar en los coros, eh.
Vamos a tocar, con la Punk Fucking Band, el primer corte de difusión de nuestro CD Literatura argentina y realidad política, el tema: Indios, ejército y frontera. Y la The Punk Facking Band y yo, queremos dedicar este tema a América Cristo-Falo, que está pasando por un mal momento y decirle que aguante, que el domingo te vamos a ir visitar y llevarte cigarrillos.
¡Eh, aguante puto!, grita de atrás de su bajo Silvita Delfino a la cámara, ¡no te quiebres trolazo, que ya vas a salir y vamos a volver a las calles, vamos a ir a buscar a esos botonazos que te hicieron comer este garrón, puto!
¡Buenísimo! Bueno, les agradezco a todos por haber estado del otro lado y el próximo sábado nos volveremos a ver.
Entonces Viñas agarra el micrófono con ambas manos, encorvándose un poco sobre él, separa las piernas, y dice: “undostresva”, y la banda empieza a tocar, mientras el aula Boquitas Pintadas, deviene toda, en un sólo y único pogo.
En esta canción, no hay mensajes para vos.
Uno y dos son tres, arruinado hoy me ves.
Me podés buscar, pero nunca encontrar.
Mi cuerpo esta acá mi cabeza mas allá.
Porque yo nunca lo hice, nunca más lo vuelvo a hacer.
Porque todo se repite sin que yo lo quiera hacer.
Porque fácil se presenta cuando no lo quiero hacer.
Porque vivo como un muerto pero vuelvo a nacer.
Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.
Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.
En esta canción, no hay mensajes para vos.
Uno y dos son tres, arruinado hoy me ves.
Me podés buscar, pero nunca encontrar.
Mi cuerpo esta acá mi cabeza mas allá.
Porque yo nunca lo hice, nunca más lo vuelvo a hacer.
Porque todo se repite sin que yo lo quiera hacer.
Porque fácil se presenta cuando no lo quiero hacer.
Porque vivo como un muerto pero vuelvo a nacer.
Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.
Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.
(XIX)
(ciento cincuenta monos, diciembre 2007)
“…porque Françoise veía por todas partes ‘envidias’ y ‘chismes’, que en su imaginación cumplían ese funesto y permanente oficio que cumplen en la de otras personas los jesuítas y los judíos…”.
“No es que ella fuera mala. No hay ninguna mujer que nazca mala, porque todas nacen malas, nacen con la maldad dentro. La cosa es casarlas antes que la maldad llegue a su consecuencia natural. Pero tratamos de hacer que se sujeten a un sistema que dice que una mujer no se puede casar hasta que alcanza cierta edad. Y la naturaleza no presta atención a los sistemas, y las mujeres les prestan menos atención a ellos, ni a nada. Simplemente es que ella creció demasiado de prisa. Alcanzó el punto en que la maldad llega a su consecuencia antes que el sistema dijera que era hora para ella. Creo que no lo pueden remediar. Yo tengo una hija también, y lo digo”.
“Activáte ya. Activáte con Activia.”
Decorado:
El comedor de un coqueto departamento de la calle Las Heras.
Situación:
Tres Chicas de Letras toman el té y charlan.
Acto I
(Josefina—la china—Ludmer, Marina Mariash y Elsa Kalish)
Josefina Ludmer:
¿Está rico el té, chicas?
Elsa Kalish:
Sí, exquisito China.
Marina Mariash:
Eh… yo… eh, podría tomar otra cosita porque…
Josefina Ludmer:
¡Por qué! ¡A ver, por qué querés tomar otra cosa me querés decir! ¡Te invito a mi casa a tomar el té y me lo desprecias! ¡A ver, tarada, explicame por qué mierda si te concedo el honor de venir a tomar el té a mi casa, a mi casa donde solo viene a tomar el té un reducido y selecto grupo de elegidos, me haces este desplante! A ver, dame una explicación valida, porque de lo contrario llamo ya mismo a mi siervo Daniel y le ordeno que te eche a patadas en el culo ya mismo de mi casa.
Marina Mariahs:
Es que… me da vergüenza, no se cómo decirlo sin ponerme colorada y empezar a balbucear.
Josefina Ludmer:
¡Vergüenza, vergüenza! Vergüenza es ese programa de televisión boludo donde entrevistas a escritores de cabotaje que con tal de figurar son capaces… mira lo que te digo, con tal de figurar y aparecer en tu programa de cable boludo para que vos los histeriquiés, son capaces hasta de escribir algo interesante. ¡Que pajé. Me angustiaste. Lograste hacerme angustiar. ¿Es lo que querías, verdad? ¡Claro, que boluda que soy, cómo no me di cuenta antes! ¡Claro, cómo no supe darme cuenta que debajo de ese disfraz de retardada mental se ocultaba un monstruo, un ser inmensamente perverso que goza haciéndole mal a los demás! Mirá como me haces poner! Yo que te invité a mi casa a tomar el té con la mejor, de corazón, mierda, y mirá como me lo retribuís.
Elsa Kalish:
Bueno, China, no te exaltes, no te pongas mal.
Josefina Ludmer:
é. Me angustiaste. Lograste hacerme angustiar. ¿Es lo que querías, verdad? ¡Claro, que boluda que soy, cómo no me di cuenta antes! ¡Claro, cómo no supe darme cuenta que debajo de ese disfraz de retardada mental se ocultaba un monstruo, un ser inmensamente perverso que goza haciéndole mal a los demás! Mirá como me haces poner! Yo que te invité a mi casa a tomar el té con la mejor, de corazón, mierda, y mirá como me lo retribuís.
Elsa Kalish:
Bueno, China, no te exaltes, no te pongas mal.
Josefina Ludmer:
Pero la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer. La culpa es mía que soy una boluda que todavía cree en las personas. ¡Cómo no me voy a poner mal, Elsa! ¡Qué, vos también estas del lado de ella! Están todos contra mí, nadie me quiere… Aaaah, ahora me doy cuenta de todo, a ustedes dos las mando el culastron de Panesi para cagarme la vida, ¿no es así? Claro, pobrecito, ese fracasado, el muy mierda, como él se tuvo que quedar acá en Argentina fracasando porque el muy turro de Pezzoni al morirse lo clavó heredándole su bolichongo de morondanga de Puán, me odia, me envidia, quiere que yo también me vuelva una vieja chota que se la pasa todo el día tomando el té y hablando boludeces con retardadas igual que él. ¡Pero yo que culpa tengo! ¡Qué culpa tengo yo de haberme ido al extranjero y romperme bien el orto y convertirme en una reina de la teoría mientras él se quedaba acá tomando té y atendiendo detrás del mostrador del bolichongo de Pezzoni a esa alta casa de estudios de mierda que produce retardadas mentales como ustedes dos!
Elsa Kalish:
Calmate, Chinita. Tomá una Carilina y secáte las lagrimas.
Josefina Ludmer:
¡No! No quiero tus Carilinas, metételas en el orto a tus Carilinas. ¡Ya mismo se van las dos de mi casa! ¡Ya, se van! ¡Daniel! ¡Daniel! ¡Daniel!
Elsa Kalish:
China, escuchame. Yo entiendo tu angustia e indignación y comparto con vos que Marina sé desubicó y que vos no te mereces lo que te acaba de hacer. Pero bueno, nada, según ella, todo este momento desagradable que nos está haciendo pasar tiene una explicación, una razón de ser, ¿verdad? Por qué no la dejás hablar y si no te convencen sus palabras yo misma me comprometo a echarla a patadas de tu casa.
Josefina Ludmer:
¡Daniel! ¿Dónde se metió ese pelotudo? ¡Cómo te hace renegar la servidumbre en este país! ¡Siempre que una los necesita nunca están! ¡Daniel, vení ya para acá y sacáme a estas dos judías putas de mi vista!
Elsa Kalish:
Dale, China, dejala hablar, dale, toma la Carilina y secate esas lagrimas, ¿dale?
Josefina Ludmer:
Bueno, esta bien. Gracias, nena. Pero yo te digo algo Marinita, si vos seguís por ese camino, conduciendo programas de TV para retardados y escribiendo boludeces en Blogs… así… así…así, jamás, pero jamás de los jamases vas a lograr llegar a dar clases en Yale como yo y convertirte en una reina de la teoría a la cual no haya pajero que no se le arrodille a sus pies. ¡Que te quede claro, eh, porque no te lo voy a volver a repetir!
Marina Mariash:
Ay, no sé cómo empezar, no sé cómo decirlo, me da vergüenza.
Elsa kalish:
Dale tarada, habla, o nos hecha a la calle a las dos esta vieja chota. Dale, pensa en los sacrificios que tuvimos que hacer para lograr llegar a esta tarde a estar sentadas acá tomando el té con esta vieja chota y ahora vos querés tirar todo por la borda por una boludez, porque seguro que es una bolucez, Marina.
Josefina Ludmer:
Te escucho Marina querida de mi corazón.
Marina Mariash:
Sufro… tengo transito lento, por eso no quiero tomar té. Me entendes, China, ahora. No es nada contra vos, lo que sucede es que el té te reseca las tripas y te constipa y yo sufro de transito lento.
Josefina Ludmer:
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA… No podés cagar… JAJAJAJAJAJA… ¿Era eso? La mina no puede cagar, por eso me desprecia el té que le convido.
Elsa Kalish:
¿Y hace mucho que sufrís de este problemita?
Marina Mariash:
¡De toda la vida! Desde que tengo uso de razón que vivo taponada. Mirá, cuando era chica tres veces me tuvieron que internar de urgencia por bolo fecal. Y de grande… ni te cuento. Las mil y unas tuve que pasar y paso con mi transito lento. Es horrible, porque vivo siempre en una espera permanente en la que todo el tiempo estoy por ir de cuerpo y cuando llego al baño, que no puedo más, que me hago encima, me siento, hago fuerza y fuerza y más fuerza como si estubiera por parir y nada, no puedo, no puedo, no sale. Pero bueno, con el tiempo me fui acostumbrando y aprendí a vivir y llevar mi transito lento a todas partes. ¿Qué se le va a hacer, no?
Josefina Ludmer:
¿Y no probaste con que te rompan bien el culo? Quizá con eso se solucionan todos tus problemas de transito lento. Quizá solo sea un problema de desfasaje entre el tamaño de tus soretes y el orificio de tu ojete. Digo, no, si producís soretes grandes y duros y tenés un ojete chiquito, quizá, quién te dice, todo el problema se pueda resolver haciéndote romper bien el culo.
Marina Mariash:
Ya probé de todo, China, pero no hay caso, padezco de transito lento crónico.
Elsa Kalish:
¿Probaste con un Activia?
Marina Mariash:
No, ¿qué es eso?
Elsa Kalish:
Un yogur nuevo de La Serenisima que te ayuda a cagar. Tenés que tomar uno por día y al cabo de dos semanas, cagas de lo lindo.
Josefina Ludmer:
¡Daniel¡ ¡Daniel! ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Qué sucede, ahora, China. Calmate, que te vas a enfermar.
Josefina Ludmer:
No ves que lo llamo a Daniel y no viene. Esta servidumbre de mierda y la puta que los parió. ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Bueno, ya va a venir. Quizás este ocupado en alguna tarea y no te escucha. ¿Querés que lo baya a buscar? ¿Qué es lo que necesitas tan urgente que haga? Decime, yo lo hago.
Josefina Ludmer:
¡No, no, no… Para eso tengo siervos, para que me atiendan. Ustedes son mis invitadas y tienen que ser servidas a cuerpo de rey. Aparte, yo conozco bien el paño choto de la cultura argentina… y si yo ahora te dejo a vos hacer una tarea que le corresponde a mi siervo, vos mañana, seguro, vas a ir por ahí cotorreando y tirando mierda de que yo soy una vieja puta que te invite a mi casa para humillarte obligándote a hacer las tareas de mis esclavos. ¡Daniel, Daniel…
Elsa Kalish:
Pero nooo, China, nada que ver, faltaba más, todo bien, si vos sabes que esta todo bien entre nosotras, ¿o no sabes que yo te quiero como si fueras una segunda madre?
Josefina Ludmer:
Vos sos una hija de puta. ¿O acaso no te acordás que la última vez que te invite a tomar el té a mi casa, en esta misma mesa, me contaste que tu vieja era una rebentada, una pobre mina y que la odiabas, eh, eh, eh?
Elsa Kalish:
Aaah, es verdad, me había olvidado. Pero vos sos la madre que yo siempre hubiera deseado tener.
Josefina Ludmer:
Vos sos una hija de puta. Pero te falta tomar mucha lechita para ser la hija de esta puta. ¡Mucha leche, tarada!
Marina Mariash:
A mi me gusta la leche, yo siempre tome mucha leche.
Josefina Ludmer:
Sí, ya se que a vos te gusta la leche igual que a esta otra puta. Ustedes las judías son todas iguales, putas y calentonas.
Marina Mariash:
Si te pone tan mal que no tome el té que me serviste, lo tomo, lo voy a tomar, después de todo, un té más o un té menos, igual cuando llegue a casa no voy a poder ir de cuerpo.
Josefina Ludmer:
¡Daniel! ¡De ninguna manera! Ahora mismo lo llamo a Daniel y que te vaya a comprar Activia. ¡Daniel, vení para acá que tenés que ir a hacerme un mandado a los chinos de la esquina! ¡Daniel! De ninguna manera te voy a permitir tomar mí té si te hace mal, porque yo te dejo tomar mí té y vos después vas a escribir en tu Blogs pelotudo que no podés cagar porque yo te obligué a tomar té… y además, vas a ir corriendo a contarle a la vieja chota de Panesi que yo te obligue a tomar té porque sabía que vos sufrias de transito lento y de pura jodida que soy quería verte reventar de mierda, de un coma de bolo fecal. No nenita, ahora mismo viene Daniel y va al super de los chinos de la esquina y te compra un Activia. ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Che, veo que tenés problemas con la servidumbre.
Josefina Ludmer:
No me hablés, no me hablés. Desde que volví a este país de mierda no hago más que hacerme malasangre. Esto en Estados Unidos no pasa, ¿sabes? Cuando daba clases en Yale tenía una docena de espaldas mojadas, de chicanos feos y analfabetos a mi servicio. ¿Y sabes cuanto me salía tener a una docena de siervos allá? Nada, una ganga. Trabajaban para mí las 24 horas por la comida y la cama. Y no saben cómo me atendían, chicas. ¡Lo dóciles que eran, lo servicial que eran para con su ama! Se desvivían por mí. Yo no tenía que decirles ni mu que ellos ya sabían lo que yo todavía no sabía que iba a necesitar pedirles. Eran divinos, divinos, mis espaldas mojadas. Así sí daba gusto tener siervos. No como acá, que te dan un trabajo, ¡un trabajo! ¿Dónde se vio que una tenga que estar pendiente todo el día de sus siervos y no ellos de una, eh? ¿Dónde? Solo acá, en un país de cuarta como la Argentina llena de negros cabeza peronistas que se creen con derecho, con derechos… ¡Derechos de la poronga de Perón y la cajeta frígida de la rubia oxigenada de su mujer que les metieron esas ideas putas a estos negros putos que no sirven ni para ir a la esquina a ver si llueve y encima se creen con derecho a estropearle a una que es una académica respetada internacionalmente una hermosa velada de té. Desde ya les pido perdón, chicas, por el comportamiento de mi servidumbre y les prometo que no va a volver a suceder la próxima vez que las invite a tomar el té. Estoy evaluando la posibilidad de conseguirme unos bolitas, esos son buenos bichitos, sumisos y laburadores, no como estos negros del interior que en cuanto te descuidaste te cagaron. Y les digo más, esto en Estados Unidos no pasa. Por eso chicas, si ustedes algún día quieren levantar cabeza y aspirar a vivir una vida menos grasa y tilinga que esta basura que les ofrece el ámbito cultural provinciano y decadente de Buenos Aires, prepárense a conciencia, lean mucho, rómpanse el culo laburando, como lo hice yo, y cuando puedan, rájense al carajo, a Estados Unidos, que son más boludos que los pajaritos los yanquis, y peor aun les diría… Pero si tenés guita haya no hay lola ni ocho cuartos de la pindonga, haya los siervos son siervos y las reinas somos reinas, como debe ser y a otra cosa… Les voy a confesar algo, chicas, desde que volví del extranjero no puedo evitar la desagradable sensación de sentirme Mansilla viviendo en los ranchos de los indios Ranqueles. ¡Daniel! ¡Daniel, vení para acá! ¡Daniel!
Marina Mariash:
Elsa tiene razón, China, calmate, porque te va a hacer mal.
Josefina Ludmer:
“Elsa tiene razón, China…”, estúpida. Si fuiste vos la que me generó toda esta angustia y malasangre, estúpida. ¡Vos me vas a matar! ¡Daniel, vení ya, que tenés que ir a los chinos de la esquina a comprar Activia para la boluda de Mariash que no puede cagar!
Marina Mariash:
China, no importa, en serio, me tomo el tecito y ya.
Josefina Ludmer:
¿Harías eso por mí? ¿En serio?
Marina Mariash:
Sí.
Josefina Ludmer:
¿De veras?
Marina Mariash:
Sí.
Josefina Ludmer:
Como me gusta la gente sumisa y alcahueta que se deja humillar por mí. Me enternece. Despierta lo mejor de mí, mi parte maternal.
Marina Mariash:
Te entiendo, yo también soy mamá.
Josefina Ludmer:
Vos no entendés nada, vos sos una estúpida, igual que esta otra retardada, que se creen que porque vienen a tomar el té a mi casa, con eso solo, con eso solo y escribiendo después columnas pelotudas para infradotados y poemitas forros, van a llegar a Yale y tener una docena de espaldas mojadas a su servicio que les abaniquen la argolla todo el día.
Marina Mariash:
Ay, que rico este té. ¿De qué es?
Josefina Ludmer:
En serio te gusto mí té. Ay, sos divina, en tu boludez atómica por momentos tenés raptos de inocencia que me conmueven. Es de vergamota el té, Marina.
Marina mariash:
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA…
Josefina Ludmer:
¿De qué te reís?
Marina Mariash:
Verga-mota, verga… JAJAJAJAJAJA…
Josefina Ludmer:
Sos una idiota… JAJAJAJAJ…
Marina Mariash:
Sí… JAJAJAJA…
Josefina Ludmer:
La verdad, chicas, que hoy me desperté rayada mal, pero que ustedes vinieran hoy a tomar el té me cambió los humores y me alegró la tarde.
Elsa Kaslish:
China, a nosotras también nos alegra y gratifica poder estar en tu casa compartiendo este té con vos.
Josefina Ludmer:
Sí, sí, seguro. No sigas hablando mejor que la vas a embarrar. Mira que yo a vos te conozco, vos sos la típica putita del conurbano que por llegar a ser iluminada por las luces del centro es capaz de cualquier cosa. Una negrita rebentada y resentida del conurbano con hambre de salir de pobre y llegar a ser una reina como yo. ¿Pero sabes cuánto te falta a vos para ser una diosa como yo? ¡Sabes!
Elsa Kalish:
Mucho.
Josefina Ludmer:
Sí, mucho. Y la verdad, no te veo pasta, ni que te de el cuero ni para empezar, sencillamente, porque sos una pobre boluda con una educación deficiente.
Marina Marish:
¿Y yo?
Josefina Ludmer:
Y vos en la escala zoológica sos aún inferior que ésta.
Marina Mariash:
Ay, acabas de decirme que soy un animalito, ¡que lindo! ¿Qué animalito seria yo para vos? ¿Una bambi? ¿Un oso panda? ¿Una calandria?
Josefina Ludmer:
Dejalo ahí, Marina, mejor dejálo ahí. No quiero volverme a calentar. Mejor les voy a contar…
Elsa Kalish:
¡No me digas que nos vas a contar de cuando Osvaldo Lamborghini te tiró toda tu biblioteca por la ventana un día que estaba pasado de merca o cuando también te tiró el gato por la ventana de puro jodido y puto que era! Ay, sí, contá, contá… ¿es verdad que te cagaba a piñas y le gustaba que lo vieras como él se lo garchaba a Cesar Aira mientras te decía: ves, así se hace crítica literaria?
Josefina Ludmer:
No, no se de lo que me hablas, no quiero hablar de eso. Les voy a contar lo que me sucedió anoche, que no se puede creer.
Marina Mariash:
Ay, dale, dale.
Elsa Kalish:
Sí, sí, contá Chinita.
Josefina Ludmer:
Anoche le pido a mi “shofer” que saque el auto y me lleve a jugar a los fichines del casino flotante. Yo soy loca por los fichines, me vuelven loca. Me vuelven loca las maquinitas. Desde que me agarró la menopausia, de esto hace ya años, se me pego el raye de los fichines. La cosa es que mi “shofer” me lleva y le digo que me espere en la puerta mientras entro a jugar. Entro y en menos de una hora me limpiaron las maquinitas toda la guita que había llevado para jugar. Obviamente que salí puteando a los cuatro vientos. Recaliente. Siempre que salgo de jugar a los fichines vuelvo recaliente como una perra, gane o pierda, quedo con una calentura de los mil demonios. Así que le dije a mi “shofer” que me llevara a un cajero a sacar guita y después le indiqué que fuera por avenida Santa Fe para lebantar un chongo que me bajara la calentura de la cachufleta que se me incendiaba. Levanto a uno y me lo traigo para casa. Me pongo en pelotas y le pido, le suplico, porque ya no podía ni hablar de la calentura padre que tenía, cogeme, puto. ¿Y a que no saben qué paso en ese momento? El muy puto se me quedo parado en bolas frente a mí, que hervía como una pava caliente olvidada en el fuego, mirándome con cara de cordero degollado y me dice: disculpe, señora, no se me para, no se que me pasa, pero no puedo, no se me para. ¡Para qué! Cuando oí eso me volví loca de desesperación. Empece a saltar en bolas en la cama, histérica, y me arroje sobre él y le empece a pegar desesperada en todo el cuerpo. Lo quería matar. Nene, yo ya te pague por un servicio, le dije, así que ahora me garchas o te mato. La cosa que el pibe, que no tendría más de 18 años, se asustó tanto de verme hecha una fiera dispuesta a cualquier cosa si no me cogía bien cogida, que me propuso llamar a un compañero que laburaba con él y que viniera a cumplir el servicio por el cual yo ya había pagado sus buenos morlacos.
Marina Mariash:
¿Y?
Josefina Ludmer:
“¿Y?”, “¿y?”, “¿y?”, estúpida, ¡y qué! Y nada, vino el compañero, al que sí se le paró y me regarchó.
Marina Mariash:
Que lindo.
Josefina Ludmer:
¿Qué cosa es lindo, Marina?
Marina Mariash:
Hacer el amor, que dos personas se unan en un acto de entrega mutua…
Josefina Ludmer:
Yo no sé. Yo no sé si vos Marina sos o te haces. A veces pienso que vos sos una terrible yegua turra y yo la reina de las boludas. La verdad que me desconcertás.
Marina Mariash:
¿En serio? Esta bueno eso que me decís, ¿lo puedo postear en mi Blog?
Josefina Ludmer:
Hace lo que quieras, Marina, la verdad, que me agotaste. Logras agotarme como pocas personas lo logran.
Elsa Kalish:
Chicas, les quiero contar algo a ustedes dos, ya que estamos acá tomando el té.
Josefina Ludmer:
A ver, dale.
Marina Mariash:
Sí, qué.
Elsa Kalish:
El otro día vino a tomar mate a casa mi primo. Quizá escucharon hablar de él, es el licenciado Cariola.
Marina Mariash:
Ay, sí que lo conozco, ¿cómo no lo voy a conocer? ¡Es mi psicoanalista! ¿En serio es tu primo, no lo sabía? ¡Es un genio! Y tiene unos ojos verdes que me vuelven loca. ¡La de pajas que me abre hecho con tu primo haciéndome la croqueta que me hacia el amor en el diván!
Josefina Ludmer:
Sí, claro que escuche hablar de él. Según la trola de Rabinovich tu primo es una eminencia en materia de histéricas.
Elsa Kalish:
Bueno, resulta que la otra tarde cae en casa a tomar mate y me cuanta que esta escribiendo un trabajo para exponer en un coloquio, ¿no? ¿Y saben sobre que era el trabajo sobre el que esta escribiendo: la mujer y las bombachas? Según él, ahí hay algo fundamental de lo femenino que se pone en juego en la relación que entablamos nosotras con las bombachas.
Josefina Ludmer:
No entiendo.
Elsa Kalish:
Yo le respondí lo mismo cuando me lo contó. Entonces me hizo la siguiente pregunta: vos Elsa cuando te metes en el baño a bañarte, ¿qué haces con la bombacha que te sacas? ¿Lavas la bombacha sucia mientras te duchas? ¿Juntas bombachas sucias y las lavas todas juntas? ¿O metes tus bombachas sucias con el resto de la ropa para lavar y metes después todo junto en el lavarropas?
Marina Mariash:
¡¡¡Yo la lavo mientras me baño y la dejo colgada de la canilla!!!
Josefina Ludmer:
¡¡¡Yo pongo las bombachas sucias en un canasto que es solo para bombachas y Daniel me las lava una por una con Camellito para ropa delicada!!!
Elsa Kalish:
Pero ninguna de las dos mezcla las bombachas que se saca con el resto de la ropa y lava todo junto en el lavarropas o en una palangana.
Josefina Ludmer:
¡No! ¿Cómo vas a mezclar las bombachas con el resto de la ropa sucia para lavar? ¡Es un asco!
Marina Mariash:
No es higiénico, eso. Aparte si metes las bombachas con el resto de la ropa en el lavarropas, las bombachas se te estropean.
Josefina Ludmer:
Lo ideal es lavarlas a mano porque se te estropean si las metes en el lavarropas.
Marina Mariash:
Y, es lo ideal. Pero nunca mezclarlas con el resto de la ropa sucia. Es un asquito.
Josefina Ludmer:
Cómo vas a hacer eso, mezclar la ropa sucia con las bombachas, no, jamás.
Elsa Kaslish:
Yo le dije lo mismo a mi primo. Que las bombachas que te sacas no las podes mezclar con otra ropa, que eso no lo hice nunca.
Josefina Ludmer:
Y sí, las bombachas…
Marina Mariash:
…
Josefina Ludmer:
Para retardada, que no termine, dejame hablar. Me quede porque me acorde que no me compro una puta bombacha desde que volví de Estados Unidos y las que tengo estan todas con el elastico roto, hechas un trapito, porque el puto de Daniel me las mete en el lavarropas. ¡Y me las estropeo todas, no me dejo una sanita!
Elsa Kalish:
Pero Josefina, vos no podes ir por la vida con las bombachas hechas concha.
Marina Mariash:
Sos Josefina Ludmer, una teórica de renombre internacional, no una boludita que da practicos en una catedra chota del bolichongo de Panesi.
Josefina Ludmer:
Aprendes rapido, mosquita muerta. Igual no te queda, se te nota demasiado que estas impostando mi discurso, que te estas poniendo un vestido que a mi me queda fatal y a vos, sencillamente, para el reverendo culo.
Elsa Kalish:
Claro, imaginate China, que se corra la vos de que Josefina Ludmer anda por ahí con las chabombas rotas, eh. O peor, mira lo que te digo, que se entere la Sarlo, eh, que te tiene entre seja y seja y que te odia desde que le robaste a Piglia y Pauls.
Marina Mariash:
En serio te comiste al bonbón de Alan Pauls. Ay me meo, me meo de la envidia.
Josefina Ludmer:
Paren un toque pelotudas. Primero que nadie se tiene que enterar si ustedes no abren la boca. Segundo yo a Piglia no lo toco ni un puntero laser. De dónde sacaron que yo me sepille a ese boludo la puta que las pario.
Elsa Kalish:
Es lo que se dice en los pasillos de Puan, China.
Josefina Ludmer:
Ese es culastron de Panesi, que como esta al pedo todo el día tomando sus tecitos con escones, como una vieja chota, claro, se aburre y no encuentra mejor manera de pasar el tiempo y divertirse un rato, el pobre mierda, que hablando boludeces de la gente que labura… A ver, esperen. Basta, no quiero escucharlas más con su sartas de estupideces.
Marina Mariash:
Queres que nos vayamos y te dejemos pensar tranquila.
Josefina Ludmer:
Por qué no te cayas, estúpida, cayate y limitate a escucharme, no me interpretes, ¿ok?, que no te da la cabecita para tanto.
Marina Mariash:
Sí.
Josefina Ludmer:
¡Que te calles, te dije, la puta que te parió! Miren, lograron hacerme angustiar con este tema de las bombachas. Así que ahora me van a tener que acompañar a ir a comprar bombachas.
Marina Mariash:
¡Ay, sí, me encanta salir de compras!
Josefina Ludmer:
Te ordené que cerraras el pico. ¡Cómo te lo tengo que decir, en qué idioma tengo que hablar para que me entiendas!
Marina Mariash:
…
Josefina Ludmer:
Bueno, me acompañan o no, de shoping, a comprar una bombachulis, eh.
Elsa Kalish:
Claro, a dónde vamos.
Marina mariash:
¿Al Paseo Alcorta, al Alto Palermo, por avenida Santa Fe…
Josefina Ludmer:
¡No, no y no! Acá, a la esquina. Al super de los chinos. La bolita que atiende la verduleria de los chinos putos también vende bombachas. El otro día que pase, la boli me mostro unos bombachitas que recien le habían traido de La Salada que me parecieron divinas. Pero nada, no sé, como yo hace tiempo que no estoy en tema, me gustaria que ustedes me aconsejen. Que las vean y me digan qué les parecen las bombachulis de la boliviana de los chinos.
Acto II
(El mismo decorado, la misma situación, las mismas tres chicas, otra tarde, unas semanas después)
“En el caso de un discurso o un individuo, calificaré de grotesco el hecho de poseer por su status efectos de poder de los que su calidad intrínseca debería privarlo. (…) El poder político (…) puede darse y se dio, efectivamente, la posibilidad de hacer transmitir sus efectos, mucho más, de encontrar el origen de sus efectos, en un lugar que es manifiesta, explícita, voluntariamente descalificado por lo odioso, lo infame o lo ridículo. (…) El grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria. Pero como sabrán, también es un procedimiento inherente a la burocracia aplicada. (…) Para decir las cosas de una manera solemne, señalemos esto: Occidente, que—sin duda desde la sociedad, la ciudad griega—no dejó de pensar en dar poder al discurso de verdad en una ciudad justa, finalmente ha conferido un poder incontrolado (…) a la parodia del discurso científico reconocida como tal.”
Josefina Ludmer:
¿Esta rico el té, chicas?
Elsa Kalish:
Muy rico, más rico que el que nos serviste la última vez. De qué es este té.
Marina Mariash:
…
Josefina Ludmer:
Vos no hables, no digas una palabra. A vos no te pregunte nada. No te invite para tener que escuchar tus pelotudeces. Te invite para que me escuches y aprendas.
Marina Mariash:
…
Josefina Ludmer:
Shhhh, cayate, perra, no te me insolentes en mi propia casa, eh.
La verdad que me desconosco, no entiendo por qué insisto con ustedes dos que son dos taradas a cuerda que no entienden nada. Son igualitas a los infradotados a los que les doy clases de postgrado en Sociales, igualitas, cortadas por la misma tijera, con la salvedad que a ellos les saco guita y a ustedes ni eso. ¡Qué ingrato es el trabajo de docente!
Marina Mariash:
¿Sí… mucho?
Josefina Ludmer:
¡Cayate, por favor, cayate! ¡No me tortures más! ¿Cómo te lo tengo que pedir?
Y sí, estúpida, claro que es ingrato el trabajo docente. Te la pasas preparando clases como una negra para alumnos pajeros que cuando terminan la cursada y te vienen a rendir el final no se cansan de humillarte obligandote a bocharlos. ¡Qué frustración! Cada vez que entro a un aula y me enfrento a esos retardados mentales de los alumnos, ¿saben quién me siento, qué me recurda?
Elsa Kalish:
No.
Josefina Ludmer:
Me siento el profesor Jirafales teniendo que darle clases al Chavo del 8, a Quico, a la Chilindrina, a Ñoño, a la Pompis, a Godines… Es tan ingrato y desgastante el trabajo docente. Estresante. Digan que yo me supe inventar este currito de teórica crítica gracias al cual conseguí un batgraund que me da cierto aire libre para boludear y distraerme, que si no, que si no, ya hubiera reventado.
La verdad que no me puedo quejar. Con este curro de la teoría crítica una además de conseguir guita obtiene poder. Y el poder siempre es canchero, te vuelve alguien deseable, impune, un sorete como todo el mundo, con la diferencia que todo el mundo no puede ser todo lo sorete que desearia ser porque carece de la capacidad de acumular el poder necesario para ser como soy yo la reina madre de todos los soretes. Pero para ser un gran sorete hay que romperse bien el culo, no queda otra, subordinación y valor. Pero una vez que llegaste, ¡qué placer! Boludes que se te ocurre, la escribís, la publicás, te pagan por eso y después salis en los suplementos de los diarios en la nota de tapa y ves a los alcahuetes infradotados de tus colegas que repiten lo que dijiste, que discuten lo que vos decis y después te roban para sus papers las boludeces que escibiste para garronear becas y yo me cago de la risa.
Marina Mariash:
Bueno, algo de eso te criticaban, creo, si no leí mal, Celsi e Iglesias en un par de ensayos que aparecieron en elinterpretador, ¿no?
Josefina Ludmer:
Esos dos son dos boluditos que no entienden nada. ¡De qué me hablas! Esos Celsi e Iglesias, que seguramente deben ser dos amiguitos tuyos, son dos idiotas zarpados de boludos, pero zarpados mal, eh. Saben a cuántos giles igual a ellos me cruce en la vida, ¡a cuántos! Cientos. Son como los conejitos de la propaganda de Duracell, que en vez de usar pilas Duracell usan pilas comunes, marca poronga y al rato de empezar a andar ya se quedaron sin pilas. Dos boludazos tus amiguitos, que seguramente son tus amigos porque te hicieron el favor de garcharte, mal, como hacen todo, una noche. Y se les nota demasiado las costuras, que quisieran ocupar mi lugar. Pero no les da. Y no les da. ¿Y saben por qué no les da? Porque les falta la humildad necesaria de saberse unos chantas que no saben nada de nada. Que los demás se crean las boludeces que vos decis y publicás en libros esta bien, porque eso te da poder y el poder te permite hacer cualquiera, pero si te la crees vos, cagaste, sos un cadaver. Y Celsi e Iglesias se creen las boludeces y mentiras que escriben. Amén de que sus textos son teoricamente insustanciales, cancheros, gergosos, pedantes, igualitos a los que yo escribo, pero mal hechos. La teoría no es para cualquiera y mucho menos para dos analfabetos de clase media capitalina salidos del bolichongo de Puan que confunden a Sloterdijk con un espectro inventado por los manolitos de la academia española. ¡Burros, burros, burros! ¡Qué se yo si Sloterdijk alguna vez se la cayo una idea o no! ¡Qué me importa! Pero el loco sabe mentir de lo lindo, es como yo, manda fruta de lo lindo, pero fruta posta-posta, de exportación, no la fruta congelada que se consigue en la verduleria del super de los chinos de la esquina, que es la que consumen estos dos tarados.
Elsa Kalish:
Totalmente de acuerdo con vos, China.
Josefina Ludmer:
Alcahueta.
Elsa Kalish:
Pero no me dijiste todavía de qué es el té que nos serviste hoy.
Josefina Ludmer:
¡Qué té! ¡Qué té! ¡Qué teeeeee…..
Elsa Kalish:
¡El té que estamos tomando!
Josefina Ludmer:
¡No puedo más! ¡No doy más! ¡Me quiero morir!
Elsa Kalish:
¡No, para, Chinita, qué pasa!
Josefina Ludmer:
Estoy destruida. No aguanto más. Me quiero morir. ¡Vayanse, vayanse! Dejenme sola, ¡vayanse! Me quiero suicidar sola. ¡Daniel, traé la pistola que me quiero suicidar! ¡Daniel, vení ya para acá y traeme la botella de whisky y el revolver que quiero jugar a la ruleta rusa! ¡No doy más, no doy más, me muero, Daniel…!
Elsa Kalish:
Calmate. Nosotras no te vamos a dejar sola, te bancamos a muerte, podes confiar en nosotras, contanos. ¿Qué te tiene tan angustiada? Nada puede ser tan grave como para desear la muerte, contanos, dale.
Josefina Ludmer:
¿En serio, puedo confiar en ustedes? ¿Me van a escuchar sin burlarse ni reirse de lo que les cuente?
Elsa Kalish:
Mas vale, claro, si sos nuestro faro guía teórico, pero por sobre todo y lo que es más importante somos amigas en la vida, ¿no? Nosotras no te vamos a dejar sola, te bancamos a muerte.
Josefina Ludmer:
Cuántas me han dicho lo mismo y después me han querido clavar el puñal por la espalda.
Elsa Kalish:
Pero nosotras…
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
Gracias, chicas, no saben lo sola y desauciada que me siento y lo bien que me hace lo que me dicen.
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
Paren, chicas, me estan haciendo llorar de la emoción.
Marian Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Basta, estúpidas, la puta que las parió!
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Bueno, basta, se acabo, se cayan o las hecho de mi casa!
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Daniel! ¡Daniel! ¡Daniel, dónde te metiste! ¡Trae el arma que las voy a cagar a tiros a estas dos hijas de puta que me estan quemando la cabeza! ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Tranquila, tranquila, China, simplemente te estabamos demostrando nuestro afecto.
Josefina Ludmer:
Evidentemente me estoy volviendo una vieja boluda para necesitar recurrir al afecto y cariño de dos pelotudas como ustedes.
Marina Mariash:
¡Arriba, Josefina, que la vida es hermosa y vale la pena vivirla!
Josefina Ludmer:
¡Qué me queres insinuar con eso de “arriba, Josefina”, eh. ¿Me estas insinuando puta barata que tengo las tetas caidas?, eh, eh, qué te pasa “putaqueteparió”. Para tu información me hice las lolas el mes pasaso y me quedaron brutales.
Elsa Kalish:
¿En serio?
Josefina Ludmer:
Obvio, ¿quieren que les muestre?
Elsa Kalish:
¡Ay, sí!
Marina Mariash:
¡Sí, a ver!
Josefina Ludmer:
A ver, esperen. Esperen. Ven. Qué tal.
Elsa Kalish:
¡Geniales! Parecen las tetas de una pendeja de 20.
Marina Mariash:
Espectaculares. ¿Te salieron muy caras?
Josefima Ludmer:
Y, sí, me las hizo López, el cirujano que las opera a Moria, Mirta y Susana. La verdad que yo no sé que haría sin la tecnología.
Marina Mariash:
Sí, ¿no?, la tecnología es algo reloco, rebueno.
Josefina Ludmer:
Bueno, quieren escuchar o no, lo que me tiene tan angustiada.
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Basta, retardadas mentales, basta!
Marina Mariash y Elsa Kalish:
…
Josefina Ludmer:
Les cuento.
Anoche eran las tres de la mañana y no me podía dormir. Me clavé unas pastillas para dormir y nada. Le pedí a Daniel que me trajera la botella de Jack Daniel´s y empecé a tomar y nada. Estaba enroscada como loca pensando boludeces. Entonces, viendo que la cosa no hiba ni para atrás ni para adelante, me cambié, llamé a mi “shofer” y le ordené que me llevara al Bingo. Que el Bingo es lo único que cuando estoy angustiada loquicima me baja. ¡Las maquinitas son geniales, me vuelven loca! Bueno, la cosa que se hizo la madrugada entre los fichines y yo con una cabeza… No saben la cabeza que hacia. Estaba del orto. Entre las pastillas para dormir que no me hicieron un porongo y el litro de whisky que para esa hora de la madrugada me había bajado y el par de mogras que pegue con el dealer del lugar que ya me conoce por ser abitué del bingo me vende gilada de la buena, estaba…
Marina Mariash:
Hecha un dibujito animado.
Josefina Ludmer:
Y ensima, las maquinitas, que me vuelven loca y recaliente como una perra puta. Estaba en llamas, hecha un demonio. Y bueno, estaba en una maquinita enchufada jugando como loca y a quién veo que esta jugando en la maquinita de al lado a la mía: ¡el chino puto del super de la esquina! El chino de la esquina, el dueño del super de la esquina, al que fuimos el otro día a comprar bombachas, ¿se acuerdan? Bueno, la cosa es que él también me reconoce y nos saludamos y que pun y que pan, de repente estamos los dos sentados en el bar del Bingo charlando. Y resulta que el chino, que siempre me cayo mal como todos los chinos, porque vieron que son sucios y tienen olor a ajo y se visten que es un horror, aunque lo de la vestimente, bue, baya y pase, qué sé yo, pero vieron que los chinos siempre dan sucio, son sucios, ¿no? Pero este se ve que se había bañado para ir al Bingo y se me puso a hablar de mis lecturas del genero gauchesco. ¡No saben lo que sabe ese chino puto de teoría y literatura argentina, madre de Dios! El chavon se ve que cuando vino para acá se puso el super chino y empezó a estudiar español para manejar bien el negocio y ahora no me acuerdo cómo, estaba tan del orto que le entendía la mitad, pero la cosa es que el chino se termino leyendo toda la literatura argentina de los viajeros ingleses al patisambo de Cucurto y después siguió con toda la crítica que se ocupa de leer a nuestra literatura. Chino-chino. Cosa de chinos, solo un chino puede tomarse en serio la literatura argentina y leersela de cabo a rabo, y lo que es aun más absurdo, después sentarse y leer toda la crítica y teoría argentina. Y nada, yo, que medio lo seguía y medio me perdía porque estaba del culo, pero que por momentos le agarraba el hilo de lo que me estaba hablando y me daba cuenta que el chino, Pedro, Pedro se llama el chino, bueno, nada, el chino me dí cuenta que manejaba la literatura y teoría argentina como nadie. Y bueno, me flasho mal el chino, de repente senti que cupido me volaba el barulo con una escopeta calibre 16. Y como ensima por culpa de los fichines que me ponen muy puta mal y sentía que debajo de la bombacha la cachufleta se me prendía fuego como si fuera la caldera del diablo, y como no me importaba nada, me lo traje al chino, a Pedro, a casa y me lo…. y me enamore.
Marina Mariash:
¡Pero eso es hermoso! ¡Buenisimo!
Elsa Kalish:
¡Genial!
Josefina Ludmer:
No. No. No. Sí, me enamore. Pero el chino, Pedro, la tiene chiquita.
Elsa Kalish:
¡Noooo!
Marina Mariash:
¡Puta madre! ¡Cuánto!
Josefina Ludmer:
13 centimetros y medio. Me la mete y no la siento. ¡Me la mete y no la siento! No sé qué hacer. Estoy desesperada. Me enamore de un chino con el pito chico. ¿Qué hago? ¡Qué hago! ¡Lo amo pero la tiene tan chiquita! ¡Lo amo, me muero por él, es el amor de mi vida, pero la tiene tan chiquita que no lo puedo tomar en serio! ¿Qué hago, chicas? No sé qué hacer, creo que me voy a volver loca.
Elsa Kalish:
Por qué no llamas a tu cirujano, el que te hizo la tetas y le consultas tu problema, a lo mejor hace elongaciones penianas.
Marina Mariahs:
Sí, hoy en día la tecnología esta muy abanzada, es una maravilla. Puede hacer milagros, puede hacer de un pito chico tremendo pijudo.
Josefina Ludmer:
Ay, no se me había ocurrido. Yo no sé qué haría sin ustedes. ¿Les dije que las quiero?
Marina Mariash:
Y nosotras a vos…
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
Textos de Kalish y sus seudonimos
Tensiones y contenciones: Nielsen, Piglia, Fogwill y demás
(elinterpretador, número 13, abril 2005)
“La tensión indica que un pensamiento se dirige hacia un afuera de sí. Pero también que ese afuera lo lleva en su matriz. Esta vibración o este alboroto, la inquietud, es el nervio de la idea. El otro de un pensamiento es otro pensamiento.
La tensión es juego y desafío, está en los orígenes mismos de la filosofía. La dialéctica platónica tenía una base polémica, una batalla oral en la que la destreza argumentativa enlazaba y separaba a los contendientes. Pero mas allá de todas las ocasiones en que la enunciación filosófica se dirige a otro (…), es recomendable hacerle a un texto la siguiente pregunta: ¿contra quién? Los discursos culturales, aquellos que tienen que ver con las acciones y con los valores de los hombres, se despliegan sobre un fondo polémico.”
Tomás Abraham, en Tensiones filosóficas
“Le pedí a papá que me tratara como a una compañera de trabajo y no como a su hija.”
María Paz, hija de Carlos Monti, en Revista Pronto
“Por la plata baila el mono, y estos gatos ni te cuento…”
Marcela Tauro, en Quién es quien
¿Tensiones filosóficas? ¿Puterío barato –que me encanta– o una discusión en torno a algo concreto y real? ¿Miserias mar“x”cianas en el Planeta de los simios? En estos textos que reproduzco a continuación, mas allá de quién tenga razón –¿Nielsen?, ¿Piglia?, ¿Fogwill?, ¿todos un poquito o ninguno nada?– lo que importa es lo que surge del conjunto de los ellos: un relampagueo que permite vislumbrar el mismo lodo en el que estamos todos manoseados y verificar cómo en torno a ese manoseo se articulan diferentes posiciones. Porque, precisamente, de ese lodo y de ese manoseo, surgen las condiciones de posibilidad en que se escribe, se debate, se gana plata, se ve pasar a la suerte desde el costado de la ruta mientras se revuelve la basura, se pierde –aunque perder siempre sea perder, no es lo mismo perder de un lado que del otro de la General Paz–, se gana mandando una novela al Premio Planeta o una cartita al programa de Susana Giménez, se ama, se odia, y también se muere, acá, ahí, justo ahí, en esta dulce tierra, Argentina. Un país increíble y cruel, donde por alguna misteriosa razón los escritores se reproducen como hongos, y no descarto que más de uno pueda ser un pitufo.
En La cabeza de Goliat, Ezequiel Martínez Estrada, a mediados de la década del 30, se preguntaba: por qué acá hay tanta producción artística, tantos teatros, recitales de poesía, de música, exposiciones de cuadros, conferencias, cines, etcétera; y don Ezequiel, que era tan impiadoso como lúcido, a esa respuesta la resolvió de un plumazo conciso y notable: porque se coge poco, porque como no se coge se sublima por medio del arte.
TENSIONES…
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Carta de Gustavo Nielsen (Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Santiago de Chile, el 11/03/05)
(Según Nielsen, en la semana anterior, Pagina/12 había declinado la posibilidad de difundirla por tratarse de un caso cerrado.)
Soy el ganador del juicio a Editorial Planeta, Schaveltzon y Piglia por el Concurso de Novela Planeta 1997. La Cámara, como es de público conocimiento, entendió que dicho concurso estaba viciado por falta de transparencia y de buena fe, y condenó a los tres demandados a pagarme una cifra de dinero por chance perdida y otra por daños y perjuicios.
No tengo nada personal contra Piglia o Schaveltzon, a quienes conocí personalmente durante el juicio. Al momento del pleito, había leído solamente “Respiración artificial”: lo considero un gran libro.
Tampoco tengo nada personal contra la Editorial Planeta, ni la gente que la conforma. Me consta que Díaz y Nacho Iraola son grandes personas. Publiqué mi primera novela en ese sello, recuerdo que todo el personal que en ese momento era parte de la editorial fue muy amable conmigo.
El motivo que me llevó a emprender el juicio es otro: la búsqueda de transparencia en los concursos literarios.
Como escritor, surgí de un concurso literario. Como escritor, sigo dependiendo de los concursos literarios, el único instante de la literatura Argentina en el que se puede encontrar una recompensa monetaria. Esta situación le ocurre a casi la totalidad de los escritores, que muchas veces se ven confinados a trabajar de noteros, críticos, talleristas o lectores de editoriales para poder mantener a sus familias.
Sigo participando y creyendo en los concursos como el primer día. Corrijo mis libros y hago las fotocopias y los anillados con la misma fe del primer día. Los entrego con esa misma fe. Y considero que esto es una suerte, no una condena o un pecado de ingenuidad.
Del “Concurso Planeta 1997” participaron 264 escritores. Estaba contento por haber quedado entre los diez finalistas con mi novela “El amor enfermo”, que después de dos años se terminó publicando en Alfaguara. Ganó un libro, “Plata quemada”, que estaba comprometido con uno de los sellos del Grupo Editorial que organizaba el concurso. El dato no es menor, y fue denunciado oportunamente por la revista “Tres Puntos” y por “Radar Libros”. La periodista Claudia Acuña, autora de la investigación inicial, sostuvo sus verdades con decisión durante su testimonio judicial.
Mi abogado se llama Gabriel Len. Tiene mi edad, poco más de cuarenta años. Es un profesional que se desempeña con honestidad y valentía. También es mi amigo. Durante siete años trabajamos juntos en el juicio. Codo a codo, como se dice en la calle. Fui a todas las audiencias. Escuché mentiras y verdades, suposiciones y contradicciones. Vi como huían de mí los otros escritores, como si yo pudiera contagiarlos de viruela. Vi temblar a unos cuantos boxeadores de las letras, a los que había equivocadamente considerado como la imagen misma de la anticorrupción. Los vi vencidos en su afán de venderle la obra al Gran Mercado. No los juzgo: los contendientes eran importantes. Para colmo, tres. Tampoco me quejo: me la busqué. La única contención verdadera y desinteresada proveniente del medio, me la dieron los escritores Rodolfo Fogwill, Carlos Chernov, Elvio Gandolfo, Jorge Accame, Elena Bossi, Edgardo González Amer, Damián Tabarosky y Ana María Shua. La contención tuvo a veces la forma de un viaje a Cariló, un asado, una paella, un discurso contra las instituciones, una ensalada de tomates, una receta de Lexotaniles, un abrazo, un consejo, unos vinitos, un partido de ping pong.
También me apoyaron mi mamá, doña Josefina Scellatto, de oficio poeta; mi hermana Machi; mi sobrina Sofi; mi socia, la arquitecta Viviana Miglioli y una buena compañera que tuve que se llama Lorena Boldt, diseñadora gráfica y fotógrafa, que se bancó gran parte de las levantadas temprano para ir a Tribunales.
También me apoyó la editorial Alfaguara, publicándome, soportándome, y haciéndome creer en todo momento que no sabían que yo andaba (y ando) sin otras opciones editoriales, como si fuera un escritor que pudiera pasarme a otro sello simplemente por pura especulación de mercado. Nunca me hicieron sentir que estaba solo; nunca se aprovecharon del monopolio que yo mismo había fabricado. Si no fuera por Alfaguara, y especialmente por su director Fernando Esteves – el uruguayo más tozudo que conozco – no habría podido publicar nada.
Escribo esta carta para agradecer a mis lectores, a todas las personas que creyeron en el juicio, a todos los que creen que los concursos deben ser transparentes, a mi abogado el doctor Len y al doctor Marcelo San Martín, que hicieron que este resultado fuera posible. Y para decirles a los escritores que empiezan: sigan concursando. Esta fue la excepción, no la norma. Lo sé. Hice un juicio para exigir respeto por las ilusiones. Ojalá la lucha sirva para que la gente conozca a los otros finalistas de este premio mal otorgado de 1997, que aún tengan sus libros sin publicar. Otros que también creyeron que estaba todo bien y terminaron participando involuntariamente del marketing de un objeto vendido.
A esas personas que “perdieron” conmigo en el concurso cuestionado, que este justo fallo reivindica, les deseo una pronta publicación y les mando mi abrazo.
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Texto de Ricardo Piglia (Publicado enRadar-Página/12el 13-03-2005)
EL CASO PLATA QUEMADA. RICARDO PIGLIA ROMPE EL SILENCIO
A CASI DOS SEMANAS DE CONOCIDO EL FALLO JUDICIAL SOBRE EL CASO PLATA QUEMADA, LA NOVELA CON LA QUE GANÓ EL PREMIO PLANETA 1997, EL ESCRITOR RICARDO PIGLIA ESCRIBE POR PRIMERA VEZ SOBRE LA TRAMA QUE CASI LO LLEVA A LAS PÁGINAS POLICIALES DE LOS DIARIOS.
La lógica de los hechos
por Ricardo Piglia
La rivalidad entre escritores y las sórdidas luchas por los premios literarios ya la narró Borges en El Aleph. Lo increíble es que ahora esa historia se ha repetido en la realidad. En esta nueva versión, Carlos Argentino Daneri, el típico escritor arribista retratado por Borges, es quien ha perdido el concurso y como un maniático se ha dedicado a denunciar al que ganó y a denigrarlo. Que la Justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria me parece un simpático signo de los tiempos que corren.
Sabemos desde Kafka que la clave de un proceso es que cualquier cosa que diga el acusado parece una justificación o una coartada. Por eso, cuando hace unos días el fallo del tribunal se hizo público, pensé que lo mejor era no decir nada, pero la dimensión que ha tomado el asunto me ha decidido a intervenir. Las líneas que siguen son un intento de esclarecer –en lo posible– la lógica que ha regido la misteriosa serie de hechos literarios que me ha llevado casi a la página policial de los diarios.
Como el personaje de Borges, el nuevo Carlos Argentino Daneri piensa que la justicia literaria sólo es justa si es él quien gana el concurso, porque cualquier otro resultado es prueba de una manipulación y de un fraude. Denunció entonces que, contra las posibilidades de todos los participantes y aparte de mis posibles méritos, de antemano se había decidido que yo iba a ser el ganador del concurso de novelas organizado por la editorial Planeta en 1997. Según esa insinuación, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel –que formaron parte del jurado y premiaron mi novela por unanimidad– se habrían dejado manipular por la editorial. Pero como esa presunción es irracional, el jurado jamás aparece mencionado en la acusación y soy yo quien es acusado. Su denuncia no sólo desató una ola de rumores y de sospechas sino que sirvió para llevarme a los tribunales y enredarme en un proceso que duró ocho años.
Lo increíble es que la razón que Daneri usó para acusarme se fundó en la lectura delirante de una cláusula del concurso. Según las bases que el fallo cita, la novela “debía ser inédita, sin haber cedido o prometido respecto de ella los derechos de edición y/o reproducción en cualquier forma con terceros”.
Es obvio que el objeto de esa cláusula es proteger al editor de la posibilidad de que un escritor firme con anterioridad un contrato con una editora que no sea Planeta. La cláusula impide que el escritor que gane el concurso pueda publicar luego la novela con otro editor. Aunque parezca imposible, en la interpretación irracional de esa cláusula se fundamentó la denuncia.
Daneri insinúa que mi novela Plata quemada estaba contratada porque yo había firmado años atrás un contrato con Planeta por la edición de toda mi obra. Pero mi novela Plata quemada no estaba contratada, no estaba contemplada ni incluida en ese contrato porque todavía no existía, y nunca se firmó un contrato previo al concurso por esa novela.
De todos modos –como si esto fuera un relato policial–, vamos a considerar por un momento los hechos tal cual los presenta Daneri.
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Si la novela ya hubiera estado contratada, eso no garantizaba que pudiera ganar el concurso, ya que esa decisión dependía del jurado.
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Si la novela ya hubiera estado contratada por la editorial que organizaba el concurso, ese hecho no hubiera alterado ninguna de las bases del premio, ya que la cláusula impedía el contrato con terceros (como cita el mismo fallo), esto es, con otra editorial.
La suposición de que Plata quemada ya estaba contratada generó un desdoblamiento que podríamos considerar típico de un cuento de fantasmas de Henry James. Sucede que en el razonamiento de Daneri yo aparezco presentando al concurso dos novelas distintas. Permítanme hacer un poco de historia. Terminé de escribir la novela a fines de julio y la presenté el 20 de agosto, mucho tiempo antes de la terminación del plazo del concurso (el manuscrito recibió el número 111 sobre un total de 264 novelas presentadas). La envié con el pseudónimo de Roberto Luminari y con el título de Por amor al arte para proteger mi anonimato y el del libro.
Las bases me permitían presentarme con mi nombre, y muchos escritores lo han hecho en ese y en otros concursos anteriores. Pero si usé un pseudónimo y la presenté con un título distinto fue porque pensé que podía no ganar el concurso. No soy Daneri, no pienso que deba ganar cualquier concurso al que me presente. Como pensé que era posible que no ganara el concurso y que mi novela podía quedar entre los finalistas, preferí (como han hecho antes que yo muchos otros escritores) que mi nombre y el título de mi libro no aparecieran en las listas que se dan a conocer antes del fallo.
Esta decisión fue presentada por Daneri como una prueba de mi culpabilidad. Cito del fallo: “De todas maneras, [María Esther] De Miguel conoció la identidad del autor de Plata quemada por aparecer un personaje reiterado en las obras de Piglia (Emilio Renzi), circunstancia que comunicó a la editorial organizadora, mas las condiciones no se modificaron respecto a la preselección efectuada por lectores amigos o especializados”.
No entiendo la sintaxis de ese párrafo, ni de qué soy acusado.
Desde luego, esto sólo prueba que los jurados no sabían que había una novela mía en el concurso y la leyeron igual que a cualquier otra, y sólo lo supieron gracias al conocimiento literario de uno de ellos que le permitió identificar a mi personaje.
Pero las confusiones kafkianas no terminan ahí. Me permito citar otro párrafo del fallo: “También viene a cuento señalar que el codemandado Piglia admite que la novela que presentara al concurso Por amor al arte, bajo el pseudónimo de Roberto Luminari, corresponde al título que después fue cambiado, supuestamente con anterioridad a la edición, aunque para ser exacta esta aseveración, debió acreditarse la identidad del contenido entre la novela presentada y Plata Quemada, circunstancia que no ha tenido lugar en tanto no se ha acompañado el texto de la primera de estas obras a fines comparativos”.
No entiendo. Parece que había dos novelas distintas. Parece que nadie comprobó que las dos novelas eran una sola. Parece que los escritores del jurado no se dieron cuenta de que habían premiado una novela y que después se había publicado otra distinta.
Carlos Argentino Daneri ve fantasmas. Intenta insinuar que Plata quemada fue introducida a último momento en el concurso para sustituir a Por amor al arte y cree que eran dos novelas distintas. Es decir, sugiere que yo gané con una novela pero luego se publicó otra porque la editorial lo quería así.
Aunque no resuelva el enigma, sería bueno preguntarse cuáles son las razones por las cuales se produjeron estas oscuras y fantasmales sustituciones. La conclusión de Daneri implica el ejercicio simultáneo del resentimiento literario y del anacronismo deliberado. Dice (y cito del fallo) que la editorial se aseguraba así que mi novela “le diera ganancias con las sucesivas ediciones, la realización de una película, etc.”
No hace falta aclarar que en ese momento nadie sabía que tres años después se iba a filmar una película basada en el libro. ¿O Daneri cree que la filmación de una película es el resultado natural de un premio? Y además, ¿quién, salvo Daneri, puede asegurar que toda novela que gane el premio Planeta va a recibir sucesivas ediciones? Estas han sido las razones y los argumentos por los que he sido acusado y calumniado. Más allá de lo que yo pueda decir o explicar, el daño ya está hecho y es irreparable.
Los premios literarios han sido siempre objeto de controversia y de polémica. En un sentido, la literatura argentina empezó con el debate sobre un premio. En el Certamen Literario que se realizó en Montevideo en 1841 con motivo del aniversario de la revolución de mayo, una obra de Juan María Gutiérrez se impuso sobre un texto de José Mármol y esto desató de inmediato una gran controversia en la que varios escritores (entre ellos Alberdi) se opusieron al fallo y hubo debates y discusiones en los diarios. Desde entonces ha habido disidencias y discrepancias por los concursos. Los resultados siempre se pueden discutir, pero hay que ser muy arrogante para imaginar que se comete un delito si una obra nuestra no obtiene el éxito que esperamos.
En la literatura argentina las diferencias literarias las han dilucidado siempre los escritores mismos. Todos esperamos que esa tradición persista. ¿O vamos a empezar a llamar a la policía cada vez que alguien no valore lo que escribimos?
3.Comentario de Fogwill
Piglia es un gran escritor y un pésimo polemista. Es uno de los veinte mejores escritores vivos de la Argentina: es decir, tiene esas excepcionales condiciones poéticas y narrativas que se manifiestan en apenas uno de cada dos millones de ciudadanos.
Pésimo polemista, elige siempre tan mal a su enemigo como a la manera de enfrentarlo. Y no se resiste a aprender de la experiencia. A cualquiera le hubiese bastado con el balance de su patética intervención de hace más de diez años en Diario de Poesía para corregir su estrategia equivocada. Pero él persevera en sus errores. Un polemista debe, ante todo, borrar cualquier huella de mala fe y nunca trasuntar que argumenta para un lector desprevenido, ignorante del tema, o discapacitado para evaluarlo.
Piglia acaba de ser condenado por la justicia en un proceso que habría podido eludir diciendo la verdad y cargando las culpas en su agente, que fue quien lo involucró en la causa. Pero entre la verdad y la fidelidad hacia quien maneja sus intereses literarios, optó por esta última.
En su artículo publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005 manifiesta descreer en la justicia, y, en eso, coincidimos plenamente. Pero en cambio, él simula creer en la justicia de las justas literarias. Esto es curioso: él -como yo- carece de formación jurídica, pero tiene un sólida formación literaria, no sólo en cuanto a los aspectos teóricos y documentales del arte de escribir, sino también en lo que respecta al conocimiento de los procederes de editores, jurados, comentaristas y agentes en el campo de lo que es la política y los negocios que se articulan en torno a la industria del libro.
En ese artículo ataca al denunciante y ganador del proceso judicial, como si ignorase cómo se falla en estas instancias y como si el público ignorase que, los testimonios y el fallo del tribunal corroboran, no ha juzgado el valor literario de su obra y la de Nielsen, sino la defraudación a la buena fe de lectores y participantes en que incurrieron los organizadores del certamen.
El ataque es personal: identifica a Nielsen con el ridículo Carlos Argentino Daneri, arquetipo del escritor naive y mediocre argentino. Presenta a Nielsen como a “maniático dedicado a denunciarlo y denigrarlo”, a él, a Piglia.
En eso transparenta su mala fe: Piglia sabe que Nielsen es un brillante arquitecto que se dedica a muchas cosas, y que ha escrito relatos, que, calificados entre los mejores de nuestra literatura, podrían sustituir a cualquiera de los suyos (¡y hasta de los míos!) en cualquier antología de la lengua española. (Me refiero a Marvin, Playa Quemada. Adentro y Afuera, y podría citar otros y, en otro contexto, efectuar odiosas comparaciones que darían cuenta de lo que afirmo.)
Tal vez por recomendación de sus abogados, en su relato de “la trama policial” del proceso publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005, Piglia no nombra a Nielsen sustituyendo su nombre por el de Daneri. Esto es como si nosotros, ahora, sustituyésemos el apellido Piglia por “De La Rúa”, que es otro que cada vez que rinde cuentas de sus actos queda peor parado. Prefiero nombrar directamente a Piglia, y hago notar a los lectores de este burdo descargo, que, junto al de Nielsen, omite otro nombre. No sé qué pensarán mis abogados, pero yo lo nombraré: en el jurado, junto a María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, Tomas Eloy Martínez y Mario Benedetti, que Piglia menciona, figuraba como presidente Guillermo Schavelzon, funcionario de la editorial auspiciante y agente literario del autor.
Este nombre, y no el del imaginario Carlos Argentino Daneri, debió ser el eje de la rendición de cuentas de Piglia en Página/12. Su participación es tan plausible, como lo prueba su despido de la editorial ante la primer denuncia pública del fraude. Piglia lo oculta, y en ese texto en que se burla de la justicia, simula creer en el valor de los fallos de este tipo comitivas que sólo toman contacto con una breve selección de finalistas, y deben debatir sus pareceres con un miembro que, a la vez es gerente de la empresa que los remunera y se hace cargo de sus viajes y viáticos.
Piglia falta a la verdad y apela al sentido común de los lectores. Burlándose del juez y de la cámara que corroboró su fallo, escribe, por ejemplo, “que la justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria es signo de los tiempos que corren”, fingiendo que pertenece a la clase de gente que cree que los tiempos que corren son peores (¿y más corruptos, tal vez?) que los tiempos de nuestros mayores. Con esto trata de convertir el acto de justicia, reparadora de un fraude, en “una rencilla literaria”, como si no supiera que la indemnización a Nielsen es, a la vez que una reparación económica a uno de los cientos de damnificados, un señalamiento sobre la moralidad de su proceder.
Al respecto, me consta que no fueron Nielsen ni su abogado, quienes involucraron a Piglia en esta demanda, sino el funcionario que ahora es su agente. También me consta que en momento alguno Nielsen obró por impulso de competitividad literaria, porque no es los de los que creen que la justicia puede dirimir cuestiones estéticas. Nielsen sabe bien que la obra del Piglia de “Plata Quemada” es mejor elección que su “El amor enfermo” para alcanzar la lista de best sellers y atraer al público de cine comercial, pero a la vez, respeta la obra del otro Piglia tanto como ha de sentirse indignado ante el que ha escrito esta falsa trama judicial, que tal vez sea el mismo que, a instancias de su agente, se involucró en un proceso, que, aún después de concluido, sigue damnificándolo.
…Y CONTENCIONES
1.Solicitada que se hizo circular sobre la figura de Piglia.
ACUSADO DE SER RICARDO PIGLIA
Con cuarenta años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Ricardo Piglia es objeto de una campaña de difamación que empezó en 1997, cuando la decisión unánime de un jurado compuesto por los escritores Mario Benedetti, Maria Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez y Augusto Roa Bastos le otorgó el Premio Planeta a su novela Plata Quemada.
Porque el silencio favorece esta campaña que no merece, decimos que la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico.
Como ciudadanos, como colegas y como amigos, expresamos nuestra solidaridad con Ricardo Piglia.
Carlos Altamirano
Cristina Banegas
Osvaldo Bayer
Arnaldo Calveyra
Arturo Carrera
Tito Cossa
Washington Cucurto
León Ferrari
Aníbal Ford
Gerardo Gandini
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Germán García
Daniel García Helder
Norberto Gómez
Horacio González
Flora Guzmán
Emilio de Ipola
Roberto Jacoby
Leónidas Lamborghini
Daniel Link
José L. Mangieri
|
Juan Molina y Vedia
Federico Monjeau
Luis Felipe Noé
Alan Pauls
Nicolás Peyceré
Alfredo Prior
Roberto Raschella
Juan C. Romero
León Rozitchner
Guillermo Saavedra
|
Juan José Saer
José Sazbón
Daniel Samoilovich
Horacio Tarcus
Osvaldo Tcherkaski
Vivi Tellas
Héctor Tizón
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Comentario de Fogwill sobre la solicitada:
Hace días que circula la solicitada que transcribo. He sido convocado para firmar, y lo he rechazado. Ahora me consta que entre los firmantes, figuran personas que no están de acuerdo con lo que el escrito manifiesta. Más adelante transcribo un mail que lo confirma, enviado por uno de los que aparecen firmando. La solicitada llama “campaña” a la difusión que en Pagina/12, Clarín, Nación, La voz del Interior y El Mercurio dieron a la sentencia de la Cámara Civil. Esto no fue una campaña sino una noticia de actualidad. También es inexacta la solicitada cuando habla de la decisión unánime del jurado, omitiendo el nombre de su presidente y agente literario de Piglia. Es evidente que muchos han firmado de buena fe, movidos por su amistad o por la admiración a Piglia. No advierten que lo que aquí está en juego es la mala fe y, ellos mismos, han incurrido en la mala fe.
Rodolfo Enrique Fogwill
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Cruce de mails de Fogwill y un Firmante:
Un firmante, escribe diciendo:
Quique, no pasó nada… Obviamente la gente está pirando mal con este asunto. Sigo pensando lo mismo de siempre: Ricardo hizo un pacto con el diablo y de ésa no se sale fácil.. Lo último que yo había hablado era que la solicitada no se hacía, pero después apareció circulando, con mi firma. ¿Qué iba a hacer? Decir que “yo no sabía nada” me parecía una forrada. Si Piglia reacciona, puede salir algo bueno de todo. Si no reacciona, al menos yo no voy a sentirme culpable de no haber intentado ayudarlo.
Si leyó tu texto, debería estar pensando en esa dirección. Yo ya no me acuerdo quiénes firmaron aquella solicitada en favor de los Premios Municipales (estaba Sarlo, seguro, porque lo discutí con ella), pero eso me pareció mucho más vergonzoso que decir que Piglia es el boludo del asunto…Abrazo
Respuesta de Fogwill a “Firmante”:
Estimado “firmante”
Yo tendría que estar escribiendo y laburando, y a cada rato me interpelan con novedades. ¿Qué es esto de los Premios Municipales y la Sarlo? Al margen: es grave lo que decís. ¿Es cierto que la solicitada circuló con tu firma sin tu autorización? La socilicitada miente, y vos lo sabés tanto como que en ella figuran firmas que, tal vez agregadas de buena voluntad, corresponden a personas embaucadas.
Atte:
Fogwill
¡Puta, hay cadáveres!
(elinterpretador, número 15, junio 2005) (Dossier: No mataras)
“El futuro era pasado. Vivirlo hubiera sido morir”
Juan Leotta, Luster.
“Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.”
Jorge Luis Borges, Tú.
“El progreso de las naciones y los pueblos se realiza a través de monstruosas infamias, de todo genero de injusticias y brutalidades (…) Lo irremediable no está hoy en los males mismos sino en no verlos”
Ezequiel Martínez Estrada, Sarmiento.
“Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo `Viva la patria´, sino que dijo: `No me dejen solos, hijos de puta´.”
Rodolfo Walsh, Operación masacre.
“HORA CLAVE
MATAR O MORIR
Cada día más, los delincuentes atacan a mansalva a policías y ciudadanos, que también cada día más les responden a tiros. Matar o morir, ¿es nuestra única alternativa? ¿Cuál es la salida?”
Propaganda del programa de Mariano Grondona, en el Diario de la Argentina, el jueves 24 de mayo de 2001.
“Los hombres y el mundo. Tres hombres, dos mundos. Mundo del bien, mundo del mal. Hombres locos, boludos, y hombres hijos de puta. En el mundo del mal los locos se vuelven más locos, los boludos más boludos y los hijos de puta más hijos de puta. En el mundo del bien no se puede pensar, porque ya se fue lejos de nuestro alcance.”
Fogwill, Vivir afuera.
“¿Puede alguien decirme “¡Me voy a comer tu dolor!”?
Y repetirme “¡Voy a salvarte esta noche!”…”
El Indio Solari, El infierno está encantador esta noche.
“La muerte no habla en lunfardo ni exhibe populismos ni complicidades. Es que no practica vueltas atrás ni “como si” y mucho menos connivencias.”
David Viñas, Las “Aguafuertes” como autobiografismo y colección.
Vivo a pocas cuadras, unas quince o veinte, no lo sé, de la escena de un crimen que sucedió hace 49 años. Sobre la mesa de la cocina, sobre la que escribo esto, tengo apilados una serie de libros y revistas: Antigonas, Severino di Giovanni, el idealista de la violencia, Si esto es un hombre, El hombre ante la muerte, Séneca y el estoicismo, las Obras completas de Borges, Confines 11donde está el ensayo de Casullo Relámpagos, El ojo mocho 11 donde hay una extensa entrevista a Fogwill, Operación masacre,Walter Benjamin y el problema del mal, Los fulgores del simulacro, Infancia e historia… Pero no creo que lo que me aproxime y me aleje de forma definitiva de la escena de aquel crimen, de aquella noche, de aquel basural, de esos fusilados que “viven”, sea otra que la que me permite alargar el brazo y separar el libro de Walsh de entre el resto de los libros que tengo frente a mí.
De hecho, desde aquel junio de 1956 a hoy, acá, en el partido de San Martín, han sucedido tantos crímenes tan aberrantes como ese, que no estaría mal preguntarse por qué los fusilamientos clandestinos de Suárez hoy siguen teniendo vigencia mientras el resto de los asesinatos –de todo orden– son parte de una cotidianidad (lógica) que los condena al olvido.
La respuesta, creo entender, es la siguiente: es el relato de Walsh, sobre un tiempo, unos hechos y una geografía muy precisa de mi barrio, el que ha permitido que aquello hoy pueda seguir significando algo. Sin el relato de Walsh aquel hecho criminal nunca hubiera existido, como nunca existió, por ejemplo, el asesinato de mi vecino de al lado, al que mataron unos pibes en el andén de la estación Chilavert cuando lo fueron a asaltar y descubrieron que era policía.
Hace varios meses que sabía que este debate en torno a la carta de Oscar del Barco existía. Pero hará cosa de un mes me llegó por medio de uno de los chicos de la revista la carta de Oscar. Cuando la leí, no sé qué fibra interna en mí tocó, pero me puse como loca a tirar mails para todos lados para conseguir lo que ahora publicamos en el interpretador.
Creo que lo central acá es la carta de Oscar, si bien es la entrevista a Jouvé la que desencadena aquella. De la misma forma que el basural de Suárez nunca hubiera existido –de hecho ya no existe– sin Operación masacre. O mejor, como en La carta robadade Poe-Lacan, lo que ordena el relato, las diferentes posiciones en la estructura de ficción, es la carta que falta, el sentido “que” es lo que falta en su lugar.
Pero qué hago yo escribiendo sobre temas que me exceden. Que me involucran y me exceden. Un amigo al que le pase el material que publicamos al enterarse que iba a escribir sobre el tema me preguntó: “No se por què arajo te querès meter en esta poléica de reventados. Me refiero con eso a la antiguedad de esos cuerpos, y a la antiguedad de los conceptos y los horizontes que manejan (…) Ocupate de lo sabès: ag+lgo de letras, algo de paja. NBada de psicoanàlisis y nada de Historia. Empezà leyendo Revolucion y Guerra de tulio Halperin. y hasta que aprendas, quedate callada, pelotuda. No abras la boca en esto hasta que puedas meter adentro de tu discurso las nociones de lucha de clases, clase, naciòn, imperialismo y guerra y sin copiarlas de un manual del PC o de la librarìa liberarte, forra.”
Sospecho con incomodidad que tiene razón. Pero desde que leí la carta de Oscar no hago otra cosa que pensar en ella y ver qué puedo decir al respecto.
Lo primero que se me ocurre decir es que todo lo que se discute acá me resulta algo remoto y que sólo aceptando esa lejanía que me extraña y me toca, desde ahí, y desde ninguna otra parte, puedo hablar(1).
Durante mucho tiempo me asumí como una hija del proceso –nací un mes antes del Golpe– y no hice otra cosa que hablar mal de mis padres, mis tíos, y los amigos de todos ellos, porque en cada “reunión”, en cada fiesta en que los veía y sacaba el tema –estoy hablando de todas personas de clase media para abajo– me hacían callar con el siguiente argumento: vos no podés hablar porque vos no lo viviste… mirá, yo nunca tuve tanto laburo como en esa época ni camine tan tranquilo por la calle. Al escuchar estas afirmaciones yo me enroscaba en discusiones absurdas, patéticas.
Hoy ya no discuto con ellos, ni acepto sus argumentos, claro, pero tampoco creo que aquellos que tomaba por héroes para oponerlos a la miserabilidad de mis viejos que se dedicaron a criarnos y laburar para que mis hermanas y yo creciéramos lo mejor posible, sean un ejemplo de nada.
Lo que sucedió en Argentina desde los 70 para acá es horrible, pero el relato que se ha construido sobre toda esta época no es menos triste. Acaso mi generación no se ha sentido interpelada más de una vez por reventados setentosos que le han bajado línea. Nosotros éramos promiscuos, banales, drogones, estúpidos y funcionales al sistema, no como ellos que lucharon por un mundo mejor. Para no hablar que el relato sobre el horror y las víctimas del proceso opero como una golosina que los poderes en la Argentina le concedieron a intelectuales, izquierdistas y progres para que se engolosinen con ella mientras a su alrededor el horror seguía y sigue operando.
La carta de Oscar del Barco me toca, me inquieta, me formula preguntas que no sé cómo resolver. Oscar del Barco no es Sábato(2). Oscar del Barco cuando habla del no matarás no está diciendo lo que escuchan los izquierdistas profesionales –o si se quiere lo que van a escuchar bien pero argumentar para llevar agua para su molino los poderes de turno–. Creo entender que de lo que habla Oscar del Barco es que mitos modernos como Historia, Revolución no operaron –ni de alguna forma operan– en su lógica de crear condiciones de ser en el mundo diferentes a Capitalismo, Ideología, Progreso, es decir, de crear ruina sobre ruina. No creo que esté impugnando un hecho preciso sino una forma de ser en el mundo que generó hechos puntuales. Creo oír ahí los ecos de Ernst Jünger y Martín Heidegger cuando piensan a la técnica moderna como un artefacto que emplaza dispositivos interpeladores del hombre, la naturaleza, y las palabras como puro objetos, cosas, piezas contables, descartables de una máquina cuyo último sentido es producir “energía” (“es preciso entender las formas en que se administran las energías corporales y la memoria biográfica, que también es una forma de energía – aunque por energía no hay que entender nada místico, sino la forma en que el cuerpo se vincula con las normas y con el “mundo”-; forma que alude a una organización administrativa del cuerpo, que imponía a la mente racionalizadora como dato organizador de los demás sentidos, como principio jerárquico de relación con el principio de realidad”). Esa forma de ser del mundo es la que reformatea a diario a todo lo que nos rodea y nos hace y atraviesa a todo el espectro ideológico de la modernidad, haciendo del mundo puro dato cuantificable. Lo cito a del Barco: “Sé, por otra parte, que el principio de no matar, así como el de amar al prójimo, son principios imposibles. Sé que la historia es en gran parte historia de dolor y muerte. Pero también sé que sostener ese principio imposible es lo único posible. Sin él no podría existir la sociedad humana. Asumir lo imposible como posible es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el primero al último.” Ese principio imposible es lo que constituiría a la comunidad antes de la comunidad misma. Es decir, no matarás y la comunidad surgen de un mismo golpe de dados “que constituyen nuestra inconcebible e inaudita inmanencia”.
Ya lo dije, pero lo repito, escribo esto desde la carencia, con palabras escritas a ciegas, con agujeros teóricos, desde la pura intuición y pertrechada de libros que la intuición me sugiere volver a releer, pero no olvidando que parto de la carta de Oscar del Barco.
Los que acusan a Oscar de que su carta está equivocada, es probable que tengan razón, siempre y cuando concedan que lo que ellos mismos y yo argumentamos también es erróneo. Es que frente a la muerte las palabras siempre sobran o faltan, pero nunca están ahí, justo ahí, donde deberían estar.
Yo lo único que sé es que aquel mundo remoto de los 60 y 70 era desigual e injusto, pero este inmediato y cotidiano en el que estoy inmersa lo es tanto o más que aquel. Y sin embargo, no se me ocurre empuñar un arma ni matar a nadie.
Quisiera terminar esta columna transcribiendo algo que le escribí a mi prima Pamela como dedicatoria cuando le regalé para un cumpleaños Si esto es un hombre.
Pame:
¿Qué decir de este libro?
¿Qué es una novela de non-fiction como Operación masacre o A sangre fría? ¿Qué es un ensayo que explora la memoria del pasado y los dramas biográficos que en él se han dado para poder reflexionar de qué somos capaces hoy hacer con aquello que la historia nos ha hecho? ¿Las memorias de alguien que descendió al penúltimo subsuelo del infierno? ¿Un documento que denuncia los aspectos más siniestros de la trama medular y siempre misteriosa de lo humano? ¿Un híbrido que atraviesa diversos géneros?
Primo Levi define de forma precisa y abierta a su libro: un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana.
Walter Benjamin en 1940 se vuela la cabeza cercado por los nazis, en Port-Bou. Primo Levi en 1987 también se suicida. Ahora, mientras para Walter Benjamin en pleno auge y despliegue del nazismo sólo pudo optar por el suicidio como único acto de autonomía que afirmara su vida y su muerte, el caso de Levi fue “distinto”. En 1987 Primo Levi gozaba de prestigio como escritor y los Lager eran algo que habían quedado “atrás”. En verdad, todo suicida se lleva consigo el misterio de su vida, y sin embargo, “existe una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra”. No se si Levi leyó a Benjamin, pero en todo casoSi esto es un hombre se lo podría poner en sintonía con las Tesis de filosofía de la historia, que Benjamin escribe poco antes de suicidarse y donde se puede leer que todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie. Y donde está el archiconocido y releído hasta el vómito famoso capítulo 9, donde escribe:
“Hay un cuadro de Klee que se llama Ángelus Novus. En el se representa a un ángel que parece como si estuviera a punto de alejarse de algo que lo tiene aterrorizado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta, y extendidas las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándola a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se a enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán lo empuja inevitablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”
Primo Levi supo decir que si no hubiera sido por su “experiencia” en el Lager nunca se hubiera puesto a escribir. Que cuando volvió a su casa luego de sobrevivir a Auschwitz he incluso allí mismo, lo único que le permitió seguir fue la convicción de que tenía que contar qué había sido de él y de los otros en el Lager y cómo fueron reducidos sus cuerpos a cosas y sus almas a conceptos, por no decir a nada.
A Primo Levi se lo podría pensar como una Scherezade moderna. Ya que la gran alegoría que encierra Las mil y una noches es la siguiente, que la única manera de poner a raya a la muerte es contando historias, que no cancelan “la muerte como dato radical” (para decirlo con palabras de Macedonio Fernández), pero al menos la suspenden o postergan para habilitar las condiciones de posibilidad que permitan cierta autonomía respecto de una realidad concreta que amenaza con destruirnos.
Es probable que cuando el siglo XX sea en el futuro algo tan remoto como lo es para nosotras la Paideia griega o el Imperio romano, este libro les permita a esos hombres que aun no existen acercarse a lo que fue la geografía espiritual de nuestra época y entender mínimamente cuáles fueron los problemas y dilemas fundamentales de la experiencia que tensionaban la vida de los hombres del siglo XX.
Escribe Borges (que no era creyente pero gustaba de los temas teológicos tanto como de la literatura inglesa): “El infierno (…) es el nombre humano blasfematorio del olvido de Dios”. Primo Levi, que tampoco era creyente, diría –imagino– de esta línea, no, Borges se “equivoca”. Dios no existe, la prueba de ello es que existió Auschwitz. Por lo tanto, el infierno es el nombre humano que se le da al olvido de la banalidad del mal humano.
Este es un libro que no intenta esquivar las ambigüedades y contradicciones de la psique (el alma para los griegos) humana sino que las incorpora al pulso narrativo de lo que se cuenta, y ese es su gran logro. También es notable que el texto intenta todo el tiempo pensar lo impensable, el terror. Y lo logra, no porque llegue a explicarlo sino porque lo muestra en su despliegue operando sobre cuerpos y almas sin caer en el error de sacar conclusiones o verdades.
Nuevamente ¿qué podría decir de este libro que es bellísimo? Ahora, ¿cómo entender que un libro atravesado por el horror pueda ser bello? Quizá, podría arriesgar, sólo aquellas manifestaciones que son capaces de mirar a la cara al dolor y la locura humana como algo constitutivo he inseparable de la vida de los hombres, se pueden señalar como formas bellas, es decir, como las únicas formas del pensar filosófico, estético y ético que pueden afirmarse en la vida y en la muerte con todas sus contradicciones irresolubles frente al horror del sin sentido, y a la vez, sin renunciar a los peligros y abismos a los que se enfrentan en el acto mismo de querer expresar una verdad tan frágil como lo es el cuerpo y el alma de un hombre.
Un recuerdo.
Una imagen de un tiempo perdido que irrumpe mientras escribo como un relámpago en un instante de peligro:
Es un día de semana, de algún año indefinido de los 80. Una abuela de ojos claros y hermosos almuerza en la cocina con su nieta. Ella es polaca y vino de Europa hace décadas huyendo del hambre y la guerra; y su nieta es una chica que nació un mes antes del Golpe de Estado del 76 y según las palabras de su abuela cuando sea grande va a ser una gran mujer porque lo ha visto en su mirada. Mientras comen milanesas con papas fritas, la abuela le explica a su nieta por qué los alemanes tuvieron que hacer lo que hicieron con los judíos. Es que los judíos se habían apropiado de todo como si fueran ellos los verdaderos dueños del país, y es por eso que Hitler tuvo que tomar medidas para que los alemanes no fueran extranjeros en su propia tierra.
Esa abuela de ojos inolvidables era nuestra abuela, y esa nieta a la que le explicaba lo inexplicable era yo.
La historia es el nombre de un crimen…
La muerte es el sello de todo lo que el narrador puede relatar. Su autoridad ha sido tomada en préstamo a la muerte.
Feliz cumple Pame.
Elsa
23.8.03
NOTAS
(1)Quisiera decir algo más de esa lejanía en relación con la experiencia de la muerte. Varias veces he sentido el terror de sentir a la muerte trabajándome las tripas. Algunos casos puntuales. Escuchar que del otro lado de la puerta de mi casa se estaban cagando a tiros. Que me arrinconen en el portal de una casa y me pongan el caño de una pistola en el cuello; o que la policía federal en la Plaza de Mayo me apunte a mí junto a un grupo de amigos con una escopeta –en enero del 2002– durante unos segundos que fueron eternos, mientras nosotros llorando de terror y por los gases lacrimógenos nos abrazábamos y pedíamos por favor que no disparen. Pero no creo que estas experiencias me habiliten a nada por sí mismas ni me permitan tener una relación menos lejana con la muerte.
Quisiera contar algo con respecto a esto, a ver si logro explicarme. Días después de lo de Cromañón estábamos con Moni y mi prima Pame mirando por la tele la cobertura de aquella noche trágica que había hecho Crónica TV. Estábamos viendo un espectáculo que nos causaba gracia y haciendo chistes. En eso llego el Beto, mi primo y hermano de Pame, y al ver que nos estábamos divirtiendo viendo la tragedia de Cromañón por la tele nos increpó como enfermitas. Eso me quedó dando vueltas en la cabeza y llegué a la siguiente conclusión. En parte tenía razón mi primo al escandalizarse por nuestra actitud frente a semejantes hechos. Pero en parte también teníamos razón nosotras en mirar eso como un entretenimiento, así llegaba la muerte a nuestros ojos, como una primicia, como un dolor que se regodeaba en la morbosidad. Quiero decir, ¿desde dónde hoy se podría sentir el dolor ajeno sin que esto no sea pura lástima por “esa pobre gente”, desde dónde se podría hacer carne la tragedia cuando todo es pura mediación mediática o no es nada? No tengo la respuesta, claro, pero siento que palabras como tragedia, dolor, muerte, sólo las puedo aprehender, incorporar a mí, sin hacer de eso una farsa, desde una lejanía que me roza desde una extrañeza que me habla en una lengua que no entiendo y me incomoda –me incomoda porque sospecho que son esas palabras que no entiendo lo medular y monstruoso de la propia existencia.
(2)Ni tampoco es Juan Gelman, entre otras cosas porque es capaz de escribir una carta como la que escribió y no lo veo en el programa de Mirta Legrand llorando su pena de poeta-mártir, como sí al revolucionario Gelman. Parte de lo central que se puede leer en la carta de Oscar del Barco ya lo había leído en la entrevista que le hace El Ojo Mocho a Fogwill en 1997. Ahora bien, con respecto a Gelman quisiera arriesgar una hipótesis. Hasta hoy creí que Sábato por algún pacto con el diablo seguía vivo para llegar al 2010 y transformarse en el poeta del segundo centenario. Pero viendo las coordenadas políticas actuales y pensando en lo que del Barco y Fogwill dicen de Gelman me resulta arto probable que el poeta del segundo centenario pueda ser Juan Gelman. Digo, arriesgo, así como Leopoldo Lugones se transformó en el poeta del centenario, Gelman, con su cruz de poeta mártir, por qué no, será el poeta que le cante a la gloria del segundo centenario de la Patria. Como diría Viñas, si bien la Historia Argentina cambia, si uno se aleja unos pasos y puede ver en perspectiva, también puede ver sus constantes.
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“…entonces agrega el extraterraquio: necesitamos mucho ruido para valorar el silencio”
José Narozky, contando un cuento de Stevenson en Radio Nacional.
©Elsa Kalish
La celebración
(elinterpretador, número 25, abril 2006)
El 24 me levanté temprano. Desayuné mate con cereales y luego me puse a hacer gimnasia. Después me bañé, almorcé y me fumé el primer cigarrillo del día. Y durante todo este tiempo hasta las tres de la tarde, que me fui a la casa de un amigo, estuve saltando de dial en dial, tanto de AM como de FM, escuchando ruido. Un ruido que secuestraba mi estado de ánimo. Un ruido que en lo central sólo podía articular un bla bla bla que me ponía histérica. Un ruido que hace semanas se viene desplegando, o que en realidad, hace años viene imponiendo sus estrategias de poder, hasta llegar a este día en que la verdad nos hermana a todos bajo esta sentencia irónica y cruel: hoy somos todos desaparecidos.
En el camino a la casa de mi amigo fui leyendo El baile de las locas de Copi y chequeé mis cinco casillas de correo electrónico sin encontrar el mail que hace días espero recibir. En la casa de mi amigo hablamos de un laburo que estamos haciendo y luego seguimos por la tele, en un zapping entre divertido e irónico, las instancias de la marcha en Plaza de Mayo. Quizás lo más interesante de la tele fue algo que vimos en Crónica TV. Se mostraba una foto en blanco y negro. Empezaba por los testículos e iba subiendo hasta mostrar la cara sonriente de Videla. Entonces aparecían unas palabras: hace 30 años reía. Después llegaron otros amigos. Pedimos pizzas y cervezas. Hicimos chistes. Hablamos de ya no se qué y luego algunos se fueron a dormir y otros a una fiesta.
Hasta acá el aguafuerte que me pidió Juan Diego Incardona sobre mi 24 de marzo.
Pero no quiero clausurar mi aguafuerte acá, así que intentaré decir algo más.
Primero, la procesología y todos los kiosquitos que el saber procesológico han logrado establecer me dan asco.
Segundo, la generación que la procesología insiste en afirmar que perdió, es una verdad a medias. Por qué si es una generación que insiste en que perdió de forma fatal y definitiva su sueño de llegar a los lugares de poder donde se toman decisiones sobre la vida del conjunto de la población, una puede verificar que de Menem a Kirchner esta generación a tenido un papel cada vez más protagónico.
Tercero, cada vez que me escucho hablar a mí misma, como a amigos, periodistas, intelectuales, y quién sea sobre el proceso y surgen palabras como memoria, terror de estado, complicidad civil, desaparecidos, intereses económicos, genocidio, lo único que se puede escuchar ahí es una fatal resignación a no decir nada, a un bla bla bla que nos exime de todo pensamiento.
Cuarto, probablemente lo único verdadero que se haya podido decir en torno a este tema desde hace muchos años lo haya escrito Oscar del Barco en una carta (ver el interpretador N° 15 o 22). Pero creo que esa carta es ilegible e imposible de poder ser leída hoy.
Quinto, tengo la sensación de que esta fecha muy bien se puede ilustrar con una película: “La celebración”. La celebración trata, justamente, de una celebración. Un padre, dueño de un hotel, invita a toda la parentela para festejar su cumpleaños. En medio de la celebración, Cristian, su hijo, pide la palabra y acusa a su padre de ser el culpable del suicidio de su hermana y de la violación de su propia persona durante años. Toda la familia hace como que nunca escuchó las palabras de Cristian o que son las palabras del loquito de la familia y siguen con la comilona. Cristian insiste hasta que se les hace insoportable su relato y lo llevan afuera del hotel y lo dejan maniatado en el bosque. Cristian logra desprenderse de sus ataduras y vuelve a pedir la palabra y logra imponer su relato. Entonces todos deciden que el padre es un monstruo y que de ahora en más éste no podrá vivir en el hotel, que de ahora en más vivirá en el fondo, en una cuartito a distancia de toda la familia. La película termina con Cristian sentado a la mesa, a la mañana, con una cara tatuada de tristeza mientras el resto de la familia desayuna feliz.
Sexto, creo que hoy nada se puede decir acerca de este tema, que el tema gira en el vacío. Que todo lo que se diga es paja mental o mentira, palabras que pecan de patética inocencia o de pícara viveza sólo redituable económicamente.
Séptimo, creo que todo lo que escribo aquí no escapa al bla bla bla de los sesudos intelectuales pertrechados de sofisticadas lecturas y teorías, ni a la canalla periodística, ni al discurso de los organismos de derechos humanos. ¿Pero cómo sustraerme a la tentación de participar de esta celebración? ¿Cómo negarme a no decir nada, a no salir en la foto, a tener la honestidad y el valor de poder sostener que yo, de ésto, no puedo decir nada más que bla bla bla?
Elsa Kalish
Ilusiones perdidas
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006)
¿Puede el dinero dar forma a la mano?
Hagas lo que hagas, estés donde estés, Banco Galicia.
Tormentas de acero acuñaron estas monedas y bruñeron sus diseños. Las leyes que explican su peso no pertenecen al orden físico ni mucho menos al financiero, sino al espiritual. Imanes promueven o repelen energías: quien tiene estas monedas en su mano no necesariamente las tiene en su poder. Tienen “maná”. Fueron tocadas y trastocadas por gente que experimentó regímenes abyectos. Nosotros mismos, descuidadamente, estrechamos todo el tiempo las manos de aquellos que hicieron circular esta moneda. ¿Implica esto un principio de continuidad? No se piense que la moneda transmita una peste sino que en todo intercambio monetario hay manoseo. Es en la circulación rutinaria de valores que no son abstractos donde se constituye una legitimidad y no en las bellas palabras.
La autonomización de la literatura y la crítica es un hecho de hace aproximadamente 125 años en la Argentina. El proceso de secularización en términos generales, la desilusión respecto de legitimaciones suprahumanas y la distinción de las disciplinas y separación en esferas tiene, por decirlo rápido, unos dos siglos y medio de proceso. Eso no significa que no nos afecte, que no seamos aún románticos, que no nos “rompa la conciencia” ser sujetos fragmentados, escindidos, que viven en una sociedad fragmentada y escindida. Pero eso, caballeros y damas, es la lógica del sistema capitalista (…) El mercado existe desde que existe el capitalismo y el capitalismo hace rato que viene dando vueltas. En todo caso la centralización propia del capitalismo tardío genera flujos de intercambio de bienes, en este caso libros, que hace que las grandes empresas tiren dardos sobre el público consumidor argentino.
Creo, quizá, que podría arriesgar, tímidamente, que se puede llegar a rozar el espíritu de época de estos últimos años escuchando tres canciones que funcionarían como clave de bóveda. El período que va de fines de 2001 al traspaso de poder de Duhalde a Kirchner innegablemente ha tenido como música de fondo el chingui-chingui de Willy Baterola y sus The Cacerola´s Band, cuyo hit a sido el tema El Cacerolazo. En cambio, durante el primer año de mandato pingüinesco, se pasó del sonido power cacerolesco al cool latino de Diego Torres y su Color Esperanza. Y después, y hasta hoy, la melodía que musicaliza el discurrir de la película clase B de nuestros días, es la poesía comprometida y llena de contenido, del tema, La Memoria, del abuelo bueno del rock nacional, León Gieco.
Creo, quizá, que en esos tres temas –El Cacerolazo, Color Esperanza y La Memoria— se encierra una cifra secreta de los deseos y esperanzas – no sé si con signo positivo o negativo, aunque tengo posición tomada, pero prefiero suspender mi juicio al respecto— de una porción significativa de la sociedad argentina. Porción que desconozco si es mayoritaria o no, pero que en todo caso es uno de los pilares fundamentales a la hora de ejercer el poder y autolegitimarse como poder: la clase media. Yo tengo para mí, que así como Menem le regaló a la clase media el 1 a 1 en su momento para abrir alegremente a la vista de todos la caja de Pandora y crear la Corte de los Milagros, del mismo modo, hoy, Kirchner, le regala, y con los mismos fines que la sombra terrible riojana, el tema de los 70´. Hoy, todos, por fin, somos derechos, humanos, y vivimos en un país en serio, con memoria, con superávit fiscal, con una movilización económica, social, política y cultural nunca antes vista por nadie, nada, nunca.
A eso quiero llegar, a la palabreja “memoria”. Palabra que todo el mundo da de suyo que es central. Bien. Memoria, y me llevo el dedo índice de la mano derecha a la sien, miro fijo al lector y repito, memoria, como lo vi hacerlo durante tantos años al profesor Chiche Gelblung, que ha sabido interpretar como pocos el difícil arte del cinismo de los personajes arlteanos. (Hay que ser un artista consumado pero también tener mucho coraje, por no decir huevos, para que se te ocurra en medio del incendio desbastador y total del 2002, plantear la siguiente tesis doctoral: en Argentina no come el que no quiere. Y para demostrarlo, armó una pequeña huerta, donde sembró tomates y otras verduras, y todos los días en el transcurso del programa la cuidó hasta cosechar sus frutos, y, así, demostró su tesis, que en Argentina no come el que no quiere. Creo que fue Borges el que escribió alguna vez que un escritor puede crear alegorías pero no explicarlas, y creo también, que todavía Gelblung no encontró a los hermeneutas que puedan dar cuenta de sus alegorías.)
Bien. Memoria. Hace unas semanas atrás leo en un diario –el mismo diario que parece tener un escandaloso y apasionado amor incestuoso con el gobierno nacional— que el Banco Galicia organiza un ciclo de charlas de escritores argentinos y que la Biblioteca Nacional le presta sus instalaciones para el evento. Cito a Sylvia Iparraguirre, coordinadora del ciclo que impulsa el Programa Cultural del Banco Galicia, que es responsable del encuentro: “La idea fue reunir a escritores de distintas generaciones y que den cuenta de una diversidad de géneros, poesía, narrativa, y teatro, y de corrientes estéticas”. Hasta acá, todo más que bien, buenísimo, diría. Diría, claro, pero algo me hace ruido. Y, ahí, aparece, ¡ay!, la memoria, tocándome descaradamente las nalgas y diciéndome como un personaje de Capusoto de Todo x dos pesos, “no, no, no, no, no, no, no…”. Cómo que no, si está buenísimo, un ciclo de escritores argentinos hablando libremente y a piayere de literatura argentina, financiado por un ente privado, con entrada libre y gratuita en un lugar agradable y adecuado para tal faena (la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional), cuya lista de participantes es más que sugestiva y entre los que se cuentan algunos de mis amores imposibles de lectora: Héctor Tizón, Ricardo Piglia, Griselda Gambaro, Hugo Padeletti, Juan Martini, Hebe Uhart, Andrés Rivera, Diana Bellessi, Tununa Mercado, Arturo Carrera, Fogwill, Daniel Veronese, Eduardo Belgrano Rawson, Juana Bignozzi, Roberto “Tito” Cossa, Juan Forn, Angélica Gorodischer, Liliana Heker, Mauricio Kartun, Vlady Kociancich, Alberto Laiseca, Guillermo Martínez, Alan Pauls y Guillermo Saccomanno. Cómo que no, qué es lo que me hace ruido. Al principio no doy con la molestia, pero le doy vueltas al tema y finalmente encuentro qué es lo que me incomoda. El evento lo organiza el Banco Galicia –la banca privada más grande de capitales nacionales, hasta donde tengo entendido por haber leído durante mucho tiempo a infinidad de analistas económicos pertenecientes o vinculados a la canalla periodística— y por lo que me contaron, a cada participante se le paga muy bien por dicha tarea. Bien. Ahí lo tengo a Chiche nuevamente mirándome de lleno a los ojos con cara de pócker y llevándose el índice a la sien. Memoria. Banco Galicia. ¿Banco Galicia? Entonces empiezo a buscar en mi vieja computadora Commodore 64 –por favor, léase, esto, como una metáfora fallida de mi anacrónica cabecita loca— datos de archivo que hablen de este ente comercial. Y mucho no encontré dado que la capacidad de la vieja Commodore 64 tiene una capacidad limitada de almacenaje, igualmente algo hallé. Lo suficiente para recordar que el Banco Galicia fue uno de los tantos bancos que estafó a sus clientes en el período 2001/2002, y claro, cómo se la iba a perder, operó para desguazar financiera y económicamente al país y ganar fortunas. ¿Acaso no fue Escasany, titular del Galicia allá lejos y hace tiempo a principios de milenio, uno de los que diera la cara para que desembarcara en Argentina el famoso Blindaje económico que milagrosamente resolvería todos los males de la Patria? (1)
Es este mismo banco que otrora trabajara para el lucro y la expropiación de lo ajeno, como cualquier vulgar pibe chorro, el que ahora financia conferencias de escritores para que hablen del maravilloso mundo de las letras. Sería interesante leer referido a ésto una novela, de uno de los escritores pagados por el Galicia, para entender mínimamente, más no sea, de qué hablamos cuando hablamos de cultura en Argentina, me estoy refiriendo a la novela de Fogwill – ¿la apasionada y loca y siempre escandalosa y explosiva Silvia Süller de las letras nacionales? (¿se entenderá este chiste?, ¿sabrán los lacanianos, los heideggerianos, los adornianos-benjaminianos, los derridianos, los deleuzeanos-foucaultianos, y los intelectuales y escritores en general quién es Silvia Süller?)—: En otro orden de cosas.
Yo no estoy planteando a priori que esté ni bien ni mal que ésto suceda. Solo digo que me hace ruido. Y como veo que la cosa se da de suyo, por natural, todo ok, todo lindo, solo planteo mis dudas. Ya que en estos últimos tiempos he tenido oportunidad de empaparme un poco de lo que es el mundo literato, editorial, académico, intelectual, revisteril, o del cine, y la verdad, no se diferencia, salvo honrosas excepciones, del mundo obsceno, chabacano y cruel de la política, las finanzas, la economía y los programas de chimentos. (Para “entender” todo este párrafo, o mejor, el espíritu que articula al texto en su totalidad –que, probablemente, lo haya malogrado, por mi falta de lucidez y mi exceso de estupidez— recomiendo la lectura feliz del cuarteto de Los Angeles y la trilogía Americana, de James Ellroy, cuyas novelas, no solo son parte de lo mejor de lo mejor de la literatura actual, sino, también, complejos tratados de crítica política y cultural, con lecturas tan sofisticadas y originales, como las de un Sennett o un Foucault.)
No sé, no quiero quedar como una moralista que defiende a ultranza un romanticismo avinagrado, que proclama la bella cantinela del arte por el arte, o como una vieja retardada que envía una carta de lectores al diario La Nación indignada por el irresoluble y eterno problema porteño, qué hacemos con las toneladas de caca que los perros defecan a diario en las vereditas de mi Buenos Aires querido. No, no es eso. O soy también eso, entre tantas otras cosas y con muchas dudas. Pero la verdad, ¿el Banco Galicia?, ¿y la Biblioteca Nacional prestándose a esto?, ¿acaso no dispone de fondos para organizar sus propios eventos?, ¿acaso, señor José Nun, Ministro de Cultura de la Nación, no es verdad que tenemos superávit fiscal –gracias a que estamos hipotecando el futuro de las generaciones por venir con una falta total de políticas de estado pero con una coyuntura internacional que favorece los negocios de la “industria nacional” y la bonanza económica del día, que no me cabe duda, es en esta bonanza alegre donde se esta maquinando el padecimiento y humillación de los argentinos que aun no nacieron (2)—?, ¿acaso, señor José Nun, no le puede tirar unas monedas del presupuesto de cultura al señor director de la Biblioteca Nacional, Horacio González—al que debo confesar que he leído con pasión sus libros y asistido a sus dos cátedras como oyente— para que no tenga que terminar aceptando –para mí, bochornosamente— sentarse a negociar con una empresa, de cuanto menos dudoso pasado, para realizar un evento que es más que interesante?
Unos amigos míos han ido a uno de estos eventos. Al que lo tuvo a Ricardo Piglia como conferenciante. Piglia, como siempre, que se pone a leer literatura, es brillante. Una puede coincidir o no con lo que dice o escribe cuando lee a otros, lo que no se puede es no escucharlo si una tiene alguna inquietud relacionada con el mundo de las letras y las ideas. Su conferencia versó sobre Juan José Saer y me dijeron que fue sencilla, agudísima, genial.
Ahora bien. Es sugestivo que se haya elegido a Piglia y no a otro escritor, para la segunda conferencia del ciclo “La literatura argentina por escritores argentinos”, que es coordinado por Sylvia Iparraguirre, ¡¡¡y que organiza y paga el Programa Cultural del Banco Galicia!!! ¡¡¡El inconsciente, el inconsciente!!!, estoy tentada de gritar con mi manual de Freud para principiantes a mano. Quiero decir, es de público conocimiento que Piglia escribió, en los noventa, una buena novela policial, Plata quemada, la cuál, es precedida de una cita: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”. Pero ahí no termina la cosa, sino que esta novela se vio envuelta en una trama que engarzaba, no sin cierto aire chandleriano rioplatense, al Premio Planeta, a la editorial Planeta y a Ricardo Piglia, en un fraude no menos entretenido y alegórico que el policial que tan diestramente supo escribir su autor. (3)
Tampoco me quiero ensañar con Piglia, sería injusta. En todo caso, a ese hecho lamentable del cual la justicia ya dictó sentencia, hay que verlo menos como la corrupción patente de Piglia y sus editores que como una lógica imperante que opera en el “inmaculado” e “inocente” y siempre “autónomo” mundo de las letras – mundo edénico lleno de angelitos culones, asexuados o sexuados, según el caso, claro, que puede ser extendido a otros ramos culturales, tales como el de la crítica, las agencias de creativos publicitarios, la academia, el cine independiente y no independiente, los intelectuales, o el periodismo—. Porque en Argentina pareciera que el único escritor menemista es Jorge Asís. Y no, no es así. Primero, Asís escribió algunas páginas que ya son parte de lo mejor de la literatura argentina del siglo XX – Los Reventados—, y segundo, el turco ha demostrado ser a lo largo de los años mucho menos alcahuete y mentiroso que la media de los escritores argentinos. Pero lo que quiero contar es otra cosa, hablar en clave de otro escritor que se ha visto envuelto dentro de una tramoya similar a la de Piglia con sus editores. Y lo quiero contar, para mostrar que el mundo de la cultura es tan sucio y miserable como el de cualquier municipio del Conurbano Bonaerense –claro que hay excepciones, incluso en los municipios Bonaerenses, obvio—, y para dar cuenta de cómo los integrantes de este universo que se presenta impoluto, hermoso, ético, moral, especial y diferente, tan diferente que cuando se llevan un cotonete –“saca monos”, lo llamaba yo cuando era chica— a las orejas no se sacan cera de las mismas sino partículas genuinas y preciosas de humanismo, sí, al mundo de la cultura le salen kilos y kilos de humanismo por las orejas. ¿Nunca nadie se preguntó cómo hacer para reconocer por la calle a un hombre de las letras o de la cultura del resto de los mortales? ¡Es tan sencillo, basta con observar sus orejas y si de ellas chorrea humanitas, no hay dudas, estamos ante un hombre de la cultura!
Hace poco más de un año atrás alguien me contó el siguiente cuentito: había una vez un finísimo crítico que escribió, después de varias pésimas novelas, una de las mejores novelas de los últimos diez años, ésta llegó a manos de uno de los peso pesados del mundo editorial del mercado hispano parlante y gracias a un pase de manos mágicas muy similar al de Piglia y su Plata quemada, ganó un concurso importantísimo y, a diferencia de Piglia, tuvo la suerte de que no lo atraparan. Ahora bien, cuando a mí me pasan este dato enseguida quise escribir al respecto, pero como el que me lo pasó me hizo prometer que no iba a escribir nada sobre el tema, y como yo tengo códigos, me llamé a silencio. Pero da la casualidad de que el tiempo pasó y en ese tiempo tuve la oportunidad de enterarme de que esto que yo creía un secreto no era tal, sino un secreto a voces. Cualquier escritor medio pelo para arriba, cualquier periodista de cualquier suplemento cultural porteño, cualquier académico empapado de la literatura argentina de los últimos años, sabe de quién estoy hablando, así que no seré yo la cabeza de turco, en esta ocasión, aunque lo podría decir ya que guardo la documentación referida al tema bajo siete llaves. Pero acá sucede igual que con Piglia, una cosa es la escritura y otra cosa los negocios. O mejor, como decía Panigasi: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. Y de algunas cosas se habla y de otras no, entre otras cosas porque mirá si mañana por irme de boca no me publican una nota en Radar o no gano un premio de muchos miles de dólares. Igual lo que quería decir es lo siguiente, por un lado: ¿este escritor necesitaba tanto la plata para ensuciarse así –hay que reconocer que era mucha plata igual— cuando su novela se hubiera editado de todos modos ya que es una gran novela –al menos una parte de ella?, y por otro lado: ¿por qué esto que parece tan obvio y natural entre escritores y otros yuyos, es algo tan natural, que solo llama al comentario malicioso entre conocidos pero jamás es tema de reflexión y textos críticos que acompañen esas reflexiones?
En fin, no sé muy bien qué pensar de esta constelación de escritores argentinos notables –algunos, algunos, no todos, ya sé—, un banco que no resiste un archivo detallado que de cuenta de su pasado, y una Biblioteca Nacional que sigue siendo un lugar opaco y gris, casi inexistente. ¿Está bien? ¿Está mal? Creo que lo que esta mal es empezar a pensar cualquier tema en estos términos. Las cosas suelen ser siempre más difíciles de pensar, que lo que cualquier binarismo, por muy feliz que parezca, prometa. La verdad que no sé qué pensar del tema, pero el tema me hizo ruido, y estas son las divagaciones y digresiones, que en torno a él, me surgieron.
Pero como lo valiente no quita lo cortés, me gustaría concluir, este texto, dedicándoselo, con todo mi amor a: Antonio R. Garcés, Federico Braun, Abel Ayerza, Eduardo J. Escasany, Enrique C. Martín, Luis Omar Oddone, Pedro A. Richards, Silvestre Vila Moret, Eduardo J. Zimmermann (4), Héctor Tizón, Ricardo Piglia, Griselda Gambaro, Hugo Padeletti, Juan Martini, Hebe Uhart, Andrés Rivera, Diana Bellessi, Tununa Mercado, Arturo Carrera, Fogwill, Daniel Veronese, Eduardo Belgrano Rawson, Juana Bignozzi, Roberto “Tito” Cossa, Juan Forn, Angélica Gorodischer, Liliana Heker, Mauricio Kartun, Vlady Kociancich, Guillermo Martínez, Alan Pauls, Guillermo Saccomanno, Sylvia Iparraguirre y José Nun. A todos ustedes, por todo, por la magia, besos mal y sepan que siempre estarán en mi corazón. (5)
Elsa Kalish
Anexo.
Reproduzco, aquí, un largo mail de Sebastian Hernaiz, que me mandara como devolución a la lectura que hiciera del borrador de este texto:
“sebastian hernaiz <sebsaiz@gmail.com> escribió:
elsa, quizá sea que últimamente -hace ya un largo “últimamente”- me obsesiona el tema de los usos de los 70 y la memoria, que si en algún momento pudieron ser una crítica emergente en el estado de cosas, hoy son, creo yo, sostén discursivo de una hegemonía política que no es otra cosa que rearticulación continuadora de lo anterior (no sé bien qué es anterior: menemismo, neoliberalismo, liberalismo, desarrollismo dependiente, pacto por las carnes con Inglaterra, conquista del desierto, conquista de América, conquista del espacio, o lo que sea). Quizá sea eso -decía: mi obsesión sobre la memoria y sus usos-, pero en mi lectura de tu texto el principio con la postulación de la tríada de temas me hace ruido por dos lados.
Primero, porque no coincido con el armado de la serie de temas. Cacerolas y esperanza para el 2001-2003 y 2003-2005, está bien. “La Memoria” de gieco, sin embargo, me parece que la pensaría como el síntoma estético que denota que las reivindicaciones de la serie DDHH ya están instituidas. Están claras: se las puede tocar con los acordes básicos de la familia del Sol mayor. Este “ya están” -o: esta fácil armonización de un discurso crítico con el establecido- más que como telón de fondo del kirchnerismo afianzado lo veo como su precedente, lo que señalaba la posibilidad de una cooptación estatal del discurso de los DDHH. Ya instituido, agotado su poder constituyente, el discurso de los dd.hh. no sólo ya no tiene potencia crítica ni nada más para dar en lo extra judicial, sino que, a esta altura, ya es posible mirar para atrás y pensar críticamente que centrarse en los ddhh pudo haber hecho perder de vista otras cosas. Y el que primero entendió esto, agregaría, no fue K, sino el viejo y efímero Rodríguez Saa. Digámoslo así: R. Saa (y el fálico y fogoso público que invadía la sesión en que asume) captó las condiciones discursivas que tenía que satisfacer para poder intentar quedarse en el sillón de Rivadavia algunos días: crítica al fmi y a la deuda externa, reivindicación de los ddhh, crítica a “la vieja política” (critica que, obvio, -incluyéndonos- cada uno que la practica infiere que no lo incluye).
En mi opinión, “Kirchner” -por llamar de algún modo al estado de las cosas de hoy- viene haciendo malabares con los daños colaterales de la fórmula de explotación natural y humana que es el entre 3 y 4 a 1 que Duhalde y Remes efectivizaron para alegría de la industria y de los que tienen alguna chacrita. Y eso, sostenido en un discurso que captó esas necesidades discursivas básicas a satisfacer. El fascismo progresista de la clase media, en tiempos de renovada estabilidad -10 años de 1 a 1, ahora vamos por el tercero de 0,30 a 1-, se acomoda, mal pero acostumbrado, y sobrevive. El capital concentrado, en sus luchas por hegemonizar la potencia burguesa -estado, medios, industria, campo y bancos peleándose y aliándose-, en tiempos de renovada estabilidad, se acomoda.
En fin, me colgué. A lo que voy: re ubicaría el tema de Giéco más con los 25 años del golpe, pre caída de de la Rúa, que con los 30 y el glamour kirchnerista. Todo eso, por un lado.
Por otro, segundo. Partiendo de la línea que armás en el primer párrafo sin tener en cuenta lo que hasta acá dije, me parece -quizá porque la memoria y los usos de la memoria, como dije, son temas que me obsesionan particularmente- que es improductiva la reflexión sobre la memoria que, según entiendo, opera con el siguiente procedimiento: “incluso ahora que esta tan de moda la memoria (de los 70), nadie tiene memoria para buscar en su ´comodore 64` qué es, qué hizo, qué fue el banco Galicia”. Me parece que el recurso es impotente porque trae a colación una discusión fuerte como es hoy la de la memoria y dejas que se meta en tu texto la voz hegemónica al respecto ya que más allá de una línea y alguna chicana al pasar, no aparece, en este texto, discutida con fuerza, sino que aparece como mero procedimiento de persecuta moral que introduce la segunda parte (y si me pongo en crítico literario diría que la sutura del cortar y pegar la idea de “la memoria” y la de “el ciclo cultural del banco” aparece claramente escandida en la fragmentación gramatical del renglón que se inicia con “Bien. Memoria. Hace unas…”).
Bien. Bancos. Escritores: la segunda parte, entonces.
Hago memoria. Otras reuniones que organizaba Escasany:
“Punta del Este ya no sólo era el lugar preferido por empresarios y banqueros. La paradisíaca playa de la costa uruguaya había pasado a ser, además, el destino elegido en vacaciones por muchos de los políticos y personajes del gobierno menemista a quienes les gustaba convivir con la
farándula y exhibir su rápido enriquecimiento.
El sábado 6 de enero se armó una reunión secreta en la casa mansión de Eduardo Esacasany, uno de los dueños del Banco de Galicia. Cavallo llegó acompañado por Felipe Murolo, un técnico de la Fundación Mediterránea que él había colocado como vicepresidente del Banco Central, por Fulvio Pagani -principal accionista de Arcor- y por un gerente del grupo Massuh. Arcor y Massuh eran dos de los principales aportantes de la Fundación Mediterránea.
En la casa de Escasany lo esperaban, además del anfitrión, varios banqueros de entidades extranjeras, como Manuel Sacerdote, del Banco de Boston, y Emilio Cárdenas, del Irving Austral Bank (luego Bank of New York). También estaba presente el entonces presidente del Banco Río perteneciente al holding Pérez Companc, Roque Maccarone, el mismo que integrara el directorio de Citicorp-Río Banco de Inversión, controlante del vaciado Banco del Oeste y que diez años después iba a ser titular del Banco Central durante las presidencias de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde.”
Ahí, en esa reunión que también auspició Escasany se discutió quién se quedaba con cuánto y cómo se salía mediante los Bonex 89 de la crisis del momento. La clase media -extrañamente, si fuera la que importa políticamente hablando-, claro, era el daño colateral indiscutido. Las clases más bajas, indirectamente, también: el achicamiento de circulante que implicaron los Bonex, la captación de Australes y el posterior advenimiento del peso fueron el 1 a 1 que estructuró la reorganización socio económica local.
Luego, la discusión sobre el dinero y los escritores. Me parece que es un charco donde todos tenemos las patas metidas y, partiendo de ahí, cada quien tiene sus distintos posicionamientos, y ahí sí, no sé si en términos de “juzgar” -creo, más bien, que no es productivo por ese lado- pero pensar el tema me parece imprescindible.
Hay una cosa que es la que marca el área de pensamiento en que te metés y me parece que es la frase que dice algo como “más allá de…” y parametrizás ese principio crítico, en un caso, con un “ensañarme con Piglia y su entorno”, y, luego, “que la novela (premiada) sea buena”. Es decir, no querés hablar de la novela en cuestión ni del affaire anecdótico de Piglia, sino de la lógica que los incluye, y que imagino definible con algo así como un “aquello que no son los textos impresos pero que atañe a los escritores” o algo que versa más cerca de “la figura del escritor” que de “la escritura”.
El ruido que te hace lo del Galicia entra en esa zona y me parece bien por el lado ya clásico de cuál es la verdad de la papa: ¿el Banco Galicia, con un par de carteles y promotoras como publicidad, le brinda al público y a Piglia la posibilidad de un diálogo? o ¿Piglia le brinda al Galicia un público para el par de carteles y promotoras? Y pa´colmo, a todo esto, ¿de qué la va la Biblioteca Nac.?
En esa disyuntiva -que probablemente sean dos descripciones correctas en tensión más que una disyuntiva- está, al menos, lo que a mí me hace ruido de estos eventos.
Frente al pasado premiado al que te referís, de haber sido acordado, como se comenta que fue, me parece que no hace más que echar luz (más luz) sobre lo ya sabido de los premios como operación de agitación marketinera (operación que tiene como cara positiva, dicho sea de paso, el posibilitar que autores nóveles o ignotos puedan hacer circular un primer libro que de otro modo, sin eso que mueve casi todo que es el marketing, la industria editorial no puede, en general, publicar).
Bueno, no mucho más.
salute
NOTAS
(1)
Si para muestra solo hace falta un botón, acá reproduzco una nota escrita por Julio Nudler. Podría reproducir otras, pero eso, se los dejo como tarea para la casa, a mis lectores.
“Germán Kammerath, quien ocupó la Secretaría de Comunicaciones en los años finales de la gestión Menem, fue acusado de fraude en perjuicio de la administración pública y por faltar a los deberes de funcionario público en virtud de una resolución suya que respaldó una controvertida pretensión de Correo Argentino. La causa le fue iniciada en 1999, pero Kammerath fue sobreseído en cuatro oportunidades, dos por Adolfo Bagnasco, una por Rodolfo Canicoba Corral y, la última, por Jorge Urso. Pero otras tantas apelaciones mantuvieron vivo el procedimiento, hasta que GK logró el sobreseimiento definitivo. Sin embargo, la Oficina Anticorrupción recurrió la medida y ahora es la Cámara Nacional de Casación Penal la que estaría a punto de tomar la decisión final. Si revoca el sobreseimiento, la causa volvería a primera instancia, aunque con perspectivas nebulosas porque toda la prueba que podía producirse ya se produjo. Pero más allá de lo que le ocurra a Kammerath, el caso atañe indirectamente a la empresa privada que opera el ex correo estatal, porque si GK obró incorrectamente al convalidar un procedimiento de Correo Argentino, se deduce que la acción de esta firma fue indebida. Y no son meros preciosismos administrativos: están en juego casi 100 millones de dólares.
La denuncia contra Kammerath, efectuada por diputados frepasistas, se originó en una resolución (18.496 del 1º de julio del ‘99) que dictó como responsable de Comunicaciones, permitiéndole a Correo Argentino SA computar como inversión cerca de 100 millones de pesos/dólares utilizados para indemnizar a más de seis mil empleados, separados mediante el arbitrio de un “retiro voluntario”. Como el consorcio formado por Franco Macri (Sideco Americana e Itron) y Banco Galicia se había comprometido a invertir no menos de 25 millones anuales, la bendición del ucedeístacavallista-delasotista Kammerath “privó al servicio de correos del equivalente a casi cuatro años de inversión genuina”, señala la Oficina Anticorrupción.
Un hecho sugestivo es que en la mencionada resolución de GK no se habla en ningún momento de indemnizaciones laborales ni de retiros voluntarios. Sólo se mencionan “inversiones en bienes intangibles”. Este detalle es interpretado por la OA como revelador de una intención de ocultar el objetivo de fondo de la medida. Posteriormente, en las diligencias judiciales, la consultora internacional Price Waterhouse-Coopers & Lybrand apoyó el criterio sostenido por Macri-Escasany-Kammerath, arguyendo que una erogación como la efectuada, si era por única vez, podía elevar el valor de la empresa y, por ende, calificarse como inversión en un bien intangible. De hecho, toda esta construcción intelectual se ve favorecida porque los ejecutores de la privatización –entre ellos el propio GK– omitieron definir por la positiva en qué cosas debía invertir el concesionario.
La OA detalla que el Pliego de Bases y Condiciones de la privatización, realizada en 1997, establece que el personal de convenio en relación de dependencia con Encotesa (la sociedad estatal traspasada) sería transferido a la concesionaria, quedando a cargo de ésta. La cuestionada resolución de Kammerath le reconoció a CASA, como inversiones en bienes intangibles, la suma de $ 126,7 millones, que incluía $ 98,8 millones que Correo Argentino declaraba como pagos de indemnizaciones. Para resolver como lo hizo, Kammerath adujo haber seguido los lineamientos de la ley nacional de Inversión Pública, pero “la Dirección Nacional de Inversión Pública –precisa la Oficina– entendió que un plan masivo de retiros voluntarios en una empresa prestadora de servicios públicos… no podía encontrarse abarcado por sus términos”.
Según explica la OA, la decisión de Kammerath le permitió a la empresa de Macri y Escasany reducir personal, aumentar sus beneficios y omitir inversiones comprometidas. No obstante, Bagnasco sobreseyó al imputado el 31 de marzo de 2000. Tras la apelación de la OA, el fallo fue revocado siete meses después, ordenándose proseguir con la investigación. Pero el 22 de febrero de 2001, Bagnasco volvió a sobreseer a Kammerath. Cuatro meses más tarde esa sentencia fue otra vez revocada, tras la apelación de la
OA y la Fiscalía Federal.
Ya renunciado Bagnasco, el juez subrogante Canicoba Corral entendió que la conducta reprochada a GK era constitutiva del delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público y malversación de caudales públicos, pero también que, por el tiempo transcurrido, la acción penal se encontraba prescripta. Sobrevino entonces otra apelación, sosteniendo que, al endilgarse al imputado un fraude en perjuicio de la administración pública, la acción penal no estaba prescripta. El 5 de marzo de 2002 la Cámara revió el criterio y revivió la causa. No obstante, el nuevo juez federal subrogante, Jorge Urso, sobreseyó una vez más a GK el 7 de junio del año pasado, considerando que no había cometido ilícito alguno.
El 12 de septiembre, la sala primera de la Cámara consideró, apelación mediante, que GK había efectivamente incurrido en el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público, aunque no en el de fraude. En concreto, lo sobreseyó definitivamente. Ante esto, la OA presentó un recurso de casación, que estaría cerca de resolverse.
Es obvio que Kammerath, que participó en la elaboración del pliego e integró la comisión de admisión y preadjudicación del servicio de correos, conocía al dedillo las condiciones de esa privatización. Entre ellas, que el decreto 265/97, por el que se llamó a licitación, indicaba que la inversión mínima garantizada debía apuntar a repotenciar el correo, aumentando la celeridad y calidad de sus servicios. En este sentido, despedir a miles de empleados, considerándolo como una inversión, no parecía una forma de lograrlo.
El pliego establece que el Estado nacional no será responsable por las obligaciones propias del concesionario como empleador a partir del momento de la entrega de la concesión. De su texto surge claramente que cualquier obligación ulterior con los empleados, incluyendo eventuales indemnizaciones, quedaban a cargo de Correo Argentino. Aquí se plantea toda una paradoja. Si Macri hubiese prescindido de unos pocos empleados, él habría pagado las indemnizaciones. Pero como desvinculó a miles, entonces etiqueta esta cesantía masiva de “reorganización empresaria” o “mejora de la organización” y considera que el Estado –o sea el resto de la sociedad– debe hacerse cargo del costo. Kammerath respaldó este llamativo criterio.
“Lo peor del caso –subrayan los anticorrupción– es que nos hacemos cargo de dicho costo de una manera velada, indirecta, puesto que al reconocerse este rubro como inversión se priva al servicio de correos de otras inversiones necesarias.” GK llegó a sostener que la empresa ganadora del concurso había anticipado que pensaba “invertir” más de cien millones de dólares en retiros voluntarios, pero la OA lo desmiente. Como soporte de su plan comercial, Macri/Escasany afirmaban que sus inversiones tendrían por objeto diversas mejoras –de activos físicos, de tecnología, de imagen corporativa–, y entre ellas de organización y recursos humanos, aclarándose luego que invertirían en capacitación del personal, calidad de atención, adecuación organizativa y de procesos e higiene y seguridad del trabajo. “En ningún lado se menciona que se piensa invertir en despedir empleados o en planes de retiro voluntario”, refuta Anticorrupción.”
(2)
Soy perfectamente consciente de que estas líneas que escribo y que conducen a esta nota al pie, dicen mucho y no dicen nada, pero desarrollarlas en este momento es algo que me excede. Así que solo diré que entre otras fuentes de las cuales me nutro para afirmar lo que escribo sin tomarme el tiempo necesario de fundamentar, es en parte por escuchar los domingos al mediodía el programa de Jorge Rulli por Radio Nacional. Programa que escucho cada domingo y particularmente sus editoriales, mientras hago gimnasia para transpirar y sacarme de encima la resaca de los sábados a la noche. Lo que sigue a continuación es una de esas editoriales radiales de Jorge Rulli, donde encuentro un análisis político infinitamente más agudo que en plumas tales como las de Atilio Boron, José Nun, Nicolás Casullo, Eduardo Rinesi, Eduardo Grüner o Escudé –todas plumas eruditísimas, que suelen nutrirse de un corpus bibliográfico notable—:
EDITORIAL DEL DOMINGO 30 DE JULIO DE 2006
Me preocupa el poder hallar explicaciones para las tensiones y para los conflictos que se suscitan en el campo, y me preocupa, porque vivimos una época en que los modelos hegemónicos que configuran las nuevas dependencias, se instalan en las áreas rurales en el marco de los modelos de agroexportación, y porque desde allí se proyectan sobre el resto del país, condicionando indefectiblemente toda la vida ciudadana… A la población urbana desenraizada de sus memorias y con un imaginario cada vez más ocupado por la publicidad y por la TV le resulta difícil aceptar esta importancia de lo rural que continúa asimilando con lo atrasado, en una época de Capitalismo Global, de altas tecnologías y de relaciones universales instantáneas. Sin embargo, esa preeminencia de lo rural se corresponde con los nuevos poderes transnacionales que tienen base en la apropiación de las semillas y de los mercados internacionales de granos, en el creciente poder de las cadenas agroalimentarias y de los supermercados, que han expropiado la función de alimentar a cientos sino miles de millones de seres humanos. Muchos continúan negándose desde una supuesta izquierda a reconocer el valor político de los alimentos, sin embargo, ya los discursos y los interrogantes de muchos líderes apuntan a desentrañar el conflicto que se viene ineludiblemente: el producir comida o producir combustibles, dado que la fuente de ambos será indefectiblemente, al menos si continuamos por este camino, la misma agricultura, y todos temen que no habrá posibilidades de abastecer los dos mercados simultáneamente, y entre la necesidad de comer de los pobres y la necesidad de abastecer el hambre de los automóviles de los ricos, es previsible imaginar quienes habrán de quedar en el camino…
Hemos dicho que, tanto el modelo rural como la producción de alimentos industrializados y su comercialización, se encuentran en manos de lo que se denominan los Agronegocios, y ello se expresa mediante las cadenas agroalimentarias que se inician en un modelo de agricultura sin agricultores, no importa de quién sea la tierra, y que llegan hasta nuestra mesa en forma de productos envasados cargados de publicidad, de residuos agrotóxicos y de conservantes. Ha sido ese un proceso lento pero implacable de conquista del sector, un proceso de apropiación masiva de los mercados, de cooptación y especialmente de aculturación del productor, porque persuadir al hombre de campo que lo suyo era un agro business, y transformarlo de chacarero a pequeño empresario rural, no fue un hecho menor, sino decisivo, para poder imponer el modelo agroexportador de las biotecnologías y de la dependencia a insumos que ahora tenemos.
Y no estamos hablando de algo que ocurrió ni de algo que ha llegado a su máxima expresión… no, todo lo contrario, las últimas informaciones nos hablan de 24 villas miserias nuevas, tan sólo en la Ciudad de Buenos Aires, y según los estudiosos del INTA, 8 de cada 10 de los desocupados que las pueblan, son desempleados de la agricultura… El proceso de despoblamiento continúa…
Ahora bien, si son las cadenas agroalimentarias las que dominan el sector de la producción y comercialización de alimentos, bien podríamos entonces admitir que cada vez que el Gobierno Nacional intenta resolver cupularmente, alguno de los problemas que en esta área se producen, estaría reconociendo y hasta legitimando ese poder de los agronegocios. Cada negociación con los dueños de las grandes cadenas no hace a lo sumo, más que solucionar los problemas hoy, pero a la vez fortalece el modelo hegemónico de los agronegocios y de las cadenas agroalimentarias. Las negociaciones copulares y el modelo de premios y castigos que se han institucionalizado como práctica política, entre otros con los sectores rurales, es algo peor que aquello de tapar agujeros, es en definitiva una torpeza, el hacer doctrina de la coyuntura y olvidar cuáles serían las tareas indelegables de la investidura en el ejercicio del Estado. Lo que quiero decir es que en la negociación con el Agronegocio, se llame Mastellone o como se llame ese agronegocio, el único argumento válido a ser usado por el funcionario podría ser el de: Señores, moderen su codicia y su voracidad de ganancias o me obligarán a hacer, lo que yo como funcionario debería estar haciendo…
Sigamos un poquito más con esta idea porque vale la pena desarrollarla. Lo que estoy diciendo es que el Agronegocio ha expropiado al Estado la función reguladora que al Estado le corresponde, y por supuesto la usa de una manera bastante discrecional y en su propio beneficio. El agronegocio es el que le fija el precio al productor, pero cuando ese precio baja en la tranquera no significa que vaya a bajar en la góndola para el consumidor de la ciudad. Creer esta inocentada es el engaño en el que muchos caen… algunos de buena fe y otros con muy, pero muy malas intenciones… La relación no es mecánica, porque los agronegocios manejan las cadenas agroalimentarias, así como los supermercados, y las manejan a discreción. Ellos son los dueños de todos los eslabones. A ver si se entiende: estamos jugando a los naipes con alguien que tiene todas las cartas, también las nuestras…
El precio que baja en la tranquera porque lo decide al Agronegocio, obliga al pequeño productor a disminuir los costos o a desaparecer, y ello significa incorporar el paquete tecnológico de la gran escala que también es parte del Agronegocio, o puede significar acaso incorporar mano de obra familiar que trabaja por la comida o incorporar mano de obra esclava o semiesclava proveniente de los países limítrofes. De hecho se da esa situación con los lácteos y la Serenísima, desde la dictadura de Onganía hasta el presente, sin que el esquema haya sido modificado en tantos años de Democracia. Se da también una situación similar con las retenciones a las exportaciones, en que al pequeño no se le discrimina si la soja va como poroto que paga el 21 o como aceite que paga el 5… el precio lo fija siempre el Agronegocio y la balanza se generaliza siempre para un solo lado. Y se ha producido lo mismo últimamente con la carne, donde la disminución del precio del animal en pie, se la quedaron los frigoríficos y los intermediarios, y no llegó al consumidor sino en mínima expresión y tan sólo para cubrir la apariencias y hacer como qué… es decir, hacer ver que la política empleada fue la correcta, mientras que en verdad, los agronegocios multiplicaron sus ganancias…
Entonces, y repito: toda negociación cupular implica la inmoralidad de manifestarle a la cadena de agronegocios que maneja los precios, algo así cómo: Señores, moderen sus exacciones o me veré obligado a tomar las medidas políticas a las que mi función me obliga y que no tomo porque prefiero continuar con el circo y preservar el modelo impuesto y negociar con ustedes que son como el zorro en el gallinero…
El plan ganadero anunciado no hace más que reafirmar ese modelo impuesto en los años noventa. Y también me refiero a que el Estado no tiene en estos momentos, instrumento alguno como para fijar políticas de cambio de ese modelo y ni siquiera para incidir en lo que ocurre en los mercados. Veamos sino: el ONCA no define políticas sino que es apenas un inspector comercial. El SENASA es en cambio un inspector sanitario y por supuesto tampoco define políticas. Y entonces qué?… La Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes, que se abolieron en épocas de Menem, sí en cambio definían políticas, porque regulaban el stock ganadero, porque fijaban precios sostén cuando eran necesarios, pero también, porque podían satisfacer esa necesidad de participación de los productores en las políticas, que es absolutamente legítima y que en estos últimos conflictos ganaderos ha surgido a luz como una reivindicación entre otras que, bueno sería atender en desmedro del liderazgo que sobre ellos tienen las corporaciones…
La supresión de las exportaciones de carne no ha hecho sino favorecer a los Agronegocios y a la extensión de la agricultura de las sojas transgénicas. O sea que, una mala política sobre el sector ganadero y más allá de sus intenciones manifiestas, que han sido la de hacer descender el precio de la carne al consumidor, ha terminado favoreciendo a los frigoríficos, o sea a los agronegocios, que se quedaron con la parte del león en las diferencias de precios habidos en la intermediación y además ha favorecido también lamentablemente, al desarrollo de mayores extensiones de soja, porque son muchos los ganaderos que desalentados en sus producciones, se han pasado a la agricultura industrial de la soja.
Y esta situación que describimos se produce en un momento muy especial, cuando grupos importantes de municipios en la Provincia de Buenos Aires se reúnen por primera vez, para estudiar algún modo de detener la creciente sojización con que los amenazan los pooles de siembra, detener el cierre de los tambos y además la emigración a las ciudades de las poblaciones de sus municipios. Esta sojización se produce también, cuando crece en todo el país la resistencia de los vecinos hacia los sojeros y hacia las fumigaciones que acompañan la soja, y cuando los médicos verifican a diario una catástrofe sanitaria originada en la agricultura industrial; que el cáncer, las malformaciones, los abortos espontáneos y el descenso de la capacidad intelectual en los niños, se extienda como una mancha de tinta en todas las periferias urbanas de la Argentina, y que ello es la evidente consecuencia de los venenos que acompañan al modelo de la soja …
Pero hay más para demostrar el despropósito de ciertas políticas que por error u omisión, terminan alentando el modelo de la Sojización. De hecho, los agronegocios se han independizado de las políticas del Estado, imponen sus propios modelos y sus intereses regionales a nivel del MERCOSUR y se despreocupan de las alternativas político electorales que desvelan a los funcionarios y a los hombres de partidos. Ellos, los agronegocios, están más allá de esas alternativas y hechos coyunturales, son los que generan las políticas públicas y los que planifican el futuro de nuestros países. Nada que pueda hacer el Gobierno con su anecdotario de premios y castigos y con sus medidas errátiles, puede llegar a opacar lo que para el rediseño de la Argentina próxima que requieren las biotecnologías y los biocombustibles, pueden llegar a significar proyectos como el de la Hidrovía Paraná Paraguay y ahora también el del ferrocarril Belgrano Cargas, más conocido como el tren de la soja, con sus siete mil kilómetros de extensión, en las manos de Franco Macri y del jefe de la CGT, el camionero Hugo Moyano.
Lamentablemente, no sólo el Gobierno es rehén del modelo sojero de los Agronegocios y tampoco atina a diseñar una política que sea capaz, al menos, de ponerlo nuevamente en posición de manejar los tiempos políticos y del desarrollo económico. También los pequeños productores son rehenes del modelo y los hemos visto en estos días haciendo causa común con los frigoríficos que se embolsaban las grandes tajadas de la torta, tanto como han hecho en los últimos años causa común con las cerealeras, en el absurdo reclamo contra las retenciones que, ellos precisamente no deberían haber pagado nunca porque son retenciones a la exportación y no al productor, y sin embargo son los exportadores los que les traspasan el tributo y son a tal punto prisioneros del modelo que, en vez de rebelarse ante el abuso descarado de los exportadores, hacen causa común con ellos y en su extrema confusión se rebelan y protestan contra el Estado…
No podemos ser ignorantes ni indiferentes ante estas situaciones. Hoy el modelo rural se proyecta de manera hegemónica sobre la Argentina toda, condicionando nuestras vidas en todos los ámbitos sin excepción alguna. Los Agronegocios nos han impuesto un modelo que conduce inexorablemente a generar enormes territorios vacíos por una parte y enormes conurbanos inmanejables por la otra. Un modelo de país en que la puesta de la agricultura industrial al servicio de la producción de biocombustibles, conducirá inexorablemente a un riesgo mucho mayor aún que los actuales: el de que carezcamos de la suficiente provisión de comida para los argentinos. Continuar enfrentando ese futuro temible sin reconstruir el Estado en sus instrumentos imprescindibles para elaborar políticas de intervención, políticas que puedan modificar el modelo de la soja, limitar sus desarrollos o morigerar sus crecientes impactos, no solo será un gravísimo error político, sino que constituirá un importante incumplimiento de la función de gobierno. Hacerlo desde un pensamiento meramente progresista, nos equipara, con los hermanos uruguayos y con la penosa tragedia de una generación de luchadores sociales y revolucionarios, que terminaron en el país hermano siendo absolutamente funcionales a lo que siempre combatieron o al menos declararon combatir. Si esa misma tarea se intentara hacer en la Argentina desde los símbolos del Peronismo, tan solo estaríamos añadiendo la burla más cruel a la combinación de torpeza y de falta de conciencia nacional.
Jorge Eduardo Rulli
http://www.grr.org.ar
(4)
Las personas que he citado hasta aquí son, según pude consultar, hoy: 18/07/06, en www.bolsar.com , parte del directorio del Galicia, sólo parte, apenas el Presidente, el Vicepresidente y sus 7 Directores Titulares.
(5)
Días después de haber escrito este texto, lo releo y me doy cuenta de que hay una pregunta que falta ser formulada en él. Una pregunta que no está, que no he formulado y sin la cual, cualquier lector podría interpretar legítimamente que lo que escribo peca de ingenuidad o cinismo. La pregunta es la siguiente: ¿acaso la revista donde se publica este texto, elinterpretador.net, y en la cual yo colaboro activamente, no ha recibido un subsidio del Gobierno de La Ciudad de Buenos Aires, el año pasado, por 5000$, para financiar el proyecto? Sí, lo ha recibido. ¿Y no tengo nada para decir al respecto? Quiero decir: ¿es decente recibir un subsidio del Gobierno de la Ciudad de Bs. As. para financiar la publicación de una revista digital, pero indecente que el Banco Galicia financie a un grupo de escritores para que se presenten en un ciclo de conferencias hablando de literatura argentina? ¿Sería la decencia lo que está en juego acá? ¿Es eso? No, creo que no. Creo que el problema no pasa por ahí, sino, por la incapacidad real y concreta de poder pensar y problematizar qué verdad se pone en juego entre un proyecto cultural – ya sea hacer una revista, un ciclo de conferencias, escribir un libro o grabar un disco— y los medios materiales – el dinero— que se necesita para llevarlo a cabo con un máximo de autonomía posible. La verdad que no tengo nada claro al respecto y estoy escribiendo a ciegas. Pero, intuitivamente, voy a concluir planteando dos cosas. Por un lado, que no es lo mismo el Banco Galicia que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ya que el primero es un ente privado y el segundo un ente publico que le pertenece al conjunto de los ciudadanos, de lo cual deduzco, que las obligaciones y deberes que le competen a uno y otro son de diferente orden. Y por otra parte, que hoy las editoriales, el cine independiente, la música, las revistas culturales o literarias, el pensamiento crítico en gran medida esté financiado por becas, subsidios, esponsores estatales o privado o mixtos, o sencillamente por empresas de capitales privados, lo cual no me parece mal, ya que sin dinero, al menos en la sociedad tal como la conocemos hasta la fecha, no se puede vivir; pero sí me parece un problema grave que alegremente se pase por alto las preguntas que ponen en conflicto y problematizan el hecho de que el mundo del arte, el pensamiento y la cultura, sólo son posibles en la medida en que existe un capital que permite su desarrollo, y que este capital tiene un pasado, que no pocas veces ha sido forjado a expensas del dolor ajeno.
¿Quién es esa chica?
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006)
(Dossier Evita)
Una vez
le hice el amor
a una drácula con tacones:
era un pop violento que guió
el gran estilo siniestro.
Ella fue por esa vez
mi héroe vivo.
¡Bah! Fue mi único héroe
en este lío.
La más linda del amor
que un tonto ha visto soñar.
La más hermosa niña del mundo
puede dar sólo lo que tiene para dar.
Música para pastillas (¡rápido!)
y mucha cuchillería.
Hace unos días, charlando por msn, con una amiga, no sé cómo, comento, no sé a razón de qué, algo referido a Evita. Entonces, ella, me pregunta: y a vos ¿qué opinión te merece la rubia oxigenada? Me quedé pensando, con los dedos suspendidos sobre el teclado, buscando, con la mirada, en el local del ciber, qué responder. No sé, le respondí, para mi Evita es, básicamente, un personaje literario (1), que aparece en alguno de los momentos más felices de la literatura argentina del siglo XX. Para mí Evita es eso: Copi, Walsh, Viñas, Perlongher, Leónidas Lamborghini, Onetti, Borges, Barón Biza, María Elena Walsh, Soriano, Gelman. Eso. Literatura argentina. Sexo y traición en…
Una vulgar noche de sábado acabó contigo. Moriste de manera estúpida y violenta, y ya no tuviste los medios para defender tu vida.
Tu huída a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso, ahora me presento como tu testigo.
Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo en tu nombre.
Quiero hacer públicos tus secretos. Quiero borrar la distancia que nos separa.
Quiero darte aliento.
Claro que también, Evita, es Madonna. Pero no la de la peli de Alan Parker (2) (que se rumoreó, en su momento, que Madona tuvo que acostarse con Menem para que éste le prestara el balcón de la Rosada para filmar algunas escenas – y nuevamentesexo y traición en…), sino la de los 80, la que cantaba Quién es esta chica/ guiu ser gerls/ muchacha masculina...Esa mujer, la reventada, la que interpreta en el Parakultural, con adaptación de Enrique Symns, una versión teatral del cuento de Néstor Perlongher, Evita Vive. Pieza teatral que es acompañada con música de Patricio rey y sus redonditos de Ricota y que lo tiene a Fito Páez interpretando el papel de Jimmy, el marinero negro y porongudo (que mientras se hace chupar la pija por Madonna-Evita, canta, no te enamores nunca/ no te enamores nunca/ de ese marinero bengalí) y a Fernando Noy en el papel del que narra la historia.
Engañaste a la gente. Te entregaste en pequeñas dosis y te reinventaste a voluntad. Tus movimientos reservados anularon los medios para marcar tu muerte con la venganza.
Creí conocerte. Viví mi odio infantil como un conocimiento íntimo. Nunca te lloré. Agredí tu recuerdo.
Tú exhibiste una rectitud espartana. Los sábados por la noche, la olvidabas. Tus breves reconciliaciones te condujeron al caos.
No quiero definirte así. No quiero revelar tus secretos de una manera tan vulgar. Quiero saber dónde enterraste tu amor.
Y ahí, justo ahí, ahora, mientras escribo, Evita, se me presenta como el doble maldito de la Nené de Boquitas Pintadas. Es que ese otro gran personaje de la literatura argentina, Nené –¿acaso, nuestra Madame Bovary?—, lo percibo, como el otro y único destino posible de Eva si sólo hubiera sido atravesada por el sexo y traición en… pero sin haber sido, a la vez, imaginada de forma oblicua por la literatura argentina y realidad política. ¡¡¡Qué duda cabe que si Eva Duarte no se hubiera travestido de Eva Perón se hubiera casado con Donato José Massa y éste echado al incinerador, luego de su deceso, un 15 de septiembre de 1968, la correspondencia que mantuvo con Juan Carlos Etchepare!!! Es que, a Evita y Nené, las veo como las dos caras de una misma moneda, como cara y cruz del azar de un destino que se repele y se complementa, que se busca y rechaza, pero que se necesitan mutuamente para darle realidad una a la otra y viceversa. Porque, como puede leerse, en las paginas de un viejo libro descuajeringado y todo marcado por mí, del Centro Editor de América Latina, la intención inconsciente de cada mujer es parecerse a una monja, porque le han dicho que eso no sólo es decente, sino virtuoso. Poco parecido hay entre una y otra, sino el que ninguna hace lo que debe. Cuando alguna ostenta por reacción su impudor o liberalidad, se destaca tan neta de las demás que acentúa precisamente la abismal distancia que hay entre la excepción de la mujer que se da y la norma de las que no se dejan tocar con la mirada siquiera. Ellas trabajan, pobrecitas, para lucimiento de las otras.
Tú eras un fantasma. Te encontré en las sombras y tendí las manos hacia ti de muchas y terribles maneras. Tú no me censuraste. Soportaste mis ataques y dejaste que me castigara a mí mismo.
Tú me hiciste. Tú me formaste. Me diste una presencia fantasmal que brutalizar. Nunca me pregunté cómo rondabas fantasmagóricamente a los demás. Nunca me cuestioné el que poseyera tu espíritu.
No quería compartir mi derecho sobre ti. Te rehice de manera depravada y te encerré bajo llave donde otros no pudieran tocarte. No sabía que el simple egoísmo invalidaba todas mis exigencias sobre ti.
Vives fuera de mí. Vives en los pensamientos enterrados de desconocidos. Vives mediante tu fuerza de voluntad para esconderte y fingir. Vives gracias a tu fuerza de voluntad para evitarme.
Estoy decidido a encontrarte. Sé que no puedo hacerlo solo.
Es probable, que para mí, Evita sea siempre, apenas, dos textos, más allá de el misterio de su muerte, y del teatro, en el cual, una y otra vez, se reinventa, a partir de un original que se a perdido irremediablemente, para travestirse de ella misma, y así, alzarse desnuda como frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor interpretando una Evita, igual y diferente, cada vez, en cada nueva ficción. Para mí Evita es, fundamentalmente, Eva Perón de Copi y Esa Mujer de Walsh.
Eva Perón no puedo evitar leerla sin escuchar la voz de La Mega –la travesti de Fernando Peña, una de las múltiples voces o personajes o vidas paralelas que habitan en él— travestida de “la” Eva de Copi y a Moria Casan –probablemente, el travesti más logrado, que haya conocido jamás, la Argentina— interpretado el papel de su madre (3). ¿Podría ser de otra forma, podría ser otra cosa que un traba, Evita, después de haber escuchado al Coronel decirle a Walsh estas palabras, ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!? Pero esta pequeña pieza teatral, delirante y desaforada, de Copi, que se puede leer como un tratado sobre las relaciones entre madres e hijas –¡¡¡quién alguna vez no fue la Eva Perón de Copi frente a su propia madre!!!, ¡¡¡qué madre no a devenido nunca la madre de la Evita de Copi frente a sus hijos!!!—, me hace suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten, y que me lleva a pensar, en otro texto, como su precursor velado que le dona su fuerza, Tema del traidor y del héroe, de Borges. Para mí la Evita de Copi, más allá de sus voces travestis, no es otra cosa que una reescritura bufa y maravillosa del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.
En cambio, el cuento, Esa mujer, de Rodolfo Walsh, lo veo, sí, lo veo, porque es un texto que se ve más que leer, con la economía matemática de un relato borgeano. Al texto no le falta ni le sobra una palabra, es perfecto, como La ruinas circulares, comoContinuidad de los parques. Perfecto. Si uno les sacara una coma, una sola palabra, a estos cuentos, se desmoronarían. Pero su argumento esta muy lejos de un cuento de Borges (4). Su argumento, al igual que en el texto de Copi, es desaforado, cruel, absurdo, y las voces del relato se enroscan en un delirio brutal, que me gustaría mentirme, que eso sólo es posible en la literatura, mientras bebo con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco, lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata. Pero ahí está el texto, lo veo ahora, lo escucho. Están Walsh y el Coronel, sentados, en unos sillones de un comedor de un décimo piso, bebiendo whisky, y yo los veo charlar. Escucho sus voces. El tema que los ha reunido no es ninguna forma concebible de amor. Es una muerta. Un lugar en el mapa. Apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme, lo escucho pensar a Walsh, mientras lo observo, entrevistándose con el Coronel. Y lo que yo, desde un gran ventanal donde se puede apreciar toda la ciudad al atardecer, veo, escucho, en ese diálogo, de dos hombres, que hablan, de una mujer, de un cadáver, que los obsesiona y que imaginan que si pudieran decir es mía… esa mujer es mía, y eso fuera cierto, ya no se sentirían como una arrastrada, amarga, olvidada sombra, y lo que yo escucho ahí, justo ahí, es el delirio proliferante de los personajes arlteanos, intoxicados desexo y traición, de política y locura. De Erdosain. De los personajes de sus cuentos, de Ester Primavera, de Noche terrible, de El jorobadito, de Escritor fracasado. Y ahora lo veo, a Walsh, retirarse, derrotado, del departamento del Coronel. Vuelve a su casa, se sirve un whisky, se sienta a la mesa, pone una hoja en la maquina de escribir, enciende un cigarrillo, pita, con fuerza, cansado, perdido, con asco, la boca podrida, de tanta farsa, y escribe:
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las ultimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
Ahora estoy contigo. Huyes, te escondes y te encuentro. Tus secretos no estaban seguros conmigo. Te has ganado mi devoción. El precio que has pagado ha sido verte expuesta públicamente.
Te he robado la tumba. Te he revelado. Te he mostrado en momentos vergonzosos. He aprendido cosas de ti. Todo lo que he aprendido ha hecho que te ame más profundamente.
Aprenderé más cosas. Seguiré tus pasos e invadiré tu tiempo perdido. Dejaré al desnudo tus mentiras. Reescribiré tu historia y mientras tus viejos secretos estallan revisaré mis juicios. Lo justificaré todo en nombre de la vida obsesiva que me diste.
No oigo tu voz. Te huelo y percibo tu aliento. Te siento. Te rozas contra mí. Te has ido y quiero más de ti.
Elsa Kalish
NOTAS
(1)
Porque al realismo del relato lo precede la invención de la vida. Para que alguien pueda contar una aventura, antes tiene que haberla inventado, por ejemplo viviéndola. Aquí también hay una inclusión: dentro del realismo, la invención (…) esta inclusión esta siempre vinculada al tiempo: dentro del realismo de lo que pasa, está la invención de lo que pasó.
(2)
La Madona que interpreta Evita, en la película de Parker, se parece menos a Madona que a Evita. Madona en esa película se parece poco y nada a la Reina glamorosa y sexy del pop. Y es justamente por eso, que más allá que la película terminara siendo un mamarracho, Madona, logra captar algo elemental de la esencia perversa del imaginario libidinal de Eva. Ya que recuerdo a Dalmíro Saenz contando por radio, en el programa del Rafa Henandez, Piso 93, un domingo, de alguna noche de principios de los 90, algo así: todos cuando éramos chicos estabamos enamorados de Evita, a todos nos parecía hermosa, pero fijate vos, a ninguno se le hubiera ocurrido hacerse una paja con ella. Madona logra interpretar una Evita verosímil, creíble, no porque estuviera respaldada por un buen guión ni una buena dirección ni nada, sino, porque logra mostrarse, como la otra, como esa mujer, como la que imaginaba el adolescente Dalmiro Saenz de los años 40, como un objeto de deseo sin sexo o como un objeto de deseo que solo podría eyacular sus fantasías a condición de profanar la prohibición del incesto.
(3)
Leo, releo lo que escribí, y al llegar a este punto del texto, me imagino, por un momento, que soy el viejo zar de la televisión argentina, Alejandro Romay, y que voy a producir la pieza teatral de Copi, en un teatro de la calle Corrientes. La Mega en el papel de Evita y de Moria Casán en el de su madre, considero que es una decisión acertada. Pero sigo adelante y evalúo otras opciones. Todos travestis, o no, pero que manejan el arte del travestismo a la perfección. Barajo nombres. Las vedettes: Silvia Suller y Luciana Salazar; los actores: Alejandro Urdapilleta, quizá, y Antonio Gasalla, sin duda; la modelo: Dolores Barreiro; la senadora: Cristina Fernández de Kirchner; y la directora del diario Clarín: Ernestina Herrera de Noble. En esta constelación de nombres, yo, por un momento, devenida Alejandro Romay, veo a posibles figuras que podrían interpretar muy bien la pieza de teatro Eva Perón. A las primeras que descarto del elenco son a Dolores Barreiro y a Luciana Salazar, dos travestis jóvenes, que aun arrastran restos de femeneidad, que le resta fuerza y erotismo a sus esfinges, convirtiéndolas en monstruos híbridos, llenas de colágeno y afeites y siliconas y baya uno a saber qué más, porque si bien podrían cautivar a una platea masculina, ser la envidia inconfesable de la platea femenina y mediaticamente marketinera la obra interpretada por ellas, les falta cinco centavos para el peso aun. En cambio, veo, como una opción, arriesgada y provocadora, imposible y genial, a Cristina Fernández de Kirchner en el papel de Evita, quejándose: Mierda. ¿Dónde esta mi vestido presidencial?, y a Ernestina Herrera de Noble exigiéndole a su hija que le revele la clave de las cajas de seguridad que posee en Suiza; pero también, en esta puesta, veo, en el elenco, a Alejandro Urdapilleta en el papel de Ibiza tramando en complicidad con Evita-Cristina la farsa de la historia borgeana que reescribe Copi, a Antonio Gasalla travestido de ese Perón fantasmal y abatido por las migrañas, y a Silvia Suller descollando en el papel de la enfermera que asiste a la señora.
(4)
El cuento de Walsh, también, podría ser leído como una de las historias más logradas, más perversas, más degeneradas, más horripilantes que pudo haber imaginado la pluma endemoniada de romanticismo necrofílico de Edgar Allan Poe. Y claro, también, podría ser leída esta obra maestra de la literatura de terror de todos los tiempos como el capítulo inicial de una novela que ha dejado inconclusa Stephen King –el mismo que a dado vida a monstruos ya clásicos, como esa suerte de alter ego del payaso Ronald Mc Donal´s, It´s (Eso), o la enfermera Misery que martiriza a su amado escritor y lo obliga a escribir para ella (¡¡¡cualquier relación entre hechos o personajes de la vida real de la novela Misery y del cuento Esa mujer es pura coincidencia!!!); o también, podría ser, este cuento, las primeras páginas de una novela de Alberto Laiseca, a la cual, imagino, que él, no solo haría que Walsh y el Coronel la fueran a buscar a Italia y la repatriaran, sino que los obligaría a que la devolvieran a la vida a la inmaculada y virginal momia Evita, y ésta, inevitablemente, se volvería una drácula con tacones que saldría a vampirizar por las noches a sus amados grasitas, sin privarse, antes de chuparle la sangre, de erotizarlos y someterlos a toda clase de románticas sesiones de sadomasoquismo –¡¡¡ya lo dijo el profesor Eusebio Filigranati: el ultimo refugio de los románticos es el sadomasoquismo!!!
La banda de los chacales, de Enrique Symns.
Introducción.
(elinterpretador, número 14 y 15, mayo 2005)
INTRODUCCIÓN
por Elsa Kalish
“-(…) Pena que no fui campesino. Lamento no saber qué es la expectativa de levantarse cada mañana y ver el bosque. Sus sonidos y colores. Ya no podré hacerlo. Es una lástima.
-Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo.
-No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. – El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó-: ¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
– Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país.”
Alberto Laiseca
La mujer en la muralla.
Mariano era hermoso.
Ojitos claros, casi tan lindos como los míos. Pelo largo hasta la cintura, sobretodo negro, un poco sucio, siempre con un Marlboro en la boca, y un no sé qué femenino que me arrebataba. La primera impresión que una se llevaba era que se había escapado de un video de Poison, Bon jovi, o Guns & Roses.
Lo conocí en la placita Roca, un mediodía, haciendo huevo, a la salida del secundario. Al toque pegamos onda. Él no sólo era lindo, sino además curtía un perfil lumpen, tenía amigos raros, tomaba merca y fumaba faso.
Estoy hablando del neolítico, años 92, 93, por ahí, qué se yo.
Pero Mariano tenía –no tendría más de 15 años– un encanto extra: una biblioteca. Sabía de libros y de música. Leía a Dostoievski, Burroughs, Bukowski, Borges, ¡de su boca escuché por primera vez Tabaquería de Pessoa! Escuchaba a Vinicius, Caetano, Los Redondos, Zumo, Shuemberg, los Pistols.
En fin, tenía todo lo que una podía esperar de un chico y algo más, lo mejor, estaba loco por mí.
Fue por él que conocí a Enrique Symns. Tenía todas las Cerdos & Peces.
Claro que cuando yo conocí la revista de Enrique, ésta ya no salía más, era parte de un mito de los 80. Me vienen ahora a la memoria algunas de sus tapas: el pelado Cordera y el gordo Rubén de la Bersuit, uno vestido de nazi y el otro de árabe, manoseando a una chica; Batato Barea –en los 80 para ser travesti había que tener unas pelotas bien grandes y peludas y encima algunas escribían poesía-; alguien tomando una raya así de larga de merca; una nena de 3 años posando desnuda; una monja masturbándose o clavándose un cuchillo en la argolla o algo así.
Volví a saber algo de Enrique cuando en el 95 el gordo Lanata sacó una colección de libros, Fin de siglo, donde aparecía una antología de textos de él: Invitación al abismo.
Cuando terminé el secundario me rajé de mi casa y estuve viviendo casi dos años, primero en Mar del Plata, y luego en Veraza y Lanus –el barrio de Luisito Ventura. Al volver a casa –después de mandarme todas las cagadas habidas y por haber– mi vieja me puso entre la espada y la pared: trabajás o estudiás. Estuve un año como cajera del Carrefour de San Martín.
Trabajar en Carrefour era una cagada, en especial los domingos al mediodía, que antes de ir al trabajo almorzaba en la casa de la tía Marta. Estábamos todos sentados a la mesa comiendo y alguien me preguntaba, ¿y el trabajo qué tal?, entonces contaba cómo nos explotaban y todos movían la cabeza desaprobando a estos carneros, que seguro deberían ser judíos –porque como todo el mundo sabe la dupla comercio y explotación la inventaron los judíos. Y una vez que Elsita había contado a su familia su triste papel de empleada a sueldo estos preguntaban, che Elsa, ¿qué ofertas hay en Carrefour porque tengo la revista de Jumbo pero la de Carrefour no me llegó?
La cosa es que mis francos eran los lunes, así que ahorré algo de guita y un buen día dije, como la Bulrrich, mañana digo basta y los mandé a la puta que los parió.
Fue ahí que volvió a salir la Cerdos y entre sus páginas había una publicidad que anunciaba que Enrique Symns y Vera Land iban a dar un curso de periodismo. Fui a anotarme, la redacción estaba en la calle Estados Unidos, unas cuadras más arriba de Cemento y conocí a Vera Land.
Nunca me voy a olvidar el primer día de clases. Me abrió la puerta Enrique, con un Parliament en una mano y un vaso de whisky en la otra, descalzo, y con la camisa mal abrochada. Era la primera en llegar y nos quedamos los dos mudos sin saber de qué hablar. Yo estaba muda porque me fascinaba como escribía –siempre fui muy cholula y nunca supe qué hacer cuando la cholulés rendía sus frutos– y como todos los que fuimos a ese curso, nos podía interesar poco o nada el periodismo, en todo caso si pagábamos por estar ahí era sólo por una razón: para escucharlo a Enrique. Y ahí lo tenía a Enrique, mudo, supongo que porque él estaba tan espantado de mí como yo de él. Luego fueron llegando los demás y Vera empezó a contarnos de qué iba la cosa, y cuando ya todo parecía perdido, Enrique se puso a hablar y nos enamoró a todos. No es que Vera dijera estupideces ni nada, Vera es divina, lo que sucede, lo repito, es que habíamos ido ahí para conocer a Enrique y punto.
De ese curso salió una revista que tuvo cierta circulación, Vestite y Andate, y me dejó dos amigos a los que amo: Fernanda Simonetti y Santiago “el negro” Ferront.
Ya para cuando Vestite estaba a pleno empezaron los roces con Enrique; nosotros estábamos cebados y queríamos hacer parricidio ya, y Enrique que no es ningún boludo presentó batalla.
¿Qué decir de esa época?
Que a veces extraño los jueves en El Mirador. La redacción de la Cerdos estaba en el sótano del bar y nuestras reuniones –deVestite– eran ahí mismo, los jueves a las 7 de la tarde, y después nos quedábamos a emborracharnos hasta la madrugada, Tom Lupo caía a eso de las once de la noche con su Cabaret poético, y cuando nos aburríamos íbamos a Ave Porco.
Fue por esa época que conseguí La banda de los chacales.
Yo hacía tiempo que la venía buscando, había leído los primeros capítulos en la Cerdos, y sabía que La banda se había editado en libro por publicidades de la revista. Pero nunca la vi en ninguna librería de viejo – y yo soy de revolver de arriba a abajo librerías de viejos por culpa de Juan Escobar – y cuando le pregunte a Enrique si él la tenía y me la prestaba para fotocopiar, me respondió, querida si alguna ves la conseguís haceme una copia.
Cuando ya había perdido todas las esperanzas, una tarde en El Mirador, charlando con Gastix –Gastón Pérsico, el diseñador deVestite, que estoy convencida que fue él con su talento el que más aportó a la revista, y la prueba de eso es que al poco tiempo de salir Vestite empezamos a ver por todas partes que nos estaban robando el diseño de nuestra publicación –le habló de la Banda y me dice, yo la tengo, ¿querés que te la fotocopie?
Sé que todo lo que escribí acá es un mamarracho. Se suponía que tenía que hablar de Enrique y no hice otra cosa que hablar de mí. Podría contar anécdotas de Enrique que no aparecen en su autobiografía El señor de los venenos, con el Indio Solari, con el Gordo Pier, con Fito, del departamento de Once, de un montón de cosas, y mil más, pero sería violar una intimidad y un cariño que no deseo perder.
Lo que si puedo contar es que Enrique es una persona única. Una cuando va al almacén y vuelve, y le preguntan a dónde fuiste, sólo es capaz de decir, fui al almacén. Él no, él de esa minucia te arma un relato, un viaje. Vamos che, enrique es poeta y si durante todos estos años en vez de dedicarse al periodismo se hubiera dedicado a la literatura estaría ahora ahí arriba. Por suerte, según me cuenta, en un mail, hace poco, cuando le pedí permiso para publicar La banda, está escribiendo dos novelas, y mi prima Pame que hojeó El señor de los venenos me comentó que esas primera páginas le hicieron acordar al Diario del ladrón de Jean Genet.
Puta, Enrique, me hubiera gustado en estas líneas presentarte como corresponde, a vos y a tu Banda de chacales. Pero como la idea no es vender nada, sino simplemente decirte que hace años sos parte de mi vida y que tus monólogos y textos y las pocas charlas personales que tuvimos son restos de una amistad imposible que resplandece en el abismo, creo que lo que dije hasta acá alcanza para que los que no te conocen ni nunca te leyeron tengan una mínima idea de esos restos de vos que son tus textos y les pique la curiosidad de querer saber quién es ese duende-loco-extraterrestre-pirata que conoce el delicado y misterioso hilo invisible que engarza a las palabras y las cosas.
Oscura noche en vuelo, de Silvio Mattoni.
(elinterpretador, número 13, abril 2005)
Introducción
Nombre de pila de la poesía
actual: Silvio Mattoni
Mi relación con la poesía, como con la literatura o la filosofía en general, es caprichosa, hecha de golpes de intuición, sin a prioris –aunque cada vez menos.
Pero la poesía, en particular, siempre fue, para mí, un hueso duro de roer. Me cuesta leer poesía. Y para colmo, la carrera de Letras, sólo tiene a una profesora que se dedica a leer poesía, Delfina Muschetti, que debe saber mucho, no lo dudo, pero es incapaz de trasmitir nada y sus clases son ideales para los alumnos que sufren de insomnio.
Sin embargo, leo poesía, poca, pero siempre de la buena.
Cuando leí los poemas que publicamos de Silvio Mattoni, me pasó algo parecido a lo que sentí una noche en San Telmo, cuando lo escuché a mi amigo, el poeta y crítico, Alejandro Ricagno, leer a Cesar Vallejo, algo que me niego a explicar, pero que cuando pasa, una no puede dejar de sentirse satisfecha, y agradecer, esos extraños y escasos instantes, de felicidad fugaz.
Si hoy me preguntaran por dónde pasa la poesía, dejando a un lado a las dos vacas sagradas: Leónidas Lamborghini y Juan Gelman, sin lugar a dudas diría que Silvio Mattoni es uno de los nombres a través de los cuales habla la poesía en Argentina.
Elsa Kalish
Mierda
(elinterpretador, sección Libros, jueves 27 de septiembre de 2007)
Por Elsa Kalish
Patrimonio. Una historia verdadera, de Philip Roth, traducción de Ramón Buenaventura, editorial Seix Barral, segunda edición argentina: 2007.
Cómo se escribe una reseña. No tengo ni idea. El año pasado intente garabatear una reseña sobre una pequeña y bella novelita de Jorge Viera, Mientras gira el viento, y era tan mala, que los editores de elinterpretador me la rebotaron. Ahora, después del fracaso rotundo y estrepitoso de aquella primera reseña mía acerca de la novela de Jorge Viera, Mientras gira el viento, vuelvo a intentarlo, con otra pequeña y bella novelita. Tengo frente a mi, Patrimonio, de Philip Roth.
A Philip Roth lo conocí una tarde inverosímil del 98 boludeando en la librería de usados Los Cachorros de Parque Centenario. Creo que encontré en las bateas de un peso de Los cachorros su novela Mi vida como hombre, editada por EMECE, o El lamento de Portnoy, editada por Bruguera·Libro Amigo. En todo caso, Mi vida como hombre y El lamento de Portnoy, fueron las primeras cosas que leí de Roth, al módico precio de un peso cada una. Luego encontraría en las librerías de saldo de Corrientes a ocho o diez mangos El teatro de Sabbath y Operación Shylock, publicadas por Alfaguara. Y después, en fin, fui rastreando sus novelas por cuanta librería de Buenos Aires pasara. No puedo evitar pasar por una librería y no detenerme, entrar, ver, revolver.
¿Debería, ya que es una reseña, dar cuanta de dónde nació Philip Roth, señalar cuales son sus obras mas destacadas, y fecharlas, y ponerlo dentro de una serie, una tradición y mencionar minimamente de qué van esas obras destacadas? Supongo que debería. Pero hay tantas cosas que debería hacer y no hago en mi vida que por qué preocuparme por cómo debería escribir esta reseña. Si no se cómo carajos vivir y sin embargo respiro, por qué preocuparme y no simplemente hablar sobre Roth y ya. Bien, sigamos, que mas da.
Patrimonio cuenta la relación de Philip Roth con su padre, a partir de un tumor cerebral que se le declara al viejo a los 86 años. Patrimonio es una novela con final cantado, el padre se muere. Patrimonio es la herencia que recibe un hijo de su padre. “Mierda”. Y Roth, con ese patrimonio, ese pasado, esa herencia, esa mierda, a partir de apuntes que toma mientras acompaña a su padre ante la muerte, escribe esta novela. ¿Literatura autobiografica, ficción? Qué se yo, qué me importa. Roth sabe narrar y Patrimonio es un gran relato que se lee de un tirón. Después de todo esto es una reseña que escribo porque me copó un libro y quiero trasmitir eso y no empezar a mandar fruta en un texto para presentar en un congreso para sumar porotos en mi curriculum para subir peldaños en el escalafón académico.
Ya en otras novelas, Philip Roth, que hay que señalar, tiene un sentido del humor y la ironía geniales, ha satirizado el problema de la herencia. Por ejemplo, en El lamento de Portnoy o El teatro de Sabbath, aparece la problemática figura de la madre, de la idish mame—claro, Roth, es un escritor americano, 100% americano, pero que se ha criado en un hogar judío no ortodoxo—, y en La lección del maestro y Operación Shylock juega con el problema de la torturada y pesada memoria judía del siglo XX. Y con Patrimonio se mete con la herencia paterna, que a diferencia de otras novelas suyas carece de humor, pero no de ironía.
No recuerdo muchos libros dedicadas al padre. La invención de la soledad, de Paul Auster—probablemente la única novela leíble de un escritor infumable—, los Cuentos de los años felices, del gordo Soriano y, quizás, el Barón Biza de Christian Ferrer—que no es una novela, pero que se podría leer como la parte de la historia que le falta y reclama la novela de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla, novela que si en lugar de tener el tono frió y objetivo con el que Michel Houellebecq narra magistralmente Las partículas elementales hubiera optado por el tono desquiciado de las voces rencorosas y llenas de odio que vomitan su delirio de los personajes de ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, esa novela, El desierto y su semilla, sería, sencillamente, una obra cumbre.
Hace un mes atrás, cuando pase por la librería de usados y saldos, El banquete, de Pampa casi esquina Ciudad de la paz, y encontré en ella un piloncito de patrimonios de Roth en un estante de saldos, les envié un mail a Inés y Camila, que suelen pasar por esa librería, recomendándoles que cuando vayan al Banquete no dejaran de comprar la novela de Roth. Y cebada, en mi rol de asesora literaria, les escribía, que leyendo una novela como Patrimonio una se da cuenta lo buena y viva que esta la novela americana frente a la europea muerta hace más de medio siglo y la argentina que nunca ha podido traspasar el umbral de las buenas intenciones correctas y mariconas. Puede que me haya excedido un poco en mi observación—acerca de la literatura argentina, claro, porque la europea hace décadas es un socotroco marca Cañon—, pero la literatura americana desde principios del siglo XX a hoy no ha dejado de ser una máquina de sacar buenos narradores, cosa que no sucede aquí, y mucho menos en Europa, miren, si no, cito de memoria: Bierce, London, Cadwell, Faulkner, Chandler, Dick, Capote, Cheever, Burroughs, Pynchon, Bukowski, McCarthy, Tom Wolfe, Ellroy, ¡¡¡Sthepen King!!!, Lorrie Moore, Palaniuk, Ford, Ruso, Franzen y la puta que los parió, qué bien que escriben los americanos. Y Philip Roth, claro, aunque tenga novelas que no valen nada, como esa novelita cuyo titulo me fascina Cuando ella era buena.
Pero volviendo a Patrimonio, creo que la novela recoge un problema sartreano, o no, pero yo lo leo así, qué tanto, soy yo— y ese “soy yo”, que escribo, no puede olvidar la obsesiva pregunta que siempre se ha formulado Sthepen King a la hora de sentarse a escribir: ¿quién soy yo cuando escribo?— la que esta hablando a partir de lo que ha leído y a mi se me antoja que eso esta en el texto, qué tanto, che: el problema no es tanto saber que han hecho con uno sino qué es capaz de hacer uno con eso que le han hecho. La herencia, el patrimonio, la mierda que se hereda no se quita, jamás. Lo que sí, hay formas y formas, de llevarla. La novela de Philip Roth no explica cuál seria su mejor forma ni mucho menos. Philip Roth es un escritor, no un boludo que te dice cómo tenes que vivir para ser feliz. Y hace algo mucho mejor, narra “una historia verdadera”. Gracias, Roth, por todos estos años de buena literatura, que de algún modo, ya son parte de mi patrimonio, de mi herencia, de mi propia mierda.
Amor a primera vista
(elinterpretador, sección Libros, martes 2 de octubre de 2007)
Por Elsa Kalish.
El nacimiento de la biopolítica, Curso en el Collège de France (1978-1979), de Michel Foucault, Fondo de Cultura Económica, 2007.
A veces sucede. Un día cualquiera, igual a todos, estas viajando en el tranvía, leyendo Radiolandia, sin esperar que suceda nada, cuando de repente, levantas la vista, distraída, y ahí, justo ahí, parado frente a vos, descubrís que esta Marlon Brando, agarrado al pasamanos y te sonríe.
A mi, dos veces, me sucedió, que me enamore a primera vista. Así, de repente, sin esperar ni buscar nada en ese momento, de repente, tan de repente, algo sucedió. Simplemente levante la vista y ahí estaba lo que siempre había esperado y buscado en la infinita proliferación de cosas que hay pululando en el universo. Y las dos veces sucedió igual, fue apenas visualizarlo en mi campo óptico, para saber que aunque no supiera nada de él, ya lo sabía todo, que siempre había sido parte de mi y que siempre lo seguiría siendo aunque jamás supiera siquiera su nombre. Y ambas veces, sentí, una mezcla de fascinación y espanto, un exceso de alegría y dolor, debatiéndose en mi corazón, al percibir la gracia de ese momento único en que por un instante se descorre el velo opaco y fugaz del tiempo, y quedas desnuda y sin aliento, frente a su sonrisa, que ahora y siempre, fue lo único, que anhelaste dentro tuyo, para que el cielo fuera celeste, el sol amarillo, los chocolates tuvieran sabor a chocolate y tu alma fuera algo más que una estúpida cosa.
A veces sucede. Y voy a escribir sobre uno de estos amores como una suerte de ofrenda hacia el otro.
Hace ya varios años, una tarde, estaba yo en un departamento del Once en la casa de la hermana de una amiga. La hermana de mi amiga era abogada y tenía una pequeña biblioteca. Como no podía ser de otro modo me acerqué a inventariar rigurosamente todos y cada uno de los ejemplares que poseía esta biblioteca. No habría más de cien libros. En su gran mayoría todos libros sobre leyes, códigos y algún que otro bet-seller intrascendente. Solo había un libro que no solo era una gran novela sino que tenía algo que ver con mi existencia, Cementerio de animales, de Stephen King, con traducción de Cesar Aira. Y sin embargo, en esa biblioteca carente de todo deseo para mi, encontre un libro que me llamo la atención. Era de tapas negras, estaba junto a otros libros sobre leyes y nada indicaba que pudiera significarme algo o que tuviera algo para decirme. Sin embargo, algo en él me llamo la atención y lo tomé. Leí el nombre de su autor, Michel Foucault. Jamás había escuchado hablar de él. Y el libro en cuestión, se titulaba, Vigilar y castigar. Qué fue lo que me impulsó a tomar ese libro y querer leerlo, en semejante contexto y sin saber nada del mismo ni de su autor. No lo sé. Pero fue verlo y desearlo. Quererlo. Querer leerlo. La cosa es que le consulte a mi amiga si podía llevarme el libro de su hermana para ojearlo en casa porque me interesaba y me dijo que sí. Cuando, por fin, comencé a leerlo, primero me causó fascinación y angustia la elegancia exquisita de su pluma, y luego, me partió la cabeza lo que en él se planteaba. Así se inicio, esta larga historia de amor, entre Michel y yo.
Y al cabo de un tiempo de conocerlo a Foucault, por estas cosas que tiene la vida, un buen día me encontré en las aulas de la UBA cursando materias, y supe entonces que este filósofo que tanto amaba era muy popular dentro de la papilla que se consume en la academia. Son dos, fundamentalmente, los hits foucaultianos que ya son clásico de clásicos dentro de la universidad argentina, en Sociales el rock duro y glamoroso del panóptico y en Letras la balada con la que todas las chicas alguna vez nos enamoramos, ¿Qué es un autor?
Cuando encuentro un autor que me fascina suelo leer todo lo que ha escrito y buscar paralelamente todo aquello que se ha escrito sobre él. Esto me a sucedido con muchos, pero solo unos pocos al cabo del tiempo siguen siendo una cantera inagotable a la cual siempre puedo volver para extraer algo nuevo que aun no leí, produciéndome asombro y alegría, que esas palabras, por las que ya pase, sigan imantadas del brillo que eclipsa mi deseo. Eso me pasa con Borges, con Fontanarrosa, con Arlt, con Martínez Estrada, con Pessoa, con Foucault y con algunos pocos más.
Lo cierto es que a mi no me da mucho la cabeza. No me da. En cuanto intento forzarla mas de la cuenta—demasiado habitualmente—empiezo a patinar. Sin embargo, con el tiempo, aprendí algo, que cuando acepto que soy bastante idiota para incorporar cosas que a otros con o sin esfuerzo les resulta relativamente posible asimilar al barulo, puedo adquirir cierta lucidez. Cuento esto porque leo ensayos y filosofía desde los 16 años, tengo 31 y nunca fui capaz de resumir de qué esta hablando Pirulo en el libro que este leyendo. Para mi la filosofía, el ensayo, la teoría son un misterio que no entiendo. Jamás entendí un puto libro de filosofía que haya leído. Sin embargo, la lectura de ensayos y filosofía es una parte inescindible de mi vida. No porque busque en ella entender nada—no tanto porque no haya nada que entender, ya que no puedo hacer semejante afirmación, porque como ya dije, no me da la cabeza para tanto—sino porque me hace pensar. Hace unos días atrás terminé de leer La arqueología del saber y no entendí nada, pero nada de nada. Si me preguntaran, ahora, de qué habla Foucault allí, solo podría afirmar que esta haciendo una teoría general sobre el método de investigación que lo llevo de la Historia de la locura en la época clásica a Las palabras y las cosas, y no mucho más, lo cual, por cierto, es lo mismo que no decir nada. Esto no se debe a que Foucault sea un escritor hermético y oscuro, todo lo contrario, es claro y didáctico, además de que esta lleno de ideas y las sabe expresar con gran belleza. Lo que sucede es que a mi la cabeza no me da—claro que cuando afirmo esto no me estoy haciendo la canchera, la linda, remarcando algo para afirmar lo contrario, no, es verdad, a mi la cabeza no me da como le da a otros, por caso: Foucault, y estaría buenísimo que fuera de otro modo, y que no lo sea, más de una vez, suele producirme angustia, pero bueno, asi se dieron las cosas. ¿Entonces por qué insistir con Foucault cuando no se lo entiende? Es sencillo, porque me hace pensar. He leido a incontables lectores de Michel Foucault, nacionales y extranjero—Gilles Deleuze, Maurice Blanchot, Alicia Páez, Gustavo Mallea, Didier Eribon, David Halperin, Marcelo Pompei, Felisa Santos, etcétera— y en su gran mayoría me he sorprendido descubriendo que lo que dicen yo ya lo sabía o estaba cerca de saberlo, salvo que no sabría como expresarlo, pero lo que me sucede con ellos, a diferencia de Michel Foucault, es que los puedo seguir bien que mal pero no me hacen pensar. Tomás Abraham, es quizá, la excepción cuando escribe sobre Foucault así como cuando se dedica a la tele o a la empresa de vivir, es decir, me hace pensar, y además, no pocas veces, reír, porque posee esa inusual característica dentro de su gremio—el gremio de los “inteligentudos”—, de poseer humor.
Ahora bien, ustedes a esta altura ya se deben estar preguntando, ¿cómo, esta no era una reseña sobre El nacimiento de la biopolítica, y entonces, por qué, no dice una puta palabra, esta mina, acerca del libro en cuestión que se supone que tendría que estar reseñando, eh? Bien, ahora diré algo sobre el libro en cuestión que estoy reseñando para tranquilidad del lector.
Desde que Fondo de Cultura Económica distribuyó hará cosa de dos meses atrás, en las librerías de Buenos Aires, El nacimiento de la biopolítica, que cada vez que paso por una librería, él y yo, nos miramos, nos intuimos, nos deseamos, nos presentimos, nos histeriqueamos, nos hacemos promesas mudas y luego, el mismo azar caprichoso de la ciudad que nos reunió nos vuelve a perder cada cual por su lado, solos, infinitamente solos. Lo que quiero decir, es que no tener plata en un país del tercer mundo no es nada fácil, si es que en alguno lo es, claro. Lo cierto es que desde que salió el libro no lo he podido leer porque no tengo el dinero necesario para comprarlo. Así es este mundo, te mete en la cabeza que consumir es algo genial, que le da consistencia a tu identidad, pero no te aclara que para llegar a ser ese consumidor ideal pleno de derechos y deberes, feliz de la vida, como son felices las personas que aparecen en las propagandas de celulares, lácteos o gaseosas, hay cupo limitado. No es tan grave después de todo—mucho más grave es que el kilo de bananas cueste más de 4 pesos, eso sí es realmente grave, porque consumir bananas diariamente aporta el potasio que necesitan los músculos del cuerpo para que éste no se desplome, y el corazón, les recuerdo, es un músculo, que necesita tanto amor como potasio para poder hacer toc-toc toc-toc toc-toc y seguir el tempo de la melodía de los días y las noches, armoniosamente, sin desafinar (1)—, ya en algún momento conseguiré el dinero necesario para comprarlo y lo leeré. Por suerte el libro lo publicó Fondo de Cultura Económica que es una editorial que para mi presupuesto es carísima, pero no imposible como si lo hubieran publicado Amorrortu, Paidos, Ciruela o Taurus. Por otra parte, si lo tuviera el libro y lo hubiera leido, seguramente no podría haber dicho algo muy distinto a esto que cuento aquí, que leo a Foucault, no porque lo entienda sino porque me hace pensar.
(1)
¿Acaso no es éste uno de los temas fundamentales que intenta pensar Foucault en La hermenéutica del sujeto: del consumo correcto y equilibrado de amor y potasio que necesita el corazón? ¿Acaso todas las tecnologías del yo y del cuidado de sí no están pensadas y dirigidas solo para que el corazón consiga articular armoniosamente su propio toc-toc toc-toc toc-toc y así lograr hacer presente en el discurso una verdad que ponga en tensión al propio sujeto?
Memorias de una amante sarnosa
(elinterpretador, sección Libros, jueves 8 de noviembre de 2007)
Por Elsa Kalish.
No es país para viejos, de Cormac McCarthy, Mondadori, 2006.
Pura anarquía, de Woody Allen, Editorial Tusquest, 2007.
Los otros días, parada frente a la vidriera de la librería Hernández, fui presa de amargas y oscuras meditaciones. Ahí, justo ahí, a un escaso metro de mí, a una distancia que a la vez me resultaba tan posible franquear como inaccesible llegar, apenas separada por el vidrio de esta clásica librería de avenida Corrientes, vi dos libros. Claro que lo que convertía a una distancia tan humana y posible—un escaso metro—en algo tan inhumano e imposible de abarcar para llegar a esos dos libros que deseaba tomar, no era el vidrio de la librería Hernández, sino los precios de estos libros. Y esta paradoja de vivir en un mundo convertido en un supermercado repleto de cosas que a un mismo tiempo se presentan tan al alcance de la mano como esquivas a su tacto, tan reales y posibles en lo imaginario como irreales y fantasmales en los hechos, me llevo a recordar la paradoja de Aquiles y la tortuga de la cual hablaba el viejo Borges (1). Paradoja, dicho sea de paso, que lejos de tranquilizarme angustió aun más mi corazón abollado y lleno de aujeritos y me llevo a pensar que con el precio que tienen hoy en día los libros—¡para no hablar del precio en las verdulerías de las bananas que son una fuente imprescindible de potasio para los musculos del cuerpo!—sería mas redituable económicamente armar un grupo comando y asaltar librerías que robar bancos y vaciar sus cajas de seguridad.
El primero de los libros que ví, vale 99 pesos y es la anteúltima novela de Cormac McCarthy, No es país para viejos. (Su última novela que acaba de ganar el Pulitzer se llama La carretera). Por lo que puedo recordar de leer en la solapa del libro, esta novela trata de un viejo que participo en la guerra de Vietnam, que vive en Estados Unidos cerca de la frontera con México y un buen día cae un avioneta en medio del desierto cargada de heroína o cocaína, y a partir de ahí empieza un raid desquiciado, en el que este viejo se queda con el cargamento y busca huir de la ley y los narcos, que lo buscan para recuperar la droga.
Cormac McCarthy es un escritor increíble. Yo llegue a él por haber leído en su momento un ensayo de Marcelo Cohen en Clarín—ensayo que se puede leer en su libro de ensayos ¡Realmente fantástico!, publicado por Norma—donde hablaba de la reciente publicación de Ciudades de la llanura, tercera parte de la trilogía de la frontera, trilogía donde McCarthy cuenta la historia de dos jóvenes cowboy´s—de John Grady en Todos los hermosos caballos, de Billy Partman en la genial En la frontera, y del encuentro de ambos en Ciudades de la llanura— entre finales de la década del 30 y principios del 40, época en que una forma del mundo en expansión—que por esa época se solía llamar “americanismo” y antes se llamo “mundialización” y hoy “globalización”— destruye de forma violenta una manera diferente de morar y ser en el espacio y el tiempo, porque estorba su despliegue y hace desvanecer en el aire su memoria—de ese morar y ser en el mundo—con la que se criaron estos cowboys, convirtiéndose en fantasmas a caballo que van de un lado y otro de la frontera entre Estados Unidos y México, sin encontrar un lugar donde preservar sus tradiciones ni escapar a la lógica del mundo que las a extinguido. La trilogía de la frontera cuenta la historia de una tragedia, la de unos seres que se ven expropiados violentamente del mundo para el que fueron criados y que no pueden renunciar a él ni adaptarse al nuevo. De esta trilogía, sin duda, la que es una gran novela, cuya historia esta grabada en mi corazón, es En la frontera, en la que Billy Partman va a toparse con una loba que esta atacando al ganado de la zona, que le va a dar caza y por fin cuando logre atraparla descubrirá que esta embarazada y en vez de matarla, cruzara la frontera dirigiéndose a las montañas aun vírgenes de México donde la loba podrá vivir en paz y tener a sus crías. En la frontera, Billy Partman cruzará la frontera tres veces y cada vez que lo haga la muerte dejara su sello implacable y sin sentido sobre él. Lo que es increíble en esta novela, no solo es la historia en sí que se narra, sino como McCarthy, durante páginas y páginas, nos hace cabalgar junto a Billy y su caballo, por un paisaje, tan cruel como bello, tan mudo como elocuente, trasmitiéndonos la gracia y desdicha de un hombre, su caballo y un paisaje—que se confunden y funden hasta formar un único organismo vivo—logrando que el lector olvide al cabo de unas páginas que esta leyendo un libro y de repente sentir en carne propia la desconcertante maravilla dulce y cruel de un atardecer cabalgando perdido y sin rumbo en el desierto. El mundo en las novelas de Cormac McCarthy es a un mismo tiempo un escenario de una belleza y crueldad tan violento como carente de palabras. Y sin embargo el silencio de ese mundo brutal y bellisimo que hace surgir las palabras de McCarthy es de una elocuencia y claridad absoluta.
La otra gran, increíble y genial novela de Cormac McCarthy es Meridiano de sangre. Una novela cuya acción trascurre a mediados del siglo XIX y donde a una patrulla paramilitar de americanos los contrata una ciudad Mexicana para exterminar a todos los indios que hay en la zona y que atentan contra el comercio y el desarrollo de la ciudad. La patrulla cumple su cometido pero se vuelve una maquina de guerra que arrasa y mata a todo lo que encuentra a su paso. El personaje principal de esta novela es un joven que se une a esta patrulla y el juez Holden que no se sabe muy bien quién es ni qué es pero que posiblemente sea un ente maléfico. Y a medida que una va leyendo Meridiano de sangre, se tiene la sensación que a McCarthy se le ocurrió esta novela luego de haber leído Una excursión a los indios ranqueles, Facundo, Martín Fierro, Movy Dick, y mirado todas las películas de cowboy de John Ford y el Juan Moreira de Leonardo Favio, y con todo eso, bien mezclado y procesado, en su cabeza, se haya sentado a escribir una de las mejores novelas americanas del siglo XX.
El otro libro que ví en la vidriera de Hernández y que me causó alegría que exista y desolación su precio, 35 pesos, es el nuevo libro de cuentos de Woody Allen, Pura anarquía. Me causo tanta alegría y felicidad que ese libro que no esperaba encontrar existiera como cada vez que durante todos estos años pase por una librería y entre las novedades descubría que Roberto Fontanarrosa acababa de publicar un nuevo libro de cuentos.
¿Qué decir de Woody? A esta altura de mi vida hablar de Woody Allen es como hablar de un amigo con el me crié y con el que he vivido incontables momentos intransferibles y que forman parte de ese espacio común en el cual sobran las palabras para dar cuenta de la amistad que nos une. Supongo que por eso siempre es tan difícil hablar de un ser querido, de un amigo o del amor de tu vida, porque eso que te une y que compartís con alguien, ya sea una amistad o el amor, solo vos y el otro lo conocen, lo comparten, y es lo que les otorga un aura, que hacia adentro de ese espacio que crea la amistad o el amor, basta para entenderlo todo con una mirada, pero cuando se lo quiere explicar a alguien ajeno a este espacio en común—el resto del universo—no hay palabras que alcancen para definir por qué esa persona que tanto amas es única, irrepetible y fundamental para tu corazón.
Bien. Dado que hablar de Woody Allen se me complica por cuestiones afectivas al igual que por cuestiones económicas, pero a la vez me resulta sencillo ya que conozco su narrativa y vi todas sus películas, voy a procurar ir en busca del tiempo perdido para intentar recuperar un jirón deshilachado de tiempo en el cual él y yo nos conocimos.
Fines de los años 80. Tendría 13 o 14 años, no más. La política y la economía del país eran una pesadilla que seguía a diario por los noticieros. Con mi primo Sebastián teníamos un pizarrón verde en el que seguíamos y anotábamos minuto a minuto el alza del dólar, la libra esterlina, el yen, y las monedas de oro mexicanas que era la moneda más cara que cotizaba en mercado, algo así como 500 y pico de dólares cada moneda, creo. La situación familiar era otra pesadilla diaria que no podía hacer desaparecer de delante de mi vista como con la pesadilla de la política y la economía que con solo apagar el televisor lograba por un momento enmudecer la ficción de los noticieros que me quemaban la cabeza. Y en el secundario no daba pie con bola, me llevaba todo, no entendía nada y no tenía amigas.
13 o 14 años tendría. No leía, ni conocía persona alguna que lo hiciera. El cine más sofisticado que conocía era el de Sábados de súper acción que iba por canal 11 y ocasionalmente el de Función Privada, por canal 7, los sábados por la noche. Eso sí, había empezado a dejar de ver diez o doce horas de televisión diaria y empezado a escuchar radio. La radio fue algo fundamental durante muchos años y particularmente en esos de la adolescencia y que hoy lentamente como con la tele voy abandonando. Fue algo esencial, por dos razones: una porque fue algo que me acompaño y me hizo sentirme menos sola en la desolación de aquellos días, y la otra, porque fue la que me hizo conocer la literatura. Algún día debería escribir un largo ensayo sobre la radio y la literatura, sobre cómo porque primero escuche radio empecé a leer y ver buen cine, y luego porque leía descubrí la escritura y la universidad—sin haber nunca terminado el secundario. Pero dejemos los “Días de radio” para otra noche y volvamos a Woody Allen.
A esa edad, 13 o 14 años, de Woody Allen recuerdo que ya había visto en la tele dos películas de él que me habían divertido bastante Robo, huyo y lo atraparon y La última noche de Boris Grushenko, pero que no me hicieron reír tanto como El mundo esta loco, loco, loco o las pelis de Olmedo y Porcel. Nada, era un chico feo, con anteojos de marco negro y que le sucedían situaciones graciosas, aunque no tanto como las que le sucedían a la Brigada Explosiva que me hacían llorar de la risa. Pero una noche, un jueves, caí en el viejo Canal 2 de La Plata, que según como soplara el viento lo enganchaba o no la antena del televisor de casa. La cosa, es que, en ese momento sin fecha precisa en mi memoria sarnosa, los jueves a las diez de la noche había en canal 2 un caramelo de dulce de leche que yo ya conocía de otro programa de televisión, Badia y compañía, era Alan Pauls. Alan conducía un ciclo en el que durante todos los jueves de cada mes se ocupaba de pasar las películas mas destacadas de un director de cine en particular. Yo tuve la fortuna increíble de descubrir este ciclo el primer jueves de un mes en que Alan Pauls estaba presentando a Woody Allen. Obvio que no recuerdo qué dijo Alan en ese momento de Woody Allen pero sí recuerdo las cuatro películas que se pasaron de él y el orden en que fueron apareciendo cada jueves: Dos extraños amantes, Manhattan, Septiembre y Zelig.
Los cuatro jueves de ese mes a la diez de la noche fueron para mí un antes y un después en mi vida. Me dejaron loca. Me rompieron la cabeza. De repente se había abierto frente a mí un mundo de cosas que ni sospechaba que pudiera ser posible imaginar. Pero lo que fundamentalmente me descolocó y más me llamo la atención en las pelis de Woody Allen era cómo y desde dónde hablaba él del amor. Para mí hasta entonces el amor era como se contaba y aparecía en Clave de sol, Amo y señor y El infiel, Una voz en el teléfono, Topacio, Celeste, Cristal y La dama de rosa, Rosa salvaje y Los ricos también lloran . Y no me quiero olvidar de El pájaro canta hasta morir, esa miniserie australiana en la que Richard Chamberlein era un cura que se debate toda la vida entre su vocación a Dios y la mujer que ama—¿quién de las que esta leyendo esta reseña y que haya visto esta miniserie en su momento por el viejo canal 9 de Romay no lloró hasta decir basta y sentir que el corazón se le destrozaba con el final de El pájaro canta hasta morir, cuando ellos, ya viejos, se encuentran y él le pide perdón por haber elegido a Dios en lugar de ella, porque ella era lo que ahora, ya tarde, ya tardísimo, ya sin tiempo, descubría que había sido siempre el gran amor de su vida y que Dios jamás podría perdonar esa traición, ya que Dios hubiera entendido que no lo eligiera a él por amor a una mujer pero que nunca le podría perdonar de estar junto a él a costa de renunciar al amor?; ¡ay! ¿sería así exactamente el final o me lo estoy confundiendo, salvando las distancias, al argumento de El pájaro canta hasta morir con la novela El amante de Margaritte Duras más un mix de delirios melodramáticos surgidos de mi corazón desquiciado? ¡Perdón, me fui al carajo! Vuelvo. Woody Allen, sí. Qué estaba diciendo (2). Bueno, nada, tiempo después, no mucho, yo solía escuchar a Bobby Flores en la Rock & Pop, el programa que tenía todas las tardes de una a cinco y el que tenía los sábados por la noche, en el que sólo pasaba música y leía algunos cosas y por él me entero que Woody Allen había escrito cuentos y que se conseguían en una edición en español. Así que fui a la avenida Corrientes y compré los Cuentos sin pluma, que me hicieron reír mucho. Y durante muchos años lamente que Allen no hubiera seguido escribiendo y publicando cuentos, hasta que los otros días pase por la librería Hernández y descubrí Pura anarquía, el nuevo libro de cuentos de este hombre que muchas veces me hizo reír y pensar con sus cuentos y sus pelis y una noche perdida de mi adolescencia—que intenta recuperar mi memoria de amante sarnosa—me mostró el amor como solo un extraño amante, inolvidable e irrepetible, puede hacerlo.
Y me gustaría terminar esta reseña apuntando como hace en una de las escenas finales el personaje que interpreta Woody Allen en Manhattan donde esta triste, solitario y final porque su chica se va a vivir a Inglaterra y se pone a anotar en un cuaderno las cosas mínimas y personales que le dieron un sentido a su vida: la risa plena y violenta hasta el llanto que se apodero de mi primo Leonardo y yo una tarde volviendo en colectivo de jugar a los fichines en el Saccoa de Mar del Plata; una madrugada borrachos hasta el culo en que abrazados con Gus le cantábamos a Fer la canción La buena estrella de Fito Paez; el día que vi publicado en el fanzine punk La nueva ley un articulo donde denunciaba como explotaba Carrefuor a mis compañeros y a mi; el momento que entre por primera vez a un estudio de radio y lo conocí a Pablo; el atardecer de mi último cumpleaños en que Marlon Brando me hizo el regalo mas lindo que nadie me halla hecho jamás: un almanaque hecho por él; una mañana en que fuimos con la abuela Elsa de compras a Suárez; el abrazo que nos dimos Javier y yo una noche en San Telmo por la felicidad y el asombro que nos producía darnos cuenta que acabamos de sacar el primer numero de nuestra revista Vestite y andate; las tres noches que no pude dormir después de leer Historia de la eternidad; las tardes de mate con mi primo Seba en las que siempre terminamos deviniendo las hermanas de March, Selma y Paty; el rasgueo de una guitarra que acompaña la voz de María Marta Serra Lima en cierto bolero; el monologo que una noche hizo Enrique Symns sobre Totem y tabú; el cumple que pase con torta y todo en el pabellón 14-22 de sidosos y violentos del Borda junto a Dany; el domingo que escuche leer en Hora 25 a Lanata Tabaquería; la risa de mi sobrino Esteban; mi primer cuento; los cigarrillos; los Redondos tocando Juguetes perdidos por ultima vez en el estadio de Córdoba; cuando el oficial bajo el arma y nos ordeno que desaparecieramos; amanecida sentada en la arena escuchando el sonido del mar en las playas del Faro; el primer carro de pan que cocine en el horno sin ayuda de nadie; ver caer la nieve a traves de la ventana de una confiteria de Barrio Norte mientras él y yo comíamos lemon pie y tomábamos café; las horas posteriores a que terminara de ver por primera vez Dos extraños amantes; el fuera de foco de Robin Williams en Los secretos de Harry; la escena en blanco y negro—¿con música de Gershwin?— en que se ve—¿o imagino ahora?—a Woody Allen y Daine Keaton sentados en un banco abrazados frente al puente de Brooklin al atardecer. Siempre son así las memorias de una amante sarnosa, apenas un resplandor, un aroma, que flota en el aire, solo un momento, haciendote recuperar para volver a peder al instante, la gracia y dicha de aquellos momentos de tu deriva en que fuiste feliz sin saberlo. Sin saberlo, porque eso que solemos llamar felicidad, cuando ocurre, es algo que nos hace olvidar y perdernos a nosotros de nosotros mismos y nos permite ser, frente al otro, algo que fluye, sin por qué ni para qué y que luego, cuando pasa, reconocemos ahí, en ese olvido de uno frente a otro, nuestro rostro más bonito, nuestra risa más plena, nuestra palabra mas lúcida y elocuente. Y Woody Allen forma parte de esa memoria sarnosa que me recuerda que una noche sin saberlo fui feliz mientras el corría cuadras y cuadras en blanco y negro para intentar llegar a tiempo a detener a Mariel Hemingway que se estaba yendo…
(1)
“Recordemos, ahora, esa paradoja.
Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da una ventaja de diez metros. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles Piesligeros el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro y así infinitamente, sin alcanzarla… Tal es la versión habitual. Wilhelm Capelle traduce el texto original de Aristóteles: “El segundo argumento de Zenón es el llamado Aquiles. Razona que el más lento no será alcanzado por el más veloz, pues el perseguidor tiene que pasar por el sitio que el perseguido acaba de evacuar, de suerte que el más lento siempre le lleva una determinada ventaja”. El problema no cambia, como se ve; pero me gustaría conocer el nombre del poeta que lo dotó de un héroe y de una tortuga. A esos competidores mágicos y a la serie (…) debe el argumento su difusión. (…) El movimiento es imposible (arguye Zenón) pues el móvil debe atravesar el medio para llegar al fin, y antes el medio del medio, y antes el medio del medio, del medio y antes… (…) Un siglo después, el sofista chino Hui Tzu razonó que un bastón al que cercenan la mitad cada día, es interminable”.
(2)
Bajo al lector a esta nota al pie, en lugar de corregir esta zona del cuerpo central del texto donde quería recuperar algo de cómo Woody Allen habla del amor en estas películas, para señalar que considero que rescribir el texto ahí donde éste se desvía y me hace equivocar el camino para decir lo que él desea independientemente de lo que estaba contando, seria traicionarlo. Pero como sería de algún modo, también, traicionarlo, recuperando, ahora, aquí abajo, lo que no dije mas arriba, prefiero dejarlo inconcluso y erróneo al texto a la vista del lector, ya que sus balbuceos le pueden restar claridad expositiva pero le otorgan cierto movimiento elástico y vital, torpe y caprichoso, del cual las palabras se valen para captar la música que las reúne y las hace bailar frente al blanco de la hoja.
¿Querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?
(no-retornable, sección reseñas, diciembre 2007)
Por Elsa Kalish.
Estudio crítico sobre HOTELES, de Hernán Sassi, editorial PICNIC, 2007.
“¿Cómo se hace posible que las apariencias “den a luz” ideas? Por medio de su coherencia específica en un instante dado articulan una serie de correspondencias que provocan en el observador el reconocimiento de alguna experiencia pasada. Este reconocimiento puede mantenerse en el nivel de un acuerdo tácito con la memoria, o puede volverse conciente. Cuando esto sucede, es formulado bajo la forma de una idea”.
Hubo un tiempo en que Hernán Sassi y yo fuimos grandes amigos. Hubo un tiempo en que Hernán Sassi y yo compartimos mates, cereales Granix, tardes muertas, angustias, alegrías, escrituras, lecturas, noches, fiestas, cervezas, caminatas sin rumbo, charlas, secretos, palabras de socorro dejadas en el contestador del teléfono del otro, dinero y todo lo que una gran amistad permite compartir. Hubo un tiempo en que a Hernán le encargaron escribir un libro sobre una película y da la casualidad que por ese entonces a él y a mi nos unía una gran amistad y gracias a eso pude ver todo el proceso de creación de su libro. Fui leyendo los borradores de diferentes partes del libro a medida que se fue escribiendo y rescribiendo y rescribiendo…—creo que a esas lecturas, más allá de la lectura, no pude aportar nada significativo al libro. Lo que quiero decir es que Hernán trabajo mucho para llegar a la forma definitiva que tiene el libro. Hernán es un cinéfilo y lector apasionado y tiene una gran capacidad de trabajo. Y su libro Hoteles es producto de la subordinación y disciplina de sus pasiones y capacidades.
Bien. Hoteles es un estudio critico sobre una película malísima que filmo Aldo Paparela. Aunque yo no lo llamaría estudio critico a su libro sino ensayo. Una expresión de deseo: Hernán es un buen ensayista y ojalá siga por esa senda y no se desvíe por la senda de los estudios críticos de los inteligentudos que de tan porongudos que son sin Viagra la tendrían siempre muerta. Hoteles es un ensayo que piensa a partir de una película, Hoteles. ¿De que trata la película? Bueno, la única vez que intente verla me quede dormida al cabo de 5 minutos. Si hubiera sido yo sola la que me hubiera quedado dormida, baya y pase, pero ese día estábamos viendo la peli unas diez personas y todas a excepción de Hernán, quedamos literalmente desmayadas. La película—que finalmente por puro masoquismo me obligué a ver entera—es una potente somnífero, con dos o tres escenas porno, que en la soledad bien merecerían una buena pajota—una eh, si te haces más de una con esa peli, bueno, corre rápido a un analista porque estas en serios problemas y no quiero ser aguafiestas pero seguro, seguro: ¡estas enamorado de tu mamá!—, pero salvando estos hechos colaterales, en sí, la película no vale nada, es “un pelotazo en contra”, “un dolor de huevos”, lo que quieras, menos una película para recomendar a un amigo que vea “porque la tenés que ver, loco, porque esta buenísima”. No, desde ya no, no y no. La película no tiene una historia, es pura técnica cinéfila, sin narración, sin un carajo. Una estupidez. Si tendría que definirla lo haría así: primer acto, estamos en Shangai y un quía encara a otro: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; segundo acto, estamos en Nueva York y un quía le dice a otro: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; tercer acto, estamos en Montevideo y un quía encara a otro: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; cuarto acto, estamos en Buenos Aires y una quía le propone a otra: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; quinto acto, estamos en Chernovyl y una quía y un quía chocan un rato sus respectivos bichos. ¿Cómo se llama la obra? Bueno Paparela a eso lo llamó Hoteles y Sassi una película fundamental del nuevo cine argentino y yo ¿Querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?
Bien. Lo notable es que Hernán a partir de semejante bodrio logro articular una constelación de ideas, problemas y lecturas propias para pensar y escribir un ensayo critico decente. Es curioso como a veces a partir de un elemento estúpido o irrisorio nuestra mente adquiere una lucidez y filosidad que bien encaminada permite una productividad y brillantes única. El ensayo de Hernán sobre la película Hoteles es el caso. La película es una reverenda estupidez. Y el ensayo de Hernán que piensa y lee a partir de esa estupidez que es la película es muy bueno. Claro que el ensayo de Hernán sobre Hoteles es elogioso y cada palabra esta fundamentada. Pero cualquiera que vea la película y luego el libro de Hernán o viceversa, notara un abismo, entre la riqueza de lecturas del ensayo hernaniano y la película paparula. Lo que quiero decir, es que entre la película y el ensayo critico que la lee, media la misma distancia que hay entre tres apuntes mal garabateados para una historia y una novela bien escrita, pongamos por caso una novela que le gusta a Sassi, Glosa, de Saer.
Lo que sí tiene la película y por eso es tan productiva para un critico divertido, ocurrente y versátil en teoría (y Hernán lo es, tiene una sólida formación autodidacta más que académica) es que Hoteles es un compendio de guiños para lectores cultos que se comieron el camello del fin de los relatos, de la muerte del autor, del desdibujamiento del sujeto y de los lugares, en fin, de que ya no se puede contar una historia con principio, nudo y fin. Por eso es que gusta tanto Sergio Chejfec o Cesar Aira entre los hombres de cultura. Por eso, también, es que son incapaces de leer La historia de Lisey de Stephen King, Las correcciones de Jonathan Franzen o El rey de la milonga de Roberto Fontanarrosa. Simplemente porque tener que leer esos libros los obligaría a tener que reconocer que la muerte del relato es una estupidez. Como Hoteles de Paparela que es incapaz de contar nada. Pero eso no es un problema de los artistas sino de los que quieren ser artistas y no les da el cuero. Y claro, de los críticos inteligentudos.
A ver, para ir concluyendo, desde ya que aconsejo la lectura del libro de Hernán Sassi y desaconsejo fervientemente ver la película de Aldo Paparela. En todo caso si luego de leer el ensayo hernaniano tuvieran ganas de ver una peli en ámbitos encapsulados y que pone en tela de juicio algo de la condición humana o que juegue con sus angustias recomendaría ver Barton Fink de los hermanos Coen, El resplandor de Kubrick (basada en la novela de Stephen king),La celebración de Vinterberg, o por qué no Dogville de Lars Von Trier. O les propondría leer las novelas La experiencia sensible de Fogwill o Plataforma de Michel Houellebecq, donde también los bichos se chocan de lo lindo—remarco esto particularmente por si acaso usted lector es el famoso “niño masturbador”—como en los Hoteles de Paparela, pero a diferencia de éste film en las novelas que recomiendo el lector además de tener que ejercer un “libre ejercicio (y no método) de lectura” podrá ser recompensado con una historia, un cuentito que trascurre en hoteles, algo para lo cual el cineasta “inclasificable” de narraciones “no tradicional(es)” no clasifica ni por una tostadora eléctrica como premio consuelo por haber participado.
Sí, soy mala poeta, pero…, de Alberto Laiseca.
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006, sección Libros)
Por Vicky Rákover
Presentación
Sí, soy una mala poeta, pero…., de Alberto Laiseca, publicado por Editorial Gárgola.
Alberto Laiseca, según cuenta la leyenda, nació en Rosario y se crió en un pueblito de Córdoba, Camilo Aldao. Estudió algunos años la carrera de ingeniería. Y se ganó la vida en múltiples oficios; como mano de obra barata para levantar cosechas en el campo, corrector de pruebas en un diario, periodista, telefonista. En algún momento de la década del 70, Fogwill y Piglia, descubren a quien en 1976 la editorial El Corregidor le publicaría su primer libro, una novela, Su turno para morir. A principio de los años 80 publicaría un libro de cuentos, que por su sólo título –independientemente de su contenido— debería estar en toda biblioteca que se precie de tal, Matando enanos a garrotazos. Luego irían apareciendo otros libros: las novelas Aventuras de un novelista atonal, La hija de Kheops, La mujer en la muralla, El jardín de las maquinas parlantes, El gusano máximo de la vida misma, Beber en rojo (Drácula), Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, Las cuatro torres de Babel; un libro de poesíaPoemas chinos; los libros de cuentos, Gracias Chanchúbelo y En sueños he llorado; y un libro de ensayos, ¡Por favor, plágienme! Pero también, Laiseca es artífice de una leyenda, Los Sorias, novela desmesurada, tanto por los años que le llevó al autor escribirla, como por su extensión y por su derrotero de años y años en los cuales buscó sin suerte un editor que se animara a publicarla.
También habría que decir que Laiseca es un narrador oral. Su libro Cuentos de terror, que recopila algunos de los cuentos que reelabora y narra oralmente, en un ciclo de la señal de cable I-Sat, da cuenta del manejo que posee Laiseca de ese viejo arte olvidado y artesanal, de sentarse frente a alguien y contar una historia.
Una vez, un amigo, mientras tomábamos unos vinillos, escuchando Small Change de Tom Waits, me dijo, ves, ese es el encanto de Tom Waits, que es un hombre al que le sale la voz del corazón, que canta con las cuerdas vocales tensadas por sus sentimientos y la pasión. Y creo que de alguna forma se podría decir lo mismo de la obra de Laiseca, de sus relatos orales, de su escritura, de los pasajes más logrados de sus libros, que es la voz macerada en el mortero de los sentimientos y embriaguez de la pasión de un hombre que relata algo, tan lejano y próximo, como una experiencia, de algo, que sucede aquí y ahora, y que es, sin más, sin por qué, ni para qué, ni más tiempo ni espacio, que el que abre la voz del relato.
También, se podría pensar, toda la obra de Laiseca, como la reescritura de algunos pocos temas, a los cuales vuelve obsesivamente, en cada libro, cada vez, desde diferentes ángulos: el amor, el poder, la amistad, la muerte, la pregunta por la técnica, el sexo, el Mal, la búsqueda de la sabiduría, la guerra, el sin sentido y dolor de la existencia, el humor.
Laiseca es un autor que se mueve dentro del panteón de la literatura universal con la comodidad y felicidad que planteaba Borges que debía asumirse a la hora de sentarse a escribir, en su ensayo El escritor argentino y la tradición. Así, en Laiseca se puede leer una novela china – La mujer en la muralla—, un cuento gótico que rinde homenaje a Edgar Allan Poe —El cuarto tapiado—, o una novela donde su realismo delirante se toca en un punto evanescente e impreciso con la novelística de Philip K. Dick –Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati.
Laiseca es un artista. Un sabio loco. Un mago blanco. Un narrador oral. Un escritor con un estilo, un sistema de citas, algunos temas y una galería de personajes –entre los cuales, él, dentro y fuera de sus ficciones, es su personaje más logrado y conmovedor— que ha producido alguno de los momentos más felices de la literatura argentina.
Laiseca, que es un aprendiz de brujo, un iniciado en los misterios de la magia, sabe como todo mago, que las palabras crean mundos, curan llagas, escriben cartas de amor, hacen brotar la risa en las situaciones más desamparadas y crueles, pueden dar sentido ahí donde la locura (que no es otra cosa que dolor en estado puro) es un príncipe cruel y déspota que humilla a sus súbditos con el solo propósito de deshumanizar al prójimo para convertirlo en un monstruo dócil con el cual gozar. Claro, que también sabe, que esas mismas palabras manipuladas por manos torpes o manijeadas por el anti-ser pueden crear desiertos, sembrar el hambre, generar dolor, pudrir el alma, envenenar el placer, extraviar la existencia en los laberintos de la desdicha y la soledad sin fin. Lo que quiero decir, es que, Laiseca, con su arte, con su magia, con sus palabras, no hace otra cosa, todo el tiempo, que intentar iniciar a su discípulos –a sus lectores y a sus oyentes— en el doloroso camino de la disciplina más difícil he imposible de todas, la de hacer del hombre algo humano, una experiencia sensible. Por eso siempre lo vi al maestro Lai como una suerte de Scherezade, que por medio del poder de la magia de los relatos pertrecha al alma de la inevitabilidad de la hórrida muerte, mitiga el dolor, le da un sentido a la nada de la existencia con su brutal carga cotidiana de barbarie, y a veces logra crear el milagro, a veces, sólo a veces, de hacer del hombre algo más que un saco de huesos depravado y perverso, y que pueda ser capaz de crear las condiciones de posibilidad que le permitan abrir puertas en el alma a la experiencia del amor y la amistad. ¿Qué sería del hombre sin la posibilidad de poder dar y recibir amor? ¿O qué sería del hombre sin la posibilidad de compartir un momento con un amigo? ¿Qué sería? Lo que es el mundo hoy, lo que fue y será siempre. Basta con ver con los ojos ciegos bien abiertos a nuestro alrededor, con caminar por la calle, ver la cara de las personas que viajan en un colectivo o en un tren como ganado rumbo al matadero, o de la cajera del supermercado que va despachando tu carrito lleno de mercadería. O tu propio rostro, ciertas mañanas, cuando te mirás en el espejo del botiquín del baño y lo que ves reflejado en él es la cara de Drácula y su destino de eterna soledad. El mundo es un lugar oscuro, injusto y horrible, y si no existieran artistas, magos como Laiseca, que nos dicen que el mundo es lo que es, algo terrible y demencial, y que sin embargo hay algo más, algo inexplicable y maravilloso, como el amor y la amistad, nuestras vidas serían insoportables. Serían un campo de concentración nazi.
Lo que sigue a continuación, es el primer capítulo, de una novela, que por estos días está publicando la editorial Gárgola, Sí, soy mala poeta, pero…,y que espero sea del agrado del monstruoso lector degenerado que lee estas líneas de presentación.
Vicky Rákover
Christian Ferrer, el ensayista
(elinterpretador, número 30, marzo 2007) (Dossier: Baron B. Extra Brutt)
Por Juan Pablo Liefeld
“Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía”.
-I-
Hay textos que cuando uno los lee, como en el amor, algo pasa, algo inexplicable, y ya nada vuelve a ser lo mismo. Algo así me paso una tarde de 1998 cuando abrí El Ojo Mocho nº 7/8 y leí el ensayo Una moneda valaca. Cómo llegue a leer un ensayo de Christian Ferrer. Supongo que por Fernanda Simonetti y Gustavo Casartelli que estaban cursando la carrera de Comunicación y habían asistido a la cátedra Informática y sociedad, de la cual Christian Ferrer es titular. O quizás, llevado por la curiosidad de saber qué escribía un tal Christian Ferrer al que Tomás Abraham agradecía en su libro Historias de la argentina deseada. O quizás, también, porque Horacio González en Arlt, política y locura citaba a Una moneda valaca en la bibliografía. Quién sabe. En todo caso leer ese ensayo me produjo una excitación y lucidez que, como cuando uno se enamora, es atravesado en toda la línea por una experiencia sin mediaciones en la cual luego las palabras, en el mejor de los casos, apenas alcanzan a rozar lo que no llegan a definir.
-II-
Es una tarde de domingo y estamos con Analía Romeo caminando entre el bullicio de un mundo de gente por las instalaciones de Buenos Aires No Duerme para ir a la sala donde Christian Ferrer va a dar una charla sobre el arte del ensayo. La sala es apenas cuatro paredes de cartón, unas sillas, y una tarima donde hay una mesa con un micrófono para el expositor. En el lugar no debe haber más de 15 personas y Analía y yo nos sentamos a esperar que comience la charla. Hasta ese día nunca lo vi a Christian Ferrer pero desde hace un tiempo he leído todo lo que ha caído en mis manos de él. De repente llega un hombre de unos cuarenta años, con camisa a cuadritos y jeans, y una carpeta y libros bajo el brazo. Saluda y se dirige a la tarima. Pero no sube y ocupa su lugar. En cambio, da vuelta una silla del público y apoya sus carpetas y libros y se sienta en otra mirando al frente y de espaldas a la tarima y el micrófono. Vuelve a saludar y se presenta. Luego hace silencio y abre un atado de Marlboro de 10 y se toma todo el tiempo del mundo para encenderlo y darle unas pitadas al cigarrillo. Entonces empieza a hablarnos del arte del ensayo. Pero el ruido del lugar es infernal y el tono de voz de Christian Ferrer es muy bajo y una señora lo interpela y otro se le suma dándole la razón, por qué no habla frente al micrófono que no se lo escucha nada. Christian Ferrer los mira, nos mira, a todos, y dice, simplemente, no. Y luego agrega, si prestan atención, si predisponen el oído y dejan que las palabras lleguen a ustedes van a ver que me van a poder escuchar, después de todo oír al igual que ver son misterios al que ningún artefacto técnico, en este caso un micrófono, garantiza un final feliz. Entonces frente a la indignación generalizada del público que vino a oír hablar a Christian Ferrer sobre el arte del ensayo y no logra escucharlo, éste se pone a reflexionar sobre el tema en cuestión. La verdad es que yo tampoco logro escuchar ni la mitad de lo que dice al principio pero al rato sus palabras me llegan con una claridad acústica como si estuviera escuchando a un tenor cantando una opera en el teatro Colón. Y recuerdo que terminó su charla leyéndonos un ensayo de John Berger y fragmentos de La cabeza de Goliat de Ezequiel Martínez Estrada.
-III-
Barón Biza no es la primera figura a la que la “escritura demorada y proliferante” de Christian Ferrer somete a su particular arte de alquimista del verbo que fragua “miniaturas conmovedoras” de las que hace surgir relámpagos que iluminan los contornos y fulgores de una vida y su tiempo. En verdad su pluma tiene una capacidad única para capturar y grabar en las hojas de un ensayo las líneas y signos de una existencia que se vuelven para el lector los relieves de una medalla o moneda antigua a la cual se puede interrogar e intuir las huellas, los dramas, los esplendores y las miserias que deja tras de sí la estela de los actos de toda biografía. Así ha procedido, al menos una zona de su ensayística, con figuras tales como Nietzsche o Jünger, Bakunin o Guy Debord, Sarmiento o Anzoátegui, Perlongher o Asís. Un buen ejemplo de su alquimia ensayística es El borgismo: una filosofía política nacional dondedescarna las letras de Borges hasta llegar al hueso de sus ideas para hallar su raíz anarquista. Pero también ha escrito sobre Ezequiel Martínez Estrada y Michel Foucault, figuras con las cuales, quizá, deba medirse todo el arco de tensión que abren sus ensayos a una escritura que hunde sus palabras en el cuerpo sometido a las inclemencias de la intemperie de la historia y sus “dramatúrgias metabólicas”.
Barón Biza, el inmoralista, mucho antes de ser ahora un libro fue un ensayo publicado en los años 90 en la revista La Caja. Ensayo donde da cuenta de una página olvidada de la literatura argentina y por el cual el escritor Jorge Barón Biza –hijo de Raúl Barón Biza, el inmoralista— le ofrece su amistad y toda la documentación que posee en su poder para que escriba sobre su padre.
¿Pero qué es o cómo leer Barón Biza, el inmoralista? En principio el libro de Christian Ferrer intenta armar un rompecabezas al que le faltan piezas, una historia deshilachada, la de Raúl Barón Biza, una vida singular y de múltiples facetas perdidas durantes décadas tras una bruma de mitos y olvido donde pueden atisbarse: a un millonario, un playboy, un escritor “maldito”, un padre, un viudo, un enamorado, un revolucionario, el hacedor de una tragedia familiar y un suicida, entre otras cosas. Ahora bien, ¿qué es esto, el libro de Christian Ferrer? ¿Una biografía? ¿Un ensayo? ¿Una novela? Christian Ferrer lo llama “un informe” escrito para un amigo, Jorge Barón. Quizás el libro sea todo esto junto –biografía, ensayo, novela, informe—, o quizá no importe definirlo. En todo caso, el libro cuenta lo que la novela El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza, merodea y roza sin llegar a contar. La novela El desierto y su semilla narra la trágica tarde en que los padres de Jorge Barón Biza se encuentran para resolver los términos de su separación y el padre le echa ácido en la cara a la madre y se suicida; luego viene el relato de la reconstrucción del rostro de la madre en Milán y el intento del hijo por no quedar atrapado al círculo oscuro de la tragedia familiar. Y Barón Biza, el inmoralista repone los hechos anteriores y que completan esta historia que se pueden leer en la novela El desierto y su semilla, es decir, la vida del padre. En verdad toda la historia –la novela de Jorge Barón y el libro de Christian Ferrer– tiene la densidad de un ¡Absalom, Absalom! de William Faulkner, es decir, de una tragedia, en la cual pueden leerse los trazos de un drama donde se cuenta la fatalidad de una familia unida a ciertos hechos históricos –que no sé si determinan pero le dan volumen a la trama. Tanto El desierto y su semilla como Barón Biza, el inmoralista, o ambos como partes de un mismo texto que se complementan y se completan mutuamente, no puedo dejar de leerlos emparentados a otro libro singular de difícil clasificación, Mis rincones oscuros de James Ellroy. En este libro –que cómo leerlo, como novela policial, como autobiografía, como un “informe”, como un ensayo donde se reflexiona sobre el crimen (de una madre) y el cuerpo (de un hijo)– un James Ellroy maduro, escritor famoso de policiales, decide reabrir la causa de un oscuro episodio, el asesinato de su madre acontecido 30 años atrás cuando él era un chico y ponerse a investigar qué sucedió. El libro es implacable, con él mismo, con la memoria de sus padres, con la historia política y la historia criminal de Norteamérica que aparece como telón de fondo de la trama. Y el libro está escrito y dedicado a su madre y también para apaciguar los fantasmas de un hombre que no quiere ser devorado por la memoria de sus “rincones oscuros”. Creo que tanto El desierto y su semilla como Barón Biza, el inmoralista de algún modo son un equivalente dentro de las letras nacionales de aquel libro.
Claro que el Barón Biza de Christian Ferrer, también puede ser puesto en la biblioteca –al menos en la mía tendrá ese destino– junto a otro libro, que se ocupa de una figura no menos dramática –aunque sus días carecen de la materia prima necesaria para formar parte de la Historia universal de la infamia, como es el caso de Barón Biza–, cuyos días conocieron en su época una exposición pública notable y luego fue entrando lentamente en un cono de silencio que lo fue tergiversando hasta casi volverlo una sombra de la sombra y que finalmente, cuando ya no quedaban de él sino restos mal contados y peor recordados de un mito, se le encarga a un periodista e historiador escribir un artículo sobre éste para una revista, y de ese hecho azaroso surgirá uno de los libros más notables que se hayan escrito en Argentina, tanto por la rigurosidad del que lo escribe como por la envergadura ética a la que sometió su vida de principio a fin el biografiado, estoy hablando del libro de Osvaldo Bayer donde cuenta la vida del anarquista italiano Severino Di Giovani, el idealista de la violencia. Ambas biografías, la de Severino Di Giovani y la de Raúl Barón Biza, no son equivalentes por ser protagonistas de una misma época, porque entre el anarquista “radical” y el revolucionario “radical” mediaba un abismo de sentidos probablemente irreconciliable, sino porque en ambos hay una desmesura, una pulsión desbocada que llevó a sus vidas al límite, ahí, donde la muerte, en el caso de Di Giovani lo desnuda en toda su coherencia frente al pelotón de fusilamiento de un sistema injusto y criminal, y en el caso de Barón Biza a un acto infame que hace añicos su pasado. Pero, sin embargo, en los dos pueden rastrearse los trazos de una vida en la que cuerpo e ideas conforman un nudo gordiano de una dramaticidad digna del teatro isabelino.
Por otra parte, Barón Biza, el inmoralista no es el primer texto de Christian Ferrer que surge a partir de una amistad. Hubo otros antes de éste: Una moneda valaca, Las “horaciadas”, o de la generosidad, o Pan de dios. Ensayos donde una recorrida por el Parque Rivadavia buscando una moneda antigua para regalar a un amigo, un réquiem a un compañero de armas que ha partido, o un congreso sobre filosofía política, son los disparadores para hablar de la amistad y del “amor al saber”. Amor al saber que en Christian Ferrer es una filosofía de la amistad y “una política del amor”, y que en Barón Biza, el inmoralista lo llevó a escribir un libro de gran belleza que quizá no sea otra cosa que un intento por salvar la memoria de un amigo asolado por el peso de un destino trágico.
Juan Pablo Liefeld
El humor de la lengua
(elinterpretador, número 30, marzo 2007) (Dossier: Copi)
Por Juan pablo Liefeld
A
Margarita Martínez
y Guadalupe Marando,
por su generosidad,
por todo,
gracias.
Copi forma parte de un linaje a cuyos últimos estertores Néstor Perlongher le dedica un ensayo en 1991 a modo de réquiem: “La desaparición de la homosexualidad”. Desde entonces cualquiera puede tener un puto en la terraza(1), escribir una tesis de doctorado sobre la cuestión gay, cogerse un traba una madrugada de jueves en Palermo Hollywood, o afirmar públicamente sin temer sanción moral alguna: “yo tengo un amigo gay” –que de alguna manera encastra y hace juego con otra frase célebre: “yo tengo un amigo judío”. Hoy el gay es un tipo social aceptado –domesticado, recluso obediente de la normalidad— y no merece más chascarrillos o atención por parte de los discursos del saber –académicos, estéticos, mediáticos, médicos, publicitarios— que los que se le ofrecen a esa no menos extraña y absurda forma de ser que es el heterosexual. Pero el puto, como el revolucionario, por ejemplo, forma parte de un universo que se extingue con el siglo XX. Claro que habiendo dado batallas y logrando arriar algunas banderas de las cuales se pueden aún hoy percibir imperceptiblemente sus beneficios. Pero lo que se dice puto, un puto, hoy ya no hay (aunque paradójicamente proliferen en la tele, o los estudios de mercado les conceda su “benévola” atención en tanto mercado en expansión, o la Capital Federal se haya convertido en un punto obligado del turismo gay internacional), o es una especie en extinción como los osos panda o la ballena franca. Copi formaba parte de una estirpe en la que podían encontrarse nombres tales como: Genet, Pasolini, Burroughs, Mishima, Foucault, Capote, Batato Barea, Tom Wolfe, Lezama Lima, Lorca o Perlongher. Hay algo refractario he irreductible en sus modos de escritura, de pensar “invertido”, de intervenir públicamente, de conducirse en la vida privada, que los hace piezas de museo de un tipo particular de sujeto social impensable hoy. Esto no es bueno ni malo en sí, sólo han cambiado las coordenadas históricas, con lo cual se pueden verificar cierto relajamiento de algunas pautas en beneficio del “respeto” a las minorías y el “derecho” a la multiculturalidad que reza que cada cual es dueño de hacer un pito de su culo, pero a un costo altísimo: el haber pasado de ser escandalosas y chillonas flores del mal a convertirse en malvones aburridos y obvios de vivero.
… …. … Una noche, triste, vacía, llena de fantasmas. Somos una patrulla perdida: Fernanda, Gustavo y yo, una madrugada, en el centro, muy borrachos, sin saber qué hacer o a dónde ir. Caemos en La Academia, y ahí, sentado a una mesa, fumando y frente a una tasa de café, lo vemos, es Alejandro –poeta, crítico de cine, amante incondicional de la Duras y Pasolini. Cuando el mozo nos deja cuatro fernet estamos comentando el informe de Telenoche: una nota conmovedora desde Canadá donde muestran a parejas de gays que viven felices desde que el Estado les permite adoptar chicos. Los cuatro nos burlamos de la moraleja de la nota y Alejandro, dice, indignado, casi a los gritos: ¡A estos putos de mierda hay que matarlos a todos! ¿Para qué me hice romper el culo todos estos años, eh? ¡Para que ahora vengan estos boludos a decir que todo aquello contra lo que construí mi vida es lo que deseaba: tener una casita, un autito, un trabajito y un hijo al que destrozarle la cabeza… y por qué no se van todos los putos a la puta que los parió! ¡Al final terminaron siendo más depravados que los que los acusaban de degenerados!… …. ….
Copi nace en 1939 en Argentina y desde 1962 se instala en París, donde dibuja tiras cómicas, escribe obras de teatro, cuentos, novelas y actúa, y muere de sida en 1987. En este sentido Copi forma parte de otra tradición, la que va de los “viajes” de Sarmiento a Marley por el mundo, la de Rosas en Inglaterra a Perón en España, la de Bioy Casares boludeando por Europa a la de Osvaldo Bayer exiliado en Alemania: la historia de los argentinos que viajan a Europa por mero placer turístico, por contingencias de coyuntura política o simplemente porque han decidido vivir en otras tierras que no son la materna –también hay otras formas del viaje argentino y David Viñas le ha dedicado extensas páginas. Copi es un argentino en París como Cortázar o Saer. Comparte con Cortázar el autoexilio producto de la incompatibilidad mutua entre sus convicciones personales y los avatares de la política nacional, incompatibilidad, quizá, que estuvo más cerca de la palabra que de los hechos, y de Saer la decisión de probar suerte y abrirse camino en otras tierras.
………París siempre estuvo cerca. De los diarios de viaje de Sarmiento al programa de televisión de “Marley por el mundo”, se puede verificar el arco temporal de una verdad de perogruyo: París siempre estuvo más cerca de Buenos Aires que Rosario o Bahía Blanca. Así como todo el mundo sabe que Hollywood es un barrio porteño y la India un bálsamo para el alma al alcance de la mano de quien esté exhausto de las endebles y fantasmagóricas ilusiones del sujeto moderno occidental.
París, también, siempre fue, para Buenos Aires, la historia de un amor no correspondido. Entre la Ciudad de las Luces y un puerto de contrabandistas y cortesanas, el único amor posible siempre ha sido el que pueden mantener un joven de doble apellido de San Isidro y una sirvienta paraguaya. Quizás por eso la teoría y filosofía francesa ha sido leída siempre en Argentina con el loco frenesí con el que un adolescente se encierra en el baño con la última Playboy para estudiar rigurosamente el póster desplegable de la conejita del mes. Claro que hay excepciones, por ejemplo, la noche en que nuestro campeón Carlitos Monzón se la pasó diciendo a quién quisiera escucharlo, en la disco New York City, a la vez que se agarraba el bulto, Alain Delón pasó por acá. Si bien nadie le puede negar verosimilitud a esta literatura menor escrita por Monzón (suerte de fábula infantil pornográfica que tranquilamente podría haber sido el corazón de un cuento de Copi donde un cabecita negra analfabeto del interior se coge a uno de los hombres más lindos del siglo XX), la historia no deja de ser amarga porque convierte a nuestro deseo por la lengua de Balzac y Duras, de Baudelaire y Celine, en algo abyecto y depravado donde el amor ideal y lleno de sentimientos nobles que soñaba con Mansilla caminando de la mano de Madame Bovary por las calles de París se transfigura en un primer plano donde vemos a la tararira de Monzón gozando el mantecoso y blanco culito de Delón………
Copi forma parte de un árbol genealógico rico en figuras notables y visibles de la Argentina de los años 20 a 60 dentro del periodismo, el arte y la política. Como Borges, Victoria Ocampo o Raúl Barón Biza era producto de una clase alta un poco burguesa, un poco plebeya, un tanto decadente, que hereda de la generación del 80 –del siglo XIX– cierta voluntad de pertenencia a la alta cultura, sin la cual no se explica por qué éstos niños bien en vez de dedicarse a enriquecer las arcas de la fortuna familiar la despilfarran o la descuidan en provecho de empresas estéticas.
………A Copi lo conocí una tarde, en la casa de “P”, Drago 36, suerte de centro de gravedad espiritual de Parque Centenario, donde vivía por entonces mi amigo Juan. No recuerdo cómo ni por qué Copi se hizo presente en esa piecita caótica repleta de libros, revistas y diarios viejos, en la que Juan y yo, charlábamos de literatura y política. Lo cierto es que Juan me preguntó si había leído alguna vez a Copi y yo le dije que no. ¿Quién es Copi? Entonces empezó a revolver en ese quilombo infernal de libros y a pasarme a medida que los encontraba El baile de las locas, La internacional argentina, La vida es un tango, Las viejas putas, el Copi de Aira y el libro de Tcherkaski. Tomá, leélo, a vos te va a gustar, me dijo. Y me contó que Copi era humorista, dramaturgo y escritor, nieto del director del diario Crítica, un puto reventado y muy fino que escribía en París y en francés historias que luego Cesar Aira traduciría para su literatura en novelitas para leer en el subte. Pero no le di bola a Juan, me llevé los libros y al cabo de un tiempo se los devolví sin haberlos leído………
Hoy Copi en Argentina es un misterio. Escritores como Alan Pauls o César Aira señalan la importancia de su literatura, Daniel Mundo o Beatriz Sarlo lo usan para pensar tópicos nacionales, pero si uno va a una librería de la calle Corrientes difícilmente pueda hallar sus libros. Copi ha publicado 5 novelas, dos libros de cuentos, varios tomos con tiras cómicas reunidas y, cotejando datos, uno duda en afirmar cuántas obras de teatro(2). Lamentablemente dos de sus novelas, una nouvelle, así como sus dos libros de cuentos y volúmenes de tiras cómicas han sido destrozados por los fundamentalistas talibanes traductores de la editorial Anagrama –algún día se debería escribir un ensayo extenso solo hablando de Herralde y su criminal política de traducción que ejerce con su editorial. De este material como de la novela escrita en castellano La vida es un tango(3), también editada por Anagrama, uno puede hallarlo en una librería argentina si la suerte y la Virgen María, más Gilda y El gauchito Gil, nos lo ponen en el camino y nos hacen tropezar con él. Recientemente, también, la editorial Eloísa Cartonera ha publicado Laguerra de las mariquitas, novela que aparece en este dossier con traducción de Margarita Martínez.
Las obras de teatro han corrido “mejor” suerte a la hora de ser traducidas. Solo se han traducido en Argentina 3 piezas y se han publicado 5. Una visita inoportuna (edición del teatro municipal San Martín, 1993, trad. Georgina Botana), ¡La pirámide!(Confines, 1997, trad. Damián Tabarovsky), Eva Perón (Tramas, 1998, trad. Gabriela Simón; Adriana Hidalgo editora, 2000, trad. Jorge Monteleone), Cachafaz/ La sombra de Wenceslao (Adriana Hidalgo editora, 2002). Del resto de su obra dramatúrgica como de parte de la ya publicada en español, es cuanto menos una aventura incierta intentar encontrar. Y la editorial mexicana El Milagro ha publicado en un sólo tomo (el cual nunca tuve en mis manos) las piezas Las cuatro gemelas,Loretta Strong, El refri (supongo que refri significa heladera) y El homosexual o la dificultad de expresarse, con traducción de Joani Hocquenghem y Luis Zapata.
¿Por qué por un lado es lugar común hoy en ciertos círculos colocar la obra de Copi en un lugar central de las letras argentinas y por otra parte tan difícil de acceder a ella?
Respuesta: no lo sé(4).
Hace cerca de dos años atrás algunos integrantes del grupo editor de elinterpretador nos encaprichamos y dijimos: consigamos material inédito en español de Copi en Francia, consigamos buenos traductores y lo publicamos en la revista. Al principio no fue fácil conseguir material inédito en castellano en Francia –otros, antes que nosotros, por diversos motivos, ya habían intentado comprar libros de Copi en librerías de París y vuelto con las manos vacías — pero gracias a la generosidad y el apoyo que brindaron a esta empresa caprichosa desde un principio Elsa Kalish, Guadalupe Marando, Margarita Martínez, Sebastián Cariola y Hernán Sassi –sin los cuales todo hubiera culminado en puro capricho–, en este número de elinterpretador podemos ofrecer un dossier Copi. Dossier compuesto de un conjunto de ensayos críticos que piensan diferentes aspectos de la obra de Copi y dos textos producto de su “pluma”, la novela La guerra de los putos, traducida por Margarita Martínez, y la obra de teatro La torre de la defensa, traducida por Guadalupe Marando.
Finalmente, quisiera formular una sospecha, cuyo sustento teórico se sostiene enteramente en mis hábitos de lectura erróneos y caprichosos: Copi y Fontanarrosa, ¿es posible pensar que hay algo que une la obra de estos dos autores o ciertas zonas de su producción?
Fontanarrosa, al igual que Copi, es un dibujante y narrador, y si bien nunca ha escrito teatro sus cuentos han sido adaptados muchas veces para ser interpretados sobre un escenario. Fontanarrosa ha escrito tres novelas(5), 11 tomos de cuentos(6) y publicado infinidad de libros donde reúne su producción de dibujante. Fontanarrosa es hoy –a pesar de la academia que todavía parece no haberlo leído, a excepción de Daniel Link o de algún que otro ensayo donde se lo cita en la Historia crítica de la literatura argentina, de Noé Jitrik (aunque pensándolo bien, no es tan grave, ya que dentro de cincuenta años cuando payasos como el que ésto escribe sean olvidados, e ilegibles cualquier atisbo de crítica o narrativa que hayan producido, los cuentos de Fontanarrosa seguirán leyéndose, no porque es “El Negro” ni porque tenga una enfermedad grave ni hable de fútbol ni sepa contar chistes ¡o sepa manejar la parodia! para decirlo con prosapia académica, sino porque sabe narrar, como lo sabían hacer Faulkner, Pessoa, o Borges —un fenómeno de ventas–) lo cual no necesariamente es índice infalible para medir a un escritor -y ahí están los libros de Eduardo Mallea o Hugo Wast que en su momento se vendían como pan caliente y hoy son objetos de aburridos trabajos académicos o de bateas de saldo donde juntan mugre y nadie compra en Los Cachorros de Parque Centenario o Martín Fierro de Avenida de Mayo— y uno de las figuras más destacadas de la narrativa actual, ya que sus mejores cuentos, los más logrados (de Fontanarrosa se puede afirmar lo mismo que de las películas de Woody Allen: es bueno, incluso cuando falla o se repite), merecen estar en cualquier antología del cuento argentino junto a Echeverría, Quiroga, Onetti, Borges, Arlt, Silvina Ocampo, Fogwill, Cohen, Asís, Saer y Osvaldo Lamborghini.
………Un dato. Gambito es una buena librería. Queda en la esquina de Filosofía y Letras, y su dueño es editor de una pequeña y buena editorial, Santiago Arcos. Quiero decir, el criterio que tiene esta librería para llenar sus estantes de libros para que sus posibles clientes los compren, no sólo está guiado por las estrategias del mercado sino también por el criterio autoral de un librero-editor.
Una tarde de noviembre del 2006 pasé por Gambito y luego de ver las mesas de saldos y de usados, me dirigí a ver los estantes de literatura argentina. Y a vuelo de pájaro descubrí lo siguiente: sólo había tres libros de Copi y ninguno de Fontanarrosa. Que de Fontanarrosa no hubiera ningún libro parece razonable, ya que Gambito trabaja en alguna medida con lo que Puán lee o desea que se lea, y no es papilla académica, ni material bibliográfico obligatorio ni nota al pie siquiera de ponencias de congresos. Y que de Copi sólo hubiera unos pocos títulos es extraño, ya que hace unos años se ha vuelto fetiche obligado que garantiza el goce de la teoría literaria. Extraño o no, este dato eventual y circunstancial de una tarde cualquiera de una librería argentina, me lleva a preguntarme: ¿por qué si los cuentos de Fontanarrosa son tan leídos, la academia no logra decir nada acerca de su escritura?, ¿por qué si las obras de teatro y las novelas de Copi son canon para la academia, ésta no ha logrado que sus libros puedan conseguirse en las librerías? Los libros de Copi se leen pero no se consiguen, los de Fontanarrosa se consiguen pero no se leen. Y lo más paradójico es que más allá de las leyes del mercado y las estrategias de lectura de la academia (y acá ni nunca estoy proponiendo academia y mercado como opuestos irreconciliables sino como un monstruo de dos cabezas), a Copi y Fontanarrosa se los lee. Quién, cuándo, dónde, por qué, ¡qué sé yo, pero que se lee, se los lee!………
¿Pero qué es eso que sospecho, intuyo, sin lograr definir, une a los “putos” de El baile de las locas con los “machos” de La mesa de los galanes? Quizás dos formas opuestas y complementarias de pensar el sexo y hacer eyacular fragmentos de un discurso amoroso.
Quizá, también, se puede ver de forma oblicua cómo operan en ambos las metáforas de la guerra y cómo ésta se inscribe en el discurso gay –en el caso de Copi en la novela La guerra de los putos— y en el discurso futbolero –en el caso de Fontanarrosa en el cuento 19 de diciembre de 1971— y como ésto tiene equivalencias con las políticas impiadosas y desquiciadas de una época.
O quizás, también, podrían estudiarse a Copi y a Fontanarrosa en relación con el género gauchesco. Copi escribió dos piezas que se inscriben dentro del género, Cachafaz y La sombra de Wenceslao. Y Fontanarrosa ha ilustrado una edición del Martín Fierroy publicado una tira, Inodoro Pereyra, que básicamente es un gaucho sentado en la puerta de su rancho con su perro que reflexiona y dialoga con los malones. No hay que olvidar aquí que el libro capital del género del “idioma de los argentinos” es el Martín Fierro, historia donde un gaucho se “da vuelta” y huye con otro gaucho a los toldos de los indios. Y que Ezequiel Martínez Estrada al leer este poema en Muerte y transfiguración de Martín Fierro se pregunta, por qué cuando Martín Fierro vuelve de los toldos llora tan poquito la pérdida de su familia pero no deja de guitarrear cual Ricky Martin en un unplugged de MTV por la pérdida de “esa”, su cruz, su gauchito, su guachito:
Tu recuerdo sigue aquí, como un aguacero
Rompe fuerte sobre mí, pero a fuego lento
Quema y moja por igual, y ya no sé lo que pensar
Si tu recuerdo me hace bien o me hace mal
Un beso gris, un beso blanco
Todo depende del lugar
Que yo me fui, eso está claro
Pero tu recuerdo no se va
Siento tus labios en las noches de verano
Ahí están, cuidándome en mi soledad
Pero a veces me quieren matar
Tu recuerdo sigue aquí… (Repite coro)
A veces gris, a veces blanco
Todo depende del lugar
Que tú te fuiste, eso es pasado
Sé que te tengo que olvidar
Pero yo le puse una velita a to’s mis santos
Ahí está, pa’ que pienses mucho en mí
No dejes de pensar en mí
Tu recuerdo sigue aquí… (Repite coro)
(Piensa en mí) Es antídoto y veneno al corazón
(Te hace bien) Que quema y moja, que viene y va
(¿Tú donde estás?) Atrapado entre los versos y el adiós
Tu recuerdo sigue aquí
Como aguacero de mayo
Rompe fuerte sobre mí
Y cae tan fuerte que hasta me quema hasta la piel
Quema y moja por igual
Y ya no sé lo que pensar
Si tu recuerdo me hace bien o me hace mal
Tu recuerdo sigue aquí
… Le lo lay lelo lelo…
Si tu recuerdo me hace bien y me hace mal
Pero que rompe, rompe, el corazón
Quema y moja por igual, sé que te tengo que olvidar
Rompe fuerte sobre mí
¡¡¡Qué pasó en esos toldos!!!, se pregunta, alarmado, don Ezequiel, al que ya le tienen las pelotas llenas la voz –masculina y autoritaria— de Evita y la de Perón –maternal y contenedora— apareciendo todo el tiempo por la radio y encima ahora se venía a desayunar que Ricky Martin es uno de los precursores de Martín Fierro. Cabe señalar, quizá, que al mismo tiempo que José Hernández los manda a Fierro y Cruz a que se pierdan Más allá del Horizonte (telenovela de los 90 que iba por canal 9 con Osvaldo Laport, Grecia Colmenares y Luisa Kuliok, donde el Zar de la televisión Alejandro Romay intentó dialogar desde las massmedias con la tradición gauchesca) en Europa un tal Westphal crea con una pluma cargada de categorías científicas un personaje no menos curioso que nuestro payador Fierro: el homosexual.
O, quizás, también, podría pensarse qué estrategias adoptan Copi y Fontanarrosa frente a esa pesadilla, ese fantasma, que es Borges para cualquier escritor que quiera escribir después de él. De hecho ambos desarrollan su producción narrativa en lasorillas de los feudos borgeanos y a la vez hay no pocos cuentos de Fontanarrosa donde de forma implícita o explícita dialoga con éste; y Copi en La guerra de los putos mata a Michel Foucault, que yo intuyo que se debió a un ajuste de cuentas, ya que Foucault en 1966 con una gracia que recordaba el humor de Macedonio Fernández le dedica a El idioma analítico de John Wilkins una nota al pie desmesurada de 384 páginas (Las palabras y las cosas) y lo pone a Borges en un lugar central ya no solo de las letras sino del pensamiento del siglo XX, y claro, Copi, indignado, debió pensar: ¡¡¡me fui de Argentina para poder escribir tranquilo mi obra lejos de esa ciega y arpía pesadilla de espejos, cuchillos y otros chirimbolos, y viene esta “chaqueña chiruza talón rajado” a escupirme el asado!!!
Finalmente, quizás, creo que los personajes putos de Copi y los machos de Fontanarrosa se encuentran con un punto intermedio que hace de bisagra y los une: las películas de Olmedo y Porcel. Todas las películas de Olmedo y Porcel de los 70 y 80, tanto en las dirigidas a un público “adulto” como en las dirigidas a uno “infantil”, en algún momento los personajes que interpretan el gordo y el flaco, machos deseosos de “carne”, inevitablemente se trasvisten. No hay película de Porcel y Olmedo que no quieran aceitarle los patines a cuanta mina se les cruce en el camino y a la vez por alguna razón siempre terminan travestidos de mujer.
Pero más allá de todo esto, lo que creo que une a Copi y Fotanarrosa es su capacidad de auscultar los humores de la lengua, de captar el habla (hablar es escuchar) del idioma de los argentinos y con ello contar historias que nos hacen reír.
Un oído atento debería poder escuchar debajo del don que es la risa producto de la lectura de Eva Perón y Medieval Times o El mundo ha vivido equivocado y El Baile de las Locas, preguntas en estado de latencia sobre deseo y política, ahí, justo ahí, donde entre el Estado y el individuo, el sexo ha llegado a ser el pozo de una apuesta, y un pozo público, invadido por una trama de discursos, saberes, análisis y conminaciones.
Juan Pablo Liefeld
NOTAS
(1) Como rezaba el video clip “Tengo un puto en la terraza” que pasaban en el ranking de videos chascos del programa humorístico Todo por dos pesos. Programa que probablemente junto con las columnas mensuales de Tomas Abraham sobre televisión publicadas en la revista El Amante cine hayan sido los dos momentos de crítica televisiva más lucidos que se conociera en la Argentina.
(2) Para establecer y datar las obras de teatro de Copi he cotejado los siguientes libros: Habla Copi, de José Tcherkaski, Copi, de Cesar Aira, Copi: sexo y teatralidad, de Marcos Rosenzvaig, pero opté como fuente para citar su producción teatral la solapa de la edición de Cachafaz/La sombra de Wenceslao cuya edición esta a cargo de Edgardo Russo y Fabián Lebenglik: Un ángel para la señora Lisca (1960), Santa Genoveva en su bañadera (1966), El cocodrilo y el té (1966), La jornada de una soñadora(1968), Eva Perón (1969), El homosexual o la dificultad para expresarse (1971), Las cuatro gemelas (1973), Loretta Strong(1974), ¡La pirámide! (1975), La copa del mundo (1978), La sombra de Wenceslao (1978), Cachafaz (1981), La torre de la Defensa (1981), La heladera (1983), Las escaleras del Sagrado Corazón (1984), La noche de Madame Licienne (1985), y Una visita inoportuna (1985).
(3) La vida es un tango es una novela exquisita donde un personaje, Silvano Urrutia, es protagonista de tres momentos particulares que intentan explorar el enquilombado cruce argentino entre deseo y política: la década infame –en la que aparecen las rotativas del diario del abuelo de Copi: Crítica, intrigas de palacio y corrupción política, y mucho reviente—, el mayo francés del 68, y el centenario de Silvano que juega y hace espejo con el centenario de la patria. Toda la novela está escrita con un ritmo alucinante y un continuo (Cesar Aira) que recuerda la velocidad de los dibujitos de Tom & Jerry o Ren & Stimpy, pero también, creo, está vinculado con el cine mudo de las películas de Charles Chaplin y Baster Keaton –y no quiero escandalizar a nadie diciendo que el último capítulo y la relación entre Silvano y el chico huérfano a la buena de dios, Pelito, tranquilamente podría ser el argumento sentimental de una película de Luis Sandrini, donde podías reír y llorar… por eso mismo no lo diré, claro, para no atormentar a ninguna conciencia. Pero esta novela editada en el mercado hispanoparlante por Anagrama tiene un agregado extra que no carece de humor, viene acompañado como el Martín Fierro de un diccionario, en este caso, de “argentinidades”. Copio, apenas, algunas palabras de este vocabulario: Concha: coño; Bombacha: bragas; Canilla: grifo; Choclo: mazorca tierna de maíz; Frutillas: fresas; Ombú: árbol típico de América del Sur, de copa muy espesa; Pava: recipiente de metal con pico y tapa para calentar agua; Saco: chaqueta; Villa miseria: barrio de chabolas; etc. Este vocabulario de argentinidades que me produce risa e incomodidad me lleva a reflexionar, sintiendo que no llego a dar con lo que quiero decir, en relación a una editorial con fuerte presencia en el mercado hispanoparlante que edita y traduce libros no solo para España pero que hace como que sí, y que está muy lejos del sistema sólido y consiente (en tanto asumía la problemática y dilemas que acarrea toda traducción) de “la constelación del sur” (Patricia Wilson) cuando en las décadas del 40 y 50 José Bianco, Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, traducían para editorial Sur libros que eran leídos fuera de Argentina, sin más inconvenientes para el lector que el de la lectura misma que plantea todo libro, y sin necesidad de tener que recurrir el traductor a diccionarios explicativos o traducciones donde se destroza el “original” a favor de un color local que hace ilegible cualquier texto, ya sea Bukowski, Houllebecq, Carver, o Faulkner –comparece la traducción que hace Anagrama de los Relatos de Faulkner con la que publica Sur de Las palmeras salvajes.
(4) Daniel Link pertenece a una tradición notable de profesores que se inicia en los legendarios años 60 y cuyas raíces llegan a nuestros días gracias a su persona; me refiero a esa tradición que se origina con El profesor boligoma en Estados Unidos con Jerry Lewis, que inmediatamente Luis Sandrini asimila y reformula en El profesor hippie, que luego retomaría el Gordo Porcel a fines de los 80 con El profesor Punk, y que finalmente Daniel Link rescatara para darle glamour a Letras en la figura de El profesor pop (“un sintagma desnudo, el objeto pop, inequívoco y terrible” P. P. Pasolini). Bien, el profesor pop, Daniel Link, quien hace años viene perfilando como el gran candidato a ser el copinólogo oficial de la obra de Copi –así como en su momento Tomas Eloy Martínez supo ganarse el glorioso título de “peronólogo” oficial de la vida y obra de Juan Perón— ha sabido publicar tiempo atrás un interesante ensayo sobre la pieza de teatro Cachafaz. Ensayo que no carece del encanto de la pirotecnia de la teoría literaria y que en un momento dado, quizás, involuntariamente, da cuenta como pocos, como sólo puede hacerlo alguien que maneja toda la obra de un autor con los ojos cerrados cual si fuera la presidenta de un club de fans (ojo, profesor pop, mire que usted ha sabido leer con inteligencia la novela de Alejandro López La asesina de Laidy Di y conoce los truculentos y peligrosos posibles devenires a los cuales pueden ser llevadas las fans de una estrella) y nos dice, hablando de la pieza teatralCachafaz: “(ver La ciudad de las ratas, 1979)”. Creo que es ahí donde Daniel Link da cuenta como nadie del material que maneja, la obra de Copi, y cómo ese material se inscribe y circula en estas “pampas de chistes crueles”. Quiero señalar, la novelaLa ciudad de las ratas, es una obra que nunca ha sido traducida al castellano y que ha tenido una sola edición en francés en 1979, que hoy es inconseguible en librerías de París y que a mediados del 2006 elinterpretador intentó hallar en la biblioteca nacional de Francia, donde había un ejemplar, al cual no se pudo acceder ya que se lo habían robado o se había extraviado. Pregunto: ¿qué “fuerzas extrañas” del campo intelectual mueven a un erudito en la obra de un autor a escribir un ensayo donde manda a sus lectores a leer un texto del cual él mejor que nadie sabe de antemano imposible de conseguir?
(5) Las novelas que publicó Fontanarrosa y que no son lo mejor de su narrativa son: Best-Seller, El área 18 y La gansada; las tres publicadas porEdiciones de la Flor, así como el resto de su obra cuentística y gráfica editada en la Argentina.
(6) Los once tomos de cuentos que ha escrito Fontanarrosa hasta la fecha son: Los trenes matan a los autos, El mundo ha vivido equivocado, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de mis defectos, Uno nunca sabe, La mesa de los galanes, Una lección de vida, Te digo más…, Usted no me lo va a creer y El rey de la milonga.
Parresía por Elsa Kalish + Cuestión de principios por R. Fontanarrosa
(elinterpretador, número 32, diciembre 2007) (Dossier: No Temáis)
“Hoy todos somos gente del pasado
y la alucineta es que nadie
quiere volver a ser como antes, no!
Scaracanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un sony samurai”.
“Aunque por lo general estuvo solo, mantuvo de vez en cuando relaciones con otros hombres. Vivió en tiempos de agitación y desdicha. El país que lo vio nacer se inclinaba lenta pero inexorablemente hacia la zona económica de los países medio pobres; acechados a menudo por la miseria, los hombres de su generación se pasaron además la vida en medio de la soledad y la amargura. Los sentimientos de amor, ternura y fraternidad humana habían desaparecido en gran medida; en sus relaciones mutuas, sus contemporáneos casi siempre daban muestras de indiferencia e incluso de crueldad”
“Cursamos una petición de ayuda al FMI y al Banco Mundial -dijo Gitanas-. Ya que habían sido ellos quienes nos empujaron a privatizar, a lo mejor les interesaba el hecho de que nuestra privatizada nación se hubiera convertido en una tierra casi anárquica, de señores de la guerra que son unos delincuentes, de agricultores a nivel de subsistencia. Pero se da la desgraciada circunstancia de que el FMI va atendiendo las quejas de sus clientes arruinados según el tamaño de sus respectivos PBI. Lituania ocupaba el número veintiséis de la lista, el lunes pasado. Ahora estamos en el veintiocho. Nos acaba de pasar Paraguay.”
“en tiempos donde nadie escucha a nadie
en tiempos donde todos contra todos
en tiempos egoístas y mezquinos
en tiempos donde siempre estamos solos
habrá que declararse incompetente
en todas las materias de mercado
habrá que declararse un inocente
o habrá que ser abyecto y desalmado
yo ya no pertenezco a ningún istmo
me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a mí me puso en otro lado
tendré que hacer lo que es y no debido
tendré que hacer el bien y hacer el daño
no olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano”.
Es probable que los ´90 hayan sido una década infame, oscura, frívola, estúpida, criminal, siniestra. ¿Pero qué época no le es?.
Recuerdo haber leído en el ensayo Mal de ojo esta línea que llevo grabada en el disco rígido del barulo: “La historia es el nombre de un crimen”. ¿Acaso esta década que ha estrenado nuevo milenio y en la que me he hecho “adulta” es menos cruel que la de los ´90, o acaso la de los ´80 en la que me crié, fui a la escuela, tomé la leche y miré la tele, fue más amable?. Y si vamos más atrás en el tiempo, ¿los años ´20 y ´30 en que fueron escritas las Aguafuertes de Roberto Arlt y La Cabeza de Goliat de Martínez Estrada, o más atrás aún, los años del siglo XIX que van de las Ilusiones perdidas de Balzac al Facundo de Sarmiento y hasta llegar al Martín Fierro de Hernández, son acaso momentos de una historia más plena y feliz, menos absurda y desoladora que los ´90?. En fin, la historia, con o sin historia, con o sin progreso, con o sin dios, con o sin Menem, siempre ha sido y será triste, áspera, injusta, para los que no pertenecen a las minorías que gozan de la riqueza que producen la mayoría (¡y para hacer más desoladora la cuestión habría que recordar las palabras de ese gingle menemista que hablaba de “los chicos ricos que tienen tristeza”!). Ser pobre siempre es una cagada, eso quiero decir; y en todas las épocas siempre la mayoría es pobre, con lo cual, todas las épocas son una cagada.
Ya lo dijo el viejo Nietzsche: “sin esclavitud no hay cultura”; un buen ejemplo de esta dialéctica perversa que es la plataforma sobre la cual se asienta la vida cotidiana de este mundo relindo, es la muerte reciente por desnutrición y deshidratación de un grupo de indios, originarios de la selva chaqueña de El Impenetrable, por arte y gracia del milagro de la soja que ha devastado el hábitat del lugar y contaminado sus aguas, para producir una riqueza de millones y millones de dólares.
Lo cual no quiere decir que no haya momentos en la historia donde de forma colectiva se logre, con muchos sacrificios, conseguir repartir más equitativamente el peso que cargan los platillos de la balanza, o que no surjan individualidades que gusten de estar tirados en el pasto tomando sol y un día se les pare frente a ellos un Rey y no duden en decirle: “corréte, cabezón, no ves que me estas tapando el sol”.
En fin, lo que quiero decir, es que la historia no es otra cosa que la dominación de unos sobre otros, y en esa lucha por el poder, lo que hace muchas veces tan triste y desoladora la contienda, es no tanto la arbitrariedad del tirano como la voluntad de alcahuetería y traición del matungo para con sus compañeros de tropilla del bajo fondo donde el barro se subleva…
Los ´90, por múltiples razones, fueron años más proclives al gesto individual de un perro solitario ladrando en el desierto que a gestas colectivas. Quizá, si se quisiera ensayar un posible bosquejo que intentara merodear la pregunta: ¿cómo fue posible que los argentinos adoctrinaron su voluntad -de forma positiva o negativa, que para el caso es indistinto- tras las banderas del “menemato” y su líder, Menem?; quizá sería útil empezar por leer nuevamente el cuento de Jorge Luis Borges, Deutsches Requiem, para luego meditar serenamente la tragedia que plantea la alegoría borgeana sobre la oscura voluntad de representación del mundo soñada por Hitler y la nación alemana en relación con “El jefe”, “El otro” “Hacer la corte”, la “pizza con champagne”, la “revolución productiva”, la voladura del edificio de la AMIA y de la ciudad de Río Tercero, el osito Teddy, el desguace del erario público, el 1 a 1 (¡¡¡un peso un dólar¡¡¡), la economía de mercado como única razón de estado y a priori ineludible que gestiona la validez de toda posible lengua política audible y pregnante, con el alma de los argentinos de los años ´90; que como señalara el dramaturgo Ricardo Bartis, en una entrevista hecha por Enrique Symns en Cerdos & Peces: el gran drama de los ´90 (decía Bartis, según lo recuerda mi memoria) no era que Menem fuera un líder frívolo y corrupto sino que era un espejo que devolvía la fiel imagen de una sociedad profundamente frívola y corrupta en todos los ordenes de su vida cotidiana.
Pero hubo durante esos años, entre nosotros, un hombre, que al igual que Sócrates o Diógenes, supo llevar una vida ejemplar, de la cual nada sabríamos hoy, si un tercero no se hubiera tomado la molestia de recoger la estela que dejo tras de sí su vida filosófica. Así como nada sabemos de Sócrates sino a través de Platón, ni de Diógenes sino a través de Diógenes Laercio, tampoco nada sabemos del Viejo Castilla sino a través de Roberto Fontanarrosa.
Es verdad que a primera vista puede resultar para el lector distraído un gesto delirante colocar al Viejo Castilla -personaje un tanto gris que oscila entre el boludo atómico y el moralista ajado con una vida rutinaria de contornos un tanto patéticos y tristones- al lado del maraca de Sócrates y del geropa de Diógenes. ¿Pero acaso el Viejo Castilla no fue en los ´90 un parresiasta en toda la ley según se desprende del texto de Fontanarrosa y siguiendo las coordenadas del Michel Foucault que abreva en la antigüedad para pensar las relaciones harto dramáticas entre sujeto y verdad?. Etimológicamente, la parrhesía significa decir todo. El parresiasta, estoy glosando a Michel, dice lo que es verdad porque sabe que es verdad. Y sabe que es verdad porque es realmente verdad. El parresiasta no es solamente sincero y dice su opinión, sino que su opinión es realmente verdad. Se dice de alguien que usa la parrhesía sólo si hay un riesgo o peligro para él al decir la verdad. Cuando un filósofo se dirige él mismo a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es perturbadora y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad y, más que eso, también asume el riesgo (en tanto el tirano puede enojarse, puede castigarlo, puede exiliarlo, puede matarlo). El parresiasta es alguien que asume un riesgo. Hasta aquí algunas líneas glosadas de Foucault hablando de la parresía.
Pero claro que también se podría señalar que el texto de Fontanarrosa acerca del Viejo Castilla, el parresiasta, recoge el guante de una vieja pregunta que Pier Paolo Pasolini se formula en los años ´60 acerca de cómo ser un sujeto comprometido en un tiempo en el que el compromiso carece de sentido o, lo que es lo mismo, traiciona aquello por lo que alza su voz. Y sabemos que esta pregunta que desveló los itinerarios intelectuales de Pier Paolo Pasolini y Michel Foucault también fue una incógnita que atravesó de forma dramática a los ´90, frente a un menemismo primero y una alianza después -pero ya de forma degradada y grosera- que reciclaban todo gesto, todo acto refractario o disidente en su favor y que hoy, esa pregunta, sigue vigente, al menos para mí: ¿cómo ser un sujeto que se compromete a poner en acto un discurso de verdad sin desdecirlo ni hacerle perder su peligroso filo al ponerlo en circulación?.
Y ahora agotadas ya todas las paparruchadas y balbuceos que me propuse desplegar y considerando que la pluma de Fontanarrosa es de una claridad expositiva notable, prefiero dejar al lector en la intimidad del texto original y no glosar y repetir lo que ya este artista ha expresado de forma insuperable. Pero no quisiera retirarme sin antes apuntar que el texto que van a leer a continuación retoma en los noventa un viejo tema de la filosofía y la tragedia griega, y de la obra de Sófocles en particular, que no es otro que el de la ética, para cuyo tratamiento Fontanarrosa no renuncia a pensar a este pesado blasón de la filosofía con la “gracia” del humor desenfadado e irónico del viejo Macedonio Fernández y con el tono cachador embebido de cinismo canalla de ciertos trazos de la pluma de Roberto Arlt.
Y cuando ya me retiraba silbando bajito, me doy cuenta que debo dar media vuelta, volver, y garrapatear unos últimos apuntes. El texto de Fontanarrosa sobre el Viejo Castilla, el parresiasta, fue escrito en los ´90 y publicado en 1998 por Ediciones de la Flor. Si uno presta debida atención al texto y sus voces, podrá notar que hay una serie de marcas (palabras, personajes y lugares) que si bien por sí solas no explican nada, sin embargo, forman parte de cierto sentido común y a priori, que sería como el suelo común que define las condiciones de posibilidad en una cultura y en un momento dados, en este caso, los años 90 en la Argentina. Así la discusión por el valor de una revista (meollo del drama) entre el gerente Silva y el empleado Castilla se dirime en dólares y no en pesos -años del 1 a 1, un peso un dólar- y de ahí que cuando Silva le ofrezca 5.000 dólares por la revista al Viejo Castilla, éste cometerá un equívoco notable al rechazar la suma llamándola “dinero moneda nacional”, y en ese equívoco, que confunde dólares por dinero moneda nacional, se puede atisbar la fisura de los desvaríos de una política económica que “gestionó” la marcha de un país famélico del tercer mundo soñándolo como si fuera uno del primer mundo. O cuando el Viejo Castilla acuda en procura de consejo a su viejo amigo Abodenky, “un líder de la zurda, un militante comunista de los más bravos” de los ´70, con el que discutía sobre “el papel de las masas, sobre el riesgo de sus errores y lo discutible de su infalibilidad histórica” y ahora trabaja como abogado de multinacionales y le confiesa “trato de no convertirme en un terrible hijo de puta…por los pibes, más que nada te digo…”; cómo no escuchar aquí el drama de una generación que termino arribando al poder en la época de Menem y que hoy con el kirchnerismo sigue sumando cuadros.
Y también, por qué no se podría acá escuchar en sordina el debate que se daría patéticamente años después, en torno a la carta de Oscar del Barco y la responsabilidad de esa generación de asumir la parte que le corresponde de la sangre inútilmente derramada de entonces; y en el fracaso de ese debate cómo no oír en las argumentaciones con que se rebatió a la carta de del Barco estas palabras de Abodenky: “trato de no convertirme en un terrible hijo de puta…por los pibes, más que nada te digo…”. O que la acción transcurra en una “empresa” en la que “por estas cosas de los nuevos mercados” y “la globalización” desembarca en ella un “yuppie” con todo un equipo de “colaboradores” para hacerla más “competitiva” y “eficaz” armando una “revolución” que hecha “gente a la mierda”; y cómo no ver acá la suerte que corrió la Argentina de los años 90. O cuando Castilla y Silva discutan acerca del valor de la revista, el primero planteará la cuestión como un “problema” y el segundo le retrucará que no es tal, sino una “transacción comercial” y esta manera de pensar todo conflicto -económico, político, social y cultural- como transacción económica fue la medida estándar con la que se midió -y se mide-toda fortuna y desgracia del país.
También, en estos apuntes apurados y desprolijos, se debería apuntar que hay un hilo invisible que enhebra toda la trama del texto, ese hilo invisible es la palabra corrupción; y si bien, la corrupción es una figura tan vieja como la prostituta o la madre, en los ´90 la corrupción pasa a ocupar un lugar estelar, a ser el centro de la escena con sus plumas, lentejuelas, conchero, afeites, cámaras ocultas y periodismo de investigación, a ser la horma que da forma a todo pensar cotidiano de esos años, a ser lo que constituye el máximo brillo y opacidad de un discurso que obsesivamente va a problematizarla como su objeto más productivo y lujoso. Pero quizás lo más significativo sea la voz del narrador del texto, una voz sin nombre, que cuenta lo que relata desde el llano de un sentido común que no se decide jamás entre el inescrupuloso yuppie Silva o el parresiasta Castilla, que se mofa de la suerte del “prepotente” ganador Silva y de la oportunidad que rechaza parresiásticamente el moralista y “pelotudo” Castilla; es decir, esa voz anónima que relata lo que escuchamos en el texto es la voz del sentido común de una época y un tiempo preciso, los ´90, en que la sombra terrible de Menem era, a la vez, cara y cruz, cayera del lado que cayera la moneda, de los deseos, angustias y fantasmas de la imaginación de los argentinos, que despreciaba por corrupto y hacedor de todos los males de la Nación a Carlos Menem y secretamente soñaba afiebrada con ser él paseando, previo paso por los avisperos de las avispas que guardan el secreto de la juventud eterna, por una ruta a 250 km por hora al volante de una Ferrari roja mientras una rubia tetona le tira la goma.
Elsa Kalish
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Roberto Fontanarrosa
Cuestión de principios
¿Te conté la del viejo Castilla?. La del viejo Castilla es mundial. Es la prueba de lo que se puede comprometer un tipo por hablar al pedo, ¿viste?. Por darse manija con las palabras y después no poder volver atrás. A mí siempre me pareció un viejo pelotudo, eso te lo aclaro desde el vamos, aunque al final, no sé, creo que medio que se reivindica el viejo, pero de todas maneras siempre fue bastante pelotudo. Un formal, ¿viste?, un tipo que estaba permanentemente tratando de demostrarte que él era un caballerito inglés, un tipo educado, un tipo que mantenía una diferencia muy notoria con el resto de la gente, de la gente como nosotros. Cordial, ¿no?. Siempre cordial. Demasiado. Meloso a veces. Muy cuidadoso en su vocabulario, casi te diría que a propósito. Mirá que en la empresa por ahí todos hablaban, cuando se reunían los empleados, por ejemplo a tomar café de una manera normal, lógica, cotidiana. Puteando, por ejemplo, cagándose de risa. Pero Castilla, no. Participaba, hacía algunos silencios reprobatorios ante las malas palabras y siempre mezquinaba las opiniones. Las quería hacer valer. Como si no pudiese rebajarse a intervenir demasiado en las charlas sobre pavadas, o como si se reservara el derecho a la conclusión final, a la moraleja. Un plomo, el pelotudo.
Decí que nosotros ya no le dábamos pelota. Hablábamos delante de él como si no estuviera. ¡Hacía tanto que uno lo conocía de la empresa!. Porque hacía como 20, 30 años… ¡qué sé yo los años que hacía que ese hombre trabajaba en la empresa!. Era ya parte del inventario. Te estoy hablando de un hombre que ahora tendrá cerca de 65 años más o menos. Y siempre muy atildado en el vestir, de traje y chaleco impecable, bigotito fino, cabello rizado algo escaso arriba y muy plateado sobre las sienes. Creo que se daba con la tintura el viejo. Porque era, es, un viejo coqueto. Y muy baboso. Siempre andaba rondando a las minitas, las secretarias. Haciéndose el que no les daba bola. Pero las trataba con mucha deferencia, les corría la silla para que se sentaran, les elogiaba el peinado, les comentaba la ropa.
Un galán a la antigua, digamos. Eso es lo que él, como estrategia yo pienso, quería explotar: su comportamiento a la antigua. El viejo se consideraba un reservorio de las viejas costumbres, un detalle de distinción. Pensaba que con eso hacía diferencia, que eso le daba un rasgo distinto y ganador.
Además, usaba palabras extrañas de vez en cuando, a propósito, antigüedades. “Cobijas”, decía, por ejemplo… “Botines” por zapatos, “Chansonnier” por cantor… Y no te creas que no impresionaba a algunas pibas cuando lo veían tan educado, tan fino… Las minas nos marcaban las diferencias con nosotros, que las tratábamos para la mierda a veces, o como a cualquier otro compañero de trabajo. “Un señor”, solían decir las chicas, cuando hablaban de él.
Aunque me parece que el viejo, muy cauto, nunca iba más allá de ese revoloteo.
No supe de ninguna oportunidad en que haya invitado a una de las pibas a tomar un café fuera de la empresa o que se haya tirado abiertamente con una. Hasta ahí nomás llegaba el viejo. Jugueteaba, le gustaba ese asunto seductor de mariposón veterano.
Con la única que mostraba la hilacha, te juro, era con la Inés, una potra ligerísima que laburaba en Administración. Esa mina siempre estuvo buenísima y además se iba con unas minifaldas por acá que te volvían loco. Para colmo, le daba calce al viejo. En joda nomás, de hija de puta, porque ella se lo caminaba al gerente y después al hijo del gerente.
Te estoy hablando de una mina de unos 34 años, que sabía lo que quería, muy agradable la mina. Y con ella sí, el viejo se moría.
Yo, que conocía el paño, lo miraba cuando él le hablaba o lo cazaba cuando ella andaba revoloteando por la oficina y él, desde su escritorio, la miraba.
Y se le caía la baba al viejo Castilla…
Y un día no va y por estas cosas de los nuevos mercados, la globalización, la computación y todo eso, aterriza en la empresa un nuevo capo. Un nuevo capo con toda una banda de colaboradores nuevos. Como se acostumbra ahora, ¿viste?. Un pendejo.
Insoportable el pendejo, te estoy hablando de 30, 31 años, no más. Medio pintón el mocoso, o parecía pintón porque vos sabés que no hay nada que te arregle más la cara que una buena tarjeta de crédito. Engreído, prepotente, arrogante, con esa cosa yanqui de “pisa recio y escupe lejos”. De la raza de los winners, de los ganadores, de los yuppies y toda esa mierda.
Entrador, por otra parte, cuando quería, simpático, fachero, deportista. Siempre tostado el tipo, Silva se llamaba, de andar en el río, en el mar, de ir a esquiar, de jugar paddle y todas esas boludeces. No le faltaba nada al pendejo. Y su segundo, su mano derecha, otro como él. Algo más grande tal vez, 34, 35, Pérez Centurión, licenciado en marketing, en merchandising y esos inventos.
Las minas, locas con los dos, pero especialmente con el Silva, el presidente. La Inés, por ejemplo, lo marcó de arranque nomás, porque de largada ya estaba la Inés en las gateras. Sin embargo, te diré que el pendejo no comía vidrio -no se llega hasta esos puestos comiendo vidrio- y tampoco era un viva la pepa en su comportamiento profesional. Estos pendejos están adiestrados para competir y para ser eficientes.
Entonces en la empresa mucho no jodía. Te diría que todo lo contrario. Apuntaba más que nada a la eficiencia y al laburo. Armó una revolución en la empresa, echó gente a la mierda, sacó tipos de aquí y los metió en otra parte, modificó secciones, y al viejo Castilla lo dejó donde estaba, ni lo tocó, como si fuera un mueble que no necesita modificaciones. Tampoco lo ascendió, pero no le pegó una patada en el culo. De todas maneras te digo que el viejo era muy eficiente en lo suyo, muy cuidadoso, muy meticuloso.
-Yo duermo muy bien por las noches, Juan Alberto; le contaba uno de esos días a su cuñado por teléfono el viejo, explicando las modificaciones de la empresa. -Vos no sabés lo bien que yo duermo a la noche. Como un bebé, como un bebé…
y Sarita, la mujer del viejo, meneaba la cabeza de un lado para otro, sin intervenir en la conversación, mientras planchaba.
-Yo nunca le he pisado la cabeza a nadie para subir, ¿me entendés?. Nunca. Por eso duermo tranquilo. Tengo la conciencia muy limpia.
-¿Subir? ¿A dónde subir?; preguntó Sarita, amarga, apenas Castilla cortó la comunicación. -Tenés casi 40 años en la empresa y seguís en un puesto de porquería… ¿Qué “subir”?.
-No seas injusta, Sara… Vos sabés que es un buen puesto. Gano bien, me respetan…
-¿Te respetan?. ¿Así te respetan?. Hace como cinco años que no te ascienden…
-No seas injusta -Castilla exageraba su herida-. ¿Y dónde pensabas que podía llegar en esta empresa?. ¿A gerente general?.
-Mirá, Miranda…
-Miranda… -Castilla meneó la cabeza, con una sonrisa triste-. Miranda…
-Sí, mirá a Miranda… Entró después que vos y gana más que el doble de lo que vos ganás…
-No es más que el doble, no es más que el doble…
-En menos tiempo…
-Oíme, Sara… -Castilla se mordió los labios, como dudando en revelar un secreto de Estado-, yo sé bien cómo ascendió Miranda…
-¿Qué?. ¿Cómo ascendió Miranda?. ¿Qué hizo Miranda?.
-Yo sé muy bien cómo ascendió Miranda… Hay muchas formas de ascender en una empresa, Sarita… Yo no sé si Miranda duerme tan tranquilo como yo…
-Ah, claro… -Sarita golpeó más de lo necesario con la plancha sobre la tabla-. Ya sabía yo… Todos los que consiguen cosas, todos a los que les va bien, son unos deshonestos, son unos sinvergüenzas, son unos ladrones… El único honesto acá sos vos…
Castilla giró sobre sus talones, arreglándose el cuello impecable de la camisa -permanecía con corbata hasta en la casa- volvió a resoplar, como si estuviese recurriendo a los últimos vestigios de su infinita paciencia.
-Hay muchas maneras de trepar, Sarita, muchas maneras…
-Y bueno, contáme -desafió Sara-. A ver, contáme, cómo hizo para trepar Miranda…
-No te puedo contar -frunció la cara, Castilla-. No te puedo contar, es muy complejo…
-Claro, yo soy una burra que no entiende nada. A mí no me podés contar nada porque no entiendo -Sara no levantaba la vista de la tabla-. Lo único que sé es que Miranda está en el puesto en el que vos deberías estar desde hace mucho… Y que todos los que llegan a algo son delincuentes…
Para colmo, te cuento, el viejo Castilla había recrudecido con ese argumento desde el momento en que llegó el pendejo de jefe. Acostumbrado a una empresa más tradicionalista, eso lo puso loco. Y lo comentó en la mesa del almuerzo con su familia: Sarita, y Rolo, su pibe, porque la pendeja ya se había pirado un par de años atrás.
-Cualquier mocoso petulante se cree con derecho de llevarte por delante, Sarita -había dicho-. Tendrías que ver a este muchacho, su altanería, su soberbia, su desparpajo… Yo no me explico cómo pueden estos muchachos acceder a puestos de tanta importancia…
-Será capaz, Adalberto -cortaba Sara-. Será capaz… Muy simple…
Castilla chasqueaba los labios, despectivo.
-Capaz de cualquier cosa. De eso es capaz… Auto importado, teléfono celular…
-¿Y eso qué tiene de malo?; terció Rolito, el hijo de Castilla, que no tenía más de 16 años, tomando partido junto a su madre.
-Atropellan a todo el mundo -Castilla desestimó la pregunta de su hijo-. Piensan que no tienen nada que aprender…
-Pero llegaron, Adalberto. Llegaron. Y el día de mañana le darán un buen pasar a su familia; dijo Sarita.
Castilla sonrió tristemente.
-Tal vez sea yo el equivocado -dijo, dramático-. Tal vez sea yo…
Y la cosa se armó una tarde de una forma en que no se puede creer. No me preguntés cómo conozco yo algunos detalles, pero vos sabés que en esas empresas, a la corta o a la larga, uno se entera de todo.
Hasta ese momento, este pendejo Silva no le había dado ni cinco de pelota a Castilla. Salvo saludos muy formales, casi ni le había hablado. Tampoco era que lo ignoraba, sino que más bien estaba haciendo otros estudios de la empresa y no había tocado la parte de Castilla.
Pero esa tarde lo llama a su despacho, en el último piso del edificio para que le lleve unos papeles. Y Castilla va y descubre una cosa, mirá qué rasgo curioso en un pendejo como este Silva con su perfil de eficientista pragmático.
Primero Castilla comprueba que este pibe había cambiado casi todo el mobiliario de su oficina. A la mierda con los viejos muebles, con las cortinas, con las bibliotecas. Todo nuevo, supermoderno, amplios ventanales, moqueta de punta a punta, sillones giratorios, computadoras. Y segundo, que en el estante de una de las nuevas bibliotecas había una colección de revistas muy viejas, la revista “Tertulias”, una revista casi desconocida del año del pedo. Estaban ahí y no tenían un carajo que ver con nada.
Silva, el pendejo, yo creo que a propósito para molestar a Castilla, para escandalizarlo, en ese momento estaba hablando con su segundo, con Pérez Centurión, de minas, medio en clave, como intentando ser prudentes.
-¿Y cómo terminaste anoche?; preguntó Pérez Centurión, haciendo caso omiso de Castilla que acomodaba los papeles de la carpeta que debía presentar.
-¿Anoche?
-Con la Dalmita.
-¿Con la Dalmita? -Silva apretó una sonrisa-. Bien… Muy bien… Pero me acosté temprano…
-Buena piba…
-Me dijo que la amiga te iba a llamar cuando volviera de Punta del Este…
-¿La amiga?.
Fue cuando Castilla carraspeó indicando que ya tenía todo preparado. Silva tomó la carpeta, le pegó una hojeada y musitó un par de “Muy bien, muy bien”, complacido. Entonces el viejo, alentado y agrandado por la aprobación del jefe, preguntó, muy puntilloso, muy medido, por lo de las revistas antiguas.
-Las colecciono, señor Castilla; exclamó, ufano y casi simpático, Silva.
Castilla enarcó las cejas. Nunca hubiese pensado que ese muchacho al que uno podía relacionar más que nada con los estudios del mercado, el análisis sobre gestiones de empresa, las vinchas para playa en colores flúo, las tablas de surf y los amaneceres en Pinamar, podía dedicarse a coleccionar revistas viejas.
-Por mucho tiempo coleccioné pisapapeles también -siguió Silva-. Pero me cansé pronto. Y me entusiasmé con las revistas. Aunque no tengo mucho tiempo para dedicarles. Tampoco tuve mucha suerte con esta colección…
-¿Por qué?; preguntó Castilla, asombrado de haber detectado un rasgo noble en el muchacho.
-Me falta un número, Castilla. Aunque usted no lo crea, me falta un número y no lo consigo.
-¿Un número te falta?; se rió Pérez Centurión, sentado a la mesa de directorio.
-¿Podés creer?. ¡Un número!.
-¿Probó en las librerías de viejo?; preguntó Castilla. Silva se encogió de hombros como desestimando una pregunta de tamaña boludez.
-Entiendo que le parecerá una obviedad mi pregunta -admitió Castilla-. Pero es que yo he visto números de esa revista tiempo atrás en librerías… Y es más, yo tengo algunos ejemplares, muy pocos…
-En librerías no hay -fue drástico Silva-. Pero es muy interesante lo que usted me dice de los ejemplares que tiene…
-Conservo uno -dijo Castilla- de manera muy especial, porque en uno de sus artículos, le estoy hablando del año ´33, ´34, hay una nota donde aparece mi padre. En la visita del príncipe Humberto de Saboya a Rosario, que vino al Jockey. Y allí aparece mi padre.
-¿Y es el único número que tiene?.
-No… Debo tener tres o cuatro guardados en algún cajón del ropero…
-¿Por qué no me averigua, Castilla?. El número que a mí me falta es el 148. El 148, recuerde…
Pérez Centurión, con presteza, anotó el número en un papelito autoadhesivo y se lo entregó a Castilla. Castilla aprobó un par de veces con la cabeza y se retiró.
Y mirá cómo son las cosas, ya te irás imaginando lo que ocurrió. Castilla va a su casa, esa tarde busca en los estantes altos del ropero y encuentra las revistas. Dos o tres números de “Tertulias” medio hechos mierda, amarillos ya, llenos de tierra, dentro de un sobre, a los que no miraba ni de casualidad desde hacía más de treinta años. Y comprueba, por supuesto, que la revista en que aparecía la foto de su padre, era la número 148, cosas del destino, aunque uno no crea.
Y te digo más. Lo que aparecía de su padre no era ni un artículo, ni una foto de su padre solo, ni nada que se le pareciera. Era una foto de conjunto, con casi más de 35 personas, borrosa, donde su padre aparecía entre ese montón de lameculos rodeando al príncipe Humberto, apretujándose para aparecer en la imagen.
El padre de Castilla era uno más entre todos esos obsecuentes de sombrero y corbatita que rodeaban al monarca. Sin duda de ahí le venía también al viejo Castilla esa reverencia por las monarquías, por los escudos de armas, por la prosapia de la familia y todas esas pelotudeces que él solía contar en la empresa. “León rampante escarlata sobre campo gualda”, solía describir el escudo de sus abuelos, remarcando que uno de ellos había sido Marqués de las Octavillas en el año del pedo.
Lo cierto es que el viejo Castilla se guardó la información de que tenía esa revista. Ni a su mujer le dijo. Pero andaba sonriéndose por los rincones convencido de que había conseguido un arma capaz de darle un poder insospechado. Al día siguiente, el pendejo Silva lo llama de nuevo para pedirle otros papeles. Cuando sube, en el último piso estaba reunida toda la plana mayor de la empresa, como quince figurones de todo tipo y calaña, discutiendo algo importante. Silva se hace un momento para estudiar los informes de Castilla y cuando Castilla ya se estaba por ir, desde la mesa de directorio lo para.
-Señor Castilla -llamó, ante el silencio de todos los demás. Castilla se detuvo junto a la puerta-. ¿Me averiguó lo que le pedí sobre la revista?.
-Vea lo que son las casualidades -paladeó Castilla, muy orondo, desde la salida-. Efectivamente, el número que yo tengo, donde aparece mi padre, es el que usted está buscando, el 148.
Silva enarboló una sonrisa de chico bueno.
-Fantástico lo suyo, Castilla, fantástico -exclamó-. Después hablaremos del asunto -se rió, pícaro-. Supongo que no tendrá inconvenientes en vendérmela en este caso… Puedo pagarla muy bien… Usted puede fotocopiarla de punta a punta en todo caso, hoy por hoy la fotocopia láser permite reproducir una publicación como si fuera la original…
Castilla, la mano apoyada sobre la puerta abierta, comprendió que ése era el momento que había estado esperando toda la vida. mantuvo la respuesta en suspenso, dejando que la ansiedad creciera en el silencio de los presentes que seguían la conversación con una mezcla de interés e ignorancia.
-Señor Silva -deletreó Castilla- usted sabrá perdonarme… Pero esa revista tiene para mí un enorme valor de tipo espiritual… Y no todo se puede comprar con dinero… Con permiso -y cerró la puerta lenta, dramáticamente, sin un solo ruido-.
Al día siguiente el pelotudo del viejo Castilla, porque te digo que era un pelotudo, festejaba su cumpleaños en su casa, en el departamento que tenía por España y Montevideo. Reunió a casi toda la familia o al menos a aquellos que le tenían una especie de admiración, que consideraban que la suya era palabra santa y que lo ubicaban entre los grandes sabios contemporáneos porque el viejo hablaba bien y tenía modales para comer. No estaba Susana, la hija, porque esa pendeja ya se había roto las pelotas de un modo inconmensurable años atrás con el viejo y se había ido con un pendejo a vivir al Sur o por esa zona. Pero todos los demás estaban. Comieron, chuparon, charlaron y sobre el final de la cena el viejo pidió atención.
-Silencio, silencio que va a hablar Adalberto; exigió, pegando con la palma de su mano la tía Magda, que siempre había sido una chupamedias del viejo.
-Callados, che -acordó Sarita-. Un poquito de silencio…
-Ayer me llama nuestro nuevo gerente general…; empezó a decir el viejo, solemne, con una sonrisa pícara, para detenerse de inmediato al escuchar cuchicheos. Tía Magda se inclinó sobre Cachito que insistía en seguir conversando con su primo y, enérgica, le ordenó algo en voz baja, zamarreándolo por un brazo. Cachito se calló.
-Escuchá, Ernesto -requirió Adalberto, creando más expectativa-. Escuchá, Tolo, que esto es bueno…
Tolo, cuñado de Castilla, acepto el pedido con una sonrisa ancha y burlona. Era al único que siempre le rompía las bolas el constante señorío de Castilla, y el único que luego, en su casa, despotricaba contra el viejo con frases tales como: “Pero por qué no se va a hacer lavar un poco el culo”. Aceptaba no obstante las invitaciones al departamento de España y Montevideo, porque de tanto en tanto debía recurrir a la ayuda de su hermana Sara ya que él no llevaba una vida “ordenada” como postulaba el viejo.
-Escuchá, Tolo… -insistió el viejo-.Ayer me llama este muchachito Silva, el nuevo jefe…
-No me habías contado nada…; frunció el ceño Sarita, simulando una sonrisa. Y a medida que el viejo contaba el episodio en el directorio de la empresa su rostro comenzaba a tomar un tinte ceniza.
-Y ahí yo le dije… ahí yo le dije… -lentificó el relato, deleitado, Castilla- desde la puerta nomás y frente al silencio de todos los que estaban en la sala… le dije: “Perdonemé, señor Silva, pero esa revista tiene un gran valor espiritual par mí… Y hay cosas que no se compran con dinero”… Y me fui…
Se hizo un silencio. Sarita estaba violeta. Tía Magda, la chupamedias, enseguida dijo, pegando con el puño sobre la mesa, “¡Tomá!”.
-Se lo dije… repitió Castilla, altivo.
-¡Qué lección de vida!; graznó tía Isabel.
-“Esa revista tiene un gran valor espiritual para mí… -casi deletreó, de nuevo, el viejo-. Y hay cosas que no se compran con dinero”.
-¡Pero por supuesto! -chilló Magda-. ¡Estos jovencitos se piensan que se pueden llevar todo por delante, es increíble la prepotencia que tienen!.
-Creen que todo se puede comprar con dinero, Isabel, ése es el problema; acotó Laura. Tolo no dijo nada. Sólo miraba a Sarita quien, una mano sobre la boca, estaba verde.
Esa noche por supuesto, cuando se fueron los invitados, se armó el quilombo. Sarita le reprochó airadamente lo que había hecho, lo calificó de irresponsable, le preguntó quién se creía que era, le consultó dónde iba a ir él a buscar trabajo cuando su patrón le pegara una buena patada en el culo y de dónde iba a sacar la plata para pagar el viaje que Rolito iba a hacer con el equipo de rugby a Nueva Zelandia.
-No hablamos de dinero, Sarita -contestó Castilla ya desde la cama, molesto-. Estamos hablando de principios, que son cosas muy diferentes… ¡De principios!.
Pero Sarita ya no le contestó. Lloraba sofocadamente en el baño.
A otro al que no le había caído para nada bien la cosa fue lógicamente a Silva. Para colmo, Pérez Centurión, medio en joda medio en serio, lo empuaba en los descansos de sus partidas de paddle.
-¿Qué más querés, boludo? -le dijo, tomando un Gatorade y secándose la frente con su muñequera de toalla-. Arriba de que tenés un tipo insobornable, justo en un puesto donde tiene que defender el dinero de la empresa… te quejás…
-¿Insobornable? -osciló la cabeza Silva-. Lo que quiere ese hijo de puta es sacarme guita… Eso es lo que quiere…
-Por ahí no, por ahí no… Por ahí es un tipo de principios muy fuertes… No le importa la guita…
-Es un hijo de puta, Manuel… Yo los conozco a estos tipos, yo los conozco…
-¿Y qué vas a hacer?.
Silva se puso de pie y se pegó dos o tres veces con la paletita sobre el muslo transpirado.
-Ya vas a ver lo que voy a hacer… Todo hombre tiene su precio, acordáte…
-¿Lo vas a echar?.
Silva miró a su amigo con conmiseración.
-Sería muy fácil; dijo. Y siguieron jugando.
Al día siguiente, Silva le pidió de nuevo a Castilla que subiera al directorio. Y ahí, sin dilaciones pero siempre dentro de un marco muy cordial, le ofreció 5.000 dólares por la revista. Castilla, sentado frente a él, se quedó mirándolo. Disfrutaba el momento. Esa cifra era bastante más de lo que ganaba en todo un mes.
-Señor Silva -comenzó a hablar, convencido de que estaba iniciando una cruzada de moralización- creo que provenimos de culturas diferentes, de educaciones diferentes. Yo no digo que la mía sea mejor que la suya o viceversa. Pero son nítidamente diferentes. Y en la cultura de la cual yo provengo se privilegiaban otros valores: la lealtad, la honestidad, el esfuerzo, la amistad, el sentido solidario. Habrá advertido usted, señor Silva, que en ningún momento he hablado de dinero. El recuerdo de mi padre no se mide en dinero moneda nacional, señor Silva. Es todo lo que puedo decirle.
Silva, echado poco elegantemente sobre su sillón, siguió jugueteando con su rompecabezas plástico de intrincado diseño, la vista perdida en un punto abstracto. Aprobó luego con la cabeza. Se puso de pie y extendió la mano de Castilla.
-Le agradezco, señor Castilla -dijo, ya animado-. Sinceramente le juro que admiro a personas como usted, que pueden estar apartados del tema económico…
-No crea que yo no tengo mis problemas, señor Silva; se puso de pie, radiante, Castilla.
-Me imagino, me imagino. Lo que hace más encomiable su actitud.
Castilla se marchó, erguido como De Gaulle. Silva se volvió a sentar, rumió una puteada y le dijo a Pérez Centurión.
-Dame el número de teléfono de la casa de este tipo.
Para colmo -ya te he dicho que todas las cosas se saben en la empresa- la noticia de este asunto, al día siguiente, ya la conocía todo el mundo. Había trascendido lo de la primera reunión, lo de la revista, la negativa de Castilla, la actitud firme de Castilla, la insistencia de Silva, el rebote repetido de Silva. Hubo empleados, yo entre otros, que nos acercamos a Castilla para felicitarlo, discretamente, sin levantar tampoco demasiado la perdiz. Y las minas se le fueron encima. Hasta Inés, que se sabía positivamente que se encamaba con el Silva, se acercó para felicitarlo. Castilla estaba radiante, pese a que mantenía un entripado con ella desde que se había enterado de su fato con el gerente. Celos, más que nada, seguramente. De todos modos, Castilla adoptó un perfil bajo. “Hice simplemente lo que mi ética y mi moral me dictaban”, decía, bajando la vista, no sólo para fingir humildad sino también porque no quería seguramente montar tal circo que hiciera que el patrón lo echara a la mierda por bocón y farolero. De cualquier forma, se encargó muy bien de decir en las ruedas de café y descanso que algún freno había que poner a todos aquellos que pensaban que cualquier cosa, hasta lo más sagrado, se podía comprar.
Al día siguiente llega a la casa y la Sarita lo estaba esperando.
-Llamó tu jefe; lo abarajó. Castilla se quedó tieso, aflojándose un poco la corbata. Se había cuidado muy bien de contar los últimos episodios a su esposa, especialmente el del ofrecimiento de 5.000 dólares por la revista.
-Me contó todo; siguió Sarita. Rolito, el rugbier, estaba sentado a la mesa escuchando.
-Te dijo lo del dinero -dijo Castilla-. Te habrás dado cuenta el tipo de tipo que es… Un inescrupuloso que…
-Me pareció muy bien el muchacho -cortó Sarita-. Muy bien. Muy educado. Dijo que se dirigía a mí porque tal vez yo fuese más razonable…
-Esto ya supera los límites -se sulfuró Castilla-. Ese tipo se está extralimitando… es un imprudente y voy a tener que hablar con él nuevamente… no tiene por qué hablar a esta casa y…
-Papá… -fue a los bifes Rolito-. Por una revistita de mierda que ni siquiera sabías que la tenías…
-¿Cómo revistita de…? -aulló Castilla, perdiendo su compostura-. ¿Cómo dijiste?.
-¡Estuve mil veces a punto de tirarlas, Adalberto! -gritó Sarita-. Mil veces estuve a punto de tirar todas esas porquerías del ropero. No las tiré porque estaban junto a unas recetas de cocina… ¡no me vengas a decir ahora que esa revista es muy importante para vos!.
-¡Fundamental! -rugió Castilla, el dedo índice al aire-. Fun-da-men-tal… está mi padre allí… y aunque así no lo fuera, aunque para mí no tuviese ya demasiada importancia esa revista, Sarita, ahora la cosa pasa por otro lado…
-¿Por qué lado?.
-Por el hecho en sí, por mis principios, por no permitir que un mocoso insolente e irresponsable se crea que me puede comprar con un puñado de dólares miserables…
-No tan miserables -se enojó Rolito-. Es la plata que estamos buscando para mi viaje.
-Y para la ropa que se tiene que comprar Rolito para viajar -secundó Sarita-. No va a viajar hecho un pordiosero ese chico…
Castilla giró un tanto la cara, se quedó mirando hacia un punto indeterminado y abatió sus hombros de la forma en que una vez viera hacerlo a Vittorio De Sica en “Pan, amor y fantasía”.
-Parece mentira… -musitó, como para sí-. Parece mentira… un chico de 17 años, al que uno supondría en la exacta edad de la pureza y la espiritualidad… está dispuesto a venderse por 5.000 dólares miserables, como un sirviente, como un fenicio, como un galeote…
-¿Cómo 5.000 dólares, Adalberto? -frunció el ceño, Sarita-. 10.000 dólares me dijo ese muchacho, 10.000.
-Diez mil dólares le dijo el tipo, papá; repitió Rolito. Y Castilla sintió que la tierra se abría bajo sus pies.
Al día siguiente, fue Castilla el que llamó a Silva pidiendo visitarlo en su despacho. Castilla entró con paso vacilante. Había perdido su antigua arrogancia, pero la reemplazaba por una militante resignación. La misma, imaginaba, que había lucido Juana de Arco frente a la pila de leños.
El viejo sabía que Silva inteligentemente había abierto otro frente atacando en la cabecera de playa familiar. Sabía, además, que Silva podía multiplicar la apuesta hasta límites difíciles de soportar. Y que su frente interno no resistiría tanto.
Pero el viejo, que te adelanté que era un pelotudo, había llevado las cosas demasiado lejos. Ya todo el mundo sabía de su postura desafiante frente a los jefes, se había convertido en una suerte de Che Guevara frente al poder de la empresa y ahora, si hocicaba, si se rendía, su derrumbe sería vertical y definitivo.
-Me ha parecido realmente imprudente de su parte, señor Silva -dijo el viejo- que metiera a mi esposa en este problema…
-No es un problema, Castilla, es una transacción comercial.
-Para mí ya es un problema, señor Silva. Usted me ha enfrentado con mi mujer y mi hijo, en algo que no debería haber salido de este despacho…
-Hagamos una cosa, señor Castilla… vamos a ver… -lo cortó Silva, práctico-. Yo sé que todo esto ha trascendido en la empresa, todo este asunto con usted, su revista, mi colección y esas cosas… muy bien… usted, entonces, se ha convertido en una especie de paladín de las causas nobles, en alguien que puede, dentro de este mundo tan comercializado, marginarse de esas presiones y sostener sus principios a rajatabla. Y se ha convertido en eso con justicia, Castilla, créame…
Castilla lo miraba, tratando de adivinar a dónde quería ir.
-Pero usted es un principista, Castilla -siguió Silva- y yo soy un comerciante. Entonces, hagamos una cosa… hagamos una cosa… dejemos las cosas así. Esperemos que todo esto se apacigüe, que sus compañeros de trabajo se olviden del asunto, que dejen de hablar de estas pavadas… y dentro de un mes, dentro de dos meses, usted me vende la revista, en la más total de las privacidades. Nadie se entera. Usted mantiene el prestigio adquirido, yo me quedo con la revista y completo la colección. Y usted y su familia se hacen del dinero. Y todos contentos.
Castilla sentía un profundo dolor en la garganta. Pero empezó a negar lentamente con la cabeza. Recuperó su ánimo insuflado de un espíritu épico que lo enardecía.
-Hablamos idiomas diferentes, señor Silva. Y en la familia de los Castilla hemos sido siempre hombres de una sola palabra; se puso de pie. Seguramente Castilla pensaba que en ese momento, su cuerpo íntegro resplandecía, como los de los antiguos mártires religiosos.
Silva comprimió las mandíbulas.
-Un momento, Castilla, un momento… tal vez a usted no le importe el dinero. Pero pueden importarle otras cosas…
Silva miró a Pérez Centurión, testigo privilegiado como siempre de los acontecimientos. Castilla miraba a Silva.
-¿Hace mucho que usted no viaja a Buenos Aires, Castilla?; preguntó Silva.
Castilla se desinfló en una sonrisa irónica, no podía creer que Silva lo corriera con eso.
-Bastante; admitió.
-¿Qué le parecería si la empresa lo manda una semanita a Buenos Aires, Castilla, todo pago por supuesto, a un hotel cinco estrellas…
Castilla sacó hacia delante su mentón, cada vez más sarcástico, abismado, tal vez, por la ramplonería de su adversario.
-…acompañado por la señorita Inés, Castilla?. ¿Qué le parecería eso?.
El viejo sintió como un mazazo en la cabeza. Mil imágenes se le cruzaron inmediatamente frente a los ojos, de camas de agua, recepciones de hoteles lujosísimos, cenas con champán, alcobas con aire acondicionado y las piernas larguísimas de Inés.
-Me parece… -trató de sobreponerse- me parece una falta de respeto hacia la señorita Inés, señor Silva.
-De eso no se preocupe -dijo Silva-. Usted piénselo, ¿me entiende?. Piénselo. Imagínese cómo podría ser. Si le gusta. Si le parece bien…
-Me parece… me parece una bajeza, señor Silva -se atrevió a acusar, Castilla-. Lo mismo que el hecho de hablarle a mi señora a mi casa…
-Quédese tranquilo, Castilla -Silva se adelantó casi como para ponerle el brazo sobre el hombro, cínico-. Si hablo con su mujer no le comentaré lo del viaje a Buenos Aires…
Al viejo no le pasaba ni el aire por la garganta.
-Le pido -articuló, con dificultad- que no llame nunca más a mi mujer a mi casa.
-Por supuesto que no lo voy a hacer -prometió Silva-. ¿Pero qué hago si ella me llama?. Es su esposa la que quedó en llamarme…
El viejo no dijo más nada y se retiró del despacho. Para colmo, cuando salía, escuchó sonar el teléfono.
De ahí en más pienso que la cosa fue un calvario para ese pobre viejo pelotudo. Yo supongo que lo del viaje a Buenos Aires con esta mina, la Inés, lo debe haber tenido despierto más de una noche pero que lo descartó casi desde el arranque. No dejaba de ser un viejo pusilánime, hasta moralista te diría, con ese verso pomposo de la fidelidad matrimonial. Y, más que nada, con un cagazo cerval a que lo pescaran en una trampa y que todos dijeran: “Pero mirá en el renuncio que lo cazaron al señor Castilla”. Pero lo que le enquilombó definitivamente la cosa fue la siguiente ofensiva de Silva, decidido firmemente a demostrar al mundo y en especial a Pérez Centurión y sus esbirros del directorio, que todo tiene su precio, que todo se puede comprar y que un buen empresario no debe detenerse ante nada ni ante nadie. Cuando la Sarita lo llamó de nuevo -porque fue ella la que había quedado en llamarlo- Silva le ofertó, derecho viejo, 30.000 dólares. Creo que ya lo hacía no sólo por el desafío personal de confrontar su filosofía de vida con la de este viejo carcamán y ridículo, sino que lo tomaba como una inversión educativa para sus pares, que debían tomar en cuenta ese “caso testigo” como una enseñanza para ejecutivos. Sarita lo encaró a Castilla y lo hizo de goma.
-Es el futuro de tu hijo, -le puntualizó, tratando de mantener la calma- el viaje de tu hijo, los arreglos que le tenemos que hacer al departamento y hasta la posibilidad del auto…
Castilla se quedó en silencio, sentado frente a ella, mordisqueándose la piel interna de los labios
-¿Cuánto hace que no tenemos auto, Adalberto? -preguntó Sarita-. Desde que estábamos de novios, que vos tenías 23 años, yo creo. Desde esa época. Gladys y Ernesto tienen. Magda tiene. Y hasta el Tolo está por comprar uno.
Se hizo un silencio.
-¿Por qué no le decís que no… -preguntó Rolito, de pronto- y esperás hasta que te haga una oferta de 50.000?.
Castilla lo miró sin verlo, preguntándose a sí mismo cómo podía haber engendrado semejante monstruo.
-Si vos le decís que no a tu jefe… -continuó Sarita- porque acordate que es tu jefe, yo te juro que, primero… voy y quemo esa revista de mierda ahora mismo. Ahora mismo la quemo. Y después… -se apoyó el puño sobre los labios que le temblaban, al borde del llanto- te juro que agarro mis cosas y las cosas de Rolo y los dos nos vamos de esta casa… a cualquier lado nos vamos, a cualquier lado…
Castilla miró a su hijo. Rolito le mantuvo la mirada, decidido. El viejo se puso de pie.
-Es reconfortante saber -musitó- que siempre han querido tener un padre que fuera un ejemplo de integridad, de solvencia moral, de ética… es reconfortante…
-¿Qué tiene que ver esto con la ética, Adalberto? -saltó Sarita-. ¡No hagas una pantomima de una revistita de mierda!. ¿De qué ética me estás hablando?.
Fue Castilla entonces el que se sentó vencido.
-¿Qué va a decir tu hermana? -preguntó-. ¿Magda, Ernesto… tu madre?.
-¡Nada tienen que decir, nada!. ¡No tienen por qué enterarse de nada!. ¿O te creés que todo el mundo está preocupado por esa revista de porquería, Adalberto?. ¿Qué van a decir, eh, qué van a decir?. “Adalberto le regaló esa revista a su jefe”, van a decir, eso van a decir, “Cambió de opinión y le regaló esa revista a su jefe”…
-Es que no se la regalo… No es un regalo…
-Se van a alegrar, después de todo, cuando vean que tenemos auto, que Rolo se va de viaje, que por fin nos va bien…
Castilla miraba hacia el infinito.
-También se la podría regalar… reflexionó, mustio.
-Te mato; dijo Sarita.
-Ni en pedo; saltó su hijo.
-Me voy de casa, Adalberto, sabélo -le recordó Sarita-. Nos vamos con tu hijo… y Castilla se quedó callado.
Yo pienso que ahí el viejo decidió entregar el rosquete. Se dio cuenta de que sus desplantes, sus bravatas, sus compadradas, ya no daban para más. Había ido demasiado lejos. Fue al ropero, sacó la revista y la puso sobre la mesa. La hojeó, repasó la foto donde aparecía -uno en la multitud- su padre y suspiró hondo. Y fue en ese momento cuando llamó la hija. Después de no haberle hablado durante más de tres años, Susana, la hija que se le había pirado al sur con un artesano, apareció de vuelta. Le dijo por teléfono que estaba de paso por Rosario y que quería verlo un momento. Averiado, frágil, tremulento, el viejo aceptó la propuesta. Él mismo la había echado prácticamente a la piba, cuando ella se negó a estudiar medicina insistiendo en aprender teatro; allí, para colmo, había conocido a un flaco con apariencia de miserable que hacía figuritas con alambre y tocaba la viola.
El viejo se encontró esa misma tarde con Susana en un café del centro y estuvieron hablando largo rato. Y Susana lo emocionó. Le dijo que se había enterado de todo el quilombo por la revista. Que estaba orgullosa de tener un viejo como él, que él era un bastión de la moralidad y el espiritualismo contra toda la mierda comercial y materialista del sistema que había convertido a América Latina en una sociedad careta. El viejo casi se larga a llorar. Y cuando la Susanita le dijo adiós, porque iba a encontrarse con el flaco melenudo para volverse a San Martín de los Andes, lo dejó al pobre viejo con tal quilombo en la sabiola que él decidió consultar con su amigo Abodenky.
¿Quién es Abobenky, dirás vos?. Bueno, Pedro Abodenky es un viejo pelado, de barba, abogado, que había hecho toda la secundaria con Castilla.
Y por aquel entonces, Abodenky era un líder de la zurda, un militante comunista de los más bravos, un agitador. El viejo siempre lo admiró en silencio al Abodenky. Sin admitirlo, porque el viejo andaba en otra cosa, en el individualismo, en el surrealismo, hablando de Breton, Apollinaire, Braque y esas pelotudeces. Pero lo admiraba al Abodenky por su pasión, por los huevos que este tipo tenía, por la pureza de sus ideas y por la bola que le daban las pendejas a este referente de la zurda.
El viejo no militaba, pero de tanto en tanto charlaba largamente con Abodenky, discutiendo a veces sobre el papel de las masas, sobre el riesgo de sus errores y lo discutible de su infalibilidad histórica.
Durante años no supo más nada de él. Es más, pensó que había sido boleta, que lo habían hecho cagar los milicos porque nadie sabía acercarle noticias de su amigo. Pero al fin reapareció. El viejo lo encontró un día caminando por la calle Córdoba. Había vivido una punta de años refugiado en Holanda. Y con la democracia se había vuelto. Le dejó un teléfono a Castilla, casi como una formalidad tonta, por si acaso, por si necesitaba algo. Y Castilla, en medio del quilombo que le había armado la hija en el balero, lo llamó. Quería pedirle una opinión, un consejo, en ese momento en el que su estructura moral y su ética vacilaban.
-¡Pero dale esa revista, Adalberto! -se echó hacia atrás, como escandalizado, Abodenky-. Dale esa revista y que se deje de hinchar las pelotas.
-Es que… no sé… yo suponía que vos…
-Oíme, Adalberto, oíme… no te pongás en una posición principista pelotuda -bajó la voz, comprensivo-. Este tipo te está presionando, está tocando lo que para vos es lo más sagrado, tu familia. Te está originando un conflicto con tu mujer y tu hijo. Te está cagando la vida. Puede multiplicar la apuesta tres o cuatro veces más hasta quebrarte… y estamos hablando de una revista chota, Adalberto…
-No se trata de una revista, Pedro. Yo pensé que vos entenderías la lucha de principios y de filosofías de vida que se están planteando en este asunto…
-Adalberto… Adalberto… esto no es como las películas de James Bond, donde se juega el destino de la humanidad. Yo comprendo perfectamente lo que me querés decir… han muerto y mueren miles y miles de personas por cosas más importantes en el mundo… vos estás haciendo una cosa supuestamente épica de un enfrentamiento, hasta te diría, generacional… dale la revista, cobrá la guita, comprate el auto, llevala de vacaciones a tu mujer, que tu pibe pueda viajar a Nueva Zelandia y que ese muchacho Silvo, Silva o como se llame se meta la revistita hecha un cilindro en el medio del orto…
-¿Te parece, Pedro?. Vos eras duro…
Abodenky estiró una sonrisa triste.
-Estoy laburando en una multinacional, Adalberto -le dijo-. Como abogado. Yo, estoy laburando para una multinacional. Ya me casé y me separé tres veces… tengo hijos en Holanda e hijos acá… encontré a un ex compañero mío laburando como informante de la Armada… escribo de vez en cuando y trato de no convertirme en un terrible hijo de puta… por los pibes, más que nada te digo…
Castilla lo miró en silencio.
-Y vos me venís con este conflicto de la revista… -se rió Abodenky-.
-Bueno… perdoná… creí que era importante…
-¡No hombre, por favor!. Me encanta verte, me encanta verte… pero vendele esa revista… ¿o acaso alguien te va a reconocer algo si no lo hacés?. ¿No nos decían a nosotros que nadie nos había pedido que combatiéramos por ellos?. ¿No nos decían eso?. ¿No nos dicen eso?.
-Y es la verdad -pinchó Castilla-.
Abodenky se rió, amargo. Se despidieron.
Dos días después, Castilla arregló las condiciones de su entrega, de su rendición. Absoluto secreto, exigió. Discreción completa. Incluso lo habló por teléfono con Silva desde su casa, porque cada vez que subía al directorio todo el mundo se enteraba, y no sólo eso, todo el mundo se enteraba de lo que hablaban.
-Por favor, Castilla, ni qué decirlo -aprobó Silva, medido pero exultante, mientras le hacía un gesto con el pulgar elevado a su amigo Pérez Centurión-. Ni qué decirlo. Le digo más. Le propongo que no me traiga la revista acá, a la empresa. Y que nos veamos fuera del horario de trabajo. Incluso, estrictamente, esto no es una cuestión de trabajo. ¿Qué le parece mi departamento el domingo a la tarde?.
Castilla vaciló.
-¿Su departamento?; medía los riesgos.
-Mi departamento. Yo vivo solo, en Barrio Martín. Si usted me dice que se viene a la tardecita, yo lo espero a eso de las siete, siete y media, como le resulte más cómodo. Usted me entrega la revista y yo le doy ahí mismo el cheque. El lunes lo cobra.
Castilla miró a su mujer y ésta, adivinando el éxito, enarcó las cejas.
-Ocho y media del domingo -contrapuso Castilla-. Tengo algo que hacer antes.
Era mentira. Pero pensaba que a esa hora, las ocho y media, ya estaría oscuro y menos gente podría verlo entrando al departamento de Silva. “Como si fuera un ladrón”, se flageló antes de seguir hablando.
-Ocho y media, Castilla. Perfecto. Ahí lo espero. ¿Vendrá usted solo por supuesto?.
-Por supuesto, señor Silva. Iré solo.
Para el domingo el viejo estaba como si se hubiese sacado un peso de encima. El hecho de tomar una decisión, bien o mal, yo pienso que te tranquiliza considerablemente. Lo jodido, lo que te mata, es la incertidumbre. Por otra parte, había recuperado el respaldo de Sarita y hasta el respeto del adolescente Rolo, el promisorio rugbier.
La demás gente le importaba menos. Ya nadie le comentaba nada sobre el asunto de la revista. Y su hija, la recuperada Susana, estaba de nuevo en la remota San Martín de los Andes con el artesano cantor.
Llegó a la puerta del lujoso edificio del barrio Martín y tocó el portero eléctrico. Hacía frío. No se veía prácticamente a nadie por la calle, ni tampoco en la puerta de los departamentos. Ni siquiera un portero detrás de la mesa de recepción. “Mejor”, pensó Castilla, sosteniendo debajo del brazo el sobre de papel manila donde llevaba la revista. El ascensor lo fue elevando, lenta y silenciosamente, hasta el piso catorce. Abrió y frente a la puerta del ascensor se abrió también la del departamento. Silva lo esperaba en mangas de camisa pero con corbata, con un vaso de whisky en la mano, sonriendo. Atrás se veía una sala amplia y un amplísimo ventanal que daba al río.
-¿Qué tal?; dijo Castilla.
-¿Cómo le va, Castilla?. Pase, pase.
Castilla entró al departamento y refrenó un impulso de quitarse el sobretodo. Quería que la cosa fuese rápida. El lugar estaba silencioso y poco iluminado, como si Silva también estuviera apurado por terminar aquello, como si estuviera a punto de salir.
-Pase, pase por acá, Castilla; Silva lo invitó a una habitación contigua que se veía más luminosa.
-Le traje también… -aceptó la indicación Castilla- las otras revistas, los otros números que yo guardaba de “Tertulias”. Total, para mí…
Y se quedó en silencio, atónito. Ahí, en el otro salón, frente a una mesa ratona bastante amplia donde había botellas, bocaditos y vasos de distintos tipos, estaban todos, todos sus compañeros de oficina. Estaban también Pérez Centurión, Inés, y los demás secuaces de Silva en el directorio general.
-Miren quién vino; anunció el hijo de puta de Silva. Y ahí fue como si recuperaran el habla todos, que saludaron con gritos de júbilo a Castilla. El viejo se quedó helado, plantado en el medio de la pieza. Sentía, presentía, asumía, que se lo habían cogido.
-A ver… a ver esa revista que usted no quería venderme, Castilla… -palmoteó alegre Silva, manoteando un sándwich triple y zampándoselo en la boca, ante la algarabía general-. Permítamela verla…
Castilla había quedado con el sobre extendido hacia adelante. Silva lo tomó sin esfuerzo y luego se dejó caer en un hueco que le dejaban en el medio del sillón principal la rubia de computación e Inés, que se rió a los gritos. Todos -eran como veinte- se inclinaron sobre la revista para mirarla, con fingidos chillidos de interés.
-Lo prometido es deuda, Castilla -Silva se puso de pie de nuevo, como un resorte-. Ahora le traigo su cheque… -y se marchó casi a los saltos hacia otra habitación-. Castilla permanecía clavado donde estaba, respirando con dificultad. Inés le ofreció un trago, Pérez Centurión, bocaditos, pero el viejo no aceptó ni contestó nada.
-Acá tiene -anunció Silva, volviendo-. Acá tiene lo suyo… -enarboló el cheque a la vista de todos-. ¡30.000 dólares!.
-¡30.000 dólares!… ¡Qué maravilla!; gritaron muchos, en especial, las mujeres.
-Lo que cuesta, vale; sentenció Silva, extendiendo el cheque hacia Castilla, pero sin acercarse. Castilla, tras un momento de vacilación, caminó hasta donde estaba Silva, estirando el brazo, arrastrando los pies.
-Acá lo tiene -explicó Silva, repasando lo escrito en el cheque con el dedo índice-. Mañana mismo puede cobrarlo… mañana a la tarde ya se puede comprar un auto cero kilómetro, si le interesa…
Castilla tomó el cheque como en cámara lenta. Cuando lo apresó entre sus dedos, un suspiro de admiración creció entre los presentes. Castilla vio que Inés lo miraba, ahora, muy seria. Entonces el viejo Castilla, siempre con movimientos lentos, como didácticos, como explicativos, agarró el cheque y lo rompió en mil pedazos. Lo hizo mierda, loco, ahí mismo, frente a los ojos de todos aquellos chupaculos del pendejo Silva, que lo miraba con una mirada de incomprensión.
Después, el viejo Castilla pegó media vuelta y se fue del departamento. Vaya a saber qué carajo habrá pensado cuando salió al frío de la noche. Tal vez en el quilombo que le iban a hacer su mujer y su hijo. Tal vez en lo que le iba a decir a la Susana si lo llamaba de nuevo desde San Martín de los Andes. Tal vez en la cagada que significa comprometerse por hablar tanto al pedo. O tal vez en que esa noche iba a dormir muy, pero muy tranquilo.
Roberto Fontanarrosa